Navidad con la Familia

heranlu

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La gente andaba por las calles, algunos con calma, observando las luces navideñas y otros, con prisas para hacer esas compras que siempre quedan para última hora. Sin embargo, lo que imperaba era la alegría, en general, la gente sonreía a cada paso y disfrutaba del día pese a lo gélido del clima. Los niños correteaban de un lado a otro, lanzándose confeti y los más pequeños, se quedaban prendidos por las buenas decoraciones que adornaban algunos balcones.

Aunque Endika, no estaba especialmente feliz. El día anterior había salido, lo que solía conllevar, beber demasiado. Ahora le tocaba arreglar cuentas con el alcohol, que siempre traía las vueltas en forma de resaca. Menos mal que el invernal viento que golpeaba en las vísperas navideñas, le daba un respiro.

Había quedado con Vega y según la hora que marcaba su móvil, ya llegaba veinte minutos tarde. El sofá le había absorbido, casi quedándose dormido delante de la televisión y para cuando se quiso dar cuenta, apenas le dio tiempo a ducharse.

Podría haber corrido, darse un poco de prisa o contestar los mensajes de Vega, que le preguntaba desde una de las mesas del bar, dónde estaba. Sin embargo, no hizo ninguna de esas cosas, ni siquiera aceleró el paso, solamente… acudió, con eso… ya valía.

—¿Dónde te habías metido? —su novia se alzó de la silla cuando le vio entrar por la puerta del bar.

—Me entretuvo mi madre, una cosa que tenía que arreglarle en el móvil. Ya sabes que con la tecnología, no se apaña muy bien. —mentira, aquel día, ni siquiera había hablado con su madre. Obviamente, Vega no lo sabía, por lo que no le quedó otra que creérselo.

—No pasa nada —le contestó con una impecable sonrisa—, vamos a sentarnos. —ambos fueron a la mesa y Endika, dejó la chaqueta detrás de la silla, de igual modo que tenía su chica. En el bar estaba puesta la calefacción y se estaba de maravilla— ¿Qué tal ayer?

—Sin más… —puso cara de circunstancia, echando un rápido vistazo al interior del bar, con la intención de buscar una camarera en particular que vio anteriormente. Cuando contactó con dicha chica, evitó sonreír, al menos, mientras Vega le mirase— De la misma manera que otras veces. No fue nada del otro mundo.

Sí que lo fue, ya que consiguió un número de una chica y otra, igual de borracha que él, le amasó su pene fuera de la discoteca mientras se comían la boca. No llegaron a más, exclusivamente, porque la jovencita le dio un repentino arrepentimiento. Tenía novio, o eso le dijo, y según sus palabras, lo que hacían estaba mal, pese a que, el fin de semana anterior, hizo lo mismo con otro tipo, pero con aquel… sí que llegó hasta el final.

Endika no se molestó, ya que volvería a buscar a otra chica con la que saciar su apetito sexual en la próxima ocasión. Estar con Vega era muy divertido y la quería mucho, pero solo entre semana, los fines de semana, prefería probar otros platos…

—¿Tú qué tal? ¿Saliste? —el joven le planteó la pregunta con la vista perdida en la camarera, al tiempo que su novia trataba de buscar su mirada con sus enormes ojos.

—No, cariño, ya te dije. —esta vez, Endika la prestó atención, contemplado esos preciosos ojos de un marrón muy vivo junto con la mejor sonrisa del mundo. Con aquella mueca de felicidad, su novia podía cautivar a cualquiera— Tenía que estudiar, ahora vienen los exámenes y prefiero tenerlo todo listo.

—Haces bien. ¿Pedimos?

Vega asintió con la misma sonrisa, le encantaba mirar a su novio, lo quería tanto. No era el más guapo, tampoco el más listo, la verdad que, muchas veces, meditaba sobre lo que tendría Endika que tanto la cautivaba, pero como solía decir su madre, “El amor…”.

—¡Perdona!

El muchacho levantó la mano cuando la única camarera que llamaba su atención, se acercó lo suficiente a la mesa. La chica giró su cuerpo, dejando entrever, bajo la camiseta negra, una figura de escándalo junto a una sonrisa repleta de blanquísimos dientes.

—Decidme, chicos.

Mascaba un chicle con sumo descaro y sacó una pequeña libreta de su trasero, que el joven, deseó tocar. Con un gesto rápido, se hizo con el bolígrafo que tenía colocado en su coleta rubia y se dispuso a apuntar.

—Solo vamos a beber, no comeremos nada. —ambos ojos se cruzaron y la media sonrisa que Endika guardaba para cautivar a cualquiera, salió a la luz.

Desde la primera vez que la vio a la chica, sabía que era joven, tal vez rondase los dieciocho o diecinueve años, casi cinco años menos en comparación con los dos clientes que estaban en la mesa. Aun así, no le importaba, la chica estaba de buen ver y si podía conseguir algo, lo tomaría de la misma forma que un premio.

—A mí sí que me apetece tomar una ración. —ambas chicas se miraron y hubo una sonrisa cómplice— Después de tanto estudiar, no tuve tiempo para comer como es debido.

—¡Vega, cielo! —sabía que le tocaba pagar, por lo que, Endika, sacó a relucir su mejor caballerosidad— Si eso ya… el próximo día. Total, ya está cerca la hora de cenar, son más de las siete.

Hubo un momento de silencio en el que los grandes ojos de Vega contemplaron a su novio. Esa sonrisa, su mueca y su cara algo ladeada siempre la convencían. Por lo que, alzó los hombros y volvió a sonreír a la guapa camarera.

—Pues, así sea, una Aquarius para mí. De naranja, por favor. —terminó de pedir, justo cuando sonaba su móvil.

Endika vio cómo su novia cogía el teléfono, desbloqueando la pantalla y entreteniéndose en lo que tuviera que hacer o a quién tuviera que contestar. Era un buen momento, una oportunidad que, claramente, no desaprovecharía. Con un guiño y la mejor mueca de ligón de la que disponía, añadió.

—Otra para mí.

A la camarera no le hizo falta apuntar y pausando sus movimientos unas décimas de segundo, contempló a su cliente. No era feo, tenía un rostro de facciones bellas, rozando lo rebelde, con el pelo alborotado y un verdor en los ojos que era atrayente. Sus labios eran gruesos, algo que le gustaba a la chica. Por lo que, viendo su sonrisa, se la devolvió en el anonimato.

