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Mis Odiosas Hijastras - Capítulo 17
Todavía sostenía a Sami en el aire, su pequeño cuerpo estaba contra la pared, y aún estaba penetrándola. Pero sentí como si me acabaran de tirar encima un balde de agua helada. Valu estaba en el umbral de la puerta, y por enésima vez miró por encima de su hombro.
—Termínenla, que mamá está abajo —dijo.
Fue la propia Sami la que se liberó de la verga de la que hasta hacía unos segundos estaba disfrutando, mientras yo miraba a su hermana, estupefacto, tratando de interpretar lo que estaba sucediendo.
—Dale, Adri, tenés que irte —dijo Sami.
Sacudí la cabeza, para espabilarme. Mariel está en casa, me dije. ¡Pero si se suponía que tenía que volver al día siguiente, por la tarde! Una vez más las cosas daban un giro de ciento ochenta grados, y debía hacer un esfuerzo sobrehumano para acostumbrarme a ello, y no enloquecer en el proceso. Me vestí rápidamente. Mariel estaba en casa, me repetí una y otra vez. Mierda. Necesitaba más tiempo para procesar toda la información, pero no lo tenía. Tendría que ir a recibirla.
Fui al baño a lavarme las manos, la cara, y los genitales. Creo que no hubo día en toda mi vida en la que me aseé tantas veces como ese domingo. No quería tener ningún olor sospechoso encima, pero la paranoia no se me iba a ir así como así. Valu, una vez que se aseguró de que yo me disponía a salir del cuarto de Sami, salió corriendo para su dormitorio.
Ahora lo entendía. El ladrido alegre de Rita, el sonido de la puerta cerrarse, el murmullo de voces. De seguro Agostina estaba haciendo tiempo, y hablaba fuerte con su madre a propósito para que llegáramos a escucharla desde arriba y nos percatáramos de los que estaba sucediendo. Se suponía que ella no sabía lo que estaba haciendo con Sami, pero quizás lo sospechaba. Suspiré hondo, y bajé las escaleras.
—¿Vos también te quedaste sin batería en el celular? —Fue lo primero que me dijo mi mujer—. Desde ayer que intento comunicarme con ustedes. Conseguí un vuelo y vine todo lo rápido que pude. No saben lo preocupada que estaba —agregó, visiblemente enfadada. Después lanzó una mirada panorámica hacia el cielorraso—. Y por lo visto ahora que ya regresó la luz no se te ocurrió enchufar el celular.
—Es que, como te dije, volvió hace apenas unos minutos —intervino Agos, apresurada.
Así que ya se lo había dicho, pensé para mí. Entonces Mariel me lo estaba preguntando solo para saber si iba a mentirle, o si Agos le había mentido. Era increíble lo poco que conocía a esa mujer con la que convivía desde hacía ya largos meses. Siempre se había mostrado despreocupada y muy confiada en todo lo relacionado a mi persona, pero ahora entendía que esa actitud era una máscara, pues tenía a sus hijas de espías, y además, las tres estaban preparadas para atacar cuando ella se los ordenase. Había tenido muchísima suerte al aparecer en sus vidas en el momento en que ellas decidieron rebelarse.
—¿Por qué tiraron tanto desodorante de ambiente? —preguntó de repente, y luego largó un estornudo.
—No sé, creo que fue Valu. Se le pasó la mano, ¿no? —respondió Agos.
Era cierto, se sentía un fuerte olor a lavanda, y yo ya tenía los ojos irritados. Alguna de las chicas había tenido la inteligencia suficiente como para cubrir los olores que podrían haber quedado en el aire después de la orgía que habíamos tenido ahí mismo. Observé la sala de estar, con disimulo. Por lo visto no había ningún rastro que delatara lo que habíamos hecho, aunque el sofá grande parecía estar más hundido de lo que debería. Rogué que solo fuera mi imaginación.
—Te ayudo con la valija —fue lo único que alcancé a decir.
Llevé la valija a nuestra habitación. Mientras tanto, Mariel me hablaba, aunque apenas la escuchaba, pues estaba ensimismado en pensamientos que no me llevaban a ningún lado.
—Sí, estuvo terrible —fue lo único que atiné a decir, cuando dijo que el avión no había despegado hasta que estuvieron seguros de que la terrible tormenta que había azotado a Buenos Aires había terminado.
Ya era de tarde, y faltaba poco para que cayera la noche, pero aun así había contado con ese tiempo, así como con toda la mañana del lunes, para estar con las chicas, y definir lo que finalmente íbamos a hacer. Y para colmo Mariel no me dejó solo en ningún momento. Estaba muy parlanchina. En cualquier otro momento hubiera deducido que se debía a que recién volvía de un viaje importante y tenía ganas de compartir su experiencia conmigo. Pero dadas las circunstancias, creía que en realidad era debido a que me había sido infiel. Las mujeres infieles tendían a mostrarse muy habladoras, de repente. Era como si pretendieran simular normalidad, dando conversación, pero la exageración con la que lo hacían terminaba por delatarlas. Eso había aprendido a base de pura observación, sobre todo en mi trabajo como vigilador nocturno en edificios de propiedades. Pero nunca había imaginado ver esa actitud en mi propia pareja. Me sentía realmente patético.
Aproveché para dejar el dichoso celular cargando en la pieza. Ahora ya no había motivos para temer hacerlo. Cenamos los cinco juntos. Fue la cena más tensa que recuerdo haber tenido en mi vida. El fantasma de la infidelidad y del sexo sobrevolaban sobre nosotros. Por suerte Agostina y Valu hablaban cada vez que había un silencio peligrosamente largo. Sami intentaba mostrar normalidad, pero al esforzarse por lograrlo, terminaba generando el efecto opuesto. Por lo visto había heredado eso de su madre. Se la veía muy nerviosa. Me pregunté en todo momento si alguna de las chicas se decidiría a lanzar algún comentario con la intención de desenmascarar a su madre de una vez por todas. Notaba en Valu una hostilidad contenida, por lo que ponía todas las fichas en que ella iba a ser la que iba a lanzar la primera piedra. Pero a pesar de todo, hablaba con Mariel de manera cordial, dentro de todo. Por mi parte no estuve ni mal ni bien. Creo que también se me notaba distinto. Además, tomé más de la cuenta. Pero no dije nada fuera de lugar. No aún.
A pesar de que estaba involucrado en ese quilombo familiar hasta el tope, entendía que entre ellas había rencores que se remontaban a muchos años atrás. Suponía que había muchas cosas que las chicas no me habían contado. La mayoría de ellas serían de cuando ya eran adolescentes, pero no me extrañaría saber que en sus infancias habían sufrido del mismo tipo de influencia enfermiza.
—Bueno, ¿Vamos a la cama? —dijo Mariel—. Ya estoy cansada.
—Dale, me tomo un té y voy —le dije.
No pude evitar que mis palabras sonaran tajantes. Normalmente le hubiera dicho, “Me hago un té y voy, ¿te parece?”. Pero ahora le había perdido el respeto a tal punto, que no me iba a molestar en esperar su aprobación. Sin embargo, ella no pareció acusar recibo de mi sequedad. Es más, acercó sus labios gruesos a mi oído, y me susurró:
—No tardes, te voy a estar esperando.
