Mis Odiosas Hijastras - Capitulos 11 - 13

heranlu

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Mis Odiosas Hijastras - Capitulo 11


Las tres se habían enzarzado en una discusión acalorada. Incluso Rita, alarmada por cómo levantaban la voz, se había acercado para empezar a ladrar, aunque no tenía en claro contra quien hacerlo, pues le guardaba cierta fidelidad a las tres. Por lo visto, Sami había tirado una especie de minibomba nuclear. “¿Y si le contamos todo a Adri?”, había preguntado.

—Yo no tengo nada que contarle a este —había dicho Valentina, con cierto desdén. Aunque me daba cuenta de que su brusquedad no se debía a que estuviera molesta conmigo, sino que la propuesta de Sami la había violentado y se la había agarrado conmigo.

Afuera se escuchó un potentísimo trueno. El día se había puesto tan negro que aunque estábamos con las persianas totalmente abiertas, ya no entraba ninguna claridad, por lo que otra vez la oscuridad era nuestra compañía. Una vez más, el viento fuerte que se estaba levantando y la lluvia que ya caía contra el asfalto nos anunciaban que íbamos a pasar todo el día juntos.

—Pero es verdad, a mamá no le vendría mal un escarmiento —dijo Agostina, y entonces todas hicieron silencio.

—¿Y por qué necesitaría un escarmiento Mariel? —pregunté, aprovechando que por fin se habían calmado un poco.

—Porque es una hipócrita —dijo Valentina.

—Porque nos usó desde chicas solo para corroborar sus teorías —agregó Agos.

—Porque no nos protege —dijo Sami.

Las otras dos se quedaron mirando a la más pequeña de sus hermanas. Era evidente que no sabían en detalle el motivo del encono que tenía contra Mariel.

—No sé qué carajos tienen en mente. Pero no voy a dejar que me usen para una venganza entre ustedes —dije, tajante.

—No te hagas el orgulloso. Mamá te va a echar mañana mismo, y vos no tenés donde caerte muerto. Si no nos seguís la corriente, vas a terminar en la calle —dijo Valentina, con un grado de malicia que no debía sorprenderme, pero sin embargo me hirió.

—Valu, no seas bestia. ¿Pensás que es fácil no tener dónde vivir? —le recriminó Agos, y luego, dirigiéndose a mí, agregó—. Pero es cierto Adri. Mamá no va a tener piedad de vos. Ya vimos cómo humillaba a otras parejas.

—Si tanto se preocupan por mí, díganle que no hice nada y listo. Díganle que no accedí a ninguna de sus insinuaciones.

En la sala penumbrosa vi cómo intercambiaban miradas unas con otras. Por lo visto no habían pensado en esa posibilidad. Quizás una estaba convencida de que la otra contaría lo que sucedió conmigo, y entonces la que no dijera nada quedaría expuesta como una mentirosa. Ya me habían contado de lo meticulosa que era mi mujer a la hora de sacarles información. Pero si todas hacían una promesa de silencio quizás nadie saldría afectado.

—¿Y entonces qué? ¿Seguiríamos viviendo como si nada hubiera pasado? —Intervino Valentina—. ¿Vos estarías dispuesto a seguir en pareja con una mujer que además de meterte los cuernos, manda a tus hijastras a levantarte para que quedes como el malo de la película?

Mierda, la adolescente tetona tenía un punto. Yo ya no pintaba nada en esa casa. Tarde o temprano tendría que irme, y no estaría nada mal hacerlo con una venganza hacia la mujer que me traicionó de esa manera.

—Podés vivir en el departamento de Belgrano —propuso Agos.

—¿Qué? —escuché decir a Valentina.

—Podés vivir un tiempo ahí, hasta que consigas algo. Pero antes ayudanos —siguió Agostina, sin prestarle atención a Valu—. Es hora de que le pongamos los puntos a mamá.

Suspiré hondo. ¿Y si todo eso era también un juego de estas pendejas? Y en todo caso ¿Qué tendrían pensado hacer contra Mariel? Dudaba de que estuvieran sugiriendo una fiesta sexual entre los cuatro para luego restregárselo en la cara a la paranoica de su madre. Aunque la idea no me parecía nada mal.

—Creo que se olvidan de lo que les dije hace unos minutos —dije—. Ya me cansé de ser usado por ustedes. Sea lo que sea que tengan dentro de esas perversas cabecitas suyas… —agregué, asegurándome de mirar a Agos y a Valu—. Primero quiero estar seguro de que esta vez estamos en el mismo bando. Y para eso creo que lo mejor es seguir el consejo de Sami. Quiero que me cuenten todo. Quiero saber por qué están molestas con su madre. Quiero escucharlas a las tres, y si por un instante dudo de sus palabras, estoy afuera.

Me puse de pie, y me dirigí a la cocina, para encender las velas que había comprado a la mañana. Ya estaba harto de tanta oscuridad. Me tomé mi tiempo, a propósito, para dejarlas discutir y, a la vez, permitirme a mí mismo tomar un poco de aire. ¿Qué mierda estaba haciendo ahí todavía? Lo cierto es que estaba en quiebra, y no tenía a quien acudir. Necesitaba de ese pequeño departamento que había heredado Agos de una abuela suya. Además, si bien en el fondo intuía que en esa familia había algo muy mal y lo más inteligente sería desaparecer para siempre, y alejarme de esas morbosas criaturas todo lo posible, a la vez sentía una atracción tan intensa hacia las tres, que parecía producto de una brujería. Sami me despertaba un instinto de protección que me hacía difícil dejarla desamparada ante Mariel. Además, ella misma me había protegido a mí, y sentía la necesidad de devolverle el favor. Por Agos sentía una intriga que se había incrementado sobremanera ahora que Valentina había dejado caer que en realidad era lesbiana. Y Valu… Después de todo lo que había pasado en su cuarto, la posibilidad de cogérmela estaba latente. Si bien se había rehusado terminantemente a que la poseyera, en otro momento podría ceder. Y si ahora estábamos del mismo lado, quizás…

—¿Estás enojado?

Agos había entrado a la cocina. Agarró una de las velas que estaba puesta en un vaso. Pude verla con mayor claridad. Tenía su cabello negro recogido. Se había quitado la chaqueta, pero aún conservaba la bufanda, que estaba envuelta en su cuello de cisne. El suéter beige era de una sobriedad y elegancia típicos en ella, pero el pantalón de jean que ahora llevaba puesto era muy ceñido.

—¿Pensás que debería estarlo?

Era una pregunta sincera. Entre tantas maquinaciones ya no tenía en claro en dónde estaba parado, y ahora que conocía la inclinación sexual de la mayor de mis hijastras me daba cuenta de que ella también había sido utilizada como una pieza de ajedrez.

—Supongo que sí —dijo—. Valu dijo que no pasó nada entre ustedes. Que fuiste a su cuarto cuando ella te provocó, pero cuando se negó a hacer algo más, lo aceptaste.

Me sorprendió que cambiara de tema de manera tan abrupta. ¿Acaso eso era importante para ella?

—Claro —dije—. No soy un animal. Y si intenté algo con vos, solo fue porque pensaba que también lo querías. Pero ahora me doy cuenta de que habrá sido muy difícil para vos seguir con todo este estúpido jueguito inventado por tu madre.

—¿Muy difícil? —preguntó ella, intrigada— ¿Lo decís por lo que dijo Valu?

—Bueno, digamos que sí —respondí. Luego, meditándolo unos segundos, agregué—: Pero también creo que cuando me lo dijo me empezaron a cerrar muchas cosas. Es como si algo que tendría que haber sido obvio desde un principio apareciera ante mis narices.

Agos sonrió, risueña.

—¿Así que pensás que es obvio que soy lesbiana? —preguntó.

—Bueno. No sé, digo... Esto de mostrarte tan distante e inalcanzable, quizás sea una manera de alejar a los hombres sin la necesidad exponer tu sexualidad —teoricé—. ¿Mili es tu novia?

Agos soltó una risa, esta vez menos contenida.

—No, no es mi novia —dijo—. Aunque si estás imaginando que pasa algo entre nosotras, sí, así es. Pero es una larga historia. Ella es… digamos… muy posesiva. Justamente por eso nos peleamos hoy.

—¿Se pelaron?

—¿Por qué te pensás que vine tan pronto? Y ni siquiera pude cargar un poco el celular—preguntó ella a su vez.

—¿Querés hablar de eso?

—No, ahora no. Pero… hay otra cosa —dijo.

Apoyó su trasero en la mesada, en una pose que indicaba que la charla podía continuar por un buen rato. Supuse que sus hermanas no se alarmarían del hecho de que estuviéramos tanto tiempo a solas, ya que ellas parecían conocer muy bien sus inclinaciones sexuales.

—Sami dijo que los encontró cuando ella recién salía de bañarse —dijo, claramente refiriéndose a Valu y a mí—. ¿Es verdad que no cogieron? —preguntó al fin.

—¿Por qué te importa eso? —quise saber, antes de responder.

—Solo es una pregunta. Si no querés responderla, no tenés por qué hacerlo.

—No, no cogimos —dije, consciente de que si bien era la absoluta verdad, el momento que habíamos pasado había sido tan íntimo como si hubiéramos cogido. No pude evitar recordar el sabor del orto de Valu, y su cuerpo desnudo mientras se bañaba.

—No cualquiera se resistiría a Valu —dijo Agos, extrañamente satisfecha por tal afirmación.

—Ni a vos —comenté rápidamente, pronunciando una frase obvia, pero totalmente acertada.

—Bueno, de hecho no te me resististe —dijo ella—. Si hubiéramos estado en mi cuarto, ¿te irías sin hacer nada si yo te lo dijera? —preguntó.

Que ahora tuviera esa actitud provocadora era algo que no me había esperado. Pero ya estaba cansado de ser el que se dejara sorprender a cada momento. Esa pendeja no me iba a enloquecer de nuevo.

—No tiene sentido pensar en eso ahora. Menos sabiendo que todo era un juego de ustedes y su mami, y mucho menos aún sabiendo que sos lesbiana —largué, exasperado.

—No soy lesbiana —aseguró Agostina.

Realmente no comprendía por qué estaba haciendo todo eso esa pendeja. La mentira ya había sido expuesta, y se suponía que íbamos a vengarnos de Mariel. ¿Por qué insistía en seguir con esas estupideces? Además, ese perverso coqueteo hubiese sido esperable de Valu, pero de Agostina… Realmente me decepcionaba. La agarré del brazo, furioso.

—Lo del departamento también es una mentira ¿No? ¿A qué estás jugando ahora? —dije.

—No estoy jugando a nada. Y lo de que te quiero ayudar a que no te quedes en la calle es cierto —respondió ella, sin inmutarse, y sin intentar zafarse de la mano que la oprimía—. Simplemente te aclaro que no soy lesbiana. ¿Tanto te cuesta entenderlo? Bisexualidad ¿Te suena?

La solté, aunque aún me sentía ofuscado.

—Si de verdad fueses bisexual… —dije, sin poder terminar la idea.

—Si de verdad lo fuera ¿qué? —dijo ella, con cierto aire pendenciero que no iba con su personalidad.

—Desde ayer que hay algo que me sorprende mucho de vos —dije, y luego sonreí con ironía al darme cuenta de lo errada que era la frase—. Bueno, la verdad es que tengo que reconocer que desde ayer que no dejo de sorprenderme, no solo con vos, sino con todo lo que pasa en esta casa. Pero hay algo. Un detalle que si hubiera prestado atención en él en su momento, quizás me hubiera dado cuenta de que me estabas manipulando.

—Y qué detalle es ese —quiso saber Agos.

—Dejaste que te acariciara. Que te apoyara mi verga por detrás —dije esto último de la manera más vulgar posible a propósito, pensando que la escandalizaría, pero la princesa de la casa ni se inmutó—. Y después me masturbaste —agregué—. Pero nunca permitiste que te besara. Eso debió haber sido una señal para que me diera cuenta de que en realidad no te gustan los hombres.

