Mis Odiosas Hijastras - Capítulos 14 - 16

heranlu

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Mis Odiosas Hijastras - Capítulo 14

Si por los azares de la vida algún día me encontrara filmando una película pornográfica, nunca hubiera tenido la creatividad necesaria para grabar la escena que ahora se estaba desarrollando. Valu se estaba enderezando, y ahora se metía la mano por debajo de la pollera, para acomodarse la braga que yo mismo había corrido a un costado para penetrarla. A poco más de dos metros se encontraban sus hermanas, quienes me miraban sin poder desviar la mirada de mi verga. La misma verga que hacía unos segundos había escupido su semen, cayendo sobre el piso, a muy pocos centímetros de ellas. Rita terminaba de dar un toque gracioso a esa surrealista escena. Miraba a cada uno de nosotros, sin terminar de entender si era oportuno ladrar o no.

Aún conservaba la erección. Agos fue la primera en reaccionar. Agarró de la mano a Sami, tironeando de ella, ya que la más pequeña de mis hijastras se había quedado hipnotizada viendo lo que sucedía. Se metieron adentro y cerraron la puerta con un portazo, dejándome completamente perturbado.

—Uy, al final nos descubrieron —comentó Valu, sin ningún poco de preocupación—. Ya podés guardar esa cosa —dijo después, señalando mi entrepierna.

Mi miembro apenas había empezado a ablandarse, por lo que me costó bastante volverlo a guardar adentro del pantalón. Traté de interpretar la reacción de las chicas. Ninguna pareció realmente molesta. Quizás vi un atisbo de indignación en Agostina, pero me dio la impresión de que esa indignación iba dirigida a Valentina y no a mí.

De todas formas, no pude evitar pensar que la había cagado. Hacía apenas poco más de una hora Sami me había confesado su amor. Y con Agostina había quedado picando la posibilidad de concretar algo. Y ahora iba y me cogía a su hermana. No tenía ningún compromiso con ninguna, pero sabía que no era buena idea meter más leña al fuego en esa batalla que había entre las dos mayores, como tampoco era buena idea que Sami me viera cogiendo con su hermana apenas un rato después de que me había hecho una mamada.

Esa alianza que habíamos formado ya de por sí era endeble, y ahora parecía pender de un hilo.

—Todo es culpa tuya —le dije a Valentina.

Aunque obviamente, ambos sabíamos que esa no era la verdad. Yo sabía del riesgo que corría al perseguirla como un duende libidinoso por el patio trasero. Miré a Valu. Estaba todavía agitada, y en su rostro había un gesto de satisfacción.

—Esto es lo que querías ¿No? —le dije.

Ciertamente, era obvio que su satisfacción no provenía simplemente del acto sexual, ya que, una vez más, ni siquiera la había hecho acabar. Sino que haber concretado conmigo era una especie de victoria frente a su hermana. Comprender eso me enfermaba, pero no por eso iba a dejar de cogerme a una pendeja preciosa como esa.

—No, no era lo que quería —dijo ella sin embargo.

Me acerqué a la pileta de cemento en donde hacía unos instantes la estaba haciendo gemir mientras le metía mi verga por detrás. Abrí la canilla para lavarme las manos. Valu se había quedado ahí, con el culo apoyado en la misma pileta a apenas unos milímetros de mí.

—Lo que quería era que me cogieras —dijo después, casi en un susurro—. Pero otra vez me dejaste con las ganas —terminó de decir, haciéndose eco de mis propios pensamientos.

Pensé que me iba a dejar ahí, con esas palabras retumbándome en la cabeza, para irse a su habitación a hacerse una paja. Según entendía, ese era su modus operandis. Pero otra vez me equivoqué, pues se quedó a mi lado.

Una idea atravesó mi mente en ese mismo momento. Hasta ese momento no se me hubiera ocurrido eso, pero ahora lo veía claro. ¿Quién dijo que aquel encuentro sexual había culminado? La presencia de Agos y Sami habían sido inoportunas, era cierto, pero eso ya estaba hecho. Ya me habían visto cogerme a su hermana en el patio trasero de la casa, ya había eyaculado de una manera tan imprevista, que casi las ensucio con mi semen. Ya no había vuelta atrás. En un rato debería lidiar con ellas, y tratar de calcular qué tan grande era el daño que había hecho. Pero si de todas formas me iba a tener que enfrentar a eso, ¿por qué no postergarlo algunos minutos más?

Valu me estaba mirando, expectante, a ver si yo había terminado de caer en eso que para ella seguramente había sido obvio desde un principio. Apoyé la mano en su rodilla. Ella se estremeció. Mi mano estaba fría porque la acababa de lavar, y ciertamente no hacía un clima muy cálido que digamos. Igual no me preocupé por eso. Mi mano avanzó hasta llegar a la parte más carnosa de los muslos de mi hijastra, esa que estaba debajo de su faldita tableada.

—La tenés helada —me dijo.

Extendió su mano y palpó mi verga. Empezó a masajearla, mientras yo seguía subiendo con mis dedos en su tersa piel. Tironeé la bombacha hacia abajo, y no tardaron en quedar a la altura de las rodillas.

Había otra cosa que me hacía querer extender ese momento con aquella mocosa de tetas enormes todo lo que podía. Algo que iba más allá de la inmensa calentura que sentía por ella. No quería entrar a la casa y encontrarme de nuevo con que ya había regresado el suministro de energía eléctrica. No quería poner el celular a cargar, para luego encenderlo. Sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero lo demoraría todo lo que pudiera.

Me puse en cuclillas. Bajé la bombacha de Valu hasta la altura de los tobillos, y metí mi cabeza entre medio de sus piernas. Ahí me encontré con su sexo babeante. A simple vista se notaba que estaba empapado y largaba un intenso olor a los flujos de esa preciosidad que tenía por hijastra. Levanté un poco más la pollera, para que no me molestara, pero fue la propia Valentina la que la sostuvo, haciéndola más corta de lo que ya era, para que yo pudiera apreciar en todo su esplendor esa hermosa concha chorreante. Se veía como una dulce y jugosa fruta.

No había mucho en qué pensar. El próximo paso era evidente. Me erguí apenas, para elevarme los centímetros que me hacían falta para empezar a comerme ese manjar. La lengua se frotó primero con la cara interna de los muslos. Sentí cómo Valentina se estremecía. Sus piernas parecieron a punto de perder el equilibrio debido a ese masaje lingual que habría de generarle tanto placer como cosquillas. No tardé en avanzar para encontrarme con sus labios vaginales, y finalmente con el clítoris.

Estando ya frente a ese pequeño interruptor del placer, me tomé un instante para hacerla desear. Ella me agarró del pelo con violencia y me insto a que se lo lamiera, en una actitud muy masculina, según me pareció. Por esta vez dejé que la cosa fuera a su ritmo, así que empecé a lamer con suavidad en ese pedacito de carne tan sensible. Valu cerró los muslos en mi cara, y me tiró de los pelos nuevamente, pero esta vez no para instarme a obedecerla, sino como un gesto agresivo de placer.

A pesar de que no era una posición muy cómoda que digamos, el sabor de la conchita de Valu, que no dejaba de largar fluidos que se mezclaban con mi saliva, y que no paraba de tragarme involuntariamente mientras hacía mi tarea, me tenía hipnotizado.

Para que el placer no fuera solo de ella, llevé una de mis manos, lentamente, hacia el turgente orto de mi hijastra. Ella se separó un poquito de la pileta de cemento en donde estaba apoyada, para dejarse meter mano, siempre y cuando yo siguiera agachado practicándole sexo oral. La escuchaba susurrar:

—Quedate ahí. No pares.

¿Estaba en ese momento alguna de sus hermanas mirándonos? No me hubiera extrañado que así fuera, pero en ese momento no pensé ni en la dulce Samanta, ni en la delicada Agostina, ni siquiera en la traidora Mariel. En ese momento solo tenía cabeza para la hijastra del medio. Esa que había conocido cuando aún era una colegiala de dieciocho años, a punto de graduarse, y me había volado la cabeza como ninguna mujer que la doblaba en edad y en experiencia lo había hecho. Y para coronar ese morboso encuentro la pendeja se había puesto el mismo uniforme de aquella vez. Era una mocosa que sabía jugar muy bien sus cartas, de eso no tenía dudas.

Masajeaba las enormes nalgas de Valu mientras le practicaba sexo oral con una obediencia de soldado. Entonces, ya sintiéndome totalmente en confianza con esa chica tan desinhibida, metí el dedo índice por entre el medio de sus glúteos. La pequeña extremidad pareció perderse en las profundidades de mi hijastra, y ahora parecía diminuta dentro de tanta voluptuosidad. Ciertamente la zanja que separaba esas suaves nalgas no parecía tener fondo. Pero por fin la punta del dedo hizo contacto con lo que estaba buscando. Sentí la dura piel del anillo del ano. Ahí estaba ese rico agujero que hacía un rato había lamido con la misma persistencia con que ahora mi lengua se frotaba en el clítoris. Hundí el dedo, temiendo haberme pasado de la raya y que Valu me negara ese pequeño resquicio, que normalmente las mujeres se negaban a entregar. Pero como debí haberlo supuesto, la muy puta de mi hijastra ni se inmutó cuando la primera falange se le metió en el culo.

Entonces, sintiéndome autorizado a hacerle cualquier cosa que yo quisiera, le enterré otros tantos centímetros. Valu gimió. De hecho, desde que había metido la cabeza debajo de su pollera no había dejado de gemir. Pero ahora que los masajes linguales eran acompañados por los movimientos de ese dedo invasor que entraba y salía una y otra vez de su orto para hundirse cada vez un poquito más, el gemido fue mucho más intenso. Casi como si hubiera olvidado (o hubiera dejado de importarle) que alguien nos podría estar escuchando mientras estábamos haciendo nuestras chanchadas al aire libre. Aunque supongo que en realidad eso nunca le preocupó.

Igual no podía meterle el dedo al completo, ya que la posición en la que estaba no era la más cómoda para hacerlo. Pero de todas formas todo resultaba exquisito. Sentía la calidez de ese pequeño hueco en el índice, y la presión que ejercía el ano en él, ya que parecía querer cerrarse para atraparlo y no dejarlo salir.

De repente Valu empezó a hacer movimientos pélvicos, mientras me acariciaba la cabeza. Eran movimientos cada vez más vehementes, y enseguida dejó de acariciarme la cabeza, para tironearme una vez más del cabello. Me imaginaba a qué se debía que se pusiera más agresiva. Ya estaba alcanzando el clímax. La pendeja en cualquier momento se venía.

