Mi tío Álvaro – Capítulos 01 al 03

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,236
Likes Recibidos
2,351
Puntos
113
 
 
 
Mi tío Álvaro – Capítulo 01



—¿Quieres que te acerque a tu casa? —Me preguntó Ricardo observando divertido como comenzaba a recoger mi ropa repartida por el suelo de la habitación.

—Si te viene bien, te lo agradecería, —respondí sin ser consciente del gran error que estaba cometiendo—. Me gustaría llegar a casa antes de que Alex salga del trabajo, —añadí.

—Ha sido espectacular. La verdad es que siempre me has gustado mucho. Sin embargo, nunca pensé que tú y yo…

—¿Termináramos follando? —Lo interrumpí, terminando la frase por él —¿Has visto mis bragas? —Pregunté nerviosa, mirando debajo de la cama.

—¿Te refieres a estas? —Interpeló mostrándomelas en su mano, agitándolas como si se tratase de una bandera.

Yo me acerqué hasta él, momento que aprovechó para darme un fuerte azote en el culo, que hizo que me tambalease sobre mis altos tacones. Sin embargo, al sentir el recio contacto de su mano sobre una de mis nalgas, me alejé de su alcance, cogiendo antes con un rápido gesto mis bragas.

En ese momento, noté perfectamente como el semen de Ricardo comenzaba a escurrirse por mi todavía dilatada vagina. Pude sentir como calientes gotas de lefa, resbalaban por mis muslos hacia abajo. Me hubiese gustado ducharme, pero en el fondo siempre me ha dado morbo llegar así a casa.

—Tienes un coño precioso, —me indicó con esa momentánea confianza que se adquiere después de haber follado.

—Supongo que, para ti eso debe de ser una especie de halago, —comenté riéndome.

—¿Siempre lo has llevado totalmente depilado?

—Desde muy jovencita, me parece más higiénico, —le confesé.

—No sé por qué me había imaginado que tendrías el chochito con el pelo rubio.

—Pues siento haberte decepcionado. Ya has visto que no —Indiqué justo en el momento en el que me subía las bragas.

—¿Volveremos a vernos? —Preguntó Ricardo con tono preocupado.

—Me temo que, aunque quisiéramos, no podríamos evitarlo. Eres amigo de mi marido, —le comenté haciendo un gesto de resignación con las manos.

—Creo que entiendes de sobra lo que quiero decirte, —protestó con el semblante serio.

—Lo siento Ricardo, pero no volveremos a follar. Amo a mi marido y no voy a volver engañarlo. Eres un hombre muy agradable. Sin embargo, no soy de esa clase de mujeres. Lamento si en algún momento pensaste que pretendía tener un amante, —argumenté intentando buscar una excusa, como si fuera una especie de salvoconducto para alejarme de él.

—Te entiendo, Olivia. Pero me gustas demasiado para dejarte escapar sin volver a intentarlo. Ni Alex ni mi mujer se enterarían nunca de nuestra aventura, creo que ambos nos lo merecemos.

—No se trata de que se enteren, es cuestión de que yo no puedo vivir mintiendo a mi esposo, —expuse fingiendo estar a punto de llegar al llanto.

—Lo siento, Olivia. No puedo verte así, —respondió tratando de consolarme, acercándose a mi lado por detrás, para abrazarme. Sin embargo, pude notar como restregaba descaradamente su verga semi erecta, contra mi culo.

Ricardo llevaba tiempo interesado por mí, ese tipo de cosas una mujer experimentada como yo las nota enseguida. Era un hombre muy atractivo que conocía a mi marido desde que eran pequeños. Incluso habían estudiado juntos en la universidad, compartiendo además muchos amigos. Había sido precisamente en la fiesta de cumpleaños de un conocido de ambos, cuando Ricardo y yo nos dimos en la cocina de su casa, el primer beso.

Después de ese primer acercamiento entre nosotros, iniciamos un tonteo que únicamente consistía en enviarnos mensajes por teléfono. Al principio Ricardo se mostraba de forma educada y sutil, pero viendo que yo no ponía ningún tipo de reparo, fue atreviéndose cada día un poco más, elevando el tono de los mismos. Incluso en un par de ocasiones, habíamos mantenido sexo telefónico.

Me parece estar viéndome tumbada desnuda sobre mi cama, teniendo conversaciones calientes con Ricardo. Tanto nos excitábamos, que terminábamos masturbándonos, compartiendo nuestros jadeos cuando alcanzábamos el orgasmo.

Al final habíamos decidido llegar un poco más lejos. Esa tarde habíamos quedado a tomar algo con la intención de hablar sobre todo lo que nos estaba pasando. Yo le dejé precisamente este punto bastante claro por mensaje. Accedía a quedar con él simplemente con la intención de hablar. Aunque en realidad, yo era plenamente consciente de que en el fondo este requerimiento, solamente era excusa para disimular mi condición de mujer infiel.

Sin embargo, al final todo se nos había ido de las manos en tan solo un momento. Fue a los pocos minutos de vernos, justo cuando comenzamos a besarnos en aquel bar. Media hora más tarde de ese primer beso, ambos estábamos desnudos sobre la cama de aquella habitación de hotel follando de forma indecente. A pesar de ello, ahora quería marcharme de allí cuanto antes.

No es que Ricardo hubiese sido un mal amante, todo lo contrario. Me había follado con verdadera pasión, regalándome un par de intensos orgasmos. Simplemente, mi negativa para volver a estar con él se debía a que Ricardo era de esa clase de hombres a los que después de follar, mi interés se desvanece por completo.

Esa tarde cuando me vestía para acudir a ese furtivo encuentro, me conocía demasiado bien, siendo plenamente consciente que mi relación con el amigo de mi marido no iba a tener más recorrido que esa primera cita.

Después de abandonar por fin el hotel cómplice de nuestro adulterio, me acercó hasta casa en su coche. Aparcando justo al lado del portal, entonces yo me dispuse a bajar después de agradecerle el haberme traído.

Todo hubiera sido demasiado fácil de haber quedado simplemente en un furtivo polvo. Sin embargo, yo sabía de sobra que a veces los hombres se ponen demasiado insistentes y reiterativos. No obstante, estaba acostumbrada a saber torear ese tipo de envites. Ya estaba con un pie pisando el suelo de la calle, cuando de pronto le escuché decirme:

—¡Olivia, por favor! ¡No te marches así! —Exclamó con un tono lastimero y suplicante.

—Ricardo, —respondí de forma seria y seca—. Mi esposo está al llegar, si quieres lo esperamos y le contamos a él y a tu mujer, que clase de personas somos.

—Solo me gustaría que me dieras un último beso, después de eso te juro que me iré, y no volveré a insistir, —me prometió poniendo cara de circunstancias.

Aproveché un momento para comprobar que no había nadie conocido cerca. Únicamente después de asegurarme, volví a entrar de nuevo al coche cerrando la puerta. Entonces yo misma me acerqué decididamente hasta él, y juntamos nuestros labios en lo que pretendía ser el broche de oro de despedida, a nuestra breve relación como amantes.

Sin embargo, Ricardo no se iba a conformar con ponérmelo tan sencillo. Una de sus manos comenzó a tocarme los pechos por debajo del vestido. Yo abrí los ojos un instante, para volver asegurarme de que no había nadie cotilleando. Después me dejé manosear mientras continuábamos con ese último beso de despedida.

—Me encantan tus tetas —comentó sin dejar de palparlas, justo cuando separé mis labios de los suyos. —Me hubiera gustado correrme en ellas

—Podías haberlo hecho. Cuando me preguntaste donde podías correrte, te ofrecí hacerlo donde quisieras, —le recordé al tiempo que comenzaba a incorporarme de mi asiento.

—También me apetecía correrme dentro de tu coño, la tentación era muy fuerte, —comentó sonriendo, haciendo a la vez un gesto para que no me marchara todavía.

—Lo siento, Ricardo. No vuelvas a llamarme ni a enviarme mensajes, —le advertí mirándolo a los ojos y abandonando el coche.

No le di tiempo a que me respondiera, un instante después estaba dentro del portal.

Cuando entré por fin en casa, justo en el instante que iba a comenzar a desnudarme para meterme en la ducha, escuché el timbre de la puerta de abajo. Miré el reloj de mi muñeca un tanto desconcertada. Mis hijos estaban en casa de mi madre, y a Alex le faltaba por lo menos media hora para llegar.

—¿Quién es? —Pregunté por el telefonillo temiéndome lo peor, pensando que tal vez sería el pesado de Ricardo que no se daba por vencido.

—Olivia, soy yo, —respondió una voz que reconocí al instante.

—¡Tito Álvaro! —Exclamé extrañada, al mismo tiempo que apretaba el botón que abría la puerta del portal.

Mi tío Álvaro era el hermano mayor de mi padre. Al igual que mi progenitor también había estudiado derecho. Sin embargo, no había llegado a ejercer nunca pese a estar colegiado. La vida lo había llevado por otros derroteros, manteniendo un próspero negocio de importación, de una conocida marca de relojes y artículos de joyería.

Esperé un tanto expectante apoyada en la puerta de la entrada de casa, a que saliera del ascensor. Era raro que se presentara de esa forma tan imprevista en mi casa.

—¡Tito, que alegría de verte! —Exclamé intentando disimular mi sorpresa por verlo allí.

—Llamé hace cinco minutos al portero automático, pero no estabas, —me indicó a modo de saludo, sonando más como un reproche—. Pasaba por tu barrio por casualidad, y me apeteció acercarme para saludarte ¿No está Alex? —Me preguntó, dándome dos besos en las mejillas, pasando a continuación dentro de la casa.

—No, Alex está trabajando. Sin embargo, debe de estar casi a punto de llegar, —le informé al tiempo que cerraba la puerta.

—Olivia, la verdad es que cada vez te pareces más a tu madre. Por suerte has heredado su físico y no el de mi hermano, —comentó bromeando.

—Gracias, aunque no estoy segura de que a mi padre le hiciera la menor gracia escuchar tu comentario, —respondí sonriendo.

Noté que mi tío me miraba de un modo extraño. Sabía de sobra que era un hombre muy mujeriego y un tanto libertino. Yo misma lo había pillado en bastantes ocasiones mirándome el escote o las piernas, pero siempre trataba de disimular su excesivo ardor. Sin embargo, esa tarde me miraba con una pícara sonrisa en los labios, que consiguió intimidarme.

—Tengo que reconocer que siempre he sentido envidia por tu marido. No todo el mundo tiene la oportunidad de estar con una mujer tan espléndida como tú. Siempre pensé que era poco hombre para ti, pero ahora lo entiendo todo… —Alegó en un tono en él jamás lo había escuchado hablar. Todo ello sin dejar de mirarme de forma descarada, manteniendo al mismo tiempo una grotesca sonrisa en los labios.

—No entiendo tito. ¿Qué es lo que…?

—Olivia, —dijo interrumpiéndome de manera impertinente— ¿Cómo se llama el amigo de tu marido, ese que…? ¿El que estudió con él, que estuvo también en vuestra boda? Es que no recuerdo su nombre ahora.

