Olga y sus Vivencias – Capítulos 01 al 04

heranlu

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Olga y sus Vivencias – Capítulos 01 al 04

Olga y sus Vivencias – Capítulos 01

Olga de 42 años e Ilia, al que todos llamaban Elías, de 55, habían salido de Rumanía hacía diez años en busca de una vida mejor. Un clásico. Habían dejado atrás a Adrián, su hijo que acababa de cumplir los ocho años a cargo de una de sus abuelas, la madre de Elías.

Inicialmente las cosas les fueron como una seda. Elías, albañil, consiguió trabajo en la construcción y Olga se dedicaba al servicio doméstico en una casa de la zona alta de la ciudad. Era la casa de un matrimonio mayor, formado por el Dr. Andrés Robles, de 70 años, y la señora de la casa, Doña Marisa, una mujer algo más joven que su esposo, pero con una salud muy delicada y que murió poco después de empezar a trabajar Olga en la casa. El matrimonio sólo tenía un hijo, el señorito Rafael, de 28 años, un economista de éxito que ya no vivía con ellos.

El esfuerzo de la pareja de inmigrantes tuvo sus frutos y pudieron dar la entrada a un pequeño apartamento en un barrio obrero de las afueras. No era ninguna maravilla, dos habitaciones, un baño, un salón, la cocina y un pequeño balcón. Apenas 50 metros cuadrados, pero un lujazo, comparado con lo que habían dejado atrás en su deprimido país.

Pero todo se torció cuando Elías tuvo un accidente laboral que lo dejó cojo de una pierna y le imposibilitó la búsqueda de un nuevo empleo. El hombre tenía la sería limitación de no saber hacer nada diferente a la albañilería y acabó estancado en casa. Para agravar más las cosas, la empresa acusó falsamente al trabajador de negligencia y de no respetar las normas de prevención de riesgos laborales, con la intención de ahorrarse la indemnización. Así que Elías acabó mutilado, con un despido improcedente y sin indemnización. Su única tabla de salvación fue la prestación por desempleo, pero sólo pudo cobrar tres meses ya que la empresa no había estado cotizando por él durante varios años. En resumen, una situación catastrófica con la espada de Damocles de la hipoteca del piso colgando amenazante sobre las cabezas de la pareja.

Olga, por su parte, se vio obligada a duplicar el empleo. Podríamos decir que tuvo suerte, ya que, además de la casa en la que trabajaba por las mañanas, y gracias a la ayuda del señor Andrés, ya viudo por estas fechas, encontró empleo por las tardes, limpiando también, en el piso de Rafael, su hijo, un enorme apartamento que estaba también en la zona alta de la ciudad y en el que el chico apuraba sus últimas días de soltero. Esperaba casarse en unos meses.

A pesar de estar a punto de casarse, Rafael no tenía nada que ver con su padre, ni en cuanto a carácter, ni en lo referente a moralidad. El chico siempre había sido un poco crápula. Un putero y un amante del sexo. Le gustaban las tías, vamos. El caso es que, en cuanto le echó el ojo encima a Olga, la puso en el punto de mira y empezó a insinuarse abiertamente a ella. Con el tiempo había aprendido que era mejor ser claro y directo, antes que andarse con insinuaciones y subterfugios que, al final, sólo llevaban a líos y malentendidos. Olga, que se quedó con los ojos como platos ante la oferta de Rafa, la rechazó inicialmente. El chico, caballerosamente, aceptó la negativa y no insistió. Conocía la situación económica de la mujer y sabía que sólo era cuestión de esperar a que cayese como fruta madura y que, para ello, la mejor táctica era seguir siendo amable y correcto. Sencillamente, sentarse a esperar.

Y, efectivamente, pocas semanas después, las facturas empezaron a acumularse en el domicilio de Olga y Elías y la presión se hizo insostenible para la mujer. Cabizbaja, se vio obligada a pactar con Rafa un extra de servicios. El acuerdo fue rápido. Rafa se la follaría tres veces por semana, cuando acudiese a limpiar, a razón de cien euros por polvo. Ni Rafa, ni Olga hablaron de los detalles de la naturaleza de los polvos que iban a echar, aunque, teniendo en cuenta la visión tan distinta del sexo que tenían ambos, deberían haberlo hablado antes. Olga era conservadora y mojigata, tan solo había follado con Elías y de un modo bastante tradicional. A Rafa, por el contrario, le gustaba todo, entendiendo por todo los extras que excedían del sexo convencional: las mamadas, petarle el ojete a las guarrillas que se follaba (no a su novia, ésta ignoraba la verdadera naturaleza del tipo con el que iba casarse), el sexo cañero y demás…

Rafa sabía que Olga no iba a aceptar, de entrada, ese tipo de trato, así que se limitó a comenzar por el sexo más tradicional y, con el tiempo, estaba convencido de que la iba a llevar a su terreno. Como, en efecto, así fue.

Olga, saturada de trabajo, no aparecía por su pequeño apartamento en todo el día. Pero, al menos, el sacrificio de la mujer sirvió para ir sufragando los gastos de la casa y evitar el temible desahucio, amén de enviar algo de dinero a la abuela en Rumanía para ayudar a la manutención de Adrián.

Cuando parecía que la pareja se empezaba a mantener a flote, con Elías haciendo a duras penas las tareas de la casa, a pesar de su cojera, y Olga trabajando (y follando…) como una fiera para sacar adelante a la familia, un nuevo golpe se abatió sobre ellos. Recibieron noticias de Rumanía sobre Adrián, que ya había cumplido los 18 años. Al parecer, la abuela era incapaz de controlarlo y el chico era bastante asiduo a las malas compañías. A base de meterse en líos la cosa se le fue las manos y la policía lo pescó en una redada contra el menudeo de droga. Después de un juicio rápido, el joven ingresó seis meses en un correccional. La abuela les llamó y les dijo que no podía con él. Que lo mejor era que se fuese con ellos. Los padres, asustados con la situación, aceptaron los hechos y decidieron que el muchacho viajase a España. Quizá aquí consiguieran reconducirlo. A pesar de que no era el mejor momento para cargar con una boca más.

Desde luego, aquel joven de dieciocho años que fueron a recoger al aeropuerto nada tenía que ver con el debilucho niño de diez años que habían dejado en Rumanía diez años antes.

Alto, fibroso, fuerte y con el pelo rubio muy corto, llamaba la atención por su aspecto exótico y sorprendió a sus padres. No era lo mismo verlo en persona que en las imprecisas fotos de móvil que les iba mandando la abuela.

Estaba serio y confundido. Seguramente por el cambio de aires y el idioma, pero no pudo esconder un gesto de alivio y satisfacción cuando vio aparecer a sus padres que le esperaban a la salida de la terminal.

Se fijó en ambos, con aquel aire ansioso y preocupado, tan distintos al resto de la gente que poblaba la sala de espera. Reconoció enseguida a su padre, y lo encontró avejentado, con aquella cojera que dificultaba tanto sus movimientos. Pero, sobre todo, le llamó la atención su madre que no había cambiado tanto, pero a la que ahora veía con nuevos ojos. Ya no eran los ojos de un niño, ni tan siquiera los de un confuso adolescente. Sino los de un hombre que, a pesar de sus dieciocho años, tenía madera de depredador sexual. Un tipo que observaba a las mujeres catalogándolas siempre en función del nivel de dureza que notaba en su polla al verlas. Y en esta ocasión, el rabo se le puso muy, muy tieso al ver a su progenitora con aquellos ajustados leggins negros que marcaban su culazo y la raja del coño y una holgada camiseta bajo la que se intuían unos melones considerables. La cara rubita e inocente no podía esconder esos gruesos labios de chupapollas que tanto placer prometían…

Todas esas perversiones pasaron fugazmente por sus pensamientos mientras abrazaba a su madre cariñosamente, tras dar un breve abrazo a su padre para quitarlo de en medio. Se arrimó bien al cuerpo de su progenitora para notar sus blanditas tetas y amasó con fuerza su espalda, haciendo el tonto con las zarpas, hasta palmear su culo, que se balanceó como un flan ante tan atrevida audacia. Adrián, que le sacaba un palmo a su madre, ya medía uno ochenta y tantos y ella no pasaba del uno sesenta, aprovechó para besuquearla a fondo, bordeando los labios, y embriagarse de su aroma a hembra, oliendo su cuello y su sedoso cabello. Todo sin dejar de apretar su dura polla en la barriga de su madre. Ésta, inicialmente, abrumada por el encuentro y sorprendida por el cariño del chico, se dejó hacer sin darse cuenta realmente de qué es lo que estaba pasando… Sólo cuando el muchacho palmeó su culo, se desató una cierta alarma en su mente e intentó separarse del chico, sin poder evitar que su mirada bajase hacia el enorme bulto que se le marcaba en el pantalón. Aunque, cómo no, se hizo la tonta y lo atribuyó a cosas de adolescentes. No le dio importancia, aunque ahora sabemos que tendría que haberlo hecho, visto lo que pasó después.

Al lado de ellos, su padre, apoyado en su muleta, observaba el encuentro como convidado de piedra, sin darse ninguna cuenta de la verdadera naturaleza de lo que acababa de suceder.

A partir de aquel momento la vida del matrimonio cambió.

Adrián no tenía la más mínima intención de dar un palo al agua. Venía a columpiarse y a pegarse la gran vida. Y ahora, tras haber visto a su madre (y no precisamente como un hijo mira a su madre), un tercer objetivo se había añadido a la lista: seducirla. Bueno, seducirla sería la forma suave de definir sus intenciones. Lo que pasaba por su mente era lo que vendría después de la seducción. La imagen era nítida. Aquella jaca madura en pelota picada y su gruesa tranca taladrando todos sus orificios. ¡Vamos, el colmo del romanticismo!

Así que, los primeros días, mientras se iba adaptando a su nueva vida, se dedicó a pasar ampliamente de su padre, del cojo, tal y como le gustaba llamarlo, sin ocultar su desprecio, y de hacerse el encontradizo y empalagoso con su madre, a la que perseguía a la mínima oportunidad por todo el apartamento en cuanto llegaba a casa de trabajar por las tardes. Le metía mano, primero disimuladamente, y luego en plan más descarado, camuflando torpemente sus babosos besuqueos y sus abrazos, frotando el rabo contra su cuerpo o sobándole el culo o las tetas, como si de inocentes muestras de cariño se tratase.

Ni que decir tiene que la cosa no coló y que Olga, aunque no era un lince con los hombres, algo del género masculino sabía, y se dio cuenta, ipso facto, de que aquel joven tenía unas intenciones un tanto retorcidas. Y más, cuando empezó a descubrir en el cubo de la ropa sucia, sus bragas usadas pringosas y arrugadas. Señal inequívoca de que Adrián las usaba para pajearse.

Pero, así y todo, no se atrevía a decir nada. Se sentía culpable por haber abandonado al niño cuando era tan pequeño, aunque fuese para buscar un futuro mejor también para él. No podía evitar sentirse responsable del camino descarriado que había seguido el muchacho. Aunque, por otra parte, confiaba en que todo fuera algo pasajero. Que en cuanto se adaptarse a la ciudad e hiciese amigos, e incluso tal vez encontrase una chica, dejaría de comportarse así. De hecho, el joven se había apuntado un gimnasio. Seguro que allí se relacionaba más y se distraía...

Ahora Olga, que seguía siendo el único sustento de la familia, la única que llevaba dinero al hogar, tenía muchos frentes abiertos.

Con una nueva boca que alimentar, necesitaba más dinero y no se le ocurría como conseguirlo. Se devanó los sesos y, finalmente, optó por pedirle a Rafa, el hijo de don Andrés, que le pagase algo más. A fin de cuentas, ya que se la estaba follando tres veces por semana, y estaba forrado, lo menos que podía hacer era pagarle un poquito más. Para él no representaba nada, para ella era vital.