Y no estaba muy errado. Porque al cabo de pocos minutos apoyó su trasero nuevamente en la pileta, para no caerse en caso de que perdiera el equilibrio. Tuve que sacar el dedo con el que la estaba escarbando, porque si no, me lo iba a terminar aplastando con semejante culo. Pero seguí con mi persistente lengua. Valu cerró sus muslos en mi rostro nuevamente, pero esta vez le imprimió una fuerza con la que podía lastimarme si lo hacía durante más tiempo del conveniente. Pero igual no me quejé. Tampoco es que podía hacerlo. Estaba apresado con esa fuerza de tenaza con la que me apretaba, y ahora a duras penas podía alcanzar a chuparla. Sentí en mi propia piel cómo su cuerpo se tensaba. Valu me arrancó los pelos de manera impiadosa. Me hizo doler, pero seguí a sus pies, en cuclillas, esperando a que acabe. Después de eso, la pendeja nunca más podría decirme que yo acostumbraba a dejarla caliente. A los hombres no solía gustarnos practicar sexo oral, pero yo se lo haría cada vez que quisiera.

Ahora Valu frotaba su concha en mi geta con alevosía. Era igual de ruda a como yo lo había sido más de una vez con alguna mujer que me había parecido sumisa. La escuché largar un gemido reprimido. Imaginé que tanta violencia física era para poder ahogar el grito que en ese momento le podría producir el placer que estaba sintiendo. Me pareció que su orgasmo era demasiado extenso. No paraba de restregar su sexo en mi rostro, a la vez que todo su cuerpo parecía presa de temblores incontrolables. De a poquito fue disminuyendo la fuerza que imprimía en sus muslos, y me iba soltando el cabello, milímetro a milímetro.

Finalmente quedé liberado de esa voraz entrepierna. Me puse de pie, con cierta dificultad, pues había estado mucho tiempo en cuclillas. Sentía mis mejillas coloradas y las mandíbulas y la cabeza adoloridas. Vi a Valu. Todavía estaba recuperándose del orgasmo. Tenía otro botón de la camisa desabrochada, por lo que supuse que mientras yo estaba abajo ella se había autoestimulado, masajeándose las tetas.

Sus tetas…

A pesar de que todavía necesitaba recuperar fuerzas, me di cuenta de que mi erección había vuelto a aparecer, con esa potencia que solo recordaba de mi adolescencia, pero que en ese bizarro fin de semana parecía ser lo más común del mundo.

Me acerqué a Valu. Por primera vez desde que había aparecido en la sala de estar con la intención de provocarme, hubo un momento de ternura. Cosa inusual, porque con ella todo era salvaje y a los tumbos, y de hecho me gustaba que así fuera, y a ella también parecía gustarle. Pero sea como fuera, ahí estaba yo, agarrándola de la cintura, atrayéndola a mí. Valu apoyó su cabeza en mi pecho. Yo sentía su respiración, todavía agitada, volviendo lentamente a la normalidad, mientras que ella sentía los latidos de mi corazón, que también empezaban a recuperar su ritmo normal.

—Me volvés loco —le dije.

La agarré del mentón e hice que su rostro se levantara. Ella me miró. Quizás era la primera vez que me veía así. No estaba seguro de qué significaba esa mirada, pero sí comprendía lo que no significaba. Durante esos instantes en los que estuvimos abrazados, no vi en ella ningún atisbo de ironía, desprecio, altanería, capricho, ni nada de esos sentimientos negativos por los que Valu parecía regir su vida. Sentimientos y maneras que solía utilizar para relacionarse conmigo. Ahora todo eso estaba guardado en algún lugar de su interior. Era como si por una vez no necesitara estar a la defensiva conmigo. Hasta me regaló una dulce sonrisa. Una hermosa y sincera sonrisa.

Sin soltar su bello rostro, arrimé mis labios a los suyos, los cuales eran gruesos, y parecían estar hechos para ser besados. Ella no puso reparos. Le comí la boca, como un muerto de hambre que inesperadamente se encontraba con una hogaza de pan. Todavía tenía el sabor de sus flujos en mi paladar, pero a ella no pareció molestarle en absoluto, más bien al contrario, me besó tan apasionadamente como lo había hecho la primera vez que nos habíamos besado.

Esa era probablemente la mejor manera de terminar con ese improbable encuentro que habíamos tenido. Pero había un problema: yo necesitaba hacerlo de nuevo. Ya estaba totalmente al palo y necesitaba descargar mi semen por tercera vez en ese corto lapso de tiempo. Y no había manera de que, teniendo a Valu en mis brazos, me quedara con las ganas de hacerlo.

—Mmm ¿Otra vez? —preguntó ella sin que yo le dijese una palabra. Palpó mi entrepierna y se encontró con mi pija totalmente erecta—. Sos un padrastro muy degenerado —agregó después, con voz ronroneante.

Le di otro beso, mientras ella masajeaba mi verga con una expertís que no debería tener una chica de dieciocho años. ¿Cuántas veces habrá cogido a su tan corta edad? Era una chica muy sexual, y que no parecía tener muchas limitaciones éticas. Y era extremadamente atractiva.

Me bajó el cierre del pantalón. Mi verga no tardó en salir disparada como un resorte hacia afuera. Ahora fue ella la que se agachó. Me miró desde abajo con esa sonrisa juguetona que tenía. Una sonrisa que podría parecer infantil si no fuera por el pequeño detalle de que ahora la esbozaba mientras una verga tiesa la esperaba a pocos centímetros. La agarró, envolviendo el tronco, y con la otra mano se sostuvo de mi pierna, para hacer equilibrio. Y empezó a chupar. Lo hacía mucho mejor que Sami, evidentemente. Pero eso lo compararía más adelante. En ese momento no pensaba en nada. Simplemente me dejaba llevar por el placer que me generaba esa lengua babeante y hábil deslizándose por el tronco para luego concentrarse en el glande.

Miré hacia adentro, a través de la ventana que daba a la cocina y que en ese momento tenía la cortina un poco corrida. No podía ver mucho, pero al menos no vislumbré a ninguna de las chicas espiándonos. Eso me decepcionó un poco. Me hubiera gustado que se decantaran por el morbo, y fueran a ver cómo me cogía a su hermana. Ahora me quedaba la sensación de haberlas lastimado, y de que pronto tendría que lidiar con eso. Hubiese preferido que fueran dos degeneradas que no tuvieran problemas con lo que estaba sucediendo en el patio de la casa.

Pero la maravillosa forma en la que Valentina me practicaba esa mamada no me permitió caer en esas cavilaciones de manera apresurada. Ahora todo lo que importaba era que ella estaba a mis pies, con el solo propósito de darme placer. Mientras no paraba de chuparla, mantenía contacto visual conmigo. Su carita, atravesada por mi gruesa verga era perversamente hermosa.

Ahora sí, había llegado el momento de concluir con eso, y esperar a ver qué era lo que pasaría después. Pero ya que había podido concretar tantas fantasías obscenas que había tendido con esa adolescente, quería una cosa más.

—Te voy a acabar en las tetas —le dije.

Valu soltó la verga, casi de mala gana. Se notaba que le gustaba darle placer de esa manera a los hombres. Pero igual fue complaciente. Se desabrochó los últimos botones que le faltaban desabrochar a la camisa. Las hermosas tetas aparecieron desnudas, y ella las sacudió provocadoramente. Nunca me cansaría de mirarlas. Valu las agarró y las juntó. De esa manera parecían incluso más grandes. Solté los chorros de leche sobre esos senos que siempre me volvieron loco, apretando los dientes, para apagar el rugido que quería salir de mi garganta. Y entonces mi arrogante hijastra me dio un regalo que no se me había ocurrido pedirle. Definitivamente, la pendeja tenía amplia experiencia y sabía lo que le gustaba a los hombres, sin necesidad de que se lo dijeran.

Llevó sus tetas a su boca, y empezó a lamer en las partes en donde estaba chorreando mi semen. Lo hizo como si fuera una actriz porno, mirándome cada vez que su lengua pasaba por los enormes senos y se impregnaba de semen que luego no dudaba en tragar, como disfrutando de la reacción que lograba en mí. Y ciertamente, estaba maravillado.

La ayudé a ponerse de pie. Se abrochó la camisa y se acomodó la falda.

—¿Será que van a pensar que seguimos cogiendo? —preguntó Valu.

—A estas alturas no creo que sea importante —respondí—. Pero lo ideal es que los dos tengamos el mismo discurso. Si nos preguntan, vamos a decir que no —agregué después.

…………………………………………………

Entramos juntos a la casa, por la puerta trasera. Pero ella fue por delante, casi a las corridas. Supuse que quería irse a dar una ducha. Yo me quedé un rato en la cocina. Se había cortado la luz de nuevo. Por lo visto iba a ser una cosa intermitente hasta que los de la empresa de electricidad arreglaran el asunto de una buena vez. Eso sirvió para sentirme levemente aliviado. Al menos había una cosa que podía patear para más adelante.

Escuchaba que las chicas estaban hablando en la sala de estar. Parecía que lo estaban haciendo animadamente, pero no alcancé a percibir hostilidad en sus voces. Traté de ordenar mis ideas, para entender en qué posición estaba exactamente. Primero tenía que dejar atrás lo que acababa de suceder con Valu, cosa ya de por sí difícil, ya que todavía tenía el sabor de su sexo en mi lengua, y parecía que mis manos aún sentían el tacto de su exuberante cuerpo, como si lo hubieran memorizado. Pero ya tendría tiempo más adelante para rememorar esa épica cogida. Ahora tenía que tener la cabeza fría. O al menos tenía que dejar de pensar con la verga por un rato.

En sí, no había hecho nada malo. Mariel me había metido los cuernos, por lo que, desde ese mismo instante, tenía derecho de hacer con mi vida lo que quisiera, y de acostarme con cuantas adolescentes lujuriosas estuvieran dispuestas a hacerlo conmigo. Si Valu era su hija, eran cosas del destino. Mi mujer no tenía derecho a reclamarme nada. En todo caso que arreglara sus asuntos con Valu, a quien en su momento le había hecho lo mismo: acostarse con una expareja de su hija.

Hice todo lo posible por convencerme de este razonamiento. Pero sabía que las cosas no eran tan fáciles. No podía olvidarme de que todo ese enredo sexual lo habían armado las chicas, y yo simplemente había caído en él. No obstante, sí había motivos por los que sentirme culpable y a la defensiva. Extrañamente, en ese momento me preocupaba más que nada cómo habrían tomado Agos y Sami lo que acababan de presenciar.

Ciertamente, había tenido un importante acercamiento con las dos. Pero imaginaba que cualquier sufrimiento que pudiera tener Agos sería más que nada porque su hermana le había ganado de mano. En cambio lo de Sami era más complejo. Sami me había dicho que me amaba. Y me había practicado sexo oral dos veces. Aunque no hubiera ningún compromiso entre nosotros, no podía ser tan necio de negar que los sentimientos de la rubiecita estarían dañados.

Me armé de valor, y me dirigí a la sala de estar. Parecía ser que los cuatro, siempre que estuviéramos juntos, estábamos condenados a andar entre sombras. Cuando salí de la cocina vi que Valu recién ahora subía las escaleras. No pude dejar de admirar la falda tableada que bailaba mientras la chica daba pasos veloces, una falda que a cada rato parecía estar a punto de dejar expuesto el espectacular trasero de mi hijastra.