—¿Te refieres a Ricardo? —Respondí temiéndome lo peor, pero manteniendo un tono desafiante.

—¡Ricardo, eso es…! ¡Qué cabeza la mía…!

—¿Hay algo que quieras decirme, tito? —Pregunté intentando no dejarme amedrentar.

—Creo que más bien eres tú la que debería explicarse. ¿Puedo saber por qué estabas con el amigo de tu esposo, metida dentro de su coche besándoos como dos tortolitos?

Podría haberlo negado todo, sin embargo, estaba segura de que me había visto. No había duda de ello. Negar lo evidente podría hacerlo enfadar más. Pensé que, si quería llevarlo a mi terreno, no debía de insultar su inteligencia.

—¿Y por qué se supone que tengo que darte a ti cualquier tipo de explicación? Lo que yo haga con mi vida, no es de tu incumbencia.

—Claro que lo es. Eres mi sobrina favorita, y quiero lo mejor para ti, —explicó haciéndome intuir cierta hipocresía en sus palabras—. Además, dudo de que en este momento te convenga hablarme de ese modo. ¿Qué diría tu padre o tu madre, por no decir tu esposo, si llegan a enterarse de que la dulce Olivia, es en realidad toda una puta, que se folla a uno de los amigos de su marido?

—¿Me acabas de llamar puta? ¡No lo puedo creer…! —Exclame visiblemente irritada.

—¿Se le puede llamar de otra forma a la esposa que viene de joderse al amigo del marido?

—¡Tito, no estaba follando! Te recuerdo que solo me has visto darme un beso, —respondí intentando cambiar de táctica. Fingiendo que en ese momento me sentía totalmente acorralada y avergonzada, casi a punto de echarme a llorar.

—¡Olivia, No me trates por idiota! —Exclamó casi gritando.

—Tito yo…

Entonces de un violento gesto levantó mi corto vestido hacia arriba. Yo me quedé paralizada, mientras él observaba grotescamente el color de mis bragas.

—Hueles a sexo. Estoy seguro de que, si bajara ahora mismo tus bragas, podría observar tu chochito enrojecido por haber estado jodiendo toda la tarde como una buena puta, con el amigo de tu marido ¿Te ibas a duchar antes de que viniera el cornudo de tu esposo?

—¡Tito, por favor! —Exclamé intentando bajar mi vestido— Alex, está a punto de llegar. Déjame, te lo suplico.

—¿Me estás pidiendo que no le cuente a ese cornudo la zorra que tiene por esposa?

—Tito, te pido por mis hijos que…

—¡No me hables ahora de tus hijos! ¿Pensaste acaso en ellos cuando el cipote de Ricardo penetraba tu coño? ¿Te ha follado bien? —Me interrumpió sin dejarme hablar visiblemente irritado.

Estaba claro que mi tío no iba a dejarse enternecer ni por mis lágrimas ni por mis hijos. Yo mantenía mis manos pegadas a la falda de mi corto vestido, evitando de manera decorosa, que volviera a levantarla.

Hacía pocas semanas había tenido una enorme bronca con mi esposo. Por lo visto, a su madre le habían llegado rumores de que alguien me habían visto salir de un hotel de la mano de un hombre. No era la primera vez que tenía que negarle a mi marido alguna de mis infidelidades. Sin embargo, que mi tío, alguien de mi propia sangre le fuera con este chisme, precisamente en ese momento, era de lo más inoportuno.

—¿Se lo vas a decir? —Le pregunté de forma directa.

—Eso depende de ti. Te aseguro que, si te portas bien conmigo, nadie tiene porque enterarse de lo zorra que eres en realidad. El cornudo de tu esposo me importa una mierda, —respondió sonriendo.

—No te entiendo ¿Qué es lo que quieres?

Entonces mi tío se acercó directamente a mí, y sin más preámbulo agarró una de mis nalgas por encima de la tela del vestido. Yo me quedé totalmente horrorizada, sin saber muy bien como debía de gestionar todo lo que me estaba pasando.

Sentir la mano de mi propio tío, que con más de sesenta años me palpaba de manera tan inmoral el culo. Ese pornográfico gesto, consiguió hacer que todo mi mundo en ese momento comenzara a desmoronarse.

«¿Qué pensaría mi padre, el hombre más formal y juicioso que he conocido en toda mi vida, si supiese que su hermano mayor se estaba propasando de esa forma tan indecente conmigo?»

—¿Estás queriendo decirme, que me tengo que dejar manosear para que no le cuentes nada a mi esposo? —Pregunté en tono firme y seco, pero sin atreverme a apartar su mano de mis nalgas.

—Además de guapa siempre has sido una chica muy lista, —comentó riéndose—. Veo que lo vas entendiendo y encajando perfectamente.

—¿Me estás chantajeando? Te recuerdo que eso es un delito.

Mis palabras no consiguieron acobardarlo en absoluto, surtiendo el efecto contrario. Entonces pude escuchar una profunda y desagradable carcajada, que parecía sacada del de las profundidades del mismo infierno.

En realidad, esa era su manera de darme a entender, de que no había nada que pudiera hacer o decirle, para que cambiase de opinión. «Lo tomas o lo dejas», esa era la única negociación posible.

—Te recuerdo sobrina que al igual que tu padre estudié derecho. No me hables a mí, precisamente de leyes.

—¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar con tu amenaza? —Pregunté con la cabeza agachada.

—Lo quiero todo de ti, cariño. Llevo deseándote desde hace muchos años. Te he visto muchas veces en la piscina de la casa de tus padres, con esos bikinis… Desde que eras casi una niña despertaste cierto apetito sexual en mí. He observado como te ibas convirtiendo en la mujer que eres ahora. Embobado, miraba las minúsculas braguitas de tus bikinis, notando como cada verano iba transformándose este culo tan exquisito que ahora estoy palpando. Si otros disfrutan de la puta de mi sobrina ¿Por qué no iba yo aprovecharme de la situación?

—Tito, por favor, no hagas esto… —Supliqué totalmente compungida.

Pero mis súplicas parecían encenderlo aún más, era como si disfrutara con mi tormento. Pegándose completamente a mí, con la mano que le quedaba libre comenzó a sobarme los pechos por encima del vestido. Los palpaba sin ningún tipo de delicadeza.

—¡Qué tetazas tienes, zorra! —Exclamó, intentándomelas sacar del vestido.

Todo esto me estaba superando. Era mi querido tío el que me estaba manoseando y me hablaba con ese desprecio, sin importarle nada mis propios sentimientos. Sin duda había sido una figura de total confianza desde que yo tenía uso de razón.

Pensé en su hija, mi prima Laura. Ella era algo más que una prima para mí. Tenía mi misma edad y nos habíamos criado prácticamente juntas, habiendo compartido juegos y confesiones; colegio y buena parte de nuestra juventud. Precisamente ese grotesco y obsceno hombre, que me estaba chantajeando a cambio de abusar de mi cuerpo, era el mismo canalla, al que ella llamaba cariñosamente papá.

Sin embargo, reconozco que no tuve la valentía suficiente para echarlo a la calle. Era como si me estuviese prostituyendo a cambio de que no revelara mi secreto.

No solo se trataba de mi matrimonio, que dudaba seriamente que resistiese una confesión semejante. Lo sentía profundamente por mis hijos, lamentaba la decepción que llegaría a sufrir mi padre, me sentía ofendida por la manera en la que me observaría mi suegra, como indicando: «Lo veía venir… Sabía que Olivia era una zorra, ya os lo había advertido», ella llevaba tiempo que me miraba por encima del hombro, como si intuyese o desconfiara, de que le era desleal a su hijo.

—He sido testigo, en como tus pequeños pechos comenzaban a crecer hasta convertirse en estas hermosas tetazas que tienes ahora. ¿Eres consciente de cuantas pajas te he dedicado a lo largo de todos estos años? —Continuó declarando ofensivamente todo el deseo carnal, que yo le había provocado.

Por supuesto no respondí a su capciosa pregunta. Solamente imaginarme a mi tío masturbándose pensando en mí, me ponía realmente enferma.

—¿Pero la tía…? —traté de hacerlo razonar. Intentando evocar a su esposa como si fuese una especie de ritual, creyendo que tal vez pudiera con ese sortilegio devolverlo a la realidad.

—¿Qué coño tiene que ver tu tía en todo esto? Te estoy diciendo que desde siempre os he deseado, tanto a ti, como a tu madre… Cuando mi hermano comenzó a salir con tu madre, únicamente con verla la primera vez me quedé prendado de ella. He vivido siempre enamorado en secreto de Claudia, luego llegaste tú… casi un clon de tu madre. Sé que desde ahora comenzarás a verme como un monstruo. Sin embargo, he de confesarte que me da igual… ¡Ya está bien de desearte en secreto! Quiero que lo sepas todo. ¿Piensas que sería capaz de dejar pasar una oportunidad como la que me has puesto en bandeja esta tarde? ¿Es que acaso opinas que soy un idiota?

Entonces acercó su boca a mis pechos que permanecían exhibidos de forma grotesca fuera del vestido, y comenzó a besarlos. Sentí sus labios sorbiendo mis pezones, que de modo sensible se endurecieron al primer contacto.

Yo cerré los ojos, prefería no ver aquello. Era como si no pudiese soportar la imagen de mi tío comiéndome las tetas, totalmente inclinado sobre ellas, pues yo era bastante más alta que él.

Apretando los puños noté sus labios posarse sobre los míos, me dejé besar. «¿Qué podía hacer?» Al principio cerré mi boca con fuerza, solo le permití que su lengua recorriera mis labios de forma grosera y soez. Notar la humedad de su boca me resultó casi repulsivo. No obstante, pareció no importarle en absoluto mi muestra de falta de deseo hacia él, ya que comenzó a rozar su pelvis contra la mía. Fue justo en ese momento, cuando pude sentir físicamente la enorme erección que se ocultaba bajo sus pantalones.

Sin embargo, se apartó un instante de mí con la obscena intención de levantar mi vestido por la parte delantera, después de ese gesto volvió a pegar su entrepierna, restregándose sin ningún tipo de disimulo ni reparo. Creo que, si lo hubiera dejado me hubiera follado allí mismo en el pasillo de la casa, apoyando mi espalda contra puerta de la entrada.

—Tito, —lo interrumpí apartándome de su boca—. Viene mi marido, me ha parecido escuchar el ascensor, —anuncié aterrada.

Entonces me miró como si despertara de un profundo sueño. Sus ojos estaban totalmente encendidos, como los de un animal salvaje. Sentí miedo, había tanta concupiscencia en esa mirada…

—Salvada por la campana, —bromeó—. ¡Ahora, dame tus bragas! —Me exigió a continuación.

—¿Qué? —Pregunté desconcertada ¿Alex estaba a punto de entrar en casa, y a él no se le ocurría otra cosa que pedirme la ropa interior?

