Mis odiosas hijastras 1 - 10

heranlu

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Valentina estaba tirada sobre el sofá. Su cuerpo desparramado, parecía necesitar un espacio mucho más grande para que estuviese cómoda. Pero no era más que una ilusión óptica. En realidad, era bajita, y podría dormir tranquilamente en ese sofá. Pero es que, si bien era pequeña, ciertas partes de su cuerpo eran exageradamente desproporcionadas con respecto a su estatura y delgadez. Por supuesto, me refiero específicamente a sus tetas. En ese momento lucía una remera sin escote, pero aun así era imposible ocultar ese par de gomas. Me miró, desviando la vista del celular, pescándome con las manos en la maza, pues estaba mirando esos globos. Yo esquivé sus ojos inquisitivos, aunque sabía que era demasiado tarde.

—Voy a comprar unas cosas antes que se largue la tormenta —dije.

—Okey —respondió ella, ahora sin mirarme, como si lo que hubiera en su celular fuera mucho más interesante que cualquier cosa que yo le pudiera decir.

Afuera el cielo se había puesto tan oscuro que ya parecía de noche. Se levantó un viento frío que me hizo arrepentirme de haber salido solamente con un pulóver. La gente se metía en sus respectivas casas como si un demonio los estuviera persiguiendo. Pero esa reacción no parecía exagerada. Desde hacía días que en la televisión estaban advirtiendo que ese fin de semana caería una tormenta de una violencia inusual, que amenazaba con batir todos los récords. Yo era de los que descreían de los meteorólogos, aunque parecía ser que por esta vez el equivocado era yo. El clima tan tétrico, con ese viento filoso y el cielo totalmente cubierto, no presagiaba cosas buenas precisamente.

Pero aun así necesitaba salir un rato, a estirar las piernas, despejar un poco la cabeza, y tener un momento de soledad. De hecho, desde que me junté con Mariel, todos los días me urgía pasar un rato a solas, al menos una vez por día. La casa era muy grande, sí, pero Ellas ocupaban mucho espacio…

Además, ese fin de semana se dieron varias coincidencias llamativas. En primer lugar, Mariel se había ido a una feria del libro municipal en la provincia de San Luis. Yo, casualmente tenía franco —hacía años que no me tocaba franco un fin de semana completo, pero en esa época la empresa de seguridad en donde trabajaba empezaba a verse obligada a reducir las horas del personal—. Mi mujer era una escritora moderadamente reconocida en el ambiente literario de Buenos Aires, y a veces recibía invitaciones de distintas provincias para asistir y participar de eventos artísticos. Le había propuesto que fuéramos juntos. Pero me dijo que no, que sólo eran un par de días, y que seguramente me aburriría mucho, ya que tendría todo el tiempo actividades relacionadas con las literatura, cosa que a mí nunca me terminó por enganchar —y eso que hice muchos esfuerzos—. Además, me dijo que estaba intuyendo algo raro en sus hijas, así que prefería que me quedara en casa para asegurarme de que todo andaba bien.

Así que me tocaba hacer de niñero de tres chicas que habían dejado de ser niñas hacía bastante tiempo.

En el supermercado agarré un par de cervezas, que era lo único que hacía falta en la casa, ya que tanto la heladera como la alacena estaban repletas de comida. Caminé despacito hasta la casa. Las calles estaban ahora totalmente desiertas. Una gota helada me cayó en el cuello, y se metió por debajo de la ropa para luego deslizarse por la espalda, generándome escalofríos. Quizás era un presagio, pero en ese momento no lo pensé así.

……………………………………………………..

No era la primera vez que Valentina me pescaba mientras la miraba indiscretamente. Y eso que desde hacía años que perdí la mala costumbre de mirar con lascivia a las mujeres atractivas —en realidad fue una costumbre que me la sacó una exnovia. Lo logró de una manera simple pero efectiva. Me dio vuelta la cara de un cachetazo cuando me descubrió mirándole el culo a una chica que pasaba por la vereda en minifalda—. Pero Valen no solo era una chica sexy. Ella estaba en otro nivel.

Cuando todavía no vivía con ella, yo alquilaba una casa a apenas un kilómetro de ahí. En esos tiempos estaba soltero. Hubo una vez en la que salí a hacer las compras al mediodía. Cuando estuve a punto de entrar a mi casa, vi que se acercaba, caminando por la vereda, un grupo de tres chicas adolescentes que recién salía de la escuela. No era un grupo cualquiera. Como de costumbre, las chicas lindas solían juntarse con otras chicas lindas. Estas tres pendejas, usaban la pollera tableada del uniforme escolar lo más cortas que podían. Recuerdo que las tres estaban bien maquilladas y con peinados demasiado producidos, todas de piernas hermosas y culo parado. Era casi fin de año, por lo que aventuré a suponer que se trataba de chicas del último año, y que muy probablemente ya habían cumplido los dieciocho.

Había una en particular que destacaba entre ellas. Y esto no era poca cosa, ya que las otras dos eran el sueño sexual de cualquier hombre de treinta y tantos años, como lo era yo. Pero la tercera, que a juzgar por su manera de hablar y por su lenguaje corporal era la líder, se destacaba entre las otras dos bellezas, y se destacaría estando al lado de cualquier otra hembra sensual. Tenía el pelo castaño lacio, suelto, un poco por debajo de los hombros. Un flequillo cubría su frente amplia —quizás su único defecto físico, aunque yo estaba lejos de fijarme en la frente, teniendo tanto en donde mirar—. La corbata estaba desanudada, y la camisa tenía varios botones desabrochados, y aun así, parecía que los otros botones estaban a punto de salir disparados. Las enormes tetas de la adolescente parecían apenas contenidas por la prenda.

Pasaron a mi lado, hablando con expresiones que no comprendí del todo. Yo hice tiempo en la puerta, haciendo de cuenta que estaba buscando la llave correcta en el manojo que tenía en la mano. Miré, sólo un instante, a las mujercitas. Las polleras bailaban por la brisa, y en todas ellas se adivinan hermosos ortos. Si la brisa se convirtiera en un vientito, quizás hubiera tenido la suerte de verles las bombachitas. Aunque claro, el trasero de la tercera chica, la tetona, era mucho más grande y respingón.

Mientras entraba a la casa, escuché cómo las colegialas se despedían. La chica que había llamado mi atención les decía a las otras que debía comprar algo en el mercadito. Entonces, en un rapto de inmadurez, decidí dejar las bolsas de las compras en la cocina, y salir de nuevo, directo al minimercado.

—¿De qué te olvidaste? —me preguntó el dueño del negocio, apenas entré.

—Nada, unas cosas de limpieza —dije, sin darle mucha importancia, ya que temía que el tipo tuviera ganas de ponerse a hablar y me arruinara el momento.

No me costó mucho encontrar a la chica. Por suerte estaba en la góndola contigua a la de limpieza. Tenía en la mano una toallita femenina. Agarré una botella de desinfectante para piso, y me le quedé viendo de reojo, fingiendo que estaba buscando alguna otra cosa, mientras ella parecía indecisa frente a la misma góndola. Creí haber estado haciéndolo sutilmente, pero como dije, Valentina —en ese momento no sabía su nombre—, siempre lograba pescarme infraganti, ya sea porque tenía mayor intuición que la mayoría de las mujeres, o simplemente porque yo bajaba la guardia cuando estaba frente a ella.

—Hola —la saludé, para minimizar el daño, una vez que me vi expuesto.

—Hola, ¿Te conozco? —preguntó ella.

Tenía los ojos marrones bien abiertos, y las cejas levantadas, con una expresión que me resultó intimidante.

—Me parece que sí —mentí—. Bueno, creo haberte visto antes.

—Que nos hayamos visto no significa que nos conozcamos —retrucó la suspicaz chica.

—No, claro. Pero eso puede cambiar —dije, levemente envalentonado, a pesar de que no tenía motivos para sentirme así—. Me llamo Adrián ¿Vos? —me presenté.

—Valentina —dijo ella.

—¿Y qué edad tenés Valentina? —pregunté.

—¿Y por qué querés saber eso? —me dijo, con el ceño fruncido.

—Porque… bueno. Porque me parecés muy linda —alcancé a decir, con un nerviosismo que ella seguramente notó.

—Tengo dieciocho, pero igual sos muy grande para mí —aclaró.

Se quedó unos segundos, como esperando respuesta.

—Sí, bueno… Ya sabés lo que dicen. Para el amor no hay edad…

—Pero yo no estoy buscando amor —aclaró, haciendo un gesto como diciendo “lamento decepcionarte”.

Después devolvió la toalla femenina a la góndola y salió apurada del supermercado, dejándome hecho un idiota, sin poder decir nada para salvar la pésima imagen que le acababa de dar a esa chica sexy.

—Qué boludo que soy —dije en voz alta.

Hacía mucho tiempo que no quedaba como un pajero frente a una chica. Pero esta ameritaba el riesgo. Sin embargo, los nervios me jugaron una mala pasada. No se me había ocurrido nada astuto para decirle, y quedé como un viejo baboso.

Llegando a mi casa, sintiéndome un completo idiota, no dejé de pensar en esa adolescente que me había volado la cabeza. Me pregunté quién se comía a ese manjar. Quién metía mano por debajo de esa pollerita tableada, que estaba achicada, hasta casi convertirse en una minifalda. Porque no me cabían dudas de que alguien lo hacía. Me rehusaba a pensar que cogía con chicos de su edad. Una chica con ese cuerpo tendría decenas de hombres hechos y derechos que se morían de ganas de penetrarla. Ella tendría de dónde elegir. Supuse que era alguien sumamente precoz, pero que sin embargo tendría muchas cosas por aprender. Me imaginé siendo su profesor en la cama. fantaseé con meter mano en esos muslos carnosos y en esas turgentes nalgas.

Pasó casi un año hasta que empecé a salir con Mariel. La conocí de pura casualidad, por un conocido que teníamos en común y que ni siquiera era un amigo. Si la palabra MILF estuviera en la enciclopedia, su significado debería estar precedido de una foto de ella. Con cuarenta años ya tenía a sus espaldas una vida llena de aventuras y tragedias. Dos matrimonios, tres hijas adolescentes, y una prolífica carrera como escritora que le permitía conocer casi todo el país.

La primera impresión que me dio fue que era demasiada mujer para mí. Pero hice lo posible por esconder mis inseguridades, y me mostré como un tipo bien plantado en la vida, al que no le gustaba los rodeos y prefería ir al grano. La invité a salir, e increíblemente me dijo que sí sin que yo tuviera que insistir. La primera cita comimos sushi e hicimos el amor en la casa que yo alquilaba. En pocos meses nuestra relación dio un salto enorme. Nunca hablamos de ser novios, pero más allá de los rótulos, en la práctica, eso era lo que éramos.

Yo no le preguntaba si se acostaba con otros tipos, pero asumía que no lo hacía, mucho menos cuando la relación llegó a un punto en el que nos veíamos muy de seguido, y nos comunicábamos todos los días por una cosa o por otra.

Pero había algo que me inquietaba. En sus redes sociales, cada tanto subía fotos con sus hijas. Una de ellas se parecía demasiado a la chica que yo había abordado en el minimercado, ante la cual había quedado como un acosador. De hecho, no me cabían dudas de que era Valentina, pues la chica era inconfundible, y si bien había pasado bastante tiempo desde la vez que sucedió nuestro encuentro, en varias ocasiones me la crucé por la calle, por lo que el recuerdo de sus características físicas estaba bien fresquito en mi memoria.

Trataba de no preocuparme por eso. Seguramente una chica como Valentina era abordada por tipos mucho más grandes que ella cada dos por tres. Es que era muy exuberante, y realmente parecía mayor, a pesar de que usara el uniforme de escuela. Así que tenía la esperanza de que mi intento por conocerla hubiera quedado olvidado.

Cuando decidimos, con Mariel, que íbamos a vivir juntos, realmente no fue porque queríamos dar un paso más en nuestra relación. Lo cierto era que yo estaba hasta el cuello de deudas. Unos años atrás había sacado a crédito algunas cosas para la casa. Lo había hecho con un gran optimismo, suponiendo que conseguiría un mejor trabajo. Pero pasaban los meses y eso no sucedía. La cuota de la tarjeta de crédito empezó a representar un porcentaje muy alto de mis ingresos. Luego me vi obligado a hacer gastos imprevistos cuando mamá enfermó. Por suerte mejoró, pero mi situación económica estaba muy mal. Lo gota que rebalsó el vaso fue cuando en el trabajo se suspendieron las horas extras. Ahora sí, estaba viviendo con lo justo. Me retrasé con una cuota, y me vi obligado a refinanciar la deuda. Grave error. Los intereses sobre interés eran un arma letal para el bolcillo de un laburante. Finalmente dejé de pagar la tarjeta, pero luego de unos meses me iniciaron juicio, y con una velocidad inusitada, un juez decretó el embargo de parte del sueldo.

Mariel sabía que yo no estaba en la misma posición económica que ella. No es que fuera rica. Pero era de clase media, mientras que yo era pobre. Cuando en una ocasión le dije que no podíamos salir a cenar porque yo no contaba con dinero, ella me dijo que no fuera tonto, que ella me invitaba. Esa noche me tragué el orgullo de macho del conurbano. Además de aceptar que pague la cuenta, me desahogué con ella. Le conté de lo estresante que era tener una deuda que no sabía cuándo iba a poder pagar. Fuimos a mi casa, como era de costumbre, ya que, de los dos, era el único que vivía solo, así que resultaba más cómodo hacer el amor ahí. Cuando terminamos de gozar, ella, con la cabeza apoyada en mi pecho dijo:

—Podés venir a vivir a mi casa. Al menos por un tiempo. Así te ahorrás el alquiler y podés ponerte al día con tus deudas.

Lo dijo como al pasar. Pero más allá de la excusa de mi crisis económica, estaba claro que si empezábamos a vivir juntos, pasaríamos a ser marido y mujer, incluso si no lo oficializábamos con papeles.

Y así fue como tuve que enfrentar el momento que quería esquivar el mayor tiempo posible: que Valentina supiera que el treintañero pajero que había conocido hacía más de un año, era el novio de su mamá, y ahora pasaría a ser una especie de padrastro para ella. Pero como dije, conservaba ciertas esperanzas de haber quedado en el olvido.

Antes de mudarme, para que la noticia no cayera tan intempestiva para las chicas, Mariel me invitó a cenar a su casa. Agostina no se encontraba. Pero Samanta y Valentina sí.

—Él es Adrián —dijo Mariel, cuando las dos adolescentes bajaron al comedor—. Ella es Sami —dijo después, señalando a su hija menor. Se trataba de una chica de dieciocho años, aunque parecía de dieciséis. Era rubia de ojos celestes. Usaba un pulóver que le quedaba bastante grande. Me daba la impresión de que se asemejaba a un animé japonés, con esos ojos enormes y expresivos, que en ese momento reflejaban más que nada curiosidad y timidez—. Y ella es Valentina —dijo después.

La despampanante adolescente —de ahora diecinueve años—, tenía un aspecto de lo más normal. A diferencia de aquella vez, en la que, con ese uniforme de escuela parecía una actriz prono, ahora vestía una remera blanca y un pantalón de jean. No obstante, a pesar de su simpleza, las enormes tetas resaltaban, usara la ropa que usara. Eran imposibles de que pasaran desapercibidas. De todas formas, hice gala de mi madurez y no me detuve un segundo en ellas. Sólo las veía de refilón, porque, a la distancia que estábamos, tenía una visión de todo su cuerpo.

Nos saludamos, y nos sentamos en la mesa. Yo ayudé a Mariel a servir la comida. No quería que me consideren un machista de manual, y eso no era solo porque no quería quedar mal frente a ellas, sino porque realmente no me considero así.

Lo que siguió fueron las preguntas de rigor. Que qué edad tenían, que si estudiaban o trabajaban. Sami parecía tímida, pero aun así habló más que Valentina, quien estaba más concentrada en masticar las milanesas que en conocerme. Sin embargo, a pesar de su mutismo, esa noche empecé conocer algo de ella. Me di cuenta de que se llevaba bocados muy grandes a la boca, y que por momentos masticaba con la boca abierta. Tenía gestos vulgares, y las pocas palabras que pronunció no eran propias de una señorita, ni tampoco de una chica de clase media bien educada. “Está piola” respondió cuando Mariel le preguntó si estaban buenas las milanesas. Incluso hasta parecía algo masculina. Pero estos rasgos no enturbiaban la imagen de sensualidad que desprendía la mocosa, más bien todo lo contrario. La hacían ver como una criatura exótica. Imaginé que tenía muchos amigos hombres, pues la verdad que, en una casa como esa, en donde todas eran mujeres, resultaba muy extraño que tuviera esos modos.

—¿Querés más ensalada Valu? —le pregunté, cuando vi que en su plato sólo quedaba media milanesa.

—Valentina —dijo la pendeja.

No pude reaccionar con rapidez. Había oído a Mariel nombrarla de esa manera, y en un acto condescendiente —y bastante torpe—, me había apropiado de ese sobrenombre. Nada le daba derecho a la mocosa a hablarme de esa manera, pero, por otra parte, su respuesta, si bien resultaba antipática, no representaba realmente una falta de respeto.

—Valu, no seas maleducada —la reprendió su madre.

—No soy maleducada —dijo ella, en sintonía con lo que yo mismo pensaba—. Sólo le aclaro a Adrián que así solo me llaman mis amigos o familiares cercanos.

—¡Valentina no te pases! —exclamó su mamá.

Samanta parecía encogida en su asiento, sin intención de intervenir, pero en ese momento percibí un apoyo silencioso que no sería la primera vez que sentiría.

—Pero si no dijo nada malo —dije al fin, para evitar cualquier conflicto—. Es más, tiene toda la razón. Si apenas nos conocemos… Quizás cuando seamos amigos pueda tratarte con más confianza.

—Quizás —dijo ella—. Bueno, estuvo muy rico. Me voy a mi cuarto. Hasta pronto Adrián.

El saludo pareció que lo hizo, más que nada, porque sabía que si se iba sin despedirse ahí sí se armaría una trifulca con su madre.

—Disculpala. No es con vos. Ella es así nomás —dijo Mariel, apoyando su mano encima de la mía.

Yo tenía mis dudas de que no fuera algo personal. Como dije antes, después de ese día en el minimercado, nos habíamos cruzado varias veces, y cabía la posibilidad de que hubiera otras tantas en la que ella me vio sin que yo lo notara, por lo que la idea de que me recordara se hacía más factible. Pero me sentía entre la espada y la pared. Podía comentarle a Mariel de aquel encuentro. Ni siquiera sería necesario mentirle demasiado. Le diría que quizás su hija había malinterpretado alguna cosa de esa corta conversación que habíamos tenido. Pero si lo hacía, dejaba en evidencia que recordaba un suceso, supuestamente insignificante, que había ocurrido hacía más de un año, lo que seguramente llamaría la atención de Mariel, quien de tonta no tenía nada. Pero por otra parte, si no decía nada, también correría cierto riesgo, ya que era probable que Valentina sí se lo hubiera contado, y me dejara a mí mal parado por conservar ese secreto que, de alguna manera, nos involucraba a los tres.

Pero finalmente me decanté por cerrar la boca. Pensé que, a pesar de ser tan joven, Valentina habría sufrido de acosos mucho más vehementes que el mío. Tendría muchísimas anécdotas de tipos que la seguían por la calle. Las mujeres tenían que lidiar con todo tipo de pervertidos, y una chica como ella seguramente atraía las miradas libidinosas de los adultos desde que era mucho más chica. Así que lo mío sería una pequeñez al lado de todas las experiencias que debía tener. Y en caso de que alguna vez mi mujer me lo preguntara, yo fingiría amnesia.

Pero de todas formas quedaba la cuestión de por qué se había mostrado hostil conmigo. ¿Sería por enterarse de que muy pronto un extraño viviría con ella? Lo que estaba claro era que no le había caído nada bien, ni ella a mí.

……………………………………………………..

De aquella cena habían pasado apenas unos meses. Valentina seguía siendo una chica que se mostraba directa, con modos vulgares sí, pero sincera y honesta. Pero aún así, detrás de esa personalidad, aparentemente franca, se escondía una chica con muchos misterios. Tal es así, que aún no sabía si recordaba o no aquel patético intento de acercamiento en el minimercado.

Mientras caminaba la última cuadra, un pequeño remolino se formó en una esquina, levantando un montón de polvo y basura. Era evidente que era un clima atípico para otoño, que si bien era una estación normalmente fría y gris, ahora imperaba un ambiente digno de una película de terror. Las nubes se veían más densas que hasta hacía unos minutos, y a lo lejos se veían relámpagos precedidos de poderosos truenos.

Entré a casa. Valentina estaba todavía tirada en el sofá. Con el dedo meñique escarbaba una de sus orejas.

—¿Sami está en la casa? —le pregunté.

—En su cuarto —respondió ella, lacónica. Sacó el dedo de la oreja y lo observó con detenimiento.

—¿Y Agos? —quise saber después.

—A ver… — Valentina palpó los bolcillos del pantalón que llevaba puesto—. Acá no está —dijo.

—Se viene una tormenta muy fuerte y quisiera estar seguro de que todas se encuentran acá, a salvo.

—No te preocupes, sabemos cuidarnos solas —respondió ella.

—Eso no lo dudo. Pero tu mamá me pidió que me asegurara de que todo marche bien en la casa mientras ella no está, y no pienso fallarle.

Valentina esbozó una sonrisa cargada de ironía.

—Entonces lo hacés solo para quedar bien con mamá. Pésimo servicio señor padrastro —se burló.

La dejé sola con sus tonterías. Cuando comenzaba con ese tipo de humor, luego la cosa se desviaba a algo más agresivo, y yo no estaba de humor para aguantarla. Subí hasta el cuarto de Agos. Golpeé la puerta, pero no fui atendido por nadie. Después fui al de Sami.

—Creo que está en lo de Mili —dijo, gritando para que la voz atravesara la puerta, pues no se había molestado en levantarse a abrirla, ni en decirme que pasara.

Sami era la única de las tres que mostraba cierta simpatía por mí. Pero era bastante haragana y cerrada, cosa que por momentos me hacía exasperar. Supuse que si Agostina estaba en la casa de su amiga seguramente estaría bien resguardada. Lo peor de la tormenta duraría un par de horas a lo sumo —o eso creía—. Aún así le mandé un mensaje diciéndole que si necesitaba que le pida un taxi me avisara y yo se lo mandaba. Pero no solo no se molestó en contestarme, sino que me dejó el visto, para que quedase claro que había decidido ignorarme.

Salí al patio de afuera, refugiándome bajo un techo de chapa que teníamos en el fondo. En ese momento se largó la lluvia con toda la furia del cielo. entonces vi que Rita, la mascota de la casa, salía corriendo hasta el otro extremo del patio. Esa perrita tonta siempre sintió aversión por el agua, incluso resultaba muy difícil bañarla, pero la alarma que despertó en ella los truenos fue más fuerte. Se plantó frente a la pared medianera, y mirando hacia arriba empezó a ladrar como una desquiciada, con más rabia que cuando les ladraba a los gatos que andaban merodeando por los tejados de las casas vecinas.

—¡Rita! —escuché gritar a mis espaldas.

Valentina salía disparada hacia el encuentro de su mascota. Atravesó el patio corriendo. Sus piernas musculosas se movían ágiles por el pasto mojado. Agarró a Rita, quien no dejó de estirar el cogote hacia el cielo para ladrarle a los relámpagos. La abrazó a la altura de su abdomen, protegiéndola de la lluvia, y regresó corriendo. Sin embargo, esos pocos segundos que se había tomado para hacer esa carrera de ida y vuelta, bastaron para que mi hijastra se empapara por completo. Su cabello y ropas chorreaban agua. La remera blanca comenzaba a tornarse transparente. Entonces me di cuenta de algo: no estaba usando corpiño. Los pezones estaban duros por el frío, y se marcaban en la remera de tal manera, que parecían a punto de atravesar la tela. Además, a través de la prenda empapada, pude ver los senos, ya no solo sus formas, sino el color de la piel desnuda.

—Tenela un rato. Voy a buscar algo para secarla, sino, va a entrar así a la casa —dijo, entregándome a la perra.

Ninguna de las tres chicas eran muy dadas a las tareas domésticas, pero tratándose de Rita, Valentina solía ser muy activa. Volvió unos minutos después, con un toallón. Yo mantenía a Rita los más alejada que podía de mí. No quería ensuciarme ni que me mojara. Valentina la envolvió con el toallón y empezó a secarla. Su pelo mojado cayó a un costado. Gotitas de agua se deslizaban por su rostro ovalado. Las tetas, libres del brasier, caían por el efecto de gravedad, pues ella estaba levemente inclinada. Daban la impresión de ser increíblemente pesadas. Dudaba de que una chica como ella, que apenas superaba el metro sesenta pudiera aguantar ese peso durante mucho tiempo. Por enésima vez me pregunté quién carajos se comía a semejante pendeja. Hasta el momento no le conocía novio. Aunque sí tenía muchos amigos, tal como lo había imaginado. Por lo visto, el hecho de haberla visto aquella vez con dos chicas de su edad había sido pura casualidad, pues se llevaba mucho mejor con el sexo masculino. Su personalidad varonil le permitía sentirse cómoda con ellos, pero no me cabían dudas de que a cada uno de ellos, en mayor o menor medida, les gustaría cogérsela. Pero era demasiada mujer para esos mocosos.

También por enésima vez me pregunté qué carajos hacía en esa casa, viviendo con tres adolescentes, y en particular con ese camión con acoplado que ahora me mostraba las tetas sin darse cuenta —o sin que le importara—. No me podía quejar de Mariel. A sus cuarenta años era toda una bomba sexual. El único defecto físico que tenía era que con los años se había ensanchado poco a poco. Valentina era, de la tres hermanas, la más parecida a su madre. Era como una versión de ella, pero dos décadas más joven y con unas tetas que no tenía idea de quién las había heredado. Mi mujer tenía sus buenas gomas, pero no se le comparaban.

Estábamos pasando un buen momento con Mariel. A pesar de las turbulencias típicas de la convivencia. La amaba. No con esa pasión que supe tener hasta que estuve cerca de los treinta, sino algo más calmo, inclinado no tanto a las pasiones del momento, sino con un amor objetivo, proyectado hacia el futuro. Era una mujer sensual, que generaba calentura en cualquier hombre que la conociera, pero que no se andaba con pendejadas. No le daba cabida a los tipos que la buscaban. Tenía en claro que en ese momento quería compartir su vida conmigo, y hacía todo lo necesario para proteger esa relación. En la cama era casi una actriz porno. Lo único que le generaba pudor era el sexo anal. Inteligente, sexy y talentosa. ¿Qué más se podía pedir en una mujer? Valentina no le llegaba a los talones en ese sentido. Le faltaba vivir veinte años más y aun así dudaba de que lograra igualarla. Era apenas una pendeja que no sabía nada de la vida. Pero ahí estaba, con su juventud exacerbada, y esa sensualidad que me hizo sentir lujuria por ella cuando apenas la había visto por primera vez. Y su actitud soez y por momentos hostil, en lugar de hacerme sentir espantado, me daban un morbo tremendo. Me daban ganas de ponerla en mi regazo y darle un montón de nalgadas a esa culo enorme y terso, para luego cogérmela y acabar en esas descomunales tetas.

—Listo —dijo ella.

Se llevó a la perra adentro. Yo me quedé mirando la lluvia un rato, mientras pensaba en mi extraña suerte. Mariel era una mujer en un millón. Además de que, con lo buena que estaba, le había dado cabida a un perdedor como yo, luego me acobijó en su casa. No sólo me estaba ahorrando el dinero de alquiler, sino que ella corría con la mayor parte de los gastos. Entre los derechos de autor de sus libros y los talleres literarios que dictaba, tenía una posición económica bastante cómoda, y por algún motivo, la compartía conmigo.

Cada vez que fantaseaba con frotar mi verga en las turgentes tetas de su hija, por más que sabía que jamás concretaría tal fantasía, era una traición hacia mi mujer. Y, sin embargo, no podía evitar pensar en eso cada tanto. Y después de la involuntaria escena hot que había regalado la pendeja, iba a ser difícil no pensar en ella de manera lujuriosa.

Valentina, qué pendeja insolente. Al final nunca tuve la confianza suficiente como para llamarla Valu, ni siquiera Valen. Me sentía un idiota diciendo su nombre completo, pero no quería pasar otra vez por un momento incómodo, como el de la cena de hacía unos meses atrás.

A los pocos días de esa reunión, me fui a vivir con ellas. La hostilidad de Valentina, quien era la segunda de las hermanas, no había ido mucho más allá. Pero se mantuvo a lo largo del tiempo, y cada vez que yo quería romper el muro que nos separaba, era ella misma la que remarcaba la distancia que debía haber entre nosotros. Además, una cosa que me molestaba mucho de ella, era que siempre parecía estar observándome, midiendo cada paso que daba. Cuando yo usaba mi celular, ella me escrutaba con el ceño fruncido, como si sospechara que estaba engañando a su mamá. Mariel no era celosa ni desconfiada, y por lo visto Valentina pretendía cubrir esa falencia de mi mujer. Si la madre era una total despreocupada, la hija estaría en alerta para descubrir lo que la otra jamás descubriría.

Sin embargo, esa persecución siempre fue infructuosa para mi querida hijastra. Unos días después de mi llegada, recibí en mis redes sociales solicitudes de cuentas sospechosas, que en general eran bastante nuevas. Yo las aceptaba. No tenía nada que esconder. Salvo algunas vecinas de los edificios que solía cuidar, con quienes tenía un tonto coqueteo, no tenía absolutamente nada en mi prontuario. De hecho, para decidir serle infiel a Mariel tendrían que darse muchas cosas. Entre ellas, la mujer en cuestión debía ser mínimamente tan atractiva como ella, y como ya dije, era improbable que otra hembra de ese target me hiciera caso. La verdad era que mi única tentación estaba en esa casa.

Me metí a la casa. Valentina bajaba con ropa seca, aunque su cabello seguía mojado. Lamenté que se dirigiera a la sala de estar, pues yo pensaba acomodarme ahí. Esa era una de las pocas cosas que teníamos en común. A ninguno de los dos nos gustaba pasar el día encerrados en nuestros respectivos cuartos, y eso que el día se prestaba para dormir la siesta. Además, a Mariel no le gustaba tener televisor en el cuarto, por lo que no era muy divertido estar encerrado ahí, salvo cuando cogíamos, obviamente.

—¿Te molesta que ponga otra cosa? —pregunté, agarrando el control remoto. Ella estaba metida en su celular, así que imaginé que no iba a ver nada en la televisión.

Como respuesta se limitó a encogerse de hombros. Puse Netflix, pero en ese mismo momento el celular vibró en mi bolcillo. Recordé que estaba esperando una respuesta de Agostina. Esperaba que se tratara de ella. Por la tarde Mariel me preguntaría si estaba todo bien, y yo quería tener en claro en dónde estaba cada una de las chicas. Los fines de semana solían salir a bailar —sobre todo Agostina y Valentina—, pero debido al alerta meteorológico, y al clima inusual que ya se hacía sentir, debían quedarse en casa. Las chicas ya eran mayores de edad, así que debía ponerme firme al respecto, ya que, si querían salir, en realidad, no tenían por qué hacerme caso.

Vi que la notificación que me había llegado era de un número que no tenía registrado. Solía ignorar ese tipo de mensajes, ya que en general eran spam, pero en esta ocasión decidí abrir el WhatsApp. Marqué la clave de seguridad y el teléfono se desbloqueó.

—Uf, cualquiera diría que escondés algo —largó Valentina, sin siquiera mirarme.

—¿Perdón? —pregunté, confundido.

—Nada, solo que, según recuerdo, hasta ayer no usabas códigos de seguridad en tu celular —largó ella.

—Veo que estás muy atenta a cada cosa que hago —dije, exasperado, señalando algo que tenía en la punta de la lengua desde que la conocí.

—Es que todavía sos un desconocido para mí, y ahora estás viviendo no solo con mamá, sino conmigo y con mis hermanas.

Suspiré hondo, armándome de paciencia. La pendeja tenía un punto. Mariel confiaba ciegamente en mí, pero ellas no tenían por qué hacerlo.

—Si estás tan atenta a lo que hago o digo, habrás escuchado que hace unos días intentaron robarme el celular en el colectivo —expliqué—. Desde ese día decidí usar el código de seguridad, porque este aparato tiene todos mis datos bancarios, y si me lo llegan a robar, puedo tener muchos problemas.

—Cuando un caco roba un celu, lo primero que hace es apagarlo para que no lo localicen ¿no lo sabías? Y eso que trabajás en seguridad hace mil años —comentó ella.

—Que eso sea lo que se haga en general, no significa que no pueda llegar a pasar lo que te expliqué —dije.

La verdad era que me sentía humillado, porque la pendeja tenía razón. Pero eso no quitaba que yo le estaba diciendo la verdad, cosa que ni siquiera estaba obligado a hacer. No era la primera vez que se metía con mi trabajo. En una ocasión, en una de las pocas veces en las que se dispuso a entablar una conversación conmigo, me preguntó si no le molestaba ser la pareja de una mujer exitosa, mientras que yo tenía un empleo común y corriente que no parecía tener futuro.

—Nunca me molestaría por el éxito de la mujer que amo —le había respondido—. Además, no tengo pensado trabajar toda la vida en este rubro —agregué después.

—Bueno, pero ya tenés treinta y cinco ¿No? Y no tenés experiencia en otros trabajos. A tu edad, en el mercado laboral ya sos viejo ¿No lo sabías? Y encima sin experiencia en otros rubros…

Ese día estábamos en la sobremesa. Mariel se había puesto a levantar la mesa. Agos, como de costumbre, andaba con su amiga Mili, y Sami estaba muda en su asiento, aunque se notaba que estaba prestando atención a nuestra conversación.

—Mis conocimientos no se limitan a mi trabajo —dije, intentando hacer que se diera cuenta de lo equivocada que estaba—. Sé bastante de electricidad. Sólo es cuestión de hacer el curso y sacar la matrícula…

—Bueno, de vigilante a electricista, tampoco es el gran cambio —interrumpió ella.

Sami parecía avergonzada por lo que decía su hermana, pero no atinó a decir nada, como era natural. Mariel apareció en el comedor.

—¿Está todo bien? —preguntó, notando que el aire estaba tenso.

—Todo perfecto, sólo que Valentina está preocupada por mi futuro laboral —expliqué.

—Valen, ¿Ya te estás desubicando de nuevo? —dijo Mariel.

—No es nada, sólo estábamos charlando —le dije a mi mujer, para que la cosa no se hiciera más grande.

Esa había sido la primera vez que intentaba humillarme por mi condición humilde, pero no sería la última. Y ahora me salía con una nueva. ¿Qué carajos le importaba a esa mocosa si yo usaba códigos de seguridad en mi celular o no? Ni siquiera Mariel me había preguntado al respecto. Para ocupar la cabeza en otra cosa, me dispuse a leer ese mensaje que me llegó desde un número desconocido. Me sorprendió el hecho de que me hubieran mandado una foto. Eso me hacía pensar que no se trataba de spam después de todo. Abrí la foto.

Primero no entendí de qué se trataba, porque lo que veía me parecía muy familiar, pero a la vez no llegaba a recordar de qué se trataba. Era una foto de un celular… ¡El celular de Mariel! El aparato estaba encendido, y mostraba una conversación de WhatsApp. ¡qué carajos! Arriba decía el nombre con el que mi mujer guardaba a aquel contacto. “Apaib”. ¡Pero si eso ni siquiera era un nombre!

Un miedo premonitorio me atravesó el cuerpo. Un trueno retumbó muy cerca. Leí la conversación. “¿Por qué no me contestás? ¿Estás enojada?”, preguntaba Apaib. Como no recibía respuesta, le mandó otro mensaje. “Espero que no estés arrepentida”, le puso. Finalmente, Mariel le respondió: “No me arrepentí. Pero ya te dije que estoy en pareja. Así que…” dejó la respuesta en suspenso, como si fuera obvio lo que seguía. “Además, no me gusta que me escribas cuando ni siquiera sabés si estoy con él en este momento”, lo escribió ella después.

El alma se me cayó al suelo. La conversación era muy contundente. Su significado era imposible de negar. Vi a Valentina, que seguía concentrada en su celular. O al menos fingía estarlo. Una sonrisa se dibujó en sus labios gruesos. ¿Había sido ella la que me envió el mensaje? Sentí que la sangre me hervía.

—Pendeja de mierda —dije.



Continuará
 

heranlu

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La información que acababa de obtener me había tomado completamente desprevenido. Fue como si me hubieran dado una bofetada sin previo aviso. El mensaje era claro. No necesitaba que nadie me hiciera una traducción. El hecho de que aquel contacto estuviera registrado con ese nombre raro, “Apaib”, simulando ser el nombre de alguna empresa o institución, sumado a la corta conversación, dejaba en claro que Mariel me había convertido en un cornudo.

Lo que me daba rabia no era la infidelidad en sí misma. Yo no era ningún nene de pecho. En mi tierna juventud ya me habían despedazado el corazón, y lo había juntado pieza por pieza hasta tenerlo entero de nuevo. Ya había hecho de las mías también, tanto en mi adolescencia como en mi etapa adulta. De hecho, había llegado a la conclusión de que todo el mundo debería saber lidiar con la posibilidad de ser un cornudo. Es más, yo mismo, si bien le había sido fiel hasta el momento, no descartaba la posibilidad de tirarme un polvo por ahí. Pero el hecho de que fuéramos pareja desde hacía un tiempo relativamente corto, y que además habíamos empezado a vivir juntos, me habían hecho bajar la guardia. Realmente en ningún momento se me había ocurrido que Mariel fuera a cogerse a otro tipo. Pero evidentemente estaba equivocado. La vida siempre te daba sorpresas. ¿Y ahora qué? ¿Debía mostrarme como un macho orgulloso y marcharme? ¡Que hija de puta! si ella sabía muy bien lo mucho que la quería… y la necesitaba. Además ¿Por qué tanta desprolijidad? Si yo llegara a engañarla, como mínimo me hubiera tomado los recaudos necesarios para no dejar pistas, y así evitar lastimarla. Que una intelectual como ella no eliminara inmediatamente los mensajes de su chongo… qué estupidez.

Otro tema que me sacaba de quicio era el hecho de que alguien se había tomado la molestia de advertirme de esa infidelidad. Por eso, cuando vi a Valentina sonreír —mientras me miraba de reojo, según creí—, estuve seguro de que había sido ella la que me había brindado esa información. Desde un principio se había mostrado antipática y hostil conmigo. Seguramente quería que me fuera de la casa, y había encontrado la excusa perfecta para lograr que yo lo hiciera por cuenta propia.

—Pendeja de mierda —dije, casi por inercia.

Valentina desvió los ojos del celular. Me miró, recostada en el sofá, con los ojos bien abiertos, supuestamente sorprendida —si estaba fingiendo su sorpresa, lo hacía muy bien, pensé en ese momento—.

—¿Vos me mandaste el mensaje? —le pregunté.

—¿Qué mensaje? —dijo ella.

—No te hagas la tonta —respondí, acercándome a ella, furioso.

Era cierto que en sus manos tenía el mismo celular de siempre, y que a mí me había llegado la foto desde un número desconocido, pero sabía que a algunos celulares se les podía poner dos chips diferentes, así que ese detalle no aplacó mi ira. La agarré de la muñeca, dispuesto a quitárselo y obligarla a mostrarme lo que había en él.

—¡Soltame! —gritó, mientras la zamarreaba. Rita había aparecido, y empezó a ladrarme, aunque no se atrevió a morderme.

—¡¿Qué pasa!? —escuché decir a una voz femenina.

Estaba tan sacado que no la había escuchado abrir la puerta. Agostina estaba en el umbral, con un paraguas en la mano, el cual sacudía en la entrada, para finalmente meterse adentro de la casa.

—Se volvió loco —dijo Valentina, dirigiéndose a su hermana, como si con esa frase lo explicara todo. Luego, dirigiéndose a mí, gritó—: ¡Yo sabía que estabas loco!

—Esta… —dije. En el último momento tuve el temple suficiente como para no volver a llamarla pendeja—. Ella me mandó un mensaje de muy mal gusto —dije, sin atreverme a decir el contenido de aquel mensaje.

Creo que fue debido a mi aspecto desesperado que Agostina pareció entender que yo tenía motivos para estar furioso con su hermana.

—¿Es verdad? —le preguntó.

—¡Nada que ver! —dijo Valentina.

—Entonces que me muestre el celular —dije, y después, dirigiéndome a Valentina, insistí—. Mostrame el celular.

—No le muestro el celular ni siquiera a mis chongos de turno, y te lo voy a mostrar a vos, claro… seguí soñando machirulo—respondió ella.

—Valu, ¿Por qué no se lo mostrás? Así terminamos con esta escena desagradable de una vez —intervino Agos.

—¡Estás loca vos también! —dijo Valentina, y se fue, dejándonos solos. Rita le siguió los pasos.

Lo cierto era que Agos no se compadecía de mí, ni mucho menos. Ella sentía repudio por cualquier tipo de escándalo o situación mínimamente conflictiva. Para ella todo en el mundo debía ser lindo, prolijo, limpio y pulcro, como lo era la propia Agostina.

Valentina era definitivamente la que más hostil se mostraba conmigo, pero eso no significaba que con Agos nos lleváramos bien. Había algo en su mirada, en su andar, en su tono de voz, que dejaba en evidencia su complejo de superioridad. Aunque justo es decir que esa actitud la sostenía con casi todo el mundo. De las tres hermanas, era la mayor, contaba con veinte años, y ya había empezado la universidad. Era la más inteligente, al menos en lo que respectaba a cuestiones académicas. Si Valentina era machona, malhablada y vulgar, Agostina era la personificación de la femineidad, una femineidad estereotipada y de otra época quizás, pero así era.

A diferencia de Valentina y Sami, a ella la conocí el mismo día en el que fui a vivir a esa casa. Me sorprendió su aspecto. No tenía nada que ver con Mariel, ni mucho menos con Valentina. Según me había dicho mi mujer, ambas eran del mismo padre, mientras que Sami era hija de su siguiente pareja. Supuse que Agos había heredado los rasgos de su padre. Tenía la piel clara, y el largo pelo negro contrastaba de manera exquisita con ella. Su rostro era de facciones perfectas. Se parecía a su hermana en los labios gruesos y los ojos marrones, pero hasta ahí llegaban las coincidencias físicas. La cara tenía una forma ovalada y unos pómulos sobresalientes, que le otorgaban una belleza que la otra no tenía. Si Valentina derrochaba sensualidad, Agos irradiaba hermosura. Su cuerpo estaba perfectamente proporcionado. Le llevaba varios centímetros a su hermana, sus tetas eran grandes, pero no de un tamaño exacerbado, sino que estaban en sintonía con su cuerpo, al igual que su perfecto culo. Pero más allá de sus atributos físicos, todo en ella era finura. Mariel le decía “la princesa de la casa”, y no era para menos. Las formas que tenía de vestir, de hablar, e incluso de mirar, le daban cierto aire aristocrático. Era esto mismo lo que me fascinaba de ella, a la vez que me desagradaba, porque ella estaba perfectamente consciente de todas sus virtudes, y de la manera en la que la percibían los demás, y por eso tendía a mirar a todo el mundo por encima del hombro.

Agostina aborrecía cualquier tipo de trifulca, según entendía yo, debido a que ese tipo de cosas rompían con la armonía y la belleza que no solo estaban presentes en su aspecto físico, sino en todo lo que la rodeaba. Desde las ropas que usaba, hasta la habitación que ocupaba en la casa, los lugares a los que concurría, e incluso cualquier tipo de accesorios, como el estuche de su celular, todo ello parecía tener que haber pasado primero por el visto bueno de la chica. Cualquier lugar, objeto, o persona que no cumpliera con sus requisitos estéticos, simplemente no podían formar parte de su círculo social. No tardé en darme cuenta de que con Valentina mantenían una especie de guerra fría, en donde nunca se enfrentaban directamente, pero siempre aprovechaban para darle un palazo a la otra. No descartaba la posibilidad de que el hecho de haberle pedido que me mostrara el celular a su hermana era porque albergaba la esperanza de que yo tuviera razón, y así la otra recibiría una fuerte reprimenda de parte de su madre. De alguna manera era obvio a qué se debía esa rivalidad: ambas eran extremadamente diferentes. No voy a decir que eran polos opuestos, porque también tenían sus similitudes —por ejemplo, la vanidad y la capacidad de ser el centro de atención—, pero la vulgaridad de la otra contrastaba de manera violenta con la delicadeza de la mayor de las hermanas. Estaba claro que, tanto en la manera de vestirse de Valentina, como en lo exageradamente sinuoso de su cuerpo, eran un insulto al sentido de la estética que tenía Agos. Ni que hablar del hecho de que la primera parecía tener más admiradores y mucho mejor vida sexual —aunque esto último era una mera suposición—. Y es que, si bien Agos no tenía nada que envidiarle a su hermana menor, el hecho de que pareciera tan inalcanzable cohibía a la mayoría de los chicos que la conocían. Al menos eso era lo que podía deducir, armando un rompecabezas entre lo que me contaba Mariel cuando estábamos a solas sumado a las observaciones que hacía yo mismo.

No obstante, no había podido, al menos hasta el momento, aprovechar aquellas diferencias en mi favor. Yo era un tipo que vestía con pantalones de jean mal planchados y usaba ropa barata. Me cortaba el pelo de una manera simple, tipo americano, y no me lo volvía a cortar hasta que crecía mucho. Era pobre, y si bien no tenía malos modales, me desenvolvía de manera tosca, y a veces torpe. Para alguien como Agostina, que le daba tanta importancia a lo estético, yo era alguien tan simplón que rayaba lo despreciable. Y si bien esto fue una especulación de mi parte, en los primeros días de estadía en esa casa repleta de mujeres, no tardé en confirmar que mis sospechas eran reales.