Tragué saliva. Era una clara invitación sexual. La vi irse a nuestra habitación. Realmente era una mujer impresionantemente bella. Haberme acostado con tres adolescentes podía haberme vuelto más exquisito que antes, pero Mariel seguía siendo el estereotipo de una MILF. Su culo se mantenía firme a sus cuarenta años. Sus tetas eran casi tan grandes como las de Valu. Y cada paso que daba derrochaba sensualidad, cosa que por lo visto estaba en sus genes, porque con las chicas pasaba lo mismo. Y en la cama era toda una puta.
Suspiré hondo. El hecho de que Mariel no estuviera a la vista por un rato me generaba un inusual alivio.
—¿Qué piensan hacer? —pregunté—. Yo estoy harto. Todo esto me estresa mucho. Creo que mientras antes le diga que sé que me fue infiel, va a ser mejor. Que vuele todo por el aire y listo. No soporto más esto.
Las chicas se miraron entre ellas, alarmadas.
—Todavía no lo pensamos bien —dijo Agos.
—¡¿Qué no lo pensaron bien?! ¡Pero si tienen planeado esto desde hace mucho tiempo! —dije, indignado.
—Es que en lo que teníamos planeado no estabas incluido como un aliado, sino como una pieza, ¿entendés, genio? —dijo la zorra de Valentina.
—Bueno, no nos peleemos ahora —dijo Sami, conciliadora, como siempre—. La verdad es que ninguno sabía que mami iba a venir tan pronto. Además, todo lo que pasó en las últimas horas nos impidió crear un plan entre todos —agregó después.
—Hagamos una cosa —dijo Agos—. Nosotras nos quedamos hablando sobre eso. Pero vos andate con mamá. Si te quedás más tiempo acá, va a sospechar.
—Nosotras te avisamos por mensaje —dijo Valu—. Asegurate de que no vea lo que te escribimos.
—Esto es una locura —murmuré, sacudiendo la cabeza.
Fui con Mariel. Estaba con un sensual camisón de seda esperándome en la habitación, recostada en una pose sexy. La verdad era que el polvo interrumpido con Sami podría haberme dado el impulso necesario para que se me empinara una vez más en ese día. Pero ya no tenía ningún poco de ganas de coger, y esta vez no era una cuestión meramente física. Desde que mi esposa llegó a casa la libido se había esfumado. Y aunque en ese momento, desparramada sobre la cama, era el sueño erótico de cualquier hombre, no había manera de que esa noche le echara un polvo.
—Disculpá, pero no tengo ganas —dije, con sinceridad.
Primero, me miró sorprendida. La verdad es que desde que estaba con ella no hubo noche en la que le negué mi verga, por lo que mi respuesta no podía más que descolocarla. Pero inmediatamente, ese gesto de sorpresa fue reemplazado, al menos por un instante, por unos ceños fruncidos que evidenciaban su fastidio, para finalmente mostrarme una sonrisa comprensiva, a todas luces falsa.
—Ah, bueno —dijo, metiéndose en la cama.
¿Cuántas veces había fingido de esa manera, y no me había dado cuenta?, me pregunté, indignado. Había estado viviendo una mentira desde que la conocí.
—¿Y las chicas cómo se portaron? —preguntó Mariel.
¿Cómo se portaron? Me pregunté yo mismo, rememorando todas las locuras ocurridas ese fin de semana. Desde la mamada de Sami, por la madrugada, cuando ni siquiera sabía que se trataba de ella, hasta la orgía en la que habíamos participado todos. Y no nos olvidemos de cuando Valu se cogió a su propia hermana con la mano, y mucho menos la intención de venganza de todos los habitantes de esa casa en contra de la matriarca.
—Bien. Ya están grandes. No necesitan un niñero. Solo me quedé acá para asegurarme de que no se mataran entre ellas, y por suerte no lo hicieron —respondí.
No quería darle más información que esa. Si hablaba de más, y después alguna de las chicas daba una versión opuesta de las cosas, quedaría expuesto. Aunque, a decir verdad, cada vez me importaba menos que ella se enterara de lo sucedido. Quizás fui muy evidente en relación a esto, porque Mariel, justo cuando se disponía a apagar la lámpara de la mesita de luz, me preguntó:
—¿Se puede saber qué te pasa?
Respiré hondo. Había llegado el momento. Ya me había tardado mucho, y encima le iba a dar el gusto de hacerlo cuando ella me lo preguntaba. Pero mejor tarde que nunca. Sentí que estaba a punto de explotar.
—Me cagaste —largué—. En el viaje, te cogiste a otro tipo.
—¡¿Qué?! —dijo ella, mirándome, anonadada. Si estaba fingiendo el asombro, esta vez lo hacía muy bien—. ¿De qué carajos estás hablando? —dijo después, ahora con una nota de indignación en su voz.
Ah no. No se la pienso dejar pasar, me dije a mí mismo. Recordé aquellos mensajes. Esos que me habían mandado desde un celular desconocido. El contacto estaba registrado como APAIB. Y aquel tipo le preguntaba si acaso se había arrepentido por lo que había sucedido. Ella le contestaba que no, que no lo estaba, y luego le recordaba que estaba casada. No había muchas interpretaciones posibles para el significado que se le pudiera dar a esos mensajes. Sería un ciego si no lo entendiera. Y ella no se arrepentía… Pero no era una simple infidelidad. Había metido a sus hijas en el medio. Sus pobres hijas, enfermas por las ideas perversas de su madre, enredadas en ese juego del cual la infidelidad apenas era la punta del iceberg.
—¿Cómo se llama ese que te manda mensajes incluso cuando estás conmigo? —dije, tratando de contener la ira—. ¿APAIB?
Mariel abrió bien grande los ojos. Y luego soltó una carcajada.
—¿Vos estás loco? —dijo—. APAIB no es el nombre de una persona. Es el nombre de una ONG que tiene un departamento que se encarga de hacer concursos literarios y ese tipo de cosas. Me parece que estuviste tomando de más. Mejor hablemos mañana, más tranquilos.
Apagó la luz, como dando por terminada la conversación. Pero que se vaya a la mierda, pensé para mí. No se iba a librar de mí tan fácilmente. Yo tenía un haz bajo la manga. Tenía una foto con esos mensajes tan comprometedores. ¿Que APAIB no era el nombre de una persona? Claro que lo sabía. No era tan estúpido. Esa era la sigla con la que camuflaba a su amante. En la foto salía el teléfono de Mariel. No podía ser tan caradura de negarme la verdad aún con semejante prueba en su contra. Si me preguntaba de dónde había sacado esa foto, le diría que la había hecho yo, y punto. Ese sería el final del tiránico reinado de Mariel en ese hogar.
Ya tenía el celular con bastante carga, así que lo encendí. Tenía notificaciones de llamadas y mensajes de Mariel, pero nada más. Abrí Whatsapp, ansioso. Me moría de ganas de ver su cara de derrota cuando le mostrara la verdad irrefutable. Y luego le diría que sabía perfectamente que esas tres adolescentes habían sufrido tanto bajo su yugo. No pude evitar fantasear con que echábamos a Mariel, y yo me quedaba con las chicas. Ya habían demostrado que no tenían problemas con que me acostara con todas ellas. Incluso Sami, que me había dicho que me amaba, no se había mostrado resentida cuando estuve con sus hermanas en sus propias narices.
Pero, ¡Un momento! El mensaje debería estar entre los primeros chats. Es más, solo el chat de Mariel debería estar encima de él. ¡Pero no estaba! No estaba el mensaje que me había enviado Valentina desde un número desconocido, con las fotos que demostraban la infidelidad de mi mujer. ¡¿Qué mierda estaba pasando!?
