Mis Hijas Cristina, Sofía y Andrea

heranlu

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El auto de Andrea avanzaba lentamente por el camino de tierra que llevaba a la casa de su padre. Era una vieja cabaña a las afueras de la ciudad, rodeada de árboles altos que parecían haberse doblado para proteger aquel hogar de todos los problemas del mundo exterior. Las tres hermanas habían viajado juntas, aunque cada una llevaba sus propios pensamientos y emociones a cuestas.

—Oigan, ¿qué hacemos si papá vuelve a poner música ochentera? —dijo Sofía, la mayor, con una sonrisa traviesa, rompiendo el silencio. Estaba en el asiento del copiloto, con las piernas cruzadas y mirando distraídamente por la ventana.

—A mí me gusta —respondió Andrea desde el volante, en un tono dulce y decidido. Siempre era la más defensora de su padre—. Además, es su casa, ¿no? Puede poner lo que quiera.

—¿Te gusta? ¡Por favor! Seguro ni entiendes las letras —Sofía soltó una pequeña carcajada—. ¿Y tú, Cris? No te he escuchado ni una palabra desde que salimos.

Cristina, sentada en el asiento trasero, levantó la vista lentamente, como si hubiese estado en otro mundo hasta ese momento. Su mirada era tímida, como siempre.

—No sé... me gusta cuando pone canciones suaves. —Cristina sonrió tímidamente—. Hace que todo se sienta más... nostálgico.

—¡Nostálgico! ¡Cristina, pareces una señora de noventa años! —Sofía giró en el asiento para mirarla directamente, divertida—. Lo único nostálgico aquí es que solo venimos a verlo los fines de semana.

El comentario de Sofía dejó un aire tenso por un segundo. Ninguna de las tres podía negar lo mucho que les pesaba la situación. Ver a su padre solo de vez en cuando no era lo que ninguna deseaba, pero las circunstancias eran lo que eran.

Andrea, sin embargo, siempre intentaba sacarle brillo a lo que fuera.

—Bueno, lo importante es que vamos a pasar tiempo con él, ¿no? Papi nos estará esperando con la mejor cena del mundo. Seguro ha hecho su famosa parrillada.

—Sí, "papi", claro... —Sofía rodó los ojos con afecto, usando el apodo que Andrea siempre usaba—. Tienes un favoritismo por él que es demasiado obvio. No sé cómo mamá no te ha puesto ya en la lista negra.

Andrea ignoró la provocación. Conocía a su hermana mayor lo suficiente como para saber que solo le gustaba molestarla un poco, pero sin mala intención. En realidad, Sofía también adoraba a su padre, aunque prefería mantenerlo en un tono más sarcástico.

Al llegar a la casa, las tres chicas bajaron del auto. El aire estaba lleno del aroma del bosque, y la puerta de la cabaña ya estaba abierta de par en par. Su padre, Carlos, estaba en la entrada, con una gran sonrisa y las manos extendidas.

—¡Mis niñas! —exclamó él, con la voz ronca de siempre—. ¡Por fin llegaron! Pensé que me iban a dejar plantado.

Andrea fue la primera en correr hacia él, como siempre. Se colgó de su cuello y lo abrazó con fuerza.

—¡Papi! —dijo ella, llenándolo de besos en la mejilla—. ¡Te extrañé tanto!

Carlos sonrió, aunque con una pequeña sombra en los ojos que no pasó desapercibida para Sofía. Sabía que a su padre le dolía profundamente estar tan separado de ellas.

—Nosotros también te extrañamos, papá. Pero bueno, ¿qué has hecho con todo este tiempo libre? —dijo Sofía, acercándose con las manos en los bolsillos de su chaqueta—. ¿Te has vuelto una leyenda en el arte del retiro? ¿O solo has perfeccionado tus playlists ochenteras?

Carlos soltó una carcajada mientras le daba una palmada en la espalda a Sofía.

—No todo es música ochentera, querida. Aunque debo decir que tú y yo tenemos una conversación pendiente sobre lo que se llama buen gusto.

Cristina se quedó un poco atrás, observando con una leve sonrisa cómo sus hermanas interactuaban. Se acercó lentamente, algo nerviosa, pero su padre siempre sabía cómo ponerla cómoda.

—Hola, mi pequeña Cris —dijo él suavemente, dándole un abrazo más discreto, pero igual de cálido—. ¿Todo bien?

—Sí, papá. Todo bien... —respondió ella en voz baja, sintiendo la calidez de los brazos de su padre.

—¡Vamos! —dijo Andrea, tirando de la mano de su padre—. ¡Quiero ver qué nos cocinaste hoy!

Carlos soltó una risa y las guió hacia el interior de la casa.

—Para variar, parrillada, como te gusta, Andrea. Pero ustedes también pueden ayudarme en la cocina, ¿no? Aunque sé que Sofía prefiere supervisar.