Agostina y Samanta estaban sentadas, una al lado de la otra. Me llamó la atención que la mano de la más pequeña estuviera encima de la de la mayor, como si fuera Sami la que estaba consolando a Agos.

Tenía que pensar bien en lo que iba a decir. Se suponía que los besos que me había dado con Agos habían quedado entre nosotros. Y ni hablar de la mamada que me había practicado la menor de mis hijastras. Me senté frente a ellas. Hice todo lo posible por mostrarme serio, pero no suplicante.

—Chicas, quiero pedirles disculpas por la situación desagradable que se vieron obligadas a presenciar —dije—. No tengo excusas. Ustedes saben que este fin de semana fue de locos…

—Pero no te pareció una “situación desagradable” cuando le estabas besando el culo a Valentina —dijo Agos con frialdad, confirmándome la sospecha que había tenido antes. En efecto, ella me había visto en ese preciso momento, cuando yo degustaba el delicioso ojete de su hermana.

—Sí, es cierto —admití—. Lo que quiero decir es que quizás haya sido desagradable para ustedes.

—No fue desagradable. Solo fue raro —opinó Sami—. Pero bueno. Eso es en parte nuestra culpa. Nosotras te metimos en esto.

No podía creer lo que estaba escuchando. Ciertamente lo que decía era correcto, pero viniendo de ella no dejaba de llamarme la atención. ¿Acaso no me había dicho que me amaba? Si yo encontraba a la mujer que amaba en algo parecido, me partiría el corazón, independientemente de si yo tenía algo con esa hipotética mujer o no. Traté de ver si detrás de sus palabras escondía algo de rencor, pero no pude ver más que una leve decepción. Quizás la manera de querer de Sami era muy diferente a las que yo conocía. Esa era la única explicación que encontraba.

—Valu nunca sabe cuándo detenerse —comentó Agos—. Habíamos acordado que ya te dejaríamos de molestar con esas cosas. Pero se ve que estaba ensañada con acostarse con la pareja de mamá, para devolverle el golpe.

Claro, era eso, pensé para mí, con cierta melancolía. Todo se reduce a Mariel. La idea de que una chica como Valu se sintiera atraída hacia mí, no era más que un sueño. Un sueño que solo podía hacerse realidad en un contexto tan irreal como en el que estábamos viviendo ese fin de semana eterno.

—Perdón. Si me esperan un rato, enseguida vuelvo —dije.

Fui a la habitación principal, esa que compartía con Mariel. Me lavé el cuerpo y luego me cepillé los dientes. Finalmente me cambié de ropa, incluyendo la ropa interior. No podía estar hablando con las chicas seriamente después de haberle metido el dedo en el culo a su hermana y de haber logrado que acabara en mi cara. Me había lavado en la pileta de cemento, pero todavía me sentía sucio.

Mientras lo hacía, pensé que ya era hora de poner fin a todo ese ida y vuelta que se había armado entre nosotros. Basta de secretos detrás de otros secretos, que a su vez ocultaban más secretos. Por más que tuviera mucho cuidado de no revelar lo que había pasado con cada una de ellas, terminarían por enterarse, porque en algún momento abrirían la boca. Ahora la sinceridad me parecía lo más sensato. No sé si esta decisión la tomé porque convenientemente ya había gozado con ellas, pero mejor tarde que nunca.

Ahora estaban las tres en la sala de estar. Valu se había cambiado de ropa, para mi alivio. Realmente era un peligro que anduviera por ahí con ese uniforme. No tardaría mucho tiempo en querer cogérmela de nuevo.

—Quiero que sepan que ya me cansé —dije, con determinación—. Si Mariel las educó de esta manera tan inusual, yo no quiero formar parte de esto. Lo cierto es que, a pesar de que me vi enredado en esta locura contra mi voluntad, también me aproveché de la situación. Las tres saben perfectamente que tuve algo con ustedes.

—¿Con las tres? —dijo Agostina, sorprendida.

—Ahora sabemos quién lo visitó anoche —dijo Valu.

—¡Cómo! —dijo Agos, exaltada—. ¿No habías sido vos?

Luego de preguntarle eso a Valu, miró a Sami, quien estaba con cara de no haber roto un plato. No necesitó emitir una palabra para que la hermana mayor se enterara de esa verdad que por lo visto desconocía. Se le quedó mirando con la boca abierta, pero por lo visto ninguna de sus hermanas se molestaba jamás con Sami. Ahora Agostina simplemente estaba totalmente sorprendida, como yo lo estuve tantas veces. La verdad es que la entendía, porque si me ponía en su lugar, de seguro que llegaría a la misma conclusión: la única que era capaz de entrar al cuarto de su padrastro en plena madrugada para hacerle un pete era la putona de Valentina.

—Ella lo hizo como un favor —expliqué yo, tratando de convencerme de que lo que estaba diciendo no sonaba delirante—. Sabía que ustedes querían hacerme quedar mal con su madre, así que hizo lo posible para que no cayera ante ustedes.

En efecto, sonaba muy raro, porque esta vez no fue solo Valentina la que se rió, sino que Agos la secundó.

—Esto ya llegó demasiado lejos —dijo la hermana mayor, haciéndose eco de lo que yo mismo pensaba desde hacía rato.

—No te hagas la tonta —dijo Valu—. Vos también te lo hubieras cogido si se presentaba la oportunidad. ¿O acaso no me echaste en cara que te lo comiste en la cocina y que seguro que a la noche se iba a ir arrastrando a tu habitación?

—Te dije eso, pero no te dije que me lo iba a coger —contestó Agos, levantando la voz.

—¿Y qué iban a hacer? ¿Jugar a las figuritas? —preguntó Valu, con ironía.

—¿Y vos por qué te lo cogiste? —preguntó Agos—. ¿Tan desesperada estabas para sentir que me ganaste en algo? No puedo creer que hayas recurrido a ese uniforme. Sos ridícula.

—Pero bien efectivo que resultó el uniforme —retrucó Valentina.

—Chicas, no peleen —intervino Sami. Pero luego, para mi absoluta sorpresa, agregó—: Además, yo fui la primera.

—Lo de anoche no cuenta. Si este ni siquiera supo quién fue el que se la chupó —opinó Valu.

Estaba pasando otra vez. Se ponían a hablar sobre mí como si no estuviera presente, y lo hacían sin ningún pudor, ya no solo Valentina, sino Sami y Agos, parecían verme como el conejillo de indias del experimento que había hecho su madre. Hasta el momento no me lo había puesto a pensar detenidamente, pero ahora estaba claro que la manera inusual en que las crió había alterado profundamente su sentido de lo que estaba bien y lo que estaba mal para ellas. Estaban completamente corrompidas, y ninguna de las tres estaba exenta de eso.

—¡Basta! —estallé, sintiendo una fuerte jaqueca—. ¿Acaso no se dan cuenta? Esto no es normal. Nada de esto es normal. ¿Cómo pueden estar discutiendo sobre quién fue la primera que tuvo sexo con su padrastro? Mariel está loca, y por lo visto les contagió la locura a ustedes. La próxima vez que les proponga hacer algo como esto, mándenla a la mierda. Por favor, se los digo por su propio bien.

Quedaron en silencio, esperando a ver si decía algo más. La verdad es que sentía que tenía muchas cosas que decir, pero nunca fui una persona muy elocuente. Además, yo terminé siendo un cómplice de mi mujer en todo eso. Había tenido un contacto sexual con todas ellas, con unas menos que con otras, pero con todas había pasado el límite.

De repente sentí que alguien apoyaba su mano en mi hombro. No me había dado cuenta de que había agachado la cabeza y me tapaba los ojos con las manos, como si estuviera enfermo, o como si estuviera a punto de llorar. Levanté la vista. Era Sami. Pero a mi otro costado también estaba Agos.

—No te preocupes —dijo esta última—. Sabemos que sos un buen hombre.

Acercó sus labios y me dio un beso. Un tierno beso que uno esperaría que se lo diera una novia. Era la primera vez que besaba a una de ellas sin la necesidad de sentir que tenía que esconderme. Pero entonces sentí que alguien me hacía girar la cabeza con fuerza. Los ojos de cielo de Sami aparecieron apenas a unos centímetros de los míos. Entonces me comió la boca. Aún tenía el sabor de Agostina en mi paladar y ya estaba besando a la más pequeña.





-Continuara
 

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Mis Odiosas Hijastras - Capítulo 15

Estar a solas, bajo el mismo techo que esas chicas, era como estar en una montaña rusa. Cuando parecía que el camino empezaba a ser más calmo y casi sin sobresaltos, venía una fuerte caída llena de turbulencias. Después de los polvos que le había echado a Valentina, apenas unos minutos después de que Sami me practicara sexo oral, había quedado exhausto. Y la charla con las chicas me hizo creer que ya había sido hora de que se acabara la joda y empezara a razonar con la cabeza. Era cierto que resultaba muy fácil pensar en eso ahora que ya me había sacado el gusto. SI bien me había quedado con las ganas de hacer algo con Agos, el impredecible pete de la más chica de las hermanas, y la frenética cogida con Valu, que vino incluida con el mítico uniforme de colegiala, me permitían, ahora ya saciado, darme el lujo de tener tal pensamiento.

Pero ahora la montaña rusa iba nuevamente en descenso, y aunque aún no lo sabía, era el descenso más salvaje de todo su recorrido.

Aun sentía a Agos, quien se había subido al sofá, a mi lado para darme aquel extraño beso. Extraño no por la forma en que me lo dio, que de hecho fue muy rico y sensual. Extraño por el momento en el que lo hizo. Y es que no se me ocurría un contexto más inverosímil en el que la mayor de mis hijastras se soltaría. En efecto, sus hermanas estaban presentes. Y de hecho Ahora era Sami la que me estaba comiendo la boca. Sentía la pequeña lengua de aquella rubiecita frotarse con la mía. Los movimientos de los labios eran el de una niña que moría de hambre. De repente me mordía, y además me baboseaba toda la cara.

Me separé de Sami por un momento, porque sentía que me estaba ahogando. Miré a Agos. En efecto, ahí estaba la princesa de la casa, con el cabello negro suelto, con su perfecto rostro mirándome, aún con cierta reticencia, pero sin dar señal de marcharse de ahí. La luz había regresado, quizás en señal de que, al fin y al cabo, merecía no vagar por siempre en la oscuridad.

Estoy seguro de que hasta ese momento jamás había largado más de tres polvos en un día. Pero ahí estaba, después de haber disfrutado del perfecto cuerpo de Valu, con esas otras dos adolescentes que estaban encima de mí, dispuestas a hacer… ¿A hacer qué?

Por un momento me asaltó la duda. ¿De verdad iba a pasar? ¿Sería posible que solo se hubieran acercado para consolarme con esos dos tiernos besos? Apreté el lindo rostro de Sami con mi mano, casi como si la quisiera lastimar. La hermosa niña me miró con sus ojos claros y acercó los labios para que los besara de nuevo. Así lo hice. Y mientras que la besaba, mi mano derecha rodeó la cintura de Agos, para luego bajar hasta su trasero.