—¡He dicho que me des tus bragas! —Repitió de forma tan imperativa, que no admitía ningún tipo de réplica.

Apartándome de él de un rápido movimiento de cadera, metí mis manos bajo el vestido, y agarrando el elástico de mi ropa interior, me las bajé hasta los tobillos. Sin embargo, al tocarlas comprobé que estaban húmedas, el muy cabrón me había puesto tremendamente cachonda.

Fue en ese instante cuando comprendí que me excitaba la situación, sabía que en el fondo yo era una mujer con suficiente carácter y personalidad, para haberlo echado de mi casa, desde prácticamente el primer minuto. Jamás hubiera consentido nada parecido de no haber sentido esa insana humedad entre mis piernas.

Una vez que tuve mis blancas e inmaculadas braguitas en la mano, se las ofrecí.

—¡Guárdatelas! Y ahora vete de una puta vez…

Él las miró embobado. Sin duda para mi tío tener mis bragas en su poder, era como haber conseguido una especie de trofeo. Mirándome a los ojos se las llevó a la nariz, tratando de forma obscena de impregnarse de toda la fragancia de mi sexo.

—Deseaba tanto saber como era el olor del coño de mi querida sobrina…

Después de soltar esas desafortunadas palabras, las dobló con cuidado y las guardó en el bolsillo de la chaqueta. Yo abrí la puerta, invitándolo a que se marchara.

—Bajaré por las escaleras. Ya hablaremos… —Me amenazó antes de irse.

Yo cerré la puerta con sumo cuidado, tratando de no hacer el menor ruido. Me iba a encaminar hasta mi habitación para ponerme otras bragas, ya que no quería que Alex me pillara así. Sin embargo, de pronto se abrió la puerta de la entrada. Era mi esposo que llegaba por fin del trabajo.

—Hola, cariño, —saludó acercándose hasta mí, dándome como era su costumbre al llegar a casa un beso sobre esos labios que, veinte minutos antes los habían probado a conciencia su amigo Ricardo, y tan solo unos segundos antes que mi marido, se habían dejado besar y chupar por la viperina lengua del hermano mayor de mi padre.

Minutos más tarde, ya bajo el agua de la ducha reflexioné sobre todo lo que me había ocurrido. «¿Qué estaba haciendo con mi vida? Estaba poniendo en peligro mi matrimonio, y lo que aún era peor, la estabilidad familiar de mis dos hijos».

Tenía treinta y cinco años, y en vez de aplacarme, cada vez me comportaba de una manera más inconsciente y temeraria. «Si no hubiera aceptado que Ricardo me acercase hasta casa, nunca hubiera pasado esto ¿Seré estúpida?», no dejaba de martirizarme.

No era tonta, siempre había notado la manera en que mi tío me observaba. Sin embargo, tan poco era un modo tan distinto a como me miraban otros hombres. Jamás me había molestado sentirme admirada y deseada por alguien, todo lo contrario. Asumía con normalidad que los hombres a veces no son capaces de disimular el deseo o la excitación que sienten, son muy torpes para ello. Por lo tanto, jamás le había dado mucha importancia, cuando ya de jovencita sentía las miradas libidinosas de mi tío, cuando venía de visita a casa de mis padres.

Pero ahora ya no solo se trataba de eso. Mi tío Álvaro había sido testigo de cómo había venido acompañada por un hombre, con el que además me había visto besar en su coche, y ahora quería extorsionarme con eso.

Sabía que no todo quedaría en un escabroso y libertino manoseo en el pasillo de mi casa. Estaba segura de que eso solamente había sido el comienzo de ese chantaje incestuoso, que mi tío, trataba de perpetrar conmigo.

«¿Hasta dónde sería capaz de llegar? Y lo que era peor aún… ¿Hasta dónde le permitiría yo hacerlo?».

Había sentido miedo y vergüenza al principio, cuando supe que mi tío había descubierto mi condición de esposa adultera. Después, poco a poco ese bochorno se fue transformando en rabia, cuando noté sus sucias manos sobre mis nalgas, pasando a sentirme tremendamente ultrajada y humillada, cuando escuché sus risas. Sin embargo, toda esa situación había conseguido excitarme mucho más de lo que en ese momento me permití reconocer.

Cerré los ojos dejando que el agua tibia resbalara sobre mi cuerpo, abrí mis piernas y comencé a tocarme sin tan siquiera pensarlo.

Sentí como mi vagina se tragaba dos de mis dedos en su interior con una voracidad inusitada. Estaba caliente y húmeda, pocos minutos después de comenzar a masturbarme, noté como mis piernas empezaban a temblar, obligándome a postrarme de rodillas sobre el plato de la ducha para no caerme, justo cuando comencé a sentirme invadida por un intenso orgasmo.

Cuando por fin salí de la ducha, poniéndome el albornoz miré mi reflejo sobre el espejo del baño.

«Ya hablaremos», habían sido las últimas palabras con las que se había despedido el déspota de mi tío, sonando como una incipiente amenaza.
-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,236
Likes Recibidos
2,351
Puntos
113
 
 
 
-
Mi tío Álvaro – Capítulo 02


Los siguientes días recuerdo que los pasé totalmente apesadumbrada. Temiendo en cualquier momento recibir una llamada o un mensaje de mi tío, o lo que era aún peor, encontrármelo esperándome cuando llegara del trabajo a la puerta de mi casa.

Era verdad que había conseguido excitarme, y precisamente eso me hacía sentir aún peor. Sin embargo, ahora cuando recordaba esas mórbidas escenas, donde yo de forma sumisa me dejaba humillar y manosear en mi propia casa por mi tío. Me parecía que todo había sido una terrorífica pesadilla.

Las imágenes de esa extorsión incestuosa donde yo era la víctima del chantaje de mi indecoroso tío, seguían bombardeando mi ánimo. Hasta mi propio esposo había notado que mi carácter normalmente alegre y dicharachero, no estaba en su mejor momento.

—¿Qué te ocurre Olivia, has vuelto a discutir con tu madre?

—No, para nada. Estoy bien, de verdad, —Respondía a sus preguntas, intentando disimular mi estado de ánimo.

«¿Cómo podía explicarle a mi marido cuál era el motivo real de mi preocupación?». Ni tan siquiera me podía desahogar con mi mejor amiga, Sandra. Ella era la persona con la que más confianza tenía, ya que era conocedora e incluso coartada de alguna de mis infidelidades. Pero explicarle todo lo que me estaba pasando con alguien de mi propia sangre, me parecía demasiado fuerte. Aunque al final sabía que más tarde o más temprano, terminaría por contárselo todo.

Reconozco, que temía que mi infidelidad con Ricardo saliera a la luz. Me daba miedo enfrentarme a un divorcio casi seguro, ya que la vida junto a mi marido me resultaba tremendamente cómoda. Alex siempre había sabido ofrecerme un nivel de vida muy confortable, renunciar a todo lo que habíamos construido juntos, se me hacía bastante duro.

El buen sueldo de mi marido, me había permitido que dejara un trabajo bien remunerado debido a mis estudios universitarios, por otro mucho peor pagado, trabajando en este caso como dependienta de un pequeño comercio en el centro de la ciudad, algo que me encantaba.

Confieso que alguna vez incluso había llegado a pensar en separarme de Alex, pero hacerlo con la pátina de haberle sido infiel además con uno de sus amigos, era algo que me producía bastante bochorno. Sobre todo, cuando pensaba en mi padre. Mi relación con mi progenitor siempre había sido especial. A sus ojos yo era casi perfecta. Imaginar el desengaño que se llevaría cuando supiera mi forma de actuar, era algo me avergonzaba y me dolía a partes iguales.

Según iban pasando los días sin saber nada del viejo verde de mi tío, me llegó incluso a hacer creer de manera optimista, que quizá se hubiera arrepentido, por haberme obligado a someterme a su vil chantaje.

Aquel domingo fuimos a comer a casa de mis padres, a mis hijos siempre les gustaba ir en verano a pasar el día al chalet de los abuelos, incluso muchos fines de semana se quedaban a dormir allí. Además de bañarse en la piscina podrían jugar en el jardín.

—Olivia, cariño. Cuanto me alegro de verte, —me saludó afectuosamente como siempre mi tía Maite.

Yo me quedé paralizada al verla frente a la puerta del jardín. En ese momento fui consciente de que irremediablemente también estaría su esposo, mi tío Álvaro.

—Hola, tita. Qué guapa estás, —respondí disimulando como pude mi zozobra, dándole a la vez dos besos en las mejillas.

De haber podido me habría dado la vuelta en ese mismo momento.

Bajo el toldo del jardín, vi de lejos a papá acompañado de mi tío Álvaro. Ambos estaban hablando de forma amigable compartiendo una botella de vino. Los había contemplado durante toda mi vida tantas veces de ese modo...

Mi tío era un hombre apacible y afectuoso; amante de una buena conversación y sobre todo muy familiar. Yo siempre lo había adorado.

Me costaba tanto reconocerlo ahora… «¿Cómo podía ser que ese hombre que conversaba con una copa de vino en la mano riendo junto a papá, pudiera haberse comportado de un modo tan ruin con su propia sobrina?»

Volver a verlo hizo que automáticamente se me despertara de nuevo una gran ansiedad. En un instante tenía la boca seca, me encontraba muy nerviosa e incluso pude notar, como mi corazón se aceleraba y mi respiración comenzaba agitarse.

—¿Estás bien? Te noto mala cara, — me advirtió mi madre al verme llegar, como siempre tan observadora en los gestos de todos.

—Sí, anoche no descansé del todo bien y la verdad es que estoy un poco revuelta, pero ya estoy mejor, —respondí intentando disimular mis temores.

—¿No será que estás embarazada? Recuerdo cuando yo estaba en cinta de tu prima Laura, de repente me quedaba blanca como la pared y comenzaba a sudar, —explicó, mi tía Maite.

—No tita, de verdad… Estoy bien, —insistí acercándome hasta donde estaba mi padre acompañado por ese diablo que era mi tío.

—¡Olivia! —Exclamó mi padre sonriendo, haciéndome una seña para que me acercara a besarlo.

Ya no había escapatoria, allí estaba yo temblando y tratando de disimular, mientras me acercaba hasta donde estaba papá, acompañado de mi verdugo.

Por primera vez cruzamos nuestra mirada. Él se mantenía firme, incluso creo que me pareció vislumbrar una socarrona sonrisa en esos labios, que unos días antes habían mancillado mis pechos y mi boca.

—Hola, papá. Me alegro de verte, —saludé con afecto dándole dos sonoros besos.

—Hola, preciosa, —respondió esperando que se acercaran también los niños para saludarlo.

Luego obligada por las circunstancias, me acerqué hasta donde estaba mi tío. Tratando de imitar el mismo gesto que había tenido con papá, me agaché dándole dos besos en las mejillas, que casi se me atragantaron en la boca.

—Hola, tito, —comenté en un tono neutro y sin sentimiento.

Sentí sus besos en mis mejillas como si me quemaran, como si se clavarán desgarrando mi piel.