—Yo prefiero degustar, que quede claro —replicó Sofía, sentándose en una de las sillas del comedor—. Pero supongo que puedo sacrificarme y cortar algo, solo por ti.

El ambiente en la cabaña estaba lleno de risas y calidez, pero cada una de ellas sabía que debajo de esa felicidad compartida había algo que las hacía sentir incompletas. El divorcio de sus padres seguía siendo una sombra que rondaba sus vidas, y aunque amaban a su padre profundamente, no podían evitar sentir una especie de resentimiento hacia la situación.

Después de un rato de charla, Sofía rompió el silencio con una pregunta que rondaba en su cabeza desde hacía días.

—Papá... —dijo de repente, mientras jugueteaba con una servilleta—. ¿Alguna vez te arrepentiste? ¿Del divorcio, digo?

Carlos, que estaba sirviendo las bebidas, se quedó quieto por un segundo. Miró a sus hijas, notando las diferentes expresiones en sus rostros: Andrea expectante, Cristina incómoda, y Sofía con su mirada siempre desafiante, aunque ahora suavizada por la duda.

—Es complicado, Sofía —dijo él finalmente, con un suspiro—. Hay muchas cosas que no entendemos hasta que pasa el tiempo. Pero una cosa que jamás lamentaré es tenerlas a ustedes. Si eso no hubiera pasado, quizás no estaríamos así hoy, compartiendo estos momentos.

Andrea se levantó de su silla, abrazando a su padre desde un lado.

—Papi, no pienses en eso ahora. Estamos aquí, contigo. Eso es lo importante.

Cristina asintió en silencio, y Sofía, aunque no dijo nada, sintió un nudo en la garganta que no esperaba. Quizás, pensó, algunas cosas nunca se aclararían del todo. Pero por ahora, solo importaba disfrutar de esos pequeños momentos, donde parecían una familia completa otra vez.

—Vale, suficiente charla sentimental —dijo Sofía, tratando de aligerar el ambiente—. ¡Andrea, pásame el cuchillo! Si papá sigue hablando así, vamos a terminar llorando todos.

Las risas volvieron a llenar el aire, y por un momento, todo parecía estar en su lugar, como si nada hubiera cambiado nunca.

Después de la cena y un rato de sobremesa, la idea de ver una película parecía la mejor forma de cerrar la noche. Mientras las chicas se levantaban para cambiarse, Carlos se quedó en el salón, buscando entre su colección de películas algo que pudiera gustarles a las tres. Sabía que siempre tenían opiniones encontradas sobre qué ver, así que trataba de elegir algo ligero, que no causara demasiado debate.

—Voy a elegir yo esta vez, ¿eh? No quiero quejas cuando bajen —dijo en voz alta, sabiendo que lo escuchaban desde el pasillo.

Mientras tanto, las hermanas subieron corriendo a cambiarse. Cada una tenía su estilo propio, y aunque compartían muchas cosas, su forma de vestir reflejaba claramente sus personalidades.

Andrea fue la primera en bajar, siempre rápida y llena de energía. Tenía un pijama ligero, de tela suave y de color rosa pastel, que dejaba sus delgadas piernas al descubierto. Era un conjunto de verano, de shorts cortos y una camiseta sin mangas que dejaba ver sus brazos largos y delicados. Aunque tenía 17 años, seguía siendo la más pequeña de estatura, con su pelo castaño claro suelto y cayendo sobre sus hombros. Sus ojos brillaban de emoción al ver a su padre en el sillón.

—¡Ya estoy lista, papi! —dijo ella con una sonrisa brillante, lanzándose en el sofá a su lado.

—Siempre eres la primera en todo, ¿no? —comentó él, riendo y dándole un suave empujón—. Parece que nunca te cansas.

—Es que quiero pasar más tiempo contigo. Además, ¡seguro vas a poner algo genial! —respondió Andrea, acomodándose en su lado del sofá.

Cristina llegó poco después, mucho más tranquila en su caminar. Su pijama era mucho más modesto que el de Andrea, una camisa de algodón fina y de color celeste, con un pequeño estampado floral. Los pantalones, también cortos, le llegaban un poco más abajo que los de su hermana. Tenía el pelo recogido en una trenza larga, que caía sobre su hombro derecho, y sus grandes ojos oscuros miraban tímidamente a su padre y a Andrea antes de sentarse en el sillón con cuidado.

—¿Ya elegiste la película, papá? —preguntó en voz baja, jugueteando con las manos.

—Todavía no, pero estoy pensando en una que te va a gustar —respondió Carlos, siempre atento a la naturaleza reservada de Cristina. Aunque era la más callada, tenía una dulzura que lo conmovía.

Cristina sonrió levemente, cruzando sus piernas en el sofá, asegurándose de que su pijama no subiera demasiado. Siempre se sentía un poco más expuesta que sus hermanas, pero trataba de relajarse.

