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Mis Odiosas Hijastras - Capítulo 14
Si por los azares de la vida algún día me encontrara filmando una película pornográfica, nunca hubiera tenido la creatividad necesaria para grabar la escena que ahora se estaba desarrollando. Valu se estaba enderezando, y ahora se metía la mano por debajo de la pollera, para acomodarse la braga que yo mismo había corrido a un costado para penetrarla. A poco más de dos metros se encontraban sus hermanas, quienes me miraban sin poder desviar la mirada de mi verga. La misma verga que hacía unos segundos había escupido su semen, cayendo sobre el piso, a muy pocos centímetros de ellas. Rita terminaba de dar un toque gracioso a esa surrealista escena. Miraba a cada uno de nosotros, sin terminar de entender si era oportuno ladrar o no.
Aún conservaba la erección. Agos fue la primera en reaccionar. Agarró de la mano a Sami, tironeando de ella, ya que la más pequeña de mis hijastras se había quedado hipnotizada viendo lo que sucedía. Se metieron adentro y cerraron la puerta con un portazo, dejándome completamente perturbado.
—Uy, al final nos descubrieron —comentó Valu, sin ningún poco de preocupación—. Ya podés guardar esa cosa —dijo después, señalando mi entrepierna.
Mi miembro apenas había empezado a ablandarse, por lo que me costó bastante volverlo a guardar adentro del pantalón. Traté de interpretar la reacción de las chicas. Ninguna pareció realmente molesta. Quizás vi un atisbo de indignación en Agostina, pero me dio la impresión de que esa indignación iba dirigida a Valentina y no a mí.
De todas formas, no pude evitar pensar que la había cagado. Hacía apenas poco más de una hora Sami me había confesado su amor. Y con Agostina había quedado picando la posibilidad de concretar algo. Y ahora iba y me cogía a su hermana. No tenía ningún compromiso con ninguna, pero sabía que no era buena idea meter más leña al fuego en esa batalla que había entre las dos mayores, como tampoco era buena idea que Sami me viera cogiendo con su hermana apenas un rato después de que me había hecho una mamada.
Esa alianza que habíamos formado ya de por sí era endeble, y ahora parecía pender de un hilo.
—Todo es culpa tuya —le dije a Valentina.
Aunque obviamente, ambos sabíamos que esa no era la verdad. Yo sabía del riesgo que corría al perseguirla como un duende libidinoso por el patio trasero. Miré a Valu. Estaba todavía agitada, y en su rostro había un gesto de satisfacción.
—Esto es lo que querías ¿No? —le dije.
Ciertamente, era obvio que su satisfacción no provenía simplemente del acto sexual, ya que, una vez más, ni siquiera la había hecho acabar. Sino que haber concretado conmigo era una especie de victoria frente a su hermana. Comprender eso me enfermaba, pero no por eso iba a dejar de cogerme a una pendeja preciosa como esa.
—No, no era lo que quería —dijo ella sin embargo.
Me acerqué a la pileta de cemento en donde hacía unos instantes la estaba haciendo gemir mientras le metía mi verga por detrás. Abrí la canilla para lavarme las manos. Valu se había quedado ahí, con el culo apoyado en la misma pileta a apenas unos milímetros de mí.
—Lo que quería era que me cogieras —dijo después, casi en un susurro—. Pero otra vez me dejaste con las ganas —terminó de decir, haciéndose eco de mis propios pensamientos.
Pensé que me iba a dejar ahí, con esas palabras retumbándome en la cabeza, para irse a su habitación a hacerse una paja. Según entendía, ese era su modus operandis. Pero otra vez me equivoqué, pues se quedó a mi lado.
Una idea atravesó mi mente en ese mismo momento. Hasta ese momento no se me hubiera ocurrido eso, pero ahora lo veía claro. ¿Quién dijo que aquel encuentro sexual había culminado? La presencia de Agos y Sami habían sido inoportunas, era cierto, pero eso ya estaba hecho. Ya me habían visto cogerme a su hermana en el patio trasero de la casa, ya había eyaculado de una manera tan imprevista, que casi las ensucio con mi semen. Ya no había vuelta atrás. En un rato debería lidiar con ellas, y tratar de calcular qué tan grande era el daño que había hecho. Pero si de todas formas me iba a tener que enfrentar a eso, ¿por qué no postergarlo algunos minutos más?
Valu me estaba mirando, expectante, a ver si yo había terminado de caer en eso que para ella seguramente había sido obvio desde un principio. Apoyé la mano en su rodilla. Ella se estremeció. Mi mano estaba fría porque la acababa de lavar, y ciertamente no hacía un clima muy cálido que digamos. Igual no me preocupé por eso. Mi mano avanzó hasta llegar a la parte más carnosa de los muslos de mi hijastra, esa que estaba debajo de su faldita tableada.
—La tenés helada —me dijo.
Extendió su mano y palpó mi verga. Empezó a masajearla, mientras yo seguía subiendo con mis dedos en su tersa piel. Tironeé la bombacha hacia abajo, y no tardaron en quedar a la altura de las rodillas.
Había otra cosa que me hacía querer extender ese momento con aquella mocosa de tetas enormes todo lo que podía. Algo que iba más allá de la inmensa calentura que sentía por ella. No quería entrar a la casa y encontrarme de nuevo con que ya había regresado el suministro de energía eléctrica. No quería poner el celular a cargar, para luego encenderlo. Sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero lo demoraría todo lo que pudiera.
Me puse en cuclillas. Bajé la bombacha de Valu hasta la altura de los tobillos, y metí mi cabeza entre medio de sus piernas. Ahí me encontré con su sexo babeante. A simple vista se notaba que estaba empapado y largaba un intenso olor a los flujos de esa preciosidad que tenía por hijastra. Levanté un poco más la pollera, para que no me molestara, pero fue la propia Valentina la que la sostuvo, haciéndola más corta de lo que ya era, para que yo pudiera apreciar en todo su esplendor esa hermosa concha chorreante. Se veía como una dulce y jugosa fruta.
No había mucho en qué pensar. El próximo paso era evidente. Me erguí apenas, para elevarme los centímetros que me hacían falta para empezar a comerme ese manjar. La lengua se frotó primero con la cara interna de los muslos. Sentí cómo Valentina se estremecía. Sus piernas parecieron a punto de perder el equilibrio debido a ese masaje lingual que habría de generarle tanto placer como cosquillas. No tardé en avanzar para encontrarme con sus labios vaginales, y finalmente con el clítoris.
Estando ya frente a ese pequeño interruptor del placer, me tomé un instante para hacerla desear. Ella me agarró del pelo con violencia y me insto a que se lo lamiera, en una actitud muy masculina, según me pareció. Por esta vez dejé que la cosa fuera a su ritmo, así que empecé a lamer con suavidad en ese pedacito de carne tan sensible. Valu cerró los muslos en mi cara, y me tiró de los pelos nuevamente, pero esta vez no para instarme a obedecerla, sino como un gesto agresivo de placer.
A pesar de que no era una posición muy cómoda que digamos, el sabor de la conchita de Valu, que no dejaba de largar fluidos que se mezclaban con mi saliva, y que no paraba de tragarme involuntariamente mientras hacía mi tarea, me tenía hipnotizado.
Para que el placer no fuera solo de ella, llevé una de mis manos, lentamente, hacia el turgente orto de mi hijastra. Ella se separó un poquito de la pileta de cemento en donde estaba apoyada, para dejarse meter mano, siempre y cuando yo siguiera agachado practicándole sexo oral. La escuchaba susurrar:
—Quedate ahí. No pares.