—¡Olivia, cuánto tiempo si verte…! ¿Sigues trabajando en esa tienda del centro? —Preguntó, mirándome con sus ojos claros y fríos como el hielo.

Moví afirmativamente la cabeza, ni siquiera pude responder su pregunta.

«Hijo de la gran puta», pensé sujetando mi sonrisa, para que papá no se enterara del espanto, que su hermano me producía.

No volví a mirarlo en todo el día. Temía encontrarme con su burlona sonrisa y ese sarcástico brillo, que a mí me parecía observar en sus ojos.

—¿No te bañas en la piscina hoy? —Me preguntó mi madre extrañada, sabiendo cuanto me gustaba nadar.

—No, no me apetece. Quizás más tarde, —traté de justificarme.

—¿Quieres que mañana te acompañe al médico para solicitar una analítica?

—Claudia —le respondí a mi madre llamándola por su nombre propio—. Estoy bien, de verdad.

Fui incapaz de moverme de la silla durante toda la tarde. Temía encontrarme con mi tío a solas. Sabía que ese encuentro tarde o temprano tendría que producirse, y cuanto más tiempo pasaba más temía que llegara el momento. «Allí no, en casa de mis padres no», me repetía a mí misma.

—Voy un momento al servicio, —comenté a mi madre que estaba justo a mi lado.

Entonces me encaminé hasta la casa con la esperanza de que mi tío no se hubiese percatado de mi ausencia.

Hay escenas que no se olvidan nunca por mucho tiempo que pase. Recuerdo que estaba sentada en el retrete del baño de la planta de abajo, con las bragas en los tobillos haciendo pis. Cuando de pronto, escuché un golpe de nudillos contra la puerta que, por suerte, me había asegurado de cerrar, echando el pestillo.

—Está ocupado. Un momento…—Grité nerviosa, limpiándome la vagina con un trozo de papel higiénico.

Del otro lado nadie respondió, por lo que supuse que sería alguien que pretendía ir al baño, y al ver la puerta cerrada quería asegurarse de que estaba ocupado. «Habrá ido al baño pequeño», pensé.

Pero justo cuando quité el pestillo, alguien empujó desde el otro lado abriendo la puerta.

—¿Tenías ganas de verme, sobrina? —Me preguntó mi tío con voz áspera y socarrona.

—¡No, aquí no! —Exclamé con cierto pavor en mis ojos.

Sin embargo, mi súplica cayó en saco roto. Un segundo después, noté como sus manos me empujaban hacia dentro del baño, impidiéndome salir.

—¿Por qué no? Aquí en casa de tus padres es más morboso aún, —comentó acorralándome contra la pared, como un depredador sabe arrinconar a su presa.

Tragué saliva y cerré los ojos, solo deseaba que el tiempo pasara cuanto antes. Pensé que, si no me resistía demasiado, todo terminaría antes.

En el fondo sabía que mi tío era una especie de sádico que cuanto más afligida me viera, más disfrutaría.

En ese momento noté como una de sus manos se colaba directamente y sin más preámbulos por debajo de mi falda, palpando como si le perteneciera en propiedad, directamente mi coño por encima de mis braguitas.

—Ábrete de piernas, —me indicó de modo categórico y autoritario. Pegando tanto su boca tanto a la mía, que pude notar en su aliento, un fuerte aroma al alcohol que terminaba de ingerir conversando con papá.

Abrí mis piernas obedeciendo, mientras notaba como volteaba mis bragas hacia un lado con sus dedos, y me tocaba directamente el sexo.

—Así me gusta, putita. Me agrada ver que vas aprendiendo a someterte. Este chochito ahora es mío, y puedo hacer con él cuanto me plazca.

Sus dedos recorrieron toda mi rajita, luego los colocó frente a la entrada de mi vagina, empujando hasta que se perdieron dentro.

—Qué buen coño tienes, putita. Está calentito y húmedo. Te estás poniendo cachonda, lo noto, —aseguró riéndose con su boca pegada a la mía.

—¡No! —Negué—. ¡Odio que me toques! ¡Eres un cerdo! —Comenté mirándolo a la cara, mintiéndolo a él, e intentando al mismo tiempo engañarme a mí misma. En esos momentos era consciente de que estaba tremendamente excitada, sintiendo el calor de los dedos de mi tío, moviéndose dentro del interior de mi coño.

—El otro día cuando estuve en tu casa estoy seguro de que estabas caliente como una perra.

—¡No, no estaba excitada! ¡Me das asco! —Exclamé asustada y enfadada conmigo misma, por estar disfrutando con todo esto.

—¿Y por qué estaban las braguitas que me diste tan mojadas? —Preguntó con una burlona sonrisa, imborrable en su rostro.

—¿Es qué no te enteras? ¿Tan listo que piensas que eres y, sin embargo, hay que explicártelo todo? Venía cachonda de estar con Ricardo besándome en su coche. ¡Idiota! ¿Acaso pensabas que mis braguitas estaban mojadas por ti? —Le pregunté riéndome de él—. ¡Pobre iluso…! ¡Tú solo eres un viejo mamarracho! ¿Cómo una mujer como yo iba a sentirse atraída por una cucaracha como tú? —Añadí con todo el desprecio que fui capaz de desplegar contra él. Intentando hacerle el máximo daño. Incluso recuerdo que estiré mi espalda todo lo que pude al mismo tiempo, para que la diferencia de estatura entre ambos, fuera todavía más evidente.

—Sin embargo, aquí estás… abierta de piernas dejándote meter dos dedos en el coño por este mamarracho, mientras tu marido y tus hijos están ahí fuera. Eres una puta, Olivia.

—¿Tengo acaso otra opción? —Le pregunté con cara de rabia.

—Vete al jardín con tu marido, si quieres. Te juro que no le diré nada. En el fondo siempre has sabido que no me atrevería a contar nada, —me confirmó al mismo tiempo que sus dedos comenzaban a follarme, entrando y saliendo de mi sexo de manera implacable.

Sin duda esa fue la mayor humillación que me profirió mi astuto tío en todo este alocado juego de incesto y dominación. Porque en lugar de darle un empujón y salir de allí en ese momento, decidí quedarme quieta, con mi espalda apoyada en una de las paredes del baño, mientras abría mis piernas aún de forma más notable y cerraba mis ojos.

—Lo sabía, zorra… —Dijo riéndose sin dejar de masturbarme.

—¡Ah…! ¡Ah…! —Comencé a jadear sin ser consciente casi de ello.

Nunca olvidaré el sonido de sus dedos chapoteando, al entrar y salir de mi húmedo chochito. Estaba tremendamente caliente, solo quería que me follara allí mismo, ya no me importaba nada. Únicamente quería sentirme muy puta.

—Dime que te gusta. ¡Vamos, atrévete a decirlo!

Yo me quedé cayada, una cosa era disfrutar en silencio y otra muy distinta era reconocer algo así. «Todavía me queda un mínimo de dignidad», pensaba con los ojos cerrados, como si no quisiera verlo de frente.

Hubiera preferido mil veces que hubiera seguido tocándome con la excusa del chantaje, de esa forma me quitaba el complejo de culpabilidad por estar deseosa de estar allí, encerrada con mi tío metiéndome mano en el cuarto de baño de la casa de mis padres.

—¡Vamos, puta! Quiero escuchártelo decir por esa boquita. Si no lo haces, sacaré mis dedos y te dejaré con este tremendo calentón que tienes, —me amenazó.

—¡Me gusta! —Chillé sin darme cuenta de que estaba en casa de mis padres—. Me gusta mucho, tito. Me encanta como me tocas, —solté al fin reconociéndolo con alivio.

Una vez que admití abiertamente estar disfrutando, como si ya no hubiese razón para disimular. Abrí los ojos, y agachándome un poco, acerqué mis labios a los suyos y comencé a besarlo.

Su lengua, esa que tanta repulsión me había dado unos días antes cuando lamía de forma soez mi cuello y la comisura de labios, ahora entraba en mi boca pareciéndome deseablemente húmeda. Fue un beso muy apasionado, ambos estábamos hambrientos de la boca del otro.

—No dejes de besarme, tito, —le indicaba ansiosa por no despegar mis labios de los suyos.

Mi orgasmo estaba a las puertas de llegar, mi tío como hombre experimentado que era lo notó al instante, acelerando y profundizando aún más con sus movimientos.

—Córrete, cariño, —me incentivo—. Enséñale a tu tío la cara de puta que pones cuando te corres.

—¡Ah...! ¡Ah…! ¡Me corro! ¡Me corro, tito! ¡Me corro mucho…! —Exclamaba sintiendo un intenso orgasmo acorde a la enorme excitación que sentía en esos momentos.

—Muy bien, mi niña. Estás preciosa cuando te corres. No te imaginas cuantas veces he soñado con ver esa carita de zorra, —me animaba sin dejar de meterme mano.

—¡Qué gustito, tito! ¡Ah…! ¿Te gusta? ¿Te gusta que sea tan zorra? —Preguntaba con enorme dificultad entre jadeos, sin ser realmente consciente de todo lo que estaba soltando por la boca.

Justo unos segundos más tarde de esos intensos e inolvidables momentos, mi espalda fue resbalando contra la pared, hasta que conseguí sentarme en el suelo, que estaba totalmente empapado debido a la gran cantidad de fluidos vaginales que habían ido resbalando de forma incesante cayendo por mis muslos.

Cuando por fin abrí los ojos intentando volver a realidad, mi tío ya no estaba. Ni siquiera me enteré en que momento me había dejado sola, pero sin duda agradecí su ausencia.

Intenté recuperar la calma, mis piernas seguían temblando y casi eran incapaces de sostenerme. Unos minutos después, me vi caminando por el jardín casi de manera autómata.

Mi menté sufría una especie de bloqueo, que únicamente me permitía hacer las tareas más básicas. Era como si quisiera cerrarse al enorme arrepentimiento y vergüenza, que en esos momentos rondaban amenazantes alrededor de mi cabeza.

—Alex —dije poniéndome frente a mi esposo, que me miró al ver mi aspecto totalmente contrariado—. Llévame a casa, me encuentro algo mareada.

A pesar de encontrarme agotada, sobre todo mentalmente, esa noche no pude dormir apenas. Era indecente todo lo que estaba comenzando a sentir por mi impúdico tío.

En esos momentos mi moral no aceptaba el incesto como una práctica sexual libre y honesta. Mis prejuicios morales pesaban como una losa sobre mis propios valores de conciencia.

«¡Por Dios, Olivia…! ¿Cómo podía ser que me sintiera tan insanamente atraída, por las depravadas y viciosas prácticas de mi propio tío?».

Había engañado a mi esposo con multitud de hombres a lo largo de casi veinte años de relación, en los que jamás había sentido ningún tipo de arrepentimiento por ello. Viviendo mi condición de esposa infiel con toda la naturalidad del mundo, como si fuera un derecho que me perteneciera. Sentía que el adulterio formaba parte de mi esencia y, por lo tanto, hacía muchos años que no trataba de luchar con lo que pensaba que era mi propia naturaleza.