Hubo una mañana en la que llegué a casa a primera hora de la mañana, pues me había tocado hacer el turno nocturno. Estaba sin ducharme, obviamente, y vestía una camisa vieja, de un color bastante desgastado, un pantalón arrugado, debido a que en el colectivo debía poner en mi regazo mi mochila, y finalmente una zapatilla que, si bien se mantenía entera, era obvio que tenía mil años de uso.

Agostina estaba a punto de salir. Estaba con su amiga Mili. Una chica casi tan delicada y bella como ella. Salvo que era rubia. Agostina me miró horrorizada, hasta parecía avergonzada por mis fachas. Mili la miró intrigada.

—Hola, soy Adrián, la pareja de Mariel —le dije a la chica.

Mili miró a su amiga, como no pudiendo creer que la renombrada escritora de la que Agos se sentía tan orgullosa de tener como madre, estuviera saliendo conmigo. Mili se presentó por su cuenta, porque Agos no atinó a decir nada. Cuando salieron a la calle, escuché, a través de la puerta, las risas burlonas de ambas adolescentes. Estaba claro que consideraban que no estaba a la altura de Mariel. Ese simple acto, que en otro contexto podría haber dejado pasar, me hizo enfurecer, pues de alguna manera respaldaba las ideas que me venía armando sobre la chica.

Lo que me daba más bronca era que esas mocosas —las hermanas—, que por momentos me parecían tan odiosas, me generaban una calentura impresionante. No fueron pocas la veces en las que me cogí a Mariel mientras alguna de ellas estaba en mi cabeza. Y tampoco fueron pocas las veces en las que jugué con la posibilidad de que, desde sus cuartos, escucharan como hacía gozar a su madre. En un rincón de mi mente, deseaba que supieran que era buen amante, y en un rincón aún más apartado, especulaba con la posibilidad de que se excitaran mientras oían los gemidos de su madre, propiciados por mi verga.

—¿Y qué fue lo que pasó? —me preguntó Agos.

Habíamos quedado solos en la sala de estar. Ella estaba despeinada debido al fuerte viento, y el paraguas no la había podido proteger del todo, ya que muchas gotitas habían caído en el chaleco de lana, y el pantalón de jean que llevaba puesto. Un pantalón que costaba una semana de mi trabajo. No me cabían dudas de que estaba ansiosa por irse a cambiar, ya que, para ella, ese aspecto que tenía ahora resultaba deplorable, pero sin embargo parecía dispuesta a esperar a que yo le contara de qué iba la cosa.

—Nada. Alguien me mandó un mensaje de muy mal gusto, desde un teléfono desconocido —expliqué. Sabía que toda buena mentira tenía gran parte de verdad, y estaba aplicando esa lógica con ella.

—¿Y pensás que fue Valu? —preguntó—. Debe ser realmente algo muy feo para que hayas reaccionado así —agregó después. Me pareció ver una pisca de pena en su expresión.

—Sí, aunque la verdad que no quería ponerme así.

—Valu es terrible, pero siempre va de frente. En eso la admiro —dijo Agos. Creo que era la primera vez que la escuchaba admitir abiertamente que sentía admiración por su hermana—. SI quisiera molestarte, con lo que fuera que diga ese mensaje que tanto te alteró, lo más probable es que te lo diría en la cara —agregó después.

—Pero si no fue ella… —dije, y me detuve a meditar sobre el tema—. Bueno, vos no creo que hayas sido, y Sami ni hablar.

A Agostina pareció divertirle mi deducción. Sonrió, como si lo que acababa de decir fuera una estupidez.

—Me voy a cambiar —avisó.

La princesa de la casa se fue a dar una ducha de agua caliente. No pude más que admirarla mientras la veía alejarse de mí. Siempre me sorprendió el hecho de que, a pesar de usar ropas aparentemente sobrias, se veía elegante y sexy, en las medidas justas y necesarias, con una precisión casi milimétrica. Ahora llevaba debajo del chaleco de lana una camisa mangas largas color blanco. La camisa estaba suelta, por lo que le cubría el trasero. Eso era algo que hacía casi siempre. Al principio no entendía por qué. Toda chica de su edad, con el orto bien redondito y parado, disfrutaba de presumirlo. Sin embargo, si bien no era de mostrarlo descaradamente, debajo de esas camisas que la cubrían, se notaba que había un culo respingón y perfecto. Agostina manejaba magistralmente el arte de la insinuación. Además, cuando por fin se decidía por vestir un pantalón bien ajustado, sin nada que la cubriera, el impacto visual era tremendo, y daban ganas de hacerle una radiografía mental al culo de la princesita, para no olvidarme jamás tal perfección.

Me fui a la cocina. Agarré de la heladera una birra y me senté a un costado a tomar en soledad. Saqué mi celular del bolcillo. Moría de ganas de llamar a Mariel y exigirle explicaciones. Pero sabía que primero tenía que pensar muy bien en lo que iba a hacer, así que me contuve. Por duro que fuera, no estaba preparado para irme de ahí. Al menos no en el corto plazo. Traté de ocupar mi mente en otras cosas, mientras miraba la lluvia, cada vez más salvaje, cayendo sobre el barrio. Cómo me gustaría devolverle la gentileza a mi mujer, pensaba para mí. Eso no solo me curaría el orgullo herido, sino que me permitiría perdonarla con mayor facilidad. Pero de momento no tenía a nadie bajo el radar, y ese fin de semana, estaba claro que ni siquiera iba a poder salir, ya que el cielo se estaba cayendo como si se tratara del fin del mundo.

Las únicas mujeres atractivas que tenía a mano eran mis hijastras. Pensar en esto me produjo una erección. Quién me iba a decir a mí que iba a ir a vivir en un lugar repleto de mujercitas hermosas. Por momentos era una verdadera tortura tenerlas tan cerca, ya que, si bien vivíamos bajo el mismo techo, sentía que nos alejaba una distancia invisible pero infinita. Uno de los peores momentos era los fines de semana, cuando se preparaban para salir a bailar. Ahí se ponían increíblemente perras, como si fueran a la guerra, y yo tenía que hacer un esfuerzo descomunal para no desviar la vista hacia esos cuerpos insultantemente jóvenes y preciosos, cada uno a su manera. Mientras me quedaba viendo la tele con Mariel, hasta tarde —los días en los que no salíamos—, había un desfile de minishorts, tops, botas, minifaldas. Un desfile de culos perfectos sobre piernas largas y torneadas. A la noche me desahogaba con mi mujer, tratando de disimular que estaba más excitado que de costumbre.

Agos tenía su punto. No era el estilo de Valentina lo del mensaje. Ella probablemente me lo hubiera dicho directamente, o al menos me hubiera hecho alguna insinuación que provocara que yo le pidiera explicaciones a Mariel. Además, en el forcejeo que habíamos tenido, me pareció ver que en ese momento estaba utilizando Instagram. No estaba seguro de ello, pero al menos no vi ninguna ventana de chat. Pero entonces ¿Quién carajos había sido? Según me parecía, la foto del celular de mi mujer había sido sacada mientras este reposaba en la mesa de luz de nuestra habitación, pues se veía, alrededor del aparato, el color marrón de la madera. Así que tenía que haber sido alguna de ellas. Para Agostina yo era una especie de mancha de salsa en medio de un mantel blanco. No me cabían dudas de que deseaba que me fuera de ahí. Pero ella no sabría cómo lidiar con el encontronazo que había tenido con Valentina. No me la imaginaba armando semejante lío. Ella era de esquivar los problemas, no de generarlos. Y Sami… ella ni siquiera entraba en mi lista de sospechosas. Aunque la risa que había largado Agos me había dejado pensando. ¿Sería que también tenía algún tipo de enfrentamiento con la hermana menor? Si era así, nunca lo había notado.

—¿Tomando tan tempano?

Agostina apareció en la cocina. No me había dado cuenta, pero habían pasado casi una hora desde que me recluí ahí, y empecé con mis cavilaciones. Ya tenía dos botellitas de cerveza vacías sobre la mesa y muchas teorías en la cabeza.

—No es temprano. Es de noche —dije, señalando el oscuro paisaje que se dejaba ver a través de la ventana que daba al fondo.

Agos llevaba el pelo largo suelto. Se notaba que lo había secado con el secador de pelo, aunque aún se veía húmedo. Era un pelo muy negro, muy lacio, muy largo, y muy brilloso. El tipo de cabello que las mujeres suelen admirar y envidiar, mientras que los hombres apenas atinamos a reparar en que es bonito. Vestía un suéter beige y un pantalón negro brilloso, que parecía ser de cuero, aunque imagino que era de otro material. Dos grandes aros dorados colgaban de sus orejas —orejas chiquitas y lindas—. De alguna manera esos aros y el cabello negro hacían de un perfecto marco para la preciosa geta de la pendeja. Las cejas estaban depiladas, las había dejado muy finitas. Las pestañas muy arqueadas, y se había puesto una sombra de ojo color azul. Pequeños detalles, puestos con una precisión matemática, que convertían a su cara en una obra de arte.

—Hablé con Valu. Ya se le pasó un poco el enojo —dijo.

Abrió la alacena y bajó el edulcorante. El pantalón negro le calzaba como guante. Ya con los efectos del alcohol me sentí sumamente agradecido de que apareciera en la cocina y me mostrara ese hermoso orto que en general estaba cubierto.

—¿En serio? —dije.

En efecto, se escuchaba la televisión a todo volumen en la sala de estar, señal de que Valentina andaba por ahí. Agos se preparaba un té, dándome la espalda. No pude evitar perder la vista en la costura del pantalón que separaba las carnosas nalgas de la pendeja. Pero no me limité a ojearle el trasero. La miré de arriba abajo. El pelo le llagaba casi hasta la cintura. Su figura era de curvas sutiles, armónicas. Sus manos, con las que revolvía el té, tenían las uñas pintadas y con brillos.

—¿Pensás salir? —dije, pensando que ese era un pantalón que normalmente usaría para salir a bailar. Si bien era cierto que le gustaba producirse y verse bien incluso para salir a comprar al supermercado, no podía evitar pensar que el hecho de que eligiera ese pantalón y de que me diera la espalda durante un buen rato, era algo totalmente premeditado.

—No, con esta lluvia, mejor me quedo en casa.

Me parecía raro tenerla ahí, casi como si fuéramos cómplices. Casi como si me estuviera apoyando. Aunque lo mejor era el simple hecho de que esa princesita estuviera cerca de mí. Hay muchas personas que no entienden lo alegre que puede poner a alguien simple como yo, el hecho de estar rodeado de belleza. La sola presencia de Agos, que esta vez se mostraba afable, me estaba poniendo de buen humor.

—¿Ya llamaste a mamá? —quiso saber—. Lo pregunto, porque si lo hacés ahora, puede que se dé cuenta de que estás tomando.

—Pero si todavía falta mucho para que me ponga en pedo —dije.

—Sí, pero viste como es mamá —explicó ella, para luego sorber un trago de té. No pude evitar pensar en que no, no sabía cómo era su mamá. Y lo que me dijo a continuación, de alguna manera confirmaba esa afirmación, pues no conocía ese lado de mi mujer—. Con eso de que es escritora, está atenta al mínimo detalle. Un pequeño cambio en tu tono de voz, y enseguida te saca la ficha —añadió después—. No es que sea nada grave. Pero con esta tormenta es mejor que estés con todos los sentidos en alerta. Acordate que estamos bajo tu cuidado —dijo.

Se había sentado a mi lado. El perfume de su cuello y cabello repelió el del alcohol.

—Pero si ustedes se pueden cuidar solas —dije yo.

—Lo sé. Pero por si no te diste cuenta, mamá tiene la costumbre de estar poniendo a prueba a todo el mundo —Al decir esto, acercó su rostro y empezó a susurrar, como si lo que estuviera diciendo fuera un secreto. Creo que era la primera vez que la tenía tan cerca. Sus labios tan cerca…— Y casi siempre lo hace sin que el otro se de cuenta —siguió diciendo la mayor de las hermanas, develándome más cualidades desconocidas de mi mujer—. Estate seguro de que cuando vuelva va a preguntarnos cada cosa que hayas hecho, y va a analizar cada uno de esos actos, hasta emitir un juicio. Así es ella.

—¿Estás con fiebre? —dije, tocándole la frente—. Creo que recién hablaste más de lo que me hablaste en estos meses en los que estoy viviendo con ustedes.

—Es cierto —reconoció—. Ya sabés, nunca estoy en casa…

—Siempre en lo de Mili —comenté, como al pasar—. Parece que ella es la única que cumple con tus altos estándares de calidad a la hora de vincularte con alguien —solté después.

De repente su mirada se ensombreció.

—No sabés lo que estás diciendo. Vos no me conocés —dijo.

—No. Es verdad. No te conozco ni a vos, ni a Valu, ni siquiera a Sami —me sinceré—. Son tres incógnitas. Seis pares de ojos que me miran de manera desconfiada. O al menos cuatro de ellos —agregué después, excluyendo a Sami, como siempre. Aunque también como siempre lo hice con ciertas dudas.

—Estás equivocado —dijo ella, poniéndose de pie.

Se puso a lavar el pocillo. Yo me levanté para deshacerme de las botellas de cerveza. Ahora estaba muy cerca de ella… Detrás de ella. Su aroma me atraía. El aroma de una pendeja cheta y creída, que sin embargo en ese momento había sido amable conmigo. Lo suficientemente amable como para que me sintiera confundido. La misma mocosa que se había reído de mí en varias ocasiones, que cuando me miraba hacía un gesto como si estuviera oliendo mierda de perro, había ido a calmarme y a darme algunos consejos. Era cierto que vivía con ellas hace relativamente poco, y quizás las había prejuzgado. Pero aún tenía mis reservas.

Me dio la impresión de que mientras lavaba el pocillo, demoraba de manera exagerada. Y se había puesto ese pantalón… Y había ido a verme… Una vez más me pregunté quién era el afortunado que se movía a semejante pendeja. Quienes se cogieran a las hijas de Mariel deberían bañarse la verga en oro y convertirla en una escultura. Que rico olor, pensaba, mientras el agua caía sobre el pocillo y sobre las delicadísimas manos de mi hijastra. Qué rico olor.

No recuerdo el momento exacto en el que sucedió. Pero de repente, mi nariz estaba muy cerca de su cabeza, casi apoyándose en ella. Aspiré profundamente. Me incliné para tirar las botellas vacías en el tacho de basura que estaba muy cerca de ella. Miré su orto de cerca, durante un instante. Me pareció más profundo de lo que lo recordaba. No tanto como el de Valentina, claro está, pero se veía realmente pulposo. Me pregunté si su orto olía tan bien como su cuello y su pelo. Seguramente se bañaba a consciencia, pasaba varios minutos en el bidet, y se mantenía siempre depilada. Seguramente su orto olía a flores.

—Vamos a ver un peli con Valu y Sami —comentó, ahora poniéndose a secar el pocillo mientras yo me erguía—. Bueno, vamos a hacerlo cuando Sami termine de ver el dorama cursi que tanto le gusta. ¿Querés verla con nosotras?

La invitación me tomó por sorpresa. No solíamos tener actividades juntos. Salvo las cenas, en donde siempre alguna de ellas estaba ausente, jamás habíamos pasado el tiempo juntos. Mucho menos sin Mariel de por medio. Pero de todas formas no me parecía buena idea.

—Mejor no. Después de la pelea con Valentina… —dije.

—No seas tonto. ¿Te pensás que Valu no es capaz de entender que estás pasando por un pésimo momento y te equivocaste? Además ¿Qué otra cosa mejor tenés que hacer tenés?

—Bueno, ahora veo —dije.

Agos me dejó solo en la cocina. Salí a tomar aire. Era increíble lo que me calentaba esa pendeja. Si me hubiera quedado un ratito más a su espalda, si hubiera puesto su boquita de nuevo tan cerca de la mía, si seguía mostrándome el orto… no sabía qué iba a hacer.

Aspiré profundamente el aire frío, mientras veía la tormenta, imparable, seguir su curso. Sentí la dureza del celular en el bolcillo. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no sacarlo y marcar al número de mi mujer. Estaba furioso con Mariel. Pero estaba con las manos atadas, totalmente impotente. Nuevamente pensé en que sería una excelente venganza cogerme a una de sus nenas. Aunque lo ideal sería que ella no se enterara, porque si lo hacía, tendría derecho de echarme a patadas, porque mi falta sería mucho más grave que la suya. Pero, aunque no pudiese refregárselo en la cara, al menos dejaría de sentirme patético al estar con una pareja que me fue infiel y que no me animaba a dejar. Por mucho que pensara en la necesidad de romper con ella, siempre volvía a la resolución inicial: no estaba en condiciones de hacerlo. Así de triste era la vida adulta. No se podía dejar de lado la cuestión económica al momento de decidir el futuro de una relación. Mucho menos si se vivía en Argentina.

Me metí a la casa. No podía pasar todo el día —y mucho menos todo el fin de semana—, afuera, ni tampoco en la cocina. Pensé en ir a mi cuarto un rato, o ir a preguntarle alguna cosa a Sami, para hacer algo de tiempo. Pero tampoco podía estar escondiéndome. Además, se suponía que tenía que mantenerme cerca de las chicas para estar seguro de que todo estuviera bien.

Recordé que Mariel había mencionado que las chicas estaban “raras”. Y ahora Agostina me había contado que su madre parecía ser mucho más rigurosa de lo que parecía. Según ella, les sacaría información sobre absolutamente todo lo que sucediera esos días. ¡Qué caradura! El que tendría que estar controlándola era yo a ella, y no al revés. Pero la cuestión es que había muchas cosas que sucedían en la casa, sobre todo relacionado en cómo se llevaban todas esas hembras entre sí, que yo desconocía por completo.

Pasé por la cocina, no sin rememorar en lo cerca que estuve de Agos. Incluso hasta me pareció sentir la estela de su perfume, aun impregnada en el lugar. En la sala de estar se encontraban las dos hermanas mayores. Agos sentada en uno de los sofás individuales, con la espalda recta. Valentina, recostada sobre el sofá más grande, como una emperatriz egipcia. La cabeza apoyada en la mano, cuyo codo recibía todo el peso. Nuevamente noté que no tenía corpiño. Las tetas caían por su propio peso a un costado. Los pezones quedaban en relieve, debajo de esa remera blanca que estaba usando. Se había puesto una calza. Los labios vaginales se marcaban en ella. Hasta parecía que la elástica tela se le metía adentro, violándola. Había especulado con que Agostina se mantenía depilada ahí abajo, pero con Valentina no necesitaba de especulaciones. Se notaba que ambas estaban hablando entre ellas. Probablemente sobre mí, según deduje.

—¿Ya se te pasó la locura? —preguntó Valentina.

—Valu… —dijo Agos, a punto de reprenderla.

—No, si tiene razón, me puse un poco loco —admití—. Prefiero no entrar en detalles…

—Entonces no hace falta que lo hagas —interrumpió Agos.

—Pero sí hace falta que te pida disculpas —dije, dirigiéndome a Valentina—. Si no fuiste vos la que me mandó eso… entonces te pido perdón.

—Ya fue, está todo piola —respondió ella.

—Pero ¿No te lastimé la mano? —quise saber.

—No tenés tanta fuerza —dijo ella.

Agostina era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que mis disculpas no eran reales, ya que no terminaba de creer que Valentina no había sido la responsable del mensaje, pero la más chica de las dos pareció no percatarse de ello. De todas formas, no tenía ninguna prueba, por lo que me tocaba hacerme el tonto. Era cierto que el mensaje no tenía la firma de Valentina, pero no se me ocurría otra persona que me quisiera molestar de esa manera. Me pregunté si le contarían a su madre lo sucedido, respondiéndome que era altamente probable. La propia Agos lo había dicho. Mariel les sacaría toda la información, y el hecho de que ambas chicas estuvieran al tanto de la trifulca, hacía menos probable que se mantenga en secreto. ¡Pero qué mierda me importaba! Si mi mujer quisiera reprenderme por eso, simplemente le diría el motivo del enfrentamiento, y entonces la que tendría que dar explicaciones sería ella.

—Sentate Adrián —me invitó nuevamente Agos.

—Dale, hagamos de cuenta que de esta manera firmamos la pipa de la paz —dijo para mi sorpresa Valentina—. Vamos a ver Batman vs Superman.

—¿Y Sami? —pregunté.

—En su mundo, como siempre —comentó Valentina.

Las películas de superhéroes me tenían —como decía un compañero de trabajo— las bolas por el piso. Pero necesitaba distraerme, y encerrarme en mi habitación —mía y de Mariel—, en ese día tan oscuro, no parecía una buena idea. Más teniendo en cuenta que en ese cuarto ni siquiera tenía televisor.

—Bueno, me prendo —accedí al fin.

Me senté en el sofá de dos cuerpos que quedaba libre. La película resultó peor de lo que esperaba. Ni siquiera cumplía con las expectativas de las chicas, que sí disfrutaban de ese tipo de filmes. Se las veía aburridas. Cada tanto las miraba de reojo. ¿Cuándo había estado tan cerca de dos pendejas tan hermosas como esas? Además, el hecho de que fueran tan diferentes hacía pensar que tener a ambas en la cama sería una combinación perfecta. Valentina, con esa calza que se le metía en sus partes, como escarbando en ella, y esas tetas que parecían apenas contenidas en el sofá, daba la impresión de ser la más puta de las dos. Recordé que hacía unas horas la había pescado escarbando su oreja. Esa imagen se transformó hasta el punto de que me imaginé perforando su culo. Imaginaba que no era de decir que no a nada. Agos en cambio, era tan pulcra, que me costaba imaginarla entregando el culo o tragando semen. Era muy raro que una chica tan hermosa como ella fuera los que en Argentina llamamos gauchita. Habría que ser sumamente cuidadoso con esa princesa, tanteando de a poco, hasta descubrir qué cosas le gustaba que le hagan, y qué cosas no.

Tales fantasías me provocaron una potentísima erección. Tan potente como esas intempestivas empinadas que ocurrían mientras uno dormía. Estiré mi remera, para cubrirme. Pero lo cierto es que, si alguna de ellas miraba a esa zona, de todas formas, notaría que debajo de la remera había algo erguido y tieso. Yo no podía dejar de mirar, cada tanto, la rajita de la concha de Valentina, y la preciosa cara de Agos, no sin olvidarme del tremendo culo que ahora no estaba ante mi vista.

Y entonces se cortó la luz.

—La puta madre —se quejó Valentina.

—De todas formas, no estaba tan buena —dijo Agos.

Estábamos sumidos en la completa oscuridad, pues si bien apenas eran las cinco o seis de la tarde, el día hacía raro que se había convertido en noche. Agostina se puso de pie y, guiándose por la luz de la linterna de su celular, se acercó a la ventana. Yo la imité, con celular en mano, fui hasta la ventana. La lluvia era tan potente, que más que gotas, parecían estar cayendo chorros de agua.

Valu apareció a mi lado. En ese momento me di cuenta de que aún tenía la erección totalmente óptima. Retrocedí un poco, para asegurarme de que no la notaran. Pero eso no fue una buena idea, pues ahora tenía a los dos espectaculares ortos de esas adolescentes frente a mí. Apunté el haz de luz, a media altura, para poder ver las siluetas de esos culos. En efecto, el de Valentina era enorme en comparación al de su hermana. Era increíble que, con ese tamaño tuviera una forma perfecta. Era una enorme circunferencia que se mantenía firme. La calza, al igual que lo hacía con su sexo, se metía en la raya del culo de manera violenta. El de Agos era también muy carnoso, aunque su voluptuosidad se mantenía dentro de los parámetros “normales”. Sus nalgas tampoco estaban tan separadas como la de su hermana. Pero más allá de cualquier comparación, cualquiera de esos traseros serían un manjar para cualquier hombre.

Mi verga dio un salto. Y me di cuenta de que mi remera ya no me protegía.

—Parece que es algo que sucedió en toda la cuadra —comentó Agos—. No veo ninguna luz encendida.

—De todas formas, voy a ver si saltó la térmica —dije, encontrando la excusa perfecta para marcharme de ahí.

Me fui hasta el cuarto de luz, no sin temer que justamente en ese momento apareciera Sami. ¡Sami! Recordé de repente. ¿No se abría asustado por la tormenta? Pero de todas formas primero me fui a ver la térmica. Aproveché la soledad para acomodar mi verga. Pero no pude hacer que se me bajara. La apreté con el elástico del bóxer, logrando disminuir el bulto, aunque no desaparecerlo. Como era de esperar, la térmica no había saltado. El corte de luz no era algún problema de la casa, sino de toda la zona, tal como había dicho Agos.

Volví por mi camino. En ese momento me di cuenta de que me quedaba muy poca batería en el celular. No tenía idea de cuándo regresaría la energía eléctrica, por lo que decidí apagar la linterna, y regresar tanteando el camino. Fui por la oscuridad, sin dejar de pensar en la infidelidad de Mariel y en las ganas que tenía de desquitarme con las hermosas perras que tenía por hijas.

Entonces me tropecé con alguien. Alguien que también andaba por la oscuridad.

—Perdón —dije.

Cuando lo hice, me pareció sentir su cadera. Y ella, muy a mi pesar, había sentido mi erección en ella. Pero solo fue un segundo. Quizás creería que la dureza que había hecho contacto con ella era la del celular. Pero no tuve tiempo de convencerme de eso, ni de sentirme avergonzado. Porque luego ocurrió algo increíble. Antes de que pudiera preguntar de quién se trataba, quién era la que se había topado conmigo en la penumbra, una mano se posó sobre mi verga.

Quedé sin palabras, sin siquiera poder moverme, totalmente petrificado. Y por si fuera poco, ese contacto no solo fue premeditado, sino que no pretendía ser algo efímero. La mano, de dedos delgados empezó a masturbarme por encima del pantalón. No tardé en empezar a jadear, totalmente entregado a la sorpresa y el placer. Mi hijastra —quién sabía cuál de ellas era—, frotaba la verga todo a lo largo.

La agarré de la muñeca, y tironeé de ella, para llevarla al cuarto de luces y cogérmela de parado ahí. Pero en ese momento, ella se soltó, y salió corriendo en medio de la oscuridad, sin haber dado la cara, dejándome totalmente confundido, y completamente excitado.



Continuará
 

heranlu

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Ese fin de semana se estaba tornando ya no extraño, sino retorcido. Desde el clima inusualmente violento, pasando por la infidelidad de mi mujer, hasta el enfrentamiento con Valentina, y finalmente el manoseo que sufrí saliendo de la sala de luces. En efecto, alguien había abusado de mí, cosa que estaba muy lejos de hacerme sentir indignado, sino más bien intrigado.

Sin embargo, la enorme sorpresa que me produjo el hecho de que una de mis hijastras me había magreado la verga, que además en ese momento se encontraba, casualmente, totalmente erecta, había tenido el efecto de que no pude reaccionar con la suficiente rapidez ni vehemencia como para deducir de cuál de ellas se trataba. Cuando por fin me recuperé de mi estupefacción, me acomodé el miembro nuevamente, para ocultar todo lo que podía su dureza, y me dirigí, tanteando, hasta la sala de estar. Maldije mi suerte. La culpable se había movido con rapidez y agilidad y ya ni si quiera escuchaba sus pasos. Si pudiera identificar a quien me había abordado en la oscuridad, podría concretar mi venganza contra Mariel. Me cogería sin dudarlo un segundo a esa pendeja atrevida que me había provocado y se había arrepentido en el último momento. ¿Por qué mierda no la arrastré hasta la sala de luces cuando tuve oportunidad de hacerlo? Por el momento debía quedarme con la intriga —y con las ganas—.

Cuando llegué al ******, estaba todo oscuro. La única iluminación que había era la de las pantallas de los celulares de las chicas, que me mostraban sus localizaciones. Agos estaba al lado de la ventana, y Valentina había vuelto a colocarse en el sofá grande. Luego noté que había una tercera pantalla iluminada. La tenue luz alumbraba el rostro de una chica rubia de ojos claros. Era un rostro hermoso, tan hermoso como el de Agos, salvo por el detalle de que aún conservaba ciertos rasgos aniñados, cosa que no era de extrañar, pues apenas contaba con dieciocho años. Sami había hecho acto de presencia.

Entonces volvió la luz.

—No nos confiemos —dijo Agos, volviendo al centro de la sala de estar—. Con este clima es probable que vuelva a cortarse la luz. Va a ser mejor que ahorremos la batería de los celulares.

—Mierda, a mí me queda solo el cinco por ciento —se quejó Valentina.

—¿Te vas a quedar ahí parado toda la tarde? —me preguntó Agos.

Los seis pares de ojos me miraban con cierta expectación, aunque no pude ver atisbos de culpabilidad en ellos. Fuera quien fuera a la que me crucé en la oscuridad, estaba disimulando demasiado bien. Además, la presencia de Sami me descolocaba por completo, porque hasta el momento no había considerado en la posibilidad de que hubiera sido ella. De hecho, aún me costaba imaginarlo, pero no podía negar que las probabilidades no eran nulas. La fuerte tormenta había camuflado el sonido de los escalones crujir mientras ella bajaba, por lo que tranquilamente pudo haberlo hecho cuando yo estaba en la sala de luces.

Rogando que mi erección no se notara, me fui a sentar al lado de Sami, ya que era el único lugar libre, pues Valentina parecía negada a compartir el sofá con alguien más. Ahí estaban las tres hermanitas. La fina y elegante Agos, la despampanante y mal hablada Valentina, y la tímida y silenciosa Sami.

Prendimos el televisor, para terminar de ver la película, aunque a ninguno le había gustado mucho, y Sami ni siquiera la había visto desde el principio. Las chicas hablaban entre ellas cada tanto, y yo me sumí en mis pensamientos. Una de ellas me había acariciado la verga hacía apenas unos minutos. Una de ellas sentía una atracción hacia mí lo suficientemente fuerte como para realizar tal acción. Una de ellas se estaba haciendo la tonta, actuando con total normalidad frente a las demás.

Hice lo posible por capturar alguna mirada subrepticia, algún gesto de nerviosismo, cualquier cosa que pudiera poner en evidencia a la asaltante, pero no noté nada demasiado llamativo como para estar seguro de quién se trataba. Además, sabía que debía tener cuidado, porque en el estado exaltado en que me encontraba, corría el riesgo de malinterpretar cualquier actitud que pudieran tener.

Si bien no tenía ningún motivo concreto que me llevara a ello, de alguna manera Valentina era la que más sospechas me despertaba. De hecho, si tuviera que traducir mis sospechas a números, diría que había un cincuenta por ciento de probabilidades de que haya sido ella. Lo que me impulsaba a llegar a tal conclusión era la manera en que sucedieron las cosas. Es decir, un manoseo sin consentimiento en plena oscuridad… Esa acción deleznable era más típica en los hombres, que solían manosear culos de desconocidas en boliches o recitales, aprovechando el anonimato y la penumbra. Y la que tenía una actitud más varonil, por lejos, era Valentina. Ahora bien, ¿Por qué lo había hecho? ¿Para molestarme? Se me ocurrió que quizás pretendía contarle a su mamá lo que había sucedido, y si yo no le dijera nada antes que ella, quedaría expuesto. Pero no, no podía ser eso. Ese no era el estilo de Valentina, además que de esa manera ella misma quedaría mal parada ante su madre. Otra idea que se me cruzó por la cabeza fue que lo hizo simplemente porque se vio tentada a hacerlo. Siempre había aceptado la atracción sexual que me generaba esa pendeja maleducada, pero nunca había pensado que ella podría sentir algo parecido por mí. Pero ahora no podía descartar esa posibilidad. La miré de reojo. Estaba viendo la película sin prestarle mucha atención, y a pesar de haberse quejado de que le quedaba poca batería al celular, no dejaba de mirarlo a cada rato, y eso que ni siquiera se había tomado la molestia de ponerlo a cargar mientras había electricidad, error que yo mismo había cometido, y que más adelante me recriminaría. Pero en ese momento mi cabeza estaba sumergida en intentar descubrir a la asaltadora. Valen había vuelto a su pose de emperatriz egipcia, y el gesto de desdén que había en su semblante en ese momento le otorgaba un extraño atractivo extra. La calza ceñida que llevaba puesta era demasiado tentadora —su sexo se marcaba de manera desvergonzada—, por lo que tuve que desviar mi vista enseguida. Justo había logrado que comenzara a ablandarse mi verga, pero con solo observar a mi hijastra más díscola había bastado para que comenzara a empinarse de nuevo.

A Agostina le otorgaba un treinta por ciento de probabilidades. Si bien parecía incapaz de realizar esa clase de actos, lo cierto es que no la conocía lo suficiente como para hacer tal afirmación, por lo que cualquier juicio que había emitido sobre ella, eran puras especulaciones. En cambio, el simple hecho de que en ese momento estuviera bajo mi mismo techo, la convertía en sospechosa, ya que forzosamente tenía que ser una de ellas. La idea de que alguna desconocida se había metido en la casa exclusivamente para palpar mi miembro viril era tan improbable como hilarante. Además, la charla que habíamos tenido hacía un rato, en donde se había mostrado sensible ante mi estado de ánimo, me daba mucho en qué pensar. La princesa de la casa tendía a parecer fría y distante, pero hacía apenas unos minutos, justo el día en el que su madre estaba lejos, se había mostrado de una manera muy diferente. Era raro pensar en la posibilidad de que una muñequita perfecta como ella sintiera la necesidad de sentir la dureza de mi pija, pero si no había sido Valentina, todas las fichas estaban puestas en ella.

—¿Todo bien?

Un susurro dulce en mi oído me sacó de mi ensimismamiento. Se trataba de Sami. Me pregunté si había notado que estaba observando con atención a sus hermanas, o peor aún, si había notado mi erección. Apenas había posado la mirada en esas pendejas hermosas por unos segundos, pero si me había pescado en el momento justo, era probable que hubiera notado el brillo libidinoso en mis ojos. Observé de reojo a mi entrepierna. La remera cubría mi verga, aunque se notaba una protuberancia debajo de ella. Solo quedaba esperar que no mirara en esa zona con demasiada atención.

—Todo bien ¿Y vos? ¿No te asustaste por la tormenta? —le dije, también hablando bajo, para no molestar a las otras.

—Un poco… Por eso bajé, y justo se cortó la luz —respondió.

Sami se arrimó a mí. Su pierna estaba pegada a la mía, y su cabeza se apoyó en mi hombro. Eso representaba otra sorpresa en ese día lleno de sorpresas. De las tres, Sami era la más cercana a mí. Era la que mejor se llevaba conmigo, y la única que no había mostrado nunca hostilidad hacia mi persona. No obstante, a pesar de que siempre hubo una conexión entre ambos, no habíamos llegado a intimar demasiado, ya que ella era muy cerrada, según creía yo, debido a su timidez y a su inmadurez. Cada vez que intentaba saber algo de ella, me respondía con frases escuetas, por lo que dejé de intentar penetrar en su personalidad, y dejar de molestarla, pues sabía que cuando un adulto indagaba de más en la vida de un adolescente, tendía a causar un efecto negativo en ellos. En todo caso que hablara cuando tuviera ganas de hacerlo. Por eso me asombró sentir su cabeza apoyada en mi hombro. De todas formas, actué con normalidad —o intenté hacerlo—. Valentina y Agos no parecieron extrañadas por la escena.

De mis tres hijastras, Sami era la única con la que no tenía frecuentes fantasías sexuales. Esto se debía no solo a su edad, ya que apenas acababa de cumplir la mayoría de edad, lo que me representaba cuestionamientos éticos, sino a que, a pesar de ser una chica hermosa, rara vez mostraba su belleza física. Solía usar remeras y pulóveres varios talles más grandes de lo que le correspondía, lo que generaba que su figura se ocultara. Lo único que quedaba siempre a la vista era su hermoso rostro de enormes ojos azules, esos ojos que le daban cierto aire de anime japonés que a mí me volvía loco, pero más que lujuria me generaba ternura.

Sin embargo, tal como dije más arriba, no tenía frecuentes fantasías sexuales con la adolescente misteriosa, de lo que se deduce que sí las tuve en alguna que otra ocasión.

Un día en el que yo volvía del trabajo, cuando todavía no había anochecido, me encontré con la casa casi vacía. Mariel estaba dando uno de sus talleres literarios en un centro cultural de Capital. Agos no estaba, por lo que asumí que se encontraba en lo de Mili. Me di cuenta de que Valentina tampoco se encontraba, pues si estuviera en la casa, su presencia se notaría enseguida. Sabía que Sami había vuelto de la escuela (cursaba el último año), y seguramente estaba encerrada en su habitación, ya que su vida social era muy limitada y no solía salir. Pensaba en ducharme y luego empezaría a preparar la cena.

Pero entonces escuché un grito.

Corrí, escaleras arriba, hasta llegar a la habitación de Sami. Abrí la puerta, sin molestarme en golpear, pues el grito había estado cargado de miedo y desesperación. Rita me había seguido, también llevada por la preocupación, y lanzaba ladridos para avisar que ya iba en auxilio de la chica.

Sobre la cama estaba la pequeña Sami. Se encontraba con el pelo mojado, y el cuerpo húmedo. Por lo visto se acababa de bañar. Lo único que la cubría era una toalla que estaba envuelta en su cuerpito, atada en un nudo a la altura del pecho, que le llegaba hasta los muslos. Sami estaba en la cama, con la piernas contraídas, mirando a un lugar en la pared.

—¡Una cucaracha! —exclamó la chica, señalando un punto invisible.

Me quedé un rato tratando de procesar la información. En mi vida en los barrios bajos del conurbano, una cucaracha era un problema menor, por no decir insignificante. Podría entender tanto escándalo si se trataba de una rata o incluso de una laucha, pues yo mismo sentía asco por esos roedores, pero una cucaracha… De todas formas, traté de entender que se trataba de una chica frágil, que además era la menor de la casa, y durante su niñez seguramente había sido sobreprotegida, por lo que no tenía ni puta idea de cómo lidiar con las situaciones más simples a las que te enfrentaba la vida.

Se había quedado, horrorizada, señalando a la pared, a pesar de que en ese momento el bicho ya no estaba en ese lugar. Rita empezó a ladrar, furiosa, en dirección a donde señalaba la mas pequeña de sus dueñas. Me quité una zapatilla. Busqué al bicho, hasta que lo encontré en un rincón, y lo aplasté.

—Ya está —dije—. Ya pasó.

Vi si la pequeña rubiecita se encontraba bien. No dejaba de resultarme un tanto ridículo que se haya puesto como loca por algo tan insignificante. Su rostro apenas empezaba a relajarse, y todavía conservaba ciertos rastros de horror, sobre todo en sus expresivos ojos, los cuales brillaban por las lágrimas que estaban a punto de salir.

Pero hubo algo que hizo que el incidente de la cucaracha quedara olvidado por un momento. Resulta que era la primera vez que veía a Samanta sin esas prendas que ocultaban su silueta. Si el impacto de ver a Agos con un pantalón ceñido era enorme, observar a Sami casi desnuda era algo que me dejaba sin aliento. No solo tenía curvas pronunciadas, debido a sus caderas, que resultaron ser más anchas de lo que había imaginado, sino que poseía una par de grandes y erguidas tetas. Ahora parecía un personaje de anime, pero de un anime convencional, sino de uno hentai, de esos en donde tipos de mi edad se la pasan sometiendo sexualmente a chiquillas con rostros infantiles y cuerpos sensuales, exactamente iguales al de mi pequeña hijastra. Otra cosa que me resultó muy tentadora fue el hecho de que la toalla la cubriera lo justo y necesario, y en la posición en la que estaba, podía ver sus carnosos muslos húmedos y si me lo proponía, incluso podría haber visto su sexo. Me preguntaba cómo estaría su pelvis. Dudaba que ya hubiera empezado a depilarse. Seguramente tenía una hermosa mata de vello dorado. Se me hizo agua la boca.

No obstante, mi inspección duró apenas un instante —un instante que no me borraría nunca de la cabeza—. Saqué de mi bolcillo un pañuelo descartable, y lo utilicé para agarrar a la cucaracha muerta que había quedado aplastada contra la pared.

—Quedó sangre y pedacitos del bicho en la pared —dijo ella, casi sollozando, todavía imposibilitada de liberarse del impacto que le había generado ver a aquel enorme insecto.

Estuve a punto de decirle que de eso ya se podía ocupar ella misma. Además, me había molestado que ni siquiera me hubiera dado las gracias. Pero en un rapto de lujuria, aproveché eso para estar un rato más a solas con esa preciosura que se encontraba semidesnuda, después de meses de haberme ocultado sus atributos. Lancé a la cucaracha al inodoro y tiré de la cadena. Agarré un trapo, lo mojé y fui a limpiar la pared. Ahora Sami estaba de pie. Un mechón del cabello rubio, lacio, le cubría su rostro. Pequeñas gotitas de agua brillaban sobre sus pechos y sus piernas. Empecé a frotar los restos de la cucaracha, mientras ella se mantenía detrás de mí, como si temiera que otros bichos salieran de la nada para atacarla.

—Gracias. Me salvaste —dijo al fin, cuando terminé mi tarea.

De repente pareció darse cuenta de que no estaba vestida. Se sonrojó, y cubrió sus pechos, cruzándose de brazos.

—De nada —respondí, haciendo de cuenta que para mí, la situación era de lo más normal.

Me dispuse a salir del cuarto, pero cuando estuve a punto de hacerlo, me di cuenta de que ella se había dirigido al armario para agarrar alguna prenda. La miré de reojo. Justo se había inclinado para sacar algo de uno de los cajones. La toalla era tan corta que casi puedo ver su trasero. Pero si bien no logré ver su desnudez, sí pude notar, cuando la tela se adhirió a su cuerpo, que, tal como lo sospechaba, poseía un carnoso y hermoso orto.

Esto había sido una experiencia muy reciente. Había sucedido apenas unos días antes a la tarde de la tormenta, por lo que la imagen que tenía de Sami había empezado a cambiar. Si bien, como dije, debido a su corta edad, me resistía a aceptar la atracción sexual que sentía por ella, y en mis fantasías siempre estaba de protagonista alguna de sus hermanas, cada tanto aparecía en mi cabeza, como flashes, el hermoso cuerpo de Sami, que, además, al ser la más petisa de todas, sus sinuosidades resultaban muy llamativas. Lo que no entendía era por qué una chica tan hermosa como ella se ocultaba en esas prendas holgadas. Y no solo eso, sino que no tenía una personalidad segura, rayana a lo arrogante, como lo tenían sus hermanas mayores. En el caso de Agos podía entender su vestimenta sobria, ya que le permitía mostrar su belleza de manera sutil, resaltando sus virtudes en la medida que lo deseara. Pero Sami nunca mostraba sus atributos, salvo su impresionante rostro, claro está. Incluso el uniforme escolar, al que fácilmente podría convertir en una prenda erótica, tal como lo hacía Valentina cuando aún asistía a clases, ella lo usaba muy suelto, y la pollera le llegaba hasta las rodillas. Pero si nunca fui un experto en mujeres, mucho menos iba a comprender a chicas que eran de una generación posterior a la mía. Así que me di por vencido, conformado con poder guardar ese momento tan estimulante.

Y ahora tenía a Sami pegada a mí. ¿Sería que haber matado a aquella cucaracha finalmente había servido para que nuestra amistad se consolidara? No me vendría nada mal tener a una verdadera aliada en esa casa. Alguien que realmente me apreciara y no tuviera actitudes cambiantes como las otras dos. Pero lo malo era que ahora era yo el que podía cambiar de actitud para con ella, pues ya no me parecía una niña asexuada, como me parecía hasta hacía poco, que la consideraba una especie de oso de peluche, algo que atraía mi atención, pero no de la manera que ahora me sucedía. Y esa maldita erección que no se me iba. ¿Y cómo iba a hacerlo? Estando tan cerca de esas tres pendejas hermosas, y con la cabeza metida en lo que había ocurrido en la oscuridad, iba a ser muy difícil que se me fuera la calentura.

Hice un nuevo esfuerzo por tratar de deducir quién había sido la responsable de mi insólito estado de ánimo, que era una mezcla entre la lujuria, la euforia, el temor y el suspenso. Aunque debía admitir que también había generado en mí la distracción suficiente como para no tener presente la traición de Mariel en todo momento. Y lo que es mucho más importante, tenía la esperanza de devolverle la gentileza a mi mujer de la peor manera posible. Recordé que cuando rocé mi verga con la desconocida, me pareció sentir su cadera. Esto no me decía mucho, aunque Sami y Valu eran bastante petisas, por lo que era probable que, si me pusiera al lado de ellas, la cabeza de mi miembro alcanzaría hasta más arriba de la parte más sinuosa de la cadera. En ese caso Agos parecía la opción más acertada. Sin embargo, todo había sucedido muy rápido, y el tacto podía ser engañoso. Así que no podía contar con que esa deducción fuera correcta.

Entonces recordé que el perfume de Agos era bastante fuerte. Si hubiera sido ella ¿No lo tendría que haber notado enseguida? Pero mientras pensaba en eso me di cuenta de que el perfume de Sami, si bien era más suave, también hubiera sido percibido en ese momento. A mi pesar tuve que reconocer que, si había habido un olor peculiar en el aire en ese momento, no lo había sentido, por el simple hecho de que los sentidos que tenía activados eran la visión, para poder transitar en la oscuridad, y el tacto, al sentir esa mano divina frotando mi verga. Los demás sentidos estaban prácticamente apagados.