¿Estaba en ese momento alguna de sus hermanas mirándonos? No me hubiera extrañado que así fuera, pero en ese momento no pensé ni en la dulce Samanta, ni en la delicada Agostina, ni siquiera en la traidora Mariel. En ese momento solo tenía cabeza para la hijastra del medio. Esa que había conocido cuando aún era una colegiala de dieciocho años, a punto de graduarse, y me había volado la cabeza como ninguna mujer que la doblaba en edad y en experiencia lo había hecho. Y para coronar ese morboso encuentro la pendeja se había puesto el mismo uniforme de aquella vez. Era una mocosa que sabía jugar muy bien sus cartas, de eso no tenía dudas.
Masajeaba las enormes nalgas de Valu mientras le practicaba sexo oral con una obediencia de soldado. Entonces, ya sintiéndome totalmente en confianza con esa chica tan desinhibida, metí el dedo índice por entre el medio de sus glúteos. La pequeña extremidad pareció perderse en las profundidades de mi hijastra, y ahora parecía diminuta dentro de tanta voluptuosidad. Ciertamente la zanja que separaba esas suaves nalgas no parecía tener fondo. Pero por fin la punta del dedo hizo contacto con lo que estaba buscando. Sentí la dura piel del anillo del ano. Ahí estaba ese rico agujero que hacía un rato había lamido con la misma persistencia con que ahora mi lengua se frotaba en el clítoris. Hundí el dedo, temiendo haberme pasado de la raya y que Valu me negara ese pequeño resquicio, que normalmente las mujeres se negaban a entregar. Pero como debí haberlo supuesto, la muy puta de mi hijastra ni se inmutó cuando la primera falange se le metió en el culo.
Entonces, sintiéndome autorizado a hacerle cualquier cosa que yo quisiera, le enterré otros tantos centímetros. Valu gimió. De hecho, desde que había metido la cabeza debajo de su pollera no había dejado de gemir. Pero ahora que los masajes linguales eran acompañados por los movimientos de ese dedo invasor que entraba y salía una y otra vez de su orto para hundirse cada vez un poquito más, el gemido fue mucho más intenso. Casi como si hubiera olvidado (o hubiera dejado de importarle) que alguien nos podría estar escuchando mientras estábamos haciendo nuestras chanchadas al aire libre. Aunque supongo que en realidad eso nunca le preocupó.
Igual no podía meterle el dedo al completo, ya que la posición en la que estaba no era la más cómoda para hacerlo. Pero de todas formas todo resultaba exquisito. Sentía la calidez de ese pequeño hueco en el índice, y la presión que ejercía el ano en él, ya que parecía querer cerrarse para atraparlo y no dejarlo salir.
De repente Valu empezó a hacer movimientos pélvicos, mientras me acariciaba la cabeza. Eran movimientos cada vez más vehementes, y enseguida dejó de acariciarme la cabeza, para tironearme una vez más del cabello. Me imaginaba a qué se debía que se pusiera más agresiva. Ya estaba alcanzando el clímax. La pendeja en cualquier momento se venía.
Y no estaba muy errado. Porque al cabo de pocos minutos apoyó su trasero nuevamente en la pileta, para no caerse en caso de que perdiera el equilibrio. Tuve que sacar el dedo con el que la estaba escarbando, porque si no, me lo iba a terminar aplastando con semejante culo. Pero seguí con mi persistente lengua. Valu cerró sus muslos en mi rostro nuevamente, pero esta vez le imprimió una fuerza con la que podía lastimarme si lo hacía durante más tiempo del conveniente. Pero igual no me quejé. Tampoco es que podía hacerlo. Estaba apresado con esa fuerza de tenaza con la que me apretaba, y ahora a duras penas podía alcanzar a chuparla. Sentí en mi propia piel cómo su cuerpo se tensaba. Valu me arrancó los pelos de manera impiadosa. Me hizo doler, pero seguí a sus pies, en cuclillas, esperando a que acabe. Después de eso, la pendeja nunca más podría decirme que yo acostumbraba a dejarla caliente. A los hombres no solía gustarnos practicar sexo oral, pero yo se lo haría cada vez que quisiera.
Ahora Valu frotaba su concha en mi geta con alevosía. Era igual de ruda a como yo lo había sido más de una vez con alguna mujer que me había parecido sumisa. La escuché largar un gemido reprimido. Imaginé que tanta violencia física era para poder ahogar el grito que en ese momento le podría producir el placer que estaba sintiendo. Me pareció que su orgasmo era demasiado extenso. No paraba de restregar su sexo en mi rostro, a la vez que todo su cuerpo parecía presa de temblores incontrolables. De a poquito fue disminuyendo la fuerza que imprimía en sus muslos, y me iba soltando el cabello, milímetro a milímetro.
Finalmente quedé liberado de esa voraz entrepierna. Me puse de pie, con cierta dificultad, pues había estado mucho tiempo en cuclillas. Sentía mis mejillas coloradas y las mandíbulas y la cabeza adoloridas. Vi a Valu. Todavía estaba recuperándose del orgasmo. Tenía otro botón de la camisa desabrochada, por lo que supuse que mientras yo estaba abajo ella se había autoestimulado, masajeándose las tetas.
Sus tetas…
A pesar de que todavía necesitaba recuperar fuerzas, me di cuenta de que mi erección había vuelto a aparecer, con esa potencia que solo recordaba de mi adolescencia, pero que en ese bizarro fin de semana parecía ser lo más común del mundo.
Me acerqué a Valu. Por primera vez desde que había aparecido en la sala de estar con la intención de provocarme, hubo un momento de ternura. Cosa inusual, porque con ella todo era salvaje y a los tumbos, y de hecho me gustaba que así fuera, y a ella también parecía gustarle. Pero sea como fuera, ahí estaba yo, agarrándola de la cintura, atrayéndola a mí. Valu apoyó su cabeza en mi pecho. Yo sentía su respiración, todavía agitada, volviendo lentamente a la normalidad, mientras que ella sentía los latidos de mi corazón, que también empezaban a recuperar su ritmo normal.
—Me volvés loco —le dije.
La agarré del mentón e hice que su rostro se levantara. Ella me miró. Quizás era la primera vez que me veía así. No estaba seguro de qué significaba esa mirada, pero sí comprendía lo que no significaba. Durante esos instantes en los que estuvimos abrazados, no vi en ella ningún atisbo de ironía, desprecio, altanería, capricho, ni nada de esos sentimientos negativos por los que Valu parecía regir su vida. Sentimientos y maneras que solía utilizar para relacionarse conmigo. Ahora todo eso estaba guardado en algún lugar de su interior. Era como si por una vez no necesitara estar a la defensiva conmigo. Hasta me regaló una dulce sonrisa. Una hermosa y sincera sonrisa.
Sin soltar su bello rostro, arrimé mis labios a los suyos, los cuales eran gruesos, y parecían estar hechos para ser besados. Ella no puso reparos. Le comí la boca, como un muerto de hambre que inesperadamente se encontraba con una hogaza de pan. Todavía tenía el sabor de sus flujos en mi paladar, pero a ella no pareció molestarle en absoluto, más bien al contrario, me besó tan apasionadamente como lo había hecho la primera vez que nos habíamos besado.
Esa era probablemente la mejor manera de terminar con ese improbable encuentro que habíamos tenido. Pero había un problema: yo necesitaba hacerlo de nuevo. Ya estaba totalmente al palo y necesitaba descargar mi semen por tercera vez en ese corto lapso de tiempo. Y no había manera de que, teniendo a Valu en mis brazos, me quedara con las ganas de hacerlo.
