Olivia Benson, Bajo el neón del infierno..

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Feb 5, 2025
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En las sombras de la ciudad, donde la noche se traga la luz y la moral se desdibuja, existe un lugar llamado "El Infierno". Un club nocturno que se presenta como un espectáculo de striptease, pero que esconde una red de explotación sexual tan oscura como el abismo mismo. Para desentrañar sus secretos, se necesita una infiltrada, alguien capaz de sumergirse en la oscuridad sin perderse en ella. Alguien como Olivia Benson. Detective de la Unidad de Víctimas Especiales, Olivia ha dedicado su vida a proteger a los vulnerables, a dar voz a los silenciados. Pero esta vez, la línea entre víctima y verdugo se difumina, obligándola a sacrificar su integridad, su dignidad, para salvar a otros. Esta es la historia de su descenso al infierno, una travesía que la pondrá a prueba hasta los límites de su resistencia, una prueba de fuego donde la única salida es la justicia. Prepárese para presenciar la lucha de una mujer que se enfrenta a sus propios demonios para combatir los de otros, una batalla donde el precio de la victoria podría ser su propia alma.

El neón lacerante de "El Infierno" pintaba sombras alargadas sobre el rostro de Olivia Benson. El olor a sudor, alcohol barato y desesperación la envolvió como una segunda piel. "¿Eres la nueva?", la voz gutural del camarero, un hombre cuyo rostro era un mapa de peleas pasadas, la sacó de su letargo. "Sí, la que trajo Tina", respondió Olivia, la mentira resbalando por sus labios como aceite. El nombre Benson, su identidad, se sentía tan lejano como la estrella polar.

El camarero la escaneó con una mirada que se deslizaba descaradamente por su cuerpo. "Bien, la jefa te verá en un rato. Mueve el culo."

La música, un martillo neumático contra su cráneo, pulsaba con la energía frenética del lugar. La multitud era un torbellino de cuerpos sudorosos, risas forzadas y conversaciones entrecortadas. Olivia se movía entre ellos, una fantasma en un vestido demasiado corto, demasiado ajustado. Su misión: infiltrarse en El Infierno, un club nocturno que servía como fachada para una red de trata de personas. La Unidad de Víctimas Especiales la había elegido a ella, la detective Benson, la que tantas veces había ofrecido consuelo a las víctimas, para sumergirse en la oscuridad.

El dueño, un hombre rechoncho con ojos saltones y una sonrisa que prometía dolor, la interceptó. "¿Lista, cariño?", preguntó, sus dedos rozando su brazo con una familiaridad repugnante. Olivia asintió, la máscara de indiferencia cubriéndole el rostro.

El escenario era un horno. Las luces la cegaban, la música la golpeaba en el pecho. Se quitó la chaqueta de cuero, revelando la lencería negra que se sentía como una segunda piel, fría y extraña. "¿Quieres que te la quite?", preguntó a la multitud, su voz apenas un susurro que se perdía en el rugido de la excitación.

La música se convirtió en un latido visceral. Olivia se movió, cada gesto calculado, cada movimiento una danza entre la seducción y la repulsión. Las manos de los hombres la tocaban, la acariciaban, la reclamaban. Ella se obligó a sonreír, a moverse con una sensualidad que no sentía, mientras su mente registraba cada detalle: las miradas lascivas, los billetes arrugados que caían a sus pies, los anillos de matrimonio que brillaban como una burla.

El gángster, dueño del antro, se acercó. Se arrodilló ante él, la humillación ardiendo en su garganta. Él la obligó a chuparle la verga, dura y caliente, mientras su mente se desconectaba, registrando la textura, el sabor, la repugnancia. El contacto era una violación, una profanación, pero era su herramienta.

Entonces, lo vio. Un hombre con una cicatriz que le cruzaba el rostro, su mirada diferente a la de los demás depredadores. Observaba con una mezcla de preocupación y comprensión.

Cuando el gángster terminó, el cicatrizado la ayudó a levantarse. Ella, manteniendo la fachada, le sonrió. Era su oportunidad.

En la habitación de descanso, el hombre preguntó: "¿Estás en apuros?". Olivia asintió. "Necesito salir de aquí. Tengo un amigo que… quiere verte."

El cicatrizado la condujo a una habitación contigua. "¿Cuáles son tus intenciones?", preguntó Olivia, la tensión en su voz.

"No te preocupes, muñeca, no voy a hacerte daño. Mi amigo quiere hablar contigo."

Su amigo entró. El cicatrizado la levantó y la sentó en la mesa. Sus manos recorrieron su cuerpo, y su verga, dura y palpitante, se frotó contra su coño. El deseo en su mirada era palpable, pero Olivia se mantuvo firme.

El cicatrizado la penetró con fuerza, su miembro entrando en ella con una rudeza que la dejó sin aliento. El dolor se mezclaba con la humillación, pero Olivia mantuvo la fachada, su mente registrando cada detalle. El amigo se unió, sus manos torpes y ansiosas sobre su cuerpo. Olivia se arqueó, fingiendo placer mientras sentía la penetración doble, la invasión de sus cuerpos sobre el suyo. El cicatrizado la obligó a chuparle el semen, el sabor metálico una amarga confirmación de su situación.

La noche fue una sucesión de violaciones, de humillaciones. Pero Olivia sobrevivió, su mente grabando cada detalle, cada rostro, cada palabra. Al amanecer, se vistió, la suciedad pegada a su piel, a su alma. Pero su misión estaba lejos de terminar.

Al día siguiente, regresó a El Infierno. Sus colegas, encubiertos, estaban allí. Bailó, se desvistió, fingió placer, mientras su mente planeaba la redada que acabaría con la red de trata. La justicia llegaría, y Olivia estaría allí para presenciarlo. El infierno estaba a punto de arder.

Los ecos del infierno aún resonaban en los oídos de Olivia Benson, aunque las llamas ya se habían extinguido. La operación había sido un éxito. "El Infierno" había sido clausurado, sus dueños arrestados, y varias víctimas rescatadas. Pero el precio había sido alto. Las marcas de la noche en "El Infierno" no se borran con agua y jabón. Las cicatrices en su alma, las imágenes grabadas a fuego en su memoria, serían compañeras constantes. El sabor metálico del semen ajeno, el roce áspero de manos ajenas, la humillación grabada en cada poro de su piel, se negaban a desaparecer. En las sesiones de terapia, las palabras se atascaban en su garganta, los recuerdos la asaltaban en forma de pesadillas. Pero Olivia Benson no era una mujer que se rompiera fácilmente. La satisfacción de haber desmantelado la red, de haber dado voz a las silenciadas, era un bálsamo amargo, un consuelo que se mezclaba con la amargura de la experiencia. Ella había mirado a la oscuridad cara a cara, y había sobrevivido. Había descendido al infierno y había regresado, marcada pero no derrotada. La justicia, como una cicatriz que se desvanece con el tiempo, aún le dolía, pero era un recordatorio de su fuerza, de su perseverancia, de su victoria. El infierno había probado su fuerza, y ella había salido triunfante. Pero la marca del infierno, la sabía, la acompañaría para siempre.
 
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