Finalmente, Sofía hizo su entrada. La mayor de las tres siempre llevaba un aire de seguridad, incluso cuando simplemente bajaba las escaleras para ver una película. Su pijama era más atrevido, un conjunto de short negro con tirantes finos y una camiseta de seda que apenas le cubría el vientre. Era el tipo de ropa que dejaba ver sus largas piernas y su figura esbelta sin demasiado esfuerzo. Su cabello oscuro estaba recogido en una coleta alta, y sus ojos tenían un brillo pícaro, como si siempre estuviera a punto de soltar algún comentario sarcástico.

—¿No me digas que has elegido algo de Spielberg? —dijo Sofía con una sonrisa, cruzando los brazos y apoyándose en el marco de la puerta—. Por favor, dime que nos sorprenderás con algo más interesante.

—Para tu información, estoy a punto de poner algo que te va a encantar. —Carlos sonrió de vuelta, disfrutando de la picardía de su hija mayor.

Sofía se acercó al sillón, ocupando el último espacio libre, justo al lado de Cristina. A pesar de su actitud más dura, siempre se aseguraba de acomodarse cerca de sus hermanas, como si fuera su manera de protegerlas. A medida que las luces se atenuaban y la película comenzaba, Carlos miró a sus tres hijas, cada una tan diferente y única. Aunque el divorcio había dejado muchas heridas, en ese momento se sintió completo, rodeado de las personas que más amaba.

—Espero que estén listas para una noche de cine inolvidable, chicas —dijo él, acomodándose en su sillón mientras la película empezaba.

—Espero que estén lista para una noche de cine inolvidoable, chicas —dijo el, acomodándose a su vez en su sillón.

Sofía levantó una ceja, pero no dijo nada más, y la tensión se disipó en breve cuando la película comenzó. Andrea siempre había sido la más juguetona de las tres, y después de unos minutos de ver la película, sus dedos comenzaron a acariciar los muslos de Carlos. Él sonrió, sabiendo exactamente lo que estaba sucediendo. A lo largo de los años, habían desarrollado un juego entre los dos, un juego que las llevaba a lugares más y más atrevidos.

—Eh, eh, eh, ¿ya comenzamos? —le dijo Sofía a Andrea, mientras la observaba con un ojo crítico y risueño.

Andrea la ignoró, siguiendo con su juego. Sus dedos acariciaban los muslos de su padre con un ritmo suave, y Carlos se dejó hacer. Sabía que era solo el comienzo. Carlos notó cómo los dedos de Andrea se movían hacia arriba con más insistencia, acariciándole la parte interna de los muslos y cada vez más cerca de su miembro. Sofía vio todo lo que pasaba y se encogió de hombros, acostumbrada a este juego. A su lado, Cristina se mantenía callada, pero Carlos sabía que estaba lista para él.

Sus dedos fueron hacia Cristina, acariciando su brazo y haciéndola sonreír. Sus dedos se detuvieron en su cuello, dibujando suaves círculos con las yemas. Cristina cerró los ojos, sintiendo que el calor crecía dentro de ella. Sofía se echó hacia atrás en el sillón, permitiendo que su padre acariciara a Cristina, sabiendo que pronto iba a ser su turno.

Andrea no se detuvo, y sus dedos encontraron su objetivo, acariciando la gruesa verga de su padre a través del pantalón. Carlos jadeó y se tensó un momento, pero no quiso detenerla. Andrea sonrió en voz baja, mientras comenzaba a acariciar a su padre con más insistencia. Sus dedos lo masajeaban, y Carlos comenzó a respirar con más fuerza.

A medida que la película avanzaba, las cosas iban sucediendo, pero nadie parecía importarle. Cristina se inclinó hacia atrás, permitiendo a su padre acariciarla sin temor, mientras Sofía observaba a su hermana con curiosidad.

—Necesito ponerme cómodo —dijo Carlos de repente, y las tres se sorprendieron al oírlo.

—¿Por qué, papá? —le preguntó Andrea, retirando sus manos de su entrepierna.

Carlos sonrió, y se levantó del sillón. Las tres lo observaron con la boca abierta, mientras se quitaba la ropa sin un segundo de indecisión. Su verga crecida colgaba entre sus piernas, y su abdomen se marcaba fuerte, bien definido. Las chicas lo miraban con una extraña excitación, ya que lo conocían perfectamente, pero ver a su padre desnudo en medio del salón, después de una semana sin verlo, les parecía nuevo.

Sofía fue la única que se movió, levantando una ceja y mirando a sus hermanas con incredulidad.

—Qué empecinadas sois —dijo con una sonrisita—. Vuestros jueguecitos pueden esperar, papá. No creía que necesitaras tanto tiempo para eso.

Las otras dos se rieron en voz baja, y Sofía se levantó.

—Luego, cuando acabéis con vuestros juegos infantiles, subid al asunto serio —dijo ella, burlona, antes de dar media vuelta y regresar a su habitación, con una risa suave.