—Mmm ¿Otra vez? —preguntó ella sin que yo le dijese una palabra. Palpó mi entrepierna y se encontró con mi pija totalmente erecta—. Sos un padrastro muy degenerado —agregó después, con voz ronroneante.
Le di otro beso, mientras ella masajeaba mi verga con una expertís que no debería tener una chica de dieciocho años. ¿Cuántas veces habrá cogido a su tan corta edad? Era una chica muy sexual, y que no parecía tener muchas limitaciones éticas. Y era extremadamente atractiva.
Me bajó el cierre del pantalón. Mi verga no tardó en salir disparada como un resorte hacia afuera. Ahora fue ella la que se agachó. Me miró desde abajo con esa sonrisa juguetona que tenía. Una sonrisa que podría parecer infantil si no fuera por el pequeño detalle de que ahora la esbozaba mientras una verga tiesa la esperaba a pocos centímetros. La agarró, envolviendo el tronco, y con la otra mano se sostuvo de mi pierna, para hacer equilibrio. Y empezó a chupar. Lo hacía mucho mejor que Sami, evidentemente. Pero eso lo compararía más adelante. En ese momento no pensaba en nada. Simplemente me dejaba llevar por el placer que me generaba esa lengua babeante y hábil deslizándose por el tronco para luego concentrarse en el glande.
Miré hacia adentro, a través de la ventana que daba a la cocina y que en ese momento tenía la cortina un poco corrida. No podía ver mucho, pero al menos no vislumbré a ninguna de las chicas espiándonos. Eso me decepcionó un poco. Me hubiera gustado que se decantaran por el morbo, y fueran a ver cómo me cogía a su hermana. Ahora me quedaba la sensación de haberlas lastimado, y de que pronto tendría que lidiar con eso. Hubiese preferido que fueran dos degeneradas que no tuvieran problemas con lo que estaba sucediendo en el patio de la casa.
Pero la maravillosa forma en la que Valentina me practicaba esa mamada no me permitió caer en esas cavilaciones de manera apresurada. Ahora todo lo que importaba era que ella estaba a mis pies, con el solo propósito de darme placer. Mientras no paraba de chuparla, mantenía contacto visual conmigo. Su carita, atravesada por mi gruesa verga era perversamente hermosa.
Ahora sí, había llegado el momento de concluir con eso, y esperar a ver qué era lo que pasaría después. Pero ya que había podido concretar tantas fantasías obscenas que había tendido con esa adolescente, quería una cosa más.
—Te voy a acabar en las tetas —le dije.
Valu soltó la verga, casi de mala gana. Se notaba que le gustaba darle placer de esa manera a los hombres. Pero igual fue complaciente. Se desabrochó los últimos botones que le faltaban desabrochar a la camisa. Las hermosas tetas aparecieron desnudas, y ella las sacudió provocadoramente. Nunca me cansaría de mirarlas. Valu las agarró y las juntó. De esa manera parecían incluso más grandes. Solté los chorros de leche sobre esos senos que siempre me volvieron loco, apretando los dientes, para apagar el rugido que quería salir de mi garganta. Y entonces mi arrogante hijastra me dio un regalo que no se me había ocurrido pedirle. Definitivamente, la pendeja tenía amplia experiencia y sabía lo que le gustaba a los hombres, sin necesidad de que se lo dijeran.
Llevó sus tetas a su boca, y empezó a lamer en las partes en donde estaba chorreando mi semen. Lo hizo como si fuera una actriz porno, mirándome cada vez que su lengua pasaba por los enormes senos y se impregnaba de semen que luego no dudaba en tragar, como disfrutando de la reacción que lograba en mí. Y ciertamente, estaba maravillado.
La ayudé a ponerse de pie. Se abrochó la camisa y se acomodó la falda.
—¿Será que van a pensar que seguimos cogiendo? —preguntó Valu.
—A estas alturas no creo que sea importante —respondí—. Pero lo ideal es que los dos tengamos el mismo discurso. Si nos preguntan, vamos a decir que no —agregué después.
Entramos juntos a la casa, por la puerta trasera. Pero ella fue por delante, casi a las corridas. Supuse que quería irse a dar una ducha. Yo me quedé un rato en la cocina. Se había cortado la luz de nuevo. Por lo visto iba a ser una cosa intermitente hasta que los de la empresa de electricidad arreglaran el asunto de una buena vez. Eso sirvió para sentirme levemente aliviado. Al menos había una cosa que podía patear para más adelante.
Escuchaba que las chicas estaban hablando en la sala de estar. Parecía que lo estaban haciendo animadamente, pero no alcancé a percibir hostilidad en sus voces. Traté de ordenar mis ideas, para entender en qué posición estaba exactamente. Primero tenía que dejar atrás lo que acababa de suceder con Valu, cosa ya de por sí difícil, ya que todavía tenía el sabor de su sexo en mi lengua, y parecía que mis manos aún sentían el tacto de su exuberante cuerpo, como si lo hubieran memorizado. Pero ya tendría tiempo más adelante para rememorar esa épica cogida. Ahora tenía que tener la cabeza fría. O al menos tenía que dejar de pensar con la verga por un rato.
En sí, no había hecho nada malo. Mariel me había metido los cuernos, por lo que, desde ese mismo instante, tenía derecho de hacer con mi vida lo que quisiera, y de acostarme con cuantas adolescentes lujuriosas estuvieran dispuestas a hacerlo conmigo. Si Valu era su hija, eran cosas del destino. Mi mujer no tenía derecho a reclamarme nada. En todo caso que arreglara sus asuntos con Valu, a quien en su momento le había hecho lo mismo: acostarse con una expareja de su hija.
Hice todo lo posible por convencerme de este razonamiento. Pero sabía que las cosas no eran tan fáciles. No podía olvidarme de que todo ese enredo sexual lo habían armado las chicas, y yo simplemente había caído en él. No obstante, sí había motivos por los que sentirme culpable y a la defensiva. Extrañamente, en ese momento me preocupaba más que nada cómo habrían tomado Agos y Sami lo que acababan de presenciar.
Ciertamente, había tenido un importante acercamiento con las dos. Pero imaginaba que cualquier sufrimiento que pudiera tener Agos sería más que nada porque su hermana le había ganado de mano. En cambio lo de Sami era más complejo. Sami me había dicho que me amaba. Y me había practicado sexo oral dos veces. Aunque no hubiera ningún compromiso entre nosotros, no podía ser tan necio de negar que los sentimientos de la rubiecita estarían dañados.
Me armé de valor, y me dirigí a la sala de estar. Parecía ser que los cuatro, siempre que estuviéramos juntos, estábamos condenados a andar entre sombras. Cuando salí de la cocina vi que Valu recién ahora subía las escaleras. No pude dejar de admirar la falda tableada que bailaba mientras la chica daba pasos veloces, una falda que a cada rato parecía estar a punto de dejar expuesto el espectacular trasero de mi hijastra.
Agostina y Samanta estaban sentadas, una al lado de la otra. Me llamó la atención que la mano de la más pequeña estuviera encima de la de la mayor, como si fuera Sami la que estaba consolando a Agos.
Tenía que pensar bien en lo que iba a decir. Se suponía que los besos que me había dado con Agos habían quedado entre nosotros. Y ni hablar de la mamada que me había practicado la menor de mis hijastras. Me senté frente a ellas. Hice todo lo posible por mostrarme serio, pero no suplicante.
—Chicas, quiero pedirles disculpas por la situación desagradable que se vieron obligadas a presenciar —dije—. No tengo excusas. Ustedes saben que este fin de semana fue de locos…
—Pero no te pareció una “situación desagradable” cuando le estabas besando el culo a Valentina —dijo Agos con frialdad, confirmándome la sospecha que había tenido antes. En efecto, ella me había visto en ese preciso momento, cuando yo degustaba el delicioso ojete de su hermana.