Mariel. Tenía que ser ella. Había ido a la habitación antes que yo, y había visto el mensaje, para luego borrarlo por completo. Pero, ¿cómo lo supo? Supuse que había sospechado algo durante la cena. Mierda.
—Ey, no seas tonto —me dijo ella, abrazándome por detrás—. No sabía que eras tan inseguro. No estuve con nadie más, te lo juro —agregó después—. Ya estamos grandes para esas cosas, ¿no? Si algo no funciona, no funciona, y listo. Y hasta hoy siempre tuve la sensación de que esto estaba funcionando. Ya tuve muchas relaciones tóxicas, creeme. Nunca terminaría con vos de esa forma. Y estoy muy contenta de que estés conmigo.
Sonaba realmente convincente, y eso me enfurecía más. Estuve a punto de apartarle el brazo con el que me abrazaba con brusquedad, para gritarle e insultarla. Pero de repente me iluminé. En ese día había pasado pocas veces, y cuando me había sucedido no terminé de usar ese conocimiento repentino a mi favor, pero esta vez debía pensar mil veces antes de actuar.
Me pregunté si Mariel realmente había podido eliminar el mensaje. El tiempo que había tenido en el dormitorio le hubiese alcanzado de sobra para hacerlo, eso era innegable. Salvo por el hecho de que mi celular tenía un código de desbloqueo. Mariel nunca se había mostrado intrigada por ese hecho, y jamás la pesqué viéndome de reojo mientras colocaba la clave. Claro que podía haberlo hecho justo en un momento en el que no le prestaba atención. Pero sin embargo había otra cosa que no podía omitir. Había alguien a la que sí había visto más de una vez observándome mientras utilizaba el celular. De hecho, hubo una ocasión en la que me había hecho una broma al respecto. ¿Qué había dicho? Que parecía un espía ahora que andaba poniendo clave de seguridad al celular. No recordaba sus palabras exactas, pero habían sido algo por el estilo.
Valu. Pendeja de mierda.
Hice memoria. Durante la cena había sido la última en sentarse a la mesa. Pero si lo había hecho ella, ¿con qué intención lo hacía? Para jugar con mi cabeza, me respondí inmediatamente. Después de todo, era lo que estaban haciendo las tres desde que quedamos solos en casa.
Y aun así, cabía la posibilidad de que estuviera equivocado. Mariel tenía razón en algo: ahora que estaba bajo los efectos del alcohol, no podía confiar del todo en mi cabeza. De hecho ya estaba dudando de esa misma idea que hasta hacía unos segundos me parecía muy acertada.
De repente sentí que la mano de mi mujer bajaba lentamente, para luego meterse adentro de mi calzoncillo, y empezar a masajear mi verga.
—No, ahora no —dije, aunque a decir verdad, si seguía haciéndolo, no iba a pasar mucho tiempo hasta que mi amigo se despertara una vez más—. Mañana hablamos —agregué.
Mariel suspiró, y retiró la mano, derrotada.
Traté de dormir, pero me resultó imposible conciliar el sueño. Ella, en cambio, no había tardado ni diez minutos desde la fuerte acusación que le hice, que ya estaba durmiendo como un angelito. ¿Debería considerar ese detalle como un punto en su contra o a su favor? Aproveché para mandarle un mensaje a las chicas. ¿Quién borró el mensaje?, les pregunté a las tres, dando por sentado que había sido una de ellas. Sami fue la primera en responder, con un emoticón de una figura con los hombros encogidos. Agos respondió que no había sido ella, y luego me preguntó si había hablado algo con Mariel. Le dije lo que sucedió. Que le había echado en cara su infidelidad, pero quedé como un idiota cuando quise mostrarle la prueba irrefutable que creía tener. Ella me respondió que me había precipitado demasiado, pero que me entendía. Valu, por su parte, se limitó a dejarme en visto, cosa que me irritó muchísimo, y además acrecentó mis sospechas hacia ella, y por ende, hacía sus hermanas.
Cuando se hizo la medianoche sucedió algo extraño. Mariel se levantó de la cama. Lo hizo de manera sigilosa, pensando que yo realmente estaba dormido. Imaginé que iba al baño, pero me sorprendió no escuchar el ruido en esa dirección. No obstante, sí me pareció oír que subía las escaleras. Por lo visto, ahora era ella la que movía sus fichas. Punto en su contra.
“Entró a la pieza de Agos”, me avisó Sami por mensaje. Y seguida a esas palabras adjuntó un emoticón de un carita azul, evidentemente asustada. “No te preocupes. Ya quedamos en que no le íbamos a decir nada de lo que pasó. Y mañana la vamos a encarar los cuatro juntos”, puso después la pequeña. No era mala idea exponerla entre todos.
Pero el problema era que no sabía si iba a poder esperar hasta el día siguiente. Quizás ese era el momento. ¿Por qué no hacerlo ahora mismo? ¿Acaso el hecho de que lo hiciéramos durante el día hacía que la cosa fuera menos extraña de lo que ya era?
Sin embargo no se me quitaba de la cabeza que cabía la posibilidad de que había caído en la trampa de las chicas, o de alguna de ellas. Si subía, podía terminar por exponerme. Mierda. Otra vez estaba presa de mis miedos y mis cavilaciones. Hice a un costado las sábanas. Que se vaya todo a la mierda, pensé. Me puse de pie y me vestí.
Pero cuando salía de la habitación me encontré con la propia Agostina.
—¿A dónde vas? —me preguntó—. Vení, entremos. Seguro que va a estar un buen rato en lo de Sami. Como es la más chica, es a la que siempre le saca más información.
—¿Y qué fue lo que hablaron con vos? —le pregunté, mientras me sentaba en la cama, impaciente.
—¿Y qué va a ser? —dijo ella, quien también estaba visiblemente alterada—. Que si hicimos lo que nos dijo. Que si te provocamos, y cuál fue tu reacción. Obviamente todas vamos a decir que te comportaste como un caballero. Bueno, quizás Valu meta un poco de púa, pero no te preocupes, no le va a contar que tuvieron sexo, solo que la miraste, o que le dijiste algo, quien sabe. Igual, mamá ya la conoce, y si lo que dice Valu no coincide con lo que nosotras le dijimos, va a deducir que solo lo hace para hacerla encabronar.
Me agarré la cabeza, desesperado.
—De verdad, ya estoy cansado de todo esto. Además, quiero escuchar de una vez que todas ustedes acusan a su madre de lo que me dijeron que les hacía.
Al decir esto, la agarré del brazo, con brusquedad.
—Tranquilo Adri. Eso es lo que queremos hacer. Pero queremos hacerlo de la mejor manera posible. Además, Valu se está haciendo la tonta, y no sabemos si va a querer hablar ahora. Lo mejor es que estemos todas juntas, decididas.
—Esa pendeja me dejó el visto cuando le pregunté lo del mensaje —dije, indignado.
—¿Qué fue lo que pasó con el mensaje? —preguntó ella.
—Desapareció. No solo el mensaje, sino el chat en sí mismo. Ya no hay nada. Así que ahora solo cuento con el apoyo de ustedes. Y la verdad es que no me dan ninguna confianza.
—Tranquilo. Estás alterado, y un poco borracho —dijo Agos, tomándome la mano.
Estaba sentada en la orilla de la cama. Usaba de pijama una de esas remeras largas tipo vestido, que le llegaba hasta las rodillas. Su hermoso cabello negro estaba suelto, y oficiaba de un excelente marco para esa preciosa cara ovalada de piel clara que tenía.