La jovencita se fue de la misma forma que había venido, dejando a solas a la pareja, justo en el momento que Vega terminaba y guardaba su teléfono en el bolso.

—Era Sheila… —entrecerró los ojos con desgana. Endika los tenía bien abiertos, mirando a la espalda de su novia, en la manera que, la camarera, se dirigía a la barra contoneando un precioso trasero.

—¿¡Quién!? —el joven torció el gesto, porque no había oído ese nombre en su vida.

—Mi amiga de la uni. —la cara del novio no mutó para nada, necesitaba más explicaciones— ¡Tío, Sheila! Con la que voy a estudiar. La conozco desde el primer año de la facultad.

—¡Ah, sí! —movió las manos delante de su rostro, pretendiendo desviar la atención— ¡Joe! Tengo la cabeza ida, culpa de mi madre, lo siento. Con todo lo del móvil, me ha puesto de los nervios y me he perdido, pero, claro…, Sheila. —continuaba con la misma idea que antes, ninguna.

—Pues me estaba preguntando a ver qué tal voy con los exámenes y eso. No para de hablar de lo mismo y ¡buf…! —resopló con ganas. Durante este último mes había estado demasiado agobiada, le quedaban pocas asignaturas para acabar la carrera y se estresaba con sencillez— Me pone muy nerviosa cuando empieza así. Ya me tensó yo sola, no hace falta que me ayude nadie.

Rio levemente, mirando a la mesa donde no encontró nada, su novio la estaba observando, pero con el rostro perdido, recordando las tetas que tenía su amante de la noche anterior. “¿Eran gordas?”, se preguntó sin escuchar del todo a su pareja, al tiempo que se lamentaba por no haberlas tocado.

—No te preocupes.

Fue lo único que dijo, haciendo que Vega levantara la vista y frunciera el ceño. Nunca tenía las palabras adecuadas, cuando le contaba algún problema, siempre era tan escueto, pero luego, había que escuchar todas sus historias y chorradas de las noches.

Iba a responderle algo, una simple frase para que se interesase más por ella, pero en ese momento, la camarera llegó y el leve enfado que empezaba a amanecer en su vientre, se diluyó.

—Aquí tenéis, —la jovencita dejó una a cada lado y mostrando su dentadura perfecta por donde asomaba una porción de chicle, añadió— así es fácil saber de quién es cada bebida. Clientes que me lo ponen fácil.

A Vega le pareció un comentario ingenioso y rio nasalmente, la chica le había caído bien en ese primer vistazo. Menos gracia le hubiera hecho, ver cómo, al desplazarse a su espalda, la muchacha le lanzaba una intensa mirada a su novio que, este, devolvió.

—Y cuéntame, Vega. —Endika la miró a los ojos y dio un trago a su bebida— ¿Qué tal los exámenes? Así, en general…

—No he empezado todavía, ya te comenté que son en enero.

Iba a añadir alguna pulla, porque desde hacía un tiempo su novio estaba demasiado perdido en sus temas, no le dio tiempo.

—Sí, sí, ya. Quería decir con en el estudio y eso, ¿cómo va la cosa?

Vega se creyó que había cometido un fallo en el habla y empezó a explayarse con todo lo que la preocupaba. Su novio escuchaba con atención o, por lo menos, eso le parecía, ya que su mirada siempre estaba puesta en sus ojos y asentía a cada frase que le comentaba. Aunque no interaccionaba mucho, siempre supuso que Endika, era más de escuchar que de hablar.

Sin embargo, lo que el joven hacía, era aprovechar los segundos que su pareja le permitía, para alejar la vista de sus ojos y admirar a la camarera con ese cuerpo que le maravillaba.

Era sistemático, cuando su novia bajaba la mirada o rebuscaba algo en el móvil, Endika movía sus ojos verdes para hacer contacto con los azules de la chica y, en varias ocasiones, el gesto fue recíproco.

—Bueno… —comentó de pronto Endika después de media hora de charla, exclusivamente, de Vega— ¿Nos vamos levantando?

No esperó la respuesta de su novia y alzó su trasero de la silla de madera que ya se lo estaba dejando cuadrado. Lo mejor de todo, que el Aquarius había mitigado su resaca y se encontraba mucho mejor que antes de aparecer en el bar. De algo le había servido salir de casa.

Vega se levantó casi sin que la esperase, para no quedarse allí sentada sola como una pánfila, de la misma manera que estuvo diez minutos antes de que Endika llegara. Cogieron sus chaquetas y la jovencita se dispuso a sacar la cartera, no obstante, un beso en la cabeza la interrumpió.

—¿No te acuerdas? Me toca pagar a mí.

Tenía la mejor sonrisa de su repertorio, esa que le ponía justo antes de practicar sexo. Obviamente, ahora no lo iban a hacer, pero cuando la sacaba a pasear, a Vega le entraba un instinto que no podía frenar, era increíble.

—Te espero a la salida, que voy a contestar un par de mensajes.

Su novio asintió, empezando a acercarse a la barra, mientras su bonita pareja iba en dirección opuesta, a la salida. No miró lo que hacía su novio, ya que pagar los dos refrescos no tenía nada de relevante, aunque si hubiera echado un vistazo, habría contemplado que Endika, esperaba hasta ser atendido por la joven camarera.

—¿Me cobras?

La muchacha se acercó con un gesto pícaro y una mirada sabedora de que el joven no había ido únicamente a pagar. No le gustaba demasiado, pero le daba curiosidad y, al menos, para un rato, servía.

—Vale, cuatro justos. —se acercó al chico, que le tendía un billete de cinco euros, no obstante, cuando la chica lo fue a coger, este lo retiró. Se quedó con la mano en el aire y lanzó una punzante mirada al joven con sus brillantes ojos azules— ¿A qué juegas?

—Nada… Solo te quería pedir un bolígrafo, es que me acabo de acordar de una cosa.

Mascó el chiche en dos ocasiones, con ganas de tirarlo y meterse uno nuevo a la boca, el sabor se había diluido un rato atrás. Aunque antes, se dio la vuelta y acercándose a la caja registradora, cogió un Bic de color azul.

En la barra seguía paciente Endika, de nuevo con la mano extendida y el billete entre sus dedos. Desbordaba desparpajo y una chulería de quien sabe que puede y sabe gustar. La muchacha le dio el bolígrafo y este, le soltó el dinero en su pequeña mano de finos dedos. Aunque algo había cambiado, porque delante de su cuerpo, el chico tenía una servilleta.