La película terminó sin pena ni gloria. Ahora me encontraba con que estaba en el mismo espacio con las chicas, y sin la televisión de por medio, el nerviosismo empezó a ganar terreno, aunque lo mantuve a raya. Vi la hora en el celular. Todavía faltaba mucho para tener que empezar a preparar la cena, así que me las tenía que arreglar para pasar el tiempo con esas pendejas que me empezaban a volver loco. La certeza de que podía cogerme a una de ellas me generaba mucha alegría y ansiedad. Para colmo Sami seguía encima de mí, aunque por suerte había dejado de apoyar su cabeza en mi hombro.

—Increíble cómo se viene el cielo abajo —comentó Agos—. Y dicen que va a estar así todo el finde.

Lo cierto era que el clima hacía que la sensación de estar bajo el mismo techo que ellas tres se hiciera mas intenso. Como si no tuviera otra alternativa mas que estar ahí, cosa que de hecho no solo era una sensación, sino que, de momento, era literalmente así. Sentí que el celular vibró en mi bolcillo. Me había llegado un mensaje de Mariel. El corazón me dio un vuelco. Había estado tan metido en la posibilidad de cogerme a una de mis hijastras, que casi me había olvidado del pésimo momento que me había hecho pasar la zorra de mi mujer. Pero entonces también caí en la cuenta de algo en lo que todavía no había pensado. ¿La que me mandó las fotos que ponían en evidencia a mi mujer era la misma que me había tocado la verga? Tener la respuesta de eso no me serviría de mucho, ya que la atacante continuaría en el anonimato. Pero había un detalle que me hacía ver todo de manera diferente, ya que, si efectivamente se trataba de la misma persona, probablemente aquel mensaje no había sido enviado para hacerme daño, ni para instarme a irme de la casa, sino simplemente para hacerme ver que mi pareja me era infiel. Una especie de favor. Nunca lo había pensado de esa manera, pero en esa tarde demencial, las teorías que en otros momentos parecerían improbables, ahora resultaban totalmente factibles.

—¿Es mami? —me preguntó Sami, con su voz susurrante.

—Sí —respondí. Y después, cayendo en la cuenta de que no tenía ni un poco de ganas de escribirle a mi mujer, coloqué el código de desbloqueo, y le ofrecí el celular a la menor de mis hijastras — Contestale vos —dije.

El mensaje que había enviado Mariel era muy corto. “¿Todo bien por ahí?”, decía. Sami puso el dedo gordo sobre la pantalla y empezó a grabar un mensaje de audio.

—Hola mami, todo bien, salvo por el hecho de que parece que se vino el fin del mundo, y encima se cortó la luz, aunque ahora ya volvió. En cualquier momento aparecen los zombis. Está muy terrible todo.

Intercambiaron uno o dos mensajes más. Las otras dos habían desaparecido. Me pareció escuchar que subían por las escaleras. Entonces se cortó la luz de nuevo. Sami se apretó a mí.

—No te vayas —me dijo—. Seguro que enseguida vuelve la electricidad.

—¿Tenés miedo? —pregunté.

—Sólo un poco, pero prefiero no estar sola.

Recordé que cuando se cortó la luz por primera vez había tardado varios minutos en bajar, por lo que sus palabras me resultaron poco creíbles. ¿Acaso quería estar a solas conmigo? La lujuria empezaba a apoderarse de mi corazón. ¿Y si había sido ella la que me había abordado hacía un rato? Decidí comenzar un juego arriesgado. La agarré de la cintura y la atraje hacia mí, aunque lo cierto es que ya estábamos pegados uno al otro, ahora su cuerpito se apretaba aún más a mí.

La verdad era que si pudiera elegir a cuál de las tres me iba a coger, la primera en la lista sería, sin dudarlo, la putona de Valentina. Era la que me calentaba desde hacía más tiempo. Nunca olvidaría cuando la conocí, utilizando el uniforme escolar. La pollerita tableada levantada que dejaba ver sus gruesos muslos era una imagen recurrente cada vez que pensaba en ella de manera sexual. Además, me daban ganas de castigarla por todas las veces que se había comportado de manera maleducada conmigo. Le daría sus buenas nalgadas el día en el que la tuviera en mis manos.

Agos también resultaba muy tentadora, porque además de ser muy hermosa, tenía esos aires de princesa inalcanzable que me hubiese gustado traspasar. También me daba mucho morbo la posibilidad de hacerle las cosas más obscenas a alguien tan inmaculada como ella. En mis sueños la sometía a toda clase de prácticas sexuales a pesar de que ella, en principio, no quisiera hacerlas.

Pero Sami no era, ni de lejos, un simple premio consuelo al lado de sus hermanas. Al menos así lo pensaba desde que la había visto envuelta en esa toalla. Tenía una belleza totalmente diferente a las otras. Una belleza que en principio producía una inmensa ternura. Daban ganas de abrazarla y hacerle mimos, como si fuera una bebita. Pero una vez que se descubrían sus turgentes pechos y su redondo y firme culo, la excitación se mezclaba con la ternura, generando una sensación tan bella como turbia. Ahora la chiquilla apoyaba nuevamente la cabeza en mi hombro. Escuchaba su respiración. Mi mano estaba en su cintura. Sentía, a través del pullover grande que estaba usando, el cinto que ajustaba el pantalón. Si bajaba un poquito más, me encontraría con el pomposo orto que había descubierto hacía unos días.

—¿Te pasa algo? Estás más asustadiza que de costumbre —le dije.

—Más que cuando vi la cucaracha, no creo —respondió ella, y soltó una risita—. Es que… —siguió diciendo—. Estos días, me ponen un poco mal —se sinceró—. Mamá diría que ponerse así sólo por el clima es algo muy trillado, que debería ser más original con mis actitudes.

—Bueno, yo no creo que sea cuestión de actitudes, sino de sentimientos —dije, no sin notar que ya era la segunda vez que una de las chicas aprovechaba el momento de soledad que tenía conmigo para reprochar actitudes de su madre—. Quizás un día como este te retrotrae a un momento difícil que hayas vivido en un momento parecido —aventuré.

—No, no es eso. Simplemente me agarra una fuerte nostalgia, una nostalgia que casi se parece a la tristeza.

—Bueno, hoy estoy acá con vos. Así que podés contar conmigo —dije.

No pude evitar sentir que todo el erotismo que me había envuelto en ese momento, se fue disipando de a poco, hasta casi ser reemplazado por completo por la ternura que me generaba es preciosa criatura. No tardaría en darme cuenta de que esa era una magia muy común en ella.

—Hoy estás, pero ¿mañana? —largó ella, enigmáticamente.

—¿Por qué decís eso? —quise saber.

Todas las alarmas de mi interior se habían disparado. Ese comentario me hacía pensar que ella sabía de lo frágil que estaba en ese momento la relación con Mariel, lo que a su vez me indicaba que era muy probable que había sido ella la que envió las fotos.

—Sólo lo digo. Es que… las parejas de mamá no suelen durar mucho. Aunque, con algunos fue mejor que haya terminado.

Esa última frase no me la esperaba. ¿Sería que alguno de los ex de Mariel la había maltratado? ¿O había ocurrido algo aún peor? No me atreví a indagar al respecto. Si ella quisiera darme detalles, ya lo haría llegado el momento.

—Aunque termine la relación con Mariel, siempre vas a poder contar conmigo —dije, y aunque pensándolo detenidamente era una promesa muy fuerte, y quizás exagerada, la verdad es que en ese momento lo sentí así.

—¿Vas a venir corriendo cada vez que las cucarachas invadan mi cuarto? —preguntó, y ambos estallamos en risas.

A pesar de la ternura que me despertaba Sami, la calentura no había remitido del todo, ya ahora volvía con fuerza. Y teniéndola tan cerquita, y con mi mano tan cerca de sus partes íntimas, no era nada fácil lograr que mi sexo se ablandara. El sentimiento de protección que me poseía, se le mezclaba la enorme necesidad de desnudarla y penetrarla. De las tres, era la única por la que sentía cierto impulso paternal, pero ahora que a ese impulso se le sumaba la lascivia, lo que me provocaba esa chica era tan hermoso como retorcido.

—Voy a venir corriendo cada vez que necesites algo —aseguré—. Sean cucarachas, u hombres malos.

Mi mano se deslizó a través de la cintura de la chica. Si Sami movía su brazo de manera imprevista, podría notar la dureza que había entre mis piernas. Pero en ese momento poco me importaba. Agucé el oído. No había señales de las otras chicas. Habrían de estar hablando en alguno de sus cuartos. Mi mano bajó apenas unos milímetros. Una distancia ínfima, que sin embargo bastó para empezar a sentir ese redondo y erguido orto. Deslicé los dedos, apenas rozándola, de una extremo a otro, acariciando la parte superior de ambas nalgas, pasando por el inicio de la raya que las separaba. Si estuviéramos solos en la casa, a esas alturas ya no hubiera dudado de meterle mano sin miramientos y empezar a desnudarla para montarla ahí mismo, donde estábamos sentados, con todo el riesgo que eso implicaba. Pero ahora debía conformarme con esa sutil caricia, pues en caso de que alguna de sus hermanas reapareciera, sería cuestión de mover apenas la mano hacia arriba, y detener mis caricias, para simular que aún la agarraba de la cintura. Eso siempre y cuando mi erección estuviera bien oculta, cosa que esperaba que así fuera.

—Nos cruzamos en la salida de la sala de luces ¿No? —le dije.

Ella hizo silencio durante unos segundos. Un silencio que tomé por asentimiento. Si ella había sido la de las fotos, era muy probable que también fuera la que palpó mi verga. Y ahora su mutismo me instaban a pensar que estaba en lo cierto. Así que empecé a acariciar con mayor vehemencia. Aunque todavía no me animaba a meter la mano por debajo de su culo, simplemente continúe rozando la parte más cercana a la cintura.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Te tropezaste conmigo cuando salí de revisar la térmica —afirmé, aunque ya no estaba tan seguro de ello.

—No. Habrá sido alguna de las chicas —respondió, y bruscamente se puso de pie—. Voy a ver si encuentro unas velas. Se ve que esta vez la cosa va a durar más tiempo —agregó después, y acto seguido, escuché sus pasos alejarse.

—Acá traje algunas —dijo Agostina, de repente.

Sentí que mi corazón se aceleraba. Había dado por sentado que tanto Valentina como ella se encontraban arriba, pero Agos parecía haber estado en la cocina. Y no había hecho ningún ruido… Era cierto que la lluvia aún arreciaba, y tapaba muchos sonidos, pero mientras manoseaba a Sami había aguzado los oídos, prestando atención en cada cosa que ocurría a mi alrededor, y, en efecto, la mayor de las hermanas no se había hecho escuchar. ¿Nos habría estado espiando? Aunque así fuera, era poco lo que podría haber escuchado, y mucho menos lo que pudo haber visto. Pero aun aferrándome a esa suposición, un miedo frío atravesó todo mi cuerpo. Esto se debía a que Sami se había levantado justo cuando me estaba aventurando más en mi toqueteo. Era muy probable que acababa de arruinar todo.

Para meterme más miedo, una vez que Agos puso un vaso de vidrio con una vela encendida adentro, sobre la mesa ratona, ambas se metieron en la cocina, supuestamente para buscar más velas. Las escuché susurrar. Una gota de transpiración, que me pareció helada, se deslizó por mi frente. ¿Sami le estaría contando que yo le había metido mano? Me dije que no podía ser. Apenas la había rozado un poquito por debajo de la cintura. Sami era muy chica e inocente. Seguramente no se había percatado de las intenciones perversas que iban acompañadas de esas caricias. Al menos eso me repetía incansablemente, aunque claro está, no terminaba de creérmelo.

Lo peor era que ella había insinuado que una de las exparejas de Mariel le había hecho algo malo. Y ahora yo le salía con eso. Era un verdadero puerco. Pero no, yo no era un abusador. En el peor de los casos había cometido un terrible error al haber asumido que Sami había sido la que se encontró conmigo en la oscuridad. Y eso que yo mismo le había dado el menor porcentaje de probabilidades entre las tres. Pero, en fin, no me quedaba mas que esperar a ver cómo se desenvolvían las cosas.

Solo tuve que esperar unos minutos para saberlo. Sami Y Agos aparecieron con un vaso con una vela cada una. Agos colocó la suya también sobre la mesa ratona, mientras que Sami la puso encima de la mesita que estaba cerca de la escalera. Ese alejamiento me hizo temer lo peor. Cuando volvió, temía que fuera a sentarse a otro sitio. Sin embargo, a pesar de que Valentina había dejado el sofá grande libre, la rubiecita volvió a mi lado. El alma regresó a mi cuerpo. Puse mi mano en su cintura, y ella se arrimó a mí. Esta vez no apoyó su cabeza, pero no importaba, con que estuviera cerca de mí me bastaba para no sentirme perseguido. Si se hubiera sentido incómoda por lo que acababa de suceder, seguramente se habría mantenido alejada de mí. Pero ahora me asaltaba otra duda ¿Se había dado cuenta de lo que había hecho? Si lo había hecho, y además había vuelto a mis brazos, ahora el veinte por ciento de probabilidades que le había dado, saltaba hasta el ochenta por ciento.

—¿Te diste cuenta? —dijo Agos—. Ahora ni siquiera hay conexión de internet.

—Qué porquería —dijo Sami.

—Bueno, ya volverá. De todas formas, ya le avisamos a Mariel que estamos todos bien. Ese era el único mensaje urgente que teníamos que mandar —dije.

—Decíselo a Valu. En cuestión de minutos va a enloquecer cuando no pueda usar su celular —afirmó Agos, que estando apenas iluminada por la tenue luz que alcanzaba su figura, parecía estar rodeada de misterios.

—¿Qué pasa conmigo? —dijo Valentina, bajando de la escalera— ¡La puta madre! ¿para qué carajos tuve que usar la linterna? Ahora sí que me quedé sin batería.

—De todas formas, no hay internet —le informó Sami.

—De repente estamos en la jungla —se quejó Valentina.

—Qué exagerada —se rió Agos.

—Tal vez lo sea. Pero no puedo estar así. Mas vale que hagamos algo para pasar el rato.

Valentina se desplomó en el sofá, como si estuviera increíblemente agotada. Afuera, el viento parecía estar silbando. La luz de la vela alcanzaba a iluminarla lo suficiente como para que yo pudiera ver cómo se movían sus tetas después del brusco movimiento.

—Volvieron los globos —comentó Agos.

Como respuesta Valentina agarró sus tetas y las sacudió, haciendo que me quedara mirando el gesto, casi hipnotizado. Me pareció notar que Sami me estaba clavando la mirada mientras estaba idiotizado por las enormes tetas de su hermana. Así que me hice el tonto y miré para otra parte.

Era increíble, pero apenas habían pasado un par de horas desde que todo se desmadró. El tiempo corría muy lentamente en ese bizarro fin de semana, que aún tenía muchas sorpresas para mí.

Continuará
 

heranlu

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Capítulo 4 pornografía y confesiones
—¿Vos tenés todavía el celu cargado Sami? —preguntó Valentina, recostada en el sofá. Su silueta estaba sumergida en la semipenumbra, y si bien ahora no podía ver su rostro con claridad, sí se notaban las líneas que le daban forma a ese voluptuoso cuerpo. Líneas curvadas y vertiginosas.

—Sí, todavía tengo bastante —respondió Sami, que aún estaba a mi lado.

Yo la agarraba de la cintura, con la naturalidad con la que un padre abraza a su hija, aunque hacía algunos minutos me había aventurado a manosear a la hermosa rubiecita, algo que solo haría un padre depravado. Pero la cosa había sido tan sutil, que aún no me quedaba claro si ella se había percatado de mis lascivas intenciones.

Yo me había quedado sin batería en el celular, por lo que se apagó. De todas formas, además de haberse cortado la luz, tampoco estaba funcionando la conexión a internet, por lo que todos estábamos incomunicados. Igual estaba tranquilo, porque nos encontrábamos a salvo, y si bien la violenta tormenta de a ratos parecía a punto de romper las ventanas, hasta el momento no parecía que corriéramos ningún riesgo real. Valentina estaba a punto de seguirme los pasos. Su celular apenas tenía carga, y ella no se lo estaba tomando con la tranquilidad con la que yo lo hacía.

Rita se había sumado a la reunión, acurrucándose a los pies de Valentina.

—Bueno, hagamos algo copado para pasar el rato, que esto parece un velorio —dijo la más tetona de mis hijastras.

—No somos tus payasos, ni tenemos la obligación de entretenerte —respondió Agos, mordaz.

De repente parecía que la tregua que reinaba entre ellas en el último momento había llegado a su fin. Estar en el medio de dos mujeres que no se llevaban bien podría ser algo estresante. En una situación normal hubiera desaparecido de donde estaba, pero todavía me quedaba ese gran misterio por resolver: ¿Quién me había manoseado la pija en la oscuridad? Además, Sami estaba conmigo… Qué más daba, pensé para mí. Si querían comenzar una lucha en el lodo, mejor.

—La única que ve a los demás como pobres criaturas inferiores sos vos —retrucó la despampanante Valentina, quien de alguna extraña manera se estaba haciendo eco de algo que yo también pensaba—. En ningún momento dije que ustedes deberían entretenerme a mí, princesita. Solo sugerí que hiciéramos algo para pasar el rato.

—Ay, no empiecen a discutir —pidió Sami, y apretó mi mano como si me estuviera pidiendo que intervenga. Sólo por eso lo hice. Sami se estaba convirtiendo en mi debilidad. Una dulce debilidad.

—Tratemos de no hacer conflicto por cualquier cosa —dije. Noté que las tres prestaban atención a mis palabras, cosa que me gustó. Era como una pequeña muestra de sumisión. El macho alfa dando indicaciones a las jóvenes féminas de la casa. Así que proseguí—: Es muy probable que tengamos que estar así durante algunas horas. Seguro esta tormenta afectó muchas antenas y rompió muchos cables. Así que tratemos de pasar este rato lo mejor que podamos —. Luego dirigiéndome a Valentina, agregué—. ¿Y vos qué proponés?

Ella respiró hondo, cosa que hizo que sus pechos parecieran inflarse, como si las tremendas tetas no llamaran ya suficiente atención. Yo desvié la mirada enseguida, pero esa mocosa siempre notaba cuando la miraba con lujuria, y ahora no parecía haber sido la excepción. Me miró con intensidad, mientras sus labios insinuaban una sonrisa que no terminaba de materializarse.

—Bueno, dejame pensarlo un rato —respondió.

De repente me di cuenta de que las cervezas que me había tomado hacía un rato, me empezaban a generar muchas ganas de orinar. Como había estado al palo desde hacía rato, no me había percatado de la necesidad de evacuar líquidos.

—Ya vengo. Voy un segundo al baño. Si quieren traigo un mazo de cartas —propuse.

—¡Sí! —respondió Sami con una euforia que me resultó divertida, pero las otras no dijeron nada.

Fui tanteando hasta el baño. Como estaba todo oscuro tuve que sentarme en el inodoro para no errar el chorro. No pude evitar pensar —y desear— que podía repetirse la situación que me había impactado tanto. Quizás una de mis hijastras nuevamente me abordaría en la oscuridad. En esta ocasión no la perdonaría. Tal vez no tendríamos tiempo para echarnos un polvo, pero la manosearía de tal manera que descubriría de quién de ellas se trataba, cuál de ellas era la pendeja atrevida que había abusado de su padrastro. Las tres eran muy diferentes en lo físico, por lo que una breve inspección táctil debería bastarme para conocer la verdad. Valentina tenía mucha más carne que las otras, por lo que sería fácil identificar su enorme orto, mientras que Agos y Sami tenían una contextura similar, más esbelta que la otra, pero la diferencia radicaba en que Sami era bastante más petisa que su hermana mayor. Una vez que supiera de quién se trataba, la mocosa en cuestión recibiría una visita de mi parte en plena medianoche, bajo los ruidos de los relámpagos y la lluvia torrencial impactando sobre los tejados, y le enseñaría que no podía andar provocando a un hombre de esa manera, y esperar que este no se lo cobrara. Mariel que se fuera a la mierda. Ella me había engañado, y si por esas casualidades le llegaba el chisme, yo argüiría que en ese momento ya me consideraba soltero, y que las chicas ya estaban lo suficientemente grandecitas como para decidir con quién acostarse. Una explicación endeble, pero era lo suficientemente verosímil como para convencerme a mí mismo, que era en realidad lo único que necesitaba.

El chorro de pis fue muy largo. Cuando agarré la pija para sacudirla, me di cuenta de que estaba bañada en líquido preseminal. Me limpié con papel, y con la persistente fantasía de que pronto me cogería a una de las chicas, me lavé mis genitales en la piletita que estaba frente al inodoro. Pensé en si no sería mejor hacerme una rápida paja para apaciguar tanta calentura. Eso tal vez evitaría que mi verga se endureciera a cada rato, como me venía pasando hasta el momento. Además, al hacerlo, disminuiría las posibilidades de acabar con rapidez cuando llegara el momento de la acción. Pero me dije que era mejor no demorarme tanto, ya que si lo hacía, cabía la posibilidad de que se dieran cuenta del motivo de mi tardanza, lo que resultaría muy vergonzoso.

Así que me sequé, no sin sentirme desilusionado al darme cuenta de que por lo visto no recibiría la visita de ninguna de ellas. Ya le había dado suficiente tiempo como para que se animara a hacerlo, así que debía darme por vencido, al menos por el momento.

Fui hasta la habitación que compartía con mi mujer. En un cajón había un mazo de naipes españoles. Solía usarlos en el trabajo, cuando compartía guardia con otros vigiladores, en algún puesto en el que no había mucho que hacer. Apostábamos montos pequeños de dinero para hacer la cosa más divertida, y así pasábamos el rato. Quizás ahora funcionaría, pensé, aunque la única que se había entusiasmado con la idea había sido Sami. Realmente era muy difícil entretener a unas adolescentes, pero de momento quería mantenerlas en el mismo espacio, y ver qué actitudes tenían. También era buena idea pasar el rato a solas con cada una, como lo había hecho con Sami. Pero eso lo dejaría para más adelante.

Fui de nuevo a la sala de estar. No quería estar mucho tiempo lejos de ellas. Cualquier mínima pista que me indicara quién era mi admiradora secreta, me serviría. Por ejemplo, a alguna se le podía escapar que mientras yo estaba en la sala de luces, una de ellas se había ido de la sala de estar. Solo eso me bastaría para descubrir a la culpable. Además, era muy importante tener esa pista antes de que terminara el día, porque quizás al otro día ya se arrepentiría de lo que había hecho. Las chicas de esa edad eran así, increíblemente volátiles, y yo no me quería perder esa oportunidad, no solo por lo mucho que me calentaban esas pendejas, sino por las ganas de revancha que me habían quedado desde que supe que Mariel me metía los cuernos.

Cuando llegué, me encontré con que habían acercado los sofás a la mesa ratona. Valentina por fin se había sentado. Había un celular sobre la mesa, el cual estaba colocado en un soporte, de manera que el aparato se encontraba parado. Me sorprendió notar que lo que estaban viendo era un animé. Por lo visto había buscado los naipes en vano. Las chicas ya tenían con qué entretenerse. Aunque aquel video que se reproducía me pareció extraño.

—¿Volvió internet? —pregunté, intrigado, mientras me acomodaba al lado de Samanta.

—No, pero Sami tenía esto descargado —respondió Agos.

En el video se veía a un profesor y a una alumna en un aula. La clase había terminado, y no parecía haber nadie más. El profesor la estaba reprendiendo. La chica era muy pequeña, de pelo corto, pero su cuerpo era exageradamente sensual. Si no conociera a Valentina pensaría que solo a un ilustrador de animé se le ocurriría crear a una adolescente tan voluptuosa como esa, pero lo cierto era que yo conocía a alguien con esas cualidades en la vida real. La chica vestía un uniforme cuya falda era muy corta. No pude evitar rememorar el día en el que conocí a mi vulgar hijastra. Ella usaba una pollera tableada igual de corta. Si se la levantaba apenas unos centímetros más, se le vería el trasero. En el video se mostraba a la chica de espaldas, como si una cámara la enfocara desde atrás, pero, además, desde una posición muy baja, casi como si estuviera en el suelo. Se veía una bombacha color blanca con pintitas rosas, cuya tela se metía en la zanja que separaba sus carnosos glúteos. Me pregunté si se trataba del mismo tipo de películas que me estaba imaginando que era, y si mis hijastras sabían de qué iba la cosa.

Las miré, una por una. Valentina tenía una sonrisa pícara. Pensé que ella sí se había dado cuenta de que no se trataba de un animé común y corriente, pero por lo visto no pensaba decirle nada a sus hermanas, ni a mí. Sami observaba con suma atención, con sus enormes ojos azules bien abiertos. En ese momento, viendo solo su singular rostro, parecía una niña. Agos miraba sin mucho interés, aunque tampoco despegaba la mirada de la pantalla.

El personaje femenino del video empezó a sollozar. Decía que no podía desaprobar la materia, que su padre no se lo perdonaría. Le rogó al profesor que le diera otra oportunidad. Las lágrimas empapaban sus mejillas, y tenía las manos unidas, como si estuviera rezando. Se dibujó una sonrisa perversa en el tipo, que vestía un traje y lucía un anteojo cuyos cristales brillaron como dos soles cuando escuchó a la chica suplicar. A esas alturas ya estaba claro cuál sería el desenlace del filme. Me pregunté si no sería oportuno decirles a las chicas a qué debían atenerse, pero por otro lado me daba mucho morbo ver eso junto con ellas.

No tuve que esperar mucho para que sucediera lo que esperaba que ocurriera. La escena saltó a otra, en donde las rodillas de la colegiala tocaban el piso. El profesor, cuyo ombligo estaba a la altura de la cabeza de su alumna, se bajó el cierre del pantalón y liberó una verga ridículamente gorda considerando la contextura física del personaje, mientras mostraba sus dientes en una retorcida sonrisa de victoria y satisfacción.

Valentina soltó una carcajada.

—Sami ¿Qué es esto? —preguntó Agos, sorprendida, aunque no indignada.

—Ya me parecía raro, esto no es lo que quería bajar —dijo la más pequeña de las hermanas.

La miré de reojo. No parecía decepcionada del contenido del video, más bien al contrario. Se mordió el labio inferior y no quitó la vista de la pantalla. Aprovechando la posible excitación que supuse que sentía en ese momento, aproveché para rozar sutilmente su brazo. No era la parte más sensual de una mujer, pero lo que pretendía era hacer contacto con su piel. La escuché suspirar profundamente, por lo que supuse que el contacto que había hecho con ella mientras veía la pornográfica escena, no había pasado desapercibida.

Mientras ellas deliberaban, el profesor metía su verga en la boca de la chica, la cual empezaba a segregar abundante saliva que caía al piso. ¿Con esto voy a aprobar? Dijo la chica del video, cuando el docente le dio un respiro. Valentina soltó otra risotada. El profesor le prometió que aprobaría con las mejores calificaciones, y le metió la verga de nuevo. La colegiala abrió bien grande los ojos y su rostro empezó a tornarse rojo cuando el miembro viril del docente pareció llegar a su garganta.

—Bueno, basta —dijo Agos.

Pero cuando estuvo a punto de poner su mano en el celular, Valentina la detuvo.

—No, esperá, está divertido —dijo esta última.

Yo sospechaba que lo que la instaba a querer continuar viendo la escena no era solo el morbo, sino que le gustaba llevarle la contraria a su hermana y ponerla incómoda.

—No seas tonta. ¿No ves que es desubicado verlo delante de él? —dijo la mayor de las hermanas, refiriéndose a mí. No se me escapó el hecho de que no parecía escandalizarla el video en sí mismo, sino el hecho de estar viéndolo frente a su padrastro. Ahora en el video el profesor se había dignado a liberar a la chica de su verga. Esta tosía y escupía en el piso, y le pedía que por favor se detuviera.

—Pero si Adrián ya está grandecito —respondió Valentina—. ¿Cierto que te gustan estos videos Adri? —dijo después. Creo que era la primera vez que me llamaba Adri—. Un veterano abusando de una colegiala… —agregó al final, sin terminar la frase.

—¡Valu, no te pases! —dijo Agos.

La clara alusión al encuentro que habíamos tenido hacía poco más de un año terminó por disipar una duda que tenía desde entonces. En efecto, Valentina parecía recordar la vez que la abordé cuando apenas contaba con dieciocho años. Pero no parecía haber rencor en sus palabras, sino que lo hacía solo para incomodarme, como era su costumbre. Muchas veces me pregunté cómo se vería aquel momento desde la perspectiva de ella. Siempre di por sentado que para la sensual adolescente no había sido más que otro viejo verde que anhelaba llevársela a la cama. Pero si ella me recordaba, quizás, solo quizás, no había dejado una imagen tan negativa como había pensado. Sabía que había chicas extremadamente jóvenes que se sentían atraídas por hombres maduros. De hecho, era una realidad que al menos una de ellas tenía esos gustos.

—¿Qué? No estoy diciendo que disfrute de abusar de colegialas —aclaró después, clavándome una intensa mirada—. Es solo ficción. Eso todos lo sabemos.

—De todas formas, no me gustan mucho los dibujos animados. Me parece raro la pornografía en ellos —dije yo, mintiendo, ya que me estaba poniendo al palo de nuevo debido al video.

Me pareció lo más oportuno actuar con naturalidad. Después de todo, todos los que nos encontrábamos ahí ya estábamos grandecitos. Incluso Sami apenas había cumplido la mayoría de edad, ya estaba lo suficientemente crecidita como para no espantarse por ese tipo de videos, cosa que de hecho me lo demostró con la fascinación que reflejaba susemblante. Fue justamente la más chica de las hermanas la que puso fin al video, y guardó el celular en su bolsillo.

—Perdón Adri —dijo. Y como si acabara de caer en la cuenta de que yo estaba a su lado viendo la misma película, se sonrojó, o al menos eso me pareció.

—Está todo bien —dije yo, y palmeé su pierna, como para tranquilizarla.

—Pero si Adrián habrá visto cosas mucho más zarpadas que esa —insistió Valentina—. Y también las habrá hecho …

—Pero ese tipo de cosas son asquerosas —intervino Agos—. Un adulto aprovechándose de una menor. A vos no te gustan ese tipo de películas, ¿No? —me preguntó.

Medité bien en lo que iba a decir. Lo cierto era que solo se trataba de ficción, tal como lo había dicho Valentina. En ese sentido no tenía nada de malo disfrutar de esos videos. Eso no significaba que uno fuera a hacer lo mismo en la vida real. Pero no podía olvidarme de que Valentina sabía perfectamente lo mucho que me atraían las colegialas sexys. Así que tampoco podía andar con mentiras tontas.

—Bueno, esto es solo una película. En la vida real, mientras todo sea consensuado, no debería haber límites para disfrutar del sexo —respondí al fin.

Sentí que Sami me apretaba el brazo. Yo tenía miedo de que Valentina me hiciera alguna pregunta que me expusiera. Pero por lo visto parecía que mi fallido intento de seducirla era algo que quedaría entre nosotros por el momento. Ahora las sospechas apuntaban de nuevo a ella, aunque la inocente Sami, que no se alejaba de mí, también era una posible candidata para ser cogida por su padrastro. Me hice una pregunta que no me había hecho hasta el momento: ¿Sami era virgen? Estaba claro que las otras no lo eran, pero la más pequeña, además de ser muy chica, se mostraba inocente y tímida, tanto que parecía que era la primera vez que veía pornografía. Nunca había tenido un fetiche con las vírgenes, pero la idea de ser el primer hombre de ella me despertaba nuevamente esa ternura que se tornaba muy extraña cuando se mezclaba con la lujuria. En ese sentido, lo que empezaba a experimentar por Sami era bien diferente a lo que sentía por las otras dos, sobre todo por Valentina, quien me despertaba una excitación primitiva, que me hacía sentir un animal alzado.

Valentina sonrió. De repente pareció acordarse de algo. Colocó su celular en el soporte. Abrió una conversación de WhatsApp, y dio play a un video que le habían mandado.

—Miren lo que mandaron los chicos de vóley —dijo.

Valentina era la más hiperactiva de todas, y entre sus muchas actividades se encontraba la de jugar al vóley para un club del barrio. Nunca había ido a verla, porque para empezar jamás me había invitado. Sin embargo pude husmear en varios videos que subía en sus redes sociales. Verla con el pelo atado, la expresión concentrada y el cuerpo brilloso por el sudor, era un espectáculo digno de apreciar. Y ni hablemos de ese short que utilizaba, que dejaba sus gruesos muslos al desnudo y se adhería a su cuerpo como una segunda capa de piel. Como era costumbre en ella, había intimado más con los varones del club antes que con las chicas, cosa que hacía preguntarme si alguno de esos deportistas había tenido la suerte de ejercitarse con ella.

El corto video no tardó mucho en desvelar de qué se trataba.

—Qué carajos —dijo Agos.

—¿De verdad una mujer puede aguantar eso? —preguntó Sami.

—¿Y eso te mandan tus amigos? Qué desagradables —opinó Agos.

—No es que me lo mandaron a mí. Tienen un grupo y yo estoy en él. Y bueno, ya saben cómo son los hombres. Tienen la idea fija, y se piensan que las mujeres somos unos juguetes sexuales.

—Así será como piensan los hombres con los que vos tratás —dijo Agos, que no perdía oportunidad para dejar mal parada a su hermana.

No atiné a decir nada, pero no se me escapó el hecho de que mientras hablaban no sacaban los ojos del video, al igual que había sucedido con el que había puesto Sami. Sabía que a las mujeres también les gustaba la pornografía, pero este video en particular parecía más adecuado para un público masculino, ya que así como lo había mencionado Valentina, la mujer estaba siendo usada como un mero juguete sexual. En el video se veía a una voluptuosa actriz, cuyas tetas se bamboleaban mientras era penetrada. Se encontraba sobre un hombre que le enterraba una gruesa verga en el sexo, mientras que otro se la metía por el culo. Pero eso no era todo. La mujer estiraba ambos brazos para masturbar dos pijas a la vez que era penetrada por sus dos orificios. Como frutilla del pastel, un tercer hombre apareció en escena, ofreciéndole una grande y venosa verga, que ella se metió a la boca sin dudarlo un segundo.

—Wow, qué sincronización —dijo Sami, y nuevamente sentí que apretaba mi brazo con sus manitos pequeñas.

En efecto, la mujer era toda una experta, que chupaba la verga sin dificultades a pesar de tener ambas manos ocupadas, y de que su cuerpo se movía constantemente debido a las intensas penetraciones. La imagen se tornó algo grotesca cuando un montón de saliva de la chica se fue deslizando por su rostro. Era el efecto que le producía el miembro que entraba una y otra vez en su boca. Vi que Agos ponía cara de espanto, pero sin poder dejar de mirar. Valentina parecía una niña viendo un programa que la divertía mucho, pero detrás de ese aparente disfrute infantil noté que de verdad le gustaba la manera en que poseían a la mujer del video. Sentí la respiración entrecortada de Sami, quien parecía agitada. Me dieron muchas ganas de meter mano en ella, esta vez sin ninguna contemplación, pero me contuve. Delante de las otras no podía hacerlo.

Nadie dijo nada más. El video apenas duraba minuto y medio, y ninguno quiso interrumpirlo. Era un fragmento muy corto de una película, pero fue más que suficiente para encandilarnos. Yo había visto miles de películas igual de intensas, y otras que lo eran mucho más. Pero el hecho de compartir ese momento con mis hijastras le daba otro color a ese momento. Además, imaginaba que para ellas también era algo especial. Me pregunté qué pensaría Mariel si supiera de la inusual escena que se estaba dando en nuestra casa. Agos había mencionado que su madre les sonsacaría la verdad, y ellas se verían obligadas a contarle cada cosa que había pasado en su ausencia. Lo cierto era que en ese momento el rencor me instaba a sentirme muy poco preocupado por ello, pero no podía evitar preguntarme por qué a las chicas tampoco parecía importarles. Quizás lo veían como algo si bien atípico, no anormal. Pero eso no terminaba de convencerme. Esa tarde se estaban produciendo muchas situaciones excepcionales, y no podía evitar sentirme, al menos por momentos, un simple títere manejado al antojo de alguna de ellas.

La mujer del video, desnuda y sudorosa, gemía a pesar de que tenía un enorme miembro en la boca. La verga que se enterraba en su culo entraba con increíble facilidad, lo que demostraba que tenía a cuestas incontables experiencias anales. Al final el video dio un salto temporal. Ahora las cinco vergas se agitaban a centímetros del rostro de la chica, que se encontraba de rodillas, y cuyo maquillaje se había corrido y le daba un aspecto patético, aunque no perdía cierta cuota de sensualidad. Estaba muy agitada, y sacaba la lengua como si fuera un perrito sediento. Uno a uno fueron descargando el semen en ella, dejando su cara bañada de fluidos masculinos, que se chorreaban por su piel hasta llegar a la barbilla, desde donde luego caía lentamente, en forma de densos hilos blancos, suspendidos en el aire durante unos segundos, hasta que por fin caían al piso.

—Los hombres tienen una fijación con eso de acabar en la cara de las mujeres —comentó Valentina mientras terminaba el video.

—Y eso que es una de las cosas que menos nos gusta hacer —dijo Agos.

Valentina sonrió con ironía. Estaba claro que a la muy zorra le encantaba que le acaben en la cara.

—¿Por qué es eso? —preguntó Sami, dirigiéndose a mí—. ¿Por qué les gusta tanto hacer eso?

—Eso —apoyó Valentina—. Es bueno tener la opinión de un hombre al respecto.

Pensé que Agos les iba a decir que no me molestaran, pero me clavó su mirada profunda, como esperando a que respondiera.

Si se tratara de una sola de ellas, estaría convencido de que lo hacía para provocarme. Pero el hecho de que fuera cosa de las tres me hacía pensar que quizás tenían una verdadera curiosidad por conocer el punto de vista masculino en algunas cuestiones sexuales. De todas formas, no por eso la cosa se me hacía fácil. Había vuelto a tener una erección mientras veía los videos pornográficos y el hecho de que el sexo siguiera siendo el tema de conversación me la hacía más difícil. Para colmo, ahora todas las miradas apuntaban a mí. Y tenía la vela tan cerca, que alumbraba mi regazo. Miré de reojo a mi entrepierna. Mi remera tapaba el bulto, pero se notaba cierta forma fálica debajo, aunque quizá ellas no lo atribuirían a mi excitación sino a la posición en la que estaba mi verga.

—Bueno —dije. Aclaré mi garganta. Me acomodé en el asiento. Ahora la cercanía con Sami me inquietaba. Pero aún así continué—. Creo que el acto sexual es algo sumamente íntimo. Pero a veces uno termina acostándose con gente por la que uno no se siente tan atraído. Creo que ese tipo de cosas… —me aclaré la garganta de nuevo. Estaba claro que cuando me refería a “ese tipo de cosas” estaba hablando de la eyaculación facial, y esperaba que ellas lo entendieran así—. Ese tipo de cosas —repetí—, se deja para situaciones especiales, con personas especiales. Es una manera de que la intimidad entre esas personas llegue a otros límites.

Hubo un momento de silencio en el que me sentí muy nervioso. Miré a las tres hermosas chicas, sin poder evitar imaginarlas con sus lindas caritas bañadas con mi leche. Al menos a una de ellas podría hacérselo. Así la erección nunca se me iría.

—Mmmm Me parece que Adri nos está mandando fruta —dijo Valentina—. Todos los hombres quieren acabar en la cara de la mujer. Qué persona especial ni ocho cuartos. No conocí a ninguno que no quisiera hacérmelo.

—En eso tenés razón Valu —dijo Agos—. Pero entendamos a Adri. Él piensa que tiene que tener mucho cuidado con lo que nos dice —Luego, dirigiéndose a mí, agregó—. De todas formas, no tenés por qué contestar preguntas tan íntimas.

No supe qué decir. Había tratado de ser sincero sin ser vulgar, pero por lo visto había quedado como un idiota ante las chicas. Lo que había dicho no era del todo errado. No en cualquier relación sexual se da que la mujer se deje acabar en la cara, pero eso sucede porque es justamente la mujer la que decide si lo permite o no. En eso Valentina llevaba la razón. Si fuera por nosotros, acabaríamos en la cara a todas nuestras compañeras sexuales. Los hombres éramos muy básicos. Había cosas que gustaban a todo el mundo, y realmente nadie se preguntaba por qué.

—Es todo por dominación —dijo Valentina—. Les gusta vernos sumisas, y no hay acto de sumisión mayor que una mujer arrodillada recibiendo el semen de un macho. Y ni hablemos de si nos lo tragamos todo —terminó de decir—. Si hacemos eso, prácticamente se creen nuestros dueños.

—No hace falta que seas tan explícita —le recriminó Agos—. Somos todos grandes. Podemos hablar de esto, pero no es necesario caer en la vulgaridad.

—¿Y vos tomaste muchas veces la leche? —quiso saber Sami.

Largó la pregunta con tanta naturalidad que sentí que me estremecía. Sobre todo me llamaba la atención la liviandad con la que pronunciaba la palabra leche. Me estaba costando mucho escuchar a la pequeña rubiecita preguntar abiertamente sobre sexualidad. Pero tampoco quería quedar como un anticuado. Si me levantaba y me iba, para dejarlas solas, lo único que demostraría era que hablar de eso con ellas me incomodaba. Así que seguí con mi decisión de actuar con normalidad.

Valentina se encogió de hombros.

—Es un premio que doy solo si me gusta mucho el tipo —aclaró—. Pero no es rica —agregó después, como si acabara de recordar el sabor que tenía el semen.

—¿Y por qué te la tomás si no es rica? —preguntó Sami.

—Porque me gusta ver lo locos que se ponen cuando lo hago. Los pobres no se dan cuenta, pero cuando te la tragás son ellos los sometidos, porque después de eso los tenés comiendo de tu mano. Hacen cualquier cosa para que vuelvas a hacerlo. Hasta se humillan ellos solos mandando montones de mensajes, inventándoles excusas a sus novias para sacárselas de encima, o suspendiendo salidas con sus amigos para hacerse espacio.

—Que mala —dijo Sami, aunque también soltó una risita—. ¿Y vos? —le preguntó a Agos.

—Yo nunca lo hice —dijo, impertérrita.

—¿Qué? ¿Nunca tomaste semen? —preguntó Valen, tan sorprendida como yo mismo lo estaba.

En ese punto ya estaban hablando como si yo no estuviera presente, cosa que por un lado me gustaba, ya que no era común para un hombre conocer tantos detalles íntimos de las mujeres, lo que me hacía sentir afortunado, pero por otro lado, mi verga parecía querer dar un salto hasta romper el cierre del pantalón y quedar liberada. La imagen de las tres hermosas criaturas salpicadas por mi semen no me abandonaba. Me arrepentí de no haberme masturbado cuando tuve la oportunidad. No recordaba cuándo fue la última vez que había estado con mi pija dura durante tanto tiempo. Necesitaba con urgencia eyacular, pero me encontraba en el momento más inoportuno.

—Nunca —respondió la mayor de las hermanas.

—Pero… —insistió Sami, dispuesta a saciar todas sus inquietudes— ¿tampoco te acabaron en la cara?

—No. Eso es un asco —respondió Agos.

Sabía que la chica tenía una obsesión con eso de mantener su imagen perfecta y pulcra, pero no tenía la certeza de que eso se trasladaba a sus momentos de intimidad. Pero saber este detalle, lejos de tirarme abajo la imagen sensual de Agos, me hacía sentir por ella una mayor lujuria. Nuevamente fantaseé con poseer a esa chica de gesto siempre altivo. Ya iba a ver si cogía conmigo y no me dejaba acabarle en la cara.

Y lo de Valentina era otra cosa que me traía como loco. Así que la pendeja tenía experiencia en tomarse la lechita, y encima lo usaba para manipular a los hombres. Bien putita había resultado la hermana del medio. Y eso que apenas tenía diecinueve años. Pero seguro que tomaba la mamadera desde incluso antes de que yo la conociera en ese minimercado de mi barrio.

—Igual en las películas siempre exageran ¿Cierto Adri? —dijo Sami—. Cinco hombres con una chica. Qué locura…

—La realidad siempre supera a la ficción —acotó Valentina.

—No me digas que vos estuviste con muchos hombres a la vez —quiso saber la pequeña curiosa.

—Con dos. Más que eso, ni loca —confesó Valentina sin ningún problema. Hablaba de sus experiencias sexuales como si estuviera hablando de lo que iba a comer a la noche, o de la ropa que se había comprado el fin de semana. Sabía que las chicas de esa generación solían ser extrovertidas y no se molestaban en ocultar cosas que al fin y al cabo eran normales. Pero esta mocosa estaba exagerando.

—¿Y lo hicieron a la vez? —dijo Sami.

—Bueno chicas. Basta —intervino Agos, consciente de que la conversación se había tornado muy personal.

Pero por un momento me pareció que su disgusto se debía a otra cosa. Al hecho de que ella no estaba siendo el centro de atención. En lo que respectaba a sexualidad, parecía que su hermana le sacaba mucha ventaja. Y muchos preferían a una mujer sumamente sexual antes que a una criatura perfecta e inalcanzable como ella. Aunque no estaba seguro de si esto último le importaba mucho. Simplemente no tener el rol protagónico en una situación cualquiera era lo que la sacaba de sus casillas.

—¡La puta madre! Se me acabó la batería —se quejó de repente Valentina, cortando el ambiente erótico que se había armado.

—Jodete. Encima que tenías poca batería, ponés un video… —se burló Sami.