—Me vuelve loco pensar en cuánto de todo lo que pasó hoy fue verdad, y cuánto fue una mentira —me sinceré.
—Que nos cogiste fue algo totalmente real. De eso no tengas dudas —dijo Agos, hablando con una brusquedad que era más típica de Valu.
—Pero a vos no te cogí —retruqué—. Y no creo que sea porque sos lesbiana. Estoy seguro de que te gustan los hombres tanto como las mujeres.
—Eso es cosa mía —dijo Agos, poniéndose de pie—. Esperanos hasta mañana. No seas egoísta —agregó después.
Quizás había sido que se percató de mis ojos de perro alzado, y por eso ahora se disponía a irse. Pero yo la detuve, agarrándola de la muñeca.
—¿Y lo demás? —pregunté.
—¿Lo demás? —preguntó ella a su vez, con el ceño fruncido.
—Lo demás… Dijiste que el hecho de que me las había cogido había sido cierto. Y entonces, lo demás, ¿fue mentira?
—No seas boludo. ¿A vos te parece que si tuviéramos que pensar en algo en contra de mamá se nos hubiera ocurrido semejante historia? La realidad supera a la ficción. ¿No lo sabías?
—Lo que sé es que son las hijas de una escritora con mucha imaginación, y que bien podrían haber inventado todo esto.
—¿Y para qué? ¿Para cogerte? ¿Para arruinarte la vida? —preguntó Agos, soltándose de mi mano, aunque todavía no parecía dispuesta a marcharse—. ¿De qué serviría todo eso?
—No sé, eso deberían decírmelo ustedes —dije—. Para deshacerse de mí quizás —aventuré—. O por simple diversión. Habrán pensado: “vamos a joder a este viejo verde, que encima es medio tonto”, qué se yo. A estas alturas nada me sorprendería.
—Nunca pensamos eso. Al menos yo no —respondió, ofendida—. Si quisiéramos joderte, no hubiera sido necesario llegar a tanto.
La agarré de nuevo de la muñeca y la atraje hacia mí, obligándola a que se sentara en mi regazo. Su piel largaba un fresco olor que me erotizó inmediatamente. Intenté besarla, pero me corrió la cara.
—No, ahora no. Acá no —dijo Agos.
—¿Sentís algo por mí? —pregunté—. ¿O sólo soy un juguete para ustedes?
—¿Me estás cargando? Te chupé la pija junto a mi hermana —respondió ella, agitando la cabeza, como si no terminara de creer lo que habíamos hecho hacía unas horas.
La tumbé en la cama. Corrí la remera larga que tenía hacia arriba. Sus muslos no tardaron en aparecer ante mi vista.
—Estás loco. Mamá va a bajar en cualquier momento —dijo la chica, susurrando, con cara de espanto, aunque no hizo ningún movimiento para impedirme que siguiera. Ahora me encontraba con la braguita que llevaba puesta.
—Dijiste que iba a tardarse en lo de Sami. Y después va a ir a lo de Valu, ¿no?
—Sí, pero igual, esto es una locura —dijo.
Me tiré encima de ella, inmovilizándola por completo, aunque de todas formas, su negativa seguía limitándose a las palabras. En cuanto a lo físico, no participaba, pero tampoco se esforzaba por librarse de mí.
Me desabroché el pantalón. En efecto, mi verga se había empinado de nuevo. Esas chicas me regresaban la vitalidad de mis veinte años. Aunque es difícil asegurarlo, porque a esa edad no había tenido ningún día en el que había cogido tanto. La cuestión es que me sentía como un pendejo que recién empezaba a experimentar su sexualidad. Agos tenía las piernas cerradas, pero no tardé en separarlas, de un solo movimiento.
Y entonces la penetré. Ahí estaba. Así se sentía hundir mi verga en la princesa de la casa. La impecable Agos, que sin embargo hacía no mucho tiempo había estado con la cara salpicada por mi semen, mientras su propia hermana se la cogía con la mano. Ahora que no se me haga la mojigata, pensé para mí.
La vagina se sentía estrecha, casi tanto como la de Sami. Y en ese momento no estaba lubricada. Así que le enterré mi falo con delicadeza. Al menos al principio lo haría así. Agos gimió, aunque en su rostro también se reflejó un leve dolor. Retiré mi verga. Escupí en mi mano y embadurné mi instrumento con saliva. Ahora se sentía un poco más resbaladizo cuando le introducía de nuevo la verga. La agarré del mentón. Me miró con sus ojos penetrantes. Sin dudas, de las tres era la más hermosa de rostro. Sami tenía ciertos rasgos aniñados que nunca le permitirían equipararse con su hermana mayor. Y Valu no era para nada fea, pero no resaltaba particularmente por su cara. Agos era la perfección personificada. Si fuera al menos la mitad de puta de lo que era Valentina, sería la mujer perfecta. Y en ese momento creí que lo era. Y si no lo era, lo sería después de un par de polvos.
Ahora estaba abrazada a mí, y me largaba sus melódicos gemidos al oído.
—Apurate —me dijo, entre jadeos—. Por favor, acabá rápido —suplicó.
Obviamente esa era la intención. Pero no era tarea fácil precipitar la eyaculación después de todos los polvos que me había echado. Iba a tener que esperar un rato, pero imaginaba que incluso nos sobraría tiempo. Aun así, el peligro estaba presente, lo sabía. Pero la verdad es que ese era un detalle sumamente morboso que aumentaba mi placer hasta límites que no creía posible. Me estaba cogiendo a mi hijastra en la misma cama que compartía con la traidora de mi mujer. ¿Había algo más hermosamente retorcido que eso?
Estaba tan ensimismado en el goce que me producía esa criatura celestial, que no reparé en que alguien estaba bajando por la escalera. Fue la propia Agos la que me lo advirtió, golpeando mi hombro, mientras yo la embestía, como si fuera lo último que haría en la vida.
—Adrián —me dijo, aterrorizada—. Creo que viene. Alguien está bajando.
No puedo decir exactamente por qué actué como actué a continuación. Quizás fue porque ya estaba cansado de tanta intriga, y realmente quería terminar con todo eso. O tal vez, en medio del frenesí y la embriaguez, alcancé a comprender que aunque me detuviera, Mariel habría entrado a la habitación antes de que Agos pudiera huir. Y no le costaría mucho sumar dos más dos para entender lo que pasaba. O quizás simplemente pasaba que era un descerebrado que cuando tenía la pija dura se me apagaban todas las neuronas.
La cuestión es que seguí montando a Agos. Y para colmo. lo empecé a hacer con una violencia totalmente imprudente.
—Adri, pará, por favor, pará —me decía Agos, pero entre palabra y palabra no podía evitar largar los gemidos que reflejaban el disfrute que estaba sintiendo.
Y entonces sucedió lo previsible. Mariel abrió la puerta. Yo no la vi, porque estaba boca abajo penetrando a su hija. Pero sí vi la cara de horror de Agos, cuando la vio entrar. Alcanzó a pedirme una vez más que parara, pero yo seguí y seguí hasta que acabé, adentro de mi hijastra.
Ahí fue cuando giré. Esperaba un ataque de furia. Insultos, golpes, locura. Incluso muerte. Pero Mariel estaba estática, parada en el umbral de la puerta, viendo la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Estaba terriblemente pálida, como si estuviera viendo un fantasma.