Retornó de la máquina registradora, queriendo devolverle el euro que quedaba pendiente. Sin embargo, cuando llegó a su posición, de nuevo, el joven tenía la mano extendida con una servilleta doblada. Devolvió la moneda y con un poco de duda, cogió el papel para abrirlo delante de su cara.

—¿Qué es? —pese a no tener ni idea, seguía sonriendo. Allí solo había escritos unos números.

—Tu número de móvil. —el chaval seguía derrochando confianza.

La bella camarera echó la cabeza hacia atrás, se sorprendió de tal confesión y puso ambas manos en la servilleta sin saber si quería que el número estuviera allí o no. Abrió con cautela, porque lo primero que le vino a la mente, era que quizá aquel chico fuera un acosador. Cuando observó los números, suspiró aliviada, la había mentido.

—No, no lo es… —dudaba y mucho, porque no lograba entender a que jugaba el muchacho.

—¡Ah, claro! Perdona. Es que ese es el mío… me equivoqué al escribir. —un guiño sutil del joven, terminó la frase, empezando a moverse para dejar las cosas como estaban, aunque la chica, con una sonrisa incrédula, le contestó.

—No sabes ni cuál es mi nombre.

El joven se dio la vuelta, porque ya enfilaba para la salida donde le esperaría su novia. Le mostró la misma sonrisa pícara con una ceja levantada y una mirada afilada que gustó demasiado a la camarera.

—Tu nombre… Ya me lo dirás…

La muchacha se rio con coquetería y un pelín de vergüenza, le había gustado aquel juego… demasiado. Aunque después, miró al final del bar, moviendo la cabeza para saber quién era aquella muchacha que acompañaba al galán que trataba de seducirla. Comprendiendo el gesto, Endika contestó con total seguridad.

—Mi querida prima.

En esta ocasión, fue la camarera la que le devolvió el guiño antes de que se marchase al encuentro de su “prima”. Así quedaban las cosas, mientras que esta, detrás de la barra, se guardaba la servilleta con el número de teléfono de Endika.

En la salida, cogió a su novia del hombro y, únicamente, cuando estuvieron a varios metros del bar, le propinó un tierno beso en la mejilla que hizo sonrojar a Vega.

Caminaron agarrados bajo las luces navideñas, con calma, como si nada importase más que su relación. Vega le rodeó con fuerza de la cintura y el joven la apretó mucho más contra su cuerpo, sintiendo el calor del otro que, el frío, les pretendía arrebatar.

Antes de irse cada uno a su casa, se despidieron con un largo beso, junto a una fuente que brillaba con fuerza. Vega no se podía sentir más dichosa, era el mejor momento del año, las Navidades la encantaban y mucho más, siendo la pareja del chico que más amaba.

Cierto que tenía sus cosas… pero, ¿quién no las tenía? O eso se preguntaba cuando enumeraba los fallos de Endika, aunque estaba convencida de que cambiaría. Sobre todo, lo creía a ciencia cierta cuando se besaban de esa forma tan apasionada y, no le dio importancia, al momento en el que el móvil del chico, vibró en su cintura.

El teléfono del joven se movía inquieto después de haber recibido un mensaje y ninguno de los dos le dio más relevancia de la que tenía. Vega, únicamente quería disfrutar de los labios de su chico y el amor que rebosaban, en cambio, Endika tenía la mente puesta en esa vibración, pero… ya abriría el mensaje al llegar a casa, porque se imaginaba quién era.

En efecto, la guapa camarera le había escrito durante un breve descanso que dispuso entre cliente y cliente. Sonreía mientras aporreaba la pantalla con unos dedos calientes que pretendían helarse por el frío que entraba por la puerta del bar. Cuando lo tuvo listo, lo envió.

—¿Qué quieres, guapo? Me llamo Tamara.

Llegó a casa con el móvil en la mano, después de dejar en visto a la muchacha. Quería hacerse de rogar, esperar un poco y no dar importancia a un mensaje que anhelaba por contestar. Imaginarse de qué manera lo hacía sin parar con aquella chica tan guapa, le ponía de una manera incontrolable.

—Hijo… ¿¡Qué tal!? Has llegado pronto… —Eva estaba tirada en el sofá, tapada hasta la cintura con una manta y el mando de la televisión en la única mano que era visible— ¿No estabas con Vega?

—Sí, pero ya volví. —“tan seco como de costumbre”, eso le hubiera gustado decir a su madre, pero se mantuvo en silencio, porque aquellas palabras no le servirían de nada.

—Espero que lo hayáis pasado bien.

Endika movió la cabeza para asentirla, demostrando el poco interés por lo que le comentó su madre, la verdad era, que si le hubiera dicho que la tercera guerra mundial estaba a sus puertas, el rostro sería el mismo. Lo que más relevancia tenía para el joven en ese momento, era empezar a tener una conversación interesante con la muchacha del bar.

Sin embargo, mientras sus dedos corrían por la conversación de Tamara para contestarla, le llegó un mensaje que no le agradó mucho, era su novia.

Vega hizo acto de presencia en su móvil, a modo de notificación en la parte superior, rápidamente, la quitó con un dedo. Algo le hizo detenerse antes de introducirse en su cuarto y centrarse a lo único que se le daba bien, ligar con mujeres.

—¿Cenamos juntos? —escuchó la voz de su madre en un eco distante.

Eva se incorporó en el sofá, sentándose y dejando que el camisón de pijama marcara ambos poderosos senos. El chico alzó los hombros desde la lejanía del pasillo, sin importarle en realidad donde cenar, mientras su móvil estuviera a su lado, le valía.

—¡Bien! —comentó desde la sala la mujer— En una hora te llamo. ¿Vas a meterte en tu cuarto?

—Sí. Luego estamos.

La despidió como si fuera una conocida y Eva se quedó sola en la sala, como había estado toda la tarde y de la misma manera que llevaba estos últimos nueve años desde que su marido murió.

La soledad era su dulce compañera y pese a que, de vez en cuando, se lograba evadir con las chicas de la clase de Zumba, la socialización no era su punto fuerte.

Había pasado una etapa dura y eso de salir a la calle por las noches o, simplemente, para tomar algo a las tardes, le costaba muchísimo. Aunque ahora, ya no se pasaba sábados enteros contemplando las fotos de ella con su marido, eso era un paso.