Las otras dos la vieron irse con la boca abiertas, y después miraron a su padre.

—Ven acá, papá —le dijo Cristina en voz baja, siempre la más callada de las tres.

Andrea se movió para darle espacio, y Carlos volvió a tumbarse en el sillón. Su erección sobresalía ahora más claramente, pero las dos sabían que era algo normal después de tantos años de acostumbramiento.

—No hagais caso a vuestra hermana. Ahora Sofía es toda una adulta —dijo Carlos y las dos rieron —¿Por qué no os poneis cómodas vosotras?

Andrea se puso de pie, sin dudar un segundo. Su sonrisa se ensanchó mientras se quitaba sus shorts, y Carlos observó con calma cómo se le abría la visión de un pubis rasurado y apretado. Sus dedos vagabundeaban sobre el abdomen suave de su hija menor, y después se subió la camiseta por encima de su cabeza. Sus pechos eran pequeños y redondeados, con los pezones erectos, y ella se dio media vuelta para dejar que su padre disfrutara de su visión.

Carlos acarició las caderas de Andrea, acariciando las redondeadas nalgas y haciéndola sonreír. Pero no pasó mucho tiempo antes de que se acordara de la otra. Cristina se había quedado sentada en el sillón, sin moverse, y esperando. Carlos se acercó a ella, sonriendo.

—No seas tímida, mi amor —le susurró, y Cristina lo miró con la vista fija en su erección—. No hay por qué tener miedo.

Carlos se inclinó un poco, y le dio un suave beso a Cristina en los labios, mientras Andrea se sentaba a su lado. Cristina sonrió un poco más, pero parecía dudosa.

—Ayúdame —le dijo Carlos a Andrea en voz baja.

Andrea se inclinó sobre su hermana y comenzó a desvestirla. Primero le quitó los pantalones, mostrando sus largas piernas suaves, y después quitó la camisa que la cubría. Cristina sonreía cada vez más, mientras se permitía ser desvestida por sus dos acompañantes.

La vista que se abrió era muy diferente a la de Andrea. Cristina no tenía los pechos tan pequeños como su hermana menor. Eran redondeados, con los pezones muy erectos y rosas. El vello que cubría su pubis era tupido y oscuro, un contraste directo con el cuerpo rasurado de Andrea. Las dos estaban sentadas desnudas en el sillón, y Carlos las miraba con calma.

Andrea fue la primera en moverse, acercándose un poco más a su hermana mayor. Su mano se desplazó hacia los pechos de Cristina, y comenzó a jugar con sus pezones, haciéndolos rotar entre sus dedos. Cristina suspiró, con un susurro suave, mientras su cuerpo comenzaba a responder.

—Eres tan dulce —le dijo Andrea en voz baja, y acercó sus labios a los de Cristina. Las dos se besaron, mientras Carlos las observaba con excitación.

Los dedos de Andrea bajaron hacia la entrepierna de Cristina, acariciando sus labios y encontrando la entrada húmeda de su sexo. Cristina comenzó a sonreír cada vez más, respirando fuerte y rápido mientras se dejaba acariciar. La excitación de Carlos creció mientras las veía, y no dudó en moverse para unirse a ellas. Acarició a Cristina con la mano, acariciando con sus dedos mientras Andrea lo hacía con los suyos. Sus labios se apretaron a los de Cristina, y los tres comenzaron a besarse en una danza cada vez más atrevida.

La vista de Cristina se perdió en los dos, mientras ellos la acariciaban y jugaban con su cuerpo. Los dedos de Cristina iban hacia la erección de Carlos, y comenzó a tocarle mientras Andrea también la acariciaba. Carlos jadeó, y se apartó para darles espacio. Las dos miraron a su padre, y se acercaron a él, sonrientes. Carlos las besó a las dos, mientras ellas comenzaban a acariciar su verga con sus dedos, haciéndolo crecer y endurecerse. El juego había comenzado, pero esta vez iba a ser muy diferente. Los tres lo sabían.

—Mmm, te gusta eso —le susurro Cristina en voz baja a su padre, mientras le acariciaba los muslos y se acercaba a su sexo—. ¿Verdad que sí? Te gusta que te toquemos así, papá?

Carlos sonrió, mientras las dos lo acariciaban sin descansar. Sus dedos iban hacia sus pechos, acariciándolos con delicadeza. Los pezones crecían erectos bajo sus dedos, y él los pinzó con suavidad. Cristina lo miraba a los ojos, y Andrea jugueteaba con sus cabellos. Las cosas iban a seguir adelante muy pronto, y Carlos lo sabía. Lo sabían los tres. Pero por ahora, se contentaban con jugar y disfrutar del momento.

—Parecéis un par de diosas —dijo Carlos en voz baja, y las dos lo miraron con una sonrisa.