Eso me hizo pensar que Valentina realmente tenía mucho interés en mostrar ese video. La idea de que buscaba provocarme tomaba mucha fuerza. También me percaté de que Sami no había hecho mención a ninguna experiencia personal. Eso no resultaba raro, ya que era de carácter tímido. Pero el hecho de que Valentina no insistiera en que contara algo, así como lo hizo con Agos, sí que me llamaba la atención. ¿Sería que había algo en la vida sexual de Sami que era considerado tabú, incluso para su extrovertida hermana? No pude evitar pensar en que alguno de los hombres con los que había salido Mariel le había hecho algo malo. Eso podía explicar el hecho de que a pesar de que ya estaba crecidita parecía desconocer muchas cosas sobre el sexo, pues una experiencia traumática en este aspecto podía hacer que sintiera rechazo por las prácticas sexuales. Incluso la pornografía parecía una novedad para la chica. Sentí que la sangre me hervía de la bronca que me había despertado la idea de que hubiera sido abusada. Un sentimiento de protección que no creí que iba a sentir en ese momento apareció con mucha fuerza. ¡Mierda! Los sentimientos hacia Sami eran tan ambiguos, que incluso siendo un hombre hecho y derecho, que ya había pasado hacía rato los treinta, me sentía confundido.

—Me agarró sed. Voy a tomar un vaso de agua —dijo Agos.

Su elegante figura se irguió en medio de la oscuridad, y se fue caminando, con la espalda recta, meneando las caderas de manera sutil, sin exagerar, como si fuera una modelo. En los últimos minutos había estado pensando tanto en sus hermanas, que su exacerbada belleza casi había sido olvidada. Pero ahí estaba, la más grande, la más inteligente, la más hermosa —al menos en lo que respecta a rasgos faciales—. Si había una mujer a la que sería lindo acabarle en la cara, era ella. No solo por el morbo que me generaba el hecho de eyacular sobre una mujer que aseguraba que no le gustaba que se lo hicieran, sino por lo bello que sería manchar esa perfecta carita de piel lozana. Una cosa que no les dije —y no les diría— a las hermanitas, era que las mujeres de rostros hermosos despertaban más ganas que cualquier otra de que larguemos nuestra virilidad en ellas.

—¡Ay! —gritó Agos desde la cocina.

Inmediatamente después del grito, se escuchó el sonido de cristales rompiéndose.

—Esperen acá, yo voy a ver si está bien —dije.

El grito no había sido muy escandaloso. Supuse que se había tropezado con algo y eso hizo que se le cayera el vaso de vidrio que contenía la vela. Pero de todas formas tenía que asegurarme de que no había pasado nada. Las velas iluminaban lo suficiente como para que me moviera con soltura por el ******. Pero cuando atravesé la puerta que daba a la cocina me di cuenta de que había cometido un error, pues ahora que Agos no tenía una, el lugar estaba en la absoluta penumbra.

Aun así, no tuve la inteligencia suficiente como para ir con cuidado. Los primeros pasos que di fueron rápidos. Y entonces fue cuando me choqué con Agos. Y por supuesto, no es que habíamos chocado de manera normal. Por lo visto, ella se encontraba inclinada. Yo había empujado sus nalgas con mi pelvis, lo que para empezar dejaba en evidencia la calentura que tenía encima. Pero para colmo, el empujón fue tan violento, que sentí cómo ella se iba para adelante. Si llegaba a caerse podría lastimarse con el vidrio roto. Pero esta vez sí actué con rapidez. La agarré de las caderas y la ayudé a enderezarse. Ella se irguió. Al hacerlo, su pulposo trasero se frotó con mi miembro. Era imposible pensar que creyera que se trataba de mi celular o de alguna otra cosa, ya que con ese contacto pudo corroborar la forma fálica que tenía ese instrumento durísimo que ahora se hincaba en ella.

—¿Estás bien? —le pregunté, sin poder soltarla.

—Sí. Gracias —dijo ella.

Quedamos unidos, como dos piezas de rompecabezas, en medio de la oscuridad. Sentí el perfume de su cuello.

—¿Pensás que soy una frígida? —preguntó en un susurro.

Me pareció sentir que se apretaba más a mí. Yo a su vez, hice un movimiento arriba abajo sobre sus caderas, usando el sentido del tacto para percibir sus formas.

—Claro que no —le aseguré.

—¿Está todo bien? —preguntó Valentina a mis espaldas.

Me separé de Agos, pero sin dejar de poner mis manos en ella, como si la estuviera ayudando a mantener el equilibrio.

—Sí, todo bien —dijo ella—. Alumbrame por acá, así junto el vidrio.

Valentina y Sami entraron a la cocina, con los vasos con las velas encendidas en ellas. Enseguida me fui a un rincón para agarrar una escoba y una pala. En un veloz y arriesgado movimiento me acomodé la verga para disimular lo mejor que podía la erección. Igual a esas alturas tampoco era que me preocupara mucho.

Agos. Siempre fue Agos, pensé para mí.

Continuará
 

heranlu

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Capítulo 5

Hora de comer

Era una tortura estar cerca de ella y no poder llevar lo que había sucedido al siguiente nivel. Sami me ayudaba a juntar los vidrios rotos del piso, iluminando con la vela para asegurarnos de que no quedara ningún pedacito de cristal sin levantar. Creo que era la primera vez que lamentaba tener a la pequeña rubiecita tan cerca de mí. Valentina, con Rita en brazos, estaba cuchicheando con Agos. A pesar de que todos estábamos en un espacio muy reducido, no entendía lo que decían, debido a que el cielo no paraba de tronar y la lluvia se escuchaba muy fuerte en esa parte de la casa. De todas formas, me daba la impresión de que estaban hablando sobre algo que solo les incumbía a ellas. Cuando tiré el vidrio roto adentro de una caja, para no mezclarlo con el resto de la basura, miré de reojo a Agos, quien me devolvió la mirada. Traté de dilucidar qué era lo que expresaba esa mirada, pero me costó definirlo. ¿De verdad me iba a comer a ese caramelito? Si me hubiera hecho esa misma pregunta apenas unos días atrás, la respuesta sería un contundente no. La princesita de la casa era la más inalcanzable de las hermanas. Si bien nunca creí que pudiera tener chances con alguna de las tres, la calidez y ternura de Sami me hacían fantasear con la idea de que, si se daban determinadas condiciones, no sería imposible tenerla entre mis brazos. Por otra parte, si bien Valentina era la más hostil de las tres, ese antagonismo infundado me hacía recordar a la actitud que tenían algunos niños con la chica que les gustaba: se mostraban con una agresividad exacerbada hacia ellas, cosa que solo significaba que era la única manera que tenían de llamarles la atención. El odio no es más que la otra cara del amor después de todo. La actitud varonil de mi sensual hijastra contribuía con esa hipótesis. Y ahora que sabía que ella recordaba muy bien que yo era el baboso del supermercado, y, aparentemente, no le había contado nada a Mariel, mi teoría se veía reforzada. En resumen, si bien esas dos chicas estaban en el plano de las fantasías, había cierto grado de verisimilitud en el hecho de imaginarme con ellas. Era algo extremadamente improbable quizás, pero no imposible.

Pero con Agos las cosas siempre fueron bien diferentes. Ella nunca me demostró odio, ni nada parecido, sino un desprecio contenido, como quien se ve obligado a convivir con la desagradable mascota de su compañero de departamento. Su desdén e indiferencia no podían ser interpretados como un llamado de atención, ni como una señal de atracción reprimida. Aunque ahora parecía que la realidad me marcaba una cosa totalmente distinta.

Si con Sami todavía tenía la duda de cómo había interpretado mis caricias en esa zona límite que quedaba en la parte más baja de la cintura, casi al comienzo de las nalgas; con Agos no existía duda alguna respecto a lo que había pasado. El primer contacto fue accidental, era cierto. La oscuridad me había jugado una mala pasada —¿O sería una muy buena pasada?—, y había apoyado mi pelvis en sus pulposas nalgas, haciéndole sentir la potente erección que tenía en ese momento. Pero luego, cuando la ayudé a levantarse, estuvimos más tiempo del necesario unidos, sin ninguna intención de separarnos. Y como si eso fuera poco, Agos empujó hacia atrás, metiendo más presión a mi verga que estaba a punto de estallar. ¿Pensás que soy una frígida?, había preguntado.

No. Claro que no lo creía.

La presencia de sus hermanas me tiró el ánimo por el piso, ya que no pude seguir frotándome en ese perfecto orto mientras sentía el rico olorcito de su perfume. Pero estaba decido a llevarme a mi cuarto a la princesita. O quizás le haría una visita nocturna al suyo, daba lo mismo. Esa noche la haría gritar de placer. Esperaba que la tormenta siguiera rugiendo con la furia con la que lo hacía ahora, así las otras no escucharían los gemidos que le haría largar a esa muñequita inconquistable.

Me hice el tonto, demorando más de lo necesario levantando los cristales del suelo, para ver si las otras se iban y nos dejaban solos un rato. Pero Sami no parecía querer despegarse de mí, ni Valentina dejaba de cuchichear con Agos. Luego ambas volvieron a la cocina, cosa que me frustró, ya que por lo visto Agos no pensaba hacer nada para quedarse ahí conmigo. Por un momento pensé en una terrible teoría: lo de recién había sido cosa del momento y nada más. En mi tierna juventud había tenido situaciones similares con amigas a las que me quería coger. Había cierto franeleo con ellas en un momento determinado, pero luego la cosa no se concretaba. Ellas siempre encontraban excusas para dejarme con la calentura en los pantalones: que tenían novios, que en realidad no había pasado nada entre nosotros, que justo ese día no podíamos vernos, etc. Pero deseché esa idea. Agos sabía que yo no era uno de esos pendejos veinteañeros que ella conocía. Ya era todo un hombre, y si me arriesgaba a tanto con la hija de mi pareja, era por algo. No iba a dar marcha atrás ¿cierto?

—Que noche rara ¿No? —dijo Sami. Sus ojos azules resaltaban tanto, que parecían brillar más que las velas—. Me da la sensación de que va a pasar algo —agregó después.

—No va a pasar nada malo —le aseguré, acariciando su mejilla con ternura.

Me arrepentí enseguida de haberlo hecho. El encuentro con Agos me había dejado tan caliente, que corría el riesgo de desahogarme de manera impulsiva con su hermanita menor. Sin embargo, no atiné a retirar la mano inmediatamente. Recorrí su rostro con la cara externa de mis dedos, frotando su mejilla, para luego deslizarlos hacia el mentón. Sami me sonrió con ternura —una sonrisa dulce que me desarmó—, cosa que hizo muy difícil que le saque las manos de encima.

—Yo no dije que fuera algo malo lo que va a pasar —explicó ella.

—Y qué cree que va a suceder la brujita de la casa —dije yo, bromeando.

—No sé. Algo diferente —respondió, enigmática—. Perdoname por lo del video —dijo después, recordando la bochornosa escena de hacía unos minutos.

—No pasa nada. Todos somos lo suficientemente grandes como para no escandalizarnos por eso —dije, para que se quedara tranquila.

Pero era una verdad a medias. Si bien Sami ya estaba en edad de ver esas películas, Sami aún me parecía muy pequeña. Aunque eso se debía más que nada a su actitud algo infantil. Por otra parte, eso no pareció molestarme cuando metí mano en ella, como así tampoco me detuvo cuando acaricié su rostro hermoso. Doble moral le dicen algunos. Era cierto lo que decía la pequeña. Esa noche iba a suceder algo fuera de lo común. Por momentos hasta me daba alegría haberme enterado de que Mariel me había metido los cuernos, porque gracias a eso no tenía tantas trabas éticas que me hubieran impedido pensar seriamente en cogerme a alguna de sus niñas. Pero, aunque por un momento pensé que Sami sería una de las protagonistas de la escena que esperaba que se desarrolle dentro de algunas horas, ahora todo indicaba que era la mayor de las hermanas la que había hecho suficientes méritos, no solo para calentarme, sino para hacerme sentir lo suficientemente seguro de tirarme a la pileta. Primero lo de advertirme de los cuernos de mi mujer, después lo de palparme la verga en medio de la oscuridad, y ahora esto. No había forma de que la idea de meterme adentro de la princesita se me fuera de la cabeza.

No obstante, estar a solas con Sami resultaba peligroso. Mi excitación era tan grande, y se había gestado desde hacía ya tanto tiempo, que ahora me encontraba en ese peculiar estado en el que a veces caemos los hombres. Me refiero a ese estado de calentura tan grande, que podemos llegar a desquitarnos con la primera que se nos cruza en el camino, incluso si no nos sentimos atraídos por esa persona. Y Sami sí que me atraía. Si mi pequeña hijastra me seguía mirando así, iba a ser algo muy riesgoso. No pude evitar desear que ojalá fuera Agos la que se encontrara a solas conmigo en ese momento. De ser así, podría comerle la boca sin miedo a sentirme rechazado.

—¿Volvemos? —dijo Sami.

Me alegré de que ella haya tenido la inteligencia de cortar con ese momento tan tierno, que fácilmente podía haberse convertido en otra situación erótica. Ahora que había descubierto que la mujer misteriosa era Agos, me daba cuenta de que lo que hice con Sami había sido mucho más riesgoso de lo que había imaginado. Era hora de empezar a utilizar las neuronas. Debía concentrarme en la princesita y dejar de tontear con la linda rubiecita. Por más que se mostrara cariñosa conmigo, era demasiado pequeña, y quizás no se percataba de lo que podía generar su actitud. Si le hacía a ella lo mismo que le había hecho a Agos, era muy probable que me metiera en serios problemas.

—Dale, vamos —dije.

Cuando me dio la espalda, aproveché para asegurarme nuevamente de esconder mi erección. Por suerte ya no la tenía tan tiesa como hacía unos minutos, aunque la hinchazón era notable.

Al llegar a la sala de estar, lo primero que hice fue observar a Agos. Ella desvió la mirada de manera algo torpe, lo que me pareció divertido. Fingió que recordó algo que debía preguntarle a Valentina y la otra le contestaba mientras Sami y yo nos sentábamos en el sofá que parecía estar destinado para que permanezcamos juntos. Lamenté que Agos no tuviera la astucia de cambiarse de lugar. Si se sentara conmigo, sería fácil encontrar la manera de manosearla, sin que las otras se dieran cuenta, así como había hecho con Sami, solo que ahora mis manos se aventurarían a mayores profundidades. Pero no, debía tener paciencia —más de la que ya estaba teniendo—, y esperar el momento oportuno para ponerle las manos encima.

—Sería buena idea comer temprano ¿No? —comentó Valentina, que ya tenía su cuerpo desparramado sobre el sofá más grande.

A pesar de estar tan ensimismado, meditando sobre lo que debía ocurrir esa misma noche con Agostina, era una misión imposible no prestar atención a esas turgentes tetas que parecían querer escaparse de la remera, y esos pezones que se marcaban en la tela y dejaban en evidencia la ausencia del corpiño. Su mirada traviesa y algo petulante a la vez, también era algo difícil de ignorar. Valentina era evidentemente la más sexual de todas ellas, incluso más que la propia Mariel, según especulaba. No pude evitar sentir una punzada de decepción porque ahora tenía la certeza de que no era ella mi admiradora secreta. Pero Agos no era precisamente un premio consuelo. De hecho, ni siquiera era inferior a Valentina en cuanto a atributos físicos. Simplemente era diferente. Quizás lo que en realidad deseaba en lo más profundo de mi alma, era tenerlas a las dos en mi cama. O ya que estamos, a las tres.

—Bueno, tampoco es taaan temprano —opinó Sami—. Además, yo ya tengo hambre.

Eran pasadas las siete de la tarde, así que, si empezaba a preparar la cena y la hacía tranquilo, íbamos a comer poco después de las ocho. Un poco antes de lo que estábamos acostumbrados, pero tampoco era una locura. Además, a mí me convenía esa idea, ya que quería que cada una se fuera a su cuarto cuanto antes.

—Eso te pasa por estar todo el día encerrada y no bajar a merendar —la reprendió Agos—. Hay que comer al menos cuatro veces al día ¿No sabías?

—Sí mamita —se burló Sami.

—Bueno, si quieren voy preparando unos tallarines con salsa —propuse—. Pero necesito al menos dos velas para estar bien iluminado en la cocina.

—¡Yo te ayudo! —dijo Sami, entusiasmada.

—Yi ti ayudi —se burló Valentina.

Me pareció notar que Agos estaba decepcionada por lo que acababa de oír. De hecho, yo también lo estaba, pues esperaba que fuera ella la que se ofreciera, y así tener por fin un rato de intimidad con ella. De esa manera tendríamos un lindo recalentamiento antes de lo que fuera a suceder a la hora de dormir. Pero ella había estado muy lenta y Sami muy rápida.

—Dale, vamos —dije.

—Bueno, nosotras también deberíamos ayudar ¿No, Valu? —dijo Agos, mientras Sami y yo volvíamos a la cocina. La hermana del medio la miró con cara de pocos amigos—. Digo, está tan oscuro… Debe ser incómodo cocinar así. Mejor llevemos todas las velas a la cocina y de paso le damos una mano.

—Bue —escuché decir con desgana a Valentina.

Me entusiasmó mucho escuchar a Agos haciendo lo posible por estar cerca de mí. Supuse que la invitación a Valentina era para disimular. Quizás, al igual que yo, esperaba que la otra se negara. Pero seguramente Valentina se había dado cuenta de que si se quedaba sola en el ******, cuando ni siquiera contaba con su celular, hubiera sido terriblemente aburrido. Ahora tendríamos a sus dos hermanas estorbando, pero de todas maneras me alegraba saber que la tendría bien cerquita.

—Valu, alcanzanos un paquete de fideos de la alacena. Como sabés, yo no llego —dijo Sami, mientras yo llenaba de agua una olla.

Valentina se puso de puntita de pie para alcanzar la puerta de la alacena y abrirla. Había dejado una vela sobre la mesada, lo que hacía que se ilumine su costado derecho. Ahora estaba convertida en apenas una silueta sumergida en la semipenumbra. Pero con ese débil haz de luz bastó para que sus formas curvas quedaran en evidencia, principalmente gracias a sus anchas y curvadas caderas y a sus ya conocidas inmensas tetas. Casi parecía una obra de arte en la que un pintor prodigioso había hecho un increíble trabajo con las luces y sombras, reflejando, de manera sutil, una sensualidad exquisita.

—¿Vas cortando las cebollas? —me dijo Agos, obligándome a desviar la mirada de su dolorosamente sexy hermana. Me entregó la tabla para picar, y un cuchillo. Sus ojos marrones parecían hincarme, como si ellos mismos fueran cuchillos. Me pregunté si no era demasiado pronto para escenas de celos, aunque por otra parte mi ego se elevó por las nubes.

—¿No era que ibas a ayudar? —se burló Sami, que encendía apresuradamente las hornallas. Estaba claro que, a pesar de su entusiasmo, no tenía idea de lo que era cocinar. Pero de todas formas el fuego servía para iluminar un poco más el espacio, así que no le dije nada.

—Sí, pero prefiero hacer otra cosa. Odio picar cebolla —respondió con sinceridad Agos—. Después el olor tarda mil años en irse de mis manos. Prefiero ayudar en otra cosa.

No pude evitar preguntarme si no le molestaría también sentir un dejo del olor a cebolla en mis manos, o incluso si le incomodaría que la toque con esas mismas manos que pronto estarían hediondas. Por mi parte no pensaba privarme de ciertas prácticas sexuales por cuestiones tan insignificantes como esa.

—No hay problema, yo me encargo —dije.

Cuando agarré el cuchillo, por su mango, aproveché para acariciar su mano —manos delicadas de uñas prolijamente pintadas—. Era un gesto claramente hecho a propósito, pero ella no pareció percatarse de ello. Valentina seguía estirada, escarbando en la alacena, buscando el paquete de tallarines. La oscuridad no se la hacía fácil, ni a mí tampoco, porque era realmente un espectáculo la vista de ese tremendo orto que ahora estaba bañado por la débil luz de la vela. La expresión culo cometrapo le cabía perfectamente, ya que la tela de la calza parecía estar siendo engullida por su enorme y profundo ojete.

—A ver —Dijo Agos.

Se colocó al lado de Valentina, elevó su mano que sostenía otro vaso con la vela encastrada, e hizo un movimiento igual al de su hermana. Ahora tenía a los dos preciosos culos tentándome, a apenas unos pasos de donde yo estaba. Si Sami no estuviera también tan cerca, quizás me hubiese animado a acercarme y pellizcar la nalga de Agos. Con ese pantalón de un negro brilloso, quedaba más expuesta que Valentina, ya que no solo la alcanzaba la luz, sino que la vela se reflejaba en él, y dejaba a la vista el perfecto glúteo de la pendeja. La costura del medio también refulgió en la penumbra, remarcando con exquisitez la profundidad y la forma de la parte trasera de la mayor de mis hijastras.

Algo me decía que iba a ser más difícil de lo que pensaba contenerme hasta que llegara la hora de dormir. Teniendo a tres pendejas preciosas revoloteando a mi alrededor, que además parecían provocarme a propósito en todo momento, la calentura era difícil de controlar.

—Una semana después… —se burló Sami de sus hermanas, pues se estaban tardando demasiado en una tarea muy simple.

Como respuesta al chascarrillo, Valentina por fin encontró el paquete de tallarines.

—¡Acá están! —dijo, levantándolo, como si fuera un trofeo—. ¿Cómo te quedó el ojo? Enana —atacó después a Sami, aunque las agresiones que iban a la más pequeña no solían ser de verdad, ya que todas la consentían de alguna u otra manera.

Me puse a picar la cebolla y el ajo.

—Ponele un poco de aceite a la otra olla —le dije a Sami.

La rubiecita obedeció.

—¿Me alcanzás el tomate? —le pedí a Agos.

No pude evitar ponerme nervioso cuando la princesa de la casa se acercó a mí, con dos tomates grandes en las manos. Pero acababa de ver una oportunidad y no la pensaba dejar ir. Debía ser veloz y tener mucho cuidado. Me limpié la mano con un repasador. Agos me entregó los tomates.

—Gracias —le dije—. Ahora alcánzame la sal, por favor.

Me dio la espalda. Miré a Sami, quien estaba muy concentrada viendo cómo el aceite se deslizaba en el fondo de la olla. Luego busqué a Valentina. Comprobé que estaba de brazos cruzados, mirando la fuerte cortina de lluvia que todavía caía afuera. Estaba seguro de que apenas tenía unos segundos antes de que alguna de las dos —con toda probabilidad Sami—, pusiera nuevamente atención a mi persona. Así que actué con rapidez. Mientras Agos daba el primer paso para alejarse de mí, dándome la espalda, extendí el brazo y le pellizqué el culo.

Fue apenas un efímero contacto, pero era imposible que pasara desapercibido para ella. Mis dedos se cerraron en el terso orto de mi hijastra. Pude ver cómo el pantalón se arrugaba al recibir mi pellizco. ¿Hacía cuánto que no sentía entre mis manos un trasero como ese? Redondo, pulposo, erguido, perfecto. Era de esos culos que uno no podía dejar de darse vuelta a mirar. Y ahora era presa de mis ansiosos dedos que se hundían en esa suave piel, a través de la gruesa tela del pantalón.

Pero enseguida la solté, porque estaba decidido a no correr ningún riesgo innecesario. Solo necesitaba confirmar que ella no se molestaba por mi atrevimiento. En efecto, no hizo ni dijo nada. Pero tampoco detuvo sus pasos, sino que siguió como si nada hubiera pasado. Continué preparando la salsa, esperando que nuestras miradas se encontraran de nuevo, pero ella me esquivaba. Tampoco podía ser tan obvio, por lo que me limité a tratar de ver su reacción solo un par de veces. En todas las ocasiones me choqué con su indiferencia. Entonces empecé a preocuparme. ¿Me habría engañado a mí mismo durante todo ese tiempo? No. No podía ser eso. Ella había dejado que yo frotara mi verga tiesa en su trasero y me había preguntado si le parecía que era una frígida. Ahora que no me viniera con histeriqueos. Para colmo estaba completamente al palo de nuevo. ¿No era poco saludable estar con una erección durante tanto tiempo? Lo único que me generaba cierto alivio al respecto era el hecho de que en realidad no era que estuve con la verga tiesa durante toda la tarde, sino que se me paraba a cada rato, y luego se bajaba con mucho esfuerzo de mi parte.

La verdad era que hacer tallarines con salsa no era la gran cosa. De hecho, siendo tantos en la cocina era más un estorbo que otra cosa tener tres ayudantes. Pero no se me ocurría nada para hacer que las otras dos nos dejaran a solas.

Así que estuve durante un buen rato, con la incertidumbre de saber si le había molestado mi mano inquieta o no.

Empecé a meter todo lo que había picado en la olla. Puse el agua también en el fuego. Me di cuenta de que mi mano estaba transpirada. Quién lo iba a decir. A mi edad, con los nervios en punta por una mocosa de veinte años. Sami arrimó su rostro a la olla más de lo aconsejable, y tuvo que retirarlo rápidamente cuando sintió el calor del vapor.

—Mezclá un rato —le ordené.

Agarré cuatro platos y se los entregué a Valentina.

—Andá poniendo la mesa —le dije.

—Sí señor —respondió, algo exasperada.

Agarró uno de los vasos para iluminarse, y se fue al comedor con pasos vacilantes, aunque no se privó de menear las caderas mientras caminaba.

—Ay, creo que se pegó —dijo Sami.

Empezaba a salir mucho vapor de la olla, y olía a quemado.

—Sami, ya estás haciendo lío —le reprendió Agos.

—No es nada —dije, vislumbrando una oportunidad que quizás no se repetiría pronto—. Agos, echale un poco de agua a la olla. Y vos no dejes de revolver —agregué después, dirigiéndome a Sami.

Antes de llenar un vaso con agua de la canilla, Agos se ató el pelo. Luego fue hasta la olla y tiró un poco de agua en ella.

—Qué asco. Me estoy llenando de olor a comida gracias a vos, tontuela —le dijo a su hermana, aunque con cierta cuota de ternura—. Me voy a tener que bañar de nuevo —agregó después.

En ninguno de sus actos desvió la mirada hacia mí. Pero eso no me detuvo. Ahora Valentina estaba fuera de mi vista, y las otras dos, dándome la espalda, alrededor de la cocina. Me acerqué, colocándome detrás de Agos.

—Revolvé un poco más —le dije a Sami, mientas apoyaba la mano en la cintura de Agos—. Que no quede ningún pedazo de cebolla pegado en el fondo.

La pequeña rubiecita estaba concentrada en lo que para ella resultaba una ardua y compleja tarea. Yo me arrimé más a Agos. Mi verga dura se frotó una vez más con su pulposo culo. Mi instrumento y sus nalgas estaban destinados a estar juntos.

—Tirá un poquito más de agua — le dije a Agos. Deslicé la mano que tenía en la cintura, por la cadera, para luego alcanzar su glúteo—. Así está bien —dije después.

Sentí el olor de su cuello, y cerré mis dedos en su trasero. Luego hice movimientos circulares en él. Ella permaneció inmóvil, con el vaso aun en su mano.

—Ya estaría ¿No? —preguntó Sami, que parecía cansada, o quizás aburrida, de hacer movimientos circulares en la olla.

Al hacerlo, me miró. Pero lo único que podía estar viendo era a mí, que me había acercado por detrás de Agos, quizás más cerca de lo necesario, era cierto, pero nada más. No podía percatarse de que al final de ese brazo que estaba tapado por el cuerpo de su hermana, yo no dejaba de frotar la mano en el enloquecedor orto de Agos.

Y como si eso fuera poco, ella no se salió de esa posición tan comprometedora, sino que, estando a apenas unos centímetros de Sami, dejó que le metiera mano a mi gusto. Mi verga ya no daba más de tantos estímulos. Necesitaba que el día terminara inmediatamente para poder expulsar el semen.

A pesar de que sabía que no era buena idea extender ese delicioso momento por más tiempo que ese, mis dedos parecían haber cobrado voluntad propia, y no había manera de sacarlos de encima de mi hijastra. Además, ahora se habían aventurado en una tarea más obscena: el dedo pulgar empezaba a frotarse por la raya del culo. Sentía con la punta de este, la costura que marcaba la profundidad de ese precioso ojete, mientras que con los otros dedos continuaba disfrutando del carnoso glúteo.

Fue Agos finalmente la que se apartó, con cierta brusquedad. Por un instante volví a temer. Pero luego me di cuenta de que Valentina había vuelto a la cocina, y que entonces a eso se debió su actitud. Estando totalmente enloquecido por el trasero de la princesita de la casa, ni siquiera me había percatado de que ya había pasado suficiente tiempo como para que la hermana del medio apareciera de nuevo.

—Bueno, voy llevando los cubiertos —dijo después Agos, haciéndose la tonta.

La indiferencia que ahora demostraba hacia mí sólo dejaba en evidencia lo joven e inexperimentada que era. Resultaba evidente que quería fingir que nada había sucedido, pero lo hacía de una manera torpe. Lo mejor hubiera sido que actuara con normalidad, y que no me esquivara todo el tiempo la mirada. Pero bueno, a esas alturas no me importaba nada ese detalle. Las dudas ya estaban disipadas. Esa noche me comería a la más bella y delicada de mis hijastras. A las más inalcanzable.

Cuando vi que el agua hervía, puse el fideo. Ahora la única asistente que me quedó fue Sami, quien revolvía ya no el guisado, sino la salsa. Agos se había quedado en la sala de estar cuando llevó los cubiertos, y Valentina la había imitado. Me pareció oír que estaban conversando nuevamente. Por primera vez me intrigó saber de qué era lo que estaban charlando. No es que fueran las hermanas más unidas. Pero por momentos parecían cerrarse en una extraña intimidad. No por primera vez se me cruzó por la cabeza la idea de que algo estaban tramando.

Ya no me inquietaba el hecho de que no se molestara en permanecer cerca de mí. Seguramente se había percatado de que sería difícil que Sami me dejara solo. O quizás sabía que yo no podría evitar manosearla, cosa que tenía su riesgo. No sería difícil que alguna de las chicas nos pescara infraganti.

Cuando la comida estuvo lista, la llevamos a la mesa. Nos sentamos bajo la luz de las velas. Valentina le había llenado el plato a Rita, con comida para perros, aunque la mascota de la casa parecía más interesada en la salsa, que tenía pedacitos de carne tierna.

—Se ve piola —comentó Valentina cuando le serví un plato. Creo que eso era lo más cercano a un halago que me diría mi más díscola y vulgar hijastra. Pero no iba a tardar en corregir su buena actitud—. ¿No ganarías más siendo cocinero? —preguntó después.

—Sí, pero no soy profesional —respondí—. Sólo me tomarían como ayudante, y ganaría incluso menos que con mi trabajo actual.

—Con esa manera de pensar, nunca va a progresar señor padrastro. ¿Cómo piensa cuidarnos si mamá muere en un trágico accidente? —bromeó después.

Sami encontró muy gracioso el chiste. Pensé que Agos le diría que no se desubicara, pero permaneció ensimismada, exageradamente concentrada en el tenedor que hacía girar y se iba envolviendo por los fideos.

—¿Todo bien Agos? —me animé a preguntarle.

—Sí, todo bien —dijo ella. Levantó la vista e hizo una sonrisa forzada. Pero de repente su semblante se ensombreció—. Perdón. Voy al baño —dijo, poniéndose de pie.

—¿Se habrá ido a cagar? —comentó Valentina, burlona, cuando Agos desapareció en la oscuridad—. Lo podría haber hecho antes de la cena ¿No? —agregó después.

—Valu, ¡qué asquerosa! —dijo Sami, aunque estaba más bien divertida—. Las chicas como Agos no cagan, y menos a la hora de cenar.

—Es cierto. De su traste solo salen flores —siguió Valentina, y ambas estallaron en carcajadas.

—Bueno chicas, basta —dije yo, haciendo cierto esfuerzo para no reírme, ya que Agostina justamente me parecía de esas personas tan pulcras, que resultaba insólito imaginarla en esas situaciones por las que debíamos pasar el resto de los mortales—. Voy a ver si está bien —comenté después, poniéndome de pie.

Llevé una vela, me dirigí hacia el baño de la planta baja. Cuando llegué, me encontré con Agos, que estaba parada frente al espejo. Con las manos apoyadas en la piletita, como si me estuviera esperando.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí —respondió ella, lacónica.

La agarré de la cintura, por detrás, y me arrimé a ella. El espejo nos devolvía una imagen oscura y borrosa. No obstante, se veía mi rostro curtido detrás de su cara de rasgos perfectos. Le olí el cabello, y luego se lo corrí a un costado, para dejar el lado derecho de su cuello de cisne desnudo.

Ella no dijo nada, cosa que tomé como un permiso para que aprovechara ese momento. Le di un beso en el cuello. Solo usando los labios. Estaba haciendo lo posible por controlarme, pues si me excedía, no iba a poder evitar querer penetrarla ahí mismo, y lo cierto era que ni el momento ni el lugar eran oportunos. Sus hermanas estaban a apenas unos metros, y si hacíamos mucho ruido llamaríamos su atención. Además, si nos ausentábamos más de la cuenta, también quedaríamos expuestos.

—No veo la hora de estar a solas con vos —dije.

Subí lentamente las manos. Apoyé mi verga dura en su trasero. Mis manos se cerraron en sus tetas. Eran blandas y estaban erguidas. Se sentían muy bien, pero seguramente se sentirían mejor cuando las tocara desnudas. Empujé, clavándole con fuerza mi miembro, casi como si quisiera atravesar mi pantalón y el suyo, y cogérmela ahí mismo. Luego la agarré del mentón. La hice erguirse y girar el rostro. Le di un beso en los carnosos labios. Pero apenas pude saborearlos por unos instantes, pues ella lo esquivó.

Me pregunté si lo que la había molestado era el hecho de que mi boca tuviera el sabor a la salsa que había preparado. Viniendo de ella no me molestaba, ni me extrañaba. Además, aunque me negara el beso, mis manos se frotaban con vehemencia en sus tetas, y mi verga no se despegaba de su trasero, sin que ella pusiera ningún reparo en ello. Así que no insistí con el beso. Ya tendríamos tiempo más tarde para lamernos hasta las sombras.

—A la noche voy a visitarte a tu cuarto —afirmé yo.

No me iba a molestar en preguntárselo, pues era obvio que después de todo lo que había sucedido, teníamos que terminar cogiendo. Tampoco me arriesgué a decirle que la esperaba en mi habitación, porque me expondría a que no se animara a tener esa iniciativa. Yo aparecería a la hora más oscura de la madrugada, cuando sus hermanitas estuvieran durmiendo plácidamente, y punto.

—No. No lo sé —dijo ella.

—Qué —susurré en su oído, sin dejar de magrear sus senos.

—¿Y mamá? —preguntó—. ¿Tan fácil te olvidás de ella?

La pregunta me tomó por sorpresa. ¿Por qué carajos me salía con eso? La sola mención de Mariel me bajó la calentura considerablemente. Además, si me lo ponía a analizar, lo que ella hacía era mucho más criticable que lo mío. Después de todo, las parejas eran reemplazables, pero las hijas no. La deslealtad de ella sería imperdonable a los ojos de su madre.

Sin embargo, no le diría nada de eso en ese momento, cuando por fin la tenía arrinconada, y podía disfrutar de cada rincón de su cuerpo.

—¿Tu mamá? —dije yo—. Tu mamá me mete los cuernos. Vos lo sabés.

Vi, a través del espejo, el asombro en los ojos de Agos.

—¿Y cómo sabés que yo lo sé? —preguntó a su vez.

Ahora el asombrado era yo. ¿No había sido ella la que me envió las pruebas de la traición de Mariel? ¿Qué sentido tenía seguir con el engaño? Salvo que…

—Tenemos que volver —dijo ella, saliendo, con esfuerzo, de la prisión que representaba mi cuerpo y la piletita del baño.

La agarré de la muñeca.

—Esperá. Hoy a la tarde. Cuando salí de la sala de luces… —dije, algo agitado y nervioso.

—Cuando saliste de la sala de luces ¿Qué? —inquirió ella.

—Estaba todo oscuro…Te choqué, sin querer… —dije, con cautela.

Agos frunció el ceño.

—¿Hoy? —dijo, haciendo memoria—. No, no fui yo —recalcó después —habrá sido alguna de las chicas.

Se soltó de mi mano, dejándome atónito. Recordé que cuando le hice la misma pregunta a Sami, me dio la misma respuesta, y de hecho, utilizó esas mismas palabras: “Habrá sido alguna de las chicas”.

¿Qué mierda estaba pasando? ¿Sería que había malinterpretado todo desde un principio? Sentí que el destino me indicaba, con una enorme flecha fluorescente, hacia donde debía haber mirado desde un principio. Al final, la respuesta más simple parecía ser la correcta. Ahí estaban las señales. Yo mismo las había visto, pero no me había animado a darles el valor que se merecían: la agresión con la que me trataba sin motivos; su risa perversa en el momento justo en el que yo recibía aquel mensaje; el silencio que había decidido guardar sobre la vez en la que nos conocimos; la personalidad varonil que cuadraba a la perfección con el incidente a la salida de la sala de luces…

Al final se trataba de ella.

Se me hizo agua la boca. Después de todo, iba a suceder. La fantasía nacida desde hacía más de un año se iba a concretar: me iba a coger a Valentina. O mejor dicho: También me iba a coger a Valentina.

Continuará
 

heranlu

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Capítulo 6

Pijama party

No podía estar más eufórico. En ese punto, aunque Mariel no me hubiera sido infiel, no iba a poder contenerme. Me iba a comer al menos a una de esas pendejas esa misma noche —a la otra quizás la dejaría para el postre—.

Ya no había dudas de que Agos me correspondía y ahora resultaba que la zorra de Valentina era la que había abusado de mí en la oscuridad, y la que me había alertado de la traición de mi pareja. Era irónico que al final la primera sospechosa fuera la culpable. Qué terrible culeada le pegaría a esa pendeja soberbia cuando la agarre, pensaba. Pero lo más seguro era que primero fuera por Agos. En el baño se había hecho la tonta, diciendo que no estaba segura de si quería que fuera a verla a su cuarto. Pero cuando decía eso, la princesita dejaba que metiera mano en sus tetas mientras le hincaba la verga dura en las nalgas, casi como si me la estuviera cogiendo a pesar de que ambos estábamos vestidos.

—En qué andaban ustedes dos —dijo Valentina, con la boca llena, pues no se había molestado en esperarnos para comenzar a comer los fideos con salsa. Lo dijo enarcando las cejas, con una sonrisa traviesa que en ese momento se me antojó muy graciosa.

—Nada, Adri pensó que me sentía mal. Pero no me pasó nada —respondió Agos rápidamente, sentándose en la mesa.

El lindo rostro de Sami, iluminado por una tenue luz de vela, pareció muy severo. No era común verla así, casi molesta. ¿Estaría celosa? Si era así, ya me haría lugar para ella. A esas alturas no tenía motivos para dejar afuera a la tierna rubiecita de dieciocho años.

Decidí que iba a comer solo un plato, y por esta vez no bebería cerveza, sino que me limitaría a tomar agua. Ya no tenía veinte años, y necesitaba sentirme liviano y lúcido para tener una excelente performance en la habitación de la mayor de mis hijastras.

La cena era una buena oportunidad para intimar un poco más con las hermanitas, pero estaba tan concentrado en lo que debía pasar en algunas horas, que no logré mantener una conversación fluida con ellas. En mi mente ya no eran más que actrices porno que no solo cumplirían la función de satisfacerme, sino que representarían una perfecta venganza hacia mi traidora mujer. Gracias a eso ya no me vería en la obligación de sentirme humillado al tener que convivir con alguien que me había metido los cuernos. Abandonar a Mariel en ese punto no estaba en discusión. Por más que me pesase, no estaba en condiciones de irme a vivir solo. Mi situación económica desastrosa hacía que eso fuera imposible en el corto plazo. Pero ahora por lo menos tenía el atenuante de que no me sentiría como un pobre cornudo impotente. La infidelidad de Mariel no se desvanecería por arte de magia, pero yo estaba a punto de equilibrar la balanza, lo que, por demencial que sonara, contribuiría a sostener la pareja.

Cuando llegó la hora de levantar la mesa, Sami me ayudó a lavar las cosas.

La tormenta por fin había terminado, aunque todavía caía la lluvia —mucho menos intensa que antes—, mientras que el feroz viento sí había desaparecido, como si ya estuviera satisfecho de los destrozos que había causado.

—¿Está todo bien? —preguntó Sami.

—Sí ¿Por? —pregunté a su vez, extrañado, ya que no había motivos para que me hiciera semejante pregunta. ¿No me veía bien acaso? Fue en ese momento cuando me percaté de por dónde venía la mano. En efecto, me veía bien, demasiado bien, y eso resultaba obvio, incluso para una pequeña adolescente como ella.

—Es que de repente te noto cambiado —dijo—. Como que estás en otra.

—Sí, puede ser —le respondí—. Estuve medio distraído en la cena ¿No?

—Un poco. Pero está todo bien. Solo me llamó la atención.

El pelo rubio cayó hacia adelante cuando se inclinó para lavar el plato. Su boca hizo una trompita. El pulóver que tenía la cubría mucho más de lo que me hubiese gustado. Me preguntaba si alguna vez volvería a verla semidesnuda. Ese turgente culo que tenía merecía ser mostrado con más frecuencia. El descubrimiento que había hecho respecto a Valentina, y lo que había sucedido con Agos pusieron en marcha mi lado más pervertido, y las trabas morales que tenía con Sami se habían esfumado. La nena ya había crecido.

—Me agarró señal de internet en el celular durante un rato. Cuando estabas en el baño con Agos… —comentó, como al pasar.

—¿Sí?

—Parece que hubo muchos daños. Árboles caídos. Gente herida. La electricidad es medio imposible que regrese hoy. Y el internet… con suerte vamos a poder mandar un mensaje cada hora. Pude escribirle a mamá contándole que estábamos todos bien. Pero no me respondió. O supongo que lo hizo, pero todavía no llega el mensaje.

—Bueno, tenemos que agradecer que estamos bajo techo. Hay mucha gente que la está pasando pésimo —comenté.

—Sí, lo sé. Y me da mucha pena.

Vi los ojos azules tornarse acuosos. Sami era muy sensible, y en ese momento, con su carita haciendo puchero, me dio muchísima ternura.

—Que te pongas mal por esas cosas habla bien de vos —le dije.

Acaricié su mejilla, pero a diferencia de la vez anterior, no me recriminé por haberlo hecho. Es más, me daba la impresión de que la más pequeña de la casa pedía a gritos unos mimos, y yo no sería capaz de negárselo. Como respuesta a esta sensación, se secó las manos con un repasardor, y se acurrucó en mi pecho. Yo la envolví con los brazos.

—Estás peleado con mamá ¿No? —me preguntó, mirándome desde abajo con sus ojos brillosos.

—¿Por qué pensás eso? —pregunté.

—Si me contestás con una pregunta es porque es así.

—Nada importante. Cosas típicas de adultos —le dije, ahora acariciando su cabello—. ¿Eso te preocupa? Ya te dije que…

—Sí, sí, que podía contar con vos cuando me necesites. Pero lo que necesito es que estés acá. Cerca de nosotras.

—Bueno, no te preocupes. No pienso irme.

Sami me miró con el ceño fruncido. Como si mi afirmación la sorprendiera. Recordé que en más de una ocasión tanto ella como sus hermanas se habían mostrado críticas con respecto a su madre. ¿Sería que esa reacción de Sami tendría algo que ver con aquello?

—¿Me prometés algo?

—Claro —dije—. Siempre que sea algo que esté en mis manos…

—No hagas ninguna estupidez —dijo.

Ahora el sorprendido era yo.

—Nos vamos a dormir —dijo Agos, apareciendo en el umbral de la cocina.

Miró a Sami, que estaba todavía en mis brazos, y me miró a mí alternativamente. Pero no preguntó qué sucedía.

—Pero si es tan temprano —comentó Sami, saliéndose lentamente de nuestro abrazo.

—Sí, pero con esta lluviecita nos agarró unas terrible ganas de apolillar—Comentó Valentina, apareciendo detrás de Agos.

—Bueno, no es mala idea ir a dormir temprano. La verdad que la noche se presta para eso —dije—. Además, seguro que mañana va a volver todo a la normalidad. Con esta oscuridad es todo muy incómodo, y las velas no van a tardar en extinguirse.

—¿Vamos? —le preguntó Agos a Sami, aunque a decir verdad no parecía una pregunta, sino más bien una orden.

La menor de las hermanas siguió a las otras.

—Que tengas una linda noche —me dijo, antes de dejarme solo en la cocina.

Estaba claro que la intención de Agostina era que cada una estuviera en sus respectivas habitaciones lo antes posible. La pendeja al fin me estaba dando pie para que fuera a verla. Y yo que estaba temiendo que fuera a arrepentirse. Pero no sería prudente hacerlo enseguida.

Me quedé en la cocina un rato. Me hice un té, y me lo tomé despacito, saboreando cada trago mientras trataba de mantener la cabeza lúcida. Y es que en una situación como esa era lógico volverse un poco loco. De hecho, ahora me doy cuenta de que mi arrogancia estaba llegando a límites que nunca sospeché alcanzar. Luego me aseguré de que estuvieran todas las persianas bajas. Por lo visto las chicas lo habían hecho antes de subir. Rita, totalmente satisfecha de todo lo que había comido, ya descansaba sobre una almohada que estaba cerca de la entrada. Finalmente comprobé que la puerta trasera estuviera bien cerrada.

Extrañamente, justo en el momento en el que parecía ser inminente que mis fantasías se cumplieran, mi verga se tornó fláccida. No obstante, cuando fui a mi habitación y me deshice de mi ropa para darme una rápida ducha, me percaté de que el glande estaba bañado en líquido preseminal. Era muy abundante, casi como si hubiera acabado, y había dejado una enorme mancha pegajosa en mi ropa interior.