Cuando Olga acudió al chico con su solicitud, como mucho, esperaba que le pidiese un día más de servicio. Total, tampoco era para tanto. Polvo más, polvo menos... Y, aunque no quería reconocerlo ante nadie, en el fondo disfrutaba de las sesiones con el chico. Después de tantos años sin sexo en condiciones (y con nada de nada, desde el accidente de Elías), estaba volviendo a sentirse mujer. De hecho, aunque era algo que tampoco se quería reconocer a sí misma, disfrutaba bastante más que cuando follaba con su esposo. El chaval era más resistente, morboso e imaginativo. Aunque a veces la trataba como una puta, pero, bueno, es lo que era ¿no?

Pero Olga se llevó una buena sorpresa con la respuesta de Rafa. Sí, éste aceptó pagarle más. Bastante más de lo que pedía, pero a cambio no pidió una sesión extra a la semana. Le pidió el culo. Olga se quedó petrificada. Aunque desde siempre, Rafa andaba detrás de reventarle el ojete, ella nunca aceptó ni que le acercase el dedo al ojal.

Está claro que el chico supo esperar su momento y ahora, ese momento había llegado: él tenía algo que ella necesitaba (la pasta) y ella lo que él quería (un culazo virgen y maduro). Por mucho que le pesase a Olga la transacción era inevitable y, además, corría prisa porque las facturas empezaron a amontonarse de nuevo... y la oferta era buena, prácticamente le doblaba los ingresos. Total, por dejarse taladrar el ojete.

Así que Olga, siempre calculadora, decidió aceptar. Más que nada por el bien de su familia. Y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, le pidió a Rafa si no le importaba, a partir de ahora, correrse en el culo, en lugar de en el coño. Por aquello de evitar accidentes. A pesar de la píldora, Olga no tenía todas consigo de que no fallase algo y engendrase, ¡a sus cuarenta y dos años!, un hermanito para el salido de Adrián. Rafa, tan caballeroso como de costumbre, aceptó gustoso la condición. En el fondo, lo que más le gustaba era lecharle bien la jeta a la puerca, correrse en su garganta y lo de inundarle el culo de lefa… Pues, sí, le ponía bastante. Así que, ¡trato hecho!

Para facilitar el asunto, el bueno de Rafa, que siempre estaba en todo, le regaló a Olga un juego de plugs de diferentes tamaños para que fuese acostumbrando el culo a la presencia de visitantes. Le recomendó usar un par de días cada uno, del más pequeño al mayor, hasta que, de aquí a un par de semanas, estuviera preparada para encajar al “Pequeño Rafa” que le colgaba entre las piernas sin demasiados problemas.

-Procura tenerlos un buen rato puestos –le dijo el chico-. Puedes hacer casi vida normal. Camina, haz las cosas de la casa y sólo quítatelos para lavarte o cuando vayas a cagar. Ya verás cómo te acaba gustando…

-No sé yo… -respondió una escéptica Olga que, aun así, recogió el paquete y lo guardó en el bolso antes de salir para casa, donde la esperaban el cojo y su salido retoño.

Olga siguió las instrucciones de Rafa y fue probando los plugs. Le costó bastante acostumbrarse a llevarlos y, siguiendo las instrucciones recibidas, los iba cambiando cada dos días por el de mayor tamaño. Al final, le acabó tomando el gusto al asunto y llegó a sentirse cachonda, pajeándose un par de veces con el culo bien relleno.

El problema vino el fin de semana. Usaba ya un plug de un tamaño respetable, pero tenía que ir al baño por una urgencia y, obviamente, se lo quitó y lo dejó en el lavabo. Desgraciadamente, después de hacer sus cosas, se despistó y lo dejó allí, con tan mala fortuna que, cinco minutos después entró Adrián. Como siempre, iba a rebuscar en el cubo de la ropa sucia para ver si encontraba algunas bragas usadas de su madre para pajearse, pero esta vez tocó el cielo con los dedos al ver el dildo, todavía calentito, en la repisa del lavabo.

Se quedó atónito y enseguida se dio cuenta de qué era aquel trozo de plástico negro que recordaba lejanamente a un chupete. En lo que a pornografía respecta, Rumania no tenía nada que envidiar a su nuevo país.

El chico lo cogió delicadamente y, en primer lugar se lo acercó a la nariz, para saber si estaba usado. El olor inconfundible a culo de hembra le indicó que no sólo estaba usado, sino que su uso era realmente muy reciente. El rabo reaccionó como un resorte y se sentó en la taza del WC, se bajó los pantalones y esnifando el plug como si fuese pegamento empezó a pajearse furiosamente. De vez en cuando pegaba un pequeño lametón al objeto y notaba un sabor intenso y salado que le ponía la polla aún más tensa. Finalmente, se corrió como una bestia y dejó perdido el pequeño lavabo de leche. Leche que no se preocupó lo más mínimo de limpiar. Ya lo limpiaría la zorra de su madre si quería.

Se guardó el plug en el bolsillo y salió tranquilamente al pasillo. Al pasar por la cocina vio cómo su madre, nerviosa, recorría el camino inverso para entrar al lavabo. Estaba claro que iba a buscar algo. En un minuto, lo que tardó en inspeccionar a fondo el pequeño cubículo y descubrir que lo que buscaba no estaba y lo que si estaba era una explosión de leche que había dejado todo perdido, volvió al pasillo asustada y se encontró a un sonriente Adrián que la miraba con sorna y le dijo:

-¿Qué mamá? ¿Buscas algo…?

Ella, pillada en falta, se quedó un momento callada. Pero estaba claro que tenía reflejos a la hora de improvisar y enseguida empezó con una peregrina excusa que no hacía sino aumentar la sonrisa del cabrón de su hijo:

-No… bueno, sí… -empezó a justificarse-. Es que… es que me he dejado una cosa… Una cosa que me mandó el médico… Una cosa íntima… Es para el… ¡Es que me da vergüenza…!

-¿Qué cosa…? ¿Para qué…? –Adrián tiraba carrete, el pez ya había picado.

-Bueeeeno… Es para el estreñimiento… Para dilatar el esfínter y eso… Tiene forma… Como de… Como un chupete grande o algo así…

-¿Cómo esto? – preguntó un risueño Adrián, enseñándole su trofeo.

-Sí, sí… eso es…-Olga adelantó la mano para cogerlo, pero Adrián levantó el brazo alejándolo de su alcance.

-¡Ja, ja, ja…! –se cachondeó su hijo, antes de adoptar un tono bastante más duro-. Pero, a ver, ¿tú me tomas por gilipollas? ¿Qué te crees, que soy tonto o qué?

Olga, cada vez más nerviosa, empezó a sudar y a ponerse histérica. Eso sí, sin alzar la voz demasiado para que su marido, que estaba viendo la tele en el salón, no se alarmase.

-¡Dámelo, por favor Adrián, dámelo…! ¡Dame eso… ya…!

Adrián seguía jugueteando con el plug, aprovechando su altura y disfrutando de la situación. Estaba humillando a su madre y lo estaba disfrutando. En un momento dado, incluso se lo acercó a la nariz y, tras esnifarlo profundamente, le dijo:

-¡Jooooder, es embriagador! ¡Menudo olorcillo a puta…!

Olga, superada por las circunstancias, dejó la lucha y parecía a punto de romper a llorar.

-¡Por favor…! –volvió a repetir, pero esta vez bajando el tono, suplicante.

Adrián decidió mostrar sus cartas.

-Está bien, te lo daré, pero antes me tendrás que dar algo a cambio… Mejor dicho, hacer algo.

Olga, que se empezaba a temer lo peor, casi se quedó aliviada cuando su hijo se limitó a decir:

-Por hoy me conformo con un buen pajote. A ver… Si me lo haces bien, te lo devuelvo…

Olga se planteó discutir o protestar o apelar a la piedad de su hijo, pero tras unos segundos poniendo la mirada lastimera del gato de Shreck para ver si el cabrón de su hijo se ablandaba, se dio cuenta de que no iba a conseguir nada. Sobre todo cuando se fijó en el bulto de su bragueta y en cómo se lo acariciaba mirándola como un cerdo mientras olfateaba el plug. Así que decidió hacer de tripas corazón y ceder a las pretensiones de su hijo.

La planteó las típicas condiciones en plan “sólo por esta vez”, “no creas que esto representa nada”, “a partir de ahora, se acabó” y, sobre todo, “que no se entere tu padre…

Adrián tiró de oficio, como buen manipulador que era, y le dio la razón en todo, consiguió atraerla a su habitación y, tras recostarse en la cabecera de la cama, se bajó los pantalones y los calzoncillos de un tirón, exhibiendo su gruesa polla, tiesa como un mástil, y le indicó a su madre, que todavía permanecía parada en el umbral de la puerta abierta, que se acercase. Ella hizo un amago de cerrar la puerta.

-No, no… déjala abierta. Así oímos si sale el cojo del comedor. Y es menos sospechoso… ¡je, je, je…!

Olga obedeció y, cabizbaja, se dirigió a la cama para acomodarse junto a él. Procuró no mirarlo mientras agarró la polla con su manita y empezó a menearla. Le pareció un tubo de goma grueso y caliente. Nunca había tocado una polla igual. La de su marido no tenía punto de comparación y, además, casi no se la había tocado desde novios. Ya viviendo juntos como pareja, los polvos eran rápidos, convencionales y frugales. Por supuesto con orgasmos sólo en un lado de la pareja, el de Elías. Y con Rafa, con el que había vuelto (mejor sería decir, comenzado) a disfrutar del sexo, ya estaba acostumbrada a sobarle el miembro, pero no era tan grande como el de su hijo. Y eso le llamó la atención.

Procuró hacer una paja bien profesional y distante, sin mirar a la cara de su hijo, que seguía con una sonrisa de oreja a oreja, y dando ritmo para acabar cuanto antes.

Adrián, tremendamente excitado, la dejó hacer, aunque, para redondear la faena, empezó a arrimarse, para notar las tetas de la jamona sobre su pecho y bajó la mano por la espalda de la cachonda hasta aproximarse al culo. Introdujo la zarpa por la cintura de los ajustados leggins y empezó a manosearle el pandero por debajo de las bragas.

Olga se removió nerviosa sin dejar de machacar la polla de su hijo y puso cara de pocos amigos, intentando zafarse del sobe del muchacho. Éste, pasó de ella y, aprovechando su envergadura, empezó a apretarle con fuerza las nalgas e inició una incursión con sus dedos por la raja del culo, buscando el ojete en el que, un rato antes, debía haber alojado aquel plug que le permitió iniciar la extorsión.

Olga estalló, finalmente y con los ojos chispeando de rabia, miró a su hijo y le gritó:

-¡Joder, Adrián, para ya, por favor…! ¿No te parece que te estás pasando? ¡Soy tu madre!

Había dejado de pajearlo y parecía dispuesta a plantarle cara. Bastó la fría mirada de su hijo y la forma en que, mientras le introducía el índice en aquel ojete, bastante húmedo, todo hay que decirlo, le dijo:

-Mira, pedazo de guarra, sigue con la paja inmediatamente o le cuento al puto cojo pichafloja que tienes por marido lo que estás haciendo… ¿Te ha quedado claro?

Olga se quedó helada, al notar el pinchazo en el culo, que, en el fondo, no le desagradó tanto, mientras oía las firmes palabras de su hijo. Entendió enseguida que estaba en sus manos.

Suavemente primero, y enrabietada después, prosiguió con furia la masturbación, concentrándose en menear con vigor la venosa polla de Adrián mientras éste le penetraba el culo con un dedo y el coño con otro. Las ventajas de tener una mano tan grande.