Se levantó, y ellas se acercaron a sus pies. Andrea se arrodilló al instante, sin dudar, y acarició su polla con la mano. Cristina lo hizo un poco más tarde, acurrucándose a su lado y observando a su hermana como trabajaba. La especialidad de Andrea eran las mamadas. No tenía miedo de usar la lengua para lamer su polla, y también de meterla en su boca sin temor. Y siempre parecía disfrutar de ella.

—Ah, sí... —suspiró Carlos mientras comenzaba el juego.

Andrea sacó la polla de su boca y miró a su hermana, sonriendo. Cristina la miró con extrañeza, y luego comenzó a hacer lo mismo que Andrea hacía hace unos segundos. Su lengua se deslizaba sobre la polla, acariciando los huecos que la rodeaban.

—Así... —le dijo Andrea, siempre dispuesta a ayudarla—. Lame un poco más.

Carlos comenzó a mover sus caderas mientras Cristina lo lamía, y enseguida sus dedos le sujetaron el cabello. Metía su polla dentro de la boca de su hija, que jadeaba cada vez más fuerte. Andrea comenzó a acariciar el cuerpo de Cristina, acariciado sus muslos y acercándose a su entrepierna. Comenzó a acariciar sus labios y a meter sus dedos dentro de su sexo, que goteaba de excitación. Cristina jadeó un poco más fuerte mientras se dejaba follar la boca por su padre y acariciar por su hermana. El placer iba creciendo, y las dos hermanas parecían gozar de él.

—Me encanta cuando os excitáis —les dijo Carlos en voz baja—. Me encanta ver vuestras caras de placer cuando os hago sentir bien.

Andrea sonreía un poco mientras lo miraba, y Cristina jadeaba cada vez más rápido. El cuerpo de la menor parecía vibrar con el placer, mientras su boca se movía sobre la polla de su padre y sus dedos jugaban en su sexo.

—Vamos a cambiar de juego —dijo Carlos después de un momento, y se apartó de las dos.

Andrea lo miró con extrañeza pero se puso de pie al instante, y lo mismo hizo Cristina. Las dos lo esperaban mientras se acomodaba en el sillón una vez más. Se sentó, sonriendo, y miró a sus dos hijas desnudas y excitadas. Ambas parecían tener el cabello revuelto, y sus pechos parecían querer saltar hacia fuera.

—Venid acá —les ordenó, y ambas se acercaron—. Ahora vais a darme el placer de follarme. ¿Queréis?

Las dos lo miraron con sonrisas. Se sabían de memoria el juego. La parte de atrás del sillón se plegaba para dar forma a un pequeño colchón donde podía tumbarse, y allí era donde iban a hacerlo. Andrea siempre había sido la más dócil, así que no dudó al tumbarse en él de espaldas. Las piernas de la menor se abrieron, mostrando su sexo rasurado.

—¿Y tú? —le preguntó Carlos a Cristina—. ¿Qué quieres hacer? ¿Vas a esperar ahí?

Cristina se puso delante de su hermana y abrió el coño con sus dedos para que esta lo chupara.

—Sí, voy a esperar ahí —le respondió Cristina con una sonrisa pícara, y se puso justo delante de su hermana.

Carlos la miró, sonriendo. Estaba claro qué quería. Él se puso detrás de Andrea, y abrió sus nalgas para encontrar la apretada entrada de su sexo. Su verga estaba dura y lista para follarse a su hija, y sabía que iba a gozar mucho de su cuerpo delgado. Acomodó su verga en la entrada, y comenzó a meterse lentamente.

—Uh... —jadeó Andrea con un susurro mientras la polla se metía en su sexo, y sus piernas se abrieron para dejarlo entrar con mayor facilidad—. Me encanta que me folles, papi...

—Eso es lo que queremos, ¿verdad, chicas? —susurró Carlos en voz baja, besando a Andrea en la mejilla mientras comenzaba a moverse—. Os encanta que os haga sentir bien. ¿Es así?

—Sí... —respondió Andrea, mirándolo con los ojos brillantes de excitación mientras se acoplaba a sus movimientos—. Eso es lo que nos gusta. Sentir que nos amas y nos deseas. Que nos follas y nos haces sentir bien.

Cristina, sentada en la cara de su hermana con los muslos abiertos, miró a su padre con una sonrisa. Sabía que iban a follarse bien a Andrea, y también a ella. Y que los dos iban a gozar al máximo. Carlos besó a Andrea en el cuello mientras follaba, acariciando su cuerpo y acoplándose a sus movimientos cada vez más rápidos. La polla se iba y venía, metiéndose hasta el fondo y después saliendo para hacerlo de nuevo. La respiración de Andrea se aceleró, y comenzó a gritar de placer mientras su sexo se contraía en torno a la polla.

—Mmm... —gimió ella, y sujetó a su hermana de los cabellos para acercarla a su sexo—. Déjame chuparte, hermanita. Haz que me sienta bien.