-Continuara
Mis Odiosas Hijastras - Capítulo 17
Todavía sostenía a Sami en el aire, su pequeño cuerpo estaba contra la pared, y aún estaba penetrándola. Pero sentí como si me acabaran de tirar encima un balde de agua helada. Valu estaba en el umbral de la puerta, y por enésima vez miró por encima de su hombro.
—Termínenla, que mamá está abajo —dijo.
Fue la propia Sami la que se liberó de la verga de la que hasta hacía unos segundos estaba disfrutando, mientras yo miraba a su hermana, estupefacto, tratando de interpretar lo que estaba sucediendo.
—Dale, Adri, tenés que irte —dijo Sami.
Sacudí la cabeza, para espabilarme. Mariel está en casa, me dije. ¡Pero si se suponía que tenía que volver al día siguiente, por la tarde! Una vez más las cosas daban un giro de ciento ochenta grados, y debía hacer un esfuerzo sobrehumano para acostumbrarme a ello, y no enloquecer en el proceso. Me vestí rápidamente. Mariel estaba en casa, me repetí una y otra vez. Mierda. Necesitaba más tiempo para procesar toda la información, pero no lo tenía. Tendría que ir a recibirla.
Fui al baño a lavarme las manos, la cara, y los genitales. Creo que no hubo día en toda mi vida en la que me aseé tantas veces como ese domingo. No quería tener ningún olor sospechoso encima, pero la paranoia no se me iba a ir así como así. Valu, una vez que se aseguró de que yo me disponía a salir del cuarto de Sami, salió corriendo para su dormitorio.
Ahora lo entendía. El ladrido alegre de Rita, el sonido de la puerta cerrarse, el murmullo de voces. De seguro Agostina estaba haciendo tiempo, y hablaba fuerte con su madre a propósito para que llegáramos a escucharla desde arriba y nos percatáramos de los que estaba sucediendo. Se suponía que ella no sabía lo que estaba haciendo con Sami, pero quizás lo sospechaba. Suspiré hondo, y bajé las escaleras.
—¿Vos también te quedaste sin batería en el celular? —Fue lo primero que me dijo mi mujer—. Desde ayer que intento comunicarme con ustedes. Conseguí un vuelo y vine todo lo rápido que pude. No saben lo preocupada que estaba —agregó, visiblemente enfadada. Después lanzó una mirada panorámica hacia el cielorraso—. Y por lo visto ahora que ya regresó la luz no se te ocurrió enchufar el celular.
—Es que, como te dije, volvió hace apenas unos minutos —intervino Agos, apresurada.
Así que ya se lo había dicho, pensé para mí. Entonces Mariel me lo estaba preguntando solo para saber si iba a mentirle, o si Agos le había mentido. Era increíble lo poco que conocía a esa mujer con la que convivía desde hacía ya largos meses. Siempre se había mostrado despreocupada y muy confiada en todo lo relacionado a mi persona, pero ahora entendía que esa actitud era una máscara, pues tenía a sus hijas de espías, y además, las tres estaban preparadas para atacar cuando ella se los ordenase. Había tenido muchísima suerte al aparecer en sus vidas en el momento en que ellas decidieron rebelarse.
—¿Por qué tiraron tanto desodorante de ambiente? —preguntó de repente, y luego largó un estornudo.
—No sé, creo que fue Valu. Se le pasó la mano, ¿no? —respondió Agos.
Era cierto, se sentía un fuerte olor a lavanda, y yo ya tenía los ojos irritados. Alguna de las chicas había tenido la inteligencia suficiente como para cubrir los olores que podrían haber quedado en el aire después de la orgía que habíamos tenido ahí mismo. Observé la sala de estar, con disimulo. Por lo visto no había ningún rastro que delatara lo que habíamos hecho, aunque el sofá grande parecía estar más hundido de lo que debería. Rogué que solo fuera mi imaginación.
—Te ayudo con la valija —fue lo único que alcancé a decir.
Llevé la valija a nuestra habitación. Mientras tanto, Mariel me hablaba, aunque apenas la escuchaba, pues estaba ensimismado en pensamientos que no me llevaban a ningún lado.
—Sí, estuvo terrible —fue lo único que atiné a decir, cuando dijo que el avión no había despegado hasta que estuvieron seguros de que la terrible tormenta que había azotado a Buenos Aires había terminado.
Ya era de tarde, y faltaba poco para que cayera la noche, pero aun así había contado con ese tiempo, así como con toda la mañana del lunes, para estar con las chicas, y definir lo que finalmente íbamos a hacer. Y para colmo Mariel no me dejó solo en ningún momento. Estaba muy parlanchina. En cualquier otro momento hubiera deducido que se debía a que recién volvía de un viaje importante y tenía ganas de compartir su experiencia conmigo. Pero dadas las circunstancias, creía que en realidad era debido a que me había sido infiel. Las mujeres infieles tendían a mostrarse muy habladoras, de repente. Era como si pretendieran simular normalidad, dando conversación, pero la exageración con la que lo hacían terminaba por delatarlas. Eso había aprendido a base de pura observación, sobre todo en mi trabajo como vigilador nocturno en edificios de propiedades. Pero nunca había imaginado ver esa actitud en mi propia pareja. Me sentía realmente patético.
Aproveché para dejar el dichoso celular cargando en la pieza. Ahora ya no había motivos para temer hacerlo. Cenamos los cinco juntos. Fue la cena más tensa que recuerdo haber tenido en mi vida. El fantasma de la infidelidad y del sexo sobrevolaban sobre nosotros. Por suerte Agostina y Valu hablaban cada vez que había un silencio peligrosamente largo. Sami intentaba mostrar normalidad, pero al esforzarse por lograrlo, terminaba generando el efecto opuesto. Por lo visto había heredado eso de su madre. Se la veía muy nerviosa. Me pregunté en todo momento si alguna de las chicas se decidiría a lanzar algún comentario con la intención de desenmascarar a su madre de una vez por todas. Notaba en Valu una hostilidad contenida, por lo que ponía todas las fichas en que ella iba a ser la que iba a lanzar la primera piedra. Pero a pesar de todo, hablaba con Mariel de manera cordial, dentro de todo. Por mi parte no estuve ni mal ni bien. Creo que también se me notaba distinto. Además, tomé más de la cuenta. Pero no dije nada fuera de lugar. No aún.
A pesar de que estaba involucrado en ese quilombo familiar hasta el tope, entendía que entre ellas había rencores que se remontaban a muchos años atrás. Suponía que había muchas cosas que las chicas no me habían contado. La mayoría de ellas serían de cuando ya eran adolescentes, pero no me extrañaría saber que en sus infancias habían sufrido del mismo tipo de influencia enfermiza.
—Bueno, ¿Vamos a la cama? —dijo Mariel—. Ya estoy cansada.
—Dale, me tomo un té y voy —le dije.
No pude evitar que mis palabras sonaran tajantes. Normalmente le hubiera dicho, “Me hago un té y voy, ¿te parece?”. Pero ahora le había perdido el respeto a tal punto, que no me iba a molestar en esperar su aprobación. Sin embargo, ella no pareció acusar recibo de mi sequedad. Es más, acercó sus labios gruesos a mi oído, y me susurró:
—No tardes, te voy a estar esperando.