Me hice una paja bajo el chorro de agua fría. No quería acabar rápido cuando llegara el momento de la verdad, y por experiencia sabía que la masturbación antes de coger contribuía con ese objetivo. Aunque de todas formas no esperaba acabar solo una vez. No tenía veinte años, pero tampoco tenía setenta. Una vez que le echara un polvo, empezaría a devorarla con la boca, le chuparía todas sus partes secretas, y después me la cogería de nuevo.

Lamenté no poder recortarme un poco los vellos pubianos. La princesa de la casa era tan delicada, que quizás se molestaría al encontrarse con ese bosque enmarañado. Pero la oscuridad lo dificultaba todo. Me puse un bóxer limpio, y una remera planchada.

Me pregunté cuánto tiempo había pasado desde que las chicas se metieron a sus cuartos. Entre una cosa y otra, más de una hora, de seguro. Serían las diez de la noche o poco más. Lo ideal hubiera sido aguantar hasta la medianoche, o incluso pasado ese horario. Entonces estaría seguro de que todas estarían durmiendo. Pero estaba demasiado ansioso, y ya había esperado mucho tiempo por ese momento, pues en mi fuero interno, siempre deseé poseer a la mayor de las hermanitas. Además, al no contar con sus celulares, las chicas se dormirían pronto, ya que no tenían muchas cosas entretenidas que hacer para pasar el rato.

Se me ocurrió que quizás sería posible cogerme a Valentina esa misma noche. A lo mejor iría a visitarla una vez que hubiera terminado con Agos. Sería una buena combinación. La muñequita perfecta y delicada en primer lugar, y la despampanante y vulgar Valentina en segundo lugar. Sería una noche que no me olvidaría jamás. Pero esa fantasía me llevó a meditar sobre otra cosa. ¿Cómo haría para ocultarle a una que estaba teniendo un amorío con la otra? Ya de por sí sería difícil esconderlo de Mariel. Y el hecho de que viviéramos todos juntos, no facilitaría las cosas. Era una situación muy delicada, pero por otro lado, resultaba demasiado tentadora. Poder gozar de mi hermosa mujer y de sus hijas adolescentes, todos bajo el mismo techo, era un sueño. Si les contase a los chicos del trabajo lo que me estaba pasando, no me lo creerían.

Subí, sigiloso, hacia donde estaban las habitaciones de las chicas, alumbrándome con lo poco que quedaba de vela. La de Agos era la última del fondo, lo que implicaba una adrenalina extra, ya que cualquiera de las otras podría escuchar mis pasos por el pasillo. Con el silencio de la noche cualquier movimiento en falso podría exponerme.

Me detuve unos segundos detrás de la puerta. Me pregunté si me veía bien. Llevaba una remera y un pantalón de jean. Unas prendas demasiado simples, que seguramente Agos aborrecería. Pero me dije que no importaba, a esas alturas la princesa estaba entregada, además, la oscuridad escondería cualquier defecto. Lo importante era que a mis treinta y seis años me mantenía relativamente bien, considerando la vida sedentaria que llevaba. Tenía un poco de barriga, sí, pero más allá de eso no tenía grandes defectos. Tampoco era una persona especialmente atractiva, eso es cierto. Era más bien de esas personas que resultaban muy fáciles de olvidar. De pelo castaño oscuro cortado tipo militar. Piel marrón, ojos marrones, rostro con bastantes lunares. Nariz algo ancha, pero no tanto como para considerárseme un narigón. Un metro setenta y seis de altura. Si hiciera ejercicio para marcar mis abdominales y si me dejara crecer la barba para luego recortarla prolijamente, y si me vistiera con ropas más modernas y elegantes, quizás podría llegar a ser alguien atractivo. Pero no era el caso. El único atributo físico que a veces me elogiaban —inclusive Mariel—, era el buen tamaño de mi verga, que, sin ser especialmente enorme, sí que se salía de la media. Pero así como no tenía grandes atributos, tampoco resultaba despreciable para el género femenino, y la vida me ha dado unas cuantas sorpresas en ese sentido.

Pero en fin, aquella muñequita se había sentido lo suficientemente atraída por mí como para que yo estuviera en ese momento detrás de su puerta.

Sin más preámbulo, la abrí.

Había imaginado muchas cosas, pero no en lo que tenía ahora ante mis ojos. Había pensado en encontrarme con la absoluta oscuridad. Una oscuridad de donde surgiría la dulce voz de Agostina preguntando quién era. Yo cerraría la puerta a mis espaldas y le diría que ella sabía muy bien quién había ido a visitarla, y sobre todo, por qué motivo lo había hecho. También había imaginado que en principio se mostraría reticente, y yo tendría que convencerla de concretar lo que veníamos gestando desde la tarde, cuando ella llegó mojada a la casa. El escenario que más ilusión me hacía, sin embargo, era uno en el que ella estaba esperándome con lencería erótica, iluminada por la débil luz de la vela, que dejaría ante mi vista su hermosa silueta semidesnuda.

Pero claro, no estaba ante ninguna de esas alternativas.

De hecho, ni siquiera fue la voz de Agostina la que escuché apenas entré.

—¿Te perdiste en la oscuridad? —preguntó Valentina—. Mirá que tu cuarto queda abajo.

Quedé boquiabierto, sin poder reaccionar. En efecto, era Valentina la que me hablaba, pero Agos también estaba ahí, y Sami… Pero lo inusual no era solo el hecho de que estuvieran las tres en la habitación de Agos, arruinando así todos mis planes, sino la apariencia con la que aparecían ante mi vista. Las velas estaban colocadas estratégicamente, de manera que iluminaran el mayor espacio posible, pero aun así todo permanecía en penumbras, salvo los cuerpos de las chicas que aparecían iluminados apenas. No obstante, pude ver que Valentina estaba tirada sobre la cama, en una pose idéntica a la que tenía en el sofá. El codo apoyado en el colchón y la cabeza apoyada en el puño de ese mismo brazo. Sus enormes tetas parecían dos montañas debajo de la remera. No era una remera particularmente ceñida, pero a Valentina cualquier remera terminaba quedándole ajustada. La cama no tenía ni las sábanas ni el cubrecama, por lo que ella no estaba cubierta, cosa bastante llamativa teniendo en cuenta que ya no llevaba puesto el pantalón. Debajo de la cintura, solo tenía una tanguita.

—Perdón. Es que… —dije, dubitativo—. Es que creí haber escuchado ruidos. Perdón. Entré sin pensar.

Muy cerca de ella, sobre el piso, Agos estiraba un extremo del cubrecama. Este estaba atado en los otros extremos en unas repisas. La mayor de las hermanas vestía ahora un pijama de dos piezas color negro, que me dieron la impresión de que eran de seda. La pieza de arriba era una camisa y la de abajo un short demasiado corto considerando que su portadora era Agos. Aunque claro, esa era la ropa que utilizaba para dormir. Le quedaba increíblemente sensual.

Me miró, como si con sus ojos me estuviera pidiendo disculpas.

—Estábamos aburridas y quisimos hacer un pijama party —explicó Sami—. Como cuando éramos chicas.

La más pequeña de las hermanas se había puesto un pijama de una sola pieza color rojo, y con lunares blancos. Estaba extendiendo las sábanas. Por lo visto pensaban armar una especie de carpa junto a la cama de Agostina. En ese momento quedó en evidencia que no eran más que unas adolescentes. Pero no por eso se iban a esfumar mágicamente las ganas que tenía de cogerlas.

—Deberían tener cuidado con las velas —les sugerí—. Con tantas telas cerca de ellas, pueden causar un incendio.

—Enseguida las apagamos —dijo Agos.

—Adri, ¿por qué no te quedás? —preguntó Sami.

—No. No quiero molestarlas —dije—. Seguro que piensan hablar cosas de chicas.

—Ay, qué anticuado. Vení, quedate un rato. Mirá que no mordemos —dijo Valentina, para mi sorpresa.

—Seguro que a vos también te va a costar dormirte —intervino Agos—. Vení, quedate un rato. Salvo que te parezca una tontería.

Al decir esto señaló con la vista la carpa que estaban armando. Ahí empecé a atar cabos. Una carpa. Enseguida apagarían las velas. Oscuridad absoluta. Agos junto a mí, en un espacio tan reducido…

—Sí, claro —dije, sumándome a ese juego, en apariencia inocente.

El cubrecama quedó extendido hasta la cama. Ahí colocaron algunos libros para hacer peso. De manera que quedó una especie de carpa triangular, cuya altura iba decreciendo. Apagamos las velas, y guiándonos por las linternas de los celulares de Sami y Agos, que eran las únicas que aún tenían batería, nos fuimos metiendo adentro. Sami tapó la entrada con la sábana. En el piso estaban algunas frazadas que hacían de alfombras. También había muchas almohadas, y otras frazadas que habían traído de las otras habitaciones. El espacio era muy reducido. Me senté contra la pared, sobre una almohada. Sami se sentó a mi izquierda. Agarró una de las frazadas y nos cubrió a ambos con ella. Agos se colocó a mi derecha. Yo extendí la frazada para cubrirla también. Todas estaban muy desabrigadas considerando que estábamos en otoño, y sin electricidad no había forma de prender las estufas. Valentina, quien me había invitado a la reunión, se rehusaba a cubrirse con otra cosa que no fuera esa tanguita —a pesar de que ahora yo podía ver claramente la pequeña telita hundiéndose en sus cavidades—, se sentó frente a mí, y se cruzó de piernas, al estilo indio, y finalmente se cubrió con una de las tantas frazadas que estaban en el suelo.

—Chau celulares —dijo.

Agos y Valentina apagaron los celulares. Ahora sí, los cuatro estábamos sumergidos en la absoluta oscuridad.

—Es increíble que una cosa tan simple sea tan divertida —dijo Sami, apretando su cuerpito con el mío.

—Así que… ¿Siempre hacían esto cuando eran chicas? —pregunté, solo para romper el hielo.

—Sí. Son de esas cosas que una va dejando de hacer de manera paulatina —dijo Agos—. Pero siempre es bueno recordar lo que era ser una niña.

—Era todo más fácil —opinó Valentina.

—No lo creo —dijo Sami, enigmática.

Las otras no indagaron sobre a qué se refería, por lo que di por sentado que sabían perfectamente de qué estaba hablando, a la vez que no me pareció oportuno preguntar que qué le había pasado de más pequeña, como para no recordar su niñez —que en su caso era muy reciente— con cariño.

A pesar del tono emotivo, no perdía de vista mi objetivo. Yo estaba ahí por una sola razón, y no veía motivos para seguir perdiendo el tiempo. Si se me habían arruinado los planes con lo del pijama party, tampoco me iba a ir con las manos vacías.

—Y a qué pensaban jugar si yo no estuviera —dije. Extendí mi mano derecha y acaricié la cintura de Agos—. No quiero que cambien de planes por mí.

Con el dedo índice froté más abajo, ahí donde comenzaba el carnoso trasero, igual a como había hecho con Sami hacía unas horas. Pero con Agos no tenía que detenerme ahí. Ya había entre nosotros un pacto tácito en el que habíamos acordado aprovechar la oscuridad y la cercanía, o al menos así lo había entendido yo. Además, ya habíamos tenido lo nuestro, por lo que no tenía miedo de estar equivocándome. Así que ahora metí cuatro dedos por debajo de su trasero, haciendo que se levantara un poco, y comencé a frotarlo con fruición. Se sentía muy bien. La tela era increíblemente suave, y mis dedos se resbalaban con demasiada facilidad por ella. No era lo más cómodo del mundo, pues cuando metía la mano tanto como podía, Agos en realidad quedaba sentada sobre mi mano, pero al menos podía volver a sentir ese hermoso orto entre mis dedos.

—Adri —dijo de repente Agos.

Temí haber cometido un error. Me pregunté si nos habían descubierto. Pero seguíamos sumidos en la oscuridad.

—Qué —pregunté, retirando la mano de ella.

—Parece que estás viejito. ¿Ya te quedaste dormido? —preguntó Valentina.

Me percaté de que había perdido el hilo de la conversación.

—No. Es que… estaba distraído, pensando en algunas cosas.

—Imagino que estabas pensando en mamá, y en qué está haciendo ahora —Atacó Valentina, a quien le encantaba meter el dedo en la llaga.

—Mariel ya está grandecita. Sabe cómo tiene que actuar, y en todo caso, comprende perfectamente las consecuencias de sus actos —dije, tajante.

—Lo que Valen preguntaba era que qué opinabas de la monogamia —dijo Agos.

—Eso Adri ¿qué opinás? —Se interesó Sami—. Valu dice que es anormal creer que una persona puede acostarse durante diez años o más con una sola pareja sexual.

Respiré hondo, e hice lo posible por dar una respuesta en la que no quedaría como un idiota.

—Bueno. La monogamia es tan antinatural como la poligamia —dije, usando palabras que alguna vez había escuchado en la televisión a un experto, y que me parecieron muy acertadas. Mientras hablaba, apoyé mi mano sobre el muslo desnudo de Agos. Hubiese querido que ella apoyara su mano en la mía, pero la mayor de las hijastras seguía en la misma actitud que había tenido en el baño: no hacía nada, pero dejaba que le hiciera todo—. Lo de elegir una sola pareja sexual es una cuestión cultural, que tranquilamente puede cambiar —terminé de decir.

—Además todos terminan gorreando a la pareja ¿No es cierto Adri? —dijo Valen, sin ninguna piedad.

Pendeja forra, pensé. Ella mejor que nadie sabía que Mariel me metía los cuernos, y ahora hacía ese comentario de mierda solo para molestarme.

—Bueno. No estoy de acuerdo. Algunas parejas son muy fieles.

—Claro, además, para qué te vas a poner en pareja si querés estar con otras personas —dijo Sami.

La charla siguió, mientras escuchábamos las gotas de lluvia chocar contra el vidrio de la ventana. Se notaba que llovía poco, pero las gotas era muy gruesas. Mi mano subió lentamente, sin que Agos pusiera reparos en ello. Pero cuando empecé a masajear su sexo a través del short me detuvo con su mano. Entonces, algo exasperado, la agarré de esa misma mano y la llevé a mi entrepierna. Mientras tanto, Sami me preguntaba algo que solo alcancé a entender a medias.

Hasta el momento, todo sucedía debajo de las frazadas, por lo que aunque se encendiera la luz de alguno de los celulares, el manoseo quedaría oculto. Pero el último movimiento había sido muy brusco, y hasta habíamos hecho cierto ruido. Quizás por eso fue que Agos me siguió la corriente, y empezó a masajear mi verga por encima del pantalón.

—Sí, tengo tres hermanos —dije yo, respondiendo a la pregunta que me había hecho Sami.

Ella hizo algún comentario sobre lo raro que resultaba que recién ahora se enteraran de ese detalle. Pero me costó seguirle el hilo a lo que decía después. Por suerte Valentina había intervenido, y hablaba de un chico con el que había salido. Agos también hacía sus acotaciones mientras frotaba mi verga tiesa a todo lo largo. Al palparla ya completamente erecta, pareció tentarse, y yo ya no tenía que ejercer presión sobre su mano para que me masturbara.

Debía hacer un esfuerzo increíble para no jadear. De hecho, lo más oportuno hubiera sido detenerla en ese momento, pues ahora su mano se movía con total soltura. Eran movimientos lentos, para evitar hacer ruido por la fricción de la mano con la gruesa tela de jean. Entonces decidí hacer algo arriesgado.

Por suerte no estaba usando cinto, pues me había vestido con premura y no me había molestado en ponerme uno. Así que desabroché el botón del pantalón, y bajé el cierre un poco.

Agos entendió a la perfección lo que debía hacer, pero dudó durante unos segundos. Tuve que instarla a hacerlo, guiando su mano hacia adentro del pantalón. Si bien estaba completamente al palo, mi verga aun no largaba presemen, ni estaba pegoteada. Sentí la cálida mano de la princesa de la casa envolviendo el duro tronco.

—… Y el estúpido me dijo que había vuelto con la novia —dijo Valentina, terminando de contar una anécdota a la que apenas había podido seguirle el hilo.

—¿Vos tuviste muchas novias Adri? —preguntó Sami, mientras sentía cómo su hermana mayor empezaba a masturbarme—. ¿Les mentiste mucho?

Ahora que el contacto era piel a piel, la sensación se volvía más intensa. Pensé que Agos se percataría de que, ahora que debía responder, lo ideal sería que sus masajes fueran menos intensos, pero como si lo hiciera a propósito, hizo algo que me enloqueció. Primero soltó la verga, lo que imaginé que hacía para dejarme hablar sin problemas.

—Bueno, no tanto. La verdad no tuve muchas novias —dije, y entonces Agos metió su mano de nuevo en mi pantalón. Pero esta vez había algo diferente. La mano estaba mojada (supuse que con saliva), y ahora se frotaba con fruición en el glande, generando un placer tan intenso, que me dificultaba muchísimo seguir hablando—. Además, fueron más las veces que me mintieron a mí, de las que yo les mentí a ellas —aseguré.

Me había costado mucho decir todo eso sin interrumpirme. Agos seguía masturbándome con maestría, dejando en claro que no era la primera vez que lo hacía. Me pregunté qué pasaría si acababa ahí mismo. Quizás el olor a semen me deschavaría. Era cierto que estaba cubierto por las frazadas, que ocultarían en parte el olor, pero no estaba del todo seguro, pues el espacio era muy pequeño y estaba cerrado. Cualquier olor intenso que surgiera de improviso, sería captado con facilidad.

De todas formas, ni loco haría que Agos se detuviera, mucho menos ahora que se la veía tan entusiasmada, manipulando mi verga con la misma familiaridad con la que manipularía la palanca de cambios de un automóvil.

Llevé mi mano a su nuca, y empujé hacia abajo. Pero esta vez sí, se mantuvo firme, sin si quiera inclinarse un poco. Lo ideal hubiera sido que se tome toda la lechita, pero supongo que eso era demasiado pedir para Agos. No quise insistir mucho con eso, porque lo que estaba haciendo ya de por sí era mucho. Exigirle más que eso sería una bajeza de mi parte.

Igual, sospechaba que la eyaculación sería poco abundante. No me quedaba otra que acabar dentro del mismo pantalón. Luego iría a cambiarme de ropa interior y asunto terminado.

Pero entonces Agos frenó la masturbación. Insistí en que lo hiciera, pero esta vez fui yo el que tuve que desistir, para evitar hacer demasiado ruido. Me quedé con la verga más dura que nunca. Pero no podía molestarme con Agos. Era entendible que no quisiera que hiciéramos ninguna chanchada como esa frente a las otras. En el momento de calentura podía hacer cualquier estupidez, pero debía reconocer que lo mejor era no tener un orgasmo ahí mismo.

De repente sentí que Sami me agarraba del brazo y apoyaba su cabeza en mi hombro. Temblé al pensar en lo que podía ocurrir si hacía un mínimo movimiento en falso. La rubiecita podría sentir mi erección, cosa que sería muy incómodo para ambos. No me faltaban ganas de comerme a esa chiquilla, pero con ella debía tener mucho cuidado, porque, a diferencia de lo que sucedía con sus hermanas, no tenía ninguna prueba de que se sintiera atraída por mí.

—Bueno, creo que ya es hora de que las deje solas —dije—. Gracias por compartir este momento tan íntimo conmigo —agregué después, con total seriedad, ya que me daba cuenta de que para ellas eso era una especie de ritual. Además, estaba claro que a pesar de que me habían recibido con amabilidad, necesitaban de su tiempo a solas. Quizás tenían muchas cosas pendientes de qué hablar.

—¿Vas a poder volver solo? —preguntó Agos.

—Yo te puedo acompañar con la linterna de mi celu —se ofreció Sami.

—No se preocupen. Como no tengo apuro, voy despacito hasta mi cuarto —respondí.

La verdad era que no quería que Sami viera la tremenda erección que tenía. Por otra parte, era una lástima que Agos no fuera lo suficientemente rápida como para ofrecerse ella misma a acompañarme. Pero viéndolo ahora, eso fue lo mejor. Porque si nos íbamos juntos, ahí sí que no iba a poder contenerme. Ni siquiera podría esperar a llegar a mi cuarto. Me la cogería en el pasillo oscuro. Tardaríamos más de la cuenta y las otras sospecharían. Además, Sami, con lo pegada que estaba a mí, seguramente iría a ver qué pasaba.

Fui avanzando lentamente, apoyándome en las paredes. La absoluta oscuridad podía ser engañosa. Un paso en la dirección contraria y ya me habría perdido. Pero por suerte no tuve problemas en llegar a mi habitación.

Estaba demasiado excitado. Y lo más triste era que, con toda probabilidad, esa noche no tendría el placer de tener a Agos entre mis brazos. Seguramente se quedarían despiertas por varias horas, hablando del pasado y de sus experiencias sexuales. Incluso era probable que se quedaran durmiendo juntas. Al menos Sami, que era muy asustadiza, le pediría dormir junto a ella. Agos no tendría oportunidad de quedarse sola, ni mucho menos de visitarme en mi habitación.

Pero tenía que conformarme con lo que había. Hasta hacía unas horas, la idea de cogerme a la princesa de la casa parecía un sueño inalcanzable. Quizás esa noche no tendría la suerte de enterrar mi verga en sus orificios, pero al día siguiente podríamos jugar como lo habíamos hecho durante la tarde, y luego al finalizar la noche. Buscaríamos excusas para estar a solas durante unos minutos, y le metería mano por todas partes. Me juré que la próxima vez que la tuviera entre mis brazos, le daría un beso francés, cosa que tenía ganas de hacer hacía rato.

Me rehusé a hacerme otra paja, a pesar de que mi miembro aún estaba algo hinchado, y parecía exigir que expulse la leche acumulada en las bolas. Pero tampoco es que fuera un pendejo adolescente con onanismo crónico. Ya me había pajeado en la ducha. Ahora ya estaba.

Por suerte, me di cuenta de que el día realmente se prestaba para dormir temprano. Porque enseguida me agarró el sueño. Mañana será otro día, me dije. Le diría a Agos que hiciera lo posible por quedarse sola durante la noche. Y también aprovecharía el día para hacer algún avance con Valentina. Tenía que ser muy sutil, porque no quería que una se enterara de lo que hacía con la otra. Lo bueno era que resultaba improbable que se contaran entre ellas que estaban teniendo algo con la pareja de su madre. Eso era algo que más bien guardarían en secreto.

Me sentí algo tonto al pensar en Valentina en los mismos términos que Agos. Con ella había mucho trabajo que hacer. Y si bien tenía mucho tiempo por delante, lo ideal era aprovechar ese fin de semana en el que estábamos juntos, encerrados en esa casa. Como dije, la arrogancia me estaba ganando, y ya me consideraba dueño de esas tremendas gomas que tenía mi hijastra más díscola.

Sentí como el sueño me vencía al fin, y me dejé llevar por él.

El mundo onírico no se alejó demasiado de lo que mantenía mi mente ocupada en la realidad. De manera difusa, recuerdo haber soñado con las tres. Agos había ido finalmente a mi habitación. En el sueño parecía no haber oscuridad, o sería que yo veía a través de la penumbra, porque podía visualizar perfectamente a Agos, quien entraba a mi cuarto, totalmente en pelotas. Su cuerpo desnudo era un sueño en sí mismo. No recuerdo qué decía, pero si recuerdo que hizo a un lado el cubrecama, para encontrarse con que yo también estaba totalmente desnudo, con la verga dura como una roca. Entonces la princesa de la casa se subía a la cama, y se me acercaba gateando. Por un momento tomé consciencia de que se trataba de un sueño, pero traté de ahuyentar esa lucidez que amenazaba con despertarme. Seguí sumergido en el sueño. Agos me besaba los pectorales, que en ahí aparecían mucho más musculosos, al igual que el abdomen, que estaba chato y bien definido. Los besos húmedos de mi hijastra iban bajando, hasta que se encontró con mi falo erecto. Lo agarró, al igual que lo había agarrado cuando estábamos debajo de la frazada. Empezó a pajearlo. Me miró, con una sonrisa traviesa, y luego se lo llevó a la boca. La sensación era demasiado real. La blandura de su lengua babosa recorriendo el tronco era demasiado vívida. Sobre todo cuando esa lengua empezó a jugar con el glande. Y entonces sucedió algo extraño. Aunque no tan extraño tratándose de un sueño. Agos volvió a mirarme, deteniendo su felación durante unos segundos. Pero ya no era Agos. El rostro de pómulos afilados y facciones perfectas fue reemplazado por uno de labios gruesos y cara redonda. Y tetas grandes. Tetas muy muy grandes. Ahora era la turra de Valentina la que me chupaba la pija. Lo hacía con ímpetu, como si quisiera sacar toda la leche que tenía guardada. Y ciertamente había mucha leche para la más zorra de mis hijastras. Pero cuando sentí que ya estaba a punto de estallar en un delicioso orgasmo, la cabellera castaña de Valentina se convirtió en Amarilla. Sami me miró con sus hermosos ojos azules, sin quitarse la verga de la boca, como si fuese una bebita que estaba tomando su mamadera, y por nada del mundo permitiría que se la quitaran.

Y entonces sentí un dolor en la verga. Un dolor que duró apenas un instante, pero que fue lo suficientemente fuerte como para despertarme.

Abrí los ojos, encontrándome nuevamente con la absoluta oscuridad, y con la lluvia que no cesaba, y que era el único ruido que provenía del exterior.

Y entonces, en un estado no del todo espabilado, me di cuenta de que ahí había algo raro. Mi verga estaba dura, al igual que en el sueño. Pero había otra cosa que resultaba idéntica al sueño: estaba siendo estimulado. Mi miembro viril estaba adentro de una boca, y esa boca lo estaba estimulando con cierta torpeza, pero con mucho entusiasmo.

Me di cuenta de que desde hacía varios minutos me estaba practicando sexo oral mientras dormía. Casi una violación. Pero ahora ya estaba despierto, y ¿Valentina? Me succionaba la verga, como si estuviera consciente de que pronto le daría toda la leche.

En efecto, a partir de que desperté, apenas pude durar unos segundos. El semen salió disparado con más potencia de la que había previsto hacia un rato. Sentí cómo mi visitante nocturna tragaba todo lo que había soltado en su boca.

Yo quedé agitado en la cama, totalmente complacido. Me erguí para agarrarla de la mano. La noche recién empieza, pensé. Pero no pude tocarla siquiera. Enseguida escuché la puerta abrirse.

—Esperá. ¡Quedate! —grité, casi suplicando.

Pero no se apiadó de mí. Escuché sus pasos alejándose con mucha velocidad. Al menos me había aliviado, eso no lo podía negar. Pero no pude evitar hacerme la pregunta obvia: ¿Quién de ellas había sido?

Continuará

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heranlu

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Capítulo 7

Tomando la iniciativa

No había manera de saber en ese momento quién había sido. No solo por el hecho de que me habían asaltado en la absoluta oscuridad, sino porque el único contacto que sentí había sido el de su boca y su lengua estimulando mi verga. Creo Recordar haber sentido una mano apoyada en mi pierna, pero ni siquiera estaba seguro de ello, y de todas formas, con ese dato no podía sacar ninguna conclusión.

Salí de la habitación, para ir detrás de la misteriosa visitante, pero yo no contaba ni con mi celular, ni con la vela, ya que esta última se había consumido por completo. Así que en lo que tardé en espabilarme y subirme la ropa interior, fue tiempo más que suficiente como para que ella ya estuviera subiendo las escaleras. Escuché el ruido de una puerta abrirse y cerrarse rápidamente en el primer piso, pero desde donde estaba, me era imposible determinar de qué habitación se trataba. De todas formas, se suponía que las tres estaban en la habitación de Agostina. ¿Sería que la misteriosa petera se había escabullido de la carpa con el riesgo que eso implicaba? O quizás simplemente ya habían vuelto a sus respectivos dormitorios. Como de costumbre, parecía ser que lo que desconocía de mi situación era mucho mayor a lo que sabía con certeza.

Estaba molesto y eufórico al mismo tiempo. Una de ellas me había hecho una mamada. Pero no solo no me había permitido disfrutarla en todo su esplendor, pues la mayor parte había sucedido mientras dormía, sino que no me había dejado ver de quién se trataba. ¿Por qué había decidido eso?

Volví a mi cuarto, fastidiado, pero con la persistente satisfacción de quien acaba de recibir una mamada de una hermosa adolescente. Ni siquiera sabía qué hora era.

La primera en la que pensé que había ido a mi habitación fue Valentina. Supongo que el hecho de asociarla con la que me había manoseado a la salida de la sala de luces, me hizo pensar que ahora se trataba de ella de nuevo. El modus operandis era el mismo. Un atraco en medio de la absoluta penumbra, para luego huir despavorida, aprovechando la ventaja que tenía en la oscuridad debido a su agilidad y a que contaba con alguna linterna. Pero luego reparé en un detalle para nada insignificante. Quien me había peteado, no lo estaba haciendo muy bien que digamos (o eso me pareció), lo que evidenciaba su falta de experiencia. Tanto así que sentí cómo me mordía. Valentina, sin lugar a dudas, habría de tener mucha experiencia chupando vergas. Eso no me lo quitaría nadie de la cabeza. Otra cosa a tener en cuenta era que a ella también se le había acabado la batería del teléfono, por lo que no contaba con una linterna para desplazarse libremente por la oscuridad. Dudaba de que usara lo que le quedaba de la vela para ir a mi cuarto, considerando lo riesgoso que eso era si tenía que salir corriendo como lo hizo.

Entonces todo hacía suponer que la responsable había sido Agostina. Pero si fue ella ¿Por qué ocultar su identidad? Ya habíamos tenido tanto manoseo mutuo, que coger era el paso obvio a seguir. ¿Por qué ocultarse ahora? Eso no tenía sentido. Era cierto que por lo reprimida que parecía ser, cuadraba a la perfección el hecho de que no fuera muy hábil mamadora. Pero había otra cosa. Si daba por sentado que la visitante nocturna era la misma que la que me había manoseado durante la tarde, entonces se suponía que Agos había sido en ambas ocasiones. Pero ella me había asegurado que no había sido ¿Cierto? Y ahí volvía a pensar en Valentina.

Me di cuenta de que había sido muy iluso al dar por sentado que todo lo que me decían era cierto. Sami y Agos me habían asegurado que no habían sido las que se cruzaron conmigo a la salida de la sala de luces, y por descarte había concluido que había sido la zorra de Valentina, pero ahora ya no podía estar seguro de ello.

Y por otra parte estaba Sami… Si Agos me había mentido, ella también podría haberlo hecho. ¿Qué indicios tenía de que pudiera ser ella quien me había “atacado” en esas dos ocasiones? Recordé que la más pequeña de la casa no estaba en la sala de estar cuando sucedió lo del corte de luz. Era la que más cerca estaba de mí, pues aún estaba en su cuarto, por lo que, en lo que respectaba a la proximidad, era la más sospechosa. Además del detalle no menor de que durante toda la tarde había estado pegada a mí, al punto de que, por breves momentos, me sentía algo irritado por eso, pues no podía estar a solas con Agos como pretendía estarlo. Sami… Una chica sin experiencia, que muy probablemente jamás en su vida había practicado una felación. Sami, la chica que más me apreciaba dentro de esa casa, cosa demostrada con creces en esas últimas horas. Si alguna vez había dudado de su afecto, solo había sido por su extrema timidez y hermetismo, pero ahora que se había abierto más a mí, estaba claro que cualquier sospecha que tenía hacia ella era infundada.

Pero resultaba difícil imaginar que una chica con su personalidad diera un salto tan brusco en sus actitudes. Una cosa era abrazarse a mí cariñosamente, como una verdadera hijastra lo haría. Pero otra muy distinta era ir a hacerle un pete a su padrastro en medio de la noche. Eso cuadraba más con Valentina y con Agos. Con la primera porque su personalidad desinhibida le permitiría hacer ese tipo de cosas y otras incluso mucho más audaces. Y la mayor de las hermanas porque, si bien no era tan zorra como la otra, el estrecho y erótico contacto que habíamos tenido durante las horas precedentes hacían que una actitud como esa fuera totalmente coherente en ese contexto.

Me estaba volviendo loco. Cada vez que parecía convencerme de que se trataba de una, no tardaba en desestimar la teoría, para inclinarme más por otra, cosa que tenía el mismo resultado. Mi mente se estaba moviendo en círculos. Me sentía irritado. Pero no podía negar que fuera como fuera, mi situación era privilegiada. Una de ellas me había ido a chupar la verga. Y si no se trataba de Agos, significaba que ya había tenido algo con dos de mis hijastras, cosa que me levantaba el ego por las nubes.

Estaba cumpliendo el sueño de casi todo hombre heterosexual. Pero no tenía que dejar que mi mente se ofuscara por la euforia del momento. Debía mover bien mis fichas. Tenía que sacarles información sin que se dieran cuenta. Necesitaba confirmar quién carajos había sido la visitante nocturna.

Me quedé un buen rato sin pegar ojo, con la vana esperanza de que aquella escurridiza chica se apareciera de nuevo. Me haría el dormido, dejaría que se me acerque, y esta vez no la dejaría escapar. ¿Quién se creía que era? No podía pretender aprovecharse de mí a su antojo sin siquiera dar la cara. De hecho, lo que estaba haciendo era lisa y llanamente abuso sexual. No es que me molestara que una adolescente preciosa abusara de mí, pero no dejaba de ser una actitud reprochable. Cuando la tuviera entre mis manos la revolcaría en la cama y me pagaría por toda esa ansiedad que estaba experimentando en ese inusual día.

¡Y qué día! En unas cuantas horas había progresado más de lo que hubiera imaginado. Con Agos ya estaba todo cocinado, y si la del pete había sido otra… uf, tanto mejor, porque eso significaba que eran dos las que tenían ganas de estar conmigo. No pude evitar pensar que quizás estaba lidiando con algo mucho más grande de lo que sería capaz de manejar, cosa que más que una sospecha era una certeza. Pero ya estaba metido en el juego, y no pensaba hacerme el boludo, y dejar todo como si no hubiese pasado nada. Además, no iba a tener muchas oportunidades como esa: con Mariel a muchos kilómetros de casa, y las tres chicas obligadas a permanecer en la casa conmigo. La tormenta me había venido como anillo al dedo, y lo mejor era que el alerta meteorológico era para todo el fin de semana.

Después de un par de horas de divague, logré dormirme, para despertarme poco después. Mi cansancio me decía que había dormido tres o cuatro horas como mucho. No sabía que hora era, pero ya se escuchaban algunos ruidos en la calle, por lo que imaginé que ya eran al menos las nueve de la mañana. Me pregunté si las chicas se levantarían temprano. Si se habían quedado mucho tiempo en el pijama party, probablemente las vería recién para el mediodía. Además, el día se prestaba para quedarse acurrucado en la cama. Yo mismo no tenía motivos para levantarme tan temprano. Al fin tenía libre un fin de semana y tenía todo el derecho del mundo de haraganear. Pero las circunstancias inusuales del día anterior, y la necesidad de aprovechar cada momento, me hicieron salirme de la cama. Además, si eso contribuía a aumentar, aunque sea un poco, las posibilidades de por fin concretar con mis hijastras, qué me importaba tener un poco de sueño. Es más, no veía mejor manera de pasar mi fin de semana.

La casa estaba todavía oscura. No había señales de ninguna de ellas. Solo Rita que me movía la cola. Le abrí la puerta para que saliera al patio. Esperé a que cagara debajo de un árbol y la volví a meter. Salí a la calle, a tomar un poco de aire y a volver a la realidad durante un rato, pues lo del día anterior había sido tan intenso, y tan maravilloso, que se me había olvidado que era un simple guarda de seguridad que estaba más cerca de los cuarenta que de los treinta, y que estaba sumergido en una pobreza de la que no terminaba de salir. Aun así, mientras caminaba hacia el mercadito, miraba por encima del hombro a los pocos transeúntes que me cruzaba. Me sentía una estrella porno. De esos veteranos que se cogían a pendejas hermosas con sus vergas ridículamente grandes.

La tormenta había dejado muchos destrozos. Incluso había postes y árboles caídos, lo que no vaticinaba nada bueno para lo que quedaba del día. Me di cuenta de que los negocios no habían abierto, por lo supuse que era más temprano de lo que había imaginado en un principio. Llegué al mercadito del barrio, que recién estaba abriendo, y cuyo dueño estaba conectando un grupo electrógeno para dar electricidad al local. Me quedé un rato en la vereda, tomando fresco, mientras le hacía compañía al tipo. Él me contó que el rumor decía que no iba a volver la luz hasta el día siguiente. Además, por la tarde se desataría una nueva tormenta. Quizás no tan virulenta como la del sábado, pero… La señal de internet en cambio sí parecía haber vuelto, pues veía a varias personas escribiendo en sus smartphones, pero de todas formas yo ya no tenía carga en el celular, y si no podía conectar el cargador, no me serviría de nada. De todas formas, eso me gustaba, ya que contribuiría a que durante la noche tuviera una intimidad similar a la de la noche anterior con mis hijastras.

Compré un poco de pan, unas cuantas velas, y algunas cosas para cocinar a la noche, y volví a casa.

Mientras tostaba el pan en una vieja plancha que encontré en el horno, deseé que Agos se percatara del ruido, o del olor, y bajara a desayunar conmigo, para que pasemos el tiempo a solas. Y para hablar de lo que había pasado ayer. Aunque con esto último debía tener mucho cuidado, porque en realidad no tenía en claro qué era lo que había pasado ayer con ella. ¿Había concluido todo en el infantil carpa que mis hijastras habían armado, o había ido a mi cuarto a darme eso que me había negado en un principio?

Había hecho mucho ruido con las ollas y sartenes que estaban dentro del horno, y Rita había ladrado cuando vio un gato asomarse por la medianera, así que esperaba que la princesita de la casa se diera cuenta de que yo estaba ahí.

No me faltaban ganas de ir a su cuarto, como lo había hecho a la noche. Pero no quería encontrarme con otro fiasco. Era probable que Sami y Valentina estuvieran ahí también, así que mejor me contuve, aunque no me costó poco hacerlo.

De repente escuché que alguien bajaba por las escaleras. Me puse en alerta. ¿Sería Agos que había respondido a mi llamado mental? ¿O sería la dulce Sami que había demostrado disfrutar del tiempo que pasábamos juntos? O quizás…

—Otro día de mierda —dijo Valentina.

Bostezó, abriendo la boca exageradamente, con la vulgaridad que solo tienen los camioneros, y se rascó la cabeza. Aun así, lo que resultaba llamativo (casi chocante) en ella, era que aunque tuviera esos gestos, seguía viéndose increíblemente hermosa. Al bostezar, su espalda se arqueó. El torso se tiró para atrás, y los senos parecieron inflarse. Tenía el cabello despeinado, y debajo de sus ojos había unas horribles ojeras, y de todas formas era una pendeja infartante.

—Al menos hay tostadas —dijo.

Agarró una de las tostadas que aún estaban sobre la plancha. Le puso mermelada, y se comió la mitad de un solo bocado. Yo la seguía con la mirada, sin decir nada. Se había puesto la misma calza gris que el día anterior. Pero esta vez se abrigó con un buzo frisado con capucha.

—¿Qué pasa? —me preguntó, con la boca llena, percatándose de que la estaba observando.

—Pasa que sos demasiado confianzuda considerando que ni siquiera me dejás llamarte por tus apodos —dije.

Valentina rió con ganas y en el acto escupió algunas migajas de pan sobre mí.

—¿Todavía estás traumado por eso? —preguntó.

Era una expresión exagerada, pero en cierto punto tenía razón. Aun recordaba esa primera cena en la que había cometido el error de llamarla Valu, debido a que había oído que su madre la llamaba así. Ella me había cortado en seco, aclarando que así solo la llamaban sus familiares y amigos.

—Para nada —respondí—. Pero así como yo te respeto, espero lo mismo de vos. ¿No te das cuenta de que estaba haciendo las tostadas para mí?

—¡Tanto lío por eso? —preguntó, irritada—. ¿Querés que te la devuelva? —agregó después, entregándome el pedazo que aún le quedaba.

—No hace falta. No te pensaba negar una tostada, de todas formas. Simplemente me gustaría que antes me preguntes.

—Okey, mala mía —respondió—. Me voy a calentar un poco de leche —comentó después, como dejando atrás el asunto.

Me di cuenta de lo torpe que había sido al dar por sentado que había sido ella la de la mano larga. Y solo porque las otras dos me habían dicho que no se habían cruzado conmigo en el pasillo de la sala de luces, cuando estaba claro que quien había sido la verdadera responsable quería ocultar su identidad, por algún motivo que no terminaba de entender. Si no me hubiera avivado de eso, posiblemente la hubiese agarrado por detrás, mientras comía la tostada, igual a como había hecho con su hermana, y también al igual que había hecho con ella, le hubiera masajeado las tetas con desesperación. La diferencia era que las tetas de Valentina eran descomunales, y mis manos no darían abasto con ellas. Estaba seguro de que jamás había tocado unos senos tan impresionantes como los suyos. Me generaba mucho morbo pensar en eso. Además, a pesar de que había sido un error dar por sentado que se trataba de ella, no por eso dejaba de ser una de las principales candidatas.

Lo primero que me había hecho descartarla había sido el hecho de que me dio la impresión de que la visitante nocturna no me estaba haciendo la felación con mucha habilidad, y ciertamente Valentina tenía toda la pinta de ser una experta petera. Pero ¿De verdad había sido así? Lo cierto es que el pete había durado en mayor medida mientras dormía, mientras que lo ocurrido cuando había despertado apenas habían sido unos segundos. ¿Y si lo había mordido a propósito? Quizás su objetivo era despertarme justamente para que yo cayera en la cuenta de lo que estaba sucediendo. Entonces desaparecería con crueldad, dejando la incógnita de quién había sido. Esa crueldad sí que era típica de Valentina.

Puso a calentar leche, mientras yo terminaba de tostar los panes, y me acomodaba en la mesa para tomarme unos mates. Vi su carita redonda y su boquita. Cuando estaba tranquila, sin pensar en hacerme alguna maldad, tenía cierto aspecto angelical. Aunque yo sabía de sobra que de angelical no tenía nada. Me pregunté si esa misma boquita era la que se había llevado mi verga hasta hacerme soltar toda la leche. Recordé que me había dado la impresión de que se había tomado todo el semen. En ese caso, Agostina nuevamente quedaría descartada, porque según ella, jamás había tragado semen. Aunque eso era siempre y cuando estuviera diciendo la verdad. Nuevamente mi cabeza se estaba moviendo en círculos, cosa que me irritó. Pero ahí la tenía a Valentina. Debía aprovechar para sacarle toda la información que podía.

—Igual podés llamarme Valu, o Valen —dijo ella, mientras servía la leche hervida en un pocillo, para luego sentarse frente a mí.

—Qué —dije, desconcertado.

—Que si querés podés llamarme por mis apodos. ¿No era eso de lo que te quejabas? —explicó, dándole una mordida a su segunda tostada.

Se notaba que era una chica propensa a engordar con facilidad, y además, con esa cara redonda cualquier quilo de más se haría notar. Seguramente en algunos años, si seguía comiendo así, sería una gordita más del montón. Además, si bien su rostro tenía su belleza, no tenía nada que ver con el de sus hermanas. Me preguntaba si estaba consciente de lo cerca que estaba de ser una adolescente del montón. Si no tuviera esas tetas, y si no se mantuviera delgada gracias a su vida agitada… Pero lo cierto era que hoy por hoy, no era ni de lejos una adolescente normal. Su presencia resaltaba en cualquier lugar al que fuera.

—Bueno… aunque ahora me va a costar hacerlo. Estoy acostumbrado a llamarte Valentina —contesté, para luego sorber un mate.

—Como quieras. Solo lo digo. La verdad es que ni me había acordado eso de que te había dicho que me llames Valentina —dijo, soltando una risita—. Aunque ahora que lo pienso… no es cierto que siempre me hayas tratado con respeto.

—¿Cómo? —pregunté, indignado—. ¿Cuándo te falté yo al respeto?

Valentina (Valu), tomó un trago del café con leche, y me miró divertida, contenta de la irritación que había causado sus palabras.

—Bueno. Recuerdo a cierto señor persiguiéndome por los pasillos de un supermercado. Un señor bastante más grande que yo, que se me acercó cuando yo todavía iba al colegio.

Tragué saliva, nervioso. Había llegado a la conclusión de que ella recordaba aquel suceso, pero no se me había ocurrido que me iba a salir con eso justo en ese momento.

—No te estaba persiguiendo por los pasillos —dije—. Creo recordar que simplemente te encontré en una de las góndolas.

Por supuesto, eso no era del todo cierto. Si bien no la perseguí por el local, eso fue simplemente por el hecho de que me resultó muy fácil encontrarla. Por otra parte, en realidad la venía persiguiendo desde que me la había cruzado en la calle con sus compañeras de escuela. El impacto que me había causado había sido tal, que dejé las compras que acababa de hacer en casa, y volví al mercado enseguida, con la excusa de que me había olvidado de comprar alguna cosa, cando lo único que quería era verla de cerca, respirar su mismo aire, y quizás, hablarle.

—Además… —agregué después, tratando de encontrar las palabras que me sacaran de esa situación incómoda—. Además, lo único que hice fue saludarte, y preguntarte tu nombre. No fue mi intención molestarte.

Valu abrió los ojos bien grandes, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. En efecto, mi justificación era muy pobre, eso no lo podía negar. Había abordado a una adolescente sin siquiera estar seguro de si contaba con la mayoría de edad (aunque luego me enteraría de que ya contaba con dieciocho años).Por más que mis palabras habían sido inocentes, estaba claro que pretendía seducirla.