Pronto, Olga no pudo evitar excitarse. Su coño se empezó a mojar, facilitando la penetración de los dedos de su hijo que, consciente de ello, empezó a sonreír cínicamente y no dudó en hacérselo saber:

-¡Vaya, putilla, parece que te empieza a molar este rollo…!

Olga, roja como un tomate, no contestó y apretó con fuerza los depilados huevos de Adrian con la mano que tenía libre, al tiempo que redoblaba sus meneos, pensando que, apretando sus cojones, iba a molestar al chico. Sucedió todo lo contrario, su hijo jadeó con fuerza y musitó:

-¡Bien, puta, bien…! Estoy a punto… ¡Joder, que bueno…!

Olga, oyendo aquello, se mojó aún más y Adrián redobló sus esfuerzos, metiendo el índice hasta el fondo en el coño y el pulgar en el ojete. Sorprendentemente, se corrió Olga antes que él y no pudo evitar gemir como una cerda, lo que alegró sobremanera a Adrián. Había logrado su objetivo.

Después llegó una apoteosis de perdigones de leche que se esparcieron por todo el pecho del chico, la mano de la madre, llegando hasta la almohada del cornudo. Un espectáculo de esperma, extraído a base de los meneos espasmódicos de Olga que, tras haberse corrido, tan solo quería terminar con lo que ella estaba viviendo como una humillación y había acelerado violentamente el ritmo de la paja.

En cuanto Adrián eyaculó, se quedó jadeando, recuperándose recostado en la cama. Olga salió corriendo de la habitación camino del baño. Seguramente quería cambiarse las empapadas braguitas.

Adrián, tras recuperar el resuello, se limpió los restos de esperma del pecho y la pringosa polla con la funda de la almohada de su padre. Después, la volvió a colocar cuidadosamente en su sitio. Bien húmeda. Quería el pobre viejo durmiese con el aroma a esperma de un verdadero macho. Retorcido que era el chico.


Continuará

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heranlu

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Olga y sus Vivencias – Capítulos 02

A Olga le pasó como a todo el mundo y acostumbrarse a lo bueno no le costó demasiado. Pasar de las pajas a los polvos y las mamadas con su hijo fue relativamente rápido y la excusa del chantaje pasó a ser irrelevante. Estaba adentrándose, a toda velocidad, en un mundo de placer que no había conocido antes.​

Así que aquel ritmo de folladas con Adrián, unidas a los polvos con Rafa, descubriendo goces que no había conocido nunca, como el sexo anal o las mamadas (sí, aunque pueda resultar sorprendente, Olga disfrutaba como una niña con una polla en la boca, fuese la de Adrián o la de Rafa; esa sensación de poder proporcionar placer a un macho, le parecía poderosa e intensa...), le hizo recuperar su autoestima y la convirtió en una especie de ninfómana pervertida. Y eso que el sentimiento de culpa la atenazaba constantemente. Sobre todo en aquel minúsculo piso, donde la presencia de Elías, con aquella actitud de cordero degollado, le provocaban sentimientos ambivalente que combinaban, en una especie de cóctel agridulce, el desprecio con la lástima. Una combinación explosiva que no impedía, en ningún caso, seguir poniéndole los cuernos con su propio hijo de un modo tan humillante... A Olga le pasó como a todo el mundo y acostumbrarse a lo bueno no le costó demasiado. Pasar de las pajas a los polvos y las mamadas con su hijo fue relativamente rápido y la excusa del chantaje pasó a ser irrelevante. Estaba adentrándose, a toda velocidad, en un mundo de placer que no había conocido antes.

Que Adrián era un tipo retorcido ya lo hemos visto, pero los niveles de morbosidad que alcanzó en aquellos días resultan difíciles de concebir.

Había conseguido trabajo en un gimnasio especializado en kick boxing y deportes de contacto que llevaba un Sergei, un antiguo compañero de su padre, de unos 30 años, un ucraniano, que había estado en el ejército y controlaba bastante todos los temas relacionados con las artes marciales y demás.

El pobre y humillado Elías, pensó que buscando un trabajo a Adrián, conseguiría reconducirlo y, sobre todo, alejarlo de su madre.

Aunque Elías no era consciente de a qué punto había llegado la situación entre madre e hijo, y de que sus cuernos no eran ya los de un cervatillo sino los de un alce boreal, todavía mantenía la esperanza de que, ocupando el tiempo del joven fuera del pequeño piso, haciendo algo productivo y con un mentor que lo guiase en su nueva vida, llegaría a hacer algo de provecho con el pervertido muchacho. Bueno, las cosas nunca salen como se planean, pero, vamos, que fuesen a ir tan mal, tampoco nadie podría esperarlo.

El caso es que la cosa empezó bien. Durante las dos primeras semanas, Adrián, acudió al trabajo con relativa puntualidad, sólo se durmió un par de veces, y, allí, se dedicó a seguir las instrucciones de Sergei. Éste, ciertamente, se convirtió en un verdadero ídolo para el chico y asumió un rol paterno que Elías no sabía o no podía asumir. En Sergei, Adrián veía todo aquello que él quería ser. Sergei era el colmo de sus aspiraciones. Un tipo, fuerte, alto, muy musculoso (se ponía hasta el culo de anabolizantes y proteínas y tenía el cuerpo hecho una mole), rapado y lleno de tatuajes, chulo y agresivo. Todo aquello que no veía en su padre y sí en las malas compañías que había dejado en su tierra.

Y a Sergei, Adrián le cayó de puta madre, a pesar de que sólo le llevaba doce años, lo tomo bajo su tutela y lo trató como un hermano pequeño o, mejor, como un hijo. Un hijo al que transmitir sus conocimientos y todas sus retorcidas ideas.

Durante aquellos primeros días, Adrián parecía animado y llegaba tarde a casa. Casi dejó de acosar y de meterle mano a su madre. Algo por lo que Olga, que ya estaba acostumbrada a los pollazos del chico, no sabía si agradecer o echar de menos. Aunque, en principio, aquella pausa le sirvió para poner las cosas en perspectiva y ver lo insano de la relación.

También se rebajó la tensión en el piso, que casi se podía cortar con un cuchillo todas aquellas veces en que Adrián, dejando a su padre en el salón después de comer, acudía a la cocina con la excusa de ayudar a fregar los platos para follarse a su madre allí mismo, de pie. Ésta había dejado de resistirse y se limitaba a gemir lo mínimo posible y, ocasionalmente, a calmar a la fiera con una mamada… El pobre cornudo, mientras tanto, trataba de no creer lo que intuía y permanecía callado y con el volumen de la tele lo suficientemente alto como para no oír nada inconveniente.

Por lo tanto, las visitas a la cocina o cuando, en mitad de la noche, Adrián acudía a la habitación de sus padres con cualquier ridícula y peregrina excusa, y arrastraba a su madre adormilada (mientras Elías, inmóvil, mantenía los llorosos ojos cerrados) para obligarla a acudir a su cuarto, parecía que habían pasado a mejor vida.

El ambiente familiar empezó a mejorar y el buen humor reinaba en el hogar. Elías continuaba con su papel de amo de casa cojo, su mujer trabajaba todo el día y haciendo sus trabajitos sexuales con Rafa para redondear el sueldo, y Adrián era feliz conn su empleo en el gimnasio y ya empezaba a notársele algo más corpulento, entre el ejercicio y los esteroides…

Al matrimonio le pareció perfecto, entonces, que Adrián invitase a cenar a casa a Sergei, su benefactor, un viernes por la noche para celebrar su nuevo empleo. Así, además, su padre volvería a ver a su viejo compañero de curro al que parecían irle tan bien las cosas.

Olga pidió permiso a Rafa aquella tarde y, junto a Elías, preparó una cena con platos típicos de su tierra, después de comprar en un colmado de productos del Este. Y, como no, tiraron por una vez la casa por la ventana y compraron una botella del mejor vodka ucraniano para regar la velada. Un día es un día.

Sergei llegó acompañado de Adrián a las ocho y media de la tarde. Vestía una camiseta muy ajustada, que marcaba toda su musculatura y unos pantalones tejanos. Olga, al verlo, se sorprendió, ya que era un tipo bastante intimidante, con aquel aspecto y aquellos tatuajes en sus brazos. Aunque tenía una gran sonrisa había algo en su cara que lo hacía poco de fiar. Y el instinto de Olga no solía engañarla, aunque dejó pasar la advertencia por el entusiasmo pueril de su hijo y la camaradería sumisa de su marido, que contemplaba al tipo con no disimulada admiración. A fin de cuentas, no dejaba de ser uno de los pocos compañeros de su grupo al que las cosas les habían ido francamente bien y había triunfado en la vida.

Pero hubo otro efecto colateral en el cuerpo de Olga ante la vista de Sergei. Un efecto que ella se ocultó a sí misma y que la avergonzó profundamente. El coño se le humedeció al ver el cuerpo de Sergei. Se puso cachonda sin remedio, igual que cuando se la follaba su jefe, o cuando su hijo la obligaba a chuparle la polla o se la clavaba a lo bestia. Había surgido un extraño deseo de sexo en ella. Era algo irracional y como todas las cosas irracionales, escapaba a su control, así que su solución fue no hacerle caso. Ese era su plan y, evidentemente, esperaba que le funcionase porque la cena iba a ser una celebración familiar y entre amigos. O, al menos esa era la idea…

El caso es que, al margen de la excelente, opulenta y contundente comida hiper-calórica, de la que no quedaron ni las raspas, y que, tanto Sergei como Adrián, devoraron con ganas, el vodka corrió a raudales y la botella especial se quedó corta. Olga no bebió casi nada, pero Sergei, Adrián y, algo menos, Elías, el infeliz cornudo, le dieron fuerte al tema.

A medida que iba fluyendo el alcohol, la cosa se fue desinhibiendo. Adrián empezó a bromear con lo buena que estaba su madre y Sergei entró al trapo, confirmando la aseveración ante Olga que, roja como un tomate de la vergüenza, no podía evitar sentir una pequeña punzada de orgullo al oír a su hijo alabando sus tetas sin tapujos y el hermoso culazo que se gastaba. Incluso, cuando ya iba un pelín alumbrado por el vodka, Adrián cometió alguna leve indiscreción al alabar los labios de mamadora de su progenitora. Elías asistió atónito a las palabras de su hijo, pero las atribuyó a la bebida y se limitó a agachar la cabeza avergonzado mirando el plato y murmurando de vez en cuando “Vamos, vamos, Adrián, no digas esas cosas… por favor…”. El hijo, o no lo oyó o fingió no haberlo oído, porque hizo caso omiso y continuó con su perorata que iba derivando a asuntos cada vez más escabrosos y evidentes, ante los que su madre se unió a las súplicas de su marido y le pidió al chico que cerrase la boca. No obstante, no fue hasta que Sergei le dijo un tajante “¡Calla ya, Adrián…!” que éste cerro el pico al instante. Estaba claro quién era el que cortaba el bacalao…

Olga, aprovechando la vía de escape del silencio, empezó a retirar los platos de la mesa e, inevitablemente, tuvo que colocarse junto a Sergei, para retirar sus cubiertos. Así que éste, ni corto, ni perezoso, aprovechó la coyuntura para pasar su poderosa manaza por su muslo y subirla directamente hasta su hermoso y bamboleante culazo. No fue una maniobra descaradísima pero se dio cuenta todo el mundo, tanto Adrián, que sonreía disfrutando con la situación, como Elías, que no sabía dónde meterse y se limitó a hacerse el tonto. En cuanto a Olga, se quedó obviamente paralizada e intento zafarse de la presión de la zarpa de Sergei. Éste le apretó con fuerza el pandero, estirando la tira del tanga y empezó a explorar con sus gruesos dedos entre el ojete y la parte trasera del coño. En ese momento, Olga desistió y soltó los platos sobre la mesa, tremendamente excitada. El ruido sacó a todos se su ensoñación, paralizando la incursión de Sergeui. La mujer aprovechó para volver a coger los platos y partir para la cocina. Adrián, que veía lo que se avecinaba no pudo evitar soltar una risita.