La lengua de Andrea jugueteó en el clítoris de Cristina, que gritó un poco más alto mientras su sexo comenzaba a contraerse. Carlos folló a Andrea con mayor fuerza y rapidez, clavando su polla en el sexo, mientras ella se corría debajo de él. La menor jadeó un poco más rápido, sintiendo el orgasmo acercarse, mientras sus dedos sujetaban a su hermana del cabello y la mantenía chupándoselo.

—Sí... así me gusta —gimió Cristina, y movió las caderas para dejar que su hermana la chupase mejor—. Así, hermanita...

El placer iba creciendo en los tres. Los jadeos se mezclaban con los susurros de excitación, y el sexo parecía el aire que respiraban. Carlos follaba a Andrea cada vez más rápido y fuerte, sintiendo la polla dura y endurecida. La menor parecía perderse en sus movimientos, cada vez más rápidos y atrevidos. Las dos parecían estar a punto de correrse al mismo tiempo, y Carlos comenzó a sentirse cerca del orgasmo.

—Me corro, papá... —dijo Andrea con un jadeo—. Me corro...

—Hazlo —gritó Carlos, y la folló con mayor furia—. Hazlo para mí, hija.

Y Andrea se corrió, gritando de placer. Los dedos de su mano sujetaron a su hermana del cabello, que seguía con su sexo en su cara, y comenzó a jadear cada vez más rápido mientras se corría. El sexo parecía palpitar en torno a su verga, mientras la menor gritaba de placer.

—Oh, Dios... —gritó ella con los ojos puestos en blanco—. Es tan intenso... oh, Dios...

La respiración de Andrea se recuperó después de varios segundos, mientras Cristina se quitaba de encima de su hermana para mirar a su padre. La polla seguía erecta, y el semen parecía brillar en el sexo de su hija menor. Las dos se acercaron a Carlos, que las miró a las dos sonriendo.

—¿Estás lista, hija? —le preguntó a Cristina—. ¿Quieres follarte a papá?

La mediana sonrió, y se abrió de piernas mientras, tumbándose en el sofá delante de él.

—Claro que sí, papi. Quiero sentirte dentro de mí.

Andrea parecía una tigresa al ver a su padre follarse a su hermana. Se alejó de la escena, acariciándose el sexo con las manos. Los dedos trazaban circulos alrededor del clítoris, y su respiración se aceleraba mientras miraba a su padre meterse en el sexo de Cristina.

—Me encantas, hija —le susurró Carlos en el oído mientras se metía dentro de ella y la besaba en la mejilla—. Me gustas tanto...

Cristina sonreía de placer, y su cuerpo parecía temblar un poco. La polla entró en su sexo con suavidad, y su boca se abrió para dejar escapar un susurro de placer.

—También me gustas, papi —le dijo ella, sonriendo un poco—. Me encantas. Me haces sentir tan bien...

Los movimientos comenzaron a ser más rápidos, y Carlos se quitó la camiseta para tumbarse encima de Cristina. Su boca se acercó a los pezones de la mediana, que los ofrecía sin temor a su padre. Lo miró, sonriendo levemente, y su mano acarició el cabello de él. La respiración de Cristina se aceleró mientras el placer crecía dentro de su cuerpo.

Sus muslos se abrieron más para dejarlo entrar, y comenzaron a temblar de placer cuando la polla entraba y salía de su sexo con mayor rapidez.

—Estás tan apretada... —le susurró Carlos con un susurro—. Me gusta follarte, hija...

—Lo sé, papi —respondió Cristina, que no podía hablar en voz alta—. Y a mí también. Me encanta follarte.

La respiración de las dos parecía acelerarse a medida que los jadeos aumentaban en intensidad. Las dos parecían disfrutar del sexo, cada una de manera diferente, pero ambas parecían sentir el placer del sexo en todo su cuerpo. La mano de Cristina sujetó la mejilla de su padre, y sus dedos se entrelazaron con los cabellos de él. Su respiración aumentó en intensidad cuando comenzó a correrse, y su sexo pareció explotar en torno a la polla. El semen salió de la entrada del sexo, manchando el sillón con un fluido transparente. Andrea jadeó cada vez más rápido, mirando a su hermana que se corría debajo de su padre. Los tres jadeaban a la vez, y sus respiraciones parecían mezclarse mientras follaban y se corrían. Los orgasmos parecían explotar uno detrás del otro, y sus cuerpos parecieron relajarse después de un momento. Carlos se apartó de Cristina, y besó a ambas en la mejilla antes de levantarse del sofá. Las dos lo miraron a la vez, sonriendo.

—Hijas mías —dijo él con un susurro, besándolas en la mejilla a la vez—. Me encantáis tanto... os amo con todo mi ser...

Y las dos se pusieron en pie para besar a su padre en los labios, y sentirse amadas en sus brazos.

—Vuestros padre os quiere mucho —les dijo Carlos, besándolas a las dos en la boca una vez más—. Pero mañana vais a tener un fin de semana completo para disfrutar.