Tragué saliva. Era una clara invitación sexual. La vi irse a nuestra habitación. Realmente era una mujer impresionantemente bella. Haberme acostado con tres adolescentes podía haberme vuelto más exquisito que antes, pero Mariel seguía siendo el estereotipo de una MILF. Su culo se mantenía firme a sus cuarenta años. Sus tetas eran casi tan grandes como las de Valu. Y cada paso que daba derrochaba sensualidad, cosa que por lo visto estaba en sus genes, porque con las chicas pasaba lo mismo. Y en la cama era toda una puta.
Suspiré hondo. El hecho de que Mariel no estuviera a la vista por un rato me generaba un inusual alivio.
—¿Qué piensan hacer? —pregunté—. Yo estoy harto. Todo esto me estresa mucho. Creo que mientras antes le diga que sé que me fue infiel, va a ser mejor. Que vuele todo por el aire y listo. No soporto más esto.
Las chicas se miraron entre ellas, alarmadas.
—Todavía no lo pensamos bien —dijo Agos.
—¡¿Qué no lo pensaron bien?! ¡Pero si tienen planeado esto desde hace mucho tiempo! —dije, indignado.
—Es que en lo que teníamos planeado no estabas incluido como un aliado, sino como una pieza, ¿entendés, genio? —dijo la zorra de Valentina.
—Bueno, no nos peleemos ahora —dijo Sami, conciliadora, como siempre—. La verdad es que ninguno sabía que mami iba a venir tan pronto. Además, todo lo que pasó en las últimas horas nos impidió crear un plan entre todos —agregó después.
—Hagamos una cosa —dijo Agos—. Nosotras nos quedamos hablando sobre eso. Pero vos andate con mamá. Si te quedás más tiempo acá, va a sospechar.
—Nosotras te avisamos por mensaje —dijo Valu—. Asegurate de que no vea lo que te escribimos.
—Esto es una locura —murmuré, sacudiendo la cabeza.
Fui con Mariel. Estaba con un sensual camisón de seda esperándome en la habitación, recostada en una pose sexy. La verdad era que el polvo interrumpido con Sami podría haberme dado el impulso necesario para que se me empinara una vez más en ese día. Pero ya no tenía ningún poco de ganas de coger, y esta vez no era una cuestión meramente física. Desde que mi esposa llegó a casa la libido se había esfumado. Y aunque en ese momento, desparramada sobre la cama, era el sueño erótico de cualquier hombre, no había manera de que esa noche le echara un polvo.
—Disculpá, pero no tengo ganas —dije, con sinceridad.
Primero, me miró sorprendida. La verdad es que desde que estaba con ella no hubo noche en la que le negué mi verga, por lo que mi respuesta no podía más que descolocarla. Pero inmediatamente, ese gesto de sorpresa fue reemplazado, al menos por un instante, por unos ceños fruncidos que evidenciaban su fastidio, para finalmente mostrarme una sonrisa comprensiva, a todas luces falsa.
—Ah, bueno —dijo, metiéndose en la cama.
¿Cuántas veces había fingido de esa manera, y no me había dado cuenta?, me pregunté, indignado. Había estado viviendo una mentira desde que la conocí.
—¿Y las chicas cómo se portaron? —preguntó Mariel.
¿Cómo se portaron? Me pregunté yo mismo, rememorando todas las locuras ocurridas ese fin de semana. Desde la mamada de Sami, por la madrugada, cuando ni siquiera sabía que se trataba de ella, hasta la orgía en la que habíamos participado todos. Y no nos olvidemos de cuando Valu se cogió a su propia hermana con la mano, y mucho menos la intención de venganza de todos los habitantes de esa casa en contra de la matriarca.
—Bien. Ya están grandes. No necesitan un niñero. Solo me quedé acá para asegurarme de que no se mataran entre ellas, y por suerte no lo hicieron —respondí.
No quería darle más información que esa. Si hablaba de más, y después alguna de las chicas daba una versión opuesta de las cosas, quedaría expuesto. Aunque, a decir verdad, cada vez me importaba menos que ella se enterara de lo sucedido. Quizás fui muy evidente en relación a esto, porque Mariel, justo cuando se disponía a apagar la lámpara de la mesita de luz, me preguntó:
—¿Se puede saber qué te pasa?
Respiré hondo. Había llegado el momento. Ya me había tardado mucho, y encima le iba a dar el gusto de hacerlo cuando ella me lo preguntaba. Pero mejor tarde que nunca. Sentí que estaba a punto de explotar.
—Me cagaste —largué—. En el viaje, te cogiste a otro tipo.
—¡¿Qué?! —dijo ella, mirándome, anonadada. Si estaba fingiendo el asombro, esta vez lo hacía muy bien—. ¿De qué carajos estás hablando? —dijo después, ahora con una nota de indignación en su voz.
Ah no. No se la pienso dejar pasar, me dije a mí mismo. Recordé aquellos mensajes. Esos que me habían mandado desde un celular desconocido. El contacto estaba registrado como APAIB. Y aquel tipo le preguntaba si acaso se había arrepentido por lo que había sucedido. Ella le contestaba que no, que no lo estaba, y luego le recordaba que estaba casada. No había muchas interpretaciones posibles para el significado que se le pudiera dar a esos mensajes. Sería un ciego si no lo entendiera. Y ella no se arrepentía… Pero no era una simple infidelidad. Había metido a sus hijas en el medio. Sus pobres hijas, enfermas por las ideas perversas de su madre, enredadas en ese juego del cual la infidelidad apenas era la punta del iceberg.
—¿Cómo se llama ese que te manda mensajes incluso cuando estás conmigo? —dije, tratando de contener la ira—. ¿APAIB?
Mariel abrió bien grande los ojos. Y luego soltó una carcajada.
—¿Vos estás loco? —dijo—. APAIB no es el nombre de una persona. Es el nombre de una ONG que tiene un departamento que se encarga de hacer concursos literarios y ese tipo de cosas. Me parece que estuviste tomando de más. Mejor hablemos mañana, más tranquilos.
Apagó la luz, como dando por terminada la conversación. Pero que se vaya a la mierda, pensé para mí. No se iba a librar de mí tan fácilmente. Yo tenía un haz bajo la manga. Tenía una foto con esos mensajes tan comprometedores. ¿Que APAIB no era el nombre de una persona? Claro que lo sabía. No era tan estúpido. Esa era la sigla con la que camuflaba a su amante. En la foto salía el teléfono de Mariel. No podía ser tan caradura de negarme la verdad aún con semejante prueba en su contra. Si me preguntaba de dónde había sacado esa foto, le diría que la había hecho yo, y punto. Ese sería el final del tiránico reinado de Mariel en ese hogar.
Ya tenía el celular con bastante carga, así que lo encendí. Tenía notificaciones de llamadas y mensajes de Mariel, pero nada más. Abrí Whatsapp, ansioso. Me moría de ganas de ver su cara de derrota cuando le mostrara la verdad irrefutable. Y luego le diría que sabía perfectamente que esas tres adolescentes habían sufrido tanto bajo su yugo. No pude evitar fantasear con que echábamos a Mariel, y yo me quedaba con las chicas. Ya habían demostrado que no tenían problemas con que me acostara con todas ellas. Incluso Sami, que me había dicho que me amaba, no se había mostrado resentida cuando estuve con sus hermanas en sus propias narices.
Pero, ¡Un momento! El mensaje debería estar entre los primeros chats. Es más, solo el chat de Mariel debería estar encima de él. ¡Pero no estaba! No estaba el mensaje que me había enviado Valentina desde un número desconocido, con las fotos que demostraban la infidelidad de mi mujer. ¡¿Qué mierda estaba pasando!?