Además, mi personalidad y mi físico me lo ponían bastante sencillo. Era una mujer atractiva que sabía atraer las miradas y los deseos de hombres muy interesantes, y yo, necesitaba y merecía sentir los besos y las caricias de dichos hombres.

Pero notar ese inmoral deseo por el hermano mayor de mi padre, alguien de mi propia sangre que, además había tratado de aprovecharse de mí, chantajeándome, lo percibía como algo casi monstruoso y aborrecible. Toda esa carga de espanto y de desaprobación que me invadía por cualquier tipo de relación incestuosa, venía de mi adolescencia.

Durante años había experimentado una nociva y casi enfermiza atracción hacia mi padre. Mi relación con él siempre ha sido muy especial, sin duda, de todos mis hermanos yo soy su hija favorita. No obstante, jamás había pensado que en toda esa proximidad que sentía por mi progenitor, hubiera ningún tipo de filia sexual.

Fue durante las vacaciones de mi primer año de instituto cuando empecé a percibir ciertas muestras de atracción sexual hacia mi propio padre. Recuerdo que ese verano mi madre se había empeñado en que visitáramos Marruecos. Aquella mañana íbamos en un pequeño autobús para turistas, en dirección al yacimiento romano de Volubilis.

Yo había discutido con mi hermano, y mi padre intentando poner paz de por medio, me ordenó cambiarme de sitio sentándome a su lado. Poco a poco se me pasó el enfado mientras papá, sentado al lado de la ventanilla me iba explicando cosas del paisaje que se divisaba durante el trayecto.

—Mira Olivia, ese es el Monte Zerhoun, justo ahí, a los pies de esa montaña es donde vamos.

Yo miraba embobada mientras él me contaba historias sobre una ciudad santuario, que había justo al lado.

—Siéntate aquí, podrás divisar mejor el paisaje, —me indicó señalando sus piernas.

Yo dudé un instante, ya no era una niña pequeña, e ir sentada sobre el regazo de papá, me parecía algo muy infantil, sin embargo, me maravillaba tanto escuchar sus explicaciones que terminé accediendo.

Levanté inconscientemente mi falda y me senté sobre las piernas de mi papá. Entonces de forma fortuita comencé a percibir el calor de su cuerpo directamente sobre mis muslos, y lo que era peor, sobre mis glúteos.

Aún consigue excitarme esa inolvidable sensación, en la que, por primera vez en mi vida, el contacto con mi padre me excitó enormemente. Me puse tan peligrosamente cachonda, que incluso llegué a sentir miedo de que él pudiera notar, la palpable humedad que en ese momento desprendían mis braguitas.

Desde ese día, experimenté en muchas ocasiones situaciones de ese tipo, deseando y temiendo a la vez, terminar desnuda algún día en la cama con papá.

Creo que fue entonces cuando desarrollé esa filia que me llevó durante mi adolescencia y buena parte de la juventud, a mantener relaciones con multitud de hombres maduros y casados. Siempre buscando un perfil de hombre inteligente, atractivo e interesante.

Puede que, en realidad con esa búsqueda incesante de hombres maduros, tan solo intentara calmar el irrefrenable estímulo de sentirme atraída por mi propio padre.

Eso únicamente fue el descubrimiento de un impulso que siempre me reproché y del que me sentí enormemente avergonzaba y que, sin embargo, me era muy difícil de poder controlar. Quizá por ese motivo volver a experimentar algo parecido a lo que me estaba ocurriendo en esos momentos con mi tío, era algo que se escapaba fuera de mi control.

Era extraño, el cúmulo de sensaciones que experimenté durante aquellos días. Cuando estaba en casa temía a cada momento escuchar el timbre de abajo, deseaba no recibir mensajes. Pero lo peor de todo es cuando salía de trabajar… Según me acercaba hasta casa, mi ansiedad crecía a pasos agigantados, temiendo que mi tío me estuviese esperando junto al portal, o encontrármelo de frente al doblar cualquier esquina.

Sin embargo, eso no era lo malo. Lo peor no era el miedo de encontrármelo, lo que verdaderamente torturaba mi mente, era la enorme decepción que padecía cuando comprobaba que él tampoco estaba esa tarde allí. Sin duda, todo esto me estaba volviendo completamente loca.

Hubiera sido más fácil haberme creído el chantaje, y haber accedido a estar con mi tío para salvar mi matrimonio. Sin embargo, a esas alturas ya era plenamente consciente de que esa excusa en el fondo nunca me la había llegado a creer en ningún momento.

La realidad era mucho más morbosa, deseaba acostarme con mi tío.

Era sábado por lo tarde y había ido con mis hijos al parque que hay cerca de mi casa. El mayor tenía en esa época ocho años y el pequeño estaba a punto de cumplir los seis.

Recuerdo que Carlos jugaba con otros niños montando a los columpios, mientras su hermano se divertía con la arena, a la vez que yo permanecía atenta vigilando sentada en un banco cercano a ellos.

—Hola, Olivia, —escuché atónita la voz de mi tío mientras se sentaba a mi lado.

—Hola, —saludé con un hilo de voz que no estoy segura de que él llegara a escuchar.

—Bonitas piernas, —dijo poniendo una mano sobre una de mis rodillas, sin molestarse ni tan siquiera en calentarme.

—¡Tito, por favor! Aquí no… Los niños… —protesté de forma dubitativa.

—Los niños están jugando, —alegó mientras ascendía con su mano por mi muslo—. No te preocupes, a esa edad todavía no son conscientes de la degeneración que sufrimos los adultos.

—No me siento cómoda… además, cualquiera podría ver cómo me tocas, —alegué.

—Sé que eres como yo. El riesgo es un incentivo que todavía consigue excitarte más. El otro día en casa de tus padres mostraste tu verdadera cara. Jamás he visto a un coño expulsar esa corrida.

Yo miré al suelo avergonzada, sus observaciones eran tan irrefutables que me era imposible negar algo tan evidente. Ese domingo en casa de mis padres, mi tío había conseguido ponerme verdaderamente cachonda, habiendo experimentado a continuación un extraordinario orgasmo, acorde con el grado de excitación que tenía.

—¿Te avergüenzas? —Preguntó con su mano oculta totalmente ya, por la tela de mi vestido.

—Sí, ojalá pudiera volver atrás. No ha pasado un solo minuto que no me haya arrepentido, por haberme comportado de esa forma.

—Pese haberte arrepentido, no parece que pongas ningún tipo de pegas, por dejarte manosear a la vista de cualquiera en el parque, —comentó riéndose.

—Si me dejo toquetear por tus sucias manos, ya conoces la razón… —contesté con rabia.

—Ah, ¿sí? ¿Puedes decírmela?

—La causa de subyugarme a tus enfermizos caprichos, es por el vil chantaje al que me tienes sometida. El motivo son esos dos niños. Ellos no tienen culpa de nada… —respondí simulando estar compungida.

—Olivia, te prometí el otro día en el baño de casa de tus padres, que tu secreto está a salvo conmigo. Te juro que hagas lo que hagas, no le contaré nada a tu marido.

—¿Es que acaso te satisface pensar que me entrego a ti voluntariamente? No seas iluso…

—¿Prefieres engañarte a ti misma creyendo que deseas estar conmigo coaccionada, antes de reconocer lo zorra que eres?

—No soy ninguna zorra. Lo de Ricardo fue un hecho puntual. Nunca había engañado antes a mi marido, —mentí.

—Eres una puta y tu marido un cornudo, asúmelo, —comentó rozando con la punta de sus dedos mi conejito, por encima de mis bragas.

—Estate quieto, tito. Por favor te lo pido.

—¿No te gusta sentir los dedos de tu tío tan cerca del coño?

—Están los niños ahí delante. Esto no está bien...

—¿Te gusta que te toque?

—¿Es que disfrutas humillándome? —Pregunté para no tener que responderle.

—Reconócelo, —Me pidió

—¡Está bien…! ¡Estoy cachonda! ¿Es eso lo que quieres oír?

—Ya lo noto, cielo. Puedo sentir lo puta que te pones en la humedad que desprenden tus bragas, —comentó riéndose, incentivando aún más sus caricias sobre ellas.

—El lunes… estaré toda la tarde en casa ¡Ah…! ¡Estaré sola… ¡Ah…! Pediré la tarde en el ¡Ah… joder, tito como me tienes…! Pediré la tarde libre en el trabajo, —Informé con dificultad entre jadeos.

—¿Te gustaría que me presentara en tu casa?

—Sí…

—¿Pídemelo? —Casi me exigió.

—¡Tito, quiero que vengas a follarme a casa!

—¡Así me gusta! Dime lo que eres, Olivia

Yo me quede cayada, en el fondo me daba mucho pudor reconocerlo abiertamente delante de mi querido tío. Sin embargo, estaba muy excitada y entregada; me sentía tan sumisa y doblegada, que en esos momentos solo buscaba que él estuviera orgulloso de mí.

—¡Una puta, tito! ¡Soy una puta!

Entonces, él sacó la mano con la que me había estado acariciando el coño, y me hizo una afectuosa caricia en la cara, como aprobando mi comentario, tratándome como si en realidad fuera una niña. Luego recorrió mis labios con su dedo índice, que yo besé con enorme agrado.

—Tengo que irme, cariño, —comentó levantándose y dándome un sutil beso en los labios. Un segundo más tarde desapareció de la misma forma que había llegado.

Yo miré a mis hijos que seguían ensimismados en sus inocentes juegos, entonces no pude evitar echarme a llorar de manera desconsolada.

Mi vida era perfecta… sin duda lo tenía todo para poder ser la mujer más feliz de este mundo. No me faltaba de nada: un atento esposo, buenos trabajos, dos hijos sanos… Sin embargo, en esos momentos mi mayor deseo era convertirme en la amante y en la puta de mi propio tío.
-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,236
Likes Recibidos
2,351
Puntos
113
 
 
 
-
Mi tío Álvaro – Capítulo 03

Desde el mismo momento, que siendo una adolescente había comenzado a sentir deseos sexuales hacia mi propio padre, había intentado rechazarlos, negándome mis propios e inmorales sentimientos hacía papá.

De jovencita, en los momentos más álgidos cuando me estaba masturbando, me veía a mí misma como si fuera una película en la que yo era la protagonista.

Me imaginaba estar a cuatro patas sobre la cama, por detrás había un hombre maduro sin rostro. Al principio no me atrevía a ponerle cara, prefería ignorar quien era y hacer como que no lo conocía. Sin embargo, en el fondo sabía de sobra que ese hombre que me follaba con suma intensidad desde atrás, era papá. Mientras me jodía sin ningún tipo indulgencia, me propinaba fuertes azotes en el culo, como una especie de castigo que yo achacaba por haber sido tan puta.