Ambas lo miraron, sonriendo de placer, y se pusieron a recoger la ropa para ir a dormir. Carlos las vio alejarse, sonriendo a la vez. Sabía que todavía le quedaba algo que hacer. Sofía también había sido parte del juego, y todavía no había follado a la mayor de sus hijas.

Subió al dormitorio de la mayor, sabiendo que iba a encontrarla esperándolo. Sofía siempre era la última, y siempre parecía querer esperar un momento más. Abrió la puerta, y se encontró con su hija sentada en el sillón, leyendo un libro y con una mirada pícara.

—Hola, papi —dijo ella sonriendo, y miró la polla erecta de su padre—. Ya has terminado de jugar con los juguetitos...

Carlos sonreía, sabiendo que su hija siempre tenía una respuesta para él. Se quitó los calzoncillos, mostrando su verga erecta, y se acercó a su hija. Sofía lo miró sonriendo, sabiendo que siempre iba a follárselo. Pero siempre lo hacía de manera que pareciera un desafío a su padre.

—Supongo que quieres follarme, papi —le preguntó ella, sonriendo—. ¿Verdad que sí?

—Por supuesto —le respondió Carlos, acercándose a ella y quitándole el libro—. ¿Qué te crees? ¿Que no te voy a follarte?

Sofía lo miró con una sonrisa brillante, y se quitó el pijama para dejar ver su cuerpo esbelto y delgado. Las tetas redondas de su hija parecían brillar a la luz tenue de la lámpara de la mesa, y sus muslos parecían brillar de excitación. Sofía lo miraba a la cara con sus grandes ojos oscuros, sabiendo que estaba a punto de follárselo.

—¿Y cómo me follas, papá? —le preguntó—. ¿Te crees que puedes follarme como a una puta?

Carlos sonrió, sabiendo que Sofía siempre lo ponía a prueba.

—Sí, hija —le respondió él con un susurro—. Te voy a follar como una puta. Como la puta que eres.

Sofía sonrió, sabiendo que siempre era el plato favorito de su padre. Carlos se acercó entre sus piernas para meter la polla, pero su hija lo detuvo.

—No, papi... —le dijo Sofía, y sujetó su verga para detenerla—. Primero tienes que hacerme sentir bien, como un amante.

Carlos sonrió, sabiendo lo que le gustaba a su hija, y se arrodilló entre sus piernas. La polla todavía estaba erecta, esperando su turno, mientras su boca se acercaba a la entrepierna de Sofía. El sexo de la mayor parecía brillar, húmedo y listo para él. Carlos lo chupó un momento, y comenzó a lamer sus labios interiores con suavidad. Sofía gimió, y sujetó la cabeza de su padre para mantenerlo en su sitio.

—Así me gusta, papi... —gimió Sofía, que siempre había sido la que más había gozado en sus juegos sexuales con su padre—. Haz que te sienta bien...

Carlos comenzó a chupar con mayor suavidad el sexo de su hija, sabiendo lo que la excitaba. El clítoris parecía palpitar al contacto con su lengua, y los muslos de Sofía parecían tensarse con el placer. La mayor lo miró a la cara con los ojos brillantes de excitación.

—Sigue, papá —le susurró Sofía—. Hazlo como un perro...

Carlos aumentó la velocidad y la intensidad, chupando el sexo de su hija con mayor furia. El sexo comenzó a brillar de humedad, y los jadeos de Sofía crecieron en intensidad.

—Hazlo, papi —gimió la mayor, que parecía disfrutar del sexo oral—. Hazlo fuerte...

Y Carlos lo hizo, lamiendo el sexo de su hija cada vez más rápido. Las tetas de Sofía parecieron brillar de la humedad, y los ojos de su hija brillaban de excitación.

—Me corro —le susurró—. Me corro, papi...

Y Sofía se corrió debajo de su boca, gritando de placer al sentir el orgasmo explotar dentro de su cuerpo. Carlos siguió chupándola hasta que se sintió saciada, y luego se levantó entre sus piernas.

—¿Y ahora quieres follarme, papá? —preguntó Sofía, sonriendo con picardía—. ¿Verdad?

—Por supuesto, hija —respondió Carlos con un susurro, y se metió el sexo en la entrada del sexo de Sofía—. Te voy a follar de verdad.

La mayor lo miró sonriendo con la boca brillante de baba, y se dio la vuelta, ofreciendole su espalda, Carlos se arrodilló detrás de su hija para meterse dentro de ella, y sujetó sus caderas con suavidad.

—Así me gustas, papi... —susurró Sofía mientras comenzaba a meterse—. ¡Hazlo fuerte!

Carlos sonrió, sabiendo qué era lo que le gustaba, y comenzó a follársela de verdad. Los jadeos crecieron en intensidad mientras su hija gimió debajo de él, y los movimientos comenzaron a tener mayor ritmo.