Escuchó cerrarse la puerta al fondo del pasillo, suspirando con ganas y volviéndose a tumbar con la vista puesta en la televisión. Lo que echasen en la caja tonta no era relevante, pues algo tenía entre manos, un aparato que no se asemejaba al mando de la televisión que agarraba en la otra. De nuevo, en la intimidad que le daba la sala, retomó su trabajo.

Endika había entrado en medio de su masturbación, en esos preciados momentos en el que el mundo desaparecía, tan feo y crudo, y aparecía uno lleno de placer. En su mano, volvió a notar la vibración del succionador de clítoris y lo colocó donde debía permanecer para ahogar un suspiro entre sus labios.

No era mayor, tampoco fea y aunque el cuerpo había agrandado un poco con unos kilos de más, gracias a las clases de Zumba, se conservaba bien. Eva no era de ligar y mucho menos tenía ganas de conocer a un nuevo hombre y meterlo en su vida.

Ya tuvo uno, uno que amó con todo su corazón y que le dio lo que más quería en su vida, a Endika. Por el momento, ¿para qué quería más? Mientras tuviera su Satisfyer, era suficiente para estar… satisfecha.

—¡Aahh…! —murmuró de placer en medio de la sala con una rojez visible en su rostro.

Sus ojos verdes, del mismo color que los de su hijo, resplandecieron cuando se abrieron por completo. El cuello se le tensó, recordando un atisbo de lo que era el buen sexo y que ya tenía olvidado. En todos esos años de viudedad, habían sido cuatro o cinco polvos defectuosos, incluso, en uno, no se corrió, por lo que ya se había dado por vencido. Esa era su vida.

Junto a su soledad, empezó a temblar, casi sin importarle que estuviera su hijo en casa, no le era relevante, además… cuando su vástago estaba dentro de su cuarto, era igual a estar en un búnker, no se enteraba de nada.

Propinó un leve grito al cielo cuando se le arqueó la espalda, aunque la televisión se encargaría de taparlo. Después, bajó el culo, hundiéndolo entre los cojines y se mordió el labio para no gritar como una verdadera posesa.

—¡Cómo añoro un buen polvo…! —se confesó a sí misma cuando una sensación electrizante le recorrió la espalda.

Ya estaba, venía con fuerza y envuelto en un terremoto, que la sacudió por completo. Los labios la vibraron y la visión quedó borrosa, teniendo que ahogar un grito de placer inmenso en su garganta.

Pasaron diez minutos hasta que se recuperó del todo, yendo al baño y dándose un remojón rápido para quitarse todo olor al perfume sexual que anidaba en su piel. Se quedó mucho más a gusto y relajada, contemplándose en el espejo del baño después de salir de su ducha.

No estaba mal, la verdad que… nada mal. Podía pasar por una mujer de unos cuantos años menos y si se comparaba con sus compañeras de Zumba, era la mejor. Alguna vez, se había imaginado tener un profesor cachondo en vez de una profesora, estaba claro que a la primera que tiraría los tejos, sería a ella.

Aunque de lo que más se alegraba, era de haber superado esa poca socialización que siempre la acompañó. Ahora disponía de un grupo de amigas o… conocidas, no sabía de qué manera denominarlas, para charlar un rato fuera del trabajo y tomar un café. Sin embargo, cuando volvía a casa, siempre estaba soledad para saludarla y sentarse con ella en el sofá. Por lo menos, aquellos ratos de placer, la hacían olvidar todo.

El que no se había olvidado de Tamara era Endika, que estaba en su habitación, tirado en la cama sin saber que su madre se estaba masturbando. Poco le habría interesado, porque lo único que esperaba era la contestación de la chica que cortejaba.

—¿¡Estás tarado, tío!? —le mandó en un mensaje junto a unos cuantos iconos riéndose— ¡Vas lanzado! Tú sabes muy bien lo que quieres…

—Según te he visto, lo he sabido. —llevaban diez minutos de conversación y por lo que sentía Endika, las cosas fluían de maravilla.

—Pero a ver… ¿¡Esa foto!? ¿Ya me quieres joder la sorpresa?

El joven miró un poco más arriba de la conversación, donde estaba la foto que le había mandado un minuto atrás. Allí salía un bulto grande agarrado por su mano, eso sí, todavía dentro del calzoncillo. No había dudas de lo que era y Tamara, según lo abrió, supo lo que era… Una polla bien grande y dura.

—Todavía no la has visto, nada más te enseñé mi ropa interior, seguro que te ha gustado. —Endika estaba con total confianza y mientras escribía, borraba las notificaciones de turno que le molestaban, incluso las de Vega.

—Un poco, no te creas que mucho… —unos guiños que al joven le gustaron.

—Ahora te toca un poquito a ti, ¿no?

—¡Eres un cabrón…! —se rio sin parar y el muchacho, esperó a que le dijera más— Luego cuando llegue a casa. ¿Quieres quedar un día?

—Claro. —objetivo cumplido, ahora solo faltaban los detalles y mientras su pene adquiría la posición más dura, empezó a tramar su plan— Estas Navidades quedamos un día, te paso a recoger en el coche, que te tengo que dar un regalo.

—Endika… —mostró muchos iconos de risa y siguió— Eres un poco perro y… me caes muy bien…

Un último guiño, antes de dejar el móvil en la cama y coger un clínex de encima de la mesilla, tocaba darse una buena alegría después de una breve tarde de caza. Ya se podía imaginar a esa chica en la parte trasera del coche, botando con aquel trasero tan perfecto sobre su miembro mientras le devoraba los pechos. De pensarlo se le ponía tan dura que casi le dolía.

El móvil le volvió a vibrar, entrecerrando los ojos porque le molestaran en su mejor momento, se temía saber quién era y no se equivocó. Vega seguía hablándole, contándole una de lo que el propio Endika llamaba… “Penas”. Lo abrió con desidia, para quitarse ese trámite de encima antes de darse un buen placer.

No leyó todos los mensajes al completo, ¡ni de broma lo haría!, únicamente, pasó la vista con algo de cansancio por las diferentes frases que narraban su problema. La idea la cogió en un instante, los detalles… no mucho…

Su novia debía estar teniendo una conversación con su amiga… la misma de la que le habló en el bar y que, por supuesto, no recordaba su nombre. Al parecer, el primer examen lo habían adelantado y su novia estaba de los nervios.

—¡Qué pereza que me da…! —susurró al empezar a escribir.