—Veo que ser sincera no sirve de nada. Cuando se te mete una idea en la cabeza no hay quien pueda quitártela ¿cierto?

—Y entonces ¿Por qué siempre esquivabas mis besos? —quise saber.

—No sé. Quizás te parezca una estupidez. Pero me parece que eso es algo más íntimo que una manoseada. No le doy besos a cualquiera. Bueno, tampoco es que deje que cualquiera me toque el culo, pero… no sé… quizás sentí que la mentira llegaría a límites que no pensaba cruzar si te besaba. O quizás…

—O quizás ¿qué? —la insté a terminar.

—No sé. Ya te dije. Esta vez es diferente.

—Otra vez con eso —dije, exasperado.

—Es que es la verdad. Es diferente —insistió ella—. Con cualquier otro, ante la primera insinuación, y mucho más, ante el primer contacto físico, daría todo por terminado, y le contaría a mamá. Pero esto se nos fue de las manos. No sé si es porque esta vez estamos todo un fin de semana encerradas con vos, o porque estamos molestas con mamá, o porque vos sos diferente a los otros tipos. Pero esta vez las cosas fueron mucho más lejos de lo que deberían. Como te dije, todo debió terminar en la cocina, la primera vez cuando, después de tropezarte conmigo, me hiciste sentir tu erección. El primer contacto había sido sin querer, pero era obvio que después te habías frotado conmigo a propósito…

—Porque vos me habías provocado, y según recuerdo, vos te habías frotado conmigo también —le recordé.

—Sí, si. Pero la cuestión es que con eso bastaba. Con eso alcanzaba para decirle a mami. Y como con Valentina después te pasó algo similar, ya no había necesidad de tanto. Pero después, cuando me seguiste hasta el baño. Y en el pijama party…

—A dónde querés llegar —dije, fingiendo fastidio, aunque por dentro me daba mucha intriga.

Me miró, con los ojos brillosos. Una mirada con la que podría destruir miles de matrimonios en un segundo.

—Cuando me enteré de que estuviste a punto de tener sexo con Valu… no sé. Me sentí rara. Creo que sentí celos.

Ahí estaba. Era increíble. El juego no había concluido para esa mocosa malcriada.

—¿Escuchaste alguna vez la frase que dice que el que juega con fuego termina quemado? —dije. Ella asintió con la cabeza—. Bueno. Vos estás jugando con fuego. Y yo no estoy para pendejadas. Desde ahora te aclaro que cualquier provocación la voy a tomar como una invitación a tener sexo. No voy a tolerar más este histeriqueo absurdo. ¿Que estás celosa de Valu? No me hagas reír. En el mejor de los casos, sentís envidia cuando ella atrae la atención más que vos. Ustedes parecen diferentes, pero están cortadas por la misma tijera.

—Yo solo intento decirte lo que siento. No es fácil —dijo ella, haciendo un puchero, que si lo hubiera hecho en otro momento hubiera caído rendido a sus pies, disculpándome por haber sido tan brusco. Pero ya no me iban a doblegar tan fácilmente—. Si por eso pensás que tenés derecho a cogerme, quizás me equivoqué con vos —terminó de decir ella.

Hizo un paso hacia el costado, como para marcharse. Pero yo la detuve. La agarré del mentón, y la hice mirarme a los ojos.

—Entonces ¿por qué no quisiste besarme? —dije—. Si algo de lo que dijiste fuera verdad, dejarías que te bese.

No estaba seguro de si mi lógica tenía algún fundamento, y menos aún estaba seguro de que fuera buena idea seguirle la corriente a esa pendeja hermosa. Pero ya estaba ahí, con su perfecto rostro en mis manos. Agos se veía indefensa. Su actitud siempre altiva, e incluso soberbia, se había esfumado. Casi parecía una chica dulce e inocente como Sami. Me acerqué a ella. Mi pelvis hizo contacto con la suya. Quedamos apretados, iluminados por todas las velas que había encendido. Casi podría considerarse una imagen romántica. Arrimé mis labios. Si ella fuera lesbiana, sentiría asco de besar a un hombre ¿cierto? La verdad es que no tenía idea de cómo pensaba esa chica, pero la idea de que yo besara a alguien de mi mismo sexo me resultaba repulsiva. Para una lesbiana la cosa habría de funcionar igual, pero a la inversa. Por algo había esquivado mis labios con anterioridad. Una cosa era que una mano hurgara en tu cuerpo. Era algo muy invasivo, sí, pero si uno cerraba los ojos daba lo mismo si la que te estaba tocando era un adefesio. Pero un beso realmente demostraba el interés que la otra persona sentía por vos. Al menos eso era lo que creía.

A medida que me acercaba a esa jugosa boquita, esperaba que Agos corriera la cara. Pero cada vez era más pequeño el espacio que separaba nuestros labios, y la princesa de la casa no solo no hacía el rostro a un lado, sino que no desviaba la mirada. Sus expresivos ojos marrones parecían mirarme con mucha expectativa. Yo sostenía su barbilla, con más fuerza de la necesaria, pues ella no hacía gesto alguno que demostrara que se quería salir de esa situación. ¿Estaba cometiendo otro estúpido error? No podía evitar sentir que nuevamente estaba cavando mi propia tumba. Pero cuando ese miedo electrizante atravesó mi cuerpo en forma de escalofrío, ya era demasiado tarde, porque ya estaba saboreando esa perfecta boquita, cuyos labios se abrían para recibir mi lengua. Si con Valu fue todo lujuria y perversión, ahora este beso me retrotraía a mi más tierna juventud, cuando concretar con la chica que te gustaba, te hacía sentir que estabas volando, y que todo en el mundo estaba a tu alcance, y las más difíciles proezas ya no parecían imposibles de concretar. Su lengua sabía a caramelo de frutilla. Casi parecía haberse preparado para ese beso. Era un beso cargado de ternura, que de a poco, se fue tornado más intenso. La abracé, y a pesar de que sabía que corría el riesgo de romper con la magia del momento, pero sospechando que a ella no le molestaría, deslicé mis manos a su perfecto trasero, a la vez que el beso ya no resultaba solo más intenso, sino más lujurioso.

A diferencia del imponente orto de Valu, mis manos alcanzaban para apretar las turgentes nalgas de Agos, casi en su totalidad. A través del ajustado pantalón que llevaba puesto se sentían increíbles. Aunque debido a la gruesa tela de jean no podía sentirla en su máximo esplendor. Me era difícil estrujarla, y me limitaba más bien a acariciarla a través de la prenda.

—Hoy a la noche voy a verte. No se te ocurra hacer ningún pijama party por favor —dije, interrumpiendo un segundo el delicioso beso francés. Agos soltó una risita, pero enseguida se puso seria.

—No te enojes, por favor. Pero yo no soy así. En mi vida solo tuve relaciones sexuales con dos hombres y una mujer. Sí, Mili… Y todavía no sé si quiero hacerlo con vos. Pero creo que ya te demostré que no soy lesbiana, y que no todo fue una mentira. Quería que sepas que algunas cosas fueron resales. Ojalá me creas.

Me alejé de ella, exasperado. Pero a pesar de sus palabras, no perdía las esperanzas de poseer por fin a esa perfecta muñequita esa misma noche. De hecho, había sido muy apresurado decirle que iría a visitarla. Tendría que hacerlo y listo. Que ella decidiera en ese momento si quería coger o no. Debía jugar bien mis cartas, y hasta ahora las estaba jugando muy mal, y solo la suerte me estaba salvando.

—¿Y Valu? —dijo, de repente—. ¿Te gusta mucho? A todo el mundo le gusta —dijo después, respondiendo su propia pregunta con cierta melancolía.

—¿Por qué te tenés que estar fijando en los demás? Vos le gustás a todo el mundo. ¿Con eso no te alcanza? No me digas que sos de las que piensan que no alcanza con ganar, sino que siempre es necesario que todos los demás pierdan.

—No tengo ganas de esa psicología barata —retrucó, ácida. Pero enseguida su semblante cambió. Me pregunté si además de bisexual no era bipolar, pues no era la primera vez que la veía modificar su actitud de un segundo para otro—. Perdoná. Arruiné el momento ¿no?

—No —dije, para luego comerle la boca de nuevo.

—Ya nos tardamos mucho. Tenemos que volver —dijo Agos después.

No era la primera vez que me pasaba, que por estar con una de ellas, en una situación íntima, todo lo demás dejaba de tener importancia. Cualquiera de las chicas podría haber entrado a la cocina, y a pesar de que a esas alturas ya me sentía libre de mi compromiso con Mariel, intuía que no era conveniente que las otras conocieran en detalle lo que pasaba entre nosotros. De igual modo, ahora entendía que Valu había hecho bien en mentir sobre lo que había sucedido en su habitación. Seguía pensando que lo de Agos era más envidia que celos, pero no por eso era buena idea propiciar un enfrentamiento entre ambas. Menos ahora que nos habíamos propuesto aliarnos contra Mariel. Todos los engranajes de la cadena debían mantenerse fuertes y, sobre todo, unidos.

—Sí, tenés razón. Volvamos —reconocí.

—Esperá —susurró ella.

Entonces hizo algo que sería difícil quitarme de la cabeza. Agarró mi verga por encima del pantalón. La palpó y la manipuló para moverla. En efecto, mi miembro estaba totalmente duro, y había formado una visible carpa a la izquierda. Pero ella ahora la enderezaba y acomodaba mi remera para cubrirlo todo lo que podía.

—Listo, creo que no se nota.

Volvimos a la sala de estar. No sabía cuánto tiempo habíamos estado a solas. Probablemente solo diez minutos, pero por poco que fuera, era más tiempo del necesario para la tarea de encender las velas. Mucho más cuando yo había ido antes a hacerlo, y ahora que sabía que Agos no era lesbiana, y que seguramente sus hermanas también lo sabían, esa extensa reunión podría parecer sospechosa. Pero ya tenía una excusa en mente.

—¿Qué pasó? ¿Ya se pusieron de novios? Miren que ya fue lo de los jueguitos en la oscuridad —dijo Valu, bromeando, aunque imaginé que detrás de su tono jocoso había una persistente sospecha.

Sami no dijo nada, pero me miró con el ceño fruncido.

—Claro que eso ya terminó —afirmé—. Agos no tenía ganas de hablar delante de todas, así que me estuvo contando lo reacia que es Mariel a tener una hija…

—¿Torti? —terminó Valu la frase por mí.

—Valu, ya no es gracioso reírse de esas cosas —dijo Sami.

Agos no se molestó en decirle nada a su hermana. Pero pareció tener ganas de hablar de su madre.

—En todos sus cuentos, en sus entrevistas, siempre se muestra abierta, y “gayfriendly” —explicó, acomodándose en el sofá—. Pero es una hipócrita —dijo después, con un rencor visible en el tono de sus palabras—. Cuando sospechó que había algo con Mili, no dejó de molestarme con que conociera chicos. La mayoría eran nerdos que ella conocía de sus círculos literarios. Y cada vez que rebotaba a uno, me mandaba a otro. No servía de nada que le dijera que igual me gustaban los hombres, que simplemente ahora estaba bien con Mili. Y a pesar de que le dije muchas veces que ya no quería seguir con eso de comprobar si sus parejas eran unos pajeros o no, mamá seguía utilizándome. Aunque yo no quisiera participar activamente, ella se las arreglaba para que entrara en sus jueguitos. Y cuando Valu nos contó lo de que te metía los cuernos, eso fue la gota que rebalsó el vaso. ¿Para qué tanta paranoia? ¿Para qué tanto miedo a ser traicionada, si ella misma era una infiel? Me di cuenta de que ella disfruta al exponernos de esa manera. Tiene un morbo enfermizo que me resulta difícil de comprender, y que sin embargo es notable. Quizás para vos sea difícil de entenderlo Adri. Me refiero a por qué nosotras terminamos obedeciéndola. Pero pensá que nosotras convivimos con ella desde que nacimos. Y siempre fue muy influyente en nuestras acciones. Visto desde afuera puede parecer extraño, y hasta ridículo que tres chicas de nuestra edad se presten a estas cosas, sin darnos cuenta de que está mal. Pero siempre la tuvimos taladrándonos los oídos con sus ideas enfermizas. Y además, no siempre fuimos grandes como ahora. Siempre hicimos lo que ella quiso, pero al menos yo ya estoy harta —terminó de decir, visiblemente aliviada de poder escupir todo eso que sentía.

