Mis Hermanas Gemelas

heranlu

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Ago 31, 2007
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Cuando conocí a Sol y a Luna eran como dos gotas de agua, imposibles de distinguir. La madre de las niñas y mi padre se habían casado después de año y medio de relación y las tres se instalaron con nosotros. Al principio no me hizo ninguna gracia. Tenía la ilusión de que mis padres se reconciliaran y aquello mató mi esperanza. Pero enseguida cogí cariño a aquellas dos muñequitas asustadas, huérfanas de padre y también empecé a valorar las cualidades de mi madrastra, en especial dos.

Por entonces yo tenía trece años y no hace falta decir que estaba salido como un mono. Me pasaba el día sacudiéndome la sardina mientras pensaba en la mujer de mi padre. Era tal mi obsesión que llegué a dejar una cámara muy mal escondida en el cuarto de baño para grabarla mientras se duchaba. Mi padre casi me mata. Me tuve que conformar con memorizar su cuerpo en la piscina, para luego utilizar esas imágenes en la soledad de mi habitación. Fueron unos primeros meses complicados, pero luego todo se calmó.

Unos años después, éramos una familia normal y corriente, bastante unida. Yo me había convertido en el protector de Sol y Luna, dos jóvenes que se pasaban el día pegadas al móvil a las que el desarrollo de su cuerpo las había hecho por fin distinguibles, al menos de cuello para abajo. Sol tenía unas tetas, casi más grandes que su propia cabeza, pero era estrecha de caderas y tenía el trasero bastante plano. Luna se había quedado con una delantera casi inexistente, pero tenía un culo grande, redondo y sin imperfecciones. Como consecuencia de aquello, Sol siempre iba por casa con un top ajustado y un pantalón de chándal largo, mientras que luna vestía una sudadera ancha y unos shorts minúsculos. Era imposible seguir viéndolas como las niñas que ya no eran, pero las seguía adorando.

Aquel verano pintaba muy bien, hasta que colgaron las notas de la selectividad. Me había quedado a un par de décimas de aprobar y ahora tendría que pasar julio y agosto encerrado en casa estudiando para volver a presentarme en septiembre. En lo referente a los estudios, mi padre era muy estricto. Desde que consiguió mi custodia siempre se ha tomado muy en serio mi educación.

La primera semana de agosto estaba marcada en rojo en nuestro calendario. Mi padre y su mujer se iban a Cancún a celebrar su quinto aniversario de boda. Siete días de tranquilidad en los que no tendría más preocupación que vigilar que las gemelas no se descontrolaran. No tenía intención de volverme loco porque era el primer interesado en aprobar, pero por lo menos podría salir de mi cuarto, porque hasta ese momento lo único que me permitían era un baño nocturno en la piscina, lo necesitaba para relajarme.

- Kevin, confío en ti.

- Lo sé, papá, os podéis ir tranquilos.

- Solo te pido que sigas estudiando y que vigiles a tus hermanas.

- Ya son mayorcitas.

- No para volver tarde. Te respetan, harán lo que les digas.

- Eso espero. Pasadlo bien.

- Gracias, hijo. Nos vemos en una semana.

Paralelamente, en la habitación de al lado, Estrella, la madre de las gemelas, les decía a sus hijas prácticamente lo mismo, que me vigilaran. Ellas asentían sin escuchar lo que les decía, tenían planes para esa semana.

Los dos primeros días fueron tranquilos. Salían por la tarde con sus amigas y volvían para cenar. En la casa reinaba el buen rollo, veíamos películas, nos turnábamos para hacer las tareas y jugábamos a algún juego. El tercer día ya no empezó tan bien. Las gemelas trajeron a casa a tres amigas y montaron un gran jaleo en la piscina que me impedía estudiar. Las observaba desde la ventana de mi habitación y una de las muchachas no paraba de mirarme poniendo morritos y me guiñaba el ojo. Cuando salió del agua y se tumbó boca abajo en la toalla con el culo mojado brillando al sol y la parte de arriba desabrochada tuve que bajar la persiana, me estaba empalmando. El conflicto gordo estaba por llegar.

- Sol: Kevin, hemos decidido cenar fuera.

- Sabéis que no os lo permiten.

- Luna: Solo hoy, de verdad. Cenamos y volvemos enseguida.

- Chicas, no quiero líos.

- L: Por favor. Nunca nos dejan hacer nada, es nuestra oportunidad.

- Como muy tarde a las once aquí, por el bien de los tres.

- S y L: ¡Gracias!

Me tomaron el pelo como a un pardillo. Pasaban las horas y no llegaban, ni siquiera contestaban mis llamadas, me estaba empezando a preocupar. Alrededor de las dos y media llegaron muertas de risa, con señales claras de haber bebido. Iban a pasar de mí, así que las mandé a la cama con la intención de meterles una buena bronca al día siguiente.