-¿Otra copa, Elías? –preguntó Sergei sonriente

-Sí… sí… -titubeó Elías a la hora de responder. Cogió la botella y sirvió el último culín en el vaso de Sergei.

-¡Joder, si ya no queda! –dijo Adrián.

-Es verdad –añadió, Sergei mirando a Elías-. Oye, ¿por qué no vas a comprar un par de botellas más de éstas…?

-¿Un… un par más…?

-Sí, sí, hombre… Yo te doy el dinero. Pero trae vodka bueno de esta misma marca. No vayas a traer un Smirnoff asqueroso u otras mierdas… -mientras hablaba, Sergei no le quitaba la vista de encima a Olga, que continuaba recogiendo los trastos del salón y era bien consciente de lo que quería decir esa mirada. Y, si quería ser honesta consigo misma, andaba loca por que el deseo que se deducía de la misma se concretase… ¡Que retorcidas son las cosas!

-Es que… Es que en el súper de aquí al lado sólo hay vodka finlandés y ruso. No tienen del vuestro… -Elías se resistía ante lo inevitable. También veía por dónde iban los tiros.

-Pues vete a la tienda del centro, papá, no cierran hasta las doce y son las diez y media. En una hora llegas… -terció Adrián, que estaba disfrutando con la situación y empezaba a ver lo que se avecinaba.

-Ya, ya… Voy, voy… -Elías tiró finalmente la toalla y se levantó. Sergei, satisfecho, le metió en el bolsillo de la camisa dos billetes de cincuenta euros. ¡Bastante barato por follarse a la jamona de Olga!

-¡Tranquilo, Elías, que será un momento! Ah, y no corras, no vale la pena, te vamos a esperar igual…

Dos horas después, Elías abría con cuidado la puerta del piso. No había tenido mucha suerte con el tráfico y, a la vuelta, no había manera de encontrar aparcamiento. Finalmente tuvo que dejar el coche en un puesto de carga y descarga. Antes de las nueve de la mañana tendría que bajar a retirar el vehículo. Al menos había conseguido el vodka. Dos botellas.

No hizo mucho ruido al entrar, más que nada porque la puerta chirriaba mucho y la vecina de al lado era una chinchosa de mierda y siempre se quejaba por todo. Para su sorpresa, en el salón y la cocina no había nadie aunque las luces estaban encendidas. La más negra de las sospechas le acechó al instante. Cojeando, deposito las botellas en la mesa del comedor, y, mientras miraba a la puerta del dormitorio de matrimonio, que era la única que permanecía cerrada, empezó a oír unos ruidos sordos, algo guturales, que parecían venir del interior. No quiso creer lo que estaba oyendo, pero la realidad era tozuda y se mostró cruelmente en el momento en que se abrió la puerta de la habitación.

La imagen, iluminada por la luz de la mesita de noche, fue fugaz, apenas unos segundos, pero dejó un impacto indeleble en Elías. Fue Adrián el que salió de la habitación y se encontró de frente con su padre. El chico estaba completamente desnudo, su cuerpo delgado y fibroso estaba sudado, como después de hacer un gran esfuerzo, lucía una polla pringosa y semierecta de un tamaño más que respetable, algo que sorprendió a Elías, que tenía una pilila bastante discreta. Para completar la descripción diremos que lucía una sonrisa de oreja a oreja. Una sonrisa satisfecha.

Elías se quedó atónito, pero más aún cuando contempló la escena que se desarrollaba en la cama de matrimonio, bajo el icono religioso que, colgado de la pared, presidía la habitación. Olga, su mujer, estaba de espaldas, a cuatro patas y con el culo completamente empinado. Se podía apreciar perfectamente su vulva depilada desde detrás, algo que llamó la atención a Elías, que hacía años que no veía a su mujer desnuda e ignoraba que ella se rasurase el coño. También había una panorámica de su ojete, bastante enrojecido y dilatado del que emanaban fluidos que bajaban hasta el coño y goteaban sobre la colcha. Era la señal evidente de que le acababan de petar el culo. La mujer estaba con la cabeza agachada entre las poderosas piernas de Serguei, que reposaba apoyando la espalda en el cabezal de la cama, luciendo sus pectorales tatuados, con la cabeza inclinada hacia detrás, jadeaba con los dientes apretados forzando la rubia cabeza de Olga que subía y bajaba comiéndole la polla al agresivo macho.

Ninguno de los dos se percató de su presencia, sólo su hijo que, por cortesía o porque no quería que la pareja pillase frío cerró la puerta con el pie al tiempo que saludaba jovialmente a su pobre padre:

-¡Hombre, qué bien, al fin llega el vodka! ¡Ya era hora, joder! Sí que has tardado…

-Eh… es que… es que había mucho trá… tráfico… -balbuceó un sorprendido Elías que agachó servilmente la mirada mientras alargaba una botella a su hijo.

-Deja, deja… Ponla en la mesa, luego la cojo. Voy a mear. –respondió Adrián, enfilando el camino al lavabo.

Elías, seguía paralizado en el centro de la habitación cuando volvió su hijo, con la bamboleante polla, meneándose rítmicamente a medida que avanzaba. No se atrevía a mirarle directamente. Pero, justo antes de que volviese a entrar en la habitación con la botella, le preguntó con miedo y timidez:

-¿Qué… qué… estáis haciendo, Adrián…? ¿Qué hace tú madre…?

-¿Eh? –Adrián se paró pensativo unos segundos para meditar la respuesta. Valoró hablar con claridad y contarle al cornudo que su mujer era una puta guarra chupa pollas y que era eso exactamente lo que estaba haciendo. Pero prefirió dejar que el pobre Elías sacase sus propias conclusiones y se limitó responder juguetón.- ¡Ah, nada, Sergei le quería enseñar a mamá unas posturas de yoga de las clases que hacemos en el gimnasio! Está muy bien para ganar flexibilidad y eso… A mamá parece que se le da bien. Lo único es que hace un calor infernal en la habitación y nos hemos tenido que quitar la ropa…

-Ya… ya… Voy, voy a sentarme…

-Sí, sí, mejor ponte a ver la tele. Todavía nos queda un rato...

Efectivamente”, pensó Adrián, mientras entraba en la habitación con la botella en la mano, “falta el cambio de tercio. Ahora le toca a Serguei reventarle el ojete a la guarra y que a mí, me coma la polla…

Adrián entró triunfal en la habitación enarbolando la botella de vodka como un trofeo lo que despertó a Sergei de su concentración. Sujetando la cabeza de Olga con una mano para que no aflojase el rítmico y baboso balanceo de la mamada, emitió un rugido alzando la otra mano hacia la botella:

-¡Bien, Adrián, bien, pásamela…! Que la puta de tu madre me está dejando seco y tengo que reponer fuerzas, ja, ja, ja…

Olga escuchaba impotente los comentarios y procuraba concentrarse en obtener la corrida del macho. Estaba empezando a cansarse y lo único que la aliviaba, ahora que su hijo ya se había corrido en su ojete, aunque éste todavía palpitaba de las embestidas del chico, era el suave masaje de clítoris que se estaba dando con la manita que tenía libre. La postura era incomodísima, pero ese placer le servía para sobrellevar una mamada que se le estaba haciendo muy, muy larga… ¡Menudo aguante tenía el puto Sergei! Y encima con aquella polla considerablemente ancha… Estaba deseando que empezase la siguiente ronda en la que se iban a intercambiar los papeles. Podría chupar la polla mucho más asequible de su hijo y recibiría una buena ración de sexo anal con la tranca extra gruesa de Sergei. Le apetecía poner a prueba la anchura y elasticidad de su culo. Era un reto que pensaba superar con nota. Vaya, menudos pensamientos, a ver si al final aquel par de cabrones iba a tener razón… ¡Empezaba a pensar como una guarra! Bueno… Tampoco era tan terrible.

Fue tomar el primer trago de vodka, directamente de la botella, cuando le llegaron los espasmos de la corrida al bueno de Sergei. Soltó la botella sobre la mesita y gruñó con fuerza al tiempo que presionaba a fondo la cabeza de la puta, hasta que los huevos le rebotaban en la barbilla. Olga aguantó, boqueando como pudo, soltando lágrimas y babas como una posesa, mientras notaba los chorros de leche estrellarse contra su laringe. Al mismo tiempo, Adrián, su hijo, sentado frente a la cama, observaba sonriendo la escena, tomando breves traguitos de alcohol, notando como su polla se ponía más y más dura. No veía el momento de sustituir a Sergei y ordenar a su madre que se tragase su anhelante polla.

Al final, tras más de un minuto de corrida y post corrida, Sergei aflojó y, cogiendo a la cerda de los pelos, la separó del rabo. La boca soltó su presa dejando un gran reguero de fluidos, mezcla de babas y semen, que se esparcieron por la todavía rígida tranca del hombre. Sergei colocó la temblorosa y sudada cara de la guarra frente a la suya. La mujer, jadeante, tenía dos gruesos lagrimones surcando su cara, bajo los ojos. Fruto del esfuerzo, el sudor corría por su cara. Su mojado pelo estaba pegado a la frente. Intentó sostener con sus ojos vidriosos la mirada del macho y esbozó una sonrisa parecida a una ridícula mueca. Aunque era una sonrisa sincera y feliz. Estaba orgullosa de su trabajo y quería que Sergei lo supiese. Este, que todavía le sujetaba la cabeza, la meneó como si fuese un pelele y con una risita malévola, le escupió un par de veces, diciendo:

-¡Muy bien, puta, muy bien…! Has hecho un trabajo excelente… Está claro que Adrián tenía razón cuando me habló de ti.
Adrián sonrió orgulloso desde su asiento ante las palabras de reconocimiento de su admirado mentor.
Así comenzó aquel mes infernal para Olga.

Continuará
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heranlu

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Olga y sus Vivencias – Capítulo 03

Hablando crudamente, Olga tuvo que repartir sus solicitados orificios entre los tres machos que la rondaban. Y, aunque parezca increíble, consiguió contentar a los tres y, lo que es más difícil, sentirse ella plenamente realizada como mujer. Bueno, precisando más, como mujer guarra. Porque un pelín de vocación de puta sí que tenía, sí...

En primer lugar, además de cuidar la casa del viejo don Andrés, su único empleo normal, tenía su trabajo de limpieza en casa de Rafa, normalmente tres días por semana. Allí se ganaba realmente el sustento familiar, a razón de un polvete diario. A veces el macho se conformaba con una mamada, o un polvo convencional, pero otros días, estaba más salido que el pico de una plancha y la ponía con el culo en pompa para taladrarle el ojete a placer. Nuestra heroína acabó tomando el gusto al tema y ya tenía el culo más que acostumbrado a recibir caña. Sobre todo en el caso de Rafa, con una polla más bien discreta y que barrenaba sus entrañas sin ninguna dificultad. Cuando Sergei la pillaba por banda la cosa era otra historia…

Después de recibir aquella ración de leche, Olga acudía, como solícita esposa y perfecta ama de casa, a su diminuto, aunque coqueto apartamento. Allí, el cornudo solía tener preparada la comida. Porque el vago de su hijo se pasaba la mañana durmiendo la mona o tocándose los cojones a dos manos. Era un ni-ni de manual. No daba un palo al agua. A veces iba al gimnasio de su colega a echar una mano, pero, normalmente, nada de nada. Sergei no le exigía ni un horario, ni responsabilidades, ni obligaciones. Ya estaba bastante satisfecho con el puente de plata que su ayudante le había tendido a la puta de su madre. Se daba por satisfecho.