—Todas estamos hartas —intervino Sami—. Pero es difícil decirle que no a mami. Por eso tenemos que aprovechar ahora, que no nos atosiga con sus mensajes y sus demandas. Aprovechemos ahora que no tenemos internet ni teléfono, ni tampoco miedo —dijo, con una madurez que me pareció admirable.

—Está bien. Pero todavía no sé qué es lo que tienen en mente. Y de hecho, aún no quiero saberlo. Ahora falta que ustedes dos me convenzan. ¿Qué tienen en contra de Mariel? Y espero que sea algo más original que repetir la historia de Agos —advertí. Y luego, recordando algo que había dicho Sami, agregué—. A ver Valu, contame la historia de Ramiro.

Valu suspiró, resignada. Se había puesto un pulóver con capucha encima de la remera con la que se había vestido después de nuestro encuentro, y debajo un pantalón de jogging.

—Se cogió a mi ex. Esa es toda la historia. Punto —dijo, mirando a otra parte.

—¿Mariel se acostó con tu exnovio? —pregunté, sin dar crédito a lo que escuchaba. Nunca hubiera pensado que a mi mujer le gustaban los veinteañeros.

—La verdad es que no era exactamente su ex —explicó Agos—. Solo estaban peleados ¿Cierto? —Valu la miró con el ceño fruncido, pero no la interrumpió—. Además, era la primera vez que Valu tenía algo relativamente serio con alguien. Bueno, pongámosle que eso mamá no lo sabía. Pero sí sabía que esa pelea que tuvo con Ramiro no significaba necesariamente una ruptura.

—Pero ¿Entonces? —pregunté, atrapado por esa perversa historia.

—Valu se portó mal —explicó Sami—. Dejó que el novio de mamá se metiera en su cama y le hiciera cosas. Se supone que una vez que estuviéramos seguras de que los tipos eran unos puercos, teníamos que avisarle y listo. Ella le daba una patada en el traste y a esperar al próximo infeliz. Este novio… Juan Carlos se llamaba, parecía un buen tipo. Nunca nos miraba de más, ni nada. Por eso empezamos a pensar que esto de provocarlos podía estar mal, porque parecía que todos los tipos terminaban cayendo si se les provocaba tanto, por más buenos que fueran. Y Valu lo provocó mucho. Lo llamó a su cuarto con una excusa, y Juan Carlos se metió en su cama.

—Bueno che, no me lo cogí —se defendió Valentina, dirigiéndose a mí—. Solo me metió un poco la mano. No era muy diferente a lo que hacíamos siempre. No sé por qué mamá se enojó tanto.

—Probablemente porque al igual que Sami, pensaba que esta vez su pareja era un hombre correcto —aventuró Agos.

—Pero bueno. Al poco tiempo que pasó esto, mamá se encontró “casualmente” con Ramiro en un bar, y tuvieron sexo en el baño —terminó la historia Sami.

—¿Y ustedes cómo lo saben? —pregunté.

—Porque el boludo se la cogió delante de sus amigos —explicó Valu—. Y sus amigos conocían a algunas amigas mías. Así que mi historia de cornuda me hizo famosa por un tiempo. Por suerte a Ramiro y a los demás los conocía de un gimnasio al que nunca más volví a pisar.

—Valu, es horrible lo que te hizo tu mamá —dije, dándome cuenta de que la supuesta despreocupación que insistía en demostrar era falsa—. ¿Y vos le preguntaste algo?

—Mami le dijo que pensaba que solo era uno de los tantos chongos que tenía Valu. Le preguntó si estaba equivocada, pero Valu le dijo que sí, que solamente era otro de tantos —explicó Sami—. Pero era mentira y mamá lo sabía. Simplemente estaba furiosa por lo que pasó con Juan Carlos, cuando es ella misma la que nos dice que seduzcamos a sus novios.

—Incluso a vos, que sos tan chica —dije.

—Sí, incluso a mí —contestó la pequeña rubia.

Habiendo terminado el relato de Valu, le tocaba el turno a ella, pero me daba pena, además, con lo que sabía hasta ahora me bastaba para terminar de decidirme. Esas pendejas podían ser odiosas, pero Mariel era aberrante.

—Sami, no es necesario que me cuentes algo que no quieras —dije.

—Antes que Juan Carlos estuvo Omar —dijo, sin hacerme caso—. Las chicas estaban de viaje. Era un novio nuevo de mami, que ni siquiera había empezado a vivir con nosotras. Hacía mucho calor, y lo invitó a cenar. Parecía simpático, aunque se le notaba la cara de vampiro —agachó la cabeza, como si al evitar el contacto visual con nosotros le resultara más fácil seguir con la historia—. Yo sabía de la costumbre de mamá de mandar a las chicas a que provocaran a sus novios, para ver cómo reaccionaban. Pero hasta el momento a mí no me había mandado, porque era muy chica —siguió diciendo, mirándose la punta de los pies—. Pero ese día las chicas estaban de vacaciones en la costa, y yo me había quedado con mami porque ella me lo pidió. Ahora me doy cuenta de que lo hizo a propósito, para hacerme “debutar”. Pero en ese momento no lo sabía. Terminamos de cenar y me fui a mi cuarto, para dejarlos solos. Pero enseguida mami me mandó un mensaje diciéndome que por favor estuviera atenta a próximos mensajes que me podría mandar en la madrugada. Me dijo que no me preocupara, que simplemente era cuestión de ver si el tipo miraba más de lo que tenía que mirar, o si se iba de boca. Así que esperé, y a eso de la una de la mañana me mandó un mensaje. Me dijo que Omar estaba abajo, fumando. Ella le había dicho que odiaba que fumen en su cuarto, así que lo mandó al patio de afuera a hacerlo. Después me dijo que fuera ya mismo abajo, a la cocina, fingiendo que me dieron ganas de tomar un vaso de leche. Pero que fuera solo con ropa interior. Que en todo caso le dijera que me había olvidado que él se había quedado en casa. Así que le hice caso. Tenía un conjunto de bombacha y corpiño blancos. Bastante común y corriente, pero la cuestión es que estaba en ropa interior. Fui hasta la cocina, y cuando él escuchó ruido dejó de fumar y se metió a dentro. Me comió con la mirada. Después disimuló, pero ya me había visto de pies a cabeza, y no había podido ocultar que le había gustado. Le dije lo que le tenía que decir, que me disculpara, que me había olvidado que él estaba en la casa, que como ahí vivíamos todas mujeres, yo tenía esa costumbre. Y él me dijo que no importaba, que no era la primera vez que veía a una chica en ropa interior. Que en la playa todas usan bikini así que por qué se iba a escandalizar por verme en ropa interior. Yo le sonreí. Creo que habré hecho una sonrisa tonta, pero lo importante era que creyera que lo estaba provocando. Aunque ya le iba a decir a mami que me miró con lujuria, igual quería estar segura, porque me daba pena acusar a un hombre inocente. Estaba nerviosa. Abrí la heladera y me agaché. Y entonces él me tocó. Lo raro es que no tardó ni un segundo en hacerlo. Y entonces yo me separé de él. Y pensé, ya está, mami lo va a echar a patadas. Pero cuando me quise ir, él me agarró del brazo y me puso contra la heladera. Me dijo que era una pendejita puta, que no tenía que andar mostrándome así frente a las parejas de mi mamá. Me dijo que ahora iba a ver lo que hacía con las pendejitas como yo. Me corrió la bombacha a un costado y me metió el dedo. Yo me quedé congelada, sin poder decir nada, y él seguía escarbando. No sé por qué no grité. Pero en un momento, después de un rato, me di cuenta de que le estaba golpeando en el hombro, hasta que lo hice tan fuerte que me soltó. Aunque ahora no estoy segura de si lo hizo porque le pegué fuerte o porque le dio miedo que hiciera ruido. Después mami me preguntó que cómo me había ido. Yo estaba llorando en mi cuarto y no tenía ganas de explicar nada, así que le dije que estaba todo bien, que no había pasado nada. El tipo se quedó a dormir en casa igual, a pesar de lo que había pasado. Entonces, al otro día recién le conté a mami lo que me hizo. Y ella se enojó conmigo. Me dijo que por qué no se lo había dicho, que se había hecho ilusiones creyendo que había encontrado a alguien decente. Además me recriminó por no haberme ido apenas me tocó la cola. Que yo ya tenía que saber cómo podían llegar a ponerse algunos hombres con una chica media desnuda frente a ellos. Y bueno, por eso estoy enojada con mamá. Igual la quiero, pero no sé si es buena persona, y me parece bien que reciba algún castigo.

Sami respiró profundamente, sin levantar la mirada aún. Había hablado todo de corrido sin detenerse en ningún momento. Agos se había acercado a abrazarla.

—¿Qué carajos? —dijo Valu—. ¿Por qué no nos constaste?

—Se los está contando ahora, no le recrimines —dije yo.

La verdad es que no tenía idea de qué decir. Sami no estaba llorando, pero estaba acurrucada en sus hermanas, como si necesitara toda la contención que pudieran darles. Yo me acerqué, me puse de rodillas frente a ella y agarré su mano.

—Sami, lo de tu mamá es terrible, pero ese tipo… deberías denunciarlo —dije.

—Ahora no quiero pensar en eso —respondió ella, con determinación.

Nos quedamos en silencio. Si hasta el momento todo se había ido a la mierda, ahora no encontraba palabras que describieran la situación en la que me encontraba. Y sin embargo había algo que podía ver con claridad. Por primera vez estábamos los cuatro unidos.

Continuará


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Mis Odiosas Hijastras - Capitulo 12


Ni siquiera se había molestado en explicar por qué motivo estaba dejando la sala de estar, por lo que imaginé que simplemente quería estar sola. No era para menos, rememorar una experiencia de abuso sexual no era algo fácil, y ahora, quizás, se sentía demasiado observada por todos nosotros. Ella siempre había sido una chica tímida, y ahora era el centro de atención por un motivo que habría de incomodarle mucho, cosa que a alguien de sus características podía resultarle torturante, así que no podía más que comprenderla.

—Dejémosla sola unos minutos —dije—. Pero en un rato alguno de nosotros debería subir a ver cómo está. Pero no todos juntos. No estaría bueno que se sienta asfixiada —agregué, y luego, cambiando por completo de tema, pregunté—: ¿Habrá vuelto internet?

—En lo de Mili, hasta recién, todavía había problemas de conexión —explicó Agos—. Pero en su casa solo había pésima señal, no como acá que no se podía mandar un mensaje siquiera. De todas formas, mi celular también está apagado.

La oscuridad y los truenos de afuera anunciaban un día tan inusitadamente violento como el anterior. Veía, a través de la ventana, a unas pocas personas, corriendo de la lluvia, apresuradas por refugiarse en sus casas. Ya faltaba poco para el mediodía. De seguro los comercios de la zona ya habían cerrado, alarmados por la tormenta que ya empezaba a desatarse. Una vez más estábamos absolutamente solos e incomunicados, en esa casa que, al menos en ese momento, parecía una cárcel.

Esa incapacidad de poderme comunicar con el exterior me resultaba, en cierto punto, muy cómoda. Porque si tuviera un teléfono disponible, la lógica me empujaría a llamar a Mariel y preguntarle de una vez qué carajos estaba pasando. Pero de esta manera no me veía obligado a enfrentarme a tan incómoda e irreversible situación. Ahora el tiempo parecía congelado, y yo me encontraba recluido con esas tres hermosas y emocionalmente inestables adolescentes.