—Sí, es cierto —admití—. Lo que quiero decir es que quizás haya sido desagradable para ustedes.
—No fue desagradable. Solo fue raro —opinó Sami—. Pero bueno. Eso es en parte nuestra culpa. Nosotras te metimos en esto.
No podía creer lo que estaba escuchando. Ciertamente lo que decía era correcto, pero viniendo de ella no dejaba de llamarme la atención. ¿Acaso no me había dicho que me amaba? Si yo encontraba a la mujer que amaba en algo parecido, me partiría el corazón, independientemente de si yo tenía algo con esa hipotética mujer o no. Traté de ver si detrás de sus palabras escondía algo de rencor, pero no pude ver más que una leve decepción. Quizás la manera de querer de Sami era muy diferente a las que yo conocía. Esa era la única explicación que encontraba.
—Valu nunca sabe cuándo detenerse —comentó Agos—. Habíamos acordado que ya te dejaríamos de molestar con esas cosas. Pero se ve que estaba ensañada con acostarse con la pareja de mamá, para devolverle el golpe.
Claro, era eso, pensé para mí, con cierta melancolía. Todo se reduce a Mariel. La idea de que una chica como Valu se sintiera atraída hacia mí, no era más que un sueño. Un sueño que solo podía hacerse realidad en un contexto tan irreal como en el que estábamos viviendo ese fin de semana eterno.
—Perdón. Si me esperan un rato, enseguida vuelvo —dije.
Fui a la habitación principal, esa que compartía con Mariel. Me lavé el cuerpo y luego me cepillé los dientes. Finalmente me cambié de ropa, incluyendo la ropa interior. No podía estar hablando con las chicas seriamente después de haberle metido el dedo en el culo a su hermana y de haber logrado que acabara en mi cara. Me había lavado en la pileta de cemento, pero todavía me sentía sucio.
Mientras lo hacía, pensé que ya era hora de poner fin a todo ese ida y vuelta que se había armado entre nosotros. Basta de secretos detrás de otros secretos, que a su vez ocultaban más secretos. Por más que tuviera mucho cuidado de no revelar lo que había pasado con cada una de ellas, terminarían por enterarse, porque en algún momento abrirían la boca. Ahora la sinceridad me parecía lo más sensato. No sé si esta decisión la tomé porque convenientemente ya había gozado con ellas, pero mejor tarde que nunca.
Ahora estaban las tres en la sala de estar. Valu se había cambiado de ropa, para mi alivio. Realmente era un peligro que anduviera por ahí con ese uniforme. No tardaría mucho tiempo en querer cogérmela de nuevo.
—Quiero que sepan que ya me cansé —dije, con determinación—. Si Mariel las educó de esta manera tan inusual, yo no quiero formar parte de esto. Lo cierto es que, a pesar de que me vi enredado en esta locura contra mi voluntad, también me aproveché de la situación. Las tres saben perfectamente que tuve algo con ustedes.
—¿Con las tres? —dijo Agostina, sorprendida.
—Ahora sabemos quién lo visitó anoche —dijo Valu.
—¡Cómo! —dijo Agos, exaltada—. ¿No habías sido vos?
Luego de preguntarle eso a Valu, miró a Sami, quien estaba con cara de no haber roto un plato. No necesitó emitir una palabra para que la hermana mayor se enterara de esa verdad que por lo visto desconocía. Se le quedó mirando con la boca abierta, pero por lo visto ninguna de sus hermanas se molestaba jamás con Sami. Ahora Agostina simplemente estaba totalmente sorprendida, como yo lo estuve tantas veces. La verdad es que la entendía, porque si me ponía en su lugar, de seguro que llegaría a la misma conclusión: la única que era capaz de entrar al cuarto de su padrastro en plena madrugada para hacerle un pete era la putona de Valentina.
—Ella lo hizo como un favor —expliqué yo, tratando de convencerme de que lo que estaba diciendo no sonaba delirante—. Sabía que ustedes querían hacerme quedar mal con su madre, así que hizo lo posible para que no cayera ante ustedes.
En efecto, sonaba muy raro, porque esta vez no fue solo Valentina la que se rió, sino que Agos la secundó.
—Esto ya llegó demasiado lejos —dijo la hermana mayor, haciéndose eco de lo que yo mismo pensaba desde hacía rato.
—No te hagas la tonta —dijo Valu—. Vos también te lo hubieras cogido si se presentaba la oportunidad. ¿O acaso no me echaste en cara que te lo comiste en la cocina y que seguro que a la noche se iba a ir arrastrando a tu habitación?
—Te dije eso, pero no te dije que me lo iba a coger —contestó Agos, levantando la voz.
—¿Y qué iban a hacer? ¿Jugar a las figuritas? —preguntó Valu, con ironía.
—¿Y vos por qué te lo cogiste? —preguntó Agos—. ¿Tan desesperada estabas para sentir que me ganaste en algo? No puedo creer que hayas recurrido a ese uniforme. Sos ridícula.
—Pero bien efectivo que resultó el uniforme —retrucó Valentina.
—Chicas, no peleen —intervino Sami. Pero luego, para mi absoluta sorpresa, agregó—: Además, yo fui la primera.
—Lo de anoche no cuenta. Si este ni siquiera supo quién fue el que se la chupó —opinó Valu.
Estaba pasando otra vez. Se ponían a hablar sobre mí como si no estuviera presente, y lo hacían sin ningún pudor, ya no solo Valentina, sino Sami y Agos, parecían verme como el conejillo de indias del experimento que había hecho su madre. Hasta el momento no me lo había puesto a pensar detenidamente, pero ahora estaba claro que la manera inusual en que las crió había alterado profundamente su sentido de lo que estaba bien y lo que estaba mal para ellas. Estaban completamente corrompidas, y ninguna de las tres estaba exenta de eso.
—¡Basta! —estallé, sintiendo una fuerte jaqueca—. ¿Acaso no se dan cuenta? Esto no es normal. Nada de esto es normal. ¿Cómo pueden estar discutiendo sobre quién fue la primera que tuvo sexo con su padrastro? Mariel está loca, y por lo visto les contagió la locura a ustedes. La próxima vez que les proponga hacer algo como esto, mándenla a la mierda. Por favor, se los digo por su propio bien.
Quedaron en silencio, esperando a ver si decía algo más. La verdad es que sentía que tenía muchas cosas que decir, pero nunca fui una persona muy elocuente. Además, yo terminé siendo un cómplice de mi mujer en todo eso. Había tenido un contacto sexual con todas ellas, con unas menos que con otras, pero con todas había pasado el límite.
De repente sentí que alguien apoyaba su mano en mi hombro. No me había dado cuenta de que había agachado la cabeza y me tapaba los ojos con las manos, como si estuviera enfermo, o como si estuviera a punto de llorar. Levanté la vista. Era Sami. Pero a mi otro costado también estaba Agos.
—No te preocupes —dijo esta última—. Sabemos que sos un buen hombre.
Acercó sus labios y me dio un beso. Un tierno beso que uno esperaría que se lo diera una novia. Era la primera vez que besaba a una de ellas sin la necesidad de sentir que tenía que esconderme. Pero entonces sentí que alguien me hacía girar la cabeza con fuerza. Los ojos de cielo de Sami aparecieron apenas a unos centímetros de los míos. Entonces me comió la boca. Aún tenía el sabor de Agostina en mi paladar y ya estaba besando a la más pequeña.