Y entonces sentí un cosquilleo delicioso en el cuello. Agos me lo estaba chupando. Mi mano se deslizó por encima de su ceñido pantalón, masajeando la nalga, para luego meterse hasta el fondo, ya no con suavidad, sino con violencia. Jugué con la raya del culo, frotándola con la punta de mis dedos, para probar hasta qué punto estaría dispuesta a llegar la pulcra Agos. Pero no pareció incomodarle mi obsceno manoseo, sino que continuó besándome el cuello.

Sami, aún con evidente inexperiencia, había dejado mis labios en paz, y quizás sintiendo celos del notable placer que me estaba produciendo su hermana, la imitó, besándome el otro lado del cuello. Ahora parecía un sanguche, con las hermanitas devorándome, como si no quisieran dejar un solo hueso sin comer. Dos vampiresas succionándome la vida. Y a pesar de que la pequeña rubiecita todavía no tenía las habilidades de sus hermanas, resultaba muy dulce sentir cómo alternaba los chupones con débiles mordiscones. Me dejarían marcas, eso seguro, pero en ese momento no solo no me importó, sino que más bien ni siquiera pensé en ese detalle.

Fue también la propia Sami la que llevó su mano hasta mi verga, para encontrarla totalmente tiesa. En efecto, a pesar de haber descargado varios polvos, y de que ya no era un jovencito como ellas, esas pendejas preciosas me calentaban tanto que mi verga ya estaba recta como un mástil. Sami la masajeó por encima del pantalón haciéndome jadear de placer.

Mientras dejaba que aquellas preciosuras hicieran conmigo lo que quisieran, vi a Valentina. Estaba atenta a nosotros, como si estuviera disfrutando de una excelente película, aunque no parecía dispuesta a participar activamente, al menos por el momento. Eso no me molestó, no solo porque acabábamos de estar juntos, sino porque ya de por sí era todo un reto complacer a dos chicas a las que doblaba en edad, y que de seguro estaban llenas de una energía a la que un veterano oxidado como yo no podría seguir el ritmo. Pero tampoco es que me lamentaba por eso. Lo importante era que estuvieran ahí. Y si unos minutos antes tenía alguna duda, ahora que Sami me palpaba la verga con lujuria, mientras que la lengua de Agos se deslizaba hacia arriba, para frotarse con mi oreja, ya no cabía pensar en la posibilidad de que no me iba a coger a mis dos hijastras.

Valu rió con malicia. Intuí que era por lo mismo en lo que yo estaba pensando. Vaya con la princesa de la casa, que frotaba su lengua babeante en mi oreja sin pudor alguno. Si Sami se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo su hermana mayor, seguramente la hubiera imitado, porque desde que Agos empezó a lamerme ahí, el placer se sintió con mayor intensidad, cosa que era reflejada en mis jadeos cada vez más vehementes. No obstante la pequeña no se quedó atrás. Me bajó el cierre del pantalón, y sacó a la luz esa verga que ella ya conocía muy bien.

No fueron pocas las veces, mientras disfrutaba de la juventud y belleza exacerbada que tenían esas chicas, en las que pensé que todo era una trampa. Que debía salir corriendo de ahí. Que a ningún hombre con mi suerte le podía estar pasando eso. Que jamás podría haber seducido ni siquiera a una sola de esas criaturas salvajes, mucho menos a las tres. Pero obviamente, no salí de ese enredo que estaban siendo nuestros cuerpos. Al menos no hasta que quise llevar el ritmo de la situación.

Sami ya estaba agarrando mi verga con su pequeña y cálida mano. Me miró, como esperando mi autorización para que me la chupara por tercera vez. Acaricié con ternura su mejilla. Claro que me la ibas a chupar, pensé para mí, pero esta vez vamos a ir más lento.

Aparté la mano traviesa de la pequeña, a la vez que me hice para atrás para que Agos dejara de besarme y me prestara un poco de atención. Resulta que ahora ya no tenía ese hambre que me caracterizó hasta hacía un rato. Un hambre que me instaba a tirarme encima de ellas y devorarlas con urgencia. Seguía deseándolas con la misma lujuria de siempre, eso seguro, pero ahora quería comerme mi plato despacio, bocado a bocado.

—Párense acá —les dije.

Corrí a un lado la mesa ratona que en ese momento estaba siendo más inútil que nunca. Me volví a sentar, y señalé ahí, donde había estado la mesa. Ambas se pusieron de pie, con cierta intriga. Miré a Valu, a ver si también lo iba a hacer, pero no parecía haber fuerza en la tierra que le hicieran levantar el culo de donde estaba. Parecía que por esta vez se limitaría al papel de observadora. Le faltaban los pochoclos y ya estaba.

Las dejé un rato ahí paradas. Sami fue la primera en ponerse nerviosa. No sabía qué hacer. La verdad es que simplemente quería tenerlas así, paradas, mirándome a mí, expectantes de lo que yo fuera a pedirles, totalmente sumisas.

Las persianas estaban levantadas, la tormenta había menguado, y hasta había algo de claridad. Era domingo, y casi no había movimiento en el barrio. No obstante, no dejaba de haber cierto riesgo en que alguien anduviera por la vereda, y de puro chismoso viera hacia adentro. Si hiciera eso, se encontraría con esa imagen peculiar. El jefe de la casa sentado en el sofá grande. Dos de sus hijastras paradas frente a él, como si estuvieran a punto de recibir un regaño. Y Sin embargo, lo más llamativo de aquella escena sería lo que vendría a continuación.

—Quítense la ropa. Despacito —dije.

Sami rió, nerviosa. Pero enseguida se puso seria. Agarró el buzo con capucha que tenía puesto desde abajo, y se lo quitó. Agos, metida en su papel de hijastra obediente, hizo lo propio con su pullover. Se quitaron las zapatillas y las medias. Lo hacían con cierta duda. Quizás no habían imaginado que lo querría hacer de esa manera. A lo mejor preferían hacerlo de la forma tierna en la que ellas se habían acercado en primer momento para besarme con dulzura. Pero ya habría tiempo para eso.

Se desabrocharon los pantalones, y se los bajaron, tal como se los había dicho, muy lentamente. Tiraron las prendas a un costado. Ahora solo vestían su ropa interior. Sami con un conjunto blanco con bordes rosas y dibujitos de hello kitty. Pareció avergonzarse al verse así misma con esas prendas infantiles. Y es que no solo estaba el detalle de esa caricatura, sino que la bombacha era un culote que cubría mucho. Su lindo rostro se sonrosó, y se cruzó de brazos, como intentando cubrirse. Pero cuando vio mi expresión que oscilaba entre la ternura de un padre y la lascivia de un degenerado, puso las manos en la cintura y se paró firme, para que me deleitara mirándola.

Agos llevaba un conjunto de ropa interior de encaje. Se veía seria, pero nada me decía que estaba incómoda. Simplemente estaba expectante de lo que yo les iba a hacer. Estuvo a punto de quitarse el corpiño, pero la detuve con un gesto.

—Están increíblemente hermosas —les dije—. Dejen que las disfrute. No tenemos apuro.

—Como vos digas —dijo Sami.

—Agos —dije—. Ayudá a tu hermana con el corpiño.

Por un instante me pregunté si no había cruzado un límite. Pero no tardé en responderme que hacía rato habíamos pasado cualquier límite que hubiera en esa excéntrica familia. Agos quizá pensaba lo mismo, porque después de titubear unos segundos, caminó unos pasos a la derecha para luego ponerse detrás de su hermana. Sami giró para verla, y le regaló una sonrisa cálida, como dándole el visto bueno.

Agos le desabrochó el bretel, y le quitó el corpiño. Los senos de la rubiecita aparecieron ante mi vista. Como siempre solía usar ropas halagadas era fácil olvidarme de que contaba con esos turgentes y grandes pechos. Casi tan grandes como los de Agos, solo que como era más pequeña físicamente, daba la impresión de que eran incluso más grandes que los de su hermana mayor. Eran también muy bonitos. Perfectamente redondos, y con unos lindos pezones rosáceos que ahora estaban erectos.

Sin que le dijera nada, Agos se agachó, agarró la ropa interior de su hermana por el elástico, y la fue bajando de a poquito. Una frondosa mata de pelo rubio apareció en la pelvis de la pequeña. Se me hizo agua la boca.

Levantó los pies, para que su hermana tomara la prenda y la tirara sobre el sofá que había quedado vacío. Largué una potente exhalación. Esto estaba yendo increíblemente bien.

Ahora fue Sami la que se colocó detrás de Agos. Aunque he de reconocer que se veía muy bien con esa ropa que parecía haber sido elegida para una noche de acción, yo la quería ver totalmente en pelotas. Las tetas se liberaron. En efecto, eran más grandes que las de Sami. Los pezones eran oscuros, y estaban separadas, apuntando en direcciones opuestas. Sami se puso en cuclillas y tironeó hacia abajo. La braga de encaje se deslizó por las pernas torneadas de la princesa de la casa. Unas piernas dignas de una modelo de pasarela. Le sacaba una cabeza a su hermanita, pero por el porte que tenía, parecía incluso más alta. Vi que su sexo había sido depilado. Solo tenía un pequeño triangulito de vello que evidentemente se lo había dejado así a propósito.

El hecho de verlas así, como si fueran unas niñas que habían hecho cosas terribles y ahora se veían obligadas a aceptar los requerimientos de un sádico padre, me había dado una idea.

—Desde que las conozco no dejaron de faltarme al respeto —dije, con tono severo—. Y este fin de semana se pasaron de la raya. ¿Cómo se les ocurre andar provocando de esa manera a su padrastro? —y después dirigiéndome particularmente a Sami agregué—. Y vos, apareciendo en mi cuarto a la noche para hacer semejante travesura.

Valu estaba conteniendo la risa. Me hubiera gustado decirle que cerrara la boca y se pusiera al lado de sus hermanas. Pero si se negaba, eso iba a romper la magia del momento, así que prefería no arriesgarme. Seguí con mi aspecto enojado, aunque era obvio que no lo estaba. Sami sonrió, pero enseguida agachó la cabeza para que no la viera.

—Vení acá —le dije. Ella levantó la vista, y yo golpeé sobre mi regazo.

Había guardado la verga adentro, pero aún seguía completamente al palo, y no era para menos, teniendo tal perfección delante de mis ojos.

Sami se sentó sobre mi rodilla. Le dije que no con un gesto severo.

—Te voy a dar unas nalgadas —le advertí.

La cosa pareció divertirla. Se puso encima de mis piernas, boca abajo, extendiendo todo su cuerpecito a lo largo del sofá.

—Sos una chica muy mala ¿Sabías? —dije, soltando el primer azote sobre su lindo culo.