Se hizo un tenso silencio en el ambiente. Ahora que Sami nos había abandonado, los hechos ocurridos en las últimas horas resurgieron de golpe en mi cabeza (y suponía que en las suyas también), cargando el aire de intriga y sospecha. Con ambas tenía cosas pendientes. Si no fuera por lo que acababa de ocurrir con Agos en la cocina, y además, el hecho de que Valu había callado lo que realmente había pasado entre nosotros, ya me sentiría libre de hablar sin ningún tapujo sobre nuestra situación. Pero la promesa de tener al menos a una de ellas entre mis brazos en la noche, me inclinaba a ser precavido una vez más. Una reverenda estupidez mirándola con la lupa de la cordura y la razón, pero en ese contexto, lo que realmente me parecía algo demencial era aceptar la posibilidad de terminar ese fin de semana sin echarme el polvo de mi vida con alguna de mis hijastras. Un polvo reivindicador que al menos me dejaría un buen recuerdo de esa siniestra casa.

Valu carraspeó la garganta, en un claro gesto de incomodidad debido al silencio que se había cernido sobre nosotros.

—Y qué es lo que piensan hacer en contra de su madre —pregunté.

Era una pregunta que no estaba seguro de si resultaba conveniente hacerla en ese momento, pero sabía que tarde o temprano debía formularla. Y mejor temprano que tarde, porque, a pesar de la sensación de atemporalidad que había en mi cabeza, lo cierto es que cualquier cosa que fuéramos a hacer, debíamos llevarla a cabo ese mismo día.

Pensé en Mariel. ¿De verdad se podía desconocer hasta ese punto a alguien que vivía bajo el mismo techo? Tuve que sincerarme conmigo mismo y reconocer que yo sabía que no la conocía lo suficiente como para entablar una relación seria tan pronto, tal como lo había hecho. Pero mi pésima situación económica y el aparente altruismo de ella me metieron en esa casa de locas.

—Cogerte —dijo Valu.

Tardé en percatarme de lo que estaba hablando. Luego recordé la pregunta que yo mismo había hecho hacía unos instantes. ¿Cogerme? ¿Ese era el plan? Valu había hecho silencio después de pronunciar esas impactantes palabras. No tardé en percatarme (por suerte), de que estaba conteniendo la risa.

—Obviamente no cogerte en serio —dijo Agos.

—Claro que no. Ya lo sabía ¿Piensan que soy estúpido? —dije, haciéndome el tonto—. ¿Acaso pensaban montar una escena y sacar fotos? —pregunté después, imaginando el escenario más previsible.

—Esa era una posibilidad —dijo Valu—. Más que sacar fotos, transmitir en vivo y en directo —agregó después.

—Pero sin celulares, es imposible —acotó Agos—. La idea era simular una escena erótica con una de nosotras, y que la otra lo grabara mientras lo transmitía en vivo para que mamá lo viera —explicó—. Eso la volvería loca, de seguro. Luego, cuando viniera a increparnos, le diríamos que todo era mentira. Que simplemente estábamos hartas de sus locuras, y de que nos arrastrara a ellas. Parecía una buena idea, pero ahora con lo de Sami… creo que se merece algo más. Pero todavía no lo decidimos.

—No te emociones, no te vas a enfiestar con las tres —dijo Valu, cuando se percató de que yo abría bien grandes los ojos sin poder evitarlo, mientras escuchaba a Agos.

—Valentina, cortala con eso —la retó Valu.

—No me emociono —le contesté a Valu—. Y no piensen que me olvido de que si no fuera por Sami, ustedes no tendrían reparos en hacerme quedar como un viejo libidinoso.

Valu soltó una risita odiosa. Estaba claro que para ella era exactamente eso: un viejito libidinoso.

—Bueno, pero ahora estamos todos juntos en esto —dijo Agos, mirando de reojo a su hermana, como para que no abriera la boca más de la cuenta—. Pero la verdad es que todavía no sabemos qué hacer. Solo tenemos en claro dos cosas: no vamos a ser más sus títeres, y además, queremos darle un escarmiento. Pero eso lo tendríamos que hablar detenidamente entre los cuatro.

Era obvio que entre nosotros aún había muchos secretos. La verdad es que hasta hacía muy poco, yo no era más que una especie de daño colateral en esa guerra que se había desatado entre las chicas y su madre. Y no terminaba de cuadrarme en qué momento habían trazado ese plan que incluía una simulación. Además, aunque creí que Agos había empezado a sentir algo por mí, no podía confiar en ella al cien por cien.

—Bueno. Ya es hora de ir a ver si Sami está bien —dijo Agos.

Era cierto. Sami habría de querer estar sola un momento, pero también era importante que sintiera que estaba siendo apoyada por nosotros.

—Bueno, voy yo —dije.

—Vos no sos el papi. Voy yo —dijo Valentina.

—No pelees por tonterías. Yo también quiero verla —intervino Agos.

Evidentemente mi palabra no valía nada, porque a pesar de que había dicho que no era bueno asfixiarla, ahí estábamos los tres, subiendo la escalera en fila india, con una vela en la mano cada uno. Yo había quedado detrás. Tenía a Valu adelante, y aunque su pantalón de jogging no era precisamente sexy, el tremendo orto de la pendeja igualmente resaltaba en una prenda como esa. Me daba la impresión de que me lo estaba restregando en la cara, moviendo las caderas de un lado a otro, hipnotizándome con ello.

De repente, Valu giró y se encontró con que, en efecto, yo estaba disfrutando del paisaje. Su única reacción fue sonreír descaradamente. Lo cierto era que, quitando a la asaltante nocturna (que aún no sabía quién era), ella había sido con la que más intimidad había tenido, al menos en el plano sexual. De hecho, me había confesado que todo lo que le había hecho mientras fingía estar dormida, había sido consentido por ella, en un acuerdo tácito entre nosotros. Así que no pude contenerme las ganas de estirar la mano para capturar el pomposo culo de esa adolescente imprevisible y despiadada. Agos iba adelante, totalmente ajena a lo que pasaba a unos pasos detrás de ella. Apreté la nalga de Valu, desfrutando de su tersura, con la misma satisfacción con la que un obeso disfruta de una hamburguesa con papas fritas, hasta que ella me la sacó de un manotazo. Pero como vi que no le molestaba que lo hiciera, repetí la hazaña. Manosear ese suave y enorme ojete habría de ser lo más parecido a tocar el cielo con las manos.

Pero tuve que dejar de hacerlo, primero porque ya sentía que mi verga se estaba endureciendo y no quería quedar expuesto ante ellas, y segundo, porque ya estábamos en la puerta de la habitación de Sami. Lo que daría porque esa escalera fuera diez veces más extensa, pensé. Valu golpeó dos veces.

—¡Queeee! —se la escuchó decir con desgana a la más pequeña, desde adentro.

—Queríamos saber cómo estás —dijo Agos, después de abrir la puerta.

Sami estaba en la cama. Era una pequeña muñequita rodeada de la semipenumbra, aunque de todas formas estaba lo suficientemente visible como para reparar en cada detalle que había en ella.

—Bien. Y si no me tratan como si tuviera una enfermedad terminal, voy a estar mejor —respondió.

—¿Por qué no nos contaste nada, enana? —quiso saber Valu.

—Porque es de esas cosas que parecen que si no se dijeran serían más fáciles de olvidar —contestó sabiamente la pequeña Samanta—. Pero claro, no es así realmente. De todas formas ¿podríamos no hablar de eso ahora?

—Claro —dije, interviniendo por primera vez—. Vamos chicas. Cuando Sami tenga ganas de bajar lo va a hacer.

Pero cuando salíamos de la habitación, Sami volvió a hablar.

—Adri. ¿Podrías quedarte un rato? —preguntó.

—Claro —dije.

Las chicas parecieron extrañarse del pedido, pero se limitaron a dejarnos solos, aunque no me extrañaría que Valu se quedara un rato escuchando detrás de la puerta.

—Sami, sé que no querés hablar del tema —dije yo—. Pero…

Entonces, antes de que pudiera decir algo, Sami se irguió y me tapó la boca con su dedo índice, en un claro gesto que indicaba que quería que hiciera silencio. Así lo hice. La inesperada actitud de la tierna rubiecita me instó a la obediencia. Miró hacia la puerta, con recelo.

—No, no quiero hablar de eso. Pero de alguna manera quiero hacerlo —susurró, como si ella también tuviera la sospecha de que intentarían escucharnos, aunque a decir verdad, su voz siempre sonaba muy baja.

—Qué querés decir —pregunté, también en un susurro.

—¿Te acordás que te dije que ayer, después del pijama party, que Agos y Valu discutieron, y por eso terminamos yéndonos cada una a nuestro cuarto? —dijo.

—Sí, claro —respondí.

—Valu estaba empecinada en hacerte pisar el palito. Estaba furiosa con mamá. “Si se enojó con lo de Juan Carlos, con lo que le voy a hacer a este muñeco se va a volver loca”, decía.

—¿Ah, sí? —dije, sin ningún poco de asombro. Valu había sido desde el principio la más directa—. ¿Y Agos qué opinaba? —aproveché para preguntar.

—Agos dijo que había pasado algo entre ustedes en la cocina. Y que seguro que ibas a visitarla a la noche, pero que ya no quería hacer lo que mamá le ordenaba. Ya estaba cansada de dejarse acosar por las parejas de mamá. Pero Valu dale que te quería… te quería coger.

—Mirá vos —dije, tampoco sorprendido.

Recordé lo de hace un rato en la habitación de la hermana del medio. Valu me había provocado para que fuera a su habitación. Luego se había encerrado ¿Se había arrepentido, o solo quería que mi locura por ella aumentara? En todo caso, no era oportuno preguntarle eso a Sami. Lo cierto es que después, corriendo el mayor riesgo de mi vida, había entrado al cuarto de Valu. Y ahora Sami me confirmaba que estaba dispuesta a coger conmigo. Me vino la imagen de su cuerpo desnudo, masturbándose, luego de que yo hubiera acabado sobre su trasero. Estaba fastidiada porque la dejé con la calentura encima. Aunque intentara disimularlo yo sabía que así era, y cuando lo rememoraba, no podía evitar regocijarme en ello. Y en el baño me devolvió el golpe: se negó a dejarse poseer. ¿Tendría que haber aprovechado el momento para hacerlo? Ciertamente la mocosa necesitaba que alguien le bajara los humos, y por otra parte aún no le contaba a nadie que había pasado algo entre nosotros. Esa chica parecía ser simplemente una belleza vulgar y despreocupada, pero tenía muchos secretos en su cabeza. La verdad es que saber que la única razón por la que se quería acostar conmigo era para molestar a su mami no me afectaba en lo más mínimo. Lo importante era que la posibilidad existía.

—Así que yo no quería que te hagan caer —Siguió diciendo Sami—. Porque me parecía injusto todo lo que te estaba haciendo mamá, y ahora ellas... Y yo sabía que cualquier hombre actuaría así si se lo provocaba. No era justo. Y yo sabía que no eras como el otro. ¿Por qué no te dejaban de provocar y listo? Así que se me ocurrió una idea, para que vos no te sintieras con ganas de hacer algo con Valu o con Agos, al menos esa noche.

—¿Qué cosa se te ocurrió? —pregunté, sin poder evitar que un húmedo recuerdo atravesara mi cabeza como un rayo, en ese mismo instante.

—Creo que al final soy como ellas —dijo, compungida—. No, soy peor. Soy como el tipo que salía con mamá y abusó de mí.

—Qué decís Sami. ¿Cómo se te ocurre pensar que sos igual que ese degenerado?

—Es que hice lo mismo que él —respondió.

—¡Qué! —dije, exaltado.