- Lo que hicisteis anoche no tiene perdón. ¿Desde cuando tomáis alcohol?

- S: Fue la primera vez.

- Claro y yo voy y me lo creo.

- S: Te lo juro.

- Me habéis decepcionado, con lo que yo os quiero.

- L: Y nosotras a ti, pero queremos divertirnos.

- Pues no será esta semana, porque ya no vais a salir más y como protestéis lo contaré todo.

Se fueron a su habitación protestando, pero no dijeron nada porque sabían que si me chivaba no volverían a salir en años. Era tan blando con ellas que tenía la intención de levantarles el castigo en un par de días, pero cambié de opinión. Me tocaba poner la lavadora y al coger la ropa que se habían puesto la noche anterior observé horrorizado que había manchas de semen en la camiseta de Sol y en el pantalón de Luna. Me cegaba la rabia y en el fondo también los celos. Fui directo a su habitación, todavía dormían en la litera, y les tiré sus prendas a la cara. Tras una dura discusión confesaron que estuvieron con chicos jugando a juegos subidos de tono, pero que ellas no se quitaron la ropa ni se dejaron tocar, solo frotar un poco.

Ni loco le podía contar a Estrella que aquello había sucedido estando ellas a mi cargo, pero tenían que pagar. No me dirigieron la palabra durante aquel día, que era el cuarto, hasta que llegó la noche.

Estaba nadando tranquilamente en la piscina cuando aparecieron. Llevaban las dos un bañador de una pieza, ni se habían molestado en recoger los bikinis del tendedero. Les dije que se fueran, que era mi único rato de tranquilidad, pero me ignoraron y se metieron en el agua. Después de un rato cuchicheando entre ellas, Sol se atrevió a hablarme. Querían que las dejara ir de compras al día siguiente, prometiendo llegar a la hora de comer. Me negué, lo que hicieron no podía quedar en nada, habían dejado que las mancillaran. No estaban dispuestas a rendirse. Se acercaron nadando hacia mí, una a cada lado. Sol se colocó a mi izquierda, apretando sus enormes tetas contra mi brazo, y Luna, a mi derecha, bajaba la mano con la que la agarraba por la cintura hasta su culazo. Ellas no tocaban fondo y las tenía a las dos colgadas, dándome besos por toda la cara para convencerme, como cuando eran niñas. Me dominaban.

- L: Porfi, Kevin, es solo ir a comprar algo de ropa.

- Tenéis que aprender la lección, lo que habéis hecho es muy grave.

- L: Solo nos divertimos.

- No podéis beber y mucho menos dejar que unos cualquiera se aprovechen de vosotras.

- S: Era un juego, nosotras no hicimos nada

- L: Y nos enfadamos con ellos, no los vamos a ver más.

- Vamos a hacer una cosa: vais de compras hasta la hora de comer y yo salgo un rato por la tarde. No contaremos nada, ¿de acuerdo?

- S y L: ¡Si!

Ellas cumplieron con su parte, llegaron pronto cargadas de bolsas con ropa nueva. Después de comer me duché y fui a casa de una chica que había conocido a través de una famosa aplicación. Llevábamos tiempo planeando ese encuentro con la idea clara de echar un polvo, pero justo ese día le bajó la regla y nos tuvimos que conformar con darnos el lote a lo salvaje. Al principio no podía dejar de pensar en la amiga de mis hermanas, en como me provocaba. Pero la cosa fue a peor, porque cuando le tocaba el culo no podía evitar pensar en Luna y cuando me dejó tocarle las tetas bajo la camiseta pensé en Sol.

La cosa iba bastante bien, estaba siendo una buena tarde, hasta que la chica me dijo que como ella no podía disfrutar, yo también me iba a quedar con las ganas. La intenté convencer para que por lo menos me hiciera una paja, pero dijo que tendría que esperar a la próxima vez. Así que volví para casa con un calentón descomunal y pensando únicamente en meterme en la piscina para bajar mi temperatura.

Al llegar a casa las gemelas estaban preparando la cena, se estaban portando bien. Después de cenar me puse el bañador para mi chapuzón diario. Era una noche tranquila, calurosa, yo flotaba boca arriba contemplando la luna llena cuando volvieron a aparecer las hermanas, sin duda tramando algo. En esta ocasión llevaban ambas un bikini nuevo más o menos de la talla de la Barbie. Se tiraron de cabeza al agua y nadaron hasta mí, repitiendo la pose de la noche anterior.

- ¿Qué queréis esta vez?

- L: Estar contigo, no seas desconfiado.

- Claro que lo soy, id al grano.