Tenía el trasero más pequeño entre las tres, como era de esperar. Pero no tenía nada que envidiarles a las otras. Sus glúteos eran perfectamente redondos y muy carnosos, y tenían la firmeza y la suavidad que solo una chicade dieciocho años podía tener. La nalga no tardó en ponerse roja, pues su piel era muy blanca. Le di otra nalgada, asegurándome de hacerlo en la parte más carnosa, para que hiciera ruido y a la vez le doliera lo menos posible. Se sentía muy suave. Como el trasero de un bebé. Cuando mi mano impactaba con el cachete, antes de retirarla, lo pellizcaba, para luego elevar la mano y soltarla de nuevo sobre ese tierno culo.

—Perdón, ya no lo voy a hacer. Lo juro —dijo Sami, solo para que yo siguiera dándole nalgadas.

Ciertamente, era la que menos castigo se merecía de todas ellas. Pero se había metido de lleno en ese juego, por lo que no solo se quedaba para que continuara castigándola, sino que levantaba el trasero, hasta ponerlo en pompa, para que yo siguiera azotándola.

—Esperá ahí parada —le dije cuando acabé, señalando el mismo lugar en donde se había desvestido.

Así lo hizo, totalmente complaciente, mientras Agos venía a mi encuentro.

—¿Y yo qué hice? —dijo la mayor de las hermanas.

—Vos jugaste con mis sentimientos —fue mi único argumento.

Ella se rió con ironía. No obstante, se puso en la misma posición que Sami.

Me incliné, para hablarle al oído.

—Siempre quise sentir tu trasero desnudo en mis manos —le dije, magreándolo, para después soltar la primera nalgada sobre ella—. Siempre quise saber cómo eras en la cama —dije después, largando el segundo golpe.

Agos no respondía nada a las tonterías que le decía, simplemente seguía el juego, recibiendo mis azotes en su trasero. Por suerte tampoco estaba tan distante como solía estarlo. Le había quedado algo de la pasión que había demostrado la última vez que intimamos en la cocina. Más tarde me preguntaría cómo es que habíamos llegado a este punto, pero eso sería más adelante, cuando todo esto quedara muy atrás.

Su hermoso culo manzanita se tornaba también rojo a medida que soltaba los latigazos sobre ella. Me vi muy tentado a meterle el dedo en el culo, a ver cómo reaccionaba. Pero no podía olvidarme de que no estaba solo con ella, y a Sami podría incomodarle que hiciera algo tan puerco como eso.

—¿Te gustó? —le pregunté, cuando terminé.

Con Sami me había quedado claro que estaba disfrutando de todo eso como si fuera una niña a la que le estaban enseñando un juego que no conocía. Pero con ella no lo tenía claro.

—Sí —dijo, con sinceridad, según decidí creer.

Me sentía omnipotente. Creía que podía hacer con ellas todo lo que quisiera. Bien que había valido la pena tanto drama, sufrimiento e intrigas en esos acelerados días. Así que ahora me disponía a cumplir la fantasía de casi todos los hombres. Me bajé el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos, sin quitármelos, para luego volver a apoyar mi trasero desnudo en el sofá.

Agos había vuelto a pararse al lado de su hermana. Pero no tardé en llamarlas.

—Vengan acá —dije, señalando con las manos ambos lugares vacíos del sofá.

Yo estaba en el medio, y ellas sentaron una a cada lado. Sami no tardó en llevar su mano hasta mi erecta pija. A esa chica le gustaba mucho la verga. Si se la dejaba suelta durante un tiempo se convertiría en toda una promiscua. El miedo que le había dejado aquel examante de su madre, cuando había intentado abusar de ella, parecía haber desaparecido desde que había decidido hacerme la mamada. Ahora, a pesar de que aún conservaba cierta timidez, se mostraba totalmente libre, y no lo pensaba dos veces a la hora de actuar en base a sus impulsos. Por eso ahora me estaba masturbando la pija, y tal como yo se lo había enseñado, largó abundante saliva de su boca, la cual cayó lentamente, en un hilo grueso y espeso, sobre el glande, para luego descender por el tronco.

Agos la miró sorprendida. Evidentemente desconocía que su hermanita hiciera esas cochinadas. Le corrí el pelo de la cara a ambas, para no perderme de sus exquisitas facciones mientras hicieran lo que estaban a punto de hacer. Ellas entendían perfectamente lo que pretendía: un oral a dos lenguas.

Sami estaba hecha una atrevida. Me pregunté si esta vez se animaría a dejar que la penetrara. Pero no había apuro. Continuaba con mi idea de disfrutar cada segundo que pasaba, sin precipitar nada. Además, si Sami no quería coger era lo de menos. Tendría derecho a rehusarse a hacerlo. Después de lo predispuesta que se mostraba, no podía negarle nada.

Apoyé mi mano en su nuca y empujé hacia abajo. Mi dulce hijastra no tardó nada en cumplir con la orden que le estaba indicando con ese gesto. Abrió la boca y devoró mi verga con pasión.

Vi hacia donde estaba Valu. Ni siquiera se percató de que la estaba observando porque se estaba deleitando con la manera en que su hermana menor me practicaba la mamada. Por lo visto aún no quería unirse a la fiesta, aunque por momentos se masajeaba los senos, en una evidente muestra de excitación.

Agarré de la cintura a Agos y la atraje hacia mí, para darle un rico beso. Un beso que, gracias a los estímulos de Sami, resultó el más sensual que haya dado en toda mi vida. Pero había otra cosa que quería besar. Sin que la tenaz Sami dejara de petear, llevé una mano a las tetas de Agostina, para estrujar una de ellas, y luego separar mis labios de los suyos e inclinarme en busca de esos senos.

Agos me ayudó. Estaba de rodillas, a mi lado, y ahora ponía la espalda firme para que yo alcanzara esas dos delicias sin problemas. Las chupé con desesperación, alternando entre una y otra, sin dejar de magrear la que se encontraba libre. De repente Sami me dio un débil mordisco, pero, emborrachándome como estaba de esos senos, casi no lo sentí. Igual debía darle crédito a la pequeña, pues esta vez se había tardado mucho en hincarme los dientes. Sami estaba aprendiendo a chupar vergas.

Todavía no caía en la cuenta de cómo la inalcanzable princesa de la casa, que siempre se había mostrado indecisa a la hora de concretar la atracción que evidentemente había entre ambos, ahora se estaba entregando a su padrastro delante de sus hermanas, sin mostrar ningún tipo de pudor. Pero ahí estaba. Y yo decidí poner a prueba hasta qué punto llegaría. Con Valu no tenía dudas. Era de esas chicas que a la hora del sexo entregaban todo. Con Sami me pasaba algo parecido. Todavía me faltaba explorar un poco más en ella, pero estaba claro que su continua curiosidad la inducían a comportarse como su despampanante hermana. Pero Agos, si bien ya me estaba sorprendiendo, todavía seguía siendo un misterio por descifrar a la hora del sexo.

—Me cansé las mandíbulas —dijo Sami, cuando paró de mamar de repente.

Parecía que la idea la divertía. Evidentemente no había tenido en cuenta lo cansador que podía resultar hacer un pete. Ese momento me pareció ideal para medir el grado de depravación de Agos.

La agarré de la nuca y empujé hacía abajo. Había llegado la hora de que ella me la chupara.

Se quedó un rato mirando mi falo. Estaba lleno de la saliva de su hermana. Brillaba, como si fuera un pedazo de madera recién barnizado. Miró a su alrededor. Yo imaginé lo que buscaba. Iba a usar alguna de sus prendas para secar mi verga y retirar toda la saliva que pudiera. Pero no le di tiempo a decir ni a hacer nada. Empujé otra vez hacia abajo, para que el glande se encontrara con sus labios. Frunció el ceño, pero no tardó en abrir la boca para comerse mi pija bañada con la baba de Sami.

A la rubiecita le divirtió mucho eso, y se quedó mirando cómo lo hacía su hermana, seguramente para aprender de ella. No pasó mucho tiempo hasta que Agos pareció olvidarse de su delicadeza, y empezó a comerse mi pija sin miramientos. Frotaba su lengüita por todo lo largo del tronco, haciendo contacto visual conmigo, para después metérsela casi por completo en la boca. Acaricié su cabeza con ternura, en señal de aprobación.

Sami no quiso ser menos. A pesar de que su hermana seguía engolosinada con mi miembro viril, se agachó, pero no se molestó en arrebatarle el falo, sino que sacó la lengua para frotarla en mis testículos.

Agos frenó la mamada, solo para ver lo que su traviesa hermanita estaba haciendo. La pequeña extremidad babosa de la chica se deslizaba por las bolas cubiertas de vello. Después siguió mamando. Ahí las tenía a las dos, hundidas en mi entrepierna, saboreando las partes íntimas del marido de su madre. Vaya locura que estaba viviendo.

—Cambien de lugar —les dije.

Sami no tardó en ir a por la verga. Pero como era de esperar, Agos estaba muy reticente a comerse mis bolas peludas, más aún cuando vio que Sami debió sacarse de la lengua algunos vellos que se le quedaron pegados.

—No, yo no quiero —dijo Agos, moviendo la cabeza, como suplicando que yo no le insistiera.

Tal como estaban las cosas, si se lo pedía de nuevo era muy probable que terminara accediendo. Pero no quería abusar de mi poder a tal extremo. Además, la chica ya estaba haciendo bastante.

—Bueno, chúpenmela entre las dos —dije.

Ambas me miraron, como si no estuvieran seguras de cómo hacerlo. Agos tampoco era una experta mamadora después de todo.

—Así —dije.

Con ambos dedos índices, imité el movimiento que deberían hacer sus lenguas sobre el tronco, hasta llegar al glande.

Las chicas así lo hicieron. Parecían dos animalitos sedientos de sed, con las lenguas afuera, de las cuales salían gotitas de baba. Agos me acariciaba el muslo mientras lamía y lamía. En un delicioso y memorable momento, ambas llegaron al glande al mismo tiempo, y sus lenguas se encontraron. Se detuvieron un momento. Agos miró a su hermana menor con horror. Le pidió perdón. La otra solo rió y siguió lamiendo. Y después de un rato la propia Agos se olvidó del asunto.

Y fue entonces cuando sucedió.

Quizás debí haberme dado cuenta antes. Había muchas pistas sueltas que, si fuera alguien más inteligente, podrían haberme advertido de lo que estaba a punto de ocurrir. Estaba claro que Mariel había criado a esas pobres chicas de una manera muy inusual. Les había envenenado la cabeza de tal manera que no eran más que un objeto de deseo para los hombres. Una trampa en las que los pobres diablos como yo estábamos condenados a caer.

El mismo hecho de que dos de mis hijastras estuvieran comiéndome la pija al mismo tiempo, mientras la tercera se deleitaba perversamente mirándonos, debía ser más que suficiente para que estuviera preparado para cualquier cosa que pudiera ocurrir, por más asombrosa y retorcida que fuera.