Miró la frase que la iba a mandar, sin embargo, lo borró todo. De haberle mandado todo aquello, seguramente, ella contestaría y no le apetecía entablar un diálogo que le cortara la paja. Por lo que, pulsó unos cuantos corazones y se los envió, con eso bastaría.

Trató de dejar el móvil en la mesilla, más lejos todavía que antes, para que el sonido no le molestase. Su pene ya se movía solo, rugiendo por sacar el veneno acumulado, sin embargo, el teléfono volvió a sonar.

—¿Podrías hacerme un favor mañana?

Endika entrecerró los ojos, porque la conversación se estaba alargando demasiado y no le interesaba. Puso sus dedos en el móvil, por primera vez, reflexionando sobre un pensamiento muy real que consistía en dejarla sin respuesta y retomar el asunto después de la masturbación, no obstante, el amor que todavía sentía por ella, le hizo escribir.

—Tú dirás.

—¿Puedes llevarme a estudiar a la universidad? Van a estar las de clase y así, aclaro dudas. —unos corazones terminaron la frase.

—¿Mañana? Pero si es Nochebuena, ¿¡está abierto el campus!? —esperaba que no… rezaba por ello. Aunque la idea de dejar allí a Vega e ir luego donde Tamara, no sería mala… el plan empezaba a dar vueltas en su calenturienta mente.

—La biblioteca de la universidad sí, pero a las seis cierran. ¡Porfa…! Si puedes, quedamos sobre las once, ¿vale? No te quiero hacer madrugar.

Suspiró con fuerza, apretando el móvil para negarse, pero terminó por aceptar. Los motivos eran claros, no es que le interesase mucho lo que fuera a estudiar Vega, lo que de verdad le reclamaba, era esa masturbación pendiente que aullaba porque vaciasen sus genitales. Además, era cierto lo de no madrugar mucho, para esas horas estaría ya despierto, sería algo fastidioso, aunque tampoco tenía mejores planes a la mañana.

—Vale.

—¡Te amo, cariño! ¡Eres el mejor! Dentro de un mes, cuando hagamos nuestro segundo aniversario, verás el regalo que te vas a ganar. —“¡Hostia! ¿¡Es ya!?”, se dijo sorprendido.

Esta vez, sí que dejó el teléfono en la mesilla, alucinando por semejante revelación, el tiempo había pasado rápido y pese a que era consciente, iban a hacer dos años como pareja. ¡Increíble!

Endika quería a Vega, eso era un hecho, pero lo de tener el pajarito guardado en su cueva… era una cosa que no podía asumir. Fueron varias amantes las que tuvo y por lo que parecía con Tamara, no iba a cambiar. Suponía que los cuernos no eran malos, al final, necesitaba esos coitos o eso creía él.

Para el joven, la monogamia no era lo suyo, las personas debían conocer a más chicas y no centrarse en el amor, en su teoría, nada más que un cuento chino. Aunque con Vega no se pudo resistir, fue su única novia y solo a ella pudo amar más allá de lo sexual.

Pero no era momento de divagar, el clínex estaba dispuesto a su lado y su cabeza borró a su novia de la zona central de su imaginación, con la clara intención de suplantarla por el cuerpazo de Tamara. Mejor desnuda, obviamente, y también agachada entre sus piernas, dispuesta a mamar todo su poder.

—¡Dios…! Que de cosas te voy a hacer, niña… —susurró sacando un pene que adquiría su máxima potencia.

Estaba listo, se iba a correr de una forma que hacía bastante que no le pasaba, un gran cúmulo de leche que limpiaría antes de ir a cenar. Dio el primer movimiento, uno que destapó su prepucio y casi pudo sentir en sus propias carnes, como penetraba mentalmente a Tamara.

El calor lo inundó al subir de nuevo la piel, estaba dispuesto a gozar el máximo y la otra mano, la usaría para tapar sus gritos de placer. Otra sacudida… con muy pocas lo conseguiría, iba a dar otra y…

—¡Endika! —su madre tocó la puerta con los nudillos y en un acto de puros reflejos, guardó su polla dentro del calzoncillo— ¿Se puede?

—Pasa… —el aire todavía le manaba alterado de los pulmones y se giró un poco para que la erección no se le notase.

—¿Vienes a cenar? —su cabeza mojada apareció por la puerta con una sonrisa de madre perfecta que no hizo mutar el rictus al joven. Este asintió en silencio— ¿Qué haces todavía vestido?

—Sí, es que… —no sabía que excusa dar, siempre se ponía el pijama nada más llegar. Esta noche no lo hizo por el ansia de hablar con Tamara. Buscó un tonto argumento y dijo la primera chorrada que se le pasó por la cabeza— Cenaré con la ropa. Así es lo mismo que si saliéramos fuera a cenar, ¿no?

—¿Cómo? —Eva torció el rostro, porque le parecía eso mismo… una chorrada. Aunque en el segundo que le dio una vuelta a la idea, no le pareció tan mala. Hacía mucho que no iban a comer fuera, por lo que, que más daba. Un día era un día— ¡Ey, me gusta eso! Voy a ponerme algo yo también.

—No, a ver… —su madre ya se marchaba y no escuchó al joven— Si no quieres no hace falta…

Nadie le escuchaba ya y se quedó tirado en la cama, esperando a que su pene bajase mientras oía de fondo, como su madre le apremiaba para que fuera a la cocina. Al final, resignado y lleno de placer, tanto que los huevos le dolían levemente, acudió al llamado de Eva. Eso sí, con los genitales rebosante de una lujuria blanca y grumosa.

—Mamá, ¿qué haces? —levantó una ceja al ver a su progenitora llegar a la cocina mostrándole el vestido.

—¡A lo loco! Me he puesto el vestido que me compré la pasada Nochevieja. —dio una vuelta, enseñando lo corto que era, ya que apenas le tapaba la mitad de los muslos— No sabía si me quedaría bien y como esta Nochevieja también me lo pensaba poner, pues… Hoy voy a hacer como si fuera una cena de prueba.

—¡Qué tonterías haces de vez en cuando, mamá! —un comentario más en serio que en broma, aunque el chico sonrió y Eva lo aceptó de guasa.

—¡Pues vamos a cenar!

Ambos disfrutaron de la comida, que nada más eran unos sándwiches con unas aceitunas en medio de la mesa. Eva trató de sacar un tema de conversación fluido con varias preguntas, pero como era habitual entre ellos, el diálogo no tuvo mucho éxito. Al final, tiró por lo más obvio y lo que a los chicos de la edad de Endika, les gustaba.