-Continuara
Mis Odiosas Hijastras - Capítulo 14
Si por los azares de la vida algún día me encontrara filmando una película pornográfica, nunca hubiera tenido la creatividad necesaria para grabar la escena que ahora se estaba desarrollando. Valu se estaba enderezando, y ahora se metía la mano por debajo de la pollera, para acomodarse la braga que yo mismo había corrido a un costado para penetrarla. A poco más de dos metros se encontraban sus hermanas, quienes me miraban sin poder desviar la mirada de mi verga. La misma verga que hacía unos segundos había escupido su semen, cayendo sobre el piso, a muy pocos centímetros de ellas. Rita terminaba de dar un toque gracioso a esa surrealista escena. Miraba a cada uno de nosotros, sin terminar de entender si era oportuno ladrar o no.
Aún conservaba la erección. Agos fue la primera en reaccionar. Agarró de la mano a Sami, tironeando de ella, ya que la más pequeña de mis hijastras se había quedado hipnotizada viendo lo que sucedía. Se metieron adentro y cerraron la puerta con un portazo, dejándome completamente perturbado.
—Uy, al final nos descubrieron —comentó Valu, sin ningún poco de preocupación—. Ya podés guardar esa cosa —dijo después, señalando mi entrepierna.
Mi miembro apenas había empezado a ablandarse, por lo que me costó bastante volverlo a guardar adentro del pantalón. Traté de interpretar la reacción de las chicas. Ninguna pareció realmente molesta. Quizás vi un atisbo de indignación en Agostina, pero me dio la impresión de que esa indignación iba dirigida a Valentina y no a mí.
De todas formas, no pude evitar pensar que la había cagado. Hacía apenas poco más de una hora Sami me había confesado su amor. Y con Agostina había quedado picando la posibilidad de concretar algo. Y ahora iba y me cogía a su hermana. No tenía ningún compromiso con ninguna, pero sabía que no era buena idea meter más leña al fuego en esa batalla que había entre las dos mayores, como tampoco era buena idea que Sami me viera cogiendo con su hermana apenas un rato después de que me había hecho una mamada.
Esa alianza que habíamos formado ya de por sí era endeble, y ahora parecía pender de un hilo.
—Todo es culpa tuya —le dije a Valentina.
Aunque obviamente, ambos sabíamos que esa no era la verdad. Yo sabía del riesgo que corría al perseguirla como un duende libidinoso por el patio trasero. Miré a Valu. Estaba todavía agitada, y en su rostro había un gesto de satisfacción.
—Esto es lo que querías ¿No? —le dije.
Ciertamente, era obvio que su satisfacción no provenía simplemente del acto sexual, ya que, una vez más, ni siquiera la había hecho acabar. Sino que haber concretado conmigo era una especie de victoria frente a su hermana. Comprender eso me enfermaba, pero no por eso iba a dejar de cogerme a una pendeja preciosa como esa.
—No, no era lo que quería —dijo ella sin embargo.
Me acerqué a la pileta de cemento en donde hacía unos instantes la estaba haciendo gemir mientras le metía mi verga por detrás. Abrí la canilla para lavarme las manos. Valu se había quedado ahí, con el culo apoyado en la misma pileta a apenas unos milímetros de mí.
—Lo que quería era que me cogieras —dijo después, casi en un susurro—. Pero otra vez me dejaste con las ganas —terminó de decir, haciéndose eco de mis propios pensamientos.
Pensé que me iba a dejar ahí, con esas palabras retumbándome en la cabeza, para irse a su habitación a hacerse una paja. Según entendía, ese era su modus operandis. Pero otra vez me equivoqué, pues se quedó a mi lado.
Una idea atravesó mi mente en ese mismo momento. Hasta ese momento no se me hubiera ocurrido eso, pero ahora lo veía claro. ¿Quién dijo que aquel encuentro sexual había culminado? La presencia de Agos y Sami habían sido inoportunas, era cierto, pero eso ya estaba hecho. Ya me habían visto cogerme a su hermana en el patio trasero de la casa, ya había eyaculado de una manera tan imprevista, que casi las ensucio con mi semen. Ya no había vuelta atrás. En un rato debería lidiar con ellas, y tratar de calcular qué tan grande era el daño que había hecho. Pero si de todas formas me iba a tener que enfrentar a eso, ¿por qué no postergarlo algunos minutos más?
Valu me estaba mirando, expectante, a ver si yo había terminado de caer en eso que para ella seguramente había sido obvio desde un principio. Apoyé la mano en su rodilla. Ella se estremeció. Mi mano estaba fría porque la acababa de lavar, y ciertamente no hacía un clima muy cálido que digamos. Igual no me preocupé por eso. Mi mano avanzó hasta llegar a la parte más carnosa de los muslos de mi hijastra, esa que estaba debajo de su faldita tableada.
—La tenés helada —me dijo.
Extendió su mano y palpó mi verga. Empezó a masajearla, mientras yo seguía subiendo con mis dedos en su tersa piel. Tironeé la bombacha hacia abajo, y no tardaron en quedar a la altura de las rodillas.
Había otra cosa que me hacía querer extender ese momento con aquella mocosa de tetas enormes todo lo que podía. Algo que iba más allá de la inmensa calentura que sentía por ella. No quería entrar a la casa y encontrarme de nuevo con que ya había regresado el suministro de energía eléctrica. No quería poner el celular a cargar, para luego encenderlo. Sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo, pero lo demoraría todo lo que pudiera.
Me puse en cuclillas. Bajé la bombacha de Valu hasta la altura de los tobillos, y metí mi cabeza entre medio de sus piernas. Ahí me encontré con su sexo babeante. A simple vista se notaba que estaba empapado y largaba un intenso olor a los flujos de esa preciosidad que tenía por hijastra. Levanté un poco más la pollera, para que no me molestara, pero fue la propia Valentina la que la sostuvo, haciéndola más corta de lo que ya era, para que yo pudiera apreciar en todo su esplendor esa hermosa concha chorreante. Se veía como una dulce y jugosa fruta.
No había mucho en qué pensar. El próximo paso era evidente. Me erguí apenas, para elevarme los centímetros que me hacían falta para empezar a comerme ese manjar. La lengua se frotó primero con la cara interna de los muslos. Sentí cómo Valentina se estremecía. Sus piernas parecieron a punto de perder el equilibrio debido a ese masaje lingual que habría de generarle tanto placer como cosquillas. No tardé en avanzar para encontrarme con sus labios vaginales, y finalmente con el clítoris.
Estando ya frente a ese pequeño interruptor del placer, me tomé un instante para hacerla desear. Ella me agarró del pelo con violencia y me insto a que se lo lamiera, en una actitud muy masculina, según me pareció. Por esta vez dejé que la cosa fuera a su ritmo, así que empecé a lamer con suavidad en ese pedacito de carne tan sensible. Valu cerró los muslos en mi cara, y me tiró de los pelos nuevamente, pero esta vez no para instarme a obedecerla, sino como un gesto agresivo de placer.
A pesar de que no era una posición muy cómoda que digamos, el sabor de la conchita de Valu, que no dejaba de largar fluidos que se mezclaban con mi saliva, y que no paraba de tragarme involuntariamente mientras hacía mi tarea, me tenía hipnotizado.
Para que el placer no fuera solo de ella, llevé una de mis manos, lentamente, hacia el turgente orto de mi hijastra. Ella se separó un poquito de la pileta de cemento en donde estaba apoyada, para dejarse meter mano, siempre y cuando yo siguiera agachado practicándole sexo oral. La escuchaba susurrar:
—Quedate ahí. No pares.