—Sí. Hice lo mismo. Anoche. Mientras vos dormías…

No sabía qué decir. Así que había sido ella después de todo. Increíblemente, mi capacidad de asombro no había desaparecido aún, porque la noticia realmente me impresionó. Y lo había hecho para que yo no hiciera ninguna estupidez con alguna de sus hermanas. Qué locura. La agarré de la mano, con ternura. Era cierto que técnicamente había abusado de mí, pero me resultaba imposible verlo de esa manera. Era apenas una chica de dieciocho años, confundida, con la influencia enfermiza de Mariel, todo el tiempo martillando en su cabeza.

—Sami. En primer lugar, yo sé perfectamente que no sos una mala persona —dije, mirándola a los ojos—. En segundo lugar, estoy más bien preocupado por cómo te sentiste al hacerlo.

—Entonces ¿No estás enojado? —preguntó, visiblemente sorprendida.

—Nunca podría enojarme con vos —respondí, con absoluta sinceridad.

—Fue la primera vez que lo hice. Fue extraño. Pero se sintió bien, creo… Pero después me sentí mal.

—¿Por qué?

—Porque no lo hice bien. Te la… te la mordí sin querer —explicó.

No pude evitar soltar una risita.

—Es lo más normal del mundo, si fue la primera vez. Pero lo importante es que entiendas que esas cosas se hacen solo por placer. No para ayudar a un padrastro en apuros.

Sami soltó una risita, divertida, que me contagió al instante.

La miré de arriba abajo. Estaba vestida con un buzo frisado que parecía ser un talle más grande que el correspondiente, y un pantalón de jean. El pelo rubio estaba suelto, y sus ojos azules brillaban en la semipenumbra. Trataba de mostrarme impasible, pero no terminaba de caer con tanta información nueva. Sami había sido la asaltante nocturna, esa que me había hecho un pete mientras yo estaba durmiendo, para luego escapar en la oscuridad.

—Bueno, en realidad… —dijo, interrumpiéndose, como para decidir qué palabras debía utilizar.

—En realidad ¿qué? —le pregunté.

—En realidad, creo que también lo hice por placer —dijo al final.

Mi respiración se contuvo. La miré a los ojos, al tiempo que sentí su mano posarse sobre la mía.

—Sami… —susurré, sin poder decir más que eso.

Ya venía erotizado de cuando subía las escaleras, con el provocador orto de Valu meneándose descaradamente en mis narices. Y ahora, con esa conversación que había dado un giro totalmente inesperado, mi excitación iba en aumento. Hasta el momento, viéndome totalmente derrotado, con la relación con Mariel arruinada, habiendo quedado como un pajero frente a las otras dos, no me había molestado seguir cayendo en desgracia, con tal de que por fin pudiera llevarme a la cama a una de ellas. Pero ahora, con Sami, la cosa era muy diferente. Más aún después de lo que sabía que le había pasado con uno de los chongos de Mariel.

—¿Por qué no hiciste nada cuando te mostré la roncha? —preguntó, de repente—. ¿Por qué pensaste que estaría mal aprovecharse de mí, o simplemente porque no te gusto?

Mierda. La verdad es que ninguna de las opciones era correcta. Salí huyendo cuando vi su mirada fría que contrastaba violentamente con su actitud provocadora. ¿Lo había hecho sin querer? Lo cierto es que si no fuera por eso, la cosa hubiera terminado completamente diferente, y probablemente ella no tendría una opinión tan favorable de mí. Después de todo, estuve a punto de correrle la bombacha a un lado y penetrarla ahí mismo.

—Porque está mal —respondí, con poca convicción.

—Entonces te gusto —dijo rápidamente ella. Y no era una pregunta.

—Claro, sos hermosa, pero sos tan chica…

—Pero igual ya lo hicimos. Aunque no supieras que fui yo. Ya pasó algo entre nosotros —dijo, con una lógica irrefutable.

Me di cuenta de que aún sostenía mi mano. De repente se irguió. Nuestros labios quedaron muy cerca. Extendí la mano y acaricié su mejilla con ternura.

—Estás muy confundida —le dije—. La crianza con la loca de tu mamá te hizo mal. Pero no es culpa tuya —dije, interrumpiendo mis caricias—. Nada de esto es culpa tuya. Al contrario. Vos sos un salvavidas en este mar de serpientes.

Me puse de pie. Sami miró mi entrepierna. Dentro del pantalón había un bulto difícil de disimular. Sami estiró la mano, para acariciar mi verga a través de la tela. Luego llevó el dedo índice a sus labios, reiterando el gesto para que hiciera silencio.

—Seguro que alguna de las chicas está intentando escuchar detrás de la puerta —dijo, sentándose en la orilla de la cama—. Así que no levantes la voz. Si después preguntan, vos me estabas aconsejando sobre lo que pasó con Juan Carlos.

—¿Qué? —articulé, estupefacto—. Lo mejor es que me vaya Sami, en serio.

No obstante la tierna adolescente ahora masajeaba mi verga con mayor ímpetu, y ahora parecía que dentro del pantalón había aparecido un tubo grueso y duro.

El hermoso rostro de Sami estaba a la altura de mi ombligo. Era todo demasiado arriesgado. Las chicas no acostumbraban entrar a las habitaciones de las otras sin golpear, pero ahora estábamos en un contexto muy particular, y no descartaba que alguna de ellas sospechara algo y se metiera en el cuarto sin previo aviso. A todas luces debía despedirme de Sami y salir de ahí. Ya tenía casi garantizado un polvo con alguna de sus hermanas. No tenía por qué correr más riesgos de los que ya estaba corriendo. Sin embargo, mientras estos pensamientos me atormentaban, Sami había bajado el cierre del pantalón. Luego, con un gesto juguetón, metió la mano para bajar mi ropa interior. La verga tiesa, atravesada por venas y con el glande ya escupiendo líquido preseminal, apareció frente a la angelical cara de mi pequeña hijastra, creando un violento contraste entre ambas imágenes.

Ahora su mano se posó sobre el miembro desnudo, produciendo una sensación electrizante, no solo en esa extremidad, sino en todo mi cuerpo.

—No quiero coger —dijo, cosa que me pareció absurda—. Pero quiero hacer lo mismo que anoche. Y esta vez quiero hacerlo bien —explicó después.

Hice un paso hacia atrás. No fue premeditado, sino que fue como si mi propio cuerpo se percatara de lo insensato que resultaba seguirle la corriente a la más joven de mis hijastras. No obstante, Sami no soltó mi verga. Es más, la apretó con más fuerza, y tironeó de ella. Después acercó su boca, y se llevó el miembro adentro.

Ya estaba sucediendo. La asaltante nocturna, como era su costumbre, no esperaba que yo estuviera de acuerdo. Simplemente hacía lo que quería, y lo que quería ahora era hacerme una mamada.

Lo primero que sentí fue la calidez de su boca, y la viscosidad de su lengua frotándose en el glande. A pesar de que claramente no tenía experiencia en hacerlo, se sentía muy bien. Su mano masajeaba el tronco mientras lo hacía, aunque, como era de esperar, no podía coordinar bien ambos movimientos por lo que la masturbación se sentía algo tosca. Pero por supuesto, ese detalle no me molestaba en absoluto. Más bien me colmaba de una pervertida ternura. De repente, sentí los dientes hincarse en mí.

—Perdón —dijo, compungida, interrumpiendo su mamada cuando escuchó el quejido que había largado.

Le corrí el pelo a un costado, para poder ver por completo ese rostro capaz de ablandar cualquier corazón. Mi babeante verga se mantenía a centímetros de él, como una despiadada anaconda dispuesta a devorar a su inocente presa.

—Hacé una cosa —dije, con voz baja—. Cuando te la metés a la boca, cubrí tus dientes con los labios.

—Está bien —dijo ella, con una obediencia inquebrantable.

Hice un movimiento pélvico hacia adelante, a la vez que ella abría la boca. Sentí otra vez la calidez de su aliento sobre mi falo húmedo. Su lengua, ahora más juguetona, saboreó el glande. Empujé, y le metí varios centímetros más de ese falo carnoso y duro. Sami no pudo evitar morderlo de nuevo. Pero esta vez me la aguanté. Empujé un poco más, viendo con agrado que ya le había metido la mitad de mi verga. Acaricié su mejilla. No había cosa más exquisita que cogerse un rostro hermoso. Y el rostro en donde ahora se introducía mi verga veterana era el de una inocente criatura. Ahora apoyé la mano en su nuca, y la hice tragarse casi todo el miembro. Esta vez Sami tuvo que interrumpir la mamada, a pesar de que no quería hacerlo, pues la cabeza había rozado su garganta, cosa a la que, evidentemente, no estaba acostumbrada.

Le di un respiro, mientras tosía y escupía sobre su mano. No tardó en levantar la cabeza, para mirarme con una sonrisa pervertida, que la hacía parecer una chica completamente diferente a la Sami que yo conocía.

Me puse en cuclillas, para que nuestros rostros quedaran uno delante del otro, apenas separados por algunos centímetros. Agarré su mano y la acerqué a mi rostro. Lamí el dedo índice como quien lame un helado.

—Ahora vamos a jugar un juego —dije—. Yo voy a señalar una parte, y vos vas a lamer ahí, de esta forma —expliqué, frotando la lengua nuevamente en el dedo. Ella rió, divertida.

Entonces me paré. Llevé la mano a mi tronco, exactamente en la mitad de mi miembro viril. Sami se arrimó. Sacó la lengua, sin dejar de hacer contacto visual con sus ojos de cielo, y la frotó justo donde la había dicho. Apenas había percibido la pequeña lengua posándose ahí, así que le señalé nuevamente ese mismo lugar, pero esta vez moví el dedo sobre el tronco, indicándole el movimiento que ella debía imitar con su lengua. La bella adolescente así lo hizo. En efecto, parecía que todo eso era un juego para ella, pues lo hacía todo conteniendo una risa, y se la notaba muy divertida.

La lengua ahora se deslizaba una y otra vez, a lo largo del tronco, dejando una capa de saliva sobre él. La sensación ahora sí era muy placentera, pero el hecho de que quien lo estuviera haciendo fuera una adolescente inusitadamente hermosa le daba un plus a toda la escena erótica.

Sami se detuvo, y esperó otra orden. Ahora apoyé el dedo índice en el glande, e hice movimientos circulares sobre él. Sami no tardó en inclinarse, pero antes de que cumpliera la orden, la interrumpí. Me incliné, y le di un beso en la boca. Nuestras lenguas se entrelazaron. Me pareció percibir un leve sabor a presemen que se había mezclado con su saliva. Pero no me molestó en absoluto. El beso resultó tan tierno como el que me había dado hacía un rato con Agostina. Espanté el recuerdo de su hermana, pues, extrañamente, sentía como que la estaba traicionando. Cundo nuestros labios se separaron, le dije:

—Antes de seguir, escupila.

—Qué —preguntó Sami, confundida.

—Simplemente escupí sobre mi verga —expliqué—. Después, cuando uses la lengua, hacelo con fuerza. Que se sienta la intensidad. Como recién, con el beso.

—Okey —dijo Sami.

Escupió una cantidad insignificante de saliva, que cayó sobre el tronco. No pude contener la risa. Le señalé el glande, y le susurré:

—Más. No seas tímida. Llename de saliva.

Sami asintió con la cabeza. Se tomó unos segundos, en los que me pareció que estaba segregando saliva, acumulando todo lo que podía en su boca. Después se acercó a la verga. Los labios se separaron. Ahora sí, un grueso, espeso y burbujeante hilo de saliva cayó lentamente sobre el glande, para luego comenzar a deslizarse por el tronco.

—Muy bien bebé. Así se hace —la felicité—. Ahora un poquito más —le pedí, pues la imagen de ella escupiendo vulgarmente sobre mi pija, y la saliva suspendida en el aire, uniendo sus labios con mi glande, me resultaba encantadora.

Volvió a tomarse unos segundos para acumular saliva, y luego la escupió sobre mí. Entonces volví a señalar el glande. Sami no tardó en frotar la lengua sobre él. Y lo hizo tal como se lo había pedido, con intensidad. Ya de por sí esa zona era la más sensible a la hora de recibir estímulos, pero ahora que la dulce chica frotaba con ímpetu en ella su lengua que ahora parecía de víbora, el estremecimiento era tal que me hizo olvidar en el quilombo que me estaba metiendo por pura calentura.