—¿Qué tal con las chicas? ¿Sigues bien con Vega? —dio un mordisco a su segundo sándwich, el primero había estado fabuloso.

—Claro, mamá. ¿Por qué iba a estar mal?

El joven estaba terminando y Eva quería hablar antes de que acabara y se enclaustrara en su cuarto. Deseaba interactuar con él, o bueno… con alguien, lo último que necesitaba era estar sola en la sala tres horas más antes de caer rendida en la cama.

—Yo qué sé, hijo. No me cuentas nada, ni siquiera la has traído aquí para que la conozca. Además, dentro de poco, hacéis dos años. —con rápidos dedos, cogió una aceituna del centro.

—¿Cómo sabes tú eso? —en una vida tan aburrida como la suya, esas cosas eran de las pocas que debía conocer.

—Te sorprenderías de todo lo que puede llegar a saber una madre, cielo… —rio pícaramente y juntó sus brazos sobre la mesa después de dejar el sándwich en el plato.

Ambos se dieron cuenta de lo que pasó a continuación, porque al apoyarse, sus pechos quedaron encima de los antebrazos. El cuerpo de la mujer se inclinó y los senos de Eva se apretaron el uno contra el otro.

No era habitual verla con escote, era una cosa que a la mujer nunca le gustó, pero claro, ese vestido sí que lo tenía. De haber estado con su pijama, no hubiera ocurrido nada o, simplemente, con cualquiera de sus otras prendas, pero no era así.

Le hubiera sido complicado a Endika no mirar. El vestido era llamativo, no en exceso, pero los brillos resaltaban con el color negro, sin embargo, lo que más llamaba la atención, era el escote tan pronunciado en forma de V.

Los senos eran grandes y dieron la sensación de volverse gigantes cuando la mujer los apretó sin querer contra sus brazos. Su hijo no pudo reprimir el vistazo, no por gusto o un motivo sexual, sino porque estaban allí y era una novedad para él, nunca los había visto.

Era la primera ocasión que observaba a su madre llevando escote y, por lo tanto, divisando tanta “carne”, porque muy atrás quedaban las épocas en las que se duchaban juntos e iban a la playa. Todas aquellas imágenes se guardaban en un cajón olvidado en la esquina de su cerebro.

Eva vio los ojos verdes de su hijo, la forma en la que se dirigían a su escote y ella, también observó. Por un momento, se sintió muy avergonzada, no le gustaba mostrar nada de su cuerpo, mucho menos los senos, y con la seguridad de casa, no había reparado en ello. Cuando se lo puso para salir la Nochevieja pasada, lo hizo añadiendo un pequeño top negro por debajo que tapaba casi todo, sin embargo, ahora no lo llevaba.

—¡Hijo…!

Eva se ruborizó al instante y tapó con ambas manos su busto sin lograr esconderlo, era muy complicado conseguirlo, era tan… grande. Aunque en sus adentros, una chispa repentina… encendió una quemazón que llevaba años sin salir. En su sexo, muy dentro… los años de frustración sexual se quemaron en una milésima de segundo.

—¿¡Qué miras…!? —acabó por decir.

—¡Vaya! ¡Joe, perdón! —no lo sintió, fue más una palabra de cortesía, puesto que seguía contemplando la zona, pese a que las manos de Eva, trataran de evitarlo— Me ha sorprendido. O sea no miraba por nada… —no se puso nervioso, pero sí que le había descolocado semejante avistamiento.

—¿Qué te sorprende? Soy una mujer y las mujeres tenemos tetas… —una broma tonta para salir de una situación incómoda, aunque igual era peor idea.

—No es eso, es que… —se quedó pensando, buscando en su memoria algo que negase lo que iba a decir. Mantenía la sorpresa por lo que contempló, como si hubiera visto un ángel, y su boca habló antes de que su cerebro meditara si era correcto o no— ¿Desde cuándo las tienes las tetas tan grandes?

—¡ENDIKA!

Un silencio recorrió la cocina por par de segundos, dejando que su rostro, desprovisto de pelos debido a la coleta bien hecha, fuera un poema. Sus ojos observaron sin pestañear a su hijo, que le devolvió la mirada con el mismo color. Al final, después de mucho tiempo, quizá la primera vez en cinco años, se rieron juntos.

—Es que no sé… —por primera vez, el joven se carcajeaba a la par que no sabía que más añadir— Estaban ahí y… ¡Dios, mamá! Lo siento, pero… ¡Son enormes! Suponía que estabas un poco pasada de kilos.

—¡ENDIKA! —repitió esta vez sin parar de reírse— ¡Ni se te ocurra llamarme gorda ahora…! ¡No la cagues de esa forma, por dios te lo pido!

—¡No! No, todo lo contrario. ¡Menuda sorpresa! ¡Acabo de flipar! —limpió sus manos con la servilleta, había aparecido un poco de vergüenza, pero era algo nimio. Sin embargo, las risas paliaban ese rubor y además, quería dar una explicación— Perdona por suponer que estabas… más… —los ojos de su madre estaban listos para fulminarlo— rellena.

—Bueno… Vale… Acepto esa frase.

—No sé, es que… al verte siempre con ropa ancha, me imaginaba que tenías algo de tripa, pero es culpa de tus… de esas dos. —señaló con un dedo ambas mamas que, avergonzada, Eva seguía cubriendo— Ahora entiendo que al ser grandes… pues me han dado una visión de ti… que era errónea…

—Venga, cielo… —rio con algo de vergüenza— Será mejor dejar de hablar de mi cuerpo… —aunque… no quería del todo, le había gustado ese halago, puesto que… hacía tanto que no la decían palabras bonitas, que, aunque salieran de la boca de su hijo, le agradaban.

—Ya…, será lo mejor. Suficiente tendrás con los tíos cuando sales de fiesta. Si te pones así de… —la palabra sexy para referirse a su madre no la iba a decir ni de broma— así de guapa, seguro que caen como moscas. No pararás de ligar.

Endika la sonrió, con ese gesto que tenía reservado para sus ligues, aunque en esa ocasión, le salió solo, tal vez por la propia extrañeza de la conversación. Su móvil vibró, pero no le hizo caso, desde hacía muchos años que no se sentía tan bien hablando con su madre. Aquella situación sí que era extraña, puesto que charlando de un tema tan… especial… se sentía mejor que nunca.