Mariel. Tenía que ser ella. Había ido a la habitación antes que yo, y había visto el mensaje, para luego borrarlo por completo. Pero, ¿cómo lo supo? Supuse que había sospechado algo durante la cena. Mierda.
—Ey, no seas tonto —me dijo ella, abrazándome por detrás—. No sabía que eras tan inseguro. No estuve con nadie más, te lo juro —agregó después—. Ya estamos grandes para esas cosas, ¿no? Si algo no funciona, no funciona, y listo. Y hasta hoy siempre tuve la sensación de que esto estaba funcionando. Ya tuve muchas relaciones tóxicas, creeme. Nunca terminaría con vos de esa forma. Y estoy muy contenta de que estés conmigo.
Sonaba realmente convincente, y eso me enfurecía más. Estuve a punto de apartarle el brazo con el que me abrazaba con brusquedad, para gritarle e insultarla. Pero de repente me iluminé. En ese día había pasado pocas veces, y cuando me había sucedido no terminé de usar ese conocimiento repentino a mi favor, pero esta vez debía pensar mil veces antes de actuar.
Me pregunté si Mariel realmente había podido eliminar el mensaje. El tiempo que había tenido en el dormitorio le hubiese alcanzado de sobra para hacerlo, eso era innegable. Salvo por el hecho de que mi celular tenía un código de desbloqueo. Mariel nunca se había mostrado intrigada por ese hecho, y jamás la pesqué viéndome de reojo mientras colocaba la clave. Claro que podía haberlo hecho justo en un momento en el que no le prestaba atención. Pero sin embargo había otra cosa que no podía omitir. Había alguien a la que sí había visto más de una vez observándome mientras utilizaba el celular. De hecho, hubo una ocasión en la que me había hecho una broma al respecto. ¿Qué había dicho? Que parecía un espía ahora que andaba poniendo clave de seguridad al celular. No recordaba sus palabras exactas, pero habían sido algo por el estilo.
Valu. Pendeja de mierda.
Hice memoria. Durante la cena había sido la última en sentarse a la mesa. Pero si lo había hecho ella, ¿con qué intención lo hacía? Para jugar con mi cabeza, me respondí inmediatamente. Después de todo, era lo que estaban haciendo las tres desde que quedamos solos en casa.
Y aun así, cabía la posibilidad de que estuviera equivocado. Mariel tenía razón en algo: ahora que estaba bajo los efectos del alcohol, no podía confiar del todo en mi cabeza. De hecho ya estaba dudando de esa misma idea que hasta hacía unos segundos me parecía muy acertada.
De repente sentí que la mano de mi mujer bajaba lentamente, para luego meterse adentro de mi calzoncillo, y empezar a masajear mi verga.
—No, ahora no —dije, aunque a decir verdad, si seguía haciéndolo, no iba a pasar mucho tiempo hasta que mi amigo se despertara una vez más—. Mañana hablamos —agregué.
Mariel suspiró, y retiró la mano, derrotada.
Traté de dormir, pero me resultó imposible conciliar el sueño. Ella, en cambio, no había tardado ni diez minutos desde la fuerte acusación que le hice, que ya estaba durmiendo como un angelito. ¿Debería considerar ese detalle como un punto en su contra o a su favor? Aproveché para mandarle un mensaje a las chicas. ¿Quién borró el mensaje?, les pregunté a las tres, dando por sentado que había sido una de ellas. Sami fue la primera en responder, con un emoticón de una figura con los hombros encogidos. Agos respondió que no había sido ella, y luego me preguntó si había hablado algo con Mariel. Le dije lo que sucedió. Que le había echado en cara su infidelidad, pero quedé como un idiota cuando quise mostrarle la prueba irrefutable que creía tener. Ella me respondió que me había precipitado demasiado, pero que me entendía. Valu, por su parte, se limitó a dejarme en visto, cosa que me irritó muchísimo, y además acrecentó mis sospechas hacia ella, y por ende, hacía sus hermanas.
Cuando se hizo la medianoche sucedió algo extraño. Mariel se levantó de la cama. Lo hizo de manera sigilosa, pensando que yo realmente estaba dormido. Imaginé que iba al baño, pero me sorprendió no escuchar el ruido en esa dirección. No obstante, sí me pareció oír que subía las escaleras. Por lo visto, ahora era ella la que movía sus fichas. Punto en su contra.
“Entró a la pieza de Agos”, me avisó Sami por mensaje. Y seguida a esas palabras adjuntó un emoticón de un carita azul, evidentemente asustada. “No te preocupes. Ya quedamos en que no le íbamos a decir nada de lo que pasó. Y mañana la vamos a encarar los cuatro juntos”, puso después la pequeña. No era mala idea exponerla entre todos.
Pero el problema era que no sabía si iba a poder esperar hasta el día siguiente. Quizás ese era el momento. ¿Por qué no hacerlo ahora mismo? ¿Acaso el hecho de que lo hiciéramos durante el día hacía que la cosa fuera menos extraña de lo que ya era?
Sin embargo no se me quitaba de la cabeza que cabía la posibilidad de que había caído en la trampa de las chicas, o de alguna de ellas. Si subía, podía terminar por exponerme. Mierda. Otra vez estaba presa de mis miedos y mis cavilaciones. Hice a un costado las sábanas. Que se vaya todo a la mierda, pensé. Me puse de pie y me vestí.
Pero cuando salía de la habitación me encontré con la propia Agostina.
—¿A dónde vas? —me preguntó—. Vení, entremos. Seguro que va a estar un buen rato en lo de Sami. Como es la más chica, es a la que siempre le saca más información.
—¿Y qué fue lo que hablaron con vos? —le pregunté, mientras me sentaba en la cama, impaciente.
—¿Y qué va a ser? —dijo ella, quien también estaba visiblemente alterada—. Que si hicimos lo que nos dijo. Que si te provocamos, y cuál fue tu reacción. Obviamente todas vamos a decir que te comportaste como un caballero. Bueno, quizás Valu meta un poco de púa, pero no te preocupes, no le va a contar que tuvieron sexo, solo que la miraste, o que le dijiste algo, quien sabe. Igual, mamá ya la conoce, y si lo que dice Valu no coincide con lo que nosotras le dijimos, va a deducir que solo lo hace para hacerla encabronar.
Me agarré la cabeza, desesperado.
—De verdad, ya estoy cansado de todo esto. Además, quiero escuchar de una vez que todas ustedes acusan a su madre de lo que me dijeron que les hacía.
Al decir esto, la agarré del brazo, con brusquedad.
—Tranquilo Adri. Eso es lo que queremos hacer. Pero queremos hacerlo de la mejor manera posible. Además, Valu se está haciendo la tonta, y no sabemos si va a querer hablar ahora. Lo mejor es que estemos todas juntas, decididas.
—Esa pendeja me dejó el visto cuando le pregunté lo del mensaje —dije, indignado.
—¿Qué fue lo que pasó con el mensaje? —preguntó ella.
—Desapareció. No solo el mensaje, sino el chat en sí mismo. Ya no hay nada. Así que ahora solo cuento con el apoyo de ustedes. Y la verdad es que no me dan ninguna confianza.
—Tranquilo. Estás alterado, y un poco borracho —dijo Agos, tomándome la mano.
Estaba sentada en la orilla de la cama. Usaba de pijama una de esas remeras largas tipo vestido, que le llegaba hasta las rodillas. Su hermoso cabello negro estaba suelto, y oficiaba de un excelente marco para esa preciosa cara ovalada de piel clara que tenía.