Me corría como una loca con mis propios dedos sobre una toalla que previamente había puesto sobre la cama, para no manchar las sábanas. Luego, cuando poco a poco cobraba la serenidad, intentaba olvidarme de todo. Haciendo como que no había ocurrido nada. «¿Cómo la hija perfecta iba a tener ese tipo de deseos tan aberrantes?»

Recuerdo aquellas tardes de verano, mientras mis hermanos jugaban haciéndose aguadillas en la piscina, papá leía el periódico a la sombra mientras yo me situaba frente a él, tomando el sol en una tumbona.

Todavía mis pechos no habían adquirido el volumen actual, pero comencé hacer top les al igual que siempre le había visto hacer a mi madre en la playa o en la piscina. Recuerdo que ella llamaba cariñosamente a mis senos, como sus melocotoncitos, apelativo que yo odiaba.

Yo fingía estar dormida en la tumbona, mientras ponía toda clase de posturas para intentar llamar su intención de forma obscena. A veces me excitaba tanto imaginar como su pene se agrandaba al contemplar mi cuerpo, que me daba miedo que la braguita de mi bikini se oscureciera con una mancha de humedad, acusándome de estar cachonda. Entonces me tiraba a la piscina para mojarme completamente y disimular mi estado. Segundos después, salía del agua estratégicamente por la escalera que estaba justo al lado de donde leía plácidamente papá, para volver a tumbarme a continuación y seguir tomando el sol.

Desde que me convertí en una mujer, he sido totalmente condescendiente e indulgente conmigo misma, perdonándome casi cualquier cosa. Habiendo follado con multitud de hombres, seguramente para ojos de la mayoría su número haya sido excesivo e impropio para una mujer casada y respetable. Habiéndome incluso acostado con los esposos o parejas, de algunas de mis amigas; con familiares y amigos de mi propio marido; con mi jefe, con profesores de la Universidad; con amigos de mi papá, e incluso, con el padre de una amiga, cuando todavía no era más que una adolescente…

He practicado innumerables tríos, buscando continuamente a lo largo de mi vida situaciones con morbo. En las que reconozco que muy pocas veces me arrepentí de algo. Eran experiencias que disfrutaba, sin ningún tipo de filtro moral. Ser honesta y leal en el ámbito sexual me daba igual, la cuestión importante era simplemente parecerlo a ojos de los demás.

Para la mayoría de las personas, siempre fui una chica ejemplar, excelente estudiante y buena hija que nunca daba problemas de nada. De ser la novia maravillosa pasé a ser la esposa envidiada, siendo un poco más adelante la madre perfecta. Poca gente de mi círculo más próximo sabe realmente qué clase de mujer soy, podría asegurar que casi únicamente los hombres que he tenido entre mis piernas, son los que han conocido una parte de mí, oculta para el resto.

Me toleraba casi cualquier tropiezo, cualquier inconfesable fantasía. Yo solo me rendía cuentas a mí misma. Siendo siempre bastante tolerante, condescendiente y flexible con mis propios actos.

Sin embargo, el incesto no entraba dentro de mi amplia moral. Podía transigir con casi todo lo demás: infidelidad, orgías, tríos, sumisión… Sin embargo, follar o incluso desear a alguien de mi propia sangre, me parecía lo más abominable, deleznable y aberrante, que un ser humano podía realizar.

Por eso llevaba casi dos décadas negando el anhelo y las fantasías que una parte de mí sentía hacía papá, y ahora estaba dispuesta abrirme de piernas para dejar que mi tío me follase. «¿Qué me estaba pasando?».

Era como si todo mi mundo se tambaleara. Deseaba acostarme con mi tío, sentía tanto morbo por hacerlo, que no había podido evitar invitarlo a venir a mi casa, siendo plenamente consciente de lo que pasaría esa tarde.

Cuanto más pensaba en mi tío, más cachonda me ponía. Sin embargo, cuanto más lo deseaba, más me odiaba a mí misma por hacerlo.

Ese inolvidable fin de semana pasé por toda clase de momentos y de emociones. Había ratos que deseaba llamarlo por teléfono y pedirle que no se le ocurriera venir, varias veces apagué el teléfono esa tarde para volver encenderlo a los pocos minutos.

También tuve momentos de notar mi coño tan excitado, que me molesta hasta caminar. Pasando de la aceptación al arrepentimiento, del llanto a la risa, o del deseo a la apatía en cuestión de segundos.

Me imaginaba abierta de piernas jodiendo con mi tío en mi propia cama. El miedo que me invadía no era por suponer en cómo me sentiría antes o mientras follaba con él, lo que me daba verdadero pavor era no saber, como me sentiría en frío cuando todo pasara.

Temblaba, solo con sospechar como podría verme a mí misma después de haberme acostado con alguien de mi propia sangre. Sabía con certeza que los estados de excitación siempre son viajes de ida y vuelta, y yo, temía precisamente el regreso de ese insólito viaje.

«¿Volvería a ser la misma? ¿Podría volver a mirar a mi padre a la cara? ¿Cómo actuaría cuando tuviera a mi querida prima delante? ¿Me sentiría denigrada como mujer?» Cientos de preguntas asaltaban mi cabeza, cuando me levanté por fin el lunes de la cama.

A primera hora de la mañana llamé a mi jefe para decirle que lo sentía mucho, pero que solo podría ir a trabajar por la mañana. Inventé la excusa de que me había surgido una reunión muy importante con uno de los profesores de mis hijos, y no podría abrir la tienda por la tarde. Tal y como sabía, mi jefe no me puso ninguna objeción al respecto. A mi madre le pedí, que fuera ella a recoger a mis hijos al colegio. Asegurándole, que yo saldría tarde del trabajo y que no me daría tiempo. «Luego pasará Alex a recogerlos por tu casa, a última hora de la tarde», le indiqué.

Cuando cerré por el mediodía la tienda, antes de marchar a casa decidí pasar por el centro comercial. Me apetecía comprarme algo de ropa, ya que salir de comprar siempre me ha relajado.

Sin embargo, cada vez que me probaba un vestido o una minifalda y me miraba en el espejo del probador, me imagina que cara pondría mi tío Álvaro si me viera así vestida. Por lo tanto, salir de compras no consiguió sacármelo de la cabeza en ningún momento.

Ni siquiera había quedado con él a una hora en concreto, tampoco había confirmado que iría esa tarde a mi casa, cuando yo de forma sumisa y tremendamente excitada se lo había pedido ese sábado en el parque.

No obstante, yo estaba convencida de que la cita con mi tío seguía adelante, y una vez que estuve por fin en casa, esperé a que sonara el timbre de abajo anhelante y nerviosa.

Después de ducharme, cambié las sábanas de mi cama y comencé a vestirme para él. Es algo que siempre me ha fascinado en cada una de mis infidelidades, vestirme y prepararme para encontrarme con un amante.

Quería estar perfecta, me puse unas medias negras con eróticas blondas que contrarrestaban con mi claro tono de piel, luego me puse una estrecha minifalda que me había comprado esa misma tarde con estampado de leopardo. La falda era tan corta, que al caminar dejaba de ver unos centímetros la blonda del encaje de mis medias.

Elegí un tanga con un precioso calado en la parte delantera también de color negro, en la parte de arriba elegí una camiseta blanca muy ajustada que se acoplaba perfectamente sobre mis grandes pechos, marcando de forma poco sutil mis pezones. Había decidido que como casi siempre, no llevaría sostén.

Una de mis dudas razonables ese día, era si debía ponerme zapatos con tacón. Pues soy una mujer bastante alta que, con tacones, podía sacarle perfectamente más de media cabeza a mi tío. Al final me decidí por unas preciosas sandalias negras con alto tacón. Sin duda, uno de mis grandes fetiches es que siempre me ha costado follar sin los zapatos puestos.

Me miré al espejo de mi vestidor mientras me daba los últimos retoques, peinando mi corta melena rubia, maquillándome sutilmente con una sombra, que hiciera resaltar el claro color de mis ojos, y pintándome para terminar los labios, con un llamativo color burdeos.

Miré la hora ansiosa en el reloj de mi muñeca. «Las cuatro y media». Mi tío seguía sin dar señales de vida. Tenía su número de teléfono en mi agenda, sin embargo, me negaba a llamarlo con cualquier excusa.

Me sentía ridícula esperándolo de esa forma tan ansiosa. Él era un hombre que sobrepasaba los sesenta años con escaso atractivo físico. Por lo tanto, me parecía absurdo que fuera precisamente yo la que más interés y deseo sintiera por ese encuentro.

«Él se lo pierde», me repetía comenzando a sentirme decepcionada. Fui hasta la cocina a por hielos y me serví un gin tonic. Luego me acerqué al salón y puse música intentando distraerme.

Recuerdo que justo estaba escuchando una canción de Cyndi Lauper, cuando sonó por fin el telefonillo que abría la puerta del portal.

—¿Quién es? —Pregunté nerviosa, con el corazón casi a punto de escapárseme del pecho.

—Soy yo —Respondió sin decir su nombre, pero reconociendo al instante la voz grave de mi tío Álvaro.

Yo lo esperé apoyada en el marco de la puerta, deseando que nada más salir del ascensor me viera así vestida, quería ver el deseo en sus ojos. Reconozco, que estaba tan impaciente que los escasos minutos que pasaron desde que abrí la puerta de abajo, hasta que escuché como el ascensor se detenía en mi planta, se me hicieron interminables.

Por fin lo vi salir del ascensor, con ese andar un poco encorvado tan característico, vistiendo uno de sus inconfundibles trajes oscuros, que solía llevar casi siempre.

Entonces me miró por fin de esa forma, apoyada en la puerta con la minifalda de leopardo y la ajustada camiseta que marcaba mis exuberantes tetas. No pudo contenerse y me sonrió acercándose hasta mí. Me sentí emocionada al notar tanto deseo en sus ojos.

—Estás preciosa, cariño, —me saludó dándome un beso en los labios, sin importarle que la puerta de mi casa estuviera aún abierta.

Yo me dejé besar incluso saqué la puntita de mi lengua, para percibir toda la suavidad de sus labios.

—Pasa, tito. ¿Deseas tomar algo? —Le pregunté de la misma forma que lo hubiera hecho un día cualquiera en circunstancias normales.

—Lo mismo que estés bebiendo tú, —me respondió, dándome un azote en el culo cuando me vio irme hasta la cocina a buscar los hielos.

Sentir su mano azotando mi nalga de ese modo me excitó enormemente. Es algo que, sin saber la razón siempre me ha vuelto loca.

—He tardado en venir, porque vino tu prima a comer a casa hoy, —se disculpó.

Yo agaché sin poder evitar la cabeza. Durante unos segundos me sentí tremendamente avergonzada. Laura era casi como una hermana, nos habíamos criado prácticamente juntas, pasando la niñez y buena parte de la adolescencia jugando en el jardín de la casa de mis padres. Había ido a clase con ella. Habiendo compartido tantos sueños y confidencias… Verme en esos momentos así, vestida como una puta, teniendo además la intención de follarme a su padre, me hizo sentir indecorosamente desleal y zorra.