Y sin embargo no estaba preparado para lo que estaba a punto de suceder. Si hasta el momento no había parado de tener sorpresas, esta, definitivamente, era la madre de todas las sorpresas.

Valu por fin se acercó. Estaba vestida con un pantalón de jean y una remera musculosa que dejaba ver parte de sus bamboleantes tetas. Perfecto, eso era lo único que faltaba, pensé. ¿Qué era mejor que una mamada a dos lenguas? Una mamada a tres lenguas, sin dudas.

Esperaba a que se arrodillara frente a mí, para que su cara quedara justo entre en medio de las de sus hermanas. Lamería la cara frontal de mi tronco. Las tres lamiendo y lamiendo, hasta que yo soltara toda la leche sobre ellas. Todas quedarían con gotitas de mi semen es sus rostros de piel tersa.

Pero obviamente no iban a ser así las cosas.

Valu se colocó detrás de Agos. Aún extasiado por el oral de sus hermanas, no alcancé a ver lo que estaba haciendo. Pero de repente Agos se estremeció, su cuerpo se movió hacia adelante, y casi choca la cabeza contra la de Sami.

—¡No! ¿Qué hacés? —dijo la mayor de las hermanas.

Pero inmediatamente después se estremeció nuevamente. Entonces miré a Valu. Estaba agachada, al lado del sofá, detrás de su hermana. Su brazo estaba levantado, apuntando a la entrepierna de Agos. ¡¿Qué carajos?!, pensé. Y entonces Valu hundió su mano en el sexo de Agos. Ahora por fin me daba cuenta de lo que había hecho estremecer a la princesa de la casa. Su hermana la estaba penetrando con dos dedos.

Sami se tapó la boca, como si lo que estuviera viendo fuera inconcebible. Pero cuando se la descubrió vi que si bien estaba sumamente asombrada, no parecía en absoluto horrorizada.

—Vos seguí chupándosela a papi —le dijo Valu a su hermana mayor.

Esta trató de girar para zafarse, pero Valu tenía sus dedos introducidos en ella, y hacía movimientos veloces con ellos. Había una actitud de dominación en ella. Dominación, y cierto sadismo. ¿Así era como pretendía cobrarse la bronca que parecía tenerle a su hermana? Quizás sí. Pero también noté un genuino disfrute en lo que estaba haciendo. Como si realmente la erotizara el hecho de cogerse a su hermana con los dedos.

—¡Basta Valentina! ¡No me parece gracioso! —dijo Agos.

Y sin embargo cuando Valu metió sus dedos hasta el fondo, soltó un gemido. ¿Qué debía hacer yo? Supuse que no estaba bien permitir algo como eso. Ya de por sí habíamos sobrepasado muchos límites. Pero el sexo no consentido no era algo que estaba dispuesto a aceptar. Y sin embargo, ver cómo Agos temblaba de placer mientras su hermana la violaba, era algo demasiado hermoso como para interrumpirlo.

Fue Sami la que intervino, pero no de la manera que yo esperaba.

—Tranquila Agos —dijo, acariciando con ternura el rostro de su hermana—. Dejala. Todos decidimos participar en esto. Y a vos te gusta hacerlo así, ¿no?

Agos trató de articular palabra, pero no le salió ninguna. Me miró a mí, como buscando aprobación. En ese momento me di cuenta de lo que estaba pasando. La reacción de Agos no había sido tanto por lo que le estaba haciendo Valu, sino por el hecho de que lo estuviera haciendo frente a mí. ¿Sería que ya lo habían hecho antes pero hasta el momento había sido un secreto de ellas? Quién sabe.

—No dejes de chupármela —le dije, por única respuesta.

Agos giró la cabeza para mirar a su hermana.

—Despacio. No seas bruta —le dijo.

Valu le dio una nalgada, y después le besó el culo.

—Tranquila muñequita —respondió.

Y nos quedamos ahí por largos minutos. Por suerte mi erección se mantuvo más tiempo del que había imaginado. La hermana mayor y la hermana menor la lamieron y lamieron. Y yo vi con increíble deleite, como ahora Agos recibía de buena gana las penetraciones de Valu.

Esto ya era algo indescriptible. Inefable. Solté los potentes chorros de semen en las caras de mis hijastras. La princesa de la casa se había ensuciado, y ya no parecía molestarle.

Quedé exhausto, a pesar de que casi no había hecho ningún esfuerzo físico. Agos todavía no había llegado al clímax, pero no parecía faltarle mucho, porque sus gemidos eran cada vez más escandalosos. Ya casi no quedaban rastros de la Agostina que yo conocía. El pelo que siempre llevaba perfectamente peinado ahora estaba suelto y enmarañado. Su cara estaba salpicada de semen y tenía gotitas de sudor en la frente. Y sus labios no paraban de abrirse para largar los gemidos de placer que le producía su hermana.





-Continuara






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heranlu

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Mis Odiosas Hijastras - Capítulo 16


No había nada que pudiera decir. Tenía la sensación de que debía expresarme de alguna manera, pero no me salía ni una palabra. De lo que sí estaba seguro era de cómo me sentía. Si después de la muerte había un paraíso, de seguro era algo muy parecido a esto. Tres adolescentes hermosas, completamente desnudas, dispuestas a complacerme, y a complacerse ellas mismas.

Valu estaba detrás de Agos y por fin retiró los dedos del sexo de su hermana. Estos habían quedado empapados y chorreantes. La mayor de mis hijastras había quedado agitada, y aún estaba a mi lado. Tenía el rostro salpicado por mi semen. Cosa inusitada tratándose de la pulcra princesa de la casa, la misma que ni siquiera toleraba que su piel se impregnara de olor a comida frita. Había quedado temblorosa después del orgasmo que le había producido Valentina, y cada tanto su cuerpo sufría involuntarios movimientos espasmódicos.

A la izquierda estaba Sami. Se había quedado mirando a sus hermanas mayores, con una mueca de incredulidad y fascinación en todo momento. Ella también había recibido mi semen. Gotas blancas decoraban su bello rostro. De repente dejó de prestar atención a las otras dos y observó mi verga. Esta se encontraba en el punto medio entre la flaccidez y la erección óptima. Aún se la veía hinchada, conservaba algo de su dureza, y despedía restos de semen. La rubiecita se agachó y llevó la verga a la boca. Por lo visto la escena de las hermanas la había corrompido aún más, y ahora su obscenidad llegaba a límites más altos, porque empezó a succionar la pija con el ímpetu de quien succiona la bombilla de un mate tapado, hasta dejarla seca. Sin dudas esa niña dulce terminaría siendo tan depravada como Valentina, sino más, y me sentía profundamente orgulloso de haber participado de su transición.

Como vi que había disfrutado al tragarse la leche, froté con mi dedo pulgar su rostro, para juntar el semen que había quedado en él, y luego lo llevé hasta sus labios. No necesité decirle nada. Sami empezó a succionar el dedo como una bebita que succiona un chupete. Siempre me resultaba fascinante cuando una mujer hacía eso. Y el hecho de que la que lo estuviera haciendo fuera esa rubiecita de rostro aniñado, llevó esa fascinación a límites insospechados.

Agos, quizás con temor a que quisiera hacer lo mismo con ella, se puso de pie.

—Me voy a dar una ducha —dijo, mientras recogía su ropa, para luego subir por las escaleras, todavía desnuda.

No pude más que deleitarme al ver a la elegante joven subiendo escalón a escalón con total naturalidad. A pesar de que tenía el rostro salpicado por la eyaculación de su padrastro, y que su entrepierna estaba empapada debido a su propia hermana, su pose de chica altiva e inalcanzable había reaparecido.

—¿Ya lo habían hecho antes? —le pregunté a Valu cuando Agos se perdió de vista.

Era una duda lógica, ya que, si bien Agos se había mostrado escandalizada en un primer momento, luego se había terminado sometiendo a los dedos invasores de su hermana. ¿Sería posible que fuera algo espontáneo? En cierto punto lo era. En el frenesí de la lujuria podían pasar cosas inusuales. Pero esto era demasiado.

—No seas pesado. Esto es una de esas cosas que simplemente suceden y después quedan en el pasado —contestó Valu.

Su lógica tenía cierto sentido, aunque no terminaba de convencerme. Todos hacíamos locuras cuando éramos jóvenes. Pero esto estaba en otro nivel. Y sin embargo ambas lo habían disfrutado a su manera. Aunque ahora que todo había terminado, Agos parecía algo contrariada.

Decidí ir a ver cómo estaba. Quería tantear el terreno. Necesitaba saber hasta qué punto la había afectado lo que había pasado.

Subí por las escaleras y fui al baño que tenían las chicas arriba. Golpeé la puerta, y enseguida Agos la abrió.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí. Pero no quiero hablar de eso —respondió ella.

—¿Me puedo duchar con vos? —le pregunté. Me miró con cierta irritación, así que no tardé en aclarar—: No te preocupes. No quiero coger. Es más, aunque quisiera, no podría hacerlo. Ustedes me dejaron seco. Pero siento que nos debemos un tiempo a solas.

—Dale, vení —respondió ella, ahora con mayor predisposición de la que había esperado.

Abrió la llave de la ducha. Usó su mano para probar la temperatura del agua. Después de unos segundos pareció que ya empezaba a salir tibia, por lo que se metió debajo del chorro de agua.

—Menos mal que por fin volvió la luz —comentó, mientras se pasaba la mano por la cara, para deshacerse del semen que había en ella.

No respondí. Ese cometario era el típico de dos personas que se encontraban en un ascensor, y sin embargo causó cierto efecto en mí. Ya no tenía excusas para no ponerme a cargar el celular y hablar con Mariel. Y había postergado ese momento más tiempo del conveniente. Y lo peor era que aún no tenía idea de qué decirle. No porque no tuviera reproches para hacerle, sino porque no sabía por dónde empezar. Además, lo de la venganza no había sido discutido todavía. Vaya cuarteto de conspiradores que éramos.

Yo ya me había desvestido, y enseguida me metí adentro de la ducha, con Agos. Me coloqué detrás de ella. Agarré el jabón y empecé a pasarlo por su espalda.

—Pensás que estamos locas, ¿no? —me preguntó de repente.

La respuesta fácil hubiera sido decirle que sí, que a todas les faltaba unos cuantos caramelos en el frasco. Pero no podía dejar de lado el hecho de que yo me había aprovechado de la inusual psicología de esas chicas. Yo estaba tan mal como ellas, sino peor, ya que no tenía la excusa de haber vivido una infancia y adolescencia tan turbias como las chicas, y no era tan joven como ellas.

—Creo que haberse criado con Mariel las afectó mucho —respondí, sin arriesgarme a decir nada más.