Olga, por otra parte, sospechaba que Adrián sacaba pasta trapicheando con hachís por las noches, ya que, después de cenar, salía todos los días y no volvía hasta las tres o las cuatro de la mañana y, además, no se privaba de nada, en relación a la ropa, el móvil y los complementos que usaba, todo de calidad y caro. Ella no le pasaba un duro, bastante justa iba ya, Sergei no le pagaba casi nada, así que el dinero debía de sacarlo de algún sitio. Ni un céntimo de aquel dinero que obtenía Adrián recalaba en la vivienda familiar, donde el único ingreso vital seguía siendo el que la sufrida madre de familia conseguía con el sudor de su frente… y de otros sitios.

El único que, asumiendo su ingrato papel, se portaba bien, era su pobre esposo. Elías oportaba su humillante cornudez con la actitud de los tres monitos: ver, oír y callar. Al menos, pensaba Olga, el bueno de Elías no daba el coñazo con quejas ni nada. Eludía los conflictos y disimulaba. ¡Pobre cabrón! Aunque solo fuese por esa actitud pasiva y poco conflictiva, Olga procuraba tratarlo bien. No como el hijo de puta de Adrián, que no perdía la ocasión para putearlo y reírse de él. En fin, “cría Cuervos”...

Habitualmente, después de comer como una familia unida, llegaba el momento de 'hacer la siesta'. Una rutina inalterable que el sinvergüenza de Adrián se había encargado de instaurar. En el caso del padre, la frase tenía un sentido literal. Y eso era lo que hacía, apalancado en el sofá viendo Saber y ganar en el sofá y el documental de animalitos que tocase luego. La zorra de su mujer y su hijo, por su parte, se dirigían a la habitación de matrimonio y, sin preocuparse demasiado de la escandalera que liaban se ponían a follar como mandriles en celo.

Después de la siesta, Elías recogía la mesa y arreglaba la casa mientras la pareja permanecía haciendo, esta vez sí, la siesta de verdad en la habitación hasta las seis o las siete de la tarde. Afortunadamente, Elías nunca tuvo la tentación, ni la necesidad de entrar al dormitorio. Encontrar allí, sudorosos y acaramelados a los dos amantes podría haber resultado más humillante de lo estrictamente necesario. Como suele decirse, si no miras, no duele… La mayoría de los días, cuando salían de la habitación, Elías ya había abandonado la casa camino de su nuevo empleo. Un trabajo que le había conseguido su generoso amigo Sergei.

El entrañable Sergei, siempre atento a la hora de ayudar a los viejos amigos, había hecho una oferta de empleo a Elías que éste no dudó en aceptar. Como el gimnasio era de estos en plan low cost, cutre sí, pero low cost, tenía apertura las 24 horas. De noche no había clases con monitor, pero los socios podían acudir a usar máquinas o hacer rutinas de ejercicio. Así que, nuestro entrañable ucraniano, decidió crear un puesto de trabajo ad hoc, de recepcionista para que el bueno de Elías pasase las noches, le puso un horario de 20:00 a 6:00, sentado en la recepción, viendo la tele y saludando a los que entraban. Un auténtico sin sentido, sabiendo que el local llevaba años abierto las 24 horas sin nadie por la noche, salvo el personal de limpieza, y que los socios entraban en el local usando sus propias tarjetas. El objetivo, era obvio para todos, salvo para el bueno de Elías, que no dejaba de agradecer entusiásticamente a Sergei su generosidad. En cuanto al sueldo, bueno, era una mierda y, para más inri, le dijo que no podría pagarle hasta de aquí a dos meses, ya que ahora le vencían unos plazos de la maquinaria que había comprado para renovar el gimnasio y andaba un poco justo. Elías se lo tragó, qué remedio. Sergei, simplemente, había dejado ese plazo por si se cansaba de Olga. Para no gastar en follársela más de lo estrictamente necesario… ¡Un perla, vamos!

Así que por la noche, para rematar el día, aprovechando que el cornudo estaba currando, aparecía Sergei, siempre preparado para la acción. Y, si venía con ganas de hacer vida hogareña, cenaba. A veces con Adrián, mientras Olga, vestida como una puta barata, les servía la cena y permanecía de pie, junto a ellos, atenta a sus indicaciones. Otras veces, cuando Adrián salía de juerga o tenía alguna tarea por ahí, cenaban solos. Aunque, eso sí, exigía un comportamiento, obediente, sumiso y lascivo, a la que él llamaba su putilla rumana

Después de cenar, Sergei se apalancaba en el sofá a reposar un rato fumando un buen puro o un porro, según el día, mientras Olga le servía una copa y se acomodaba humildemente a su lado. Cuando también estaba Adrián, éste se quedaba en el sillón de enfrente, mirando chorradas en la Tablet o zapeando en la tele. Invariablemente, Sergei acababa indicando a la putilla que le bajase la bragueta y empezase una buena mamada como precalentamiento. Estuviese o no Adrián frente a ellos, Olga obedecía sumisa. Había perdido la vergüenza y la escasa dignidad que le quedaba, hacía ya tiempo. A pesar de que la buena mujer llegaba muchas veces a esas horas de la noche con dos o tres polvos en su haber, le resultaba inevitable excitarse ante la tranca de Sergei, sin duda la más gruesa y dura de sus tres amantes. ¡Sí, el tamaño importa!

Al bueno de Sergei le divertía dejar la jeta de Olga bien embadurnada de leche por lo menos un par de veces por semana. La cosa tenía sentido para un tipo tan retorcido como él. Sobre todo cuando había encargado algo de comida a domicilio, una pizza, comida china, japonesa, cualquier cosa. En el fondo era lo de menos. Lo gracioso era mandar a la puerca, con los churretones de leche goteando por toda la cara, a abrirle la puerta al afortunado repartidor (o repartidora) que se quedaba atónito y pasmado ante aquella cerda jamona vestida únicamente con braguitas tanga y un sujetador dos tallas pequeño, que recogía el pedido rezumando sexo por todos sus poros, con la prueba indeleble del esperma en su cara...

Adrián solía permanecer impasible ante el espectáculo que le daba su puta madre. A veces se empalmaba, pero tenía que conformarse con pajearse, salvo que Sergei tuviera el día generoso y decidiera hacer un trío para compartir a la guarra, como en aquel primer día. Normalmente, el joven se piraba y los dejaba a lo suyo.

La mamada de precalentamiento podía prolongarse tranquilamente media hora, ya que a Sergei le gustaba tomarse las cosas con familiar tranquilidad. Se sentía como en casa. Apuraba la copa y el porro con parsimonia. En ocasiones, hablaba por teléfono o miraba algún partido de fútbol y hasta que éste no acababa, no empezaba la segunda parte de su velada con su guarra.

Cuando estaba muy excitado se corría en la boca de la puerca. Siempre sin avisar y sujetando la cabeza para que engullese bien toda la cuajada. Después, le hacía abrir la boca frente a él, para comprobar que no quedaba nada y había tragado toda su leche. Olga, a la que la leche de Sergei, espesa y abundante, le recodaba el yogur líquido, ni se inmutaba y obedecía con gusto. Se había acostumbrado a masturbarse mientras chupaba pollas y tenía una habilidad especial para simultanear sus orgasmos con las corridas de sus amantes. Aunque con Sergei eso era bastante complicado, cuando tenía el día cabrón la obligaba a permanecer con las manos a la espalda mientras meneaba su cabeza a su antojo, como una muñeca.

Después de aquel preámbulo de sofá, tocaba el remate de la velada en la habitación de matrimonio, nuevamente preparada para recibir huéspedes, tras la sesión vespertina con Adrián… Sergei, que, afortunadamente, estaba casado y con hijos, tenía hora de partida y no solía quedarse más de una hora o dos, así que Olga sabía que en breve podría descansar después de un día tan intenso. El tipo, por tanto, evitaba los romanticismos e iba directo al grano. Y el grano solía ser una buena follada por el culo, con corrida allí mismo, en las entrañas, o embadurnando la jeta de la puerca. Después, venía una buena limpieza bucal de sable, un lametón en el ojete y ¡hala, para casa, bien follado! ¡Qué dura es la vida de los emprendedores! Como diría el poeta…

Después, Olga, reventada y bien follada, se quedaba dormida en aquella cama con las sábanas sucias y pringosas de leche de sus amantes. Elías ya sabía que, al día siguiente, cuando se levantase a media mañana, su tarea inicial era poner a lavar la ropa de cama, que apestaba a sexo, siempre con aquellas manchas sospechosas, y poner sábanas nuevas, debidamente perfumadas para la siesta del día siguiente. Menos mal que ignoraba si había algún inquilino más, aparte de su mujer y su hijo en aquella cama. O, tal vez sí que lo sabía…

Tanto trasiego, en una mujer que con cuarenta y dos años, todavía era fértil, acabó teniendo consecuencias. Y eso que Olga tomaba anticonceptivos y tal, y cual… Pero… Algo pasó. Un fallo. Esas cosas pasan. Tuvo una falta y, rápidamente, con la tremenda regularidad que tenía en su periodo, intuyó que algo no iba bien. Compró un Predictor en la Farmacia y el resultado fue concluyente. Repitió la prueba e ídem. Llevaba un mes follando todos los días dos o tres veces. Estaba súper ajetreada y, con el estrés, los nervios y la constante excitación que la embargaba, era bien probable que se hubiera dejado algún día sin tomar la píldora.

Aquel contratiempo era un verdadero problema para ella. Sé que puede parecer contradictorio pero Olga era tremendamente religiosa y estaba radicalmente en contra del aborto. Así que el problema era bastante serio, porque en sus planes nunca entró el de perder el niño.

Analizando las opciones se percató, tampoco hacía falta ser un lince, de dos cosas. En primer lugar, no tenía ni puta idea de quién de sus tres amantes era el padre. En segundo lugar, difícilmente podía colocarle el mochuelo a Elías. Llevaban años sin follar. Sí, podía montar un paripé y echar un polvo con él para luego cargarle con la paternidad del bebé, era algo que moralmente no le suponía el menor problema, a fin de cuentas, no era mucho más perverso que lo que estaba haciendo actualmente, poniéndole los cuernos con tres tipos distintos, uno de ellos su propio hijo. Pero, estaba convencida de que no iba a conseguir levantarle el pito. Tras tanto tiempo sin follar estaba convencida de que, quizá por el accidente, quizá por la medicación que seguía tomando para el dolor crónico de la pierna, Elías era impotente. Salvo milagro, era virtualmente imposible colocar el hijo a su esposo.

Desconcertada, al final, Olga se encontró en la tesitura de tener que pedir ayuda. Y la única persona en la que mínimamente confiaba era en Rafa. Al menos, éste pagaba por follársela y la trataba con respeto y de tú a tú. Era lo más parecido a un amigo que tenía, así que se decidió a plantearle el problema.

Tras contárselo y añadir a la información que el aborto estaba descartado por motivos éticos y religiosos, Rafa lo único que atinó a decir fue:

-Mira, Olga, entiendo tu problema y voy a ver si se me ocurre una forma de ayudarte, pero, si lo que pretendes es separarte y que me case contigo o algo así, ya te lo puedes quitar de la cabeza... Sabes que tengo novia y…

-¡No, no...! -interrumpió Olga.

-¡Pues claro que no...! Además, a saber de quién es el crío... Con el trajín que llevas...

-No, Rafa, no... Si ya lo sé... Pero es que, con tantos polvos... Es posible que me haya despistado con la píldora... Y todos os corréis dentro...

-Sí, bueno, pero yo casi siempre en el culo...