Al final siempre había sido Sami. Ella me había regalado el primer polvo, y ahora, totalmente golosa, me comía la pija de nuevo, sin miramientos. Y los mejor era que en esta ocasión no estaba dormido, por lo que podía disfrutar de cada instante en el que esa lengua babosa masajeaba mi verga, que en cualquier momento podía estallar.

Ciertamente, no era buena idea prolongar la cosa por mucho tiempo, pero ahora que estaba en el paraíso, me resultaba imposible precipitar mi orgasmo. Más bien quería estar así todo el tiempo que pudiera. Así que retiré mi verga de las voraz rubiecita. La saliva había sobrepasado la base del tronco, y parte de mi vello púbico brillaba debido a que se había mojado con ella.

Entonces señalé más abajo. En mis testículos. Sami abrió bien grande los ojos, y luego negó con la cabeza. Por lo visto su obediencia no llegaba a ese punto. No la culpaba. No debía olvidarme de que era una chica inexperimentada, y la idea de llevarse mis bolas peludas a la boca le debía parecer algo grotesco y sucio. Sin embargo noté que a pesar de que se negaba, no parecía escandalizada. Así que la agarré de la nuca, y empujé hacia abajo, para que se encontrara con esas dos bolas peludas que colgaban debajo de mi erecta verga.

—No —susurró Sami, aunque seguía pareciendo divertida.

Hice un movimiento, haciendo que los testículos hicieran contacto con su rostro. Sami se rindió. Frotó la lengua en uno de ellos. Sentí un delicioso cosquilleo. Acaricié su cabeza, en señal de aprobación. Mientras tanto, con la otra mano, acaricié mi verga, la cual, con tanta saliva encima, resultaba mucho más sensible a los movimientos que hacía sobre ella.

De repente escuché que Sami tosía. Luego se metió la mano en la boca, y a pesar de que no alcancé a verlos, entendí que sacó de ahí unos vellos púbicos que se habían quedado adheridos en ella. Estaba dispuesto a aceptar que terminara con eso. Pero apenas se deshizo de los vellos, siguió lamiendo mis genitales.

¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sabía, pero sí estaba consciente de que había transcurrido más de lo que me convenía. Pero Sami seguía ahí abajo. Yo veía su cabellera rubia en la oscuridad, mientras no dejaba de acariciar su cabeza como si fuera un cachorro.

Después de un rato, fue ella misma quien decidió subir, para volver a encontrarse con mi verga.

—¿Acá está bien? —preguntó, para luego lamer la zona exacta en donde el tronco se convierte en el glande.

—Ahí está perfecto —dije, sintiendo, con alivio, que la eyaculación ya era inminente—. ¿Querés tomar la leche? —pregunté después.

Por toda respuesta, ella asintió con la cabeza. Siguió lamiendo. Deseé sentir esa lengua juguetona durante horas, pero también deseaba profundamente llenarle la boca de leche. Tenía que ser cuidadoso. Lo mejor era no manchar su rostro.

—Abrí la boca —le dije.

Me empecé a masturbar delante de ella. Sami estaba convertida en una estatua. El único movimiento que hacía era el de su lengua, que se movía arriba abajo una y otra vez. Un gesto que claramente aprendió de las películas pornográficas que veía.

El semen salió disparado con mucha potencia. Fueron tres chorros abundantes. Por suerte todo quedó adentro. Sami se quedó unos instantes con la boca abierta. Luego la cerró. Escuché el sonido de su garganta cuando se tragaba todo. Pero aun así, ella quiso mostrarme que de verdad se había tomado toda la leche, como la niña obediente que era.

—¿Viste? —dijo, orgullosa, después de abrir la boca de nuevo, para mostrarme que ya no había nada en ella.

—Pero todavía no terminaste —dije. Le señalé mi verga. Del glande todavía brotaban restos de semen —. Siempre queda un poco —dije.

El miembro aún no estaba fláccido, aunque ya empezaba a perder rigidez. Sami, sin chistar, lo succionó, hasta dejarlo reluciente.

—Así se hace —la felicité.

Metí la verga dentro del pantalón, y subí el cierre.

—¿Te gustó? —me preguntó.

—Fue hermoso —dije, con total sinceridad—. Pero es mejor que vuelva.

Me dirigí a la puerta, sabiendo que era probable que me encontrara con alguna de sus hermanas dando vueltas por ahí, o incluso detrás de la puerta. Si era así, no me dejaría sorprender. Actuaría con total normalidad, y seguiría el plan de Sami. Les diría que estuvimos hablando un rato sobre cómo se sentía después de lo que nos había contado. Pero incluso si sospechaban algo, lo hecho, hecho estaba. O como decía mi mamá, nadie me quitaba lo bailado.

Pero cuando abrí la puerta, sin embargo, no había nadie. Mejor todavía, pensé. Le dediqué una última mirada a Samanta, desde el umbral de la puerta.

—Adri —me dijo ella. Esperé a que continuara hablando, pero se demoró un rato, como si no se animara a decirlo. Pero al fin se decidió—. Te amo.

Me le quedé mirando, como esperando a que me dijera que estaba bromeando. Pero no fue así. Una vez más, la cosa iba por un rumbo que ni siquiera me había imaginado.

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Continuará
 

heranlu

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Mis Odiosas Hijastras - Capitulo 13

Me quedé un rato parado en el umbral de la puerta, mirándola con cara de estúpido, sin saber qué decir. Sami me había dicho que me amaba. Estaba claro que no le podía decir que yo sentía lo mismo, porque no era cierto. La quería, de eso no tenía dudas. Me generaba una increíble ternura y un sentimiento de protección que hacía mucho no sentía por nadie. Una sentimiento que podría considerarse paternalista, si no fuera porque por momentos se mezclaba con una lujuria arrolladora que distorsionaba y pervertía el sentimiento original. Pero no la amaba.

—Nos vemos en un rato, en el almuerzo —dijo la pequeña rubiecita, desligándome de la obligación de responderle.

—Dale, nos vemos en un rato —respondí, y cerré la puerta lo más rápido que pude, como si al no hacerlo de esa manera corriera el riesgo de que alguna cosa que no pudiera controlar se escapara de la habitación.

Volví a la sala de estar, pero ninguna de las hermanas andaba por ahí, cosa que me generó cierta inquietud. ¿Estarían en sus dormitorios? En teoría las hostilidades habían quedado de lado, al menos de momento, hasta que terminásemos de definir cuál sería la medida que tomaríamos en contra de Mariel, pero ambas, sobre todo Valu, me producían desconfianza. Era increíble lo insensato que podía llegar a ser debido a la esperanza de tener un buen polvo. Pero en realidad, ya lo había tenido ¿cierto? Sami me había hecho un pete con bastante torpeza, pero con mucha dulzura y obediencia. Con eso debería bastarme. Ahora era oportuno escaparme, de una buena vez, de esa locura en la que me había enredado.

Rita ladró, precediendo el estallido de un trueno. Me encontraba en una situación surrealista, mezcla de película de terror con un filme pornográfico. Y eso me asustaba y fascinaba en partes iguales. Y ahora Sami me había dicho que me amaba. No podía irme de ahí después de que me hiciera una mamada para luego largarme esas palabras. Era muy chica, y ese repentino abandono podría herirla más de lo que me gustaría.

¡Mierda! Tenía que haber usado la cabeza. Al menos con Sami tenía que haberla usado. Era muy pequeña, y muy frágil. Y me amaba… Qué locura. Eso no tenía sentido. Seguramente no era más que un capricho adolescente, pero mientras no se le pasara el capricho, debía andarme con cuidado.

—¿Todo bien? —escuché decir a Valentina, de repente—. Digo… con Sami, ¿Todo bien?

—Todo lo bien que se pueda estar después de sacar un recuerdo tan feo como ese —dije yo, e inmediatamente me vino a la cabeza la imagen de mi verga introduciéndose en la boca de mi hijastra más pequeña. Vaya manera de consolarla, pensé para mí—. ¿Y Agos? —pregunté después.

—A ver —Valentina se revisó los bolsillos, como si la estuviera buscando ahí—. Acá no la tengo —dijo después. Pero enseguida su semblante cambió por uno en el que fingía seriedad —. ¿Tenés miedo de estar a solas conmigo? —preguntó, con voz melosa, dando pasos de pantera—. Ah no, cierto que la que debería tener miedo soy yo —se corrigió después, recordando, supuse, cómo mi mano hurgaba en su orto cuando subíamos por la escalera.

Se tiró sobre el sofá de tres cuerpos, como era su costumbre, en esa pose que me hacía pensar en una emperatriz egipcia. Por enésima vez la tenue luz de las velas y de la miserable claridad que entraba de afuera, recortaban su imagen de manera exquisita. Las caderas hacían una curva irreal y sus labios formaron una sonrisa de diabla. Estaba claro que me estaba provocando.

—No estoy para jueguitos —dije, con determinación.

—¿Jueguitos? —preguntó ella, haciéndose la tonta—. Si yo solo estoy acá recostada. Además…

—Además, ¿qué? —pregunté.

—Además, acá no podés hacer nada. Mirá si nos ven las chicas.

Así que ese era su jueguito, pensé para mí. Pretendía provocarme, instándome a que hiciera algo con ella a pesar de que sus hermanas en cualquier momento podrían aparecerse.

—Por el único motivo que estarías conmigo es para molestar a tu mamá. ¿Te pensás que no me doy cuenta de eso? —dije, recordando lo que Sami me había contado.

Aunque sospechaba que también lo hacía para darle celos a Agos. Se suponía que el último acercamiento que había tenido con la mayor de las hermanas era algo que había quedado entre nosotros dos, totalmente ajeno a ese teje y maneje de los últimos días, pero Valu podría estar sospechando que había algo entre nosotros, y le encantaría ganarle a su hermana mayor en cualquier tipo de competencia. Aunque, pensándolo bien, ni siquiera yo tenía en claro qué era lo que había entre Agos y yo. Pero sea lo que fuera, no le gustaría saber que tuve algo con Valentina. Era muy probable que tuviera que decidirme por alguna de las dos, lo que no era poca cosa considerando que ya había estado con Sami.

También me daba cuenta de que más allá de las maldades que esa adolescente tetona tuviera entre manos, tampoco era de madera. Siempre supuse que era una chica que vivía su sexualidad planamente, y el encierro de ese fin de semana, sumado a que el sexo y el erotismo siempre estaban sobrevolando sobre nosotros, la habrían de poner muy caliente, y el único hombre que había a mano para apaciguar esa calentura era yo.

Pero ¿de verdad estaba tan entregada? En su habitación me la podía haber cogido, pero ahora no estaba tan seguro de eso. No me extrañaría que su objetivo fuera simplemente volverme loco para después dejarme con las ganas. O quizás exponerme frente Agos y Sami, quienes podían bajar en cualquier momento, y así hacer que cambiaran de opinión sobre mi persona, es decir, que pensaran que no era más que otro viejo verde. Era cierto, ahí no podía hacer nada. Debía esperar a la noche, para ir a visitarla, a ella o a Agos, o quizás a las dos. O a las tres…

—¿Y? —preguntó Valentina—. ¿Desde cuándo a los hombres les importa los motivos que tenemos las mujeres para acostarnos con ustedes? Lo importante es que lo hagamos ¿no? —preguntó descaradamente.

—En una circunstancia normal te daría la razón —admití—. Pero esto no tiene nada de normal.

—No pensaste eso cuando fuiste a mi cuarto —dijo ella.

—De hecho, sí lo pensé. Pero en ese momento no me importó. Había tomado la decisión de irme después de eso.