—¿Ligar? ¿Cómo, cómo? ¿¡Hablas de mí!? —era obvio, aunque le sorprendió esa afirmación. La frase le salió sola y también, señalarse el cuerpo, más concretamente los senos, que volvían a estar a la vista— ¡Buf, hijo…! Hace tanto que no ligo… Muchísimo tiempo… ¡Años!

Eva volvió a colocar sus codos en la mesa, dejando a la vista ese escote tan pronunciado que asombró a su vástago. Lo hizo por comodidad, pasado el shock inicial, no creía que Endika, lo volviese a mirar y ella misma, se asombró al decirse, que tampoco le iba a importar si le echaba un ojo.

—¿¡Qué!? —echó la cabeza hacia atrás y entornó los ojos, aquello chocaba contra su realidad— Espera, que no entiendo… ¿Cómo que no ligas? —ella negó con la cabeza. Una cosa era sentir las miradas de los hombres por la calle y otra ligar, eran cosas muy diferentes— ¿Cómo no vas a ligar? O sea, me refiero, si tú no lo buscas claro, pero… —una duda le cruzó rápido por la cabeza— ¿No sales y eso? —Eva volvió a hacer el mismo movimiento de negación. El chico se quedó en silencio, comprendía las palabras, aun así, no asimilaba lo que le querían decir. Inclinándose sobre la mesa, quiso indagar en la vida de su madre— Una pregunta. Mamá, cuando yo no estoy en casa, ¿qué haces?

—Pues… —alzó los hombros y movió las manos porque se estaba perdiendo en las dudas de su hijo— Trabajar y hacer la casa. No sé qué me quieres que haga.

—Sí, sí, eso de lunes a viernes. Yo me refiero a los fines de semana.

Endika apenas pestañeaba, compartiendo miradas con su madre e intercambiando esa visión verdosa que ambos poseían. Sentía ver a otra persona, no era estar con su madre, porque estaba descubriendo lo poco que la conocía. En menos de media hora, con una conversación muy sencilla, estaba quedando alucinado.

—Nada, alguna vez voy a tomar un café con las chicas de Zumba, pero poca cosa. Lo más habitual es hacer compras y descansar.

—¡Qué dices! ¿Nada más? —la miró de la misma forma que lo haría con un extraterrestre— A ver… Entonces, ¿no sales de fiesta, a tomar algo o a divertirte los fines de semana?

Eva negó con la cabeza, sin apartar la visión de su hijo que mantenía sus ojos verdes encima de ella, no había otro gesto en su rostro, solo la incredulidad. Endika salía todos los fines de semana y tenía la idea fija de que cuando él no estaba a las noches en casa, su madre estaría haciendo lo mismo. Obviamente, no a su nivel, no obstante, para él era una certeza a asumida por su cerebro que Eva, saldría a disfrutar con sus amigas.

Supuso que esas chicas de Zumba serían sus amigas, aunque, por un instante, un rayo le pasó por la cabeza y una idea muy realista, le dio una punzada en el corazón. No se atrevió a expresar su duda en voz alta y se la guardó para sí mismo en un baúl que nunca abriría. “¿Eva tendrá amigas de verdad?”.

—Ah… —fue lo único que le salió por la boca, para dar un mordisco a su sándwich y terminarlo.

—¿Qué te pensabas? —Eva preguntó por curiosidad y añadió algo más, junto con una sonrisa cómplice para que no sonase mal— ¿Qué salía y ligaba del mismo modo que haces tú?

—Sí —respondió con franqueza—. O sea… no, no quiero decir que salgas todos los sábados a quemar la noche. No sé… lo que no me imaginaba es que estabas aquí sola los sábados a la noche. ¿Quieres saber qué pensaba yo?

Hubo un silencio y asintió con dudas, porque Eva no sabía si quería escuchar algo como aquello. Sabía de qué manera era su vida, aburrida hasta las trancas y en una duda constante por si encontraría una buena excusa para salir de su casa. Al menos… era feliz, ¿no?

—Pues que salías y eso muchas veces. Nunca te he visto con un tipo, aunque eso no quería decir que no ligases. Me imaginaba que eso… quedarías con tíos, y de noche, los espantarías de tu lado. —soltó una risilla, porque nunca se imaginó hablar algo así con su madre— Al menos, tenía la certeza que te liarías con un hombre casi cada mes.

—¡Endika!

Era una osadía decirle eso a una madre, en especial, por la nula relación de confianza que labraron a través de los últimos años. Sin embargo, lo que le salió a Eva no fue replicarle, sino reír a carcajada.

—¡Eres muy tonto, eh! —continuó la mujer sin contener su risa— Pues hace que no estoy con un hombre… ni sé el tiempo. —miró al techo, reflexionando sobre los años exactos, aunque no encontró la última fecha, mejor de ese modo.

—¡Increíble…! —ambos volvieron a mirarse— Si yo estuviera, no sé… —calculó de manera mental su barrera sexual— Échale un mes sin sexo. ¡Me moriría!

Eva se tapó la cara a la par que negaba, mirando a su hijo entre sus dedos. El joven seguía con esa sonrisa pícara, moviendo sus ojos hacia abajo y deleitándose con el canal tan suculento que formaban sus dos pechos. No lo podía negar, eso sí que le parecía increíble.

La madre le vio y… no se los cubrió, sino que se quedó en la misma postura, dejando que su chico la contemplase. Era cierto, hacía años que nadie la tocaba y el picor sexual empezaba a amanecer en ella debido a la conversación con su pequeño, ahora mismo, en medio de la cocina y con los platos vacíos, lo que más la apetecía, era follar.

—¡Ay, hijo…! —se quitó la mano de la cara y el muchacho la volvió a mirar a los ojos— No todo en la vida es el sexo… —“¡aunque menuda falta que me hace!”, se dijo para sí misma, resoplando con cautela para que Endika no se diera cuenta de que su cuerpo se calentaba.

—Ya, pero está muy bien. No pierdas la oportunidad, mamá. Te quedan muchos años buenos. —se levantó de la silla, queriendo seguir con la conversación que tenía pausada con Tamara, aunque con Eva, estaba tan… a gusto— Si tu hijito te puede dar un consejo… Mira, sal un sábado y… diviértete. Te lo mereces.