¿Estaba en ese momento alguna de sus hermanas mirándonos? No me hubiera extrañado que así fuera, pero en ese momento no pensé ni en la dulce Samanta, ni en la delicada Agostina, ni siquiera en la traidora Mariel. En ese momento solo tenía cabeza para la hijastra del medio. Esa que había conocido cuando aún era una colegiala de dieciocho años, a punto de graduarse, y me había volado la cabeza como ninguna mujer que la doblaba en edad y en experiencia lo había hecho. Y para coronar ese morboso encuentro la pendeja se había puesto el mismo uniforme de aquella vez. Era una mocosa que sabía jugar muy bien sus cartas, de eso no tenía dudas.
Masajeaba las enormes nalgas de Valu mientras le practicaba sexo oral con una obediencia de soldado. Entonces, ya sintiéndome totalmente en confianza con esa chica tan desinhibida, metí el dedo índice por entre el medio de sus glúteos. La pequeña extremidad pareció perderse en las profundidades de mi hijastra, y ahora parecía diminuta dentro de tanta voluptuosidad. Ciertamente la zanja que separaba esas suaves nalgas no parecía tener fondo. Pero por fin la punta del dedo hizo contacto con lo que estaba buscando. Sentí la dura piel del anillo del ano. Ahí estaba ese rico agujero que hacía un rato había lamido con la misma persistencia con que ahora mi lengua se frotaba en el clítoris. Hundí el dedo, temiendo haberme pasado de la raya y que Valu me negara ese pequeño resquicio, que normalmente las mujeres se negaban a entregar. Pero como debí haberlo supuesto, la muy puta de mi hijastra ni se inmutó cuando la primera falange se le metió en el culo.
Entonces, sintiéndome autorizado a hacerle cualquier cosa que yo quisiera, le enterré otros tantos centímetros. Valu gimió. De hecho, desde que había metido la cabeza debajo de su pollera no había dejado de gemir. Pero ahora que los masajes linguales eran acompañados por los movimientos de ese dedo invasor que entraba y salía una y otra vez de su orto para hundirse cada vez un poquito más, el gemido fue mucho más intenso. Casi como si hubiera olvidado (o hubiera dejado de importarle) que alguien nos podría estar escuchando mientras estábamos haciendo nuestras chanchadas al aire libre. Aunque supongo que en realidad eso nunca le preocupó.
Igual no podía meterle el dedo al completo, ya que la posición en la que estaba no era la más cómoda para hacerlo. Pero de todas formas todo resultaba exquisito. Sentía la calidez de ese pequeño hueco en el índice, y la presión que ejercía el ano en él, ya que parecía querer cerrarse para atraparlo y no dejarlo salir.
De repente Valu empezó a hacer movimientos pélvicos, mientras me acariciaba la cabeza. Eran movimientos cada vez más vehementes, y enseguida dejó de acariciarme la cabeza, para tironearme una vez más del cabello. Me imaginaba a qué se debía que se pusiera más agresiva. Ya estaba alcanzando el clímax. La pendeja en cualquier momento se venía.
Y no estaba muy errado. Porque al cabo de pocos minutos apoyó su trasero nuevamente en la pileta, para no caerse en caso de que perdiera el equilibrio. Tuve que sacar el dedo con el que la estaba escarbando, porque si no, me lo iba a terminar aplastando con semejante culo. Pero seguí con mi persistente lengua. Valu cerró sus muslos en mi rostro nuevamente, pero esta vez le imprimió una fuerza con la que podía lastimarme si lo hacía durante más tiempo del conveniente. Pero igual no me quejé. Tampoco es que podía hacerlo. Estaba apresado con esa fuerza de tenaza con la que me apretaba, y ahora a duras penas podía alcanzar a chuparla. Sentí en mi propia piel cómo su cuerpo se tensaba. Valu me arrancó los pelos de manera impiadosa. Me hizo doler, pero seguí a sus pies, en cuclillas, esperando a que acabe. Después de eso, la pendeja nunca más podría decirme que yo acostumbraba a dejarla caliente. A los hombres no solía gustarnos practicar sexo oral, pero yo se lo haría cada vez que quisiera.
Ahora Valu frotaba su concha en mi geta con alevosía. Era igual de ruda a como yo lo había sido más de una vez con alguna mujer que me había parecido sumisa. La escuché largar un gemido reprimido. Imaginé que tanta violencia física era para poder ahogar el grito que en ese momento le podría producir el placer que estaba sintiendo. Me pareció que su orgasmo era demasiado extenso. No paraba de restregar su sexo en mi rostro, a la vez que todo su cuerpo parecía presa de temblores incontrolables. De a poquito fue disminuyendo la fuerza que imprimía en sus muslos, y me iba soltando el cabello, milímetro a milímetro.
Finalmente quedé liberado de esa voraz entrepierna. Me puse de pie, con cierta dificultad, pues había estado mucho tiempo en cuclillas. Sentía mis mejillas coloradas y las mandíbulas y la cabeza adoloridas. Vi a Valu. Todavía estaba recuperándose del orgasmo. Tenía otro botón de la camisa desabrochada, por lo que supuse que mientras yo estaba abajo ella se había autoestimulado, masajeándose las tetas.
Sus tetas…
A pesar de que todavía necesitaba recuperar fuerzas, me di cuenta de que mi erección había vuelto a aparecer, con esa potencia que solo recordaba de mi adolescencia, pero que en ese bizarro fin de semana parecía ser lo más común del mundo.
Me acerqué a Valu. Por primera vez desde que había aparecido en la sala de estar con la intención de provocarme, hubo un momento de ternura. Cosa inusual, porque con ella todo era salvaje y a los tumbos, y de hecho me gustaba que así fuera, y a ella también parecía gustarle. Pero sea como fuera, ahí estaba yo, agarrándola de la cintura, atrayéndola a mí. Valu apoyó su cabeza en mi pecho. Yo sentía su respiración, todavía agitada, volviendo lentamente a la normalidad, mientras que ella sentía los latidos de mi corazón, que también empezaban a recuperar su ritmo normal.
—Me volvés loco —le dije.
La agarré del mentón e hice que su rostro se levantara. Ella me miró. Quizás era la primera vez que me veía así. No estaba seguro de qué significaba esa mirada, pero sí comprendía lo que no significaba. Durante esos instantes en los que estuvimos abrazados, no vi en ella ningún atisbo de ironía, desprecio, altanería, capricho, ni nada de esos sentimientos negativos por los que Valu parecía regir su vida. Sentimientos y maneras que solía utilizar para relacionarse conmigo. Ahora todo eso estaba guardado en algún lugar de su interior. Era como si por una vez no necesitara estar a la defensiva conmigo. Hasta me regaló una dulce sonrisa. Una hermosa y sincera sonrisa.
Sin soltar su bello rostro, arrimé mis labios a los suyos, los cuales eran gruesos, y parecían estar hechos para ser besados. Ella no puso reparos. Le comí la boca, como un muerto de hambre que inesperadamente se encontraba con una hogaza de pan. Todavía tenía el sabor de sus flujos en mi paladar, pero a ella no pareció molestarle en absoluto, más bien al contrario, me besó tan apasionadamente como lo había hecho la primera vez que nos habíamos besado.
Esa era probablemente la mejor manera de terminar con ese improbable encuentro que habíamos tenido. Pero había un problema: yo necesitaba hacerlo de nuevo. Ya estaba totalmente al palo y necesitaba descargar mi semen por tercera vez en ese corto lapso de tiempo. Y no había manera de que, teniendo a Valu en mis brazos, me quedara con las ganas de hacerlo.