—¿Está bien? —Pregunté interesándome por mi prima para de disimular a la vez mi zozobra—. Hace tiempo que no nos vemos, —añadí.

—Fenomenal —Respondió tajante, mostrándose como un padre orgulloso por su hija—. La vi feliz, vino a decirnos que está embarazada otra vez. Pero no digas nada, seguro que cualquier día de estos te llamará para contártelo.

—No te preocupes tito, me haré de nuevas cuando ella me dé la maravillosa noticia y, enhorabuena por la parte que te toca. Vas a ser abuelo otra vez, —lo felicité acercándome hasta él, con la intención de darle dos besos en las mejillas de forma cordial y familiar.

La situación me parecía locamente extraña. La mayoría de las veces no podía evitar verlo, como el hermano mayor de mi padre, sin darme cuenta de que ese día había venido para follarme.

Sin embargo, él se giró con un rápido movimiento, justo cuando mis labios alcanzaban su mejilla. Dándome un beso en la boca. Sentir su lengua acariciando la mía, me hizo olvidarme al instante de mi prima. Fue un corto beso, pero suficiente para desearlo aún con más fuerza.

—Estamos solos, Olivia. Cuando estemos solos no quiero que me beses en las mejillas, —comentó riéndose.

—Tienes razón, perdona, —respondí intentando sonreír.

—Ven, siéntate aquí a mi lado, —me indicó a la vez que me apuntaba sus rodillas—. Quiero disfrutar del cuerpo de mi querida sobrina. ¿Vas a ser buena chica con tu tío, hoy?

—Claro tito, ya sabes que yo siempre soy cariñosa y complaciente contigo, —contesté en tono mimoso, casi infantil a la vez que me sentaba encima de sus piernas.

—El otro día estuve pensando que te he tocado el chocho dos veces, nos hemos besado… Sin embargo, todavía no te he visto las tetas, —manifestó, bordeando mis pezones a través de la tela de mi ajustada camiseta con su dedo índice.

—¿Tienes ganas de verme las tetas, tito? —Pregunté juguetona, visiblemente excitada.

—Me muero de deseo, —reconoció—. Vamos cariño, quítate la camiseta y enséñale a tu tío las tetazas que siempre he intuido que debes de tener.

Yo lo miré a la cara sonriendo, me excitaba aún más de lo que me había imaginado nunca todo este morboso juego. Hice el amago de levantar mi camiseta para descubrir mis senos, sin embargo, antes de hacerlo sonreí pícaramente.

—¿Te ponías muy cachondo cuando me veías en la piscina con el bikini? —Pregunté al tiempo que me desprendía por fin de la camiseta. Mis pechos, al sentirse liberados de la opresión de la ajustadísima prenda, parecieron rebotar como si tuvieran vida propia, quedando totalmente expuestos y a su alcance.

—Me poníais tremendamente cachondo. ¡Vaya dos zorras que estáis hechas… las de pajas que os habré dedicado! —Declaró usando el plural, sin importarme en absoluto que se estuviera también refiriendo a mi propia madre.

En ese momento llevó sus manos, como si no terminara de creérselo del todo hasta mis pechos, comenzando a palparlos, intentando inútilmente sujetarlos uno en cada mano.

—¿Te gustan, tito? ¿Te gustan mis tetas?

—¡Joder, Olivia! —Únicamente fue capaz de exclamar, antes de posar sus labios sobre ellas y comenzar a besarlas.

Noté como sus dedos pinzaban mis pezones y los pellizcaba de forma sutil, luego los fue lamiendo y recorriendo primero uno y luego el otro con su lengua.

—¡Ah… me encanta, tito! —Exclame, tremendamente excitada, sintiendo como mis pezones crecían erguidos, poniéndose duros como piedras.

—Que tetas más ricas tienes, cariño, —expresó sin dejar de comérselas.

—Cómetelas, tito. Son tuyas, —lo incitaba muerta de deseo.

Aproveché un momento en que mi tío retiró su cara de mis pechos, para comenzar a besarlo. Me volvía loca sentir su lengua en mi boca jugando, entrelazándose con la mía. Era tanta la pasión que ponía al besarme, que llegó a morderme los labios con verdadero énfasis.

—¡Joder Olivia! ¡Cómo me gusta besarte!

—Y a mí que lo hagas, tito.

Y era verdad, los besos con mi tío eran constantes y desenfrenados. Dándonos un auténtico festín o maratón de ellos. No recordaba haber disfrutado con esa inusitada vehemencia, besando a ningún otro hombre de ese modo.

—Ponte de pies y quítate la falda, —me exigió de modo autoritario.

Yo obedecí encantada, me bajé la minúscula falda, dejándola caer al suelo sin dejar de mirarlo a los ojos.

Entonces, él me agarró por la cadera y me acercó hasta él, hundiendo a continuación su cara a la altura de mi sexo. Durante esos segundos pude notar el calor de su aliento a través del fino calado de la tela de mis bragas, repartido su vaho por toda mi vulva. Él inspiró profundamente, como queriendo absorber toda mi esencia de hembra.

—Qué bien hules, puta, ¡Vamos gírate! —Exclamó.

Acaté su orden, mostrándome feliz y complaciente con mi tío. No tenía intención de negarle nada. Necesitaba dejarlo prendado de mí. Como una buena chica obediente, me giré dejando mi culo a un palmo de su cara. Un instante después volví a sentir su mano, ahora de forma directa sobre la piel de mis nalgas ofreciéndome sendos azotes.

—¡Ah…! —Dejé escapar.

—¿Te gusta sentir cachetes en tus nalgas, de zorra? —Me preguntó, atizándome otro par.

—Me encanta, me vuelve loca, tito, —reconocí casi suspirando.

—¿Sí, putita? ¡Veo que te va la marcha! —Expresó agarrándome a continuación por las muñecas, empujándome al mismo tiempo sobre él. Obligándome de esta forma a echarme encima de sus piernas, quedando mi culo de nuevo expuesto a su alcance.

Jamás nadie me había hecho algo así. Aprovechándose de mi infantil postura, como si fuera una niña castigada por una buena azotaina por haberse portado mal. Mi tío comenzó a zurrar mis nalgas como ningún otro hombre había sabido satisfacerme.

Era tanto la excitación que sentía, que estoy segura de que de haber continuado un poco más, me hubiera corrido sin tener la necesidad ni tan siquiera de tocarme el coño. Dejándome los cachetes de mi culo, rojos como un tomate. Quedando durante un par de días la marca de sus dedos impresos en la blanca piel de mis nalgas.

—Tienes un hermoso culo, sobrina, —manifestó tirando de la fina tela de mi tanga, enterrada entre los protuberantes cachetes de mi culo. Poco después, aprovechando mi sumisa postura abrió de forma soez mi culo, pude sentir como uno de sus dedos estimulaba sutilmente la entrada de mi ano.

—¿Te han jodido tu rico culo alguna vez? —Me preguntó de manera ordinaria.

—Sí…—Respondí jadeante y deseosa de sentir ese dedo dentro de mi follable culo.

—¿Te lo estrenó tu marido? —Quiso saber introduciendo el dedo dentro.

—No, tito. ¡Ah…! No fue él quien me lo folló el primero ¡Ah…! —Comenté sintiéndome tremendamente puta.

—¿Quién fue?

Yo me quedé cayada. Por una extraña razón era incapaz de mentirle a mi tío. Sin embargo, él conocía muy bien al hombre que me había dado por el culo la primera vez, hacía casi diecinueve años. Estuve tentada, pero no me atreví a confesárselo.

—Vamos a mi cama, tito. Estaremos más cómodos, —lo invité levantándome al mismo tiempo de su regazo, y ofreciéndole mi mano para conducirlo hasta mi dormitorio.

—¿A qué hora viene el cornudo? —Preguntó refiriéndose de modo despectivo a mi esposo.

—No lo llames así, tito. No me gusta, —le reprendí riéndome—. Tenemos más de una hora para nosotros, —le informé animada.

Cuando por fin llegamos al dormitorio, empecé yo a llevar por primera vez la iniciativa. Comencé empujándolo violentamente contra el armario, él me miró sorprendido, se notaba que no estaba acostumbrado a esos juegos, donde era la propia mujer la que ponía y marcaba tanto las reglas como los ritmos.

Él se mantuvo expectante a mi próximo movimiento, entonces comencé a besarlo de nuevo. Sin embargo, esta vez ya no pude contenme, ya no me conformaba solamente con su boca. Mi mano, de forma viciosa comenzó a deslizarse hasta llegar a su entrepierna, donde empecé a sobar de forma grosera su abultado paquete.

—¿Qué es esto? —Pregunté juguetona— Parece que a mi tito se le ha puesto dura la polla.

—¡Qué zorra eres, cariño!

—No lo sabes tu bien… —afirmé riéndome de nuevo.

Diciendo eso, abrí su bragueta e introduje mi mano dentro. Esa fue la primera vez en mi vida que toqueteé el pene de mi querido tío.

Sin poder aguantar por más tiempo, me hinqué deseosa y hambrienta de rodillas.

Con el abultado paquete de su entrepierna rozándome prácticamente en la cara, comencé a desabrocharle el cinturón, casi relamiéndome. Un segundo más tarde, comencé a desabrochar sus pantalones, dejándolos caer hasta el suelo.

Miré ansiosa el bulto que se dibujaba bajo su ropa interior.

—¿Qué tienes aquí, tito? —Pregunté palpando su ansiado paquete.

Entonces agarré el elástico de sus calzoncillos y comencé bajárselos, su polla rebotó hacia arriba con una fuerza inusitada para un hombre de más de sesenta años.

Primero me quedé observándola unos segundas, absorta y concentrada en cada detalle, recorriendo con mi dedo todas las rugosidades de su tronco, sus venas hinchadas, su glande…

Palpando con una mano sus gordos testículos, acerqué mi boca hambrienta de su polla, y comencé a pasar mi lengua alrededor de su glande

Poco a poco, sintiendo cada centímetro de ese duro trozo de carne, comencé a engullirla ansiosa. Hasta que su verga se sumergió por completo dentro de mi boca. En ese momento sentí como mi tío me sujetaba la cabeza y comenzó a mover sus caderas, follándome de forma literal la boca.

Fue algo casi instantáneo, sentirme tan llena de su polla, hizo que mis babas comenzaran a resbalar por la comisura de mis labios, sintiéndolas caer sobre mis grandes tetas.

Estaba tan excitada que no pude contenerme y comencé acariciarme vehemente el coño, mientras podía notar como la polla de mi querido tío, entraba y salía de mi boca.

—Vamos, cariño. Cómetela toda. ¡Mi zorrita come vergas! —Exclamaba agarrándome por el pelo.

Me encantaba sentirme tan entregada, deseosa de darle todo el placer que pudiera con todas mis artes amatorias, a su plena disposición.

—¿Querías polla? ¡Yo te daré toda la polla que necesites, puta! —Gritaba fuera de sí mi tío, sin dejar de hacerme preguntas que yo no podía responder, atragantada y ahogada hasta la garganta, con su verga metida en mi boca.