—Bueno, digamos que el uniforme escolar te tendría que haber inclinado a pensar que era chiquita ¿No?

—Bueno… sí… pero es que…

Pendeja de mierda, pensé para mí. No tenía nada que decir que me sacara de ese pozo de vergüenza en el que había caído. Me quise levantar a una nena que luego resultó ser la hija de mi pareja. Así estaban las cosas. Pero ¿por qué me salía hasta ahora con eso? Había tenido tantas oportunidades para eso…

—¿Andás por la vida persiguiendo a colegialas? —me preguntó, con el semblante serio—. A algunos tipos les obsesionan el uniforme. La pollerita cortita. Las piernas desnudas. Las chicas que ya están cerquita de convertirse en mujeres, pero en realidad no lo son, la piel suavecita… ¿Sos un pervertido Adri?

—No digas tonterías. Con vos fue la primera vez que lo hice. Y ya te digo, estaba seguro de que eras mayor de edad.No quise molestarte. Además, si hubiera sabido que eras la hija de Mariel…

—Si hubieras sabido eso ¿Qué? Si de todas formas todavía no eras novio de mami ¿cierto?

—Sí, lo que quiero decir es que…

Era increíble que la situación hubiera dado un giro como ese. Se suponía que yo la tenía que estar interrogando sutilmente, para por fin descubrir la verdad de todo lo extraño que había sucedido, pero en cambio era yo el que le respondía a ella. y mientras lo hacía, no podía evitar que mi voz reflejara mi nerviosismo. Me sentía patético, buscando excusas para no quedar como un degenerado frente a esa mocosa.

Entonces Valen estalló en una carcajada. Volvió a escupir migas de pan sobre mí, y luego se tapó la boca como para reprimir la risa. Pero no consiguió hacerlo. Rió y rió, hasta que se puso roja como un tomate.

—Perdón… perdón —dijo, cuando pudo hablar con normalidad, aunque todavía lo hacía entrecortadamente—. Es que… te pusiste tan serio.

—Me puse serio porque es un tema serio —dije, molesto, pero también aliviado al saber que la cosa no era tan grave como pensaba—. Lo de esa vez fue solo una casualidad bastante desagradable. Además, estaba convencido de que no te acordabas de eso.

—Bueno, no es que sea un recuerdo memorable. Pero cuando mamá nos presentó, me pareciste conocido. Después hice memoria y me acordé.

—¿Y por qué no se lo dijiste a tu mamá? —le pregunté.

—¿Y cómo sabés que no se lo conté? —preguntó ella a su vez.

—Bueno, supongo que si se lo hubieras dicho, me diría algo —respondí.

—¿Y si ella estaba esperando a que vos se lo contaras? —retrucó ella.

La pregunta quedó sobrevolando, como cortando el aire. Muchas veces me había preguntado eso, pero a medida que pasaba el tiempo di por sentado que no sabía nada. Ahora me preguntaba si acaso no era de esas cosas que algunas mujeres se la guardaban para usarlas en el momento oportuno. No imaginé que Mariel fuera de esas mujeres, pero lo cierto es que desde el sábado sabía que conocía bien poco a mi mujer.

—No te preocupes. No le dije nada —aclaró Valu—. Además… tampoco es que fuera algo anormal. Vos no sabías que ibas a salir con mi mamá poco tiempo después. Y no hiciste nada que no hayan intentado otros hombres. Y si no me equivoco, lo hiciste de manera bastante caballerosa, preguntándome mi nombre, fingiendo que nos conocíamos y eso.

Me dio la impresión que de verdad estaba agradecida por el hecho de que no me había comportado como un troglodita en aquella ocasión, como seguramente sí lo hacían la mayoría de los hombres que intentaban seducirla. Siempre di por sentado que, debido a su aspecto físico, desde muy temprana edad había tenido que lidiar con hombres mucho mayores a ellas, que se la querían llevar a la cama sin ningún cuestionamiento ético. Yo al menos había actuado debido a que tenía la esperanza de que fuera mayor de edad.

—Entonces… ¿Te pasó muchas veces eso? —pregunté, con sincera curiosidad.

—¿Que un viejo me quiera coger? Si me pagaran por cada vez que me pasó, sería rica —respondió ella—. Pero mamá me enseñó de muy chica, que los hombres son así, como animalitos. Después quizás se comportan civilizadamente. Pero cuando ven a una chica como yo, pierden la cabeza. Las neuronas no les responden.

—Bueno, es una manera muy prejuiciosa de pensar de los hombres —comenté—. Algunos serán así, otros no.

—Si vos lo decís —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Pero yo creo que podría tener al hombre que quiero, tenga la edad que tenga. Sea casado o viudo. Al menos hasta ahora nadie me demostró lo contrario.

—Aunque eso fuera cierto —dije, con ganas de aleccionarla—, esos hombres solo te querrían para una cosa. Después, para formar una pareja…

—¿Y quién te dijo que quiero formar una pareja? —rebatió rápidamente ella—. Por el momento solo quiero que me cojan bien.

Pareció muy divertida viendo mi expresión. Por algún motivo, cuando una mujer habla libremente de su sexualidad, los hombres no podemos evitar sorprendernos. Pero hice lo posible por recomponerme. Vi que ya se estaba comiendo una tercera tostada, así que me puse de pie para poner algunos panes más en la plancha.

—¿Querés ver? —preguntó Valu.

—Si quiero ver ¿qué? —pregunté.

Tomó un sorbo de café con leche, con el que tragó la tostada que no había terminado de masticar. Se puso de pie, y se acercó a mí, caminado como una pantera.

Era muy bajita. Debido a su exuberante cuerpo, por momentos me olvidaba de ese detalle. Apenas le llevaba algunos centímetros a Sami. Se puso frente a mí. Me miró seria, aunque no con la seriedad fingida de cuando recordó el día en el que nos conocimos, sino con una seriedad con la que intentaba reflejar una férrea determinación. Se acercó tanto a mí, que sus pechos hicieron contacto con mi cuerpo. Sus enormes tetas presionándome… Retrocedí unos pasos, solo para encontrarme con la mesada. Ella avanzó esa misma distancia y de nuevo pude sentir sus senos en mi cuerpo.

No pude evitar pensar que esa actitud avasalladora era la misma que había tenido la que me palpó la verga y la que me hizo el pete en la oscuridad.

—¿Fuiste vos? —pregunté.

Ella arrimó más sus tetas. Ahora estaban estrujadas entre el medio de mis pectorales y mi abdomen. Mientras los presionaba, también los frotaba con un movimiento leve.

—Sí —me respondió. Durante un instante pensé que podría estar jugando conmigo, pero lo que dijo después me sacó todas las dudas que podía tener—. Mamá te mete los cuernos —explicó—. No tenés motivos para serle fiel.

La agarré de la cintura, haciéndole sentir la hinchazón de mi verga. Durante ese fugaz momento, Agostina quedó relegada a un lugar muy lejano de mi mente. Agos, Sami, y la propia Mariel. Me di cuenta de que la única a la que deseaba en ese momento era a la vulgar adolescente que tenía entre mis brazos. Esa chica odiosa de tetas desproporcionadas que mi miraba desde abajo, con la boquita haciendo un sutil piquito.

Bajé la cabeza. Nuestros labios quedaron muy cerca uno del otro. Mis manos empezaban a sentir la carnosidad de sus nalgas. Era imposible besar a esa pendeja y no manosear su trasero con fruición. Pero primero su boca… Ya estaba muy cerquita. Podía sentir su aliento al café con leche, con rastros de menta, que le habrían quedado de cuando se lavó los dientes al levantarse.

Pero entonces corrió la cara, dejándome completamente desconcertado.

—¿Ves? Puedo hacer que hasta la pareja de mi mamá me quiera coger —dijo.

Quedé aturdido, pensando en las palabras que me había dicho. ¿Qué carajos le pasaba a esa pendeja? Había reconocido que había sido ella ¿cierto? Ella me había mandado el mensaje el día anterior, con las fotos que demostraban la infidelidad de Mariel. Entonces era ella la que me había manoseado, y la que me había hecho el pete. Tenía que ser ella. ¿Por qué me salía con esa estupidez ahora? Estábamos solos. Podíamos meternos en algún rincón de esa casa y coger como perros alzados. ¿Por qué daba marcha atrás?

Se soltó de mi abrazo, pero yo la agarré de la muñeca y la atraje hacia mí de nuevo.

—¿Qué carajos pretendés de mí? —le dije, furioso, aunque tuve la suficiente inteligencia de no levantar la voz. Lo último que me faltaba era que sus hermanas me oyeran—. ¿Querés volverme loco? —pregunté.

La agarré de la cintura de nuevo. La tenía otra vez pegada a mí. Los juegos se terminaron, pensé para mí. Ya basta de juegos, estaba harto de ellos. Tenía que concretar lo que se venía gestando desde el día anterior, o mejor dicho, desde aquella tarde en la que la conocí. Pero Valentina seguía tratando de liberarse. ¿Por qué hacía eso? Bajé una de mis manos hasta su descomunal orto. Como ya lo había imaginado, mi mano totalmente abierta no bastaba para cubrir una nalga. Era enorme, pero aun así la pendeja la mantenía increíblemente firme. Se sentía exquisito.

—Adri ¡Pará! —me dijo, zafándose de mí.

Estaba agitado, y mi mente no funcionaba con la lucidez que debería funcionar. Estaba embragado por la lujuria y ya no tenía paciencia para seguir esperando. Me la iba a coger, me iba a coger a esa pendeja ahí mismo. Pero no, yo no era un violador.

Valentina aún estaba en la cocina. Podía haber huido, pero no lo hizo. Eso era una buena señal. Respiré hondo, traté de tranquilizarme. Era ella. Siempre había sido ella. La propia Valentina lo había confesado. Fue mi primera sospechosa, y resultó ser ella.

Me senté en la silla donde hasta hacía un rato había estado tomando mates.

—Entiendo tus idas y vueltas, pero no se puede estar así para siempre —le dije—. Vení —ordené después, palmeando mi rodilla, indicándole que se sentara en mi regazo.

Valu se había quedado parada contra la pared, mirando con cara algo asustadiza, aunque también parecía muy intrigada. Mi ataque de furia la había sorprendido.

—No. Era solo un juego. Quería demostrarte que…

—Vení acá —dije, palmeando mi rodilla otra vez.

No pensaba levantarme para buscarla. No iba a usar la fuerza bruta. Lo de recién había sido un impulso. La pendeja iba a aprender a hacerme caso sin que yo levantara la mano. Palmeé la rodilla de nuevo.

Valu se acercó, despacito. Era la primera vez que su actitud altanera y soberbia se esfumaron de su semblante. Ya era una nena grande, y debía comprender que si hacía ciertas cosas habría consecuencias.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó, con una sonrisa nerviosa, ya estando muy cerca de mí.

La agarré de la muñeca, y la atraje hacia mí. Pero esta vez apenas tuve que hacer fuerza, porque ella misma se sentó en mi regazo. Su hermoso orto apoyado en mis piernas.

—¿Qué querés hacer? —me preguntó, con un dulce susurro.

—Que terminemos lo de ayer —dije, llevando mi mano a sus senos.

—¿Lo de ayer? —preguntó ella, sorprendida.

Entonces escuchamos que alguien bajaba por las escaleras.

Continuará



-I
 

Cazadordelulu

Virgen
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Tu saga de las hijastras está buenísima .. espero que.puedas terminarla ...
 

joselitoluis1

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Capítulo 7

Tomando la iniciativa

No había manera de saber en ese momento quién había sido. No solo por el hecho de que me habían asaltado en la absoluta oscuridad, sino porque el único contacto que sentí había sido el de su boca y su lengua estimulando mi verga. Creo Recordar haber sentido una mano apoyada en mi pierna, pero ni siquiera estaba seguro de ello, y de todas formas, con ese dato no podía sacar ninguna conclusión.

Salí de la habitación, para ir detrás de la misteriosa visitante, pero yo no contaba ni con mi celular, ni con la vela, ya que esta última se había consumido por completo. Así que en lo que tardé en espabilarme y subirme la ropa interior, fue tiempo más que suficiente como para que ella ya estuviera subiendo las escaleras. Escuché el ruido de una puerta abrirse y cerrarse rápidamente en el primer piso, pero desde donde estaba, me era imposible determinar de qué habitación se trataba. De todas formas, se suponía que las tres estaban en la habitación de Agostina. ¿Sería que la misteriosa petera se había escabullido de la carpa con el riesgo que eso implicaba? O quizás simplemente ya habían vuelto a sus respectivos dormitorios. Como de costumbre, parecía ser que lo que desconocía de mi situación era mucho mayor a lo que sabía con certeza.

Estaba molesto y eufórico al mismo tiempo. Una de ellas me había hecho una mamada. Pero no solo no me había permitido disfrutarla en todo su esplendor, pues la mayor parte había sucedido mientras dormía, sino que no me había dejado ver de quién se trataba. ¿Por qué había decidido eso?

Volví a mi cuarto, fastidiado, pero con la persistente satisfacción de quien acaba de recibir una mamada de una hermosa adolescente. Ni siquiera sabía qué hora era.

La primera en la que pensé que había ido a mi habitación fue Valentina. Supongo que el hecho de asociarla con la que me había manoseado a la salida de la sala de luces, me hizo pensar que ahora se trataba de ella de nuevo. El modus operandis era el mismo. Un atraco en medio de la absoluta penumbra, para luego huir despavorida, aprovechando la ventaja que tenía en la oscuridad debido a su agilidad y a que contaba con alguna linterna. Pero luego reparé en un detalle para nada insignificante. Quien me había peteado, no lo estaba haciendo muy bien que digamos (o eso me pareció), lo que evidenciaba su falta de experiencia. Tanto así que sentí cómo me mordía. Valentina, sin lugar a dudas, habría de tener mucha experiencia chupando vergas. Eso no me lo quitaría nadie de la cabeza. Otra cosa a tener en cuenta era que a ella también se le había acabado la batería del teléfono, por lo que no contaba con una linterna para desplazarse libremente por la oscuridad. Dudaba de que usara lo que le quedaba de la vela para ir a mi cuarto, considerando lo riesgoso que eso era si tenía que salir corriendo como lo hizo.

Entonces todo hacía suponer que la responsable había sido Agostina. Pero si fue ella ¿Por qué ocultar su identidad? Ya habíamos tenido tanto manoseo mutuo, que coger era el paso obvio a seguir. ¿Por qué ocultarse ahora? Eso no tenía sentido. Era cierto que por lo reprimida que parecía ser, cuadraba a la perfección el hecho de que no fuera muy hábil mamadora. Pero había otra cosa. Si daba por sentado que la visitante nocturna era la misma que la que me había manoseado durante la tarde, entonces se suponía que Agos había sido en ambas ocasiones. Pero ella me había asegurado que no había sido ¿Cierto? Y ahí volvía a pensar en Valentina.

Me di cuenta de que había sido muy iluso al dar por sentado que todo lo que me decían era cierto. Sami y Agos me habían asegurado que no habían sido las que se cruzaron conmigo a la salida de la sala de luces, y por descarte había concluido que había sido la zorra de Valentina, pero ahora ya no podía estar seguro de ello.

Y por otra parte estaba Sami… Si Agos me había mentido, ella también podría haberlo hecho. ¿Qué indicios tenía de que pudiera ser ella quien me había “atacado” en esas dos ocasiones? Recordé que la más pequeña de la casa no estaba en la sala de estar cuando sucedió lo del corte de luz. Era la que más cerca estaba de mí, pues aún estaba en su cuarto, por lo que, en lo que respectaba a la proximidad, era la más sospechosa. Además del detalle no menor de que durante toda la tarde había estado pegada a mí, al punto de que, por breves momentos, me sentía algo irritado por eso, pues no podía estar a solas con Agos como pretendía estarlo. Sami… Una chica sin experiencia, que muy probablemente jamás en su vida había practicado una felación. Sami, la chica que más me apreciaba dentro de esa casa, cosa demostrada con creces en esas últimas horas. Si alguna vez había dudado de su afecto, solo había sido por su extrema timidez y hermetismo, pero ahora que se había abierto más a mí, estaba claro que cualquier sospecha que tenía hacia ella era infundada.

Pero resultaba difícil imaginar que una chica con su personalidad diera un salto tan brusco en sus actitudes. Una cosa era abrazarse a mí cariñosamente, como una verdadera hijastra lo haría. Pero otra muy distinta era ir a hacerle un pete a su padrastro en medio de la noche. Eso cuadraba más con Valentina y con Agos. Con la primera porque su personalidad desinhibida le permitiría hacer ese tipo de cosas y otras incluso mucho más audaces. Y la mayor de las hermanas porque, si bien no era tan zorra como la otra, el estrecho y erótico contacto que habíamos tenido durante las horas precedentes hacían que una actitud como esa fuera totalmente coherente en ese contexto.

Me estaba volviendo loco. Cada vez que parecía convencerme de que se trataba de una, no tardaba en desestimar la teoría, para inclinarme más por otra, cosa que tenía el mismo resultado. Mi mente se estaba moviendo en círculos. Me sentía irritado. Pero no podía negar que fuera como fuera, mi situación era privilegiada. Una de ellas me había ido a chupar la verga. Y si no se trataba de Agos, significaba que ya había tenido algo con dos de mis hijastras, cosa que me levantaba el ego por las nubes.

Estaba cumpliendo el sueño de casi todo hombre heterosexual. Pero no tenía que dejar que mi mente se ofuscara por la euforia del momento. Debía mover bien mis fichas. Tenía que sacarles información sin que se dieran cuenta. Necesitaba confirmar quién carajos había sido la visitante nocturna.

Me quedé un buen rato sin pegar ojo, con la vana esperanza de que aquella escurridiza chica se apareciera de nuevo. Me haría el dormido, dejaría que se me acerque, y esta vez no la dejaría escapar. ¿Quién se creía que era? No podía pretender aprovecharse de mí a su antojo sin siquiera dar la cara. De hecho, lo que estaba haciendo era lisa y llanamente abuso sexual. No es que me molestara que una adolescente preciosa abusara de mí, pero no dejaba de ser una actitud reprochable. Cuando la tuviera entre mis manos la revolcaría en la cama y me pagaría por toda esa ansiedad que estaba experimentando en ese inusual día.

¡Y qué día! En unas cuantas horas había progresado más de lo que hubiera imaginado. Con Agos ya estaba todo cocinado, y si la del pete había sido otra… uf, tanto mejor, porque eso significaba que eran dos las que tenían ganas de estar conmigo. No pude evitar pensar que quizás estaba lidiando con algo mucho más grande de lo que sería capaz de manejar, cosa que más que una sospecha era una certeza. Pero ya estaba metido en el juego, y no pensaba hacerme el boludo, y dejar todo como si no hubiese pasado nada. Además, no iba a tener muchas oportunidades como esa: con Mariel a muchos kilómetros de casa, y las tres chicas obligadas a permanecer en la casa conmigo. La tormenta me había venido como anillo al dedo, y lo mejor era que el alerta meteorológico era para todo el fin de semana.

Después de un par de horas de divague, logré dormirme, para despertarme poco después. Mi cansancio me decía que había dormido tres o cuatro horas como mucho. No sabía que hora era, pero ya se escuchaban algunos ruidos en la calle, por lo que imaginé que ya eran al menos las nueve de la mañana. Me pregunté si las chicas se levantarían temprano. Si se habían quedado mucho tiempo en el pijama party, probablemente las vería recién para el mediodía. Además, el día se prestaba para quedarse acurrucado en la cama. Yo mismo no tenía motivos para levantarme tan temprano. Al fin tenía libre un fin de semana y tenía todo el derecho del mundo de haraganear. Pero las circunstancias inusuales del día anterior, y la necesidad de aprovechar cada momento, me hicieron salirme de la cama. Además, si eso contribuía a aumentar, aunque sea un poco, las posibilidades de por fin concretar con mis hijastras, qué me importaba tener un poco de sueño. Es más, no veía mejor manera de pasar mi fin de semana.

La casa estaba todavía oscura. No había señales de ninguna de ellas. Solo Rita que me movía la cola. Le abrí la puerta para que saliera al patio. Esperé a que cagara debajo de un árbol y la volví a meter. Salí a la calle, a tomar un poco de aire y a volver a la realidad durante un rato, pues lo del día anterior había sido tan intenso, y tan maravilloso, que se me había olvidado que era un simple guarda de seguridad que estaba más cerca de los cuarenta que de los treinta, y que estaba sumergido en una pobreza de la que no terminaba de salir. Aun así, mientras caminaba hacia el mercadito, miraba por encima del hombro a los pocos transeúntes que me cruzaba. Me sentía una estrella porno. De esos veteranos que se cogían a pendejas hermosas con sus vergas ridículamente grandes.

La tormenta había dejado muchos destrozos. Incluso había postes y árboles caídos, lo que no vaticinaba nada bueno para lo que quedaba del día. Me di cuenta de que los negocios no habían abierto, por lo supuse que era más temprano de lo que había imaginado en un principio. Llegué al mercadito del barrio, que recién estaba abriendo, y cuyo dueño estaba conectando un grupo electrógeno para dar electricidad al local. Me quedé un rato en la vereda, tomando fresco, mientras le hacía compañía al tipo. Él me contó que el rumor decía que no iba a volver la luz hasta el día siguiente. Además, por la tarde se desataría una nueva tormenta. Quizás no tan virulenta como la del sábado, pero… La señal de internet en cambio sí parecía haber vuelto, pues veía a varias personas escribiendo en sus smartphones, pero de todas formas yo ya no tenía carga en el celular, y si no podía conectar el cargador, no me serviría de nada. De todas formas, eso me gustaba, ya que contribuiría a que durante la noche tuviera una intimidad similar a la de la noche anterior con mis hijastras.

Compré un poco de pan, unas cuantas velas, y algunas cosas para cocinar a la noche, y volví a casa.

Mientras tostaba el pan en una vieja plancha que encontré en el horno, deseé que Agos se percatara del ruido, o del olor, y bajara a desayunar conmigo, para que pasemos el tiempo a solas. Y para hablar de lo que había pasado ayer. Aunque con esto último debía tener mucho cuidado, porque en realidad no tenía en claro qué era lo que había pasado ayer con ella. ¿Había concluido todo en el infantil carpa que mis hijastras habían armado, o había ido a mi cuarto a darme eso que me había negado en un principio?

Había hecho mucho ruido con las ollas y sartenes que estaban dentro del horno, y Rita había ladrado cuando vio un gato asomarse por la medianera, así que esperaba que la princesita de la casa se diera cuenta de que yo estaba ahí.

No me faltaban ganas de ir a su cuarto, como lo había hecho a la noche. Pero no quería encontrarme con otro fiasco. Era probable que Sami y Valentina estuvieran ahí también, así que mejor me contuve, aunque no me costó poco hacerlo.

De repente escuché que alguien bajaba por las escaleras. Me puse en alerta. ¿Sería Agos que había respondido a mi llamado mental? ¿O sería la dulce Sami que había demostrado disfrutar del tiempo que pasábamos juntos? O quizás…

—Otro día de mierda —dijo Valentina.

Bostezó, abriendo la boca exageradamente, con la vulgaridad que solo tienen los camioneros, y se rascó la cabeza. Aun así, lo que resultaba llamativo (casi chocante) en ella, era que aunque tuviera esos gestos, seguía viéndose increíblemente hermosa. Al bostezar, su espalda se arqueó. El torso se tiró para atrás, y los senos parecieron inflarse. Tenía el cabello despeinado, y debajo de sus ojos había unas horribles ojeras, y de todas formas era una pendeja infartante.

—Al menos hay tostadas —dijo.

Agarró una de las tostadas que aún estaban sobre la plancha. Le puso mermelada, y se comió la mitad de un solo bocado. Yo la seguía con la mirada, sin decir nada. Se había puesto la misma calza gris que el día anterior. Pero esta vez se abrigó con un buzo frisado con capucha.

—¿Qué pasa? —me preguntó, con la boca llena, percatándose de que la estaba observando.

—Pasa que sos demasiado confianzuda considerando que ni siquiera me dejás llamarte por tus apodos —dije.

Valentina rió con ganas y en el acto escupió algunas migajas de pan sobre mí.

—¿Todavía estás traumado por eso? —preguntó.

Era una expresión exagerada, pero en cierto punto tenía razón. Aun recordaba esa primera cena en la que había cometido el error de llamarla Valu, debido a que había oído que su madre la llamaba así. Ella me había cortado en seco, aclarando que así solo la llamaban sus familiares y amigos.

—Para nada —respondí—. Pero así como yo te respeto, espero lo mismo de vos. ¿No te das cuenta de que estaba haciendo las tostadas para mí?

—¡Tanto lío por eso? —preguntó, irritada—. ¿Querés que te la devuelva? —agregó después, entregándome el pedazo que aún le quedaba.

—No hace falta. No te pensaba negar una tostada, de todas formas. Simplemente me gustaría que antes me preguntes.

—Okey, mala mía —respondió—. Me voy a calentar un poco de leche —comentó después, como dejando atrás el asunto.

Me di cuenta de lo torpe que había sido al dar por sentado que había sido ella la de la mano larga. Y solo porque las otras dos me habían dicho que no se habían cruzado conmigo en el pasillo de la sala de luces, cuando estaba claro que quien había sido la verdadera responsable quería ocultar su identidad, por algún motivo que no terminaba de entender. Si no me hubiera avivado de eso, posiblemente la hubiese agarrado por detrás, mientras comía la tostada, igual a como había hecho con su hermana, y también al igual que había hecho con ella, le hubiera masajeado las tetas con desesperación. La diferencia era que las tetas de Valentina eran descomunales, y mis manos no darían abasto con ellas. Estaba seguro de que jamás había tocado unos senos tan impresionantes como los suyos. Me generaba mucho morbo pensar en eso. Además, a pesar de que había sido un error dar por sentado que se trataba de ella, no por eso dejaba de ser una de las principales candidatas.

Lo primero que me había hecho descartarla había sido el hecho de que me dio la impresión de que la visitante nocturna no me estaba haciendo la felación con mucha habilidad, y ciertamente Valentina tenía toda la pinta de ser una experta petera. Pero ¿De verdad había sido así? Lo cierto es que el pete había durado en mayor medida mientras dormía, mientras que lo ocurrido cuando había despertado apenas habían sido unos segundos. ¿Y si lo había mordido a propósito? Quizás su objetivo era despertarme justamente para que yo cayera en la cuenta de lo que estaba sucediendo. Entonces desaparecería con crueldad, dejando la incógnita de quién había sido. Esa crueldad sí que era típica de Valentina.

Puso a calentar leche, mientras yo terminaba de tostar los panes, y me acomodaba en la mesa para tomarme unos mates. Vi su carita redonda y su boquita. Cuando estaba tranquila, sin pensar en hacerme alguna maldad, tenía cierto aspecto angelical. Aunque yo sabía de sobra que de angelical no tenía nada. Me pregunté si esa misma boquita era la que se había llevado mi verga hasta hacerme soltar toda la leche. Recordé que me había dado la impresión de que se había tomado todo el semen. En ese caso, Agostina nuevamente quedaría descartada, porque según ella, jamás había tragado semen. Aunque eso era siempre y cuando estuviera diciendo la verdad. Nuevamente mi cabeza se estaba moviendo en círculos, cosa que me irritó. Pero ahí la tenía a Valentina. Debía aprovechar para sacarle toda la información que podía.

—Igual podés llamarme Valu, o Valen —dijo ella, mientras servía la leche hervida en un pocillo, para luego sentarse frente a mí.

—Qué —dije, desconcertado.

—Que si querés podés llamarme por mis apodos. ¿No era eso de lo que te quejabas? —explicó, dándole una mordida a su segunda tostada.

Se notaba que era una chica propensa a engordar con facilidad, y además, con esa cara redonda cualquier quilo de más se haría notar. Seguramente en algunos años, si seguía comiendo así, sería una gordita más del montón. Además, si bien su rostro tenía su belleza, no tenía nada que ver con el de sus hermanas. Me preguntaba si estaba consciente de lo cerca que estaba de ser una adolescente del montón. Si no tuviera esas tetas, y si no se mantuviera delgada gracias a su vida agitada… Pero lo cierto era que hoy por hoy, no era ni de lejos una adolescente normal. Su presencia resaltaba en cualquier lugar al que fuera.

—Bueno… aunque ahora me va a costar hacerlo. Estoy acostumbrado a llamarte Valentina —contesté, para luego sorber un mate.

—Como quieras. Solo lo digo. La verdad es que ni me había acordado eso de que te había dicho que me llames Valentina —dijo, soltando una risita—. Aunque ahora que lo pienso… no es cierto que siempre me hayas tratado con respeto.

—¿Cómo? —pregunté, indignado—. ¿Cuándo te falté yo al respeto?

Valentina (Valu), tomó un trago del café con leche, y me miró divertida, contenta de la irritación que había causado sus palabras.

—Bueno. Recuerdo a cierto señor persiguiéndome por los pasillos de un supermercado. Un señor bastante más grande que yo, que se me acercó cuando yo todavía iba al colegio.

Tragué saliva, nervioso. Había llegado a la conclusión de que ella recordaba aquel suceso, pero no se me había ocurrido que me iba a salir con eso justo en ese momento.

—No te estaba persiguiendo por los pasillos —dije—. Creo recordar que simplemente te encontré en una de las góndolas.

Por supuesto, eso no era del todo cierto. Si bien no la perseguí por el local, eso fue simplemente por el hecho de que me resultó muy fácil encontrarla. Por otra parte, en realidad la venía persiguiendo desde que me la había cruzado en la calle con sus compañeras de escuela. El impacto que me había causado había sido tal, que dejé las compras que acababa de hacer en casa, y volví al mercado enseguida, con la excusa de que me había olvidado de comprar alguna cosa, cando lo único que quería era verla de cerca, respirar su mismo aire, y quizás, hablarle.

—Además… —agregué después, tratando de encontrar las palabras que me sacaran de esa situación incómoda—. Además, lo único que hice fue saludarte, y preguntarte tu nombre. No fue mi intención molestarte.

Valu abrió los ojos bien grandes, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. En efecto, mi justificación era muy pobre, eso no lo podía negar. Había abordado a una adolescente sin siquiera estar seguro de si contaba con la mayoría de edad (aunque luego me enteraría de que ya contaba con dieciocho años).Por más que mis palabras habían sido inocentes, estaba claro que pretendía seducirla.

—Bueno, digamos que el uniforme escolar te tendría que haber inclinado a pensar que era chiquita ¿No?

—Bueno… sí… pero es que…

Pendeja de mierda, pensé para mí. No tenía nada que decir que me sacara de ese pozo de vergüenza en el que había caído. Me quise levantar a una nena que luego resultó ser la hija de mi pareja. Así estaban las cosas. Pero ¿por qué me salía hasta ahora con eso? Había tenido tantas oportunidades para eso…

—¿Andás por la vida persiguiendo a colegialas? —me preguntó, con el semblante serio—. A algunos tipos les obsesionan el uniforme. La pollerita cortita. Las piernas desnudas. Las chicas que ya están cerquita de convertirse en mujeres, pero en realidad no lo son, la piel suavecita… ¿Sos un pervertido Adri?

—No digas tonterías. Con vos fue la primera vez que lo hice. Y ya te digo, estaba seguro de que eras mayor de edad.No quise molestarte. Además, si hubiera sabido que eras la hija de Mariel…

—Si hubieras sabido eso ¿Qué? Si de todas formas todavía no eras novio de mami ¿cierto?

—Sí, lo que quiero decir es que…

Era increíble que la situación hubiera dado un giro como ese. Se suponía que yo la tenía que estar interrogando sutilmente, para por fin descubrir la verdad de todo lo extraño que había sucedido, pero en cambio era yo el que le respondía a ella. y mientras lo hacía, no podía evitar que mi voz reflejara mi nerviosismo. Me sentía patético, buscando excusas para no quedar como un degenerado frente a esa mocosa.

Entonces Valen estalló en una carcajada. Volvió a escupir migas de pan sobre mí, y luego se tapó la boca como para reprimir la risa. Pero no consiguió hacerlo. Rió y rió, hasta que se puso roja como un tomate.

—Perdón… perdón —dijo, cuando pudo hablar con normalidad, aunque todavía lo hacía entrecortadamente—. Es que… te pusiste tan serio.

—Me puse serio porque es un tema serio —dije, molesto, pero también aliviado al saber que la cosa no era tan grave como pensaba—. Lo de esa vez fue solo una casualidad bastante desagradable. Además, estaba convencido de que no te acordabas de eso.

—Bueno, no es que sea un recuerdo memorable. Pero cuando mamá nos presentó, me pareciste conocido. Después hice memoria y me acordé.

—¿Y por qué no se lo dijiste a tu mamá? —le pregunté.

—¿Y cómo sabés que no se lo conté? —preguntó ella a su vez.

—Bueno, supongo que si se lo hubieras dicho, me diría algo —respondí.

—¿Y si ella estaba esperando a que vos se lo contaras? —retrucó ella.

La pregunta quedó sobrevolando, como cortando el aire. Muchas veces me había preguntado eso, pero a medida que pasaba el tiempo di por sentado que no sabía nada. Ahora me preguntaba si acaso no era de esas cosas que algunas mujeres se la guardaban para usarlas en el momento oportuno. No imaginé que Mariel fuera de esas mujeres, pero lo cierto es que desde el sábado sabía que conocía bien poco a mi mujer.

—No te preocupes. No le dije nada —aclaró Valu—. Además… tampoco es que fuera algo anormal. Vos no sabías que ibas a salir con mi mamá poco tiempo después. Y no hiciste nada que no hayan intentado otros hombres. Y si no me equivoco, lo hiciste de manera bastante caballerosa, preguntándome mi nombre, fingiendo que nos conocíamos y eso.

Me dio la impresión que de verdad estaba agradecida por el hecho de que no me había comportado como un troglodita en aquella ocasión, como seguramente sí lo hacían la mayoría de los hombres que intentaban seducirla. Siempre di por sentado que, debido a su aspecto físico, desde muy temprana edad había tenido que lidiar con hombres mucho mayores a ellas, que se la querían llevar a la cama sin ningún cuestionamiento ético. Yo al menos había actuado debido a que tenía la esperanza de que fuera mayor de edad.

—Entonces… ¿Te pasó muchas veces eso? —pregunté, con sincera curiosidad.

—¿Que un viejo me quiera coger? Si me pagaran por cada vez que me pasó, sería rica —respondió ella—. Pero mamá me enseñó de muy chica, que los hombres son así, como animalitos. Después quizás se comportan civilizadamente. Pero cuando ven a una chica como yo, pierden la cabeza. Las neuronas no les responden.

—Bueno, es una manera muy prejuiciosa de pensar de los hombres —comenté—. Algunos serán así, otros no.

—Si vos lo decís —respondió ella, encogiéndose de hombros—. Pero yo creo que podría tener al hombre que quiero, tenga la edad que tenga. Sea casado o viudo. Al menos hasta ahora nadie me demostró lo contrario.

—Aunque eso fuera cierto —dije, con ganas de aleccionarla—, esos hombres solo te querrían para una cosa. Después, para formar una pareja…

—¿Y quién te dijo que quiero formar una pareja? —rebatió rápidamente ella—. Por el momento solo quiero que me cojan bien.

Pareció muy divertida viendo mi expresión. Por algún motivo, cuando una mujer habla libremente de su sexualidad, los hombres no podemos evitar sorprendernos. Pero hice lo posible por recomponerme. Vi que ya se estaba comiendo una tercera tostada, así que me puse de pie para poner algunos panes más en la plancha.

—¿Querés ver? —preguntó Valu.

—Si quiero ver ¿qué? —pregunté.

Tomó un sorbo de café con leche, con el que tragó la tostada que no había terminado de masticar. Se puso de pie, y se acercó a mí, caminado como una pantera.

Era muy bajita. Debido a su exuberante cuerpo, por momentos me olvidaba de ese detalle. Apenas le llevaba algunos centímetros a Sami. Se puso frente a mí. Me miró seria, aunque no con la seriedad fingida de cuando recordó el día en el que nos conocimos, sino con una seriedad con la que intentaba reflejar una férrea determinación. Se acercó tanto a mí, que sus pechos hicieron contacto con mi cuerpo. Sus enormes tetas presionándome… Retrocedí unos pasos, solo para encontrarme con la mesada. Ella avanzó esa misma distancia y de nuevo pude sentir sus senos en mi cuerpo.

No pude evitar pensar que esa actitud avasalladora era la misma que había tenido la que me palpó la verga y la que me hizo el pete en la oscuridad.

—¿Fuiste vos? —pregunté.

Ella arrimó más sus tetas. Ahora estaban estrujadas entre el medio de mis pectorales y mi abdomen. Mientras los presionaba, también los frotaba con un movimiento leve.

—Sí —me respondió. Durante un instante pensé que podría estar jugando conmigo, pero lo que dijo después me sacó todas las dudas que podía tener—. Mamá te mete los cuernos —explicó—. No tenés motivos para serle fiel.

La agarré de la cintura, haciéndole sentir la hinchazón de mi verga. Durante ese fugaz momento, Agostina quedó relegada a un lugar muy lejano de mi mente. Agos, Sami, y la propia Mariel. Me di cuenta de que la única a la que deseaba en ese momento era a la vulgar adolescente que tenía entre mis brazos. Esa chica odiosa de tetas desproporcionadas que mi miraba desde abajo, con la boquita haciendo un sutil piquito.

Bajé la cabeza. Nuestros labios quedaron muy cerca uno del otro. Mis manos empezaban a sentir la carnosidad de sus nalgas. Era imposible besar a esa pendeja y no manosear su trasero con fruición. Pero primero su boca… Ya estaba muy cerquita. Podía sentir su aliento al café con leche, con rastros de menta, que le habrían quedado de cuando se lavó los dientes al levantarse.

Pero entonces corrió la cara, dejándome completamente desconcertado.

—¿Ves? Puedo hacer que hasta la pareja de mi mamá me quiera coger —dijo.

Quedé aturdido, pensando en las palabras que me había dicho. ¿Qué carajos le pasaba a esa pendeja? Había reconocido que había sido ella ¿cierto? Ella me había mandado el mensaje el día anterior, con las fotos que demostraban la infidelidad de Mariel. Entonces era ella la que me había manoseado, y la que me había hecho el pete. Tenía que ser ella. ¿Por qué me salía con esa estupidez ahora? Estábamos solos. Podíamos meternos en algún rincón de esa casa y coger como perros alzados. ¿Por qué daba marcha atrás?

Se soltó de mi abrazo, pero yo la agarré de la muñeca y la atraje hacia mí de nuevo.

—¿Qué carajos pretendés de mí? —le dije, furioso, aunque tuve la suficiente inteligencia de no levantar la voz. Lo último que me faltaba era que sus hermanas me oyeran—. ¿Querés volverme loco? —pregunté.

La agarré de la cintura de nuevo. La tenía otra vez pegada a mí. Los juegos se terminaron, pensé para mí. Ya basta de juegos, estaba harto de ellos. Tenía que concretar lo que se venía gestando desde el día anterior, o mejor dicho, desde aquella tarde en la que la conocí. Pero Valentina seguía tratando de liberarse. ¿Por qué hacía eso? Bajé una de mis manos hasta su descomunal orto. Como ya lo había imaginado, mi mano totalmente abierta no bastaba para cubrir una nalga. Era enorme, pero aun así la pendeja la mantenía increíblemente firme. Se sentía exquisito.

—Adri ¡Pará! —me dijo, zafándose de mí.

Estaba agitado, y mi mente no funcionaba con la lucidez que debería funcionar. Estaba embragado por la lujuria y ya no tenía paciencia para seguir esperando. Me la iba a coger, me iba a coger a esa pendeja ahí mismo. Pero no, yo no era un violador.

Valentina aún estaba en la cocina. Podía haber huido, pero no lo hizo. Eso era una buena señal. Respiré hondo, traté de tranquilizarme. Era ella. Siempre había sido ella. La propia Valentina lo había confesado. Fue mi primera sospechosa, y resultó ser ella.

Me senté en la silla donde hasta hacía un rato había estado tomando mates.

—Entiendo tus idas y vueltas, pero no se puede estar así para siempre —le dije—. Vení —ordené después, palmeando mi rodilla, indicándole que se sentara en mi regazo.

Valu se había quedado parada contra la pared, mirando con cara algo asustadiza, aunque también parecía muy intrigada. Mi ataque de furia la había sorprendido.

—No. Era solo un juego. Quería demostrarte que…

—Vení acá —dije, palmeando mi rodilla otra vez.

No pensaba levantarme para buscarla. No iba a usar la fuerza bruta. Lo de recién había sido un impulso. La pendeja iba a aprender a hacerme caso sin que yo levantara la mano. Palmeé la rodilla de nuevo.

Valu se acercó, despacito. Era la primera vez que su actitud altanera y soberbia se esfumaron de su semblante. Ya era una nena grande, y debía comprender que si hacía ciertas cosas habría consecuencias.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó, con una sonrisa nerviosa, ya estando muy cerca de mí.

La agarré de la muñeca, y la atraje hacia mí. Pero esta vez apenas tuve que hacer fuerza, porque ella misma se sentó en mi regazo. Su hermoso orto apoyado en mis piernas.

—¿Qué querés hacer? —me preguntó, con un dulce susurro.

—Que terminemos lo de ayer —dije, llevando mi mano a sus senos.

—¿Lo de ayer? —preguntó ella, sorprendida.

Entonces escuchamos que alguien bajaba por las escaleras.

Continuará



-I
Esta tan bien contado, que es como si conociera a las tres hermanas. FELICITACIONES
 

heranlu

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Era solo cuestión de segundos para que, quien estuviera bajando las escaleras, apareciera en la cocina. Y la escena que se desarrollaba ahí no era muy conveniente que digamos (aunque sí muy deseada). Tenía a Valentina en mi regazo. Valu (ya podía llamarla así), y su monumental ojete frotándose en mis piernas. Sentía como esas descomunales nalgas se removían en mis rodillas, como buscando mantener equilibrio, aunque lo único que lograba era que sus firmes glúteos se refregaran en mí. No cabían dudas de que también sentía la potente erección que se me había formado en cuestión de unos segundos, en su honor, pues en ese dulce franeleo retrocedía lo suficiente como para sentir mi predecible dureza.

Pero, alertada por los pasos que cada vez estaban más cerca, se puso de pie, y se dispuso a sentarse del otro lado de la mesa, para fingir que estaba terminando su desayuno. Pero apenas dio un paso, yo extendí la mano para agarrar con mi mano convertida en una tenaza a ese enorme glúteo. Se lo estrujé con violencia. No pensaba retenerla mucho tiempo, aunque viéndolo ahora me doy cuenta de que había corrido un riesgo innecesario. Pero en ese momento sentí la imperiosa necesidad de palpar ese culazo una vez más, quizás por miedo a que luego no pudiera hacerlo de nuevo. Aunque todo indicaba que la más zorra de mis hijastras ya estaba entregada.

—Soltame boludo —susurró Valu, haciendo fuerza para escaparse de mi mano.

Entonces se sentó frente a mí. Se acomodó el pelo, a pesar de que el forcejeo no lo había alterado. Y entonces apareció la responsable de que yo no pudiera cogerme a Valu sobre esa mesa, en ese mismo momento.

—Ustedes también madrugaron —dijo Agostina.

La princesa de la casa y la troglodita de Valentina en el mismo espacio a solas conmigo. No podía sentirme más egocéntrico, y más nervioso.

Ambas habían sido presas de mis manos hambrientas. Ambas sabían que mi mujer me engañaba. Una de ellas era la que me había hecho una mamada…

Era una situación algo incómoda, pero a la vez excitante. Yo compartía un secreto con ambas, y ellas, a su vez, desconocían (o eso imaginaba) que la otra había tenido intimidad conmigo. Las dos trataban de actuar con normalidad, aunque de alguna manera pude vislumbrar cierta paranoia en sus miradas.

—Sí, ¿querés que ponga más pan en la tostadora? —le pregunté.

Agos parecía estar recién duchada. El pelo negro y lacio se encontraba húmedo. Llevaba una chaqueta larga, un suéter y una bufanda. Si bien solía vestirse entre casa con la misma elegancia que cuando salía, esta vez el hecho de verla abrigada me hizo temer que realmente se iría.

—No gracias. Me voy a lo de Mili —explicó, confirmando mi intuición—. Voy a desayunar algo con ella, y de paso voy a aprovechar para ver si puedo cargar el celu. Ya me quedé sin batería.

—Pero, volvés temprano ¿No? —dije.

—No sé Adrián. Quizás me quede a dormir ahí —respondió.

Qué noticia de mierda, pensé para mis adentros. Pero por otra parte, si se iba en ese momento, podía continuar con lo que había empezado con Valu. Eso sí, necesitaba sacarle alguna información a la princesita de la casa. Valentina se había mostrado sorprendida cuando le dije que quería que concluyamos lo de anoche. Supuestamente no había sido ella la del pete. Pero ya había aprendido que no se podía confiar en lo que decían esas mocosas. Era evidente que el estado de confusión en el que me encontraba era debido a que al menos una de ellas me estaba mintiendo descaradamente.

—Claro, lo preguntaba porque a la tarde se va a desatar otra tormenta. Me quedaría más tranquilo si estás en casa temprano.

—¡Qué lindo cómo nos cuida papi! —dijo Valentina.

Estaba claro que lo decía con ironía ya que lo que había hecho hacía unos segundos con ella estaba lejos de ser la actitud que tomaría un padre protector con sus hijas.

—No te preocupes Adri, yo sé cuidarme —respondió Agos. Si bien las palabras podrían parecer duras, como si me estuviera diciendo “no te metas en mi vida”, lo cierto es que en el tono que las dijo parecieron de lo más naturales.