—¿Y ahora te importa? —Me preguntó, para luego responderse ella misma—. No te creo —dijo—. Lo único que te mantiene quietito ahí es el hecho de que pensás que me estoy burlando de vos. Que te estoy provocando para después decirte que no. No te importa que yo lo haga solo por despecho hacia mamá; ni tampoco te detiene el hecho de que las chicas puedan bajar. Si fuera por eso ya estarías encima de mí. Lo único que te contiene es que pensás que solo te estoy molestando para después negarme y dejarte con el pito duro.

—Ya no tengo ganas de estas estupideces. Voy a cocinar —dije, poniéndome de pie.

La pendeja me había sacado la ficha. Todo lo que había dicho había dado en el blanco, pero no le iba a dar el gusto de reconocerlo.

—¿Y si te digo que solo lo podés hacer ahora? —preguntó Valen, con voz susurrante.

—Qué cosa —pregunté.

—Cogerme —explicó ella—. Este es el único momento en el que lo quiero hacer. A la noche me voy a encerrar con llave —agregó, encogiéndose de hombros—. Si me quedo caliente usaré el consolador y listo.

Se puso boca abajo, exponiendo su tremendo culo. Apoyó el mentón en el apoyabrazos del sofá. Tenía un gesto de indiferencia. Se quedó quieta, como esperando a que yo simplemente actuara. Era como si sobre la mesa hubiera una bandeja llena de manjares, esperando a que yo los devorara. La tentación era impresionante.

—Quedate tranquila, no hace falta que pongas llave a la noche. No voy a volver a entrar a tu cuarto —aseguré.

No sé si mi envalentonamiento era producto de que acababa de tener un orgasmo, o de que esa pendeja me estaba haciendo enojar y no quería que se saliera con la suya. Pero la dejé ahí y me fui a la cocina. No iba a seguirle la corriente, y menos después de insinuar que podía reemplazarme fácilmente con un consolador.

Me preguntaba si alguna vez había sido rechazada de esa manera. Lo dudaba, mucho menos cuando ella misma había confirmado que dejaría que la coja. Quizás algún despistado podría no haber captado sus indirectas y por eso se había perdido la oportunidad de comerse ese caramelito, pero nadie que recibiera una propuesta tan directa como la que me acababa de hacer se negaría. Pero la mocosa debía aprender su lección.

Revisé en la heladera qué había para preparar, tratando de espantar la persistente imagen de Valu desparramada en el sofá, esperando, supuestamente, a que yo hiciera lo que quisiera con ella. Vi que quedaba un pedazo de carne picada. En el freezer había tapas de empanadas, así que con los condimentos que había por ahí podía hacer unas cuántas empanadas. Igual, alguna de las pendejas tendría que ayudarme, tampoco es que yo fuera su sirviente.

Me pregunté cómo estaría Valu. No pude evitar sentir temor. Si se había ofendido por mi rechazo quizás me la había ganado definitivamente como enemiga. La verdad es que no estaría mal disfrutar del tacto de su terso orto en mis manos una vez más, pero lo más probable era que después de mi negativa ni siquiera me dejaría poner una mano encima de ella. A la noche iría a visitarla, para confirmar si mi temor era cierto. Si no tenía puesta la llave, lo tomaría como una invitación. Pero cogérmela en la sala de estar… Ya había corrido demasiado riesgo con Sami. Era hora de andar con cuidado, sobre todo cuando se trataba de Valentina.

De repente me di cuenta de que la cocina estaba más iluminada de lo que debería estar. Rita ladró, como percatándose también del cambio que se había producido. Miré hacia arriba. La lámpara estaba encendida. La electricidad había vuelto. Ese hecho tan insignificante me produjo sentimientos encontrados. La magia de esos días se rompió en parte debido a eso. ¿Qué significado tenía que hubiera regresado la luz? Podríamos cargar los celulares. Encender la computadora, los televisores. Podríamos entretenernos, ya sin sentir ese aislamiento sobrenatural que, en lo personal, percibía desde el sábado. Pero sobre todo, ahora que podíamos encender los celulares de nuevo, ya no había excusas para seguir postergando algo que ya venía postergando todo lo que pude: debía enfrentar a Mariel. Llamarla, decirle que sabía de su traición y de la manera perversa en que usaba a sus hijas. La alianza que había forjado con las chicas me parecía ya no absurda, sino algo totalmente infantil. Algo que, cuando lo recordara en el futuro, me haría sentir profundamente avergonzado.

Y sin embargo no quería hacerlo. No quería enfrentarla aún. No quería dar la cara a una situación tan incómoda como esa. Deseé que ese aislamiento forzado se extendiera hasta el otro día, tal como había estado seguro de que sucedería. No obstante, la tormenta se había apaciguado de un momento a otro.

Decidí hacerme el tonto. No fui a enchufar el celular, que sería lo primero que debía haber hecho. Empecé a sacar las ollas para empezar a cocinar.

—¿Te ayudo? —dijo Valentina, entrando a la cocina.

La miré, estupefacto. Si hacía apenas unos instantes había creído que la extraña magia que se había cernido sobre esa casa se estaba esfumando, ahora parecía ser conjurada con más fuerza que nunca. Era como ver una ensoñación. Valentina se había cambiado de ropa. Ahora llevaba un uniforme que yo conocía muy bien. El uniforme escolar que había utilizado aquel día en el que la conocí, cuando era tan pequeña como Sami, aunque en su caso, no lo aparentaba.

—¿Qué hacés vestida así? —pregunté.

—Nada —respondió, haciéndose la tonta.

Si las débiles luces de las velas bañaban su cuerpo mostrando así su exuberante silueta de manera deliciosa, ahora que podía verla bajo la potente luz artificial de la cocina, reparaba en cada detalle de su imagen. El uniforme parecía quedarle incluso un poco más chico que cuando la conocí. La muy zorra seguramente lo usaba para coger y había achicado la falda tableada unos cuántos centímetros más. La camisa le quedaba muy ajustada y los botones parecían a punto de salir disparados por la presión que sus enormes tetas ejercían desde adentro. La corbata estaba desajustada y la había colocado a un costado. El pelo castaño estaba suelto. Ahora sí, parecía toda una actriz porno.

—Qué vas a cocinar —dijo.

Se subió a la mesada, apoyando su enorme trasero en ella. Las piernas quedaron un poco abiertas. Desvié la vista, instintivamente, y me encontré con la bombachita blanca de bordes rosas que estaba usando. La misma que yo había visto que seleccionaba de su cajón antes de meterse al baño para darse una ducha.

Respiré hondo, sintiendo como si estuviera siendo poseído por un espíritu maligno y depravado. Miré hacia la puerta de la cocina. La primera vez que había metido mano en ella habíamos escuchado que alguien bajaba las escaleras. Ahora también podríamos hacerlo, pero si estábamos cogiendo sería más difícil detenernos y disimular que nada estaba pasando. Incluso corríamos el riesgo de no escuchar cuando alguien bajaba. Pero lo cierto es que en ese momento no pensé en nada de eso. Valu estaba sobre la mesada. Se hacía la tonta, fingiendo que no me estaba prestando atención. Su pollerita, además de ser muy corta, había quedado muy levantada. Los muslos aparecían desnudos y su braga blanca seguía a la vista.

Me acerqué a ella. Valu no pudo contener su sonrisa cuando vio que estaba consiguiendo lo que pretendía: provocarme hasta el punto de obligarme a actuar con insensatez. Me arrimé tanto que mi ombligo quedó apoyado en la mesada. Sus piernas flanqueaban mis caderas. La agarré del rostro, apretando sus mejillas con mis dedos. Apoyé la otra mano en su muslo y empecé a deslizarlo por su piel tersa, en dirección hacia su entrepierna.

—No —dijo Valu, haciendo un movimiento de cabeza con el que se liberó de la mano con la que apretaba su rostro—. Ya te lo dije. Hace unos minutos podías haberme tenido y te hiciste el importante. Ahora te vas a quedar con las ganas —dijo.

Era obvio que se había puesto ese atuendo para asegurarse de que me iba a excitar al verla. Si con cualquier otra prenda no podía dejar de mirarla, ahora con ese uniforme pornográfico era imposible no irme al humo. Se notaba que le había herido profundamente el ego. Solo así se explicaba que decidiera recurrir a ese golpe bajo. La pendeja era muy predecible, pero aún así muy eficiente a la hora de idear sus maldades. ¿De qué me servía intuir por dónde iba la mano si de todas formas iba a actuar como ella quería que actuara?

Valu se bajó de la mesada, con cierta dificultad, pues yo no me moví de donde estaba. Cuando cayó en el piso la agarré de la muñeca. Después de todo, ella no era infalible. Había algo que, según yo, era su punto débil: ella terminaba cayendo en sus propios juegos. Al igual que lo que pasó en su cuarto, no me cabían dudas de que ahora estaba tan excitada como yo.

La atraje hacia mí. Me entusiasmó percatarme de que no fue muy difícil hacerlo. No ofreció mucha resistencia. Rodeé su cintura con mis brazos.

—Soltame tarado —dijo Valu, ahora haciendo fuerza hacia atrás, pero deshacerse de mis brazos no iba a ser tan fácil—. No me vas a coger.

Me incliné, para comerle la boca. Ella me esquivó, pero lo hizo con una sonrisa, cosa que me entusiasmó aún más. Mis labios terminaron en su cuello. Esto pareció hacerle cosquillas.

—No, ya te dije que no —dijo ella, corriendo la cara hacia el otro lado, pero ya sin intentar alejarse de mí. Le di un beso en la mejilla. Una de mis manos bajó, despacito, a su hermoso culo—. Basta —agregó, ya con mucho menos convencimiento.

Mi boca siguió besando su rostro. Fui dándole piquitos, acercándome poco a poco a sus labios. Cuando estuve a punto de llegar a ellos, corrió rápidamente la cara hacia el lado opuesto, lo que solo sirvió para que empezara a besar su otra mejilla, y nuevamente acercarme a sus labios con dulces piquitos húmedos en su piel. Mi mano se apretó con violencia en sus nalgas.

Seguimos un rato así. Ella jugando a que no quería que la besara, pero solamente corría la cara. No hacía casi ninguna fuerza para alejarse de mí, y mi mano se ensañaba con su orto sin encontrar resistencia alguna. La escuchaba susurrar una y otra vez “basta Adrián”, pero ni siquiera levantaba la voz, cosa con la que sí podría llegar a lograr que la soltara.

En un momento, cuando quiso voltear la cara de nuevo, arrimé mi rostro y usé una de mis manos para presionar en su nuca y así inmovilizarla. Nuestras narices quedaron pegadas, como si nos estuviéramos dando un inocente beso esquimal. Valu, al verse ya imposibilitada de escapar de mi boca, empezó a reír.

—Sos un boludo —dijo.

Y entonces le comí la boca. Una vez que lo hice, toda resistencia se esfumó. Su lengua se frotó con ímpetu con la mía. Besaba muy bien, de forma apasionada, como si tuviera tantas ganas de hacerlo como yo. Mi mano se metió por debajo de esa faldita tableada que me venía volviendo loco desde hacía tanto tiempo. Sentí la piel desnuda de ese voluminoso y suave culo. Agarré del elástico de la bombacha y se la fui bajando de a poco. Cuando había llegado hasta sus muslos, Valu dejó de besarme. Entonces sentí un fuerte empujón. Un empujón que no me hubiera imaginado que podía realizarlo una mujer.

Trastabillé y caí al piso, de culo. Rita empezó a ladrarme, como sumándose al ataque de una de sus dueñas. Valu pareció asustarse, quizás creyó que se le había ido la mano, pero cuando notó que no me había hecho daño, soltó una carcajada. Se subió la ropa interior y se dirigió a la puerta que daba al patio trasero.

—¿No entendés? ¡No es no! —gritó, dando un portazo para luego salir.

Sin embargo, todo eso lo dijo con un tono jocoso. Me puse de pie. Me pregunté si Agos y Sami habrían escuchado el grito y el portazo. Esperaba que no, pero no podía estar seguro de eso. Ya era tiempo de rendirme. Que la pendeja siguiera con sus locuras ella solita. Pero a pesar de que sabía que lo mejor era quedarme en la cocina, lo cierto era que mi verga estaba totalmente erecta, y no podía evitar que ese hecho repercutiera en la toma de decisiones.