Estaba en un estado de excitación tan desaforado, que sin apenas tocarme y sin darme casi cuenta, me encontraba al borde del orgasmo.

Mi coño estaba tan pegajoso, que mi dedo se deslizaba de tal manera, que me costaba incluso estimular debidamente mi hinchado y duro clítoris.

Unos segundos después yo misma me proporcioné el primer orgasmo. Comencé a gemir sin que mi tío me otorgara un poco de clemencia, viéndome casi ahogada, no dejaba de follarme la boca cada vez de una manera más frenética.

—¡Córrete guarra, córrete! —Comenzó a estimularme usando toda clase de adjetivos peyorativos hacia mi persona.

Su forma de tratarme, me hacía sentir cada vez más puta. Me encantaba el modo en el que me follaba la boca, con impulsos tan potentes y profundos, que sentía como su glande me rozaba la garganta. Pensé que se correría sin remedio en una de esas salvajes embestidas.

Sin embargo, agarrándome fuertemente del pelo, tirando de ese modo tan agresivo e impetuoso hacia atrás, me apartó de él. Sacándome con ese enérgico gesto, su gruesa verga de la boca.

—¿Quieres metérmela en el chochito? —Le ofrecí deseosa de que me follara de una vez.

—¡Qué engañado nos tienes en la familia! —Exclamó— Jamás imaginé que mi sobrina fuera tan zorra.

—Soy muy zorra, tito, —le confirmé poniéndome de pies, con las rodillas casi entumidas.

Entonces me acerqué a mi cama y retiré el edredón, a continuación, me saqué las bragas, estaban tan húmedas, que parecía que me había meado encima.

Después de arrojar mis braguitas al suelo me dejé caer sobre la cama. Mirándole a la cara comprendí cuanto lo deseaba dentro de mí…

Sin dejar de observar las reacciones de su rostro comencé abrirme de piernas de forma grotesca y vulgar. Ofreciéndole de este modo, una buena panorámica de mi rajita totalmente abierta.

—¿Te gusta, tito? ¿Has visto mi conejito?

Él no necesitó ningún otro estímulo más, lanzándose a por él de modo enérgico. Un segundo después de ofrecerle de esa manera tan obscena mi chochito, mi tío tenía su cabeza entre mis piernas. Pude notar al instante como sus dedos recorrían mis abultados y sonrosados labios vaginales.

—Me encanta, cariño. Tienes un coñito precioso. Me gusta como lo llevas así totalmente depilado, —comentó acercando su boca hasta mi sexo. Incluso pude escuchar el sonido de sus besos sobre mi mojado y enrojecido coño.

—¡Ah…! —No pude evitar exclamar, al sentir como dos de sus dedos se introducían dentro de mi vagina, mientras, con su lengua comenzó a estimular mi clítoris.

Ver de este modo a mi tío, con su cara enterrada entre mis piernas, me hizo por unos segundos fantasear que era mi propio padre el que en ese momento me estaba comiendo el coño. Hecho que me produjo una más que placentera impresión. No voy a negar justo en este punto de la historia, que seguramente padezco cierto complejo de Electra «¿Y qué más da…? No renunciaría a sentirlo, por nada del mundo».

—¡Qué gustito sabes darme! —Lo animé loca de deseo.

Me apetecía enormemente correrme en toda su cara.

Él notó mi alto grado de excitación. Entonces decidió incrementar la intensidad tanto de la follada que me daba con sus dedos, como de los lametones que su experta lengua estaba ofreciendo a la zona más erógena de mi coño.

No tarde demasiado tiempo en correrme, aún con mayor intensidad que la vez anterior.

—¡Me corro! ¡Qué bien me haces correr! ¡Qué gusto sabes darme! ¡Ah…! ¡Sí…!

Una vez que mis piernas dejaron de temblar, mi tío escapó de entre mis muslos.

—Voy a joderme al zorrón de mi sobrina como merece, —me indicó.

—Métemela bien dentro, quiero sentirla… —Grité cada vez más cachonda, a pesar de haberme acabado de correr por segunda vez.

—¿Quieres que me ponga condón? —Me preguntó, cogiéndome por sorpresa, ya que había dado por hecho, que se lo pondría sin preguntar.

—¡Me da igual…! —Exclamé, sin importarme lo que para mí en ese momento no era más que un pequeño detalle—. ¡Métemela cabrón! ¡Jódeme ya…! ¡Quiero tenerte dentro...! —Exclamaba ansiosa, casi rogándole que me follara.

Él decidió no perder más tiempo. Sin más preámbulo colocó su glande a la entrada de mi coñito, y dando un fuerte golpe de cadera me la empotró toda para dentro.

—¡Ah…! —Exclamé al sentir como el interior de mi coño se abría en un solo segundo, para dejar pasar a esa gruesa verga.

En ese momento, comenzó a bombear con fuerza, metiendo y sacando de forma acompasada su miembro de mi sexo.

—¿Te gusta, zorra? ¿Te gusta la polla de tu tío?

—Sí, tito. Me vuelves loca, —le respondía entre jadeos, sudorosa y casi a punto de alcanzar, de manera consecutiva el tercer orgasmo.

Sin embargo, mi tío estaba tan excitado, que tuvo que parar un rato para no correrse en ese momento. Yo aproveché esa pequeña tregua para coger un poco de aire.

—Échate en la cama, —le pedí con la voz tomada por mi agitada respiración—. ¿No quieres ver como cabalga tu sobrina? —Pregunté totalmente fuera de mí.

Él se tumbó en la cama, ocupando el mismo lugar en el que yo había estado recostada. Entonces agarré su polla y la puse frente a mi vagina. Notando el roce de su glande en la entrada del coño, me fui poco a poco dejando caer sobre su polla, notando como se iba ensartando nuevamente dentro de mí.

Una vez que la tuve completamente clavada en mi chochito, comencé a cabalgar sobre mi tío, sin dejar de mirarlo a los ojos.

Me satisfacía ver su cara. Aunque no conseguía en realidad sacarme totalmente a mi padre de la cabeza.

Ajeno a mis perversos pensamientos, el viejo verde de mi tío miraba embobado el movimiento de mis exuberantes pechos, que colgaban hacia abajo, meneándose y botando en cada una de las embestidas, que yo arremetía contra su erecta verga.

—¡Que bien follas! Se nota que tienes experiencia, pedazo de zorra, —me profirió mientras me arreaba un par de buenos azotes, seguramente bien merecidos por ser tan puta.

—Me pones muy cachonda, me gusta mucho follar contigo, —reconocí disfrutando como una loca.

—Me voy a correr, —anunció de pronto—. Échate a un lado, quiero llenarte las tetas de leche.

Yo lo miré riendo, sin detener la velocidad de mi galopada. Por nada del mundo iba a sacarme esa polla.

—Tito, quiero tu lefa en mi coño, —grité desesperada entre jadeos.

Estaba tremendamente agotada, sobre todo debido a la intensidad de la follada que le estaba ofreciendo.

—¿Quieres mi leche, puta? —Preguntó cogiéndome con fuerza de las tetas.

—Sí, —afirmé aumentando la velocidad y la intensidad de mi galopada, casi estando de nuevo al borde de correrme—. ¡Ah…! ¡Sí, joder! ¡Qué rico me corro! ¡Ah…! —Comencé gemir de nuevo.

—¡Me corro, cariño! ¡Toma, Olivia! ¡Toma, toda mi leche para ti, mi niña! —Exclamó justo cuando comenzó a eyacular una copiosa corrida dentro de mi chochito. —¡Me corro, mi niña! ¡Olivia… me corro...!

Una vez que terminó de expeler toda su lefa dentro de mi coño, yo me eché sobre él, y sin sacar la polla de mi interior, comenzamos a besarnos de nuevo. Está vez de un modo más tierno y pausado.

Pasados unos minutos, cuando su verga ya había perdido toda la consistencia, me la saqué y me eché a su lado. Él hizo el amago de levantarse, pero yo lo detuve con un gesto.

—Tenemos un ratito más. No te vayas, tito, —le supliqué mimosa como una adolescente.

Entonces él se echó a mi lado y comenzó abrazarme y a besarme de nuevo, tapados y ocultos ya por las sábanas de mi cama.

—¿Te gustaría repetir, Olivia? ¿O prefieres que esto quede simplemente en una mera anécdota? —Me preguntó mientras me abrazaba paternalmente.

—Quiero ser tu amante, tito, —respondí totalmente convencida de lo que sentía en ese momento por él.

—¿Estás segura? —Interpeló.

—Nunca he estado tan segura de algo, —respondí riendo y relajada.

Veinte minutos después, me despedía de mi tío besándome a la puerta de casa. Yo completamente desnuda, solo con los zapatos de tacón puestos.

—¿Cuándo podremos vernos? —Le pregunté.

—Si quieres paso a verte mañana por la tienda y lo hablamos, —me indicó dándome un último beso en los labios. —¿Te apetece que tu tío pase a verte al trabajo?

—Claro, me encantará verte. Cierro a las dos, si pasas a última hora podremos quedarnos un rato dentro a solas

—Hasta mañana, mi niña, —se despidió por fin abriendo la puerta del ascensor.

Nada más marcharse comencé a sentir su semen escapándose, resbalando desde mi coño hasta mis mojados muslos. Fui directamente hasta el salón, sintiendo como su lefa se deslizaba en gruesos goterones hasta el suelo.

Recogí sin perder tiempo los vasos y la ropa que permanecía tirada en el sofá. Entonces miré la hora nerviosa. «He apurado el tiempo al máximo, Alex puede llegar en cualquier momento», pensé nerviosa, pero sin perder la sonrisa.

Hice la cama a toda prisa tirando prácticamente del edredón hacia arriba. No me dio tiempo ni tan siquiera a ducharme, tal y como me hubiera gustado hacer. Eché algo de ambientador, ya que la habitación olía a sexo. Fue justo en ese momento cuando escuché el ruido de la cerradura «Mi marido está abriendo la puerta». Pensé nerviosa.

Entonces me vi reflejada en el espejo «¡Mierda! Estoy desnuda y con los tacones puestos. ¡Parezco una puta!» Pensé aterrada, al tiempo que me descalzaba y escondía las sandalias debajo de la cama. Entonces me vestí a toda prisa, cogiendo una amplia camiseta que a veces utilizaba para estar cómoda por casa. Ni tan siquiera me dio tiempo para ponerme unas bragas.

Salí al pasillo disimulando y me encontré de frente a mi marido que venía con mis dos hijos de la mano.

—Mamá, el abuelo me ha comprado esta pelota, —comentó Carlos, enseñándome radiante su nuevo juguete.

—¡Qué pelota tan bonita, mi vida! El sábado vamos a jugar al parque con ella, —respondí sonriendo acercándome hasta ellos.

—Tienes mejor cara. Te veo feliz, —me indicó mi marido dándome un beso los labios.

-
 
Arriba Pie