—Me vuelve loco pensar en cuánto de todo lo que pasó hoy fue verdad, y cuánto fue una mentira —me sinceré.
—Que nos cogiste fue algo totalmente real. De eso no tengas dudas —dijo Agos, hablando con una brusquedad que era más típica de Valu.
—Pero a vos no te cogí —retruqué—. Y no creo que sea porque sos lesbiana. Estoy seguro de que te gustan los hombres tanto como las mujeres.
—Eso es cosa mía —dijo Agos, poniéndose de pie—. Esperanos hasta mañana. No seas egoísta —agregó después.
Quizás había sido que se percató de mis ojos de perro alzado, y por eso ahora se disponía a irse. Pero yo la detuve, agarrándola de la muñeca.
—¿Y lo demás? —pregunté.
—¿Lo demás? —preguntó ella a su vez, con el ceño fruncido.
—Lo demás… Dijiste que el hecho de que me las había cogido había sido cierto. Y entonces, lo demás, ¿fue mentira?
—No seas boludo. ¿A vos te parece que si tuviéramos que pensar en algo en contra de mamá se nos hubiera ocurrido semejante historia? La realidad supera a la ficción. ¿No lo sabías?
—Lo que sé es que son las hijas de una escritora con mucha imaginación, y que bien podrían haber inventado todo esto.
—¿Y para qué? ¿Para cogerte? ¿Para arruinarte la vida? —preguntó Agos, soltándose de mi mano, aunque todavía no parecía dispuesta a marcharse—. ¿De qué serviría todo eso?
—No sé, eso deberían decírmelo ustedes —dije—. Para deshacerse de mí quizás —aventuré—. O por simple diversión. Habrán pensado: “vamos a joder a este viejo verde, que encima es medio tonto”, qué se yo. A estas alturas nada me sorprendería.
—Nunca pensamos eso. Al menos yo no —respondió, ofendida—. Si quisiéramos joderte, no hubiera sido necesario llegar a tanto.
La agarré de nuevo de la muñeca y la atraje hacia mí, obligándola a que se sentara en mi regazo. Su piel largaba un fresco olor que me erotizó inmediatamente. Intenté besarla, pero me corrió la cara.
—No, ahora no. Acá no —dijo Agos.
—¿Sentís algo por mí? —pregunté—. ¿O sólo soy un juguete para ustedes?
—¿Me estás cargando? Te chupé la pija junto a mi hermana —respondió ella, agitando la cabeza, como si no terminara de creer lo que habíamos hecho hacía unas horas.
La tumbé en la cama. Corrí la remera larga que tenía hacia arriba. Sus muslos no tardaron en aparecer ante mi vista.
—Estás loco. Mamá va a bajar en cualquier momento —dijo la chica, susurrando, con cara de espanto, aunque no hizo ningún movimiento para impedirme que siguiera. Ahora me encontraba con la braguita que llevaba puesta.
—Dijiste que iba a tardarse en lo de Sami. Y después va a ir a lo de Valu, ¿no?
—Sí, pero igual, esto es una locura —dijo.
Me tiré encima de ella, inmovilizándola por completo, aunque de todas formas, su negativa seguía limitándose a las palabras. En cuanto a lo físico, no participaba, pero tampoco se esforzaba por librarse de mí.
Me desabroché el pantalón. En efecto, mi verga se había empinado de nuevo. Esas chicas me regresaban la vitalidad de mis veinte años. Aunque es difícil asegurarlo, porque a esa edad no había tenido ningún día en el que había cogido tanto. La cuestión es que me sentía como un pendejo que recién empezaba a experimentar su sexualidad. Agos tenía las piernas cerradas, pero no tardé en separarlas, de un solo movimiento.
Y entonces la penetré. Ahí estaba. Así se sentía hundir mi verga en la princesa de la casa. La impecable Agos, que sin embargo hacía no mucho tiempo había estado con la cara salpicada por mi semen, mientras su propia hermana se la cogía con la mano. Ahora que no se me haga la mojigata, pensé para mí.
La vagina se sentía estrecha, casi tanto como la de Sami. Y en ese momento no estaba lubricada. Así que le enterré mi falo con delicadeza. Al menos al principio lo haría así. Agos gimió, aunque en su rostro también se reflejó un leve dolor. Retiré mi verga. Escupí en mi mano y embadurné mi instrumento con saliva. Ahora se sentía un poco más resbaladizo cuando le introducía de nuevo la verga. La agarré del mentón. Me miró con sus ojos penetrantes. Sin dudas, de las tres era la más hermosa de rostro. Sami tenía ciertos rasgos aniñados que nunca le permitirían equipararse con su hermana mayor. Y Valu no era para nada fea, pero no resaltaba particularmente por su cara. Agos era la perfección personificada. Si fuera al menos la mitad de puta de lo que era Valentina, sería la mujer perfecta. Y en ese momento creí que lo era. Y si no lo era, lo sería después de un par de polvos.
Ahora estaba abrazada a mí, y me largaba sus melódicos gemidos al oído.
—Apurate —me dijo, entre jadeos—. Por favor, acabá rápido —suplicó.
Obviamente esa era la intención. Pero no era tarea fácil precipitar la eyaculación después de todos los polvos que me había echado. Iba a tener que esperar un rato, pero imaginaba que incluso nos sobraría tiempo. Aun así, el peligro estaba presente, lo sabía. Pero la verdad es que ese era un detalle sumamente morboso que aumentaba mi placer hasta límites que no creía posible. Me estaba cogiendo a mi hijastra en la misma cama que compartía con la traidora de mi mujer. ¿Había algo más hermosamente retorcido que eso?
Estaba tan ensimismado en el goce que me producía esa criatura celestial, que no reparé en que alguien estaba bajando por la escalera. Fue la propia Agos la que me lo advirtió, golpeando mi hombro, mientras yo la embestía, como si fuera lo último que haría en la vida.
—Adrián —me dijo, aterrorizada—. Creo que viene. Alguien está bajando.
No puedo decir exactamente por qué actué como actué a continuación. Quizás fue porque ya estaba cansado de tanta intriga, y realmente quería terminar con todo eso. O tal vez, en medio del frenesí y la embriaguez, alcancé a comprender que aunque me detuviera, Mariel habría entrado a la habitación antes de que Agos pudiera huir. Y no le costaría mucho sumar dos más dos para entender lo que pasaba. O quizás simplemente pasaba que era un descerebrado que cuando tenía la pija dura se me apagaban todas las neuronas.
La cuestión es que seguí montando a Agos. Y para colmo. lo empecé a hacer con una violencia totalmente imprudente.
—Adri, pará, por favor, pará —me decía Agos, pero entre palabra y palabra no podía evitar largar los gemidos que reflejaban el disfrute que estaba sintiendo.
Y entonces sucedió lo previsible. Mariel abrió la puerta. Yo no la vi, porque estaba boca abajo penetrando a su hija. Pero sí vi la cara de horror de Agos, cuando la vio entrar. Alcanzó a pedirme una vez más que parara, pero yo seguí y seguí hasta que acabé, adentro de mi hijastra.
Ahí fue cuando giré. Esperaba un ataque de furia. Insultos, golpes, locura. Incluso muerte. Pero Mariel estaba estática, parada en el umbral de la puerta, viendo la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Estaba terriblemente pálida, como si estuviera viendo un fantasma.
-Continuara