Salí al patio trasero. Valentina estaba apoyada sobre uno de los soportes de madera del pequeño techo que había en la parte del lavadero. Estaba agitada, y no dejaba de reír como si fuera una niña que estaba jugando con un amiguito a la mancha, y ya estaba lista para salir corriendo apenas el otro se acercase.

Traté de tranquilizarme. No podía hacer lo que ella quería que hiciera. No iba a andar corriéndola por todo el patio para capturarla.

—Qué lastima —dijo, con un fingido gesto compungido—. Acá no podés hacer nada.

Miró hacia ambos lados, señalando que, estando afuera, podíamos ser descubiertos. En efecto, había vecinos que podrían vernos. Una de las paredes medianeras no era muy alta, y la vecina podía vernos desde su casa con suma facilidad. No obstante, que yo recordara, en los últimos días no la había visto, y según sabía, esa mujer solía pasar los fines de semana en los campos que sus padres tenían en Córdoba. Del otro lado la pared sí era bastante alta. Valu se equivocaba, coger ahí no era mucho más riesgoso que hacerlo adentro. El único peligro extra era que sería difícil escuchar si alguna de mis otras hijastras había bajado.

Me apoyé en la pileta de cemento que a veces usábamos para lavar algunas cosas que no se podían lavar en el lavarropas. Me di cuenta de que yo también estaba agitado. Respiré hondo hasta que sentí que el mi ritmo cardíaco volvía a la normalidad. Pero mi erección seguía óptima, y Valu la podía ver claramente. De hecho, eso era justamente lo que estaba haciendo. Me estaba mirando la pija con una sonrisa traviesa en sus labios.

—Sos una pendeja perversa ¿Sabías? —dije—. Pero ya basta de juegos. Andá a ponerte de nuevo la ropa que estabas usando. No quiero que tus hermanas te vean así.

Ella me observó, con una mirada cargada de ironía. Yo estaba a apenas unos pasos de la puerta trasera. Sería cuestión de estirar el brazo cuando ella pasara a mi lado para capturarla de nuevo.

—Mirá que si me tocas voy a empezar a gritar como loca. Lo digo en serio —dijo, y cuando pronunció la última frase hizo un visible esfuerzo por ponerse seria—. Estoy hablando en serio. Este juego ya fue —agregó después, dando los primeros pasos hacia mí.

Yo me encogí de hombros.

—Igual la que empezó con esto fuiste vos —dije.

—Y ahora soy yo la que lo doy por terminado —aclaró ella, dando otro paso.

—Okey —dije yo simplemente.

—Entonces alejate un poco —exigió ella cuando ya estaba muy cerca de mi alcance.

—Y por qué iba a hacerlo, si acá estoy muy cómodo —respondí. Valu no pudo contener la risa.

—Sos un tonto si pensás que no voy a gritar —dijo.

—Vos sos más tonta si pensás que te voy a hacer algo. Ya me cansé de tus histeriqueos —retruqué.

—Claro, cuando una mujer no quiere coger es una histérica —dijo ella, avanzando lentamente, ahora con mayor recelo que antes. Tenía un brazo levantado, como si pretendiera defenderse de un inminente golpe.

—No. Histérica es una mujer que dice que quiere coger y a los dos minutos dice que no.

—Eso no importa. Lo importante es que ahora no quiero. ¡No es no! —reiteró Valu—. Ya perdiste dos oportunidades. A ningún hombre le doy una tercera oportunidad. Así que te jodés. Ahora voy a pasar.

Ahora se encontraba en el punto justo en el que, si avanzaba un paso más, se ponía en mi radio de alcance. Amagó con hacerlo, pero cuando adelantó una pierna, volvió de nuevo atrás. Miró mi reacción. Era evidente que esperaba que en ese mismo momento yo intentaría atraparla. Pero no hice el más mínimo movimiento.

—Así me gusta. Quietito ahí —dijo ella.

Ahora sí, dio una pequeña corrida hacia la puerta. Cuando puso la mano en el picaporte, actué. Fue solo cuestión de girar hacia la derecha y dar dos pasos largos. Valu ya estaba abriendo la puerta. Se había demorado más de la cuenta porque se había quedado mirando si yo me movía o no. Y en efecto, ahora me estaba viendo írmele al humo. La agarré del brazo.

—¡No! —gritó ella.

La atraje hacia mí. Tapé su boca con mi mano. Ella se resbaló y estuvo a punto de caerse, por lo que no pudo generar mucha resistencia cuando la arrastré. La llevé hasta la piletita de cemento. La empujé a propósito para que ella se viera obligada a apoyar las manos en el borde de la pileta para evitar caerse. Con mi mano todavía cubriendo su boca, me bajé el cierre del pantalón y liberé mi verga. Hacía poco tiempo que la dulce Sami se había encargado de apaciguar mi calentura, pero ya estaba hambrienta de nuevo. Me acerqué a ella. Le levanté la faldita tableada. Ella decía algo, pero el sonido de sus palabras estaba apagado por mi mano. En ese momento me di cuenta de que estaba presionando muy fuerte, y que además también le estaba tapando la nariz. Moví la mano hacia abajo y disminuí la presión que estaba ejerciendo.

Le corrí la bombacha a un costado y traté de penetrarla. Esto me costó un poco, pero sin embargo debería haberme costado mucho más si ella realmente hubiera intentado que no lo lograra. Por fin, después de cuatro o cinco intentos, se la pude meter. Lo hice de un movimiento violento en el que enterré una buena parte de mi verga. Una vez que lo hice Valu ya no hizo ningún otro movimiento.

—Así te gustan las cosas ¿No pendeja? —dije, haciendo movimientos pélvicos con los que le enterraba varios centímetros mi miembro, para luego retirarlo y volverlo a enterrar—. Te gusta jugar a esto, pendeja perversa.

Entonces dejé de cubrirle la boca. Retiré la mano toda baboseada. Valu tosió mientras yo la seguía penetrando.

—Sos un bruto —se quejó.

Pero inmediatamente después empecé a oír el sonido más dulce del mundo. La pendeja disfrazada de colegiala empezó a gemir. Ahí lo tenía. Mi intuición no me había fallado. Me había expuesto a quedar como un verdadero violador, pero el riesgo esta vez había valido la pena. Nada de lo que dijera después tendría importancia. Ahora la adolescente tetona estaba gimiendo mientras le metía una y otra vez la verga. Ya no ejercía ninguna fuerza en ella. Podría irse si quisiera. Pero ahí estaba, gozando de la pija de su padrastro.

Retrocedí un poco y apoyé mis manos en sus caderas. Valu separó las piernas. No me había molestado en ponerme un preservativo y a ella tampoco parecía molestarle. Al menos en ese momento ninguno de los dos pensaba en ello. Solo nos importaba sacarnos la calentura que llevábamos adentro.

No sé qué era lo que motivaba a esa adolescente a estar conmigo en ese momento, en el patio de la casa, con el culo en pompa recibiendo mi pija. ¿Sería que más allá de todo sentía cierta atracción hacia mí? ¿O realmente lo hacía solo para vengarse de su madre por haberse acostado con se exnovio? O quizás simplemente le divertía vivir esas experiencias morbosas tanto como a mí. Quizás se encontraba presa de sus impulsos, como yo mismo lo estaba. Concluí que lo más probable era que su motivación fuera una mezcla de todas esas cosas que me había imaginado. Y seguramente había otras tantas que alguien tan simple como yo era incapaz de deducir.

—Admitilo —dije, jadeante, embistiendo una y otra vez, sintiendo el adictivo culo de Valu en mi ombligo—. Admití que esto te gusta.

—No —dijo ella. No obstante, esa negativa salió con una tonalidad totalmente pornográfica, pues la palabra se había fusionado con un gemido—. No Adri, ya dejá de cogerme, por favor no me cojas —suplicó ella.

En efecto, eso era lo que le gustaba, eso la excitaba sobremanera: fantasear con que estaba siendo violada por su padrastro. En ese momento algo atravesó mi cabeza, y por un instante mi mente voló muy lejos de ahí. Nunca lo había pensado. Pero qué pasaba si lo de Mariel era algo relacionado con lo sexual. Qué pasaba si no era simplemente una inseguridad enfermiza que la obligaba a “testear” a todos sus parejas, sino que la excitaba mucho la idea de que sus hijas coquetearan con ellos.

—¡Basta! Esto está muy mal. ¡Sos el novio de mamá! —dijo Valu.

Pero obviamente no hacía nada para evitar que lo siguiera haciendo. Por lo visto había heredado los gustos retorcidos de su madre. En ella la cosa degeneró en retorcidas fantasías de violaciones. Ahora, viéndolo en retrospectiva se me ocurre imaginar que después de tantas veces que se vio obligada a seducir a los hombres de Mariel para luego mandarlos al frente al primer indicio de traición, quizá fue eso lo que hizo clic en la cabeza de esa chica, y por eso empezó a fantasear con que alguno de aquellos veteranos la violase. Al igual que Sami y Agos, no era más que una pobre víctima de Mariel.

Pero como es natural, en ese momento no podía importarme menos los problemas psicológicos que podría tener la despampanante Valentina. Lo único que me importaba era poder usar esas debilidades a mi favor, tal como lo estaba haciendo en ese momento.

De repente detuve mis penetraciones. Había algo que necesitaba hacer además de cogérmela. Quería saborear de nuevo ese perfecto culo que tenía mi hijastra. Retiré la verga. Estaba bañada en flujos. No me molesté en guardarla en el pantalón. Me puse en cuclillas. Metí la cabeza adentro de la falda. Valu se inclinó un poco más. Vi cómo sus nalgas se separaban y dejaban ver la profunda raya de su orto. No esperé un segundo más y empecé a devorarlo. No sabía qué era más rico, si besar y mordisquear sus carnosas nalgas, o frotar mi lengua en su ano, con tanta intensidad que, por momentos, hasta la metía unos milímetros adentro del agujero.

Cuando me quedé saciado me puse de pie. Apunté la verga de nuevo a su vagina. No creía que tuviera problemas en que se la metiera en el culo, pero dejaría eso para otro momento. Le di una nalgada y la penetré de nuevo. Agarré su cabello y tironeé de él, para que se hiciera hacia atrás. Mi torso quedó pegado a su espalda. Arrimé mis labios a su oído.

—Ahora decime que no te gusta —dije, metiéndole la verga entera con violencia.

No dijo nada. Se limitó a llevarse el dedo pulgar a la boca, y a empezar a chuparlo, como si fuera una nena de cuatro años. Pero claro, ella de nena no tenía nada, y mientras se chupaba el dedo yo me la seguía cogiendo de parado en el patio trasero de la casa.

Estaba completamente ofuscado. Mi cabeza apenas tenía espacio para ocuparme de esa preciosa adolescente a la que por fin me estaba cogiendo, por lo que es natural que no me diera cuenta de lo que estaba pasando a mi alrededor.

—¿Y…? ¿Están acá? —escuché decir a alguien.

Levanté la vista, horrorizado. La que había hablado era Sami, que acababa de atravesar la puerta trasera de la casa. Se quedó atónita mirándonos.

—Sí, están acá —dijo Agostina, que, para mi absoluta estupefacción, ya estaba en el patio trasero, a varios pasos de la puerta.

Era evidente que había llegado antes que Sami. Pero ¿cuánto antes? ¿Me había visto mientras le chupaba el trasero a su hermana?

—Tranquilos. Sigan nomás —dijo Agos, pero no se marchó, sino que se quedó ahí, de brazos cruzados, sin dejar de mirarnos a Valu y a mí, que en ese momento parecíamos estar pegados.

Igual retiré mi verga. Pero apenas lo hice, el semen salió expulsado y cayó sobre el piso, muy cerca de mis dos hijastras que me miraban con incredulidad.




-Continuará
 
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