Cuando nos dejó a solas con Valen supe que lo que seguiría sería un sueño. La hermana del medio ahora se hacía la tonta, lavando su pocillo en la piletita de la cocina. Estaba inclinada de manera que su escandaloso orto me tentaba. Me estaba provocando. Me puse de pie y le di una nalgada.

—Pendeja atrevida —le dije—. Esperá acá. Quiero estar seguro de que se haya ido.

Por toda respuesta Valentina me miró con una sonrisa cargada de incredulidad. Fui detrás de Agos, quien acababa de salir, y ahora cerraba la puerta a sus espaldas. Pegué un corrida para alcanzarla. Nos encontramos en el pequeño patio delantero.

—De verdad… No te vayas por mucho tiempo —le dije.

—¿Y pensás que porque me lo decís lo voy a hacer? —me respondió, con insolencia.

—No, perdón, es que… no quería que suene como una orden —dije balbuceando. Como era domingo, había muy poca gente por la calle, pero me daba la impresión de que nos observaban, y que de alguna manera sabían que había algo entre nosotros. Además me tenía que apresurar para ir al encuentro de Valentina, con quien ya estaba todo cocinado. Pero antes necesitaba saber una cosa—. Es que ayer la pasamos tan bien, pero… me dejaste con las ganas —dije.

Agos abrió bien grande los ojos. Y al igual que yo, miró a la calle, como queriendo estar segura de que nadie nos estuviera oyendo.

—Yo no te dejé con las ganas —respondió.

Ahí estaba por fin la verdad, me dije, contento. Ese horrible domingo de otoño iba a convertirse en un gran día. Había sido muy astuto de mi parte en soltarle esa frase, para que ella solita me confirmara si me había hecho el pete o no. Su respuesta solo podía significar una cosa. Al final había sido ella, pensé, exultante. La pulcra princesita había ido a mi cuarto en medio de la oscuridad para hacerme una mamada clandestina.

—Fuiste vos el que no fue a mi cuarto más tarde —dijo después. Y luego, al ver mi cara de espanto, como pensándolo bien, agregó—: Pero en realidad hiciste bien. Es muy arriesgado, y de todas formas… yo no sé si quiero hacer algo más con vos. Bueno, te dejo que me tengo que tomar un colectivo. Con todo este lío de la luz ni siquiera pude pedir un Uber.

Me dejó con la boca abierta, en la puerta de la casa. ¿Que no sabía si quería hacer algo más conmigo? ¿Qué se creía esa pendeja? No podía dejarme tan caliente y después cortarme el rostro como si nada. Ya iba a ver a la noche. Esta vez iba a ser yo el visitante nocturno. Iba a invadir su cuarto a la madrugada y le iba a pegar la cogida que tanto necesitaba.

Y encima insinuaba que ella no había ido a mi cuarto. Pero eso poco importaba. Era obvio que quien hubiera sido, se rehusaba a develar su identidad, así que por más que hubiera sido ella, no me lo diría. Aunque aún no tenía idea de por qué tanto empeño en seguir en el anonimato. Pero no me iba a enredar con ese detalle en ese momento.

Traté de tranquilizarme. Adentro estaba Valen. La más perra de mis hijastras estaba en la cocina, aguardando a que yo volviera, con su calza ajustadísima que le marcaba los labios vaginales y se metía en su orificio con impunidad. Se había sentado en mi regazo cuando se lo ordené. Sí, lo había hecho. Lo que me estaba negando (de momento) Agostina, me lo daría ella, y si tenía suerte, lo haría en unos minutos.

Me estaba dando cuenta de que en ese punto estaba pensando con mi verga antes que con mis neuronas. En efecto, estaba totalmente al palo y necesitaba desahogarme. El hecho de que en la madrugada haya gozado no aplacaba las ansias que tenía por devorar a esas pendejas. Realmente pensaba culeármela ahí mismo, en la cocina. Si Sami bajaba por las escaleras, pararíamos y listo. Aunque tenía la esperanza de que eso no pasaría. Quince minutos… o quizás diez, pensé para mí. Con ese tiempo podía hacer de todo. Un rapidín, y en todo caso dejaríamos para otro momento una cogida más elaborada.

Vi alejarse a la princesa, hacia la parada de colectivo, sintiendo cierto abatimiento. Justo venía uno en el que se subió. Me metí enseguida a la casa. Valen aún estaba en la cocina. No podía ser que se hubiera levantado un domingo tan temprano simplemente porque se le dio hacerlo. Ahora estaba claro que había bajado porque esperaba encontrarse conmigo.

Por primera vez parecía tímida. Estaba parada. Su anhelado trasero apoyado en la mesada. La vista mirando al piso. Me acerqué lentamente a ella, como un cazador que se acerca a una presa que ya fue capturada, y ahora se encuentra inmovilizada en una trampa.

—Che, es cualquiera esto —dijo, sin quitar la vista del piso—. Yo solo te estaba molestando. No pensaba que te lo ibas a tomar en serio.

—Así que solo me estabas molestando —dije, agarrándola de la cintura, arrimando mi cuerpo al suyo—. Era todo un juego ¿eh?

—Sí, es que… no pensé que te lo creerías. Además, mamá…

—Yo creo que sabías muy bien que ibas a lograr provocarme. Vos sabés muy bien lo que generás en los hombres. Y tu mamá… me metió los cuernos. Vos lo sabés.

—No, no lo sabía. Solo te lo dije para hacerte enojar. Para que caigas más fácil —explicó ella, mientras mi mano derecha bajaba hasta su cadera—. No sabía que de verdad te engañó —agregó después.

—¿No lo sabías?

La agarré de la barbilla y le hice levantar la cara. Ahora me miraba a los ojos. Parecía apunto de largar una lágrima. Sus expresivos ojos marrones estaban brillosos. ¿Qué le pasaba? Justo cuando quería que actúe con la misma desfachatez y soberbia de siempre, se había apagado. Casi parecía una nena asustada. Aunque claro, esto no bastó para que me arrepintiera de tomar la iniciativa. Además, a pesar de no mostrarse muy entusiasmada, ahí estaba, todavía apoyada en la mesada, sin atinar a moverse.

Acaricié sus labios gruesos con el dedo pulgar. Valu hizo puchero, como quien va a hacer una travesura, no tanto por iniciativa propia, sino porque un niño aún más travieso la instara a hacerlo. Froté los labios con más intensidad, mientras mi otra mano avanzaba hasta encontrarse nuevamente con el carnoso orto de mi hijastra. Luego empujé el dedo, hasta que ella separó los labios y se lo metí adentro de la boca. Su lengua llenó de saliva el pulgar, aunque seguía con la misma actitud reacia. Pero eso no me importaba. lo que me importaba era que estuviera ahí, sometida a mis deseos. SI quería jugar a la puta culposa que lo hiciera. Mientras me entregara todo ese cuerpo imperfectamente perfecto con el que había nacido, que actuara como le diese la gana.

Saqué el dedo de la boca. Froté su mejilla izquierda, dejando un rastro de su propia saliva en ella. Apoyé mi pelvis en su cadera, y le hice sentir mi erección. Mi mano izquierda estaba completamente perdida en ese vasto territorio que era su orto.

—No, soltame —dijo, aunque aún no hizo ningún movimiento que confirme sus palabras—. Sos la pareja de mamá. ¿Pensás terminar con ella?

Cuando terminó de hacer esa pregunta, usé la mano derecha para llevarla a sus tetas. Otra vez las tenía entre mis garras. Vi como la tela del pulóver se arrugaba cuando mis dedos se cerraban en uno de los senos. Las tetas de Valu en mis manos. No hay descripción que esté a la altura de lo que sentía en ese momento.

—¡No! ¡Basta! ¡degenerado! —dijo Valu.

Esta vez lo hizo con vehemencia, y hasta levantó la voz más de lo debido. Además, cuando vio que yo seguía manoseándola por todas partes, me dio un violento empujón. Entonces me aparté de ella, no tanto por el empujón en sí mismo, que no tenía la fuerza suficiente como para alejar a un hombre embriagado de lujuria como lo era yo en ese momento, sino porque su expresión reflejaba un rechazo incluso mayor que el que había exteriorizado físicamente.

—Pero entonces ¿Qué carajos te pasa? —pregunté, ofendido.

Por toda respuesta Valu Salió corriendo de la cocina. No tardé en escuchar los pasos, subiendo por las escaleras.

Mierda, me dije. ¿Cómo podía estar pasándome esto? No había imaginado que justamente ella fuera tan histérica. Que me provocase de esa manera solo para molestarme… No, no podía ser eso. Nadie llegaba a ese punto solo por molestar. Subí por las escaleras, para ir a su encuentro. Aunque no quisiera coger, ya habíamos llegado al punto en el que podía tomarme la libertad de entrar en su habitación para preguntarle qué carajos tenía en la cabeza. Eso sí, estaba tan caliente, que era probable que apenas entrara, le bajaría la calza hasta los tobillos y le arrancaría la tanga con los dientes, para poseerla ahí nomás, de una puta vez.

Pero para mi sorpresa, o mejor dicho, para mi desgracia (porque a esas alturas eran pocas las cosas que realmente podían sorprenderme), la puerta estaba cerrada con llave. Intenté abrirla una vez más, pero como me di cuenta de que estaba haciendo demasiado ruido, me rendí.

Me dispuse a volver abajo, con el ánimo por el suelo. Agos se había ido, y Valu se había arrepentido. Quizás me había adelantado mucho, pensé. Que tuviera un acercamiento con ellas no implicaba que era seguro llevármelas a la cama. Incluso la que me había hecho el pete seguía haciéndose la tonta, por lo que , a pesar de que me doliera, era probable que al final de cuentas, y después de tantas fantasías que parecían a punto de hacerse reales, no me terminaría cogiendo a ninguna de mis hijastras. Y encima ahora corría el riesgo de que Valentina me acusara con su madre. ¿De verdad me consideraría un degenerado? Trataba de decirme que no, que ella debía comprender que yo había actuado así porque ella me provocó. Aunque la muy zorra podía aducir que me había dicho en varias ocasiones que no quería hacer nada. Si Mariel se enteraba, tenía todas la de perder. Si todo eso había sido un perverso plan de la hermana del medio para liberarse de mí, y por fin lograr que me fuera de esa casa, le había salido a la perfección, y yo había caído como un idiota.

Todos estos sentimientos y teorías se agolpaban en mi cabeza mientras caminaba lentamente por el pasillo en donde estaban las habitaciones de las chicas. En ese momento sentí que una puerta se abría.

—¿Todo bien? —dijo Sami a mis espaldas.

Estaba en el umbral de la puerta, como si temiera salir al pasillo. Llevaba ese peculiar pijama de una sola pieza, de color rojo, con lunares blancos. Pero recién ahora raparé en que tenía una capucha, que esta vez llevaba puesta. En los pies llevaba unas pantuflas lilas. La pequeña Sami se veía como una niña.

—Sí, todo bien, solo quería saber si habían dormido bien anoche —dije.

En ese momento me di cuenta de lo estúpido que había sido al inventar esa excusa. Si había ido a eso ¿Por qué me estaba marchando sin haber golpeado la puerta de Sami? Pero por suerte ella no se percató de mi incoherencia (o quizás simplemente fue indulgente conmigo).

—Yo dormí bien. Aunque creo que voy a seguir durmiendo ¿No te molesta? Ayer nos acostamos tarde con las chicas.

—Claro que no me molesta. Es domingo, y el día se presta a quedarse en la cama. Pensé que iban a dormir en el cuarto de Agos —dije, como al pasar, aunque en verdad esperaba sacar algo de información de la pequeña.

—Sí, hubiese sido lo más práctico. Pero Agos y Valu se pusieron a discutir, y bueno, yo preferí irme.

—¿Y por qué discutieron? —pregunté.

En ese momento sucedió algo que no había previsto. Sami bajó la cabeza. Me di cuenta de que rehuía a la pregunta. Pero más allá de eso, al hacerlo, fijó su vista en mí, pero no en mi rostro, sino debajo de mi cintura. Entonces me di cuenta. La erección que me había provocado Valentina no había desaparecido, al menos no del todo. Seguramente se notaba un bulto puntiagudo en mi pantalón. Sami abrió sus tiernos ojos azules bien grandes, y no pudo retirar la vista de mi miembro por unos cuantos segundos. Luego levantó la vista. A pesar de que el pasillo se encontraba algo oscuro, apenas iluminado por la pobre claridad que se filtraba por unas ventanitas, pude notar que su rostro se sonrosaba.

—Nada, ya sabés cómo son. No pueden estar sin pelear —dijo después. Me dio gracia el hecho de que parecía tener que hacer un esfuerzo considerable por mantener la vista arriba—. De hecho, creo que cuando vos estás presente es cuando se tratan de mejor manera.

Eso no me lo esperaba. Ahora resultaba que era una buena influencia para las chicas.

—¿Querés que te traiga algo para desayunar antes de que sigas durmiendo? —le pregunté.

—¿En serio? ¿Me lo traerías acá? —preguntó, realmente sorprendida—. Creo que nunca nadie me trajo el desayuno a la cama —agregó después.

—Bueno, me alegra ser el primero —dije.

Después de los desplantes de sus odiosas hermanas, hacer que Sami se pusiera contenta por un gesto tan simple me devolvió el buen humor. Fui a hacerle el desayuno (chocolate caliente y unas tostadas con manteca y dulce de leche), y subí de nuevo al primer piso, no sin sentir una enorme tentación de intentar nuevamente entrar al cuarto de Valu. Pero en fin, pasar un rato con Sami iba a hacer que se me quitaran esas ideas de la cabeza, al menos por el momento. Ya tendría tiempo de poner las cosas en su lugar en lo que respectaba a Valentina.

La habitación, al igual que el pasillo, estaba apenas iluminada por la claridad que entraba por la ventana. Pero en este caso, como la persiana estaba totalmente abierta, y el sol se asomaba tímidamente por detrás de unas nubes, teníamos mejor visibilidad. La pequeña rubiecita estaba con la frazada cubriéndole hasta el cuello, pero cuando me vio entrar, se sentó sobre el colchón y apoyó su espalda contra la pared, en donde colocó una almohada para apoyarse, cosa que hizo que ahora quedara abrigada hasta el ombligo.

—Gracias Adri, cada vez me caes mejor —dijo, mientras apoyé la bandeja en su regazo. —Esa es la idea —dije—. Durante un tiempo pensé que te caía mal ¿Sabías? Como a tus hermanas.

—Es que, como dice mami: yo estoy en mi mundo. A veces no me doy cuenta que puedo parecer antipática. ¿Me perdonás?

—Claro que te perdono. Además, nunca me pareciste antipática. Mucho menos si te comparo con tus hermanas —agregué después, jocosamente, aunque ambos sabíamos que no era del todo una broma.

—Las chicas son así. Están tan acostumbradas a que todo el mundo ande detrás de ellas, que no se molestan en ser agradables. Aunque en el fondo lo son, obvio —dijo Sami, sorbiendo un trago de la chocolatada caliente.

No me olvidaba que hacía unos minutos había notado mi erección. Y seguramente también se había percatado de que yo me había dado cuenta de que fijó su mirada en mi entrepierna más de lo normal. Era de esas cosas que se sabían y no se decía nada. A pesar de que, de alguna manera, era un hecho bochornoso para ambos, al mismo tiempo fue un suceso que reforzó la complicidad que se estaba gestando desde el día anterior entre nosotros.

—Además, con las parejas de mamá solemos tener cierto cuidado… aunque eso no debería decírtelo —dijo después, como si se percatara de que había hablado más de la cuenta. La mano invisible de Mariel aparecía otra vez.

—Me imagino —dije yo, sin esperar a que ella me diera explicaciones de por qué prefería no ahondar en el tema—. Digo… aunque sean tipos elegidos por tu mamá, ella se puede equivocar. Podría traer a cualquiera.

Lo cierto era que Mariel me había llevado a su casa cuando apenas teníamos algunos meses saliendo. Y ni siquiera conocía a sus hijas desde antes de convivir con ellas (salvo a Valu a quien había conocido en aquella memorable tarde de minimercados y uniformes escolares, pero aun así, apenas habíamos intercambiado algunas palabras y nada más). Nunca me había puesto a pensar demasiado en ello. Me consideraba una persona honesta, y asumí que Mariel había visto eso mismo en mí, más allá de cualquier atracción que hubiera entre ambos. Pero ahora que hablaba con Sami, me daba cuenta de que así como me había llevado a mí, podría haber hecho lo mismo con otros hombres. Y por más que Mariel tuviera una opinión positiva sobre mí o sobre cualquiera de sus ex, no dejaba de ser irresponsable obligar a vivir a sus tres hijas con hombres que, al menos ellas, no conocían de nada.

Recordé también que en su momento Sami había soltado un comentario en el que creí entender que había sido abusada por una de las exparejas de Mariel. Aunque ahora esa conclusión me parecía demasiado apresurada, estaba claro que guardaba una opinión muy negativa de al menos uno de ellos, quien si no había abusado de ella, seguramente se había desubicado de alguna manera. Pero ese era un tema demasiado delicado, que no pensaba tocar de manera directa en ese momento.

—Sí. De hecho, se equivocó muy de seguido —dijo Sami, para luego masticar un generoso pedazo de pan con manteca y dulce de leche.

—Y ¿En qué sentido se equivocó antes? —dije, convencido de que estaba a punto de hacer un descubrimiento importante—. Digo, para no cometer los mismos errores que ellos —agregué después, bromeando, para que no se percatara de que mi necesidad era enorme.

—Eran todos infieles. Todos… —dijo Sami.

—¿Y vos cómo lo sabés? ¿Mariel les cuenta de sus intimidades?

Sami, masticando con la boca llena, se encogió de hombros.

Así que Mariel cargaba la culpa de sus fracasos sentimentales en los hombres con los que estaba. Pero seguramente no les contaba que ella misma era una promiscua. El recuerdo de su infidelidad, y no solo eso, sino la sospecha de que ese mismo fin de semana, en la provincia de San Luis, me estuviera metiendo unos cuernos más grandes que esa casa, me irritaron muchísimo, y me hicieron aferrarme de manera empecinada a la idea de que me iba a coger a esas dos pendejas. Ya no me importaba quién me había practicado la felación. Las dos me habían provocado, permitiéndome que les metiera mano por todas partes, y ahora iban a tener que responder.

—Pero además eran unos idiotas. No como vos —dijo después, cuando terminó de tragar, para luego sorber otro trago de leche.

—¿Y yo como soy? —quise saber.

—No sé… sos… —se puso el dedo índice en la barbilla, y se quedó unos segundos pensando en qué palabra utilizar—. Confiable. Eso. Sos confiable —dijo al fin—. Al principio, cuando mamá nos contó de tus problemas económicos pensé que podías ser un aprovechado. Pero después me di cuenta de que eras un tipo honesto. Simplemente que eras pobre. Pero eso no tiene nada de malo.

No pude evitar soltar una carcajada cuando terminó con su explicación.

—¿Y cómo fue que cambiaste de opinión? —pregunté, cuando me recuperé de la risa.

—Porque te vas todos los días a trabajar. Ahí me di cuenta de que no sos pobre por vago, sino porque no tuviste suerte. Pero quizás ahora la suerte te cambia. Qué se yo.

Me dio mucha ternura la manera simple, pero a la vez acertada, que tuvo de razonar. Sentí culpa de lo que había hecho la noche anterior, cuando mis manos se aventuraron a zonas que limitaban con lo prohibido de manera tan estrecha, que corrí el riesgo de que ella se percatara de mis perversas intenciones. La calentura por las otras dos me había nublado el juicio. Sami se había pegado a mí porque hacía mucho que no contaba con una figura paterna respetable. Tenía que tratar de tener en mente eso cada vez que estuviera a solas con ella.

—Sí, quizás ahora empiece a tener suerte. Digo, alguna vez me tenía que tocar ¿No? —dije.

No obstante, en el fondo, sabía que en lo sucesivo no iba a irme bien. Quizás me pegara el polvo de mi vida, eso sí. Pero la relación con Mariel no duraría mucho. En el mejor de los casos podría sostenerla durante un año, hasta que mi situación económica se estabilizara. Aunque si empezaba una relación con una de las chicas, todo pendería de un hilo. Pero, en fin, nadie me sacaría de la cabeza gozar con esas adolescente calientes. Además, la infidelidad de Mariel era en sí misma una señal de que las cosas no iban bien. Si en algo se diferencian los cuernos que realizamos los hombres a los que llevan a cabo las mujeres, es que nosotros lo hacemos por pura calentura. Una vez que nos desquitamos, volvemos a los brazos de la mujer que amamos. Pero ellas, en cambio, cuando se cogen a otros, esto tiende a ser el preludio de una inminente ruptura.

—Bueno, ya que sos confiable, quiero aprovechar para pedirte algo —dijo Sami, haciendo la bandeja con el pocillo ya vacío y la panera con apenas una tostada a un lado.

Corrió a un costado la frazada con la que se estaba cubriendo. Después, hizo algo que me dejó petrificado, e incapaz de pronunciar palabra alguna: bajó el cierre del pijama. Un lindo corpiño rosa con tiras negras apareció ante mi vista. Un corpiño que cubría esas tetas, que eran mucho más grandes que lo que uno podría aventurar a adivinar cuando las veía cubiertas con sus prendas holgadas. Bajó el cierre totalmente, hasta la altura del ombligo, y después, con unos movimientos algo torpes, se deshizo del pijama.

Quedó ante mi vista, solo con ropa interior. La braga hacía juego con el corpiño. Era rosa, con los bordes negros. Sami se acostó. Sus ojos, encendidos, apuntaron a mí. Lo primero que pensé fue que, después de todo, había sido ella la que me visitó en la madrugada. Pero ya me había equivocado tantas veces, que esta vez guardé la compostura. Y sin embargo ahí estaba, en su cama, semidesnuda. Se había despojado de su tierno pijama frente a mí. Y no por primera vez, vi ante mis propios ojos, cómo esa niña se convertía en una mujer, tan hermosa y sensual como sus hermanas. Pero sin perder esa cuota de ternura que la caracterizaba. De hecho, su sensualidad estaba íntimamente ligada a esa ternura infantil que irradiaba por todos sus poros. La vi de arriba abajo. Su abdomen plano, sus pechos, que se inflaban mientras tomaba aire, sus piernas carnosas, sus ojos de cielo, su cabellera lacia platinada… Un angelito, acostada en su cama, esperándome a que la acompañara.

Sami abrió las piernas. Me pregunté si de verdad estaba pasando eso que estaba pasando. Después de la decepción con Agos y Valu, al fin se me iba a dar lo que tanto deseaba, de la mano de la menos pensada. Todos los sentimientos paternales que se habían elevado hacía unos minutos, ahora desaparecían, y hasta parecían absurdos. Una excitación creciente fue su reemplazo.

—¿Ves lo que me salió acá? —preguntó Sami, señalando su muslo derecho, muy cerca de la bombachita que cubría su sexo.

—¿Qué? —pregunté, desconcertado.

—¿No lo ves? Me salió eso ayer —dijo ella.

Fruncí el ceño, confundido. Sami movía su dedo índice sobre esa parte del muslo, como si dibujara una figura sobre la piel. Ahí me di cuenta. Tenía una protuberancia en el muslo. Una roncha, casi del mismo color de la piel, en forma de nube.

—Sami, eso debe ser simplemente de algún insecto que te haya picado sin que te dieras cuenta.

—Pero si con este frío no hay ningún mosquito —dijo ella, encogiéndose—. ¿Habrá sido una cucaracha? Por favor, decime que no.

—Las cucarachas no pican —aseguré. Aunque no estaba del todo convencido, lo cierto era que nunca había sabido de una cucaracha que picara—. Bueno, quizás es alguna alergia. Alguna planta con la que hayas tenido contacto —aclaré después, aunque era obvio que si era una reacción alérgica a una planta, resultaba muy raro que justamente apareciera una roncha tan cerca de su sexo.

—¿Estás seguro? No recuerdo ningún bicho que haga una roncha tan rara. ¿Ves cómo es? —dijo, abriendo más la pierna—. Es más grande de lo normal. Además, no está roja, porque no pica.

Entonces, en un movimiento demasiado brusco tratándose de ella, extendió su mano para agarrar la mía. Sorprendido, sin atinar a entender lo que pretendía, no hice el menor esfuerzo para evitar que hiciera lo que hizo luego: Llevó mi mano a su muslo.

—¿Se siente igual a una roncha que hayas conocido? Porque a mí me parece que se siente rarísima —dijo, retirando su mano de encima de la mía.

Me miró a los ojos, expectante. Mi mano seguía en su muslo. A apenas centímetros de su sexo. Toqué con el dedo pulgar la roncha. Hice movimientos circulares sobre ella, percibiendo su relieve. Sería cuestión de hacer apenas un movimiento para correrle la braga a un costado y enterrarle mi dedo. ¿Se sentiría húmedo?

Pero entonces desvié la mirada de su entrepierna. Me encontré con sus ojos, esos ojos que hasta hacía un rato parecían estar echando fuego, pero que esta vez parecieron helados. Entonces recordé algo que me había dicho la propia Sami. Me había pedido por favor, que no hiciera estupideces. En ese momento no lo terminé de comprender. Además, como ella era de una generación diferente a la mía, asumí que era una especie de chiste común entre los de su edad, algo cuyo significado distaba mucho del que yo podría darle. Pero ahora, viendo sus ojos fríos, mientras yo tenía la mano en su muslo desnudo, tan cerca de su intimidad, esas palabras tomaron un valor totalmente diferente.

Retiré la mano de ahí, espantado.

—No te preocupes. Nadie se muere por una pavada como esa —le aseguré—. Si te siguen saliendo más, lo consultamos con un médico y listo. Pero seguro no es nada —reiteré.

Agarré la bandeja, y me dispuse a salir del cuarto.

—Adri, gracias. Yo sabía que podía contar con vos —me dijo.

Salí de ese lugar, horrorizado. Algo andaba mal en esa casa. Pensé en la actitud que habían tomado tanto Valentina como Agos. Dejándose llevar por mi calentura, pero sin terminar de concretar lo que habíamos comenzado. Y sus provocaciones. Las constantes provocaciones…

Había algo mal. Algo mucho más perverso de lo que había imaginado desde un principio. E incluso Sami estaba involucrada en el asunto.

Por primera vez, sentí la imperiosa necesidad de escapar.

Continuará
 

heranlu

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Salí al patio de afuera, para tomar aire y meditar un poco. Sami me había dejado confundido. O, mejor dicho, alarmado. Muy alarmado. Desde hacía rato tenía el presentimiento de que algo no andaba bien con las actitudes de mis hijastras. En menos de veinticuatro horas nuestra relación había evolucionado demasiado. Incluso Valentina, que era con la que peor me llevaba, terminó por aceptar compartir momentos como el pijama party conmigo. Y ya había tenido un acercamiento físico con dos de ellas. Todo era demasiado bueno para ser cierto. Y ahora lo que había sucedido con Sami terminaba de convencerme de que, en efecto, las cosas no eran tan buenas como yo creía que eran.

Había estado tan eufórico, sediento de lujuria como si fuera un adolescente en su viaje de egresados, que no me había puesto a analizar lo suficiente la situación. Me había dejado engañar por la juventud de mis hijastras. Ellas eran muy chicas, y como mujeres hermosas que eran, podían darse el gusto de ser exageradamente volátiles en su actitud. Si bien mi instinto me había hecho actuar con cierto recelo en muchas oportunidades, nunca había pensado seriamente en que realmente estaba siendo un títere de esas mocosas malcriadas.

Para empezar, ni Agos ni Valu se habían decidido a acostarse conmigo. Y quien quiera que fuera la que me había practicado la mamada, seguía escondida en el anonimato que le había dado la oscuridad. Ahora todo parecía tratarse de un cruel juego de esas pendejas. Incluso Sami estaba involucrada, aunque ella había tenido la deferencia de tirarme pistas en más de una ocasión. ¿Tantas eran sus ganas de que me fuera de sus vidas? Si la cosa era así, ya no tenía nada que hacer en esa casa. Ya no solo Mariel me había corneado, sino que ahora quedaría como un acosador, o en el mejor de los casos, como un infiel.

Las pendejas habían movido muy bien sus fichas. Primero habían esperado al momento justo, en donde se vieran obligadas a pasar un tiempo conmigo. Ese fin de semana en donde Mariel estaba ausente era, por sí mismo, ideal. Pero las condiciones meteorológicas habían contribuido a que todo saliera a la perfección para esas mocosas. Estábamos obligados no solo a permanecer bajo el mismo techo durante toda la tarde, sino que, como no contábamos con la distracción de la televisión e internet, nos veíamos obligados a pasar el tiempo juntos. Luego se ocuparon de hacerme saber de la infidelidad de Mariel, cosa que bajaba mis defensas muchísimo más que en una situación normal. Ya de por sí era difícil vivir con tres pendejas que te calentaban la pava en todo momento, pero si encima sabías que tu pareja te acababa de ser infiel, y a eso sumarle que probablemente en ese mismo momento también lo estaría siendo, cualquier límite ético que me había autoimpuesto se habría roto.

Una brisa fría se metió por adentro de mi remera, y un escalofrío recorrió mi cuerpo, no tanto producto del frescor sino del temor a haber cometido el peor de mis errores.

De repente me asaltó una pregunta: ¿De verdad Mariel me había sido infiel?

Era cierto que las pruebas eran contundentes, pero ahora ya no estaba seguro de nada. ¿Y si eso también formaba parte del plan de mis hijastras? Traté de recordar qué era lo que tenía en contra de Mariel: Una foto con una conversación muy comprometedora, que, si bien no era explícita, no dejaba mucha duda de su significado. Era una fotografía del celular de mi mujer, de eso no había dudas. Si eso era una trampa, significaba que alguien le había escrito desde un celular desconocido. Luego esa misma persona, o un cómplice, habría agarrado el celular de Mariel, después agendó el número para que pareciera que se trataba de un contacto ya existente, y finalmente se apoderó del celular para fingir la respuesta de mi mujer.

Pero todo eso se me hacía muy tirado de los pelos. Era un plan muy arriesgado, que requería de bastante tiempo, y Mariel no era de dejar por ahí su teléfono por mucho tiempo. No obstante, no era algo imposible de ejecutar. Mucho más si el plan no era ejecutado por una sola persona, sino por dos, o por tres…

Traté de hacer memoria sobre lo que decía el chat de mi mujer con el supuesto amante. El tal Apaib le recriminaba que por qué no le contestaba los mensajes. Ella le decía algo así como que él ya sabía que era casada. Pero había algo más, algo mucho más contundente y desgarrador. Maldije el hecho de no poder acceder a mi celular para releerlo, aunque sabía que eso solo serviría para torturarme más. ¿Qué era eso otro que se habían dicho? Ah, sí. Apaib le preguntaba si se había arrepentido, y ella le decía que no. Y ahí era donde le recordaba que era casada. ¡Mierda! La conversación había sido demasiado realista. Si eso era parte del engaño, lo habían hecho magistralmente. Si alguien quisiera fingir una infidelidad, lo primero que pondría en esas falsas conversaciones sería algo mucho más explícito, algo como: “qué rico polvo nos echamos el otro día mientras el cornudo de tu marido Adrián estaba trabajando”. Bueno, quizás estaba exagerando, pero la cuestión es que la conversación que me había llegado al celular había sido muy incriminatoria, pero, sobre todo, muy verosímil.

En todo caso, si mi mujer no me había engañado ¿debería estar feliz o triste? Una de las razones por la que di rienda suelta a mi lascivia era porque había dado por hecho que ese chat era real. Eso me había permitido tener esos acercamientos con las chicas, cosa que me llenó de júbilo. Pero ahora podría ser que lo que estaba haciendo era destruir mi relación con una hermosa e inteligente mujer. No me encontraría con otra como ella ni en mil años. El alivio que podía llegar a experimentar si su traición no había existido, dejaba inmediatamente lugar a la desesperación por haberle sido, de una manera u otra, infiel con dos de sus hijas.

Estaba furioso. Me habían hecho tocar el cielo con las manos, y ahora resultaba que solo estaban jugando conmigo. Aunque, de todas formas, había cosas que no terminaba de comprender. Si todo era una farsa, ¿Por qué llegar al punto de practicarme una felación? Eso no me cerraba por ninguna parte. Una cosa eran unos manoseos por aquí y por allá. Mujeres tan llamativas como ellas probablemente estaban acostumbradas a encontrarse en una situación como esa con cierta periodicidad, sobre todo cuando salían a bailar y el alcohol se apoderaba de los pendejos de su edad. Pero ir hasta mi cuarto a hacerme un pete…

Estaba muy aturdido. Se me ocurrió salir a la calle para despejar un poco la cabeza. También podría aprovechar para llevar mi celular a alguno de los comercios del barrio y pedirles que me lo cargaran, por al menos media hora. Una vez que pudiera encenderlo, llamaría a Mariel, e iría directo al grano: ¿Me había engañado o no? Había postergado ese momento por mucho tiempo, y las condiciones de ese fin de semana habían contribuido con ello. Pero ya era hora de tomar la iniciativa.

Si la infidelidad no era cierta, estaba en serios problemas. Quedaría como un imbécil ante la mujer que me había tendido la mano cuando más lo necesitaba. Una mujer hermosa que no había imaginado que se fijaría en mí. Ella en cambio se enteraría de que yo había intentado hacer algo no con una, sino con dos de sus hijas. Si se lo proponían hasta podrían denunciarme por abuso sexual.

Me dirigí a mi habitación para buscar el celular, pero en ese momento el impulso le ganó a mi cabeza fría, por lo que deseché, de momento, la idea de cargar el celular. Ahí arriba tenía a dos de mis hijastras. Ellas sabían mucho más de lo que decían, y tendrían que darme alguna respuesta.

Fui hasta la habitación de Sami. Ella había sido la que me había alertado (y no solo una vez) de lo que estaba sucediendo. Si alguien me podría sacar de la oscuridad en la que estaba sumergido era ella. Pero cuando entré a la habitación me encontré con que estaba roncando. Me acerqué para despertarla. Se había vuelto a poner ese gracioso pijama de una sola pieza. Ese mismo que hacía poco menos de una hora no había dudado en quitarse ante mi estupefacta mirada. Tenía la capucha puesta. Por lo visto, la prenda era tan abrigada, que mientras dormía tuvo que correr la frazada a un lado, ya que habría de sentir calor.

Más allá del fuerte ronquido, se veía dormida plácidamente. No podía evitar sentir ternura mientras la observaba. Ternura y gratitud. Por primera vez Sami se colocaba, ya no en una esfera diferente a sus hermanas, sino muy por encima de ellas. Pero antes de despertarla y rogarle respuestas, decidí asegurarme que su hermana siguiera encerrada. Lo cierto era que me pareció lo mejor que Valentina no supiera que yo estaba complotando con Sami, y si estaba mucho tiempo ahí corría el riesgo de que la troglodita nos interrumpiera e hiciera sus deducciones.

Recordé que cuando, mientras hablaba con la más pequeña de la casa en la cocina, Agos y Valen habían aparecido, con una actitud recelosa, y la habían instado a que se fuera. Imaginé que la pobre Sami se había rebelado ante el perverso plan de sus hermanas mayores, y, aunque no podía oponérseles directamente, me había tirado varias pistas para evitar mi caída. El hecho de estar tanto tiempo junto a mí, evitando así que estuviera con las otras, era una de las tantas cosas que había hecho.

Salí de la habitación, sigiloso. En ese momento podría hacerle el amor ahí mismo a esa hermosa rubiecita. Pero no era hora de dejarme llevar por mis impulsos. Ya me había ido muy mal con eso.

Fui hasta la habitación de Valen, dispuesto a mover el picaporte, asumiendo que me encontraría con la puerta todavía cerrada. Pero al empujar la puerta, esta se abrió. Esto me tomó por sorpresa. Hacía un rato me había dejado, totalmente al palo, y se había encerrado para evitar que yo entrara. ¿Y ahora había cambiado de parecer? Estaba claro que era una trampa, pero aun así quería aprovechar para tantear el terreno.

Empujé la puerta y entré, sabiendo que me estaba metiendo en un nido de víboras.

Estaba todo oscuro. Intenté aguzar el oído, para saber si ella también dormía. Pero no escuché nada que me lo indicara. De hecho, ni siquiera estaba seguro de que se encontraba adentro. Me pregunté si esa absoluta oscuridad me depararía nuevamente un ultraje. De hecho, en el fondo, deseaba que una mano invisible fuera a acariciar mi verga, como había pasado el día anterior. Aunque claro, esta vez no la dejaría escapar.

Pero no pasaba nada.

Como conocía la disposición de los muebles en el cuarto, avancé. Fui tanteando la cama, hasta que toqué los pies de Valentina. ¿De verdad se había dormido? Supongo que, al igual que Sami, se había despertado solo porque le había dado hambre, y ahora quería seguir durmiendo. La noche anterior se habían quedado muchas horas despiertas después de la medianoche, y el día frío y nublado invitaba a permanecer acostado hasta el mediodía. Pero se iba a tener que despertar y darme respuestas.

Agarré una silla que estaba contra la pared. Parecía tener alguna prenda encima. La coloqué en el respaldo, y acerqué la silla al lado de la cama. En ese momento, sumidos en un profundo silencio, me percaté de la respiración de Valentina. No sonaba tan profunda como la de alguien que estaba durmiendo. La persistente sensación de que la mocosa estaba despierta me asaltó nuevamente.

—¿Estás despierta? Tenemos que aclarar algunas cosas —dije.

Pero la muy perra no dio señales de haberme escuchado. Extendí la mano, apoyándola en su hombro, para luego sacudírselo.

—¡Basta! —dijo ella, con voz soñolienta.

Sentí cómo giraba su cuerpo, para quedar mirando en dirección opuesta a donde yo estaba. Inmediatamente después de eso empecé a escuchar cómo respiraba, largando el aire por la nariz, haciendo el sonido típico de alguien que estaba durmiendo profundamente. Pero el hecho de que lo hiciera ahora, me terminó de convencer de que en realidad estaba despierta. ¿Acaso esperaba que creyera que había pronunciado esa palabra entre sueños?

—Hacete la dormida todo lo que quieras —dije—. Pero necesito saber ¿De verdad Mariel me engañó?

Ella no respondió. Estuve a punto de sacudirla nuevamente del hombro, pero esta vez con mucha más violencia, pero me di cuenta de que sería en vano. También me percaté de que si seguía haciéndole preguntas solo lograría que ella tuviera más información de mí, así que dejé de lado cuestionamientos como si ella había sido la que me envió la foto y la que me palpó la verga. Lo cierto es que, si la cosa era como yo estaba temiendo, y Agos estuviera complotada con ella, poco importaba quién había hecho qué cosa. Todo había sucedido para que yo perdiera la cabeza e hiciera alguna estupidez. ¿Sería que me habían grabado en algún momento? Lo dudaba. Lo cierto es que con las palabras de las dos bastaba para condenarme ante Mariel.

Aclaré mi garganta. Pero la verdad era que no sabía qué decir. ¿Tendría que pedirle disculpas? La actitud que había tenido en el supermercado ya había rozado el acoso, y ahora, lo de perseguirla hasta su cuarto podía tomarse muy a mal para las chicas de esta generación. E invadir su habitación no me dejaba muy bien parado que digamos. Pero aunque estaba consciente de eso, la indignación opacó cualquier otro sentimiento. La pendeja esa me había provocado. ¿Quién en su sano juicio no intentaría cogerse a una adolescente hermosa que apoyaba sus enormes tetas en tu cuerpo?

—Te debés creer muy inteligente ¿No? —dije, rabioso—. Ahora podés decirle a tu mami que intenté cogerte. Agos te va a apoyar y Mariel me va a echar de la casa. Te salió todo redondito. Te felicito. Arruinaste la relación de tu mamá con alguien que la quería de verdad.

Valu no daba señales de moverse siquiera.

—¿Vas a seguir jugando a la bella durmiente? —pregunté, fastidiado—. Te gusta jugar ¿eh? Te gusta jugar en la oscuridad. Cuando le cuentes a tu mami de mis manos inquietas, no te olvides de contarle las cosas que me hiciste vos.

Ninguna respuesta. Solo se oía su respiración y, a lo lejos, los ruidos de los autos que circulaban por la calle. Se me ocurrían muchas cosas para decirle, pero, aunque sabía que esas palabras llevarían verdad, no me resultaba conveniente pronunciarlas. ¿De qué serviría echarle en cara que ella había sido quien me había provocado? De todas formas yo no había dudado de intentar besarla mientras metía mano en su carnoso orto. Lo cierto es que sentía que me venía provocando desde que la conocí aquella vez, en la que estaba ataviada con ese uniforme escolar de falda exageradamente corta. Me provocaba a mí y a cada hombre que se cruzaba en su camino. Eso lo tenía en claro. Pero ¿de qué me serviría dejar en evidencia ese hecho? Ella misma me había dicho que tenía consciencia de que podía seducir a cualquier hombre, estuviera casado o viudo. A cualquier hombre, incluyendo a la pareja de su madre. Pero eso no quitaba que yo había obrado mal. Instado por la lujuria y el despecho, ni siquiera me había detenido a pensar en las consecuencias de lo que estaba haciendo. O, mejor dicho, las consecuencias me importaban un carajo.

¿Cuán perversa había que ser para seducir a tu padrastro? Y Agos también lo había hecho. Hasta me había hecho una paja en el pijama party. ¿Qué había pasado con esas adolescentes cuando eran chicas? Una influencia maligna parecía cernirse sobre ellas. Y si encima de todo Mariel no me había sido infiel...

—Pendeja de mierda —solté, sin poder contenerme—. Nunca tuviste un padre que te pusiera límites ¿cierto? Nunca tuviste una negativa de un hombre ¿No? Pero ¿sabés qué? Estás condenada a ser vista como un objeto sexual. Ahora te hacés la fría, la chica liberal que solo quiere chongos que la cojan bien —agregué, recordando lo que ella misma me había dicho esa mañana—. Pero en algún momento te vas a enamorar, y ningún hombre se toma en serio a una chica como vos. Podés acostarte con todos los tipos que quieras, sí, pero nunca vas a lograr que se enamoren de vos.

Había hablado envenenado por el sentimiento de venganza. Mi manera de pensar no era esa, pero quería herirla y que por fin diera la cara. Pero seguía haciéndose la dormida. Aunque le había dicho todas esas cosas denigrantes, seguía con su jueguito.

—¿De verdad vas a seguir con esto? —dije, poniéndome de pie—. Entonces seguí así, seguí fingiendo que dormís.

Agarré de un extremo el cubrecama con el que se abrigaba, y lo corrí a un lado, para luego quitarme las zapatillas y subirme a la cama. Volví a acomodar el cubrecama. Ahora quedamos como si estuviéramos durmiendo juntos.

—Ya que tanto te gusta jugar en la oscuridad, juguemos un rato —dije.

Apoyé una mano en su cadera, y la fui subiendo hasta su hombro, para saber en qué posición se encontraba ahora. Seguía igual que antes. De costado, dándome la espalda. Había esperado que con ese contacto se sobresaltara, pero no atinó a hacer nada.

Me arrimé a ella. Me di cuenta de que sus brazos estaban desnudos. Estaría durmiendo con una remera como único abrigo, imaginé. Me pregunté qué llevaba abajo. Deslicé mi mano hasta sus piernas. Enseguida percibí su piel, cosa que empezó a excitarme. Pero aun así, no estaba seguro de si llevaba algún short, o acaso…

Recordé que en el pijama party llevaba una tanguita, y que, a pesar de que hacía frío, no había atinado a ponerse algo encima, por lo que no sería extraño que durmiera solo con esa prenda abajo.

—Si te seguís haciendo la tonta, no me voy a ir de acá —dije.

Deslicé la yema de los dedos en esa suave y firme piel, hasta encontrarme con sus carnosos muslos. Imaginaba que tarde o temprano pondría el grito en el cielo por haberme metido en su cama y ahora estar manoseándola. Pero no me importaba. Ya estaba jugado. Qué le hacía una mancha más al tigre.

—Así que no pensás decirme nada. Pero a tu mami si se lo vas a decir ¿Eh? —le susurré al oído, sintiendo el perfume de su cabello, que olía muy rico considerando que se trataba de ella.

Dejé que mi mano siguiera su camino en ascenso, hasta que se encontró con el poderoso culo de mi hijastra. Lo acaricié con suavidad, haciendo movimientos circulares en esas enormes esferas que eran sus glúteos.

—Bien. Si querés seguir con esto, no tengo problemas. Voy a seguir manoseándote. Total, vos estás dormida y no te das cuenta de nada ¿No? —dije, esperando, esta vez sí, a que se dignara a reconocer que estaba fingiendo, para luego finalmente exigirle explicaciones.

Pero seguía empecinada en continuar con su papel, lo que me hizo indignarme más. Así que esta vez ejercí más presión en sus carnes. Hundí los dedos en ese goloso orto, y luego le di un pellizco.

Nada.

Mientras hacía esto, sentí la tela de su ropa íntima. Me di cuenta de que si estaba usando la misma tanga de anoche, no debería sentirla en esa parte que estaba manoseando. Así que de pura curiosidad, fui frotando su trasero para percibir la forma de su prenda. Era mucho más grande que una braga, pero más pequeño que un short. Imaginé que se trataba de un culote. Un culote con encaje, comprobé instantes después, pues en sus bordes podía sentir el cambio en la textura de la tela.