Las tetas de su hija comenzaron a balancear al compás de sus movimientos, y su espalda parecía brillar de sudor.

—Así es, papi... —gimó Sofía con los dientes apretados—. ¡Hazlo!

Y Carlos aumentó la velocidad de sus movimientos, follándola cada vez más fuerte. Las caderas golpeaban contra sus nalgas con cada embestida, y su hija gemía debajo de él.

—Me gusta follarte, papi —susurró Sofía, mientras los movimientos crecían en intensidad—. Me encanta sentirte dentro de mí...

La sujetó del cuello con una mano, mientras con la otra comenzó a azotar sus nalgas. Sofía gimió cada vez más fuerte al sentir los golpes, y sus piernas parecieron temblar de placer.

—Eso es, papi —gritó Sofía, con la respiración cada vez más acelerada—. ¡Hazlo! ¡Azótame!

Y Carlos la azotó un poco más fuerte, y la polla salió del sexo para dejarla sin aliento. Su hija gimió al sentirse vacía un momento, y lo miró con sus ojos brillantes de placer.

—Dámela otra vez, papi... —suplicó Sofía, sujetando su polla para meterla de vuelta—. Quiero sentirte de nuevo...

Carlos la miró sonriendo, siempre atento a las necesidades de su hija, y la sujetó de los hombros para follársela. La polla volvió al sexo, y los movimientos parecieron crecer en ritmo y violencia. Sofía parecía sentir un placer cada vez mayor mientras follaba con su padre.

—Me corro, papá —gimió ella con los dientes apretados, y sujetó a Carlos de los brazos para mantenerlo pegado—. Me corro de nuevo...

Y se corrió por segunda vez debajo de su padre, gritando de placer mientras su flujo parecía fluir.

—Hazlo todo, papá... —gimó Sofía al sentir que se corría—. No me dejes...

—No te preocupes, hija... —le susurró Carlos al oído—. Todavía no he terminado...

Y volvió a meter la polla con mayor violencia, follándola una y otra vez. Las tetas parecieron brillar cada vez más, y los muslos temblaron de placer. Sofía gimió mientras follaba con su padre, disfrutando del orgasmo. Carlos follaba cada vez más fuerte mientras su hija se corría debajo de él. Los movimientos parecían tener más violencia, y las tetas balanceaban con furia al compás.

La azotó de nuevo un poco más fuerte de lo que antes, y ella gritó de placer. Luego la dio la vuelta con violencia, poniéndola boca arriba y sujetándola del cuello para follársela así.

—Así es —le dijo Carlos con un susurro mientras follaba—. Así te gusta, ¿no?

Sofía gimió debajo de su padre al sentir los movimientos cada vez más violentos, y sus uñas parecieron arañar la piel de su espalda. Carlos aumentó todavía más el ritmo mientras follaba a su hija.

Sofía empujó a su padre y se puso sobre él. Lo sujetó de los brazos, y se subió a su polla con furia. Carlos la miró sorprendido mientras su hija saltaba sobre su verga, follándoselo ella misma con furia.

—Así, papá —gritó Sofía mientras follaba—. ¡Así me gusta!

Y comenzó a cabalgar a su padre con furia, sujetándose con violencia a sus brazos y moviendo las caderas cada vez más rápido. El sexo parecía chocar con violencia contra sus pelotas, y parecían crecer todavía más por la fricción.

—Eres un cerdo —gritó Sofía para después escupirle en la cara—. ¡Un cerdo asqueroso!

Y siguió cabalgando a su padre con furia. Los movimientos crecieron todavía más en ritmo y violencia, y Sofía comenzó a arañar su pecho con sus uñas. La sangre brotó en cada rasguño, manchando su torso desnudo.

—Así... —gritó mientras follaba y arañaba—. ¡Eso es! ¡Eres un pervertido!

—Me corro —gritó Carlos mientras follaba a su hija con furia.

Sofía saltó de su polla un momento antes de que se corriera, y se puso de rodillas delante de su padre, sujetando su verga con deseo.

—Dámelo todo —le dijo con los ojos brillando de excitación—. Dámelo todo, papá...

Carlos asintió con un susurro y se acercó a ella para meterle la polla en la garganta. Su hija parecía tragárselo todo mientras follaba su boca con furia. Su respiración comenzó a acelerarse de nuevo mientras follaba, y la sangre parecía correr por sus rasguños.

—Así —gritó Carlos justo antes de correrse—. ¡Así!

Y se corrió en la boca de su hija mientras follaba. El semen parecía brotar con violencia y se escupió parte en su cara. Sofía sonreía mientras se tragaba el semen de su padre con gusto.

La polla pareció perder su erección un momento después de correrse, y se sujetó a Sofía un momento.

—Gracias, papi —le susurró su hija mientras lo abrazaba—. Eso fue increíble.

—De nada, hija —le dijo Carlos sonriendo mientras le besaba la cabeza—. De nada...
 
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