—Mmm ¿Otra vez? —preguntó ella sin que yo le dijese una palabra. Palpó mi entrepierna y se encontró con mi pija totalmente erecta—. Sos un padrastro muy degenerado —agregó después, con voz ronroneante.
Le di otro beso, mientras ella masajeaba mi verga con una expertís que no debería tener una chica de dieciocho años. ¿Cuántas veces habrá cogido a su tan corta edad? Era una chica muy sexual, y que no parecía tener muchas limitaciones éticas. Y era extremadamente atractiva.
Me bajó el cierre del pantalón. Mi verga no tardó en salir disparada como un resorte hacia afuera. Ahora fue ella la que se agachó. Me miró desde abajo con esa sonrisa juguetona que tenía. Una sonrisa que podría parecer infantil si no fuera por el pequeño detalle de que ahora la esbozaba mientras una verga tiesa la esperaba a pocos centímetros. La agarró, envolviendo el tronco, y con la otra mano se sostuvo de mi pierna, para hacer equilibrio. Y empezó a chupar. Lo hacía mucho mejor que Sami, evidentemente. Pero eso lo compararía más adelante. En ese momento no pensaba en nada. Simplemente me dejaba llevar por el placer que me generaba esa lengua babeante y hábil deslizándose por el tronco para luego concentrarse en el glande.
Miré hacia adentro, a través de la ventana que daba a la cocina y que en ese momento tenía la cortina un poco corrida. No podía ver mucho, pero al menos no vislumbré a ninguna de las chicas espiándonos. Eso me decepcionó un poco. Me hubiera gustado que se decantaran por el morbo, y fueran a ver cómo me cogía a su hermana. Ahora me quedaba la sensación de haberlas lastimado, y de que pronto tendría que lidiar con eso. Hubiese preferido que fueran dos degeneradas que no tuvieran problemas con lo que estaba sucediendo en el patio de la casa.
Pero la maravillosa forma en la que Valentina me practicaba esa mamada no me permitió caer en esas cavilaciones de manera apresurada. Ahora todo lo que importaba era que ella estaba a mis pies, con el solo propósito de darme placer. Mientras no paraba de chuparla, mantenía contacto visual conmigo. Su carita, atravesada por mi gruesa verga era perversamente hermosa.
Ahora sí, había llegado el momento de concluir con eso, y esperar a ver qué era lo que pasaría después. Pero ya que había podido concretar tantas fantasías obscenas que había tendido con esa adolescente, quería una cosa más.
—Te voy a acabar en las tetas —le dije.
Valu soltó la verga, casi de mala gana. Se notaba que le gustaba darle placer de esa manera a los hombres. Pero igual fue complaciente. Se desabrochó los últimos botones que le faltaban desabrochar a la camisa. Las hermosas tetas aparecieron desnudas, y ella las sacudió provocadoramente. Nunca me cansaría de mirarlas. Valu las agarró y las juntó. De esa manera parecían incluso más grandes. Solté los chorros de leche sobre esos senos que siempre me volvieron loco, apretando los dientes, para apagar el rugido que quería salir de mi garganta. Y entonces mi arrogante hijastra me dio un regalo que no se me había ocurrido pedirle. Definitivamente, la pendeja tenía amplia experiencia y sabía lo que le gustaba a los hombres, sin necesidad de que se lo dijeran.
Llevó sus tetas a su boca, y empezó a lamer en las partes en donde estaba chorreando mi semen. Lo hizo como si fuera una actriz porno, mirándome cada vez que su lengua pasaba por los enormes senos y se impregnaba de semen que luego no dudaba en tragar, como disfrutando de la reacción que lograba en mí. Y ciertamente, estaba maravillado.
La ayudé a ponerse de pie. Se abrochó la camisa y se acomodó la falda.
—¿Será que van a pensar que seguimos cogiendo? —preguntó Valu.
—A estas alturas no creo que sea importante —respondí—. Pero lo ideal es que los dos tengamos el mismo discurso. Si nos preguntan, vamos a decir que no —agregué después.
…………………………………………………
Entramos juntos a la casa, por la puerta trasera. Pero ella fue por delante, casi a las corridas. Supuse que quería irse a dar una ducha. Yo me quedé un rato en la cocina. Se había cortado la luz de nuevo. Por lo visto iba a ser una cosa intermitente hasta que los de la empresa de electricidad arreglaran el asunto de una buena vez. Eso sirvió para sentirme levemente aliviado. Al menos había una cosa que podía patear para más adelante.
Escuchaba que las chicas estaban hablando en la sala de estar. Parecía que lo estaban haciendo animadamente, pero no alcancé a percibir hostilidad en sus voces. Traté de ordenar mis ideas, para entender en qué posición estaba exactamente. Primero tenía que dejar atrás lo que acababa de suceder con Valu, cosa ya de por sí difícil, ya que todavía tenía el sabor de su sexo en mi lengua, y parecía que mis manos aún sentían el tacto de su exuberante cuerpo, como si lo hubieran memorizado. Pero ya tendría tiempo más adelante para rememorar esa épica cogida. Ahora tenía que tener la cabeza fría. O al menos tenía que dejar de pensar con la verga por un rato.
En sí, no había hecho nada malo. Mariel me había metido los cuernos, por lo que, desde ese mismo instante, tenía derecho de hacer con mi vida lo que quisiera, y de acostarme con cuantas adolescentes lujuriosas estuvieran dispuestas a hacerlo conmigo. Si Valu era su hija, eran cosas del destino. Mi mujer no tenía derecho a reclamarme nada. En todo caso que arreglara sus asuntos con Valu, a quien en su momento le había hecho lo mismo: acostarse con una expareja de su hija.
Hice todo lo posible por convencerme de este razonamiento. Pero sabía que las cosas no eran tan fáciles. No podía olvidarme de que todo ese enredo sexual lo habían armado las chicas, y yo simplemente había caído en él. No obstante, sí había motivos por los que sentirme culpable y a la defensiva. Extrañamente, en ese momento me preocupaba más que nada cómo habrían tomado Agos y Sami lo que acababan de presenciar.
Ciertamente, había tenido un importante acercamiento con las dos. Pero imaginaba que cualquier sufrimiento que pudiera tener Agos sería más que nada porque su hermana le había ganado de mano. En cambio lo de Sami era más complejo. Sami me había dicho que me amaba. Y me había practicado sexo oral dos veces. Aunque no hubiera ningún compromiso entre nosotros, no podía ser tan necio de negar que los sentimientos de la rubiecita estarían dañados.
Me armé de valor, y me dirigí a la sala de estar. Parecía ser que los cuatro, siempre que estuviéramos juntos, estábamos condenados a andar entre sombras. Cuando salí de la cocina vi que Valu recién ahora subía las escaleras. No pude dejar de admirar la falda tableada que bailaba mientras la chica daba pasos veloces, una falda que a cada rato parecía estar a punto de dejar expuesto el espectacular trasero de mi hijastra.
Agostina y Samanta estaban sentadas, una al lado de la otra. Me llamó la atención que la mano de la más pequeña estuviera encima de la de la mayor, como si fuera Sami la que estaba consolando a Agos.
Tenía que pensar bien en lo que iba a decir. Se suponía que los besos que me había dado con Agos habían quedado entre nosotros. Y ni hablar de la mamada que me había practicado la menor de mis hijastras. Me senté frente a ellas. Hice todo lo posible por mostrarme serio, pero no suplicante.
—Chicas, quiero pedirles disculpas por la situación desagradable que se vieron obligadas a presenciar —dije—. No tengo excusas. Ustedes saben que este fin de semana fue de locos…
—Pero no te pareció una “situación desagradable” cuando le estabas besando el culo a Valentina —dijo Agos con frialdad, confirmándome la sospecha que había tenido antes. En efecto, ella me había visto en ese preciso momento, cuando yo degustaba el delicioso ojete de su hermana.