- S: Queremos salir mañana otra vez.

- ¿Más ropa?

- S: No exactamente.

- L: Tenemos una amiga que nos puede colar en una discoteca.

- Vosotras no podéis entrar en una discoteca.

- L: Por eso nos van a colar.

- Os echaran de dentro.

- S: No, porque bien maquilladas nadie sospechará.

- L: Somos bajitas, pero adultas.

- Sí, claro y yo soy Batman.

- S: Por favor, Kevin, es nuestra última oportunidad, pasado mañana vuelven.

- No me la voy a jugar, si os pasa algo me muero.

- L: ¿Por un castigo?

- No, chicas, porque os quiero, pero esta vez no me vais a convencer con besitos.

- S: Esta vez no habrá besitos. Adelante, Luna.

Y tras esa orden las dos comenzaron a besarme por todas partes mientas me metían mano. Intenté quitármelas de encima, lo juro, pero aquello era demasiado para mí, y más con el calentón que arrastraba de la tarde. Sol se quitó la parte de arriba del bikini y me ofreció sus tetas con sabor a cloro para que se las comiera. Luna se colgó de mi como un koala, metiéndome la lengua entera mientras la sujetaba del culo a dos manos. Me lamían por todas partes, se apretaban contra mi cuerpo a sabiendas de cuales era sus puntos fuertes. Tiraron de mí para sacarme de la piscina. En ese momento pude haber huido, pero aquello ya no tenía marcha atrás, mi polla me lo exigía.

Me llevaron a su habitación y nos sentamos los tres en la cama de abajo, se turnaban para besarme. Eran preciosas, la escasa luz que entraba por la ventana daba brillo a sus melenas rubias y al resto del cuerpo todavía húmedo. Una mano para cada una, sin despreciar sus partes menos desarrolladas. Las tetitas de Luna estaban tiesas, con los pezones duritos y el culito de Sol mejoraba al tacto, como un melocotón. Pero sus puntos fuertes eran los que me llevaban a la locura. Mordí el culo de Luna, metí la cara entre las tetas de Sol, las cubrí de saliva a las dos. Entonces se miraron y Luna, desnuda, se tumbó sobre su cama.

Acercó su pequeño chochito al borde de la cama y me arrodillé para degustarlo. Me pidió que tuviera cuidado, porque seguía siendo virgen, así que me limité a estimularla de forma superficial. Se lo acaricié con la palma de la mano, lo cubrí de besos, exploré sus labios exteriores, sabían a gloria, a juventud. Coloqué su clítoris entre mis labios, dispuesto a regalarle su primer orgasmo. Mientas, Sol arrodillada a mi lado me apretaba los pechos desnudos sobre la espalda y me masturbaba por encima del bañador. Me repetía a mi mismo que tenía que aguantar, primero ellas y después yo. Con los brazos por debajo de sus piernas abiertas, succioné su botoncito hasta hacerla temblar de placer. Las piernas le bailaban solas mientras gemía de gusto. Con la boca empapada de sus jugos, besé a su hermana. Era su turno.

Sol tuvo la brillante idea de subir a su cama para que le diera placer mientras me sujetaba a la escalera de la litera y Luna, desde la cama de abajo, me frotara su perfecto culo contra la polla. Parecía complicado pero fue una pasada. Con una mano me aferraba a la pierna de Sol que recibía besos y lametones en su entrepierna, con la otra sujetaba la cintura de Luna que perreaba desnuda contra mi tranca a punto de explotar. A ratos soltaba su cintura para estrujar uno de los gigantescos pechos de su hermana. Me bajé el bañador, sujeté las piernas de Sol como había hecho con su hermana para aplicarle la succión clitoriana con la que se correría, mientras daba pollazos contra el culo de Luna, chocando mis huevos contra su rajita. Cuando Sol tocó el cielo tal y como había hecho su gemela, le di un morreo a Luna para que ella también probara los fluidos.

Dejé que se turnaran mi polla durante un rato, no lo pude evitar. Se la metían en la boca, la chupaban, la recorrían con la lengua y se la pasaban la una a la otra. Les acariciaba el pelo y la carita, eran mis hermanas. Pero quería más. Algo así no podía acabar con una simple mamada, por placentera que fuera.

Había llegado el momento, les iba a destrozar el himen, desvirgarlas, hacerlas mujer, pero no todo iba a salir como lo tenía planeado.

- L: Kevin tienes que saber una cosa.

- ¿Qué pasa?

- S: Que tenemos un pacto, no follar con el mismo tío. Lo queremos cumplir.

- ¿Eso qué quiere decir?

-L: Que vas a tener que elegir a cuál de las dos desvirgas.

Tú eliges: ¿Sol o Luna?
 
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