-Casi... Tú lo has dicho...

Se estableció un silencio incómodo entre ambos, que Rafa interrumpió, viendo la cara desolada de Olga, todavía con churretones de leche reseca del último polvo. Tan abatida estaba que ni siquiera se había limpiado la corrida de su amante.

-Olga, ¿de cuánto estás?

-De un mes, más o menos...

-¿Porque no te follas a Elías y luego le cargas el mochuelo...?

Olga rió amargamente, antes de contestar.

-¡Joder, Rafa, qué cosas tienes! No folla os desde hace años, desde antes del accidente... Estoy segura de que ya ni se le levanta. Con toda la medicación que toma, menos aún. Además, si quieres que te diga la verdad, el pobre ahora hasta me da un poquito de grima... Como asquito. Y él tampoco es tonto. Se iba a dar cuenta enseguida de qué iba el asunto... Eso si se le levantase, que lo dudo.

-Pues no sé... Porque con los otros dos no tienes nada que rascar... Sergei está casado y tu hijo... Bueno, es evidente.

Pasaron unos segundos en silencio, hasta que a Rafa se le encendió la bombilla.

-Escucha, Olga, se me está ocurriendo una idea. Es un poco descabellada, pero...

Olga le miró e, interesada, le incitó a continuar:

-Dime, dime, soy toda oídos...

-He pensado en mi padre...

-¿Don Andrés...? ¡Pero...!

-Sí, sí... Siempre me has dicho que te parecía que le gustabas. Incluso al principio, cuando todavía estaba mi madre viva. Que te miraba de aquella manera… Tú me entiendes.

-Sí, bueno, eso me parece. Pero antes estaba casado y, además, ya sabes que es muy religioso, un hombre de otra época...

-Sí, claro. Pero ahora está viudo. Y aunque sea tan religioso y de otra época, no deja de ser un hombre. Ya sabes lo que dicen de las tetas y las carretas, ¿no?

-Sí, sí, lo sé...

-Sólo tendrías que divorciarte...

-Separarme. O, ni eso, irme. No estamos casados. Sólo nos fuimos a vivir juntos. Es una larga historia ¡Cosas de rumanos, ja, ja...! Pero, de todas formas, el viejo tampoco querría cargar conmigo y con un crío que no es suyo, así por la cara. Es buena persona, pero tampoco tanto.

-Bueno, ¿y si el niño fuese suyo...?

-¿Ehhhh...? ¿Qué estás maquinando...?

-Se trataría de follártelo y que se corriera dentro. Luego lo camelas con lo del embarazo. Mandas al cuerno a toda aquella purria de tu "marido", el vago de tu hijo y el cabrón del gimnasio. Te casas con mi padre, empiezas a vivir a lo grande como una reina, que te lo has ganado, tienes un parto "prematuro" y yo tendré un hermanito (o un hijo, no se sabe). Y aquí paz y después gloria.

Los ojos de Olga brillaban de emoción. El plan era ciertamente descabellado, pero tampoco se perdía nada por intentarlo. Aunque se intuía, así, a simple vista, que no iba a ser nada fácil.

-No es por poner pegas -comentó Olga-, pero tú te das cuenta de que tu padre tiene más de 70 años, ¿te parece que se le levantará todavía?

-Eso es fácil de arreglar... Ahora te cuento cómo lo podemos organizar. Y tenemos que darnos prisa, porque el embarazo no espera...

Olga no tenía muy claro que el plan de Rafa para engatusar al viejo funcionase. Estaba convencida, eso sí, que Don Andrés sentía algún tipo de atracción hacía ella. Pero parecía más bien una especie de pulsión romántica y reprimida, como de viejo enamorado. Algo en plan sensible y otoñal sin la más mínima intención sexual...

Pero, ante la insistencia de Rafa y la falta de alternativas viables para colocar al bebé que esperaba, decidió probar con el viejo. En el peor de los casos la rechazaría educadamente, en el mejor, tendría que pasar por el mal trago de follarse a un tipo que le daba más bien asquito pero, con una vez bastaría y el posible beneficio compensaba de sobras la grima que pudiera sentir.

Como el viejo era traumatólogo, aunque estuviera retirado, aquella mañana se presentó en su piso con el cuento chino de que tenía una lumbalgia en la parte baja de la espalda que le estaba haciendo la vida imposible, desde hacía un par de días. ¡Un clásico, vamos!

El viejo la escucho atentamente, como de costumbre, mientras mojaba magdalenas en el café con leche que ella le había preparado como todas las mañanas. Bien cargado de azúcar, tal y como a don Andrés le gustaba. Al menos, el viejo no tenía el azúcar en sangre alto. El resto del pack (hipertensión, colesterol, debilidad cardíaca, etc.) lo cumplía a rajatabla. Eso sí, Olga había tenido el detalle de machacar tres Viagras y disolverlas en el café, para facilitar el asunto, tal y como le había sugerido Rafa. Confiaba en sus encantos, pero la química podía garantizar los resultados. Tal y como le había insistido Rafa: "Tú hazme caso, Olga, con esto se le pondrá la pollita como un garrote y no tendrás que currárselo mucho..."

Así que Olga contemplaba con una pizca de ansiedad al bueno de don Andrés mientras mojaba plácidamente las magdalenas en el cóctel de café y Viagra.

El viejo sonreía asertivamente oyendo las quejas de Olga. Contemplaba su cuerpo bajo la bata azul celeste de trabajo y cómo, encorvándose, inclinada hacia delante, la jamona se masajeaba las lumbares indicándole el foco exacto del dolor.

El viejo, no tardó en morder el anzuelo. Todo lo que pudiera hacer para ayudar a la mujer le parecía estupendo. Sentía un gran aprecio por ella. Un aprecio que creía correspondido. Y esa era la imagen que Olga había sabido transmitirle desde tiempos inmemoriales. Cuando ella era buena, por así decirlo.

-Pues mira, Olga, si quieres te echo un vistazo. Seguramente es una contractura o algo así. Pero mejor te lo miro y lo confirmamos.

-¡Gracias, don Andrés! No sabe lo agradecida que le estoy...

-Nada, nada, mujer... Ya sabes que para mí eres como de la familia. Si quieres, como ya no tenemos la camilla de la consulta, podemos mirar la espalda en la cama de la habitación de invitados, que es bastante alta.

-Como usted diga don Andrés...

-Perfecto, Olga, si quieres ve para allá y te vas colocando... Me voy a poner la bata... - parece que el viejo se animaba recordando los viejos tiempos y quería dar un tono profesional a la consulta, con su batita blanca y todo. Por otra parte, don Andrés, sin saber la causa, estaba empezando a notar un curioso hormigueo en sus partes pudendas que no sabía exactamente a qué obedecía. La sobredosis de pastillas empezaba a hacer su efecto.

-¿Le espero allí, doctor...?

Volver a oír la palabra doctor emocionó al viejo que, inmediatamente, tuvo otro subidón de autoestima.

-Por supuesto, Olga. Te puedes tumbar boca abajo en la cama, sin la bata. Te miraré la espalda a ver.

¡Bingo!", pensó Olga, "Esto va a ser pan comido..."

Cinco minutos después, Olga estaba tumbada boca abajo en la cama de invitados, con la cara vuelta hacia la puerta. Había dejado la bata colgada en una percha y estaba desnuda, con las tetazas rebosando por los lados y un minúsculo tanga que no dejaba nada a la imaginación. El culazo, con un par de tatuajes guarros, un dragón y una serpiente en cada nalga, pedía polla a gritos. Un tribal sobre el culo completaba la decoración. Cosas de Sergei, al que le gustaban esas cosas y la había convencido para hacérselos. Al principio no quería, pero luego estaba encantada con el resultado. Todos estaban encantados, Sergei, por supuesto, Adrián, e incluso Rafa, que disfrutaba como un niño viendo balancearse el dragón y la serpiente cuando le taladraba el culo a cuatro patas. La estampa era morbosa a más no poder.

Esta era la imagen que se encontró el bueno de don Andrés al entrar en aquella habitación. Una imagen que enseguida dio sentido al hormigueo que cada vez se intensificaba más en su pollita. Inmediatamente, se le puso morcillona, con un deseo que no había experimentado nunca y que le avergonzó terriblemente. Rojo como un tomate, tal y como pudo constatar Olga, entró en la habitación y se quedó paralizado ante aquel cuerpo de hembra cachonda.

-Hola, don Andrés, me duele más o menos por aquí... -Olga se señaló la base de la espalda, justo en el tribal que tenía tatuado sobre el culo.

El viejo, entre asustado y asombrado por su reacción física ante el cuerpo de la mujer, empezó a sudar la gota gorda y acercó tímidamente la mano al culo de la mujer, palpando, delicadamente el final de su espalda, mientras miraba el pandero tembloroso de la hembra.

Olga, consciente de la situación, decidió forzar la máquina y alzó su culo, al tiempo que decía:

-Casi mejor me quito esto… -con los dedos estiró de la tira del tanga hacia abajo. -¿Me ayuda, don Andrés…?

-Sssí… sí… claro.

El doctor salió de su ensoñación y, agarrando delicadamente con los dedos la cinturilla del tanguita de la cerda, intentó bajarlo, aunque el poderoso pandero de Olga se oponía como una barrera infranqueable. La erección ya era visible en su entrepierna. Olga se percató de ello y sacó toda su artillería.

Viendo que el pobre y aturullado viejo no acertaba a bajarle el tanga, se puso de lado y colaboró con la tarea. De paso le mostró al anciano una perfecta panorámica de su tetamen y, cuando se bajó la prenda, una imagen de su depilada vulva, que Olga ya se había encargado de lubricar previamente, de tal modo que don Andrés, atónito, se quedó babeando literalmente y con la boca abierta.

En vista del impasse, que no parecía que se fuese a romper por parte del paralizado viejo, la mujer tomó la iniciativa y, después de quitarse el tanga, se sentó en la cama y agarró al hombre de la mano. Este, pasivamente, se dejó hacer. Olga, a pesar de sus reparos, le besó en los labios y le introdujo la lengua en la boca. Un beso inesperado al que el viejo respondió con bastante torpeza, enroscando su lengua en la de la mujer. Se notaba que no tenía demasiada práctica. Seguro que con su esposa no pasó de algún piquito inocente, sin lengua, tipo película de los años cuarenta.

Poco a poco, don Andrés se fue dejando hacer. Olga le palpo la pollita por encima de la ropa y se dio cuenta de dos cosas: una, el tamaño era bastante escaso; y dos, el tipo, en vista del gemido que pegó cuando ella le palpo el miembro, estaba tan excitado que era capaz de correrse incluso antes de consumar el acto. Tras ese análisis, Olga decidió acelerar el proceso y, pasando de quitarle toda la ropa, se limitó a abrirle la bata, quitarle el cinturón y bajarle los pantalones antes de que el asunto se diluyese en una corrida inesperada.

Don Andrés vivía todo como en una nube, tenía una sensación de irrealidad, como si lo estuviese viendo todo desde fuera. Era evidente que esa enajenación estaba anulando su voluntad y que era Olga la que tenía que manejar sus actos. Exactamente lo que hizo la jamona.

Olga se tumbó en la cama con las piernas por fuera, con don Andrés colocado entre ellas, cogió la pollita con la mano y se la acercó a la entrada del coño. Después, ante la pasividad del hombre que seguía flotando en su nube, lo cogió de las manos y forzó un golpe de riñón para consumar la penetración agarrando el cuerpo del viejo con sus piernas cruzadas.