—Ya lo creo —comentó ella, apartando la cara, ahora limpia, del chorro de agua, para hacerse oír mejor. Por lo visto, necesitaba desahogarse—. Yo había pensado que ahora que estaba grande y que había comenzado la universidad, y me había rodeado de un entorno más normal, me iba a poder librar de eso. Cuando mamá me dijo que teníamos que hacer con vos lo mismo que hacíamos con todos, fue la primera vez que me cuestioné seriamente obedecerla. Pero parece que no es tan fácil salirse de su influencia. Incluso cuando queremos llevarle la contraria terminamos actuando bajo los efectos de su crianza retorcida. Y sin dudas lo que acaba de pasar con Valu no es más que un efecto secundario de la enfermiza visión que tiene mamá de la vida.

La voz se quebraba por momentos. Sentí culpa. ¿Qué había hecho con esa chica? Era la más grande de las tres, pero ahora me daba cuenta de que en realidad era la más sensible. Me asaltó una pregunta que hasta el momento no me había hecho. Yo sabía que Mariel las había expuesto a ser abusadas por sus amantes, y de hecho con Sami se había concretado ese acto tan repudiable. ¿Sería que la propia Mariel había abusado de ellas de alguna forma? Pero no se me ocurría cómo indagar sobre eso sin ser directo. Opté por dejar que ella me contara lo que me quisiera contar, y listo.

—Y lo que pasó con tu hermana… —dije, aprovechando que ella misma había hecho referencia a eso. Pero no terminé la frase porque ella se apresuró a aclarar.

—Esas son locuras de Valu. Lo habíamos hecho una vez, cuando las dos éramos más chicas. Ella se había enterado de que yo era bisexual y empezó a burlarse de mí. Aunque lo hacía solo cuando estábamos a solas, amenazando con contarle a mamá. Un día, medio en joda, le robé un beso. Le dije que si le contaba lo mío a mamá, también le tendría que contar que ella era igual de lesbiana que yo. Pero viste cómo es Valu. No se amedrenta con nada. Siempre redobla la apuesta. Después de un rato ya la tenía entre mis piernas. Éramos muy pendejas y recién empezábamos a experimentar con nuestra sexualidad, así que a pesar de que sabíamos que nos estábamos metiendo en un terreno muy escabroso, igual lo hicimos. Después de eso hicimos de cuenta que no había pasado nada. Y nunca hablamos del tema. Bueno, te había dicho que no quería hablar de eso y al final te conté todo —terminó de decir, con cierta vergüenza por haber soltado la lengua más de lo que tenía pensado hacerlo. Pero yo hice de cuenta que no escuché este último comentario.

—Pero… ¿Lo disfrutaste?

—Quise saber, ya que eso era lo que me remordía la conciencia.

—¿Se puede disfrutar cuando tu hermana te practica sexo oral? Supongo que en un punto todas las lenguas son iguales. Hasta ese día no había tenido relaciones sexuales con ninguna chica. Solo algunos besos con Mili. Cerré los ojos, y se sintió bien. Así que sí. Lo disfruté. De hecho aquella vez también me había hecho acabar. Pero prefiero creer que es una de esas cosas que pasan solo porque tienen que pasar, y después la vida sigue su curso normal. De lo contrario me costaría mirar a los ojos todos los días a Valu. Y por más que ella después se haga la que no le importa nada, seguro que a ella también le pasa algo parecido.

—Claro. Te entiendo —dije.

Aunque lo cierto era que me resultaba imposible ponerme en su lugar. Cada una de ellas necesitaba tratamiento psicológico y psiquiátrico, y probablemente cuando empezaran a escarbar en su pasado, y sobre todo, en los sucesos relacionados con su sexualidad, mirarían con un ojo muy crítico todo lo que había pasado en esa casa. ¿Y cómo quedaría yo ante ellas en ese hipotético futuro? La respuesta a eso me daba miedo. Así que intenté dejar de pensar en eso y terminar el día dejándome llevar por lo que fuera a pasar con esas tres chicas. Lo bueno era que nuestros deseos ya habían salido a la luz. Ya no cabía el histeriqueo que había imperado hasta hacía unas horas. No había nada que me hiciera pensar que por la noche no me volvería a coger a una de las hermanitas como mínimo. De hecho, ahí mismo la tenía a Agos. Ambos desnudos en ese pequeño cubículo que era la ducha. A pesar de lo que le había prometido, sospechaba que no me costaría mucho trabajo convencerla de hacer el amor ahí mismo.

Enjuagué su espalda, mientras Agos se frotaba la entrepierna, limpiándosela los restos de sus propios flujos. Deslicé, como quien no quiere la cosa, la mano con la que sostenía el jabón hasta encontrarme con sus nalgas. Hice movimientos circulares en ellas. Obviamente las enjaboné mucho más de lo necesario, pues me resultaba imposible dejar de frotar esa exquisita superficie resbaladiza. Después me tomé otros buenos segundos enjuagándoselas. Todo esto sin que ella diera el mínimo indicio de incomodidad.

—¿Querés cambiar de lugar? —me dijo.

Sin esperar a que respondiera, se hizo a un lado. Me coloqué debajo de la ducha. Hacía un rato que me había bañado, y no había sudado en absoluto, ya que todo el trabajo lo habían hecho mis hijastras. Así que solamente quería lavarme los genitales, los cuales habían estado cubiertos por una gruesa capa de saliva mezclada con semen que ahora se estaba secando, y también en el cuello y las orejas, en donde tenía restos de baba de las chicas.

—¿Tengo marcas? —pregunté, refiriéndome a mi cuello.

—Apenas —contestó ella, lacónica.

Dejé caer el agua sobre mi miembro viril. Agarré a Agos de la muñeca y la acerqué a mí. Ella rió. Claramente entendía que mis intenciones estaban siendo impulsadas por la lascivia, porque mi verga, increíblemente, ya estaba a media asta.

—¿Me ayudás? —le pregunté.

—¿No sabés lavarte la pija? —dijo ella—. Ya estás grandecito, ¿No?

—Sé hacerlo. Pero prefiero que lo hagas vos —respondí, entregándole el mismo jabón que había utilizado en su trasero.

—Me dijiste que no querías coger —recordó ella—. Me lo prometiste.

—Y no pienso faltar a mi palabra —respondí.

No era necesariamente una mentira. Cuando le dije aquellas palabras no pensaba que iba a tener restos de energías, ni de leche, para un nuevo polvo. Pero evidentemente no estaba tan oxidado como había pensado.

—No sé, tu verga no parece estar de acuerdo con lo que decís —comentó ella.

No obstante, sonrió. Llenó de jabón sus dos manos y las llevó a mi miembro. Empezó a frotarlo a todo su largo. Era evidente que no lo hacía solo con fines higiénicos, pues parecía estar moldeando una escultura de arcilla con forma fálica. Como si con cada movimiento ascendente intentara darle forma a la verga, la cual, lógicamente, empezaba a endurecerse, hasta que estuvo casi a noventa grados.

Agarré a Agos del mentón y le hice levantar la cara, para mirarla mientras me hacía ese espectacular masaje erótico.

—Sos increíblemente hermosa —le dije—. Si te hubiese conocido en otras circunstancias, no hubiera tardado mucho en enamorarme de vos.

Realmente no sabía si era buena idea expresarle tales palabras, pero sin embargo era lo que sentía. Valu me producía una lujuria que rayaba la obsesión. Sami me generaba una ternura que se mezclaba vilmente con la lujuria. Pero era ella la que me hacía sentir algo parecido a ese amor que uno siente cuando es un inocente adolescente, optimista y enamoradizo.

Ella, más cautelosa que yo, se llamó a silencio. Únicamente se limitó a regalarme una sonrisa que insinuaba que lo que le había dicho había sido algo cursi, pero que a la vez le había gustado.

Mi verga se había convertido en una barra cubierta de espuma. Di un paso atrás para que Agos comenzara a enjuagarla, y para mi deleite, continuó masturbándome. Lo hacía con mucha habilidad, y se cuidaba de mantener cierta distancia, como si ya no quisiera volver a ensuciarse.

—Date vuelta —me dijo después, sin embargo.

Eso me tomó por sorpresa. Lo único que me faltaba era que ahora fuera ella la que quisiera penetrarme. Por como venían las cosas hasta el momento, ese giro inesperado no me hubiera asombrado. Por lo visto me había delatado con la expresión de mi rostro, porque Agos soltó una carcajada y aclaró:

—Es para que acabes en la rejilla del desagüe, bobo. No quiero que me ensucies de nuevo ahora que ya me limpié.

Ella se puso detrás de mí. Rodeó mi cintura con los brazos, y empezó a masajear mi verga, ya a punto de estallar, otra vez.

—¿Así está bien? —preguntó, aumentando la velocidad considerablemente.

—Así está perfecto —aseguré—. Ya voy a acabar.

La leche salió disparada hacia la esquina en donde estaba el desagüe, aunque igual salpicó un poco la pared de azulejos.

—Qué chanchada —se quejó Agos, con el tono petulante que alguna vez detesté, y que ahora me resultaba totalmente indiferente—. Eso límpialo vos.

Salió de la ducha. Se lavó las manos a conciencia mientras yo me aseguraba de que no quedaran restos de semen ni en la pared ni en la rejilla. Se secó y se fue.

No se me escapaba que a pesar de que habíamos tenido mucha intimidad, todavía no la había penetrado. Ni a ella ni a Sami. Pero aún quedaba todo el resto del día para que por fin sucediera eso. A la princesita de la casa le gustaba la verga, de eso no cabían dudas.

Cuando salí al pasillo vi que Sami estaba en su cuarto, con la puerta entreabierta. Aparentemente estaba esperando a que yo saliera.

—Adri —me llamó—. Vení, vení.

Me pregunté si la pequeña degenerada pretendía que la cogiera. Quizás con ella la cosa sí se daría. En ese punto ya dejé de lado las inseguridades en relación a mi vitalidad sexual. Con unos minutos de descanso y ciertos estímulos estaría listo para un nuevo round. Entré a la habitación y cerré la puerta a mis espaldas.

—¿Viste lo que hicieron las chicas? ¡Qué locura! —comentó, sentándose en el borde de la cama.

—Ya lo creo —dije—. Pero creo que simplemente se dejaron llevar por la adrenalina del momento. Haceles un favor a ambas, y no les toques el tema.

—Claro —dijo Sami—. Pero… Por un momento me asusté. Pensé que iban a querer hacerme lo mismo.

—No te preocupes por eso. Aunque quisieran hacerlo, yo no iba a dejar que eso pase. Pero igual, no creo que lo intentaran.

—¿Cogieron con Agos? —me preguntó después.

—Si te digo que no, ¿me creerías?

—Obviamente no —respondió ella, frunciendo el ceño. Después levantó el dedo índice, apuntándome con él, y lo agitó arriba abajo una y otra vez—. Estaban los dos en el baño.

—Bueno, conformate con saber que técnicamente no lo hicimos.

—¿Y qué significa que técnicamente no lo hicieron?

Sami se había vuelto a vestir, pero esta vez no se había molestado en ponerse el buzo, sino que solo tenía una remera y un short de jean desflecado, bastante corto por tratarse de ella.

—¿Querés ver? —pregunté.

—Qué cosa —dijo ella, confundida.