—Sí, es cierto —admití—. Lo que quiero decir es que quizás haya sido desagradable para ustedes.
—No fue desagradable. Solo fue raro —opinó Sami—. Pero bueno. Eso es en parte nuestra culpa. Nosotras te metimos en esto.
No podía creer lo que estaba escuchando. Ciertamente lo que decía era correcto, pero viniendo de ella no dejaba de llamarme la atención. ¿Acaso no me había dicho que me amaba? Si yo encontraba a la mujer que amaba en algo parecido, me partiría el corazón, independientemente de si yo tenía algo con esa hipotética mujer o no. Traté de ver si detrás de sus palabras escondía algo de rencor, pero no pude ver más que una leve decepción. Quizás la manera de querer de Sami era muy diferente a las que yo conocía. Esa era la única explicación que encontraba.
—Valu nunca sabe cuándo detenerse —comentó Agos—. Habíamos acordado que ya te dejaríamos de molestar con esas cosas. Pero se ve que estaba ensañada con acostarse con la pareja de mamá, para devolverle el golpe.
Claro, era eso, pensé para mí, con cierta melancolía. Todo se reduce a Mariel. La idea de que una chica como Valu se sintiera atraída hacia mí, no era más que un sueño. Un sueño que solo podía hacerse realidad en un contexto tan irreal como en el que estábamos viviendo ese fin de semana eterno.
—Perdón. Si me esperan un rato, enseguida vuelvo —dije.
Fui a la habitación principal, esa que compartía con Mariel. Me lavé el cuerpo y luego me cepillé los dientes. Finalmente me cambié de ropa, incluyendo la ropa interior. No podía estar hablando con las chicas seriamente después de haberle metido el dedo en el culo a su hermana y de haber logrado que acabara en mi cara. Me había lavado en la pileta de cemento, pero todavía me sentía sucio.
Mientras lo hacía, pensé que ya era hora de poner fin a todo ese ida y vuelta que se había armado entre nosotros. Basta de secretos detrás de otros secretos, que a su vez ocultaban más secretos. Por más que tuviera mucho cuidado de no revelar lo que había pasado con cada una de ellas, terminarían por enterarse, porque en algún momento abrirían la boca. Ahora la sinceridad me parecía lo más sensato. No sé si esta decisión la tomé porque convenientemente ya había gozado con ellas, pero mejor tarde que nunca.
Ahora estaban las tres en la sala de estar. Valu se había cambiado de ropa, para mi alivio. Realmente era un peligro que anduviera por ahí con ese uniforme. No tardaría mucho tiempo en querer cogérmela de nuevo.
—Quiero que sepan que ya me cansé —dije, con determinación—. Si Mariel las educó de esta manera tan inusual, yo no quiero formar parte de esto. Lo cierto es que, a pesar de que me vi enredado en esta locura contra mi voluntad, también me aproveché de la situación. Las tres saben perfectamente que tuve algo con ustedes.
—¿Con las tres? —dijo Agostina, sorprendida.
—Ahora sabemos quién lo visitó anoche —dijo Valu.
—¡Cómo! —dijo Agos, exaltada—. ¿No habías sido vos?
Luego de preguntarle eso a Valu, miró a Sami, quien estaba con cara de no haber roto un plato. No necesitó emitir una palabra para que la hermana mayor se enterara de esa verdad que por lo visto desconocía. Se le quedó mirando con la boca abierta, pero por lo visto ninguna de sus hermanas se molestaba jamás con Sami. Ahora Agostina simplemente estaba totalmente sorprendida, como yo lo estuve tantas veces. La verdad es que la entendía, porque si me ponía en su lugar, de seguro que llegaría a la misma conclusión: la única que era capaz de entrar al cuarto de su padrastro en plena madrugada para hacerle un pete era la putona de Valentina.
—Ella lo hizo como un favor —expliqué yo, tratando de convencerme de que lo que estaba diciendo no sonaba delirante—. Sabía que ustedes querían hacerme quedar mal con su madre, así que hizo lo posible para que no cayera ante ustedes.
En efecto, sonaba muy raro, porque esta vez no fue solo Valentina la que se rió, sino que Agos la secundó.
—Esto ya llegó demasiado lejos —dijo la hermana mayor, haciéndose eco de lo que yo mismo pensaba desde hacía rato.
—No te hagas la tonta —dijo Valu—. Vos también te lo hubieras cogido si se presentaba la oportunidad. ¿O acaso no me echaste en cara que te lo comiste en la cocina y que seguro que a la noche se iba a ir arrastrando a tu habitación?
—Te dije eso, pero no te dije que me lo iba a coger —contestó Agos, levantando la voz.
—¿Y qué iban a hacer? ¿Jugar a las figuritas? —preguntó Valu, con ironía.
—¿Y vos por qué te lo cogiste? —preguntó Agos—. ¿Tan desesperada estabas para sentir que me ganaste en algo? No puedo creer que hayas recurrido a ese uniforme. Sos ridícula.
—Pero bien efectivo que resultó el uniforme —retrucó Valentina.
—Chicas, no peleen —intervino Sami. Pero luego, para mi absoluta sorpresa, agregó—: Además, yo fui la primera.
—Lo de anoche no cuenta. Si este ni siquiera supo quién fue el que se la chupó —opinó Valu.
Estaba pasando otra vez. Se ponían a hablar sobre mí como si no estuviera presente, y lo hacían sin ningún pudor, ya no solo Valentina, sino Sami y Agos, parecían verme como el conejillo de indias del experimento que había hecho su madre. Hasta el momento no me lo había puesto a pensar detenidamente, pero ahora estaba claro que la manera inusual en que las crió había alterado profundamente su sentido de lo que estaba bien y lo que estaba mal para ellas. Estaban completamente corrompidas, y ninguna de las tres estaba exenta de eso.
—¡Basta! —estallé, sintiendo una fuerte jaqueca—. ¿Acaso no se dan cuenta? Esto no es normal. Nada de esto es normal. ¿Cómo pueden estar discutiendo sobre quién fue la primera que tuvo sexo con su padrastro? Mariel está loca, y por lo visto les contagió la locura a ustedes. La próxima vez que les proponga hacer algo como esto, mándenla a la mierda. Por favor, se los digo por su propio bien.
Quedaron en silencio, esperando a ver si decía algo más. La verdad es que sentía que tenía muchas cosas que decir, pero nunca fui una persona muy elocuente. Además, yo terminé siendo un cómplice de mi mujer en todo eso. Había tenido un contacto sexual con todas ellas, con unas menos que con otras, pero con todas había pasado el límite.
De repente sentí que alguien apoyaba su mano en mi hombro. No me había dado cuenta de que había agachado la cabeza y me tapaba los ojos con las manos, como si estuviera enfermo, o como si estuviera a punto de llorar. Levanté la vista. Era Sami. Pero a mi otro costado también estaba Agos.
—No te preocupes —dijo esta última—. Sabemos que sos un buen hombre.
Acercó sus labios y me dio un beso. Un tierno beso que uno esperaría que se lo diera una novia. Era la primera vez que besaba a una de ellas sin la necesidad de sentir que tenía que esconderme. Pero entonces sentí que alguien me hacía girar la cabeza con fuerza. Los ojos de cielo de Sami aparecieron apenas a unos centímetros de los míos. Entonces me comió la boca. Aún tenía el sabor de Agostina en mi paladar y ya estaba besando a la más pequeña.
-Continuara