Don Andrés cayó jadeando sobre la hembra y, entonces sí, empezó un movimiento rápido de vaivén, muy al estilo conejo, al que Olga colaboró con sus piernas cruzadas. El hombre, que era bastante enclenque y debilucho, jadeaba espasmódicamente, mientras se movía con tan alarmante falta de ritmo que hizo pensar a nuestra protagonista que le iba a dar un telele de un momento a otro. “¡Lo único que me faltaba…!”, pensó Olga.

Pero no. El trance fue rápido e indoloro, como suele decirse. Don Andrés no duró más de treinta segundos, antes de vaciar el contenido de sus pequeños huevecillos en el coñete de la jamona. Una corrida bastante pobre y acuosa, tal y cómo percibió minutos después Olga mientras se aseaba en el bidet del lavabo. Nada que ver con los espesos churretones a los que la tenían acostumbrada sus tres machos.

Aunque, para lo que necesitaba el polvo, el objetivo estaba conseguido. Había salido corriendo al baño nada más correrse el viejo y lo había dejado, sin demasiados remordimientos, gimoteando arrugado sobre la cama, recuperándose de la sorprendente experiencia que acababa de vivir.

Al salir Olga, don Andrés ya se había vestido. Rojo como un tomate y completamente avergonzado por lo ocurrido, intentó musitar algún tipo de explicación o disculpa. Que si no sabía qué era lo que le había pasado, que si él no era ese tipo de hombre, que esperaba que esto no supusiera el fin de la amistad con Olga, que no volvería a hacer nada igual si ella se lo pedía, y un largo etcétera de disculpas variadas.

Olga, alternando la cara de póquer con la de preocupación, evitó hacerse la víctima en exceso, aunque no olvidó recalcar que había sido don Andrés el que la había forzado. Dijo esa palabra, y no violado o algo similar, para no asustar al viejo. Además, trató de dejar una salida a los remordimientos del hombre, aludiendo a su soledad, su viudez y que, a fin de cuentas, no dejaba de ser un hombre sano con sus necesidades y tal, y tal… Esto último lo decía mordiéndose la lengua. El sarcasmo parecía a punto de aflorar, pero Olga contuvo…

Finalmente, Olga le dijo que por su parte la cosa estaba olvidada y que no se preocupase, que no se lo contaría nada a nadie. Sobre todo que no diría ni una palabra a su hijo, para no malograr la imagen de perfección que tenía de su padre... ¡Más ironía! Si el bueno de don Andrés, supiese el tipo de hijo que tenía realmente, y que había sido Rafa el que había ideado el retorcido plan para convertirla en su madrastra

Cuando Olga salió de casa, don Andrés seguía todavía paralizado en la habitación junto a la colcha de la cama que casi ni se había arrugado después de aquel polvo fugaz. El único polvo que iba a echar con la que, apenas un mes después, se convertiría en su esposa, embarazada de mellizos.

Después de aquel día, en ausencia de Viagra, no volvió a tener una erección, lo que ayudó bastante a Olga en su plan de evitar tener relaciones sexuales con él. Ella no tenía la más mínima intención de volver a acostarse con don Andrés, así que su impotencia y la delicada salud del viejo se convirtieron en sus aliados en ese sentido.

Eso sí, al margen de dormir en habitaciones separadas y de que le empezó a poner los cuernos, con Rafa y otros amantes, prácticamente desde el día de la boda, siempre procuró ser respetuosa con el viejo y tratarlo con corrección, evitándole además, el mal trago de lucir la cornamenta (a sabiendas). Fue discreta con su vida privada y se limitó a disfrutar de su nueva vida de rica. A fin de cuentas se lo debía. El hombre asumió su responsabilidad y apechugó con el embarazo. Olga siempre recordaría el día le confesó al asustado viejo que estaba embarazada. Éste se tragó a pies juntillas que todo se debía a aquel polvete de chichinabo que echaron en el cuarto de invitados. Era un inocentón. Pobrecito.

Además, aceptó casarse con ella y asumió, con sorprendente entusiasmo, la idea de volver a ser padre. Puso a disposición de su nueva y flamante esposa el mejor tratamiento médico posible (por la edad no dejaba de ser un embarazo de riesgo, aunque luego fue como una seda). La convirtió en heredera de todos sus bienes… etc., etc… Un chollo, vamos.

En cuanto al resto de su familia, las cosas tampoco es que resultaran demasiado traumáticas para Olga. El afecto que antiguamente había sentido por Elías, se había ido diluyendo poco a poco desde que tuvo el accidente y pasó a ser más un objeto que un sujeto en su vida. La dependencia que tenía el cornudo de ella y el tener que ser ella misma la que llevase todo el peso del hogar y la hipoteca fueron minando los restos de cariño que aún quedaban.

Los últimos tiempos, con un hijo cabrón y dominante que se había convertido en el dueño de su cuerpo y el déspota amo y señor del domicilio y con un amante que venía casi todas las noches para usarla a su antojo, como si fuera de su propiedad, habían acabado por hartarla.

Sí, Olga se corría como una bestia, el sexo era cachondo y brutal con ambos, pero era una vida sin futuro y sin sentido. Era un túnel del que tenía que salir y aquel absurdo y sorprendente embarazo se convirtió en el billete de salida.

Olga, tras conseguir el compromiso de matrimonio firme por parte del viejo, se plantó un día en el diminuto piso que compartía con Elías y su hijo, con el coche de Rafa aparcado abajo y llenó un par de bolsas de viaje con sus cosas. Sobre todo ropa y objetos personales. Nada de fotos, fetiches y recuerdos. No quería nada. Sólo romper con el pasado.

Era un día a media mañana. Adrián estaba durmiendo en su habitación, su pocilga, más bien, y no se enteró de nada. Elías, recién levantado, la vio rebuscar en los armarios y preparar las bolsas. Ya casi no hablaban nada más que lo estrictamente necesario. Esta vez, sorprendido por el trajín, le preguntó qué hacía. Olga, sin dejar de preparar los bártulos, le contestó con desgana:

-Pues nada, Elías, que me voy. Me largo. Os quedáis solos.

-¿Eeeeeeh..? –el sonido salió gutural y gimoteante de la garganta de Elías. Olga, no tenía intención de dar demasiadas explicaciones, pero le venció la lástima y completó la información.

-Me voy a casar, Elías, con don Andrés. Así que os dejaré tranquilos que os las apañéis vosotros. Y no pongas esa cara, al menos ahora tienes trabajo y podrás pagar los gastos de la hipoteca y eso… -había obviado la cuestión del salario; que Elías todavía no había cobrado un duro de Sergei. Y nunca lo cobraría…-En cuanto al sinvergüenza de Adrián que se espabile de una puta vez y deje de rascarse los cojones días sí y día también…

No hubo más explicaciones, terminó de llenar las bolsas y dejó a Adrián sobando y al pobre Elías llorando en el salón. Sonrió para sus adentros al pensar en la cara que pondría el cabrón de Sergei cuando llegase esa noche a casa y no estuviera esperándolo. Seguro que al día siguiente despedía al pobre Elías. ¡Alguien tenía que pagar el pato! Cerró la puerta de un portazo y se despidió de su vida anterior. Un nuevo y brillante futuro le esperaba. O, al menos, esa era la idea.

Continuará
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heranlu

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Olga y sus Vivencias – Capítulo 04
Olga seguía teniendo un tipo espléndido a pesar de haber cumplido ya los 52 años. Teniendo en cuenta que durante ese tiempo se había dedicado básicamente a sí misma, a cuidar su cuerpo, con ejercicio, cirugía y buena alimentación, el resultado estaba cantado. De hecho, se dedicó básicamente a disfrutar de la fortuna de su esposo, del sexo con sus amantes esporádicos sin descuidar, claro a está, la relación con Rafa, ahora convertido en hijastro, con el que seguía follando ocasionalmente.

El embarazo y el parto fueron como una seda y los mellizos, niño y niña, que tenían ya nueve años, los habían criado sucesivas asistentas con la entusiasta colaboración de Andrés, su presunto padre. El viejo asumió gustoso ese papel, ya que el de buen marido era imposible que lo desempeñase, por edad y vitalidad. De hecho, cuando tenían que acudir a alguna cena o algún acto como matrimonio, la mayoría de la gente que no estaba avisada pensaba que eran padre e hija. Tal era la impresión que daban, Andrés, cada vez más avejentado y achacoso, pasando de largo los setenta años y Olga, madura, pero atractiva, con las tetazas turgentes, siempre marcando un escote pronunciado y luciendo vestidos o conjuntos bastante provocativos. De hecho, del mismo modo que su presencia en los actos era deseada, secreta o abiertamente por el personal masculino, era odiada por las féminas, fieles esposas de los asistentes, envidiosas de su aspecto y del efecto galvanizador que ejercía su físico en aquellos respetables personajes de la alta sociedad local.

Tras aquel último portazo a su pasado, hacía ya diez años, Olga había roto amarras con su pasado y se preocupó bien poco por tener noticias de su antigua familia. No pudo evitar saber por la prensa que Adrián, su hijo, había estado entrando y saliendo de la cárcel como Pedro por su casa, debido a trapicheos con droga, intento de proxenetismo y toda una serie de pequeños delitos que se iban acumulando sin solución de continuidad en su deplorable currículum. Su última trapisonda fue un patético intento de chantaje para sacar pasta a don Andrés, indicándole el verdadero calado de la mujer con la que estaba casado. Pero el muy tarugo lo hizo de una manera tan deplorable que bastaron un par de matones contratados por Rafa para, tras darle una buena paliza el día en que se suponía que iba a cobrar el dinero de la extorsión, disuadirlo por siempre jamás de intentar arruinarle la vida a su santa madre.

De Elías, Olga perdió completamente la pista. De haberse informado habría sabido que, sin ingresos, sin oficio, ni beneficio, acabó perdiendo el piso y con una deuda con el banco. Tuvo que recurrir a la mendicidad y a vivir en un albergue municipal para indigentes, hasta que, harto de los largos y fríos inviernos de la capital, decidió partir al sur, hacia la costa, donde continúa pidiendo limosna en la puerta de las iglesias y durmiendo en cajeros, en los bancos de los parques en verano y en refugios para pobres en invierno. Cualquier día dejará este mundo con la misma discreción con la que vivió su cornamenta.

Sergei es el único al que las cosas siguieron yendo de la misma manera. Bueno, maticemos, sus negocios mejoraron y abrió dos gimnasios más, especializados en artes marciales, su especialidad. Desgraciadamente, su vida personal no siguió los mismos derroteros, y acabó divorciado de su mujer, que, sospechando sus infidelidades, contrató un detective y descubrió que se la pegaba día sí, día también. Así que, parte de los beneficios de la ampliación del negocio de Sergei acabó como pensión para su ex mujer y su hija convertida, a estas alturas, en una preciosa adolescente.

Así las cosas, Olga se dedicaba, como ya hemos dicho, al dolce fare niente, mientras su esposo, llevaba una vida reposada, cuidando de los niños y dedicado a la lectura, a escuchar música (clásica) y a otras actividades tranquilas de jubilado.

Desgraciadamente, aquel plácido periodo para Andrés acabó abruptamente a causa de un ictus que lo dejó prácticamente paralizado de un lado, con dificultades para hablar (se veía obligado a expresarse con unos balbuceos que había que saber interpretar), y obligado a usar silla de ruedas. Aquel nivel de dependencia llevó al matrimonio a contratar ayuda externa. El viejo necesitaba ayuda para ir al servicio, asearse, para comer y para las más simples tareas cotidianas y Olga, pudiendo pagar, no estaba dispuesta a encargase ella. Si le daba asquito darle hasta un mísero beso al viejo, de limpiarle el culo ya ni hablemos... Menos mal que el bueno de Andrés, como hormiguita que era, tenía un buen capital ahorrado y la contratación de un cuidador no supuso ningún problema.