Anduvo hasta su lado, haciendo que la sombra que se proyectaba debido a la luz del techo se moviera. Las zapatillas de casa resbalaron por la baldosa hasta colocarse junto a su madre. Ella le miró decidiendo todavía si aquello de años buenos, era un piropo, lo más cercano a un halago que le había dicho su chico en muchos años. Aparte de lo de las tetas…

Endika le puso una mano en el hombro, tocando con par de dedos la mitad de piel desnuda que mostraba la mujer. Eva dirigió su mirada hacia arriba, contemplando los ojos que le había dado en herencia y que, a la vez, ella heredó de su padre. La sonrisa de su hijo, le dio la sensación de que no podría borrarse con nada, en verdad estaba feliz. Entonces, este se inclinó, acercando su rostro al de su progenitora sin que ella lo virase.

Estaban frente a frente, en apenas unas pocas décimas, sus rostros casi contactaban. Eva mantuvo sus ojos fijos en los de su pequeño. Ambos se miraban de manera penetrante, aunque en un lapso de tiempo muy corto, Endika bajó la vista, de nuevo, al gran escote que mostraba su madre y que se veía tan apetecible.

La mujer no dijo nada, no hizo nada… no le importó. Incluso, en un recóndito paraje de su mente, le gustó imaginarse que todavía era capaz de desatar esas pasiones en un joven adolescente.

Aunque no le dio tiempo a reflexionar sobre más, ya que en ese instante, Endika viraba un poco la cabeza pegándola a la suya. Sus labios, húmedos y calientes, contactaron en su mejilla, más cerca de sus labios que de la oreja. Eva hizo lo único que pudo, corresponderle con otro beso.

—Voy a cama. Y, mamá…, —siguió al lado del rostro de Eva, casi sin despegarse ni un centímetro. Por lo que sus palabras, explotaban calientes en los oídos de la mujer— Tienes… —Endika reordenó sus palabras— Debes divertirte más y ser… feliz.

—Sí —respondió tan rápido como le fue posible.

Ambos se separaron y con una mirada, se despidieron. El joven no borró esa sonrisa pícara hasta que salió por la puerta de la cocina y su madre, se sintió libre de aspirar con fuerza cuando desapareció.

Estaba algo agitada, con un calor dentro del cuerpo que no comprendía. Por lo que hizo lo más obvio, llevar los platos al fregadero, dejarlos allí para limpiarlos al día siguiente y casi… correr a su cuarto.

Cerró con el pestillo, notando cómo ese calor no desaparecía, sino que se extendía por todo su ser. Se puso delante del espejo, todo la pesaba y la prenda le chamuscaba la piel. Empezó por quitarse con cierta ansia el vestido y se quedó en la ropa interior tan bonita que portaba.

Estaba muy bien para su edad, con un cuerpo y un rostro que se mantuvieron bellos pese al paso de los años. Y cierto era que, aquellos pechos, le habían dado algún problema de espalda, pero… también eran grandes y bonitos.

Los liberó de su atadura, sacándose el sujetador y después, bajándose unas bragas que, examinarlas…, la daba vergüenza, ya que tenían cierta humedad que… prefirió omitir. Lanzó su ropa a la silla, quedándose del mismo modo que su madre la trajo al mundo, delante del reflejo del cristal que nunca mentía.

No se iba a detener, tenía una idea fija, una que la había surgido después del beso de su hijo y de esa conversación tan extraña para la relación que mantenían. Al llegar a su cuarto le había tamborileado el corazón entre sus dos senos, como si contuviera dentro de su piel, un concierto de rock que la avivase. Era incapaz de detener esa ola gigantesca que se había desatado y… tampoco quería hacerlo.

Una mano masajeó su pecho y la otra, de forma rápida y salvaje, bajó hasta su algo velludo sexo para darle una calurosa bienvenida. Jadeó al sentir el calor de sus dedos haciendo presión y cuando se introdujo en ella misma, la mano de su seno tuvo que ir a su boca para acallar el gemido que quería salir.

Fue rápido, demasiado rápido. Tenía tanto guardado que, en menos de un minuto, el reflejo de su espejo se emborronó, ya que sus ojos perdían la nitidez debido al silencioso orgasmo que se proporcionó.

Las piernas la temblaron con fuerza y con la certeza de que iba a caerse, soltó la mano que tenía en su boca para ahogar el grito y la utilizó para sujetarse donde pudo. Sus piernas seguían vibrando, con unos dedos anegados en fluidos, los cuales no había logrado recoger todo lo que salió de su interior. Algunas gotas todavía reptaban por sus piernas y otras, más atrevidas, habían caído a la madera, dejando unas manchas en el suelo que Eva, debería limpiar.

Se había quedado más tranquila, más… vacía, sin embargo, aquello era pasajero y su impulso por devorar algo al día siguiente, se mantendría igual. Por lo que, era momento de dormir, de meterse en cama y sentir que el tacto suave de las sabanas, le producía un escalofrío debido al brutal orgasmo que todavía yacía en ella.

Se quedó rápidamente dormida, sumida en un gustoso sueño que la llevaría por un laberinto de placer que, lamentablemente, no recordaría. Aunque, tal vez, le hubiera gustado más, saber otra cosa. En la habitación de al lado, solo a una pared de distancia, su hijo… estaba pensando en ella.

—¡Menudo par de tetas, joder…! —se susurró Endika en la cama cuando la imagen de su madre se volvió a cruzar por su mente.

Tenía el móvil en la mano, con la conversación de Tamara abierta. Estaba cansado, aunque quería darse una buena alegría con la nueva chica. Sin embargo, había contestado a Vega y allí estaba uno de sus mensajes para desearle buenas noches, recordándole que el próximo día, se verían.

Aquello le cortó las ganas y el pene se bajó levemente, dejando en la mesilla el móvil y permitiendo que la erección decreciera por momentos. Aunque antes de dormir, siempre le daba tiempo para reflexionar.

Su mente no paraba, era el instante de reposar su cuerpo, no obstante, parecía que a su cerebro, le era gracioso recordarle los actos que hacía contra su pareja.

Sin embargo, algo pasó antes de conciliar el sueño, porque una imagen se colocó delante de todas sin borrarse hasta que se sumergió gustoso en los brazos de Morfeo. Era la silueta de una mujer, que se iba haciendo más visible. Aparecía con el traje negro de brillos y un escote despampanante que llamaba la atención.

Aquellos bultos los conocía, sí, los había visto en el pasado, en una época antigua en la que eran tres en casa y él, ni siquiera sabía lo que era el sexo. Pero ahora, habían vuelto con fuerza, porque la visión de la cocina fue gloriosa. No había duda… eran las tetas de su madre.
 
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