Bastó para llegar a esta conclusión para que terminara de perder lo que me quedaba de cordura. Utilizando mi dedo índice, froté sobre la tela, percibiendo la forma de su glúteo izquierdo. El dedo parecía ser un pequeño individuo subiendo por un enorme cerro. Una vez que llegó a su punto máximo, siguió avanzando a través de ese camino esférico. De repente el dedo, aun siguiendo el camino por donde lo llevaba la tela que cubría las partes íntimas de mi hijastra, pareció ser succionado por un agujero negro. Sentí ahora la tela bien pegada en la raya que separaba sus nalgas. La extremidad pareció apresada entre ambos cachetes. Froté ahí mismo, y me pareció sentir el agujero del culo.

Estaba demasiado caliente, claro está. No por primera vez pensé que, habiéndolo perdido todo, ya no había motivos para andarme con rodeos. Pero el temor que me invadió desde que Sami me clavó sus fríos ojos azules, me hicieron detenerme. Las cosas siempre podían ir peor de lo que imaginaba. Hasta ahora no me había cogido a nadie, y si ahora lo hacía, le daba una excusa perfecta para que me acusara de violación.

No obstante, si bien podía mantener mi verga adentro del pantalón (por ahora), no podía dejar de disfrutar con mis manos la enorme carnosidad de mi hijastra.

—Terminemos con esto —dije, sin dejar de magrear su trasero—. Decime qué es lo que querés de mí. ¿Para qué hacés todo esto? ¿Querés que me vaya? Entonces me voy. Pero decímelo de frente —insistí, hablándole al oído—. SI no hablás, voy a seguir. Voy a tomar tu silencio como un asentimiento.

Pero la muy perra no emitió palabra. La abracé por detrás. Ahora parecíamos una pareja haciendo “cucharita”. Apoyé mi verga, dura como el hierro, en su culo.

—Te cambiaste de bombacha ¿eh? —le dije—. Imaginé que eras una roñosa que no se cambiaba de ropa interior a diario. Igual, me imagino que esa tanguita debe tener mucho olor a pis ¿cierto? —mis manos subieron hacia el destino predecible. Empujé mi pelvis y le clavé la verga de manera muy parecida a como había hecho con Agos el día anterior—. Olor a pis, y a flujos. Todo mezclado. ¿Te masturbaste anoche? —apreté una de sus tetas, sin hacer mucha presión, apenas para sentir su suavidad. Era blanda. Me las imaginé cayendo sobre mi cara para que las devorara.

Me di cuenta de que lo que tenía puesto no era una remera, sino un top que seguramente hacía juego con el culote.

—¿Así vas a dormir todas las noches? —dije, presionando más su seno—. Deberías estar más abrigada. O quizás te pusiste eso para esperarme. En el fondo querés mi verga ¿cierto?

Llevé mi otra mano a su rostro. Me di cuenta de que el cabello lo cubría. Lo corrí para atrás. Arrimé mis labios a su oído, y le susurré.

—Pendeja puta. Eso es lo que sos. Una pendeja calientapijas y puta.

Besé su cuello. Si las palabras no la hacían reaccionar, el tacto haría lo suyo. Y en efecto, así fue. En un gesto instintivo, Valu se encogió. Su hombro se levantó y su cabeza se inclinó. Pero enseguida se acomodó. Ahora cambió de posición. Como esta vez estaba pegado a ella, fue fácil darme cuenta de la pose que había elegido.

Ahora tenía a mi hijastra boca abajo. La cabeza hundida en la almohada. Con la misma necedad que la caracterizaba, continuaba aferrada a esa absurdo acting en donde simulaba no darse cuenta de lo que estaba pasando. Esto me hacía pensar que había sido ella la que, en dos ocasiones diferentes, había abusado de mí en plena oscuridad, ya que su actitud de ahora parecía coincidir con lo sucedido el sábado. Y si eso fuera así, yo solo me estaba cobrando su atrevimiento.

Entonces hice algo que en ese contexto podría parecer raro. A pesar de la furia y la lujuria que me dominaban, acaricié la cabeza de Valu con ternura infinita. Mis dedos se frotaron en la cabellera castaña de la más odiosa de mis hijastras, y fue bajando lentamente, hasta encontrarse con su espalda desnuda y su cintura. Dejé la mano un rato en esa parte, donde ya comenzaba a intuirse el tremendo elevamiento que hacía su cuerpo más abajo. Froté con la punta del dedo la piel desnuda.

—¿Querés que te coja? ¿Eso querés? —pregunté. Y como era de esperar, la única respuesta que recibí fue un rotundo silencio—. ¿Sabés qué creo? Que en el fondo lo querés. Puede que suene demasiado soberbio, pero creo que incluso cuando te vi con ese uniforme pornográfico deseabas que te coja. Eras apenas una nena de dieciocho años, pero querías que te coja. Bueno, ahora ya no lo sos. Sos una pendeja, pero ya estás grande. Disculpá si sueno muy arrogante. Pero vos también sabías que te deseaba en ese momento ¿No? —mis dedos bajaron lentamente, y se hundieron nuevamente en sus glúteos—. ¿Qué habrás pensado cuando me viste de la mano de tu mamá? Pendeja calentona. De seguro fantaseabas con que dejaba el cuarto de Mariel en medio de la noche y venía al tuyo a culearte ¿no?

Esa era mi fantasía, claro está. Pero en ese momento no me pareció descabellado pensar que la compartíamos. De todas formas, ni siquiera con traer el recuerdo de su madre Valentina daba el brazo a torcer. Que se joda, pensé.

Arrimé mi rostro a donde estaba su culo. Le di un beso en la nalga. A pesar de que medio cachete parecía estar desnudo, agarré la tela del culote y la tiré hacia arriba, de manera que la prenda ahora la protegía apenas como si fuera una braga común y corriente. Le di otro beso. Luego usé mi lengua, la cual se deslizó por ese orto moldeado por los dioses, dejando una capa de saliva a su paso.

—De todas formas lo voy a hacer —advertí—. Sé que estás despierta. Y vos sabés que yo lo sé. Así que dejá de hacerte la tonta y hacete cargo de lo que está pasando. ¿Me calentaste la pija para que pisara el palito y así tener la excusa perfecta para que Mariel me eche? Muy bien, te felicito. El plan te salió a la perfección. Apenas vuelva la luz podés llamar a tu mamá y decirle todo lo que pasó. Decile que entré a tu cuarto mientras dormías y te comí el culo a besos. Porque sí, eso es lo que voy a hacerte —dije, empezando a tironear de su ropa interior para que su trasero quedara ahora completamente desnudo—. Pero no te olvides de decirle también todo lo que vos hiciste. Decile que me abordaste en la cocina. Que me dijiste que ella me había metido los cuernos. Decile que dejaste que te metiera mano por donde quisiera. Y decile que no chistaste cuando empecé a frotar la lengua en la raya de tu culo.

Como si esto último hubiera sido una promesa, lamí entre el medio de las dos nalgas, sintiendo ambos glúteos, a la vez que percibía el espacio que los separaba. Luego lamí con mayor fruición. Ahora la lengua se hundió hasta los lugares más oscuros de mi espectacular hijastra. Después de todo no era ninguna roñosa. El culo estaba impecable, como si se lo acabara de lavar, y la muy puta lo tenía bien depilado, lo que hacía que la experiencia fuera aún más placentera.

Apoyé una mano en cada nalga, y las pellizqué con violencia a la vez que mi cara se enterraba entre ellas para continuar con el exquisito beso negro que por fin le estaba dando. Ahora era yo el que me había sumido en silencio, poseído por el enloquecedor sabor de su anillo de cuero y del tacto de esos turgentes glúteos. Me pareció notar que Valu se retorcía por momentos, al recibir tanto estímulo, pero estaba tan embriagado con su ojete que de todas formas mis sentidos no funcionaban al cien por cien en ese momento.

—¿Sabés lo que te hizo falta a vos? —le dije, interrumpiéndome por un momento—. Un padre que te pusiera en tu lugar. Un padre que te enseñara a que no es buena idea andar con esas polleritas cortas cuando sos apenas una colegiala. Que te enseñe a no calentar la pija de todos los hombres a los que te cruzás, y a hacerte valer por algo más que por este hermoso orto y esas despampanantes tetas que tenés. ¿Sabés qué creo? Que más de una vez te hizo falta unas buenas nalgadas. Pero nunca es tarde para corregirse.

Liberé sus nalgas por un instante, solo para después azotar uno de sus glúteos con mi mano bien abierta. Fue una nalgada muy débil. No quería que Sami se despertara por los ruidos que estábamos haciendo. Pero la tentación era muy grande. Solté otra palmada sobre ese enorme orto, esta vez más fuerte. Ya era imposible sostener la farsa, pero Valu recibió las nalgadas, impertérrita. Pendeja de mierda, no se iba a hacer cargo de que lo que estaba pasando era el deseo de ambos. Eso me molestaba mucho.

Sin embargo, no podía estar por mucho tiempo sin degustar el culazo de la hija de mi mujer. Era un culo que me había convertido en un idiota desde la primera vez que lo vi. Un culo prohibido, debido a la consanguineidad que la unía con mi pareja. Un culo que no podía dejar de seguir con la mirada, a pesar de que nunca fui de los tipos babosos que se dan vuelta a observar el trasero de cada mujer medianamente atractiva que pasa a su lado. Era un culo hipnótico. Un culo que succionaba despiadadamente cada prenda que la pendeja usaba. Un culo por el que muchos hombres perderían con gusto a sus familias, sus trabajos, y sus cabezas.

Y ahí estaba yo, frotando cada vez con más vehemencia ese ano que parecía palpitar cuando yo pasaba mi lengua por él.

Pero de repente me percaté de que estaba tan concentrado en su ojete, que parecía haberme olvidado de todo lo demás. Con cierto desasosiego, solté uno de los glúteos, y metí esa mano entre las piernas de Valentina. No tardé en encontrarme con su sexo. Extendí un dedo, y la penetré con él.

Estaba completamente empapada.

Tal descubrimiento me dejó tan estupefacto, que dejé de lado la placentera tarea de comerme el orto de mi hijastra.

—Estás caliente ¿Eh? —dije, enterrando el dedo casi por completo.

Y en ese momento, por primera vez desde que había entrado en su habitación, Valentina reaccionó ante mis estímulos de tal manera que no quedaban dudas de que no estaba dormida. Fue un gemido. Un débil gemido cuando la última falange de mi dedo se enterró hasta el fondo de ese agujero resbaladizo. El sonido fue música para mis oídos. Así que volví a enterrárselo una y otra vez. Valu largaba gemidos cada vez más potentes, y sentía en el colchón el leve movimiento que hacía su cuerpo cuando gozaba.

Había llegado el momento. Simplemente me tenía que quitar la ropa. Pero yo me la iba a coger. Sentía que mi entrepierna palpitaba.

Me bajé de la cama. En cuestión de segundos me despojé de todo lo que llevaba puesto debajo de la cintura. Mi verga estaba tan dura que por un momento me sentí como cuando tenía dieciocho años, con esas erecciones que no se bajaban con nada.

Me metí a la cama de nuevo. La agarré de la cabellera y tironeé de ella. No lo hice con mucha violencia, pero sí la obligue a que su torso se levantara un poco. Me acerqué y, con cierto apremio de revancha, le susurré al oído.

—Si querés que te coja me lo vas a tener que pedir —dije.

Ahora enterré dos dedos en su cavidad. Pero no le iba a dar aún mi verga. No se la iba a dar hasta que me rogara por ella. No se lo merecía.

—Decilo pendeja. Reconocé que querés que lo haga. Admití que deseas que te coja.

La respiración de Valentina se tornaba entrecortada, y me pareció oír una risa que se reprimió casi al instante.

—Estás tan caliente como yo —insistí—. ¡Basta de juegos!

Quería que la muy puta confesara que si le estábamos siendo infieles a Mariel, era cosa de los dos, y no solo mía. Ni que decir tiene que su traición era mucho más deleznable que la mía. Insistí una, dos, tres veces más. Hasta que me di cuenta de que no iba a dar marcha atrás con lo que se había propuesto.

Entonces lo decidí. No me la iba a coger. Una niñata histérica y manipuladora como ella no se merecía mi verga. Y sin embargo, mi miembro necesitaba expulsar toda la leche que se me había acumulado, desde ese inusual fin de semana y, sobre todo, desde el momento en el que me metí en la cama de Valu.

—Está bien. Si no querés, no te la voy a dar —le dije, provocándola.

Me arrodillé sobre la cama, y empecé a masturbarme. Me di cuenta de que aunque hubiera decidido penetrarla, era muy probable que no duraría más de dos o tres minutos adentro de la amplia vagina de Valentina. Con solo sentir la presión y la viscosidad de su sexo bastaría para propiciar mi orgasmo. Y la inminente eyaculación que percibía mientras frotaba mi verga frenéticamente me confirmaron que, más que estar listo para comenzar, ya era hora de acabar.

Tres potentes chorros de semen saltaron hasta Valentina. Si bien no la veía, imaginaba que la mayor parte del líquido viscoso había caído sobre su trasero.

Me bajé de la cama. Me puse el pantalón. Busqué la zapatilla en el piso, y me la calcé. Me dirigí hacia la persiana. Ya estaba harto de tanta oscuridad. La subí. La débil claridad inundó la habitación. Una claridad suficiente como para poder ver por fin a la chica que estaba en la cama.

Ese fin de semana había sido tan surrealista, que por un segundo temí que no se tratara de Valentina. Una sorpresa más en esos días plagados de sorpresas. Pero, como es natural, el cuerpo de Valu era inconfundible, incluso en la oscuridad. Con el tacto bastaba para reconocer esas curvas tan pronunciadas.

Estaba todavía boca abajo. El semen había caído, como lo había supuesto, en sus nalgas. La ropa interior negra estaba casi a la altura de las rodillas. Ahora sabía su color. Era un conjunto de top y culote con encaje color negro. Tenía la cabeza hundida en la almohada, pero por fin la levantó.

Me miró, parecía algo triste. Me acerqué a ella. La agarré de la barbilla, con ternura.

—No creas todo lo que te dije —expliqué, aunque no estaba seguro de por qué sentí la necesidad de hacerlo. Quizás el desahogo físico había atenuado el enojo que sentía cuando entré a su dormitorio—. Solo lo dije para provocarte. Quería que dijeras algo. Que reconocieras que estabas conmigo en esto. Pero en fin, supongo que ahora le podés contar a tu mamá que entré a tu cuarto a cogerte sin que me invitaras a hacerlo. Y técnicamente sería cierto. Pero ambos sabemos cómo fueron las cosas de verdad ¿Cierto?

Su negativa de responderme ya no solo no me sorprendía, sino que ni siquiera me molestaba. Me dispuse a retirarme de ahí.

—Idiota —susurró ella en la oscuridad.

—¿Qué? —pregunté yo.

—Esto no fue idea mía. Ni de Agos —explicó Valu.

—No me vengas con tus pendejadas. Ya no te creo nada. Además, ¿Ahora me vas a decir que la mente maestra detrás de todo esto fue Sami?

Ella sonrió con ironía.

—No captás nada ¿No?

—¿Y qué es lo que tengo que captar?

—Fue mamá. Todo fue idea de mamá.
 

heranlu

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La situación no podía ser más bizarra. Valu estaba recostada boca abajo. Le débil claridad que se metía por la ventana me permitía ver su imponente cuerpo semidesnudo. Su ropa interior negra estaba bajada hasta las rodillas, y su pomposo orto manchado con semen (por mi semen) estaba expuesto. Había levantado su torso con la ayuda de los brazos, y había girado la cabeza para escupir esas palabras cargadas de veneno.

—Fue mamá. Todo fue idea de mamá.

—¿Qué? —pregunté, sin terminar de comprender lo que esas palabras podrían significar—. ¿Qué cosa fue idea de tu mamá?

Valu volvió a hundir la cabeza en la almohada. Eso me irritó muchísimo. Estaba claro que lo había dicho para molestarme, pero eso no significaba que fuera mentira. De hecho, parecía todo tan inaudito, que de alguna manera eso terminaba de darle credibilidad a sus palabras.

La pendeja no había soltado una sola palabra desde que me metí en su habitación hasta que le lamí el culo para luego acabar encima de él, pero ahora soltaba esa bomba como si nada y volvía a sumirse en el silencio. Era obvio que pretendía jugar con mi cabeza. ¿Pero lo estaba haciendo inventándose mentiras o largando la verdad cuando le convenía hacerlo?

Me acerqué a ella, furioso, la agarré del brazo y tironeé de él obligándola a erguirse. Ya era hora de terminar con ese juego.

—Si no me soltás ya mismo voy a gritar como una loca. Te juro que me van a escuchar hasta los vecinos —amenazó.

Por esta vez su semblante con aire burlón cambió a uno completamente serio. Una mirada fría, muy parecida a la que me había lanzado Sami hacía un rato, me fulminó de tal manera, que sin siquiera percatarme de ello la había soltado y había retrocedido un paso.

—¿Me querés explicar de qué carajos estás hablando? —dije, recuperando mi compostura, en un tono más calmado, aunque con la misma determinación de antes. No había manera de que abandonara esa habitación hasta obtener respuestas. Pero no quería que ella hiciera algún escándalo.

—Mirá cómo me dejaste —dijo ella por toda respuesta.

Lanzó una mirada a su propio trasero. El semen se deslizaba lentamente por esa espectacular superficie esférica. A pesar de que sus palabras intentaban sonar a reproches, no parecía disgustada al ver el viscoso líquido blanco en su piel. Entonces, justo cuando un hilo de semen empezó a descender por su cadera, amenazando con ensuciar las sábanas, hizo un movimiento que no me vi venir. Estaba tan ofuscado con lo que me había dicho de Mariel, que no se me hubiera ocurrido que la escena erótica se iba a extender aun más. Agarró el culote de encaje que yo le había bajado, y en un santiamén se lo quitó. Luego se limpió el semen de su trasero con esa misma prenda, frotando más veces de las necesarias, según me pareció, en un gesto sumamente obsceno. La mocosa todavía quería provocarme.

Me miró, con una sonrisa cargada de perversión. A pesar de lo mucho que me apremiaba obtener una respuesta, me había quedado boquiabierto mirando la escena que me estaba regalando, y se había percatado del efecto que había causado en mí. Luego hizo un bollo con la prenda íntima. Estuvo unos segundos como sin saber qué hacer con ella. después me miró, y la lanzó hacia mí.

—Vos la manchaste. Vos la limpiás —dijo.

Instintivamente la había agarrado en el aire. No pude evitar pensar que sería un buen suvenir para conservar durante un tiempo. La ropa interior de mi hijastra con mi semen en ella. Pero no era momento de dejarme llevar por mis perversiones.

—¿Mariel te dijo que me seduzcas? ¿En serio esperás que crea esa locura? —dije.

Guardé el culote en mi bolsillo. La verdad es que no me parecía descabellado que fuera cierto que Mariel había utilizado a sus hijas para poner a prueba mi fidelidad (desde ese fin de semana nada volvería a parecerme descabellado). Pero necesitaba que me lo dijera directamente. Que usara palabras claras y directas.

—Yo no espero que creas nada. Más bien agradecé que te lo dije. ¿De verdad pensabas que te habías levantado a tres adolescentes, y que encima son tus hijastras? No estás tan bueno —largó, desalmada.

¿Tres adolescentes? Entonces era cierto. Sami también estaba metida en el juego, solo que no les había seguido la corriente a las otras como ellas lo esperaban. Pensé que lo mejor era no delatarla. Ella se había arriesgado por mí. Lo menos que se merecía era que la protegiera.

—Así que sabés que con Agos también pasaron cosas… ¿Se estuvieron riendo de mí a mis espaldas?

Valu giró su cuerpo, quedando boca arriba. Por primera vez vi su pelvis, totalmente depilada. Supuse que tenía planeado verse con algún chongo, pero el clima del sábado había arruinado sus planes. Y ahora la había dejado bien calentita, sin haber acabado. Se lo merece por calientapijas, pensé.

—No tengo nada que decirte —respondió—. De hecho, ya te dije mucho. Ya sabrás armarte tus ideas por tu cuenta.

Estaba abatido e indignado. Había estado conviviendo en un nido de víboras, y había caído en una simple trampa puesta por mi propia mujer. Y sin embargo ahí estaba, incapaz de desviar la mirada del perfecto cuerpo de Valentina. Pensé que ya que estaba todo perdido, quizás lo mejor sería que me quitara de una vez las ganas de meterle la verga en todos sus orificios. Cuando eyaculé me sentí satisfecho, pero apenas habían pasado unos minutos de eso y ya sentía cómo mi miembro viril empezaba a hincharse de nuevo.

—Ni se te ocurra —dijo Valentina, fulminándome con la mirada, aparentemente adivinando mis intenciones—. Recién no te dije nada. Es cierto. No me negué. Pero ahora sí. Desaprovechaste tu oportunidad. Ahora Jodete. En tu vida vas a volver a tocarme, y mucho menos a cogerme. De eso no tengas dudas —sentenció.

Me di cuenta de que estaba molesta porque no había hecho que llegara al orgasmo, mientras que yo sí había acabado. Esa era su venganza, restregarme en la cara su hermosura, a la vez que se burlaba de mí por haber arruinado mi matrimonio. La verdad era que se merecía que le diera su merecido, pero su negativa era totalmente sincera. Si me acercaba a ella, se iba a armar un escándalo de proporciones inimaginables. Valentina era capaz incluso de ponerme una denuncia, de eso estaba seguro. Pero, por otra parte, no me exigía que me fuera.

Y entonces separó las piernas. Lo hizo lentamente. Flexionó las rodillas, y luego sus muslos se abrieron. Todo esto sin apartar la vista de mí. En ese cuarto pobremente iluminado pude vislumbrar sus labios vaginales empapados. Valu escupió en su mano. Un grueso hilo de saliva cayó en la palma que esperaba abierta. La cosa pareció divertirle. Luego, asegurándose de hacerlo lentamente, llevó la mano a su entrepierna.

—¿Es verdad que ella también me engañó? ¿O eso también fue una mentira? —quise saber.

Pero mi hijastra hizo oídos sordos a mi pregunta. Comenzó a frotar su clítoris con la mano ensalivada. Se la notaba claramente excitada. Sus enormes tetas apenas eran contenidas por el top que llevaba puesto, y los pezones duros se marcaban en él. Valu cerró los ojos. Su respiración se tornó entrecortada. La mano se movía con velocidad en su sexo. Ahora ya no parecía tener el menor interés en mí. Estaba consciente de que hiciera la pregunta que hiciera, no me la iba a responder, así que me quedé viendo la morbosa escena que se desarrollaba frente a mis narices.

Su mano izquierda se deslizó lentamente hacia sus labios. Se metió dos dedos adentro de la boca, y los empezó a chupar, sin dejar de masturbarse con la otra mano.

Los dedos entraban y salían de su boca, como si estuviera haciendo una felación. Parecía una bebita que se rehusaba a soltar el chupete. A pesar de que me ignoraba por completo, casi parecía que cada movimiento lo hacía para su único espectador, el cual era yo. Un hilo de baba se deslizó por su barbilla, cosa que no pareció molestarle en absoluto a la muy puerca. Valu gemía, y los movimientos de su mano masturbadora eran cada vez más veloces, a la vez que ahora los acompañaba con movimientos pélvicos, que no eran voluntarios, sino más bien una reacción inevitable al tremendo estímulo que estaba recibiendo, que la hacía retorcerse a cada rato.

Mi verga se había endurecido por completo. Otra vez me atormentó la idea de que había cometido un terrible error. Debía haber aprovechado para cogerme de una vez a ese caramelito. Debía haberme montado en esa yegua, y debía haber cabalgado hasta quedar exhausto. Pero mi orgullo me había ganado. Pensé que saldría victorioso si acababa a la vez que la dejaba a ella a punto caramelo sin haber alcanzado el clímax. Pero como debí haber supuesto, Valentina era perfectamente capaz de autocomplacerse. Y ahora el que se iba a quedar con la calentura en los pantalones iba a ser yo. Estuve tentado de pajearme. Si ella lo estaba haciendo frente a mí, sin ningún tipo de vergüenza, suponía que no se iba a molestar si me veía sacudiendo la verga a unos centímetros de ella. Pero lo más probable era que ella fuera a acabar mucho antes que yo, y no quería que me dejara solo en la habitación mientras terminaba una paja solitaria.

Los muslos de Valu se cerraron en su mano. Eran muslos carnosos y musculosos. Muslos de una mujer que hacía muchas sentadillas a diario. Pero a pesar de que me dio la impresión de que su orgasmo era inminente, pasaba el tiempo y ella continuaba estimulándose mientras soltaba esos enloquecedores gemidos de hembra en celo, que me excitaban por sí solos casi tanto como la escena pornográfica que se desarrollaba frente a mí.

Cuando pareció cansarse de chupar su dedo, llevó la mano baboseada a sus tetas. Las estrujó con una violencia que me sorprendió. Luego, por primera vez desde que empezó a masturbarse, dejó de frotar su clítoris. Con ayuda de ambas manos se quitó el top, y lo dejó a un lado de la cama. Ahora sí, por primera vez estaba viendo a Valu totalmente en pelotas. Las tetas tenían enormes areolas oscuras. Y los pezones, tal y como lo había comprobado antes, estaban increíblemente erectos. Podría sacarme un ojo con uno de ellos.

Pellizcó uno de los pezones con sus dedos. Sus dientes se apretaron, y pude ver un rictus de dolor en ella. No obstante, ese acto de violencia autoinfringida parecía excitarla, porque no dejó de hacerlo por un buen rato. Incluso cuando por fin se decidió a volver a estimular su clítoris, la otra mano seguía castigando su pezón.

Y así siguió por unos minutos más. Sus partes íntimas eran presas de sus propias manos que hurgaban en ellas con la misma vehemencia de un hombre lujurioso que tendría vía libre para manosearla a su gusto.

Y entonces sus músculos parecieron tensarse. Los movimientos se redujeron. Los dientes se apretaron, y tiró la cabeza hacia atrás. El torso se elevó. Las tetas, por fin liberadas, se bambolearon en el aire. Los muslos se apretaron aún más a la mano que todavía estaba ensañada con el clítoris. Y entonces se vino. Intentó reprimir el potente gemido, seguramente para evitar que Sami la escuchara desde su habitación. Pero igual hizo un sonido gutural que reflejaba la explosión que había estallado en su entrepierna.

Respiraba afanosamente, como si acabara de correr una maratón. Cada breve intervalo de tiempo su cuerpo entero era presa de un temblor que la atravesaba desde la cabeza hasta la punta de los pies. Recién cuando su respiración se normalizó un poco volvió a dirigir su mirada hacia mí. Temí que me recriminaría el hecho de que aún me encontraba en su habitación, sabiendo que estaba realizando una práctica sumamente íntima. Pero lo cierto es que no parecía en absoluto molesta por eso. Y conservaba su desnudez con total naturalidad, como si no estuviera mostrándosela a su padrastro. Además, las palabras que pronunció a continuación eran exactamente lo opuesto a un reproche.

—Perdoname —dijo, con la voz entrecortada, todavía agitada—. Mamá no entiende. O mejor dicho, no quiere entender.

—¿Qué cosa? —pregunté.

—Que todo esto es al pedo. Todos los hombres caen.

—No me contestaste lo que te pregunté antes —dije. No me molesté en reiterar la pregunta. Ella sabía muy bien lo que necesitaba saber.

—Sí. Obvio que mamá te engaña. Por eso esta vez es diferente —dijo.

—Diferente ¿Cómo? —pregunté.

—Dejame en paz. Me voy a dar una ducha. Y cuando vuelva, quiero un poco de privacidad ¿Puede ser?

—No. No puede ser —respondí, resuelto—. Estoy a punto de tener un giro de ciento ochenta grados en mi vida. Me voy a tener que ir de acá y todavía no tengo idea de en dónde mierda voy a dormir. Así que no. Me voy a quedar acá hasta que te dignes a decirme qué mierda está pasando.

Valentina suspiró, exasperada. No insistió en que me fuera, por lo que supuse que aceptaba lo que le había planteado. Se irguió. Sacó una de sus piernas de la cama y la apoyó en el piso. En ese breve momento en donde sus piernas quedaron separadas, su sexo quedó más expuesto que nunca. Luego salió de la cama del todo. Quedó de pie frente a mí, a apenas unos centímetros de donde me había sentado. Podría haberse levantado del otro lado de la cama, pero lo había hecho de manera que yo quedara nuevamente a merced de mi lujuria. Su sensualidad era tal que a pesar de que a esas alturas no solo sabía que todo era un engaño, sino que ella misma me lo había confesado, aún así me resultó una tortura controlarme para no agarrarla del brazo, tumbarla en la cama y violarla ahí mismo. Así de peligroso podía ser una adolescente. El cuerpo de una chica como Valentina era un arma, en todo el sentido de la palabra.

Pasó a mi lado, meneando las caderas. Su enorme trasero nuevamente causó un efecto hipnótico en mí. Y eso se intensificó mucho más cuando se inclinó para sacar de uno de los cajones de su ropero un nuevo conjunto de ropa interior. Solo la curiosidad de saber qué era lo que llevaría puesto de aquí en más me hicieron desviar durante unos segundos mis ojos de ese orto criminal. Era una bombacha blanca con los bordes rosas y pintitas del mismo color. Era una prenda más propia de Sami que de ella. No obstante, no me decepcionó el hecho de que esta vez tampoco llevara una tanguita, ya que cualquier prenda era sensual en ese impresionante cuerpo.

Caminó hasta el baño, y cerró la puerta tras de sí. Quedé sentado, totalmente al palo. Escuché el agua de ducha que empezaba a caer. Me acaricié la verga por encima del pantalón. Realmente ya no daba más de lo caliente que estaba. No sería mala idea acabar de nuevo, así sería más factible controlarme frente a esa chica que no perdía oportunidad de provocarme.

Pensé que quizás sería lo mejor irme de ahí de una buena vez. No tenía donde caerme muerto, pero ya no había motivos para seguir ahí. Era cierto que tenía varias preguntas que hacer, pero lo esencial ya lo sabía: mi mujer le había ordenado a sus hijas que me sedujeran y les informara cuál era mi reacción. Y yo había caído con mucha facilidad.

—¡Adrián! —gritó Valu desde el baño. Cuando pasaron apenas unos segundos, volvió a hacerlo, esta vez mucho más fuerte—. ¡Adrián!

Pendeja boluda, pensé, ¿acaso quería que Sami se despertara? En ese punto eso no resultaba un peligro tan grande como lo hubiera imaginado hacía unos minutos. Pero de todas formas no quería que la pequeña entrara y se encontrara con esa situación, con Valu desnuda y yo con la verga dura en su habitación.

Me puse de pie. Me acomodé la verga, ya que estaba a cuarenta y cinco grados y apretaba mucho. Parecía que tenía la nariz de Pinocho dentro del pantalón. Abrí la puerta apenas, y le hablé.

—¿Qué querés? —dije.

—La bombacha —dijo—. Pasame la bombacha.

Me quedé un instante descolocado. Luego lo recordé. Tenía en mi bolsillo el culote manchado con mi semen. Lo saqué, y entré al baño.

—Pendeja de mierda ¿Tanto te gusta que te vea desnuda? —dije.

Valu no había corrido la cortina de baño. Como ahí había solamente una pequeña ventana, permanecía aún más oscuro que la habitación. No obstante, la débil claridad que entraba era suficiente para poder apreciar las exageradamente pronunciadas curvas de mi hijastra.

—¿Y vos? ¿Tanto te gusta mirarme en bolas? —retrucó ella.

—No soy de madera. Cualquier hombre en mi lugar haría mucho más que mirarte —dije, con sinceridad.

—¿Estás hablando de un violín? Bueno, te felicito por ser mejor que un delincuente sexual.

Le entregué la prenda. A partir de ahí hizo de cuenta que yo ya no estaba. Dejó caer el agua en la prenda y luego le pasó el jabón.

—Así que hacen eso con todas las parejas de tu mamá —dije. No era una pregunta, ya que ella misma me había dado a entender que ese era un modus operandi que utilizaban con todas las parejas de Mariel—. Pero, de todas formas, no termino de creer que ella está detrás de todo esto —. Dije, aunque no con mucha convicción. Bajé la tapa del inodoro y me senté en él.

—Lo hacemos con todos. Aunque tengo que felicitarte. Porque con vos mamá se demoró mucho más en darnos la orden —dijo, ahora enjuagando la prenda. Al hacerlo, se inclinó, por lo que sus enromes tetas quedaron colgando en el aire. Imaginé que, si se quedara mucho tiempo soportando semejante peso, seguramente tendría problemas en la columna—. Supongo que te quería de verdad, y por eso por esta vez prefirió no arriesgarse a comprobar si eras un depravado como los demás. Pero cuando se fue a San Luis…

—Ahora ella tiene a otro —dije, interrumpiéndola—. Por eso hizo esto. Quería dejarme mal parado en caso de que yo me enterara de su traición. O simplemente quería terminar conmigo, independientemente de si yo me enteraba o no —teoricé.

Valu soltó una risita que me exasperó. Mientras había dicho esto último, había agachado la cabeza, meditabundo. Pero ahora la veía de nuevo. Su mano enjabonada se estaba frotando en su sexo.

—De qué carajos te reís —dije.

—Me río de lo inocente que sos —respondió, sin inmutarse al descubrirme con la mirada clavada en su entrepierna mientras ahora dejaba caer el agua en ella para enjabonarla—. Si Mariel quisiera terminar con vos lo hubiera hecho y ya. Hay miles de maneras menos rebuscadas de hacerlo. ¿No te parece?

Evidentemente tenía razón.

—Entonces ¿Por qué hace todo esto?

Valu se encogió de hombros. Se enjabonó la mano de nuevo y la llevó a su trasero.

—Andá a saber lo que pasa por la cabeza de esa mujer —respondió. Esta vez parecía que sus palabras tenían una nota de rencor. Recordé que tanto Agos como Sami se habían mostrado disgustadas con su madre—. Viste cómo son los artistas. Muy raros. Y en particular los escritores tienen mucha imaginación.

Escarbaba su trasero con los dedos con total naturalidad mientras me respondía.

—¿Vos me mandaste la foto del supuesto chat que tuvo con su amante? —le pregunté.

—Sí —respondió ella, sin inmutarse.

—¿Vos fuiste a mi cuarto anoche? —le pregunté después, omitiendo, instintivamente, lo que me habían hecho en la oscuridad.

—Anoche, anoche —repitió ella, algo exasperada—. Ya me habías preguntado algo de eso ¿No? No me digas que alguna de las chicas se pasó de la raya.

—Supongo que eso significa que no fuiste vos. O, mejor dicho, que no querés decirme si fuiste o no fuiste —dije.

—No fui yo. ¿Por eso abusaste de mi hace un rato? —preguntó, con malicia—. Ay, qué frío que hace. No veo la hora de que vuelva la maldita luz. Ya no queda agua caliente. Apenas está tibia —dijo después, cambiando de tema, aunque no supe si lo hizo a propósito, o solo porque realmente le restaba importancia a lo que le había hecho cuando supuestamente dormía.

Cerró la llave de la ducha. Estiró un brazo, cosa que hizo que mi mirada se fijara inmediatamente en sus tetas, las cuales se sacudieron. Agarró el toallón que había dejado colgado, y empezó a secarse el pelo.

—No me digas que te cogiste a una de las chicas —comentó después, divertida—. Bueno, al menos tuviste una alegría antes de caer en desgracia. O, mejor dicho, dos alegrías —agregó después, recordando lo que le había hecho en la cama.

—Yo no me cogí a nadie, y no caí en desgracia. Ningún hombre aguantaría tantas provocaciones, por más fiel que sea —me defendí.

—Bueno. Eso puede que sea cierto. Si al final todos terminaron mostrando la hilacha.

—No sé cómo tenés la cara de decir eso. Ustedes usan a los hombres y se acuestan con las parejas de su mamá —dije, indignado

—Yo nunca me acosté con las parejas de mamá. Apenas sacan los colmillos los mando al frente con mami.

—¿Y por qué conmigo fue diferente? —pregunté.

—¿Podés aflojar con el interrogatorio? Ya te respondí todo lo importante. Lo demás andá a reclamárselo a ella, que por algo es tu pareja.

Terminó de secarse el cuerpo sin decir nada más. Se puso la braga que había separado hacía unos minutos. Aún tenía gotitas en sus senos. Salimos de la habitación. Agarró una remera limpia y se la puso. Como de costumbre, a pesar de que la prenda no era particularmente ceñida, sus atributos hacían que pareciera que en cualquier momento se iban a hacer hilachas por la presión que recibían desde adentro.

Entonces escuchamos que alguien golpeaba la puerta. Supuse que era Sami, aunque Agos podría haber vuelto sin que la hubiéramos escuchado. En esos minutos en el baño había bajado la guardia nuevamente. Miré a Valen, que parecía tan contrariada como yo. Pareció a punto de decir algo, pero antes de que pudiera abrir la boca, la puerta se abrió.

La pequeña silueta de Samanta apareció en el umbral de la perta. Aún vestía su pijama, aunque no se había puesto la capucha. Nos miró con seriedad, pero sobre todo, con decepción. Aunque no parecía sorprendida. Y eso que la imagen que tenía delante era muy llamativa. Mi erección nuevamente quedó expuesta ante la más pequeña de mis hijastras, y detrás de mí, Valu aparecía con una remera y una bombacha como únicas prendas.

—¿Cogieron? —preguntó, con una frontalidad que no me hubiese esperado de ella—. Se supone que no tenías que hacerlo —dijo. Pero no me hablaba a mí, sino a su hermana—. Mami se va a enojar.

—No cogimos —dijo Valu—. El señor supo contenerse.

No era estrictamente una mentira. Pero me sorprendía que no le dijera que, si bien no la había penetrado, sí le había hecho otras cosas. Pero supuse que tarde o temprano todas se enterarían de todo. ¿O sería que entre ellas también tenían sus secretos? Fuera cual fuera la respuesta, ya no estaba dispuesto a seguir con esos juegos.

—Es hora de que hablemos —dije—. Basta de juegos. Las espero a las dos abajo.

Mientras decía esto, traté de sonar duro, pero le dediqué a Sami una mirada que no reflejaba ningún tipo de rencor. La verdad es que no estaba enojado con ella. Aunque estuve a punto de pisar el palito cuando fui a llevarle el desayuno, ella misma se había encargado de evitar que continuara por ese camino. Ahora me preguntaba si lo había hecho de manera premeditada, o si aquella mirada que me heló el corazón y me hizo huir le salió de manera espontánea, al ver que estuve a un paso de correrle la bombacha a un lado para descubrir el manjar que escondía. Pero cualquiera que fuera la respuesta me hacía sentir un profundo agradecimiento hacia ella.

Las dejé solas en la habitación. Pero me quedé unos segundos detrás de la puerta. Las oí discutiendo. Sami le preguntaba que qué había pasado realmente. Valu le respondía que había ido a su cuarto, justo cuando terminaba de bañarse y había intentado tener sexo con ella, pero cuando se negó di marcha atrás. En efecto, las mocosas se ocultaban cosas entre ellas. ¿La petera anónima había actuado por su cuenta en aquel momento? Me fui de ahí, para no exponerme.

Para mi desgracia la luz no había regresado, no solo en mi casa, sino en todo el barrio. El día se tornó mucho más oscuro, y a lo lejos se veía la tormenta que no tardaría en caer. Pasaban los minutos y las chicas no bajaban. Daba igual, no iban a poder escaparse a ningún lado. Tarde o temprano tendrían que dar la cara. Una vez que hablara con ellas, iría al centro a algún cibercafé para dejarle un mensaje a Mariel. Aunque todavía no tenía en claro qué le pondría.

De repente Rita empezó a arañar la puerta. Era lo que solía hacer cuando olía que se acercaba alguien familiar desde afuera. Unos segundos después, Agostina Entró a la casa. La princesa de la casa pareció contrariada al verme solo en la sala de estar. Me costó un poco recordar el motivo. Teníamos supuestamente algo pendiente. Desde la mañana que yo quería concretar lo que había comenzado en el pijama party, debajo de las mantas. Después de lo sucedido con sus hermanas, eso parecía haber quedado años atrás. Pero ella habría de pensar que ahora, encontrándonos a solas, iba a intentar algo.

—¿Todo bien? —preguntó la princesa de la casa, ahora dándose cuenta de que mi expresión sombría no reflejaba nada bueno.

Estaba un poco despeinada por el viento. Pero aun así mantenía la pulcritud y elegancia que la caracterizaban.

—Todo mal —dije—. No me gusta que me manipulen. Ni que se rían de mí.

Agos no atinó a decir nada, al menos durante unos segundos. Luego se sentó en uno de los sofás individuales.

—Perdoname. Eso algo que hacemos por mamá —dijo al fin, seguramente viendo que negarlo era absurdo—. No me gustó hacértelo. Y no quería que esto se nos fuera de las manos. Se suponía que con lo de la cocina debería haber bastado, pero…

—Pero ¿qué? —la insté a responder.

—Pero después, en el pijama party… Bueno, no sé. Es que esta vez es diferente.

Otra vez con eso de que esta vez era diferente. Pero antes de que pudiera preguntar a qué carajos se refería con eso, escuchamos que las otras dos bajaban por la escalera.

—Reunión familiar —dijo Valentina, jocosa.

Las recién llegadas se sentaron en el sofá más grande. Ahí las tenía a las tres. Me vino a la mente algo que Valentina me había dicho hacía unos minutos. ¿De verdad pensaba que había podido seducir a esas tres adolescentes? Lo cierto era que mi imaginación había volado demasiado lejos, sin embargo, resultaba curioso que justamente fuera ella la que lo dijera, después de todo lo que había dejado que le hiciera en la habitación.

—Les voy a decir una cosa —dije, tratando de sonar con la mayor seguridad posible—. No me voy a defender. No voy a meter excusas. Estuve mal, sí. Me dejé llevar por la impotencia que me generó saber que Mariel me engañaba. Algo que fue cortesía de ustedes mismas. Fui un estúpido. Lo sé. Pero pónganse en mi lugar por un segundo. Un hombre con el corazón roto, que se acaba de enterar de que su mujer lo traiciona. Tres adolescentes hermosas, de las cuales dos no paraban de provocarme —respiré hondo y largué el aire. Esas palabras las había dicho de corrido, y ahora necesitaba unos segundos para pensar en lo que seguía—. SI es verdad que esto es un experimento de su madre, bueno, ya tienen los resultados. Ya le pueden decir que soy un idiota. Ahora mismo dejo esta casa —terminé de decir, con la sensación de que seguramente el discurso no me salió tan bien, ni fue tan contundente como esperaba.

—No seas boludo, ¿acaso vas a dormir bajo un puente? —dijo Valu, solidarizándose conmigo, a su manera.

—Es verdad —apoyó Sami—. Además, mami viene recién mañana a la tarde. Quedate a dormir y hablá con ella mañana. Yo le voy a decir que cuando estuviste en mi cuarto no me hiciste nada, aunque casi me desnudé frente a vos.

La sinceridad de la pequeña Sami me enterneció. Temí que Valu dijera que tuve una actitud totalmente diferente con ella, pero por el momento mantuvo la boca cerrada. La que habló, sin embargo, fue Agos.

—Bueno, en realidad… —dijo, e hizo una pausa, para observar a sus hermanas—. En realidad, ya habíamos hablado de esto ¿no? Todos los hombres terminan rindiéndose en algún momento. Y Adri siempre nos trató bien. Es un poco baboso, sí. Pero dentro de los parámetros normales. Y no hizo nada hasta hoy. Y con lo que le hizo mamá…

—Yo les dije que no le mandaran la foto, que era trampa —les recriminó Sami.

Me resultaba extraño, y hasta un poco gracioso, que estuvieran hablando como si yo no estuviera presente.

—Eso fue cosa de Valu —dijo enseguida Agos, desentendiéndose del asunto.

—No me molesten. La vieja se lo merecía. Tanto romper las guindas con que si le metían los cuernos, que ella anda puteando con cualquiera. Perdón Adri, pero es así —dijo después, como recordando que yo existía.

—Eso es cierto. Lo de mami es cualquiera. Además… —dijo Agos.

—Además ¿qué? —preguntó Valentina.

—Vamos Valu, si ya sabemos que estás enojada con mamá desde lo de Ramiro.

Las tres hicieron silencio. Estaba claro que Agos estaba tocando un tema delicado para ellas.

—Enojada estás vos desde que sabés que mami no es tan progre como para aceptar a una hija tortillera —largó la aludida.

—¡Valu, no seas mala! —intervino Sami, indignada.

¿Qué mierda estaba pasando? Eso no era parte de ningún maquiavélico plan. Las tres estaban hablando acaloradamente, y sacaban los trapitos al sol. ¿Agos era lesbiana? Me negaba a creerlo.

—Dejá Sami, no esperes que esta troglodita use la cabeza —dijo Agos.

—¿Qué dijiste? —reaccionó Valu, molesta.

—¡Bueno, basta! —grité, exasperado—. ¡Pendejas de mierda! ¡Yo no soy un juguete, no soy la ficha de un tablero que pueden mover a su antojo!

Por una vez hicieron silencio. Me miraron, como esperando a que siguiera regañándolas.

—Ya veo que me metí en una casa de locas —susurré.

—Loca tu mamá —respondió Valu.

—No te enojes Adri —dijo Sami, con un puchero. Parecía a punto de largarse a llorar, cosa que me sorprendió mucho—. Además… yo también estoy enojada con mami.

Sus hermanas mayores la miraron, sorprendidas. No parecían saber de qué estaba hablando. Valentina la agarró de la mano con ternura.

—¿Qué pasó? —le preguntó.

—¿Y si le contamos? —dijo Sami sin embargo, ignorando la pregunta, formulando otra en cambio—. ¿Y si le contamos todo a Adri?
 

joselitoluis1

Virgen
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Esta en el capítulo 10 y ni hay sexo , pero si que prende está buenazo
 
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