—Si querés ver cómo es eso de no coger.

La agarré de la cintura y la hice levantarse. Como era muy pequeña, para que nuestros rostros estuvieran a la misma altura, tuve que sostenerla en el aire. Sami rodeó mi cintura con las piernas. La besé apasionadamente. Una de mis manos fue en busca de su trasero.

—¿Ves? No estamos cogiendo —dije, para luego darle otro beso.

Sami se frotó obscenamente en mi cuerpo. Su entrepierna se restregaba con ímpetu en mi abdomen.

—Me gusta esto de no coger —dijo.

—A mí también.

—Aunque… —dijo ella, sin terminar la frase.

La tiré sobre la cama, cosa que pareció divertirle mucho. Me subí yo también. Le di un tierno beso en los labios. Luego levanté su remera y besé su ombligo. Desabotoné el short y bajé el cierre. No tenía ropa interior. Ni rastros de la bombachita de hello kitty que tenía hacía un rato. Y tan linda que me había parecido. La miré, sorprendido, y ella me miró con su mejor carita de niña traviesa.

Separó las piernas y flexionó las rodillas. Una abundante mata de vello amarillo cubría su pelvis. Los labios vaginales estaban muy juntos, cubriendo la vagina. A simple vista se la notaba empapada y despedía un intenso olor que para mí era la fragancia de los ángeles.

Me metí el dedo en la boca y lo llené de saliva. Toqué justo entre en medio de los labios, sobre la raya que formaban. Lo moví arriba abajo una y otra vez, mientras veía cómo se separaban, como si fueran pétalos de una flor que estaba floreciendo. Su hendidura quedaba cada vez más expuesta.

Enterré la cara entre sus muslos. Ya me había practicado sexo oral dos veces, y era hora de que se lo retribuyera. Además, necesitaba unos cuántos minutos para estar listo para penetrarla, si es que esta vez se animaba a hacerlo.

Empecé lamiendo la cara interna de la vulva. El olor ahora era más fuerte. Mientras habíamos estado en esa orgía, se había excitado muchísimo, y a diferencia de su hermana no se había molestado en ir a lavarse, cosa que agradecía, porque ahora mi lengua se frotaba con ese delicado rincón que estaba bañado en flujos.

Igual no tardé en ir por el clítoris. Primero lo lamí con suavidad, como sabía que debía hacerse. Sami se retorció de placer.

—¿Eso te gusta? —le pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—Me encanta. Nunca me lo habían hecho —dijo.

Lo que aparentemente sí le había hecho alguien, fue penetrarla, porque no era virgen. Igual no me sorprendió. Que no lo fuera no significaba que tenía una amplia experiencia. A todos luces habían sido muy pocas las veces que había tenido sexo. Ahora lamía con mayor ímpetu. Miré por encima de su barriga y sus pechos, para observar la expresión de su rostro al recibir el estímulo. Pareció que apretaba los dientes, para luego soltar otro gemido. Besé sus muslos, para darle unos instantes a que su cuerpo se relaje, pues si bien sabía que era muy placentero para ella que me concentrara en el clítoris, dicho placer resultaba ser muy intenso, y si se prolongaba por mucho tiempo podría ser molesto. Algo parecido me pasaba a mí cuando el sexo oral se centraba por más tiempo del conveniente en el glande. Así que fui dejando unas huellas de saliva en ambos muslos hasta llegar de nuevo a su clítoris y comérmelo. No solo lo lamía, sino que lo apretaba con los labios, cosa que a Mariel le encantaba que le hiciera, y a su hija por lo visto también.

Estuve un buen rato comiéndole la concha a quien hacía no mucho tiempo consideraba la más inocente y tierna de mis hijastras. Aunque siendo justos, la ternura seguía intacta, solo que ahora se dejaba arrastrar por sus impulsos más obscenos. Podría hacerla acabar con solo seguir así por un rato más, pero mi verga ya estaba pidiendo enterrarse en algún lugar cálido y apretado de nuevo. Además, si la hacía alcanzar el orgasmo, era probable que la haragana de Sami no quisiera seguir haciendo nada más. Mejor aprovecharla ahora que estaba hirviendo de lascivia.

Se había quitado la remera, así que fui subiendo, dándole besitos en su piel desnuda. Saboreé las tetas y luego le dije:

—Quiero cogerte.

Ella desvió la mirada, con gesto de exasperación, aunque era evidente que estaba jugando conmigo. Después sonrió, y me respondió:

—Y yo quiero que me cojas.

Me bajé de la cama. Saqué del bolsillo del pantalón el paquete de preservativo que me había quedado sin usar. Me lo puse en un santiamén y me metí en la cama de nuevo. La más pequeña de mis hijastras me esperaba en la misma posición de hacía un rato. Me coloqué encima de ella. Apoyé las manos en sus senos e hice el primer movimiento pélvico. Tal como lo esperaba, se sentía sumamente estrecha, así que debía ir con cuidado.

Me deleité mirando su carita de excitación mezclada con algo de dolor a medida que mi verga se hundía más y más en ella, mientras masajeaba sus tetas con intensidad y repetía una y otra vez los movimientos pélvicos.

—¿Te gusta? —le pregunté—. ¿Te gusta sentir la pija de papi?

Ella no respondió, pero encontró la pregunta muy divertida. Le di un leve golpecito en el rostro, fingiendo una bofetada.

—Sí, me gusta —reconoció al fin.

A pesar de que se sentía la estrechez de su sexo, como estaba lubricado, no me resultaba muy difícil metérsela. De a poquito, se estaba acostumbrando a mi tamaño, hasta que la mayor parte de mi falo se había hecho lugar en ese huequito húmedo.

Como vi que era mucho más resistente de lo que había imaginado, decidí cambiar de posición. Agarré sus pantorrillas y las levanté, hasta que el cuerpo de Sami quedó doblado en dos. Puse mi cuerpo en paralelo a su torso. Sus rodillas quedaron casi a la altura de su rostro y los talones se apoyaron en mis hombros. Tenía una flexibilidad increíble. La penetré con más vehemencia de lo que lo había hecho hasta el momento. Mi sexo se enterró al completo en el suyo. Sami gozó y sufrió en partes iguales, pero no se quejó. Agarró mi rostro con violencia. Lo apretó con ambas manos, las cuales hacían fuerza en direcciones opuestas. Parecía que quería devolverme un poco del dolor que le estaba produciendo. Pero a pesar de su repentina hostilidad, también me dio un apasionado beso mientras nuestros cuerpos seguían unidos como si fueran uno solo.

Y así estuvimos apareándonos como animalitos por un buen rato. Nuestros alientos eran uno, mi saliva se mezclaba con la suya. Como me dio la impresión de que estaba muy predispuesta, seguí con el afán de disfrutar de ella de todas las maneras posibles. La hice girar de un movimiento brusco. Le di un beso en el culo.

—¡No, ahí no! —dijo Sami.

Pero yo le di otro, y después lo lamí. Pensé que seguramente nadie le había hecho eso, y por eso su negativa. Una vez que lo experimentara quizás le agarraría el gusto y hasta se dejaría dar un beso negro como Valentina. Pero el motivo por el que no quería que lo hiciera no era que no le gustara.

—¡Me hacés cosquillas! — dijo, entre risas, a la vez que su rostro se tornaba rojizo.

Igual la seguí besando un rato, pero era imposible. Sami se retorcía y se moría de risa. Había que tener mucha mala suerte para encontrarse con una chica con un trasero tan lindo como ese, y que estuviera totalmente entregada a la lujuria, pero que no podía disfrutar de besarlo, que era una de las cosas que más me gustaban. Pero aproveché que estuviera en esa posición, boca abajo, para continuar con la cogida desde atrás.

La abracé, y le di un montón de embestidas cortas y potentes. Sami ya se estaba acostumbrando al tamaño de la pija, y el hecho de que aún sintiera su conchita muy cerrada, pero sin que ella se quejara, me ponía más duro todavía.

Fue en ese momento cuando escuché la puerta principal cerrarse de golpe. Lo que significaba que primero se había abierto, obviamente. Pensé que Agos o Valu habían salido, así que no le di importancia.

—Vení, ponete así —le dije a Sami.

Ese día mi virilidad se equiparaba a la de hacía diez años, como mínimo. Así que quería probar algo que extrañamente nunca hice. Me senté en el borde del colchón. Le hice señas para que se pusiera encima de mí. Sami así lo hizo, como si me estuviera cabalgando, con las piernas bien abiertas. Mi verga entró lentamente en su sexo. Sami empezó a hamacarse. Lo hacía con cierta torpeza, pero eso no me importaba, porque en realidad esa no era la posición en la que quería que culminara ese hermoso polvo.

—Abrazame —le dije.

Yo también la abracé. Aunque una de mis manos fue a parar a su prieto trasero, obviamente. Entonces me aseguré de pisar el suelo de manera firme con ambos pies. Después, de un solo movimiento, me puse de pie. Ella intuitivamente me envolvió con sus piernas, igual a como lo había hecho cuando entré a su cuarto, para que fuera más fácil mantener el equilibrio.

Sami pareció fascinada por mi destreza, aunque lo cierto es que con ella me había resultado fácil, porque era muy pequeña. Con Agos me hubiese costado mucho más, y con Valu ni siquiera lo hubiera intentado. Pero en fin, caminé unos pasos, con la verga siempre adentro de la pequeña rubiecita, hasta que su espalda se apoyó en la pared. y ahí nomás, me la empecé a coger de parado.

Escuché a lo lejos ladrar a Rita. Era uno de esos ladridos que daba cuando se ponía muy alegre. Pero si bien me llamó la atención, no tardé en olvidarme de tan insignificante detalle, y seguí con lo mío.

Definitivamente esa pose era de esas cosas que se veían muy bien en una película, pero que llevarlas a la práctica resultaba algo incómodo. Pero igual me generaba mucho morbo hacerlo de esa manera. Ahora sí, sentía que la potencia de mi juventud resurgía y se materializaba en cada embestida que hacía sobre esa frágil chica que parecía apunto de atravesar las paredes. Y a ella le gustaba incluso más que a mí, porque si bien su posición no era muy cómoda, no tenía que hacer mayores esfuerzos que aferrarse a mí y recibir mi pija que se enterraba una y otra vez en su apretada vagina.

Estaba a punto de alcanzar el clímax, cuando la puerta del cuarto se abrió. Era Valu.

—¿Qué haces nena? —preguntó Sami, entre gemidos—. Ahora lo estamos haciendo solo los dos. No queremos a nadie más —agregó después, sin siquiera preguntármelo, quizás por miedo a que yo invitara a su hermana a hacer otro trío.

—No vine para coger —dijo Valu. Parecía alarmada. Miró atrás, sobre sus hombros, como si temiera que el cuco la alcanzara.

—¿Y entonces qué querés? —pregunté yo, jadeante.

—Ya está acá —dijo Valu, mirando de nuevo hacia atrás—. Mamá. Ya llegó mamá.


-Continuará
 
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