Pensaron en contratar una chica, pero Olga y Rafa pronto desecharon la idea, al ver el estado de Andrés y la necesidad de fuerza física para cuidarlo, vestirlo, lavarlo, colocarlo en la silla, etc. Así que optaron por un joven, colombiano, de unos veinticinco años que les recomendó la agencia.

Críspulo, que así se llamaba el chico era un joven alto y muy fuerte. De hecho, según les contó en la entrevista, era culturista y estaba realizando este tipo de trabajos provisionalmente, hasta que pudiese convalidar sus estudios de INEF y empezar a trabajar como monitor de gimnasio en España.

El chico les cayó bien a ambos y fue contratado inmediatamente, quedando interno en la casa. Olga estaba encantada con él y a los chicos les gustaba también un montón. Incluso Andrés parecía contento.

Bueno, Andrés estaba contento hasta el día, dos semanas después de la contratación en el que entró con las silla de ruedas eléctrica que acababa de estrenar en el salón (¡joder, debería haberse quedado en la cocina, mirando Saber y ganar en la televisión mientras terminaba de digerir la comida, tal y como hacía cada día!) y se encontró de frente a Críspulo despatarrado en el sofá, con los pantalones en los tobillos, y a Olga arrodillada a su lado, sobre el sofá, con la mano de Críspulo reposando en su culo y los dedos entrando entre sus nalgas (si hubiera afinado la vista se habría dado cuenta de que el índice entraba bien a fondo en el ojete de la jamona), y la cabeza de la puerca subiendo y bajando rítmicamente mientras la polla, una polla gruesa y negra, entraba y salía de su boca dejando un intenso reguero de saliva.

La emoción fue demasiado intensa. Al pobre viejo le dio un infarto y se quedó frito, sin emitir ni un triste quejido. Lo más cutre del asunto fue que ni Críspulo, que estaba disfrutando de la mamada con los ojos cerrado, ni Olga que estaba de lado y concentrada en saborear el rabo del joven, se dieron cuenta de lo que acababa de ocurrir hasta que el joven se corrió a borbotones y abrió los ojos.

Olga, asustada por el grito del joven, giró la cabeza, de la que se escapaba el reguero de la leche que no había podido engullir, y se llevó las manos a la cara, asustada ante la desgracia.

El viejo todavía respiraba. Rápidamente, llamaron a una ambulancia que se llevó al hombre al hospital. Todavía aguantó algún tiempo en la UCI, más de lo que esperaban los médicos, pero inevitablemente, llegó el fatal desenlace.

Fue una pena. Dos días después se celebró el funeral.

La ceremonia fue tan aburrida como había sido su vida. Larga, monótona, tediosa y previsible.

Tanto Rafa, como único hijo, como Olga, en su papel de desconsolada viuda, vestidos de luto riguroso, compartieron el primer banco de la iglesia, reservado a los parientes. Y tuvieron que soportar el larguísimo cortejo de gente dando el pésame. Sí, el viejo era un tipo popular. Un buenazo, vamos. Uno de esos tipos inofensivos que le caen bien a la todo el mundo.

Así que la cosa, que podría haber estado lista a las cinco, se alargó una hora más. Eran las seis y cuarto de la tarde cuando salían del templo, Olga y los mellizos y Rafa con su mujer y sus dos pequeños.

Avanzando por el pasillo central de la iglesia, camino de la salida, fue cuando Rafa, que charlaba distendidamente con su mujer, justo detrás de Olga, tuvo el fogonazo de inspiración.

Junto a la iglesia, contemplando el pandero de su compungida madrastra, moviéndose acompasadamente, ayudado por los zapatos de tacón, notó una punzada en la polla y cayó en la cuenta de que hacía más de dos meses que no se la follaba. Con todo el lío de la enfermedad del viejo, de hacerse cargo de sus negocios y de atender a la putilla que se estaba cepillando en aquella época, no había tenido tiempo para nada. Y eso que hablaba por teléfono casi cada día con Olga, pero ciertamente, ella parecía bastante desbordada por la situación y ya tenía a Críspulo, el cuidador de su padre para sus desahogos, claro.

Así era, tras el ictus, Olga pasaba el tiempo cuidando de los niños, yendo y viniendo del hospital y casi no tenía tiempo de nada más. Tan sólo, después de que su marido volviera a casa y ficharan a Críspulo, se permitió algún breve desahogo con el colombiano cuando los niños ya estaban durmiendo. Pero fueron polvos frugales y rápidos, más que nada para que no se le obstruyeran las cañerías.

Así que, al salir de la iglesia, la oferta de Rafa no cayó en saco roto:

-Olga, ¿quieres que os acompañe yo a casa en lugar del chófer? Anselmo puede llevar a Lola y las niñas y yo te ayudo con los mellizos y así no estás sola y eso...

Su mujer que también escuchó la pregunta se adelantó a responder:

-Pues claro, Rafa. Eso es lo que tienes que hacer, acompañar a tu madre. Claro que sí.

A Rafa, oír mencionar a Olga como su madre le causaba un morbo especial. Le ponía muy cachondo. Y la cabrona de Olga lo sabía, así que contribuyó a aumentar la excitación que ya intuía en el joven.

-Claro, hijo, me harías un gran favor...

"Un favor que me pienso cobrar, cacho de puta...", pensó Toni, esbozando una compungido sonrisa. No olvidemos que estaban en el funeral de su padre.

De ese modo, tras despedir a su familia, Rafa se puso al volante del Mercedes familiar, con Olga, su madrastra al lado, y los dos mellizos, niño y niña, viendo una peli en las pantallas de los asientos de atrás.

Olga, consciente de qué iba el tema, sabiendo que los críos estaban distraídos, se remangó la falda negra hasta el muslo, mostrando el final de las media, los ligueros y su carne lechosa y vibrante. Rafa tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para evitar abalanzarse sobre la puta viuda. ¡Cuánto se arrepintió en aquel momento de no estar en un coche con cambio automático! Tuvo que limitarse a un ligero sobe del muslamen cuando iban por la autopista y a soportar el insistente manoseo de la polla que la cabrona de Olga insistía en poner a punto antes de llegar a casa...

Minutos después, ya en la casa, cuando Olga se quitó el vestido, a Rafa casi se le cortó la respiración. A sus cincuenta y dos años, su madrastra, la reciente viuda de su padre, al que no hacía ni dos horas que acababan de enterrar, mostró ante su amado hijo un cuerpo capaz de levantar la polla al más pusilánime. Ni tan siquiera, un día tan teóricamente triste como aquél, pudieron uno u otra, dejar de lado su deseo. Ya se sabe, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, ¿no?

La guarra de Olga mostró impúdica su conjunto de lencería, comprado para la ocasión, mientras su marido agonizaba en el hospital. La semana anterior, cuando el médico le comunicó que el fatal desenlace era cuestión de días, si no de horas, fingió una cara de tremenda tristeza (lo cual se le daba de puta madre) y, a continuación, acudió a Victoria Secret a comprar el modelo de lencería más atrevido y puerco que pudiera encontrar. Eso sí, de negro riguroso. Para algo tenía la Visa Oro del viejo. Y quería celebrar a lo grande sus primeros momentos de libertad. Ignoraba si iba a poder echar el primer polvo como flamante viuda rica con Rafa, como así iba a suceder finalmente, pero, en cualquier caso, tenía plan B y estaba dispuesta a llamar a un gigoló o follarse al primero que pillase. Al bueno de Críspulo no iba a ser posible, después del percance se vio obligada a despedirlo. En fin que Olga llevaba casi un mes si catar una polla y andaba caliente como una cerda.

No fue necesario buscar alternativas y, como hemos visto, fue Rafa el que tuvo el honor de ver, en la habitación de matrimonio de sus padres, con la foto de la boda de Olga y el pobre cornudo difunto como testigo mudo contemplando la escena desde la mesita de noche, el envidiable cuerpazo de la jamona a la que, en breve, iba a reventar a pollazos.

Olga lucía un conjunto de riguroso negro, de encaje, compuesto por un sujetador que apenas alcanzaba cubrir los pezones de sus tetazas, recientemente reestructuradas en el quirófano “para que recuperasen la firmeza de las tetas de una quinceañera”, tal y cómo le pidió al doctor. A juego, un tanga transparente por delante dejando ver su depilado coño y con la tira trasera negra hundiéndose en su potente culazo, firmemente trabajado en el gimnasio, resbalando hacia su lubricado ojete, siempre preparado para la acción. Un liguero y unas medias negras completaban el conjunto.

Olga dio un par de vueltas, agachándose de espaldas y abriendo sus nalgas para que Rafa viese bien su regalo.

Éste, con la polla como un garrote no iba a tardar ni treinta segundos en tener a la puerca empotrada como la puta cachonda que era.

Ambos tenían muchas ganas así que el espectáculo no tuvo desperdicio. Con la puerta entreabierta para oír la televisión que lobotomizaba a los críos, la pareja dio rienda suelta a sus más bajos instintos.

Para abrir boca, Rafa puso de rodillas a la cerda y le incrustó la tranca en la garganta. Tras dejar el rabo bien baboseado, Olga empujó a su hijastro sobre la cama y se acuclilló sobre su polla para empezar a cabalgarlo. Rafa aguantó la embestida, atontado con el péndulo de las tetazas de la jamona que se balanceaban hipnóticamente sobre su jeta...

Los insultos volaban entre ambos.

-¡Sigue, puta asquerosa, sigue! Menea el culo de guarra y esas tetazas, cerda...

-¡Como te corras, te la corto, cabrón!

Cuando se acercaba el momento culminante, Rafa preguntó, amablemente:

-¿Y dónde quieres que te deje la lechada, mamaíta?

-¡Aaaaaaquí!

Al tiempo que gritaba Olga se levantó y se colocó a cuatro patas con el culo en el borde de la cama. Apoyó la cabeza de lado sobre la cama, apretó los dientes y se abrió las nalgas enseñando su húmedo y preparado agujero marrón.

-Quiero que te corras en mis tripas… ¡Venga, a ver si tienes huevos y me revientas el culo!

La conversación tenía una vertiente cómica ya que mascullaban las palabras, los gruñidos y los jadeos casi entre susurros. Tenían miedo de excederse con los alaridos y que les oyesen los críos, aunque éstos, la verdad, estaban más atentos a la tele que a cualquier otra cosa.

Así que cuando Rafa encajó su rígida tranca de un solo golpe en el apretado ojete de la puta de su madrastra, esta emitió un violento bufido entre los dientes al que siguió la típica frase de aliento que solía encabronar a su amante:

-¡Dale caña, joder, más fuerte!

Uno puede llegar a ser tedioso con este tipo de descripciones: gemidos, jadeos, chunda-chunda, y un largo bla, bla, bla... Pero en esta pareja, además de todo lo anterior, prevalecía el morbo. El morbo de una madura, una jamona opulenta y con todas sus curvas bien colocadas y en perfecto estado de revista a sus cincuenta y tantos años, y que disfrutaba, chorreando de placer, de los agresivos pollazos de su hijastro. Disfrutaba al notar la gruesa tranca del joven barrenando su ojete así, a cuatro patas, mientras los tensos cojones del muchacho rebotan rítmicamente sobre su vulva. Y todo, mientras de fondo suenan los dibujos animados que entretienen a sus hijos, y parte de la lencería negra de puta que ha estrenado ese día especial, está desparramada de cualquier manera por la habitación. Mientras lanza gemidos ahogados, casi sollozos, escucha los insultos de su hijastro y soporta, sonriendo, los tirones de pelo con los que el muy cabrón acerca su cabeza para escupirle. Salivazos que resbalan por su cara y Olga intenta recuperar con su lengua. Y todo, repito, en ese día tan especial, en el que acaba de morir el viejo. ¿Qué hay más morboso que un funeral con final feliz? FIN
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