Mi Tía Yasmín

heranlu

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Eran más de las seis de la tarde cuando mi tía Yasmín llegó a casa. Era su hora habitual de llegada de su oficina y para mí también era normal estar en casa ya a esa hora, puesto que salía de la universidad a las tres. Llevaba ya cuatro meses viviendo con mi tía en Madrid por razones de estudio y gracias a que era soltera y tenía todo un piso para ella sola. Siempre me había llevado muy bien con ella, así que nuestra convivencia había sido hasta entonces, lejos de pesada, muy buena y, en ocasiones, hasta divertida.

A pesar de nuestra diferencia de edad (yo tenía diecinueve años y ella treinta y nueve), los dos nos llevábamos como dos viejos amigos, de modo que yo tenía pensado seguir con ella allí hasta que acabara la carrera si no surgía nada raro, como que decidiera casarse o algo.

Aquella tarde, como iba diciendo, la tía Yasmín llegó a casa un poco harta de tanto trabajo y se dejó caer en el sofá del salón. Yo la miraba desde el balcón, donde había estado regando las macetas, y ella me saludó. Yo entré en el salón y me senté frente a ella en un sillón.

-¿Las has regado? -me preguntó. ç

Yo asentí.

-¿Has tenido un día duro? -quise saber.

-Bastante, pero ya es viernes y se presentan dos días de descanso estupendos. ¿Tienes planeado algo?

-Quizá vaya al cine mañana por la tarde con dos compañeros de la facultad -contesté.

-O sea, que esta noche la tienes libre, ¿no?

-Sí, ¿por?

-Pues porque había pensado que podríamos salir a cenar los dos por ahí y luego a tomarnos unas copas. Nunca hemos hecho nada así y como yo no tengo novio, pues tendré que salir con mi sobrino, ¿no? -dijo sonriendo.

-Supongo -le respondí, también esbozando una sonrisa.

-Pues eso, que había pensado ir a un restaurante italiano muy bueno que conozco y luego a un pub de Argüelles al que he ido a veces con compañeras de trabajo.

La tía Yasmín se recostó entonces en el sofá y se quitó los zapatos de salón que había llevado puestos. Sus pies eran pequeños y tenían las uñas pintadas de color morado oscuro, casi negro. Casi siempre se las pintaba de ese color, que podía apreciarse incluso a través de las medias que llevaba puestas.

-¿Ha llamado tu madre hoy? -me preguntó la tía.

-Sí, llamó a las cuatro.

-¿Y qué se cuenta?

-Nada, me ha preguntado cómo estoy y todo ese rollo de siempre -le dije.

-Claro, ¿qué va a preguntarte tu madre si no? -dijo la tía asintiendo.

De nuevo hubo un silencio. La tía Yasmín se tumbó del todo en el sofá y flexionó las rodillas, haciendo que sus piernas formaran un arco.

-Oye, ¿seguro que no te importa salir con tu tía la cuarentona esta noche? Lo digo porque si tenías otros planes...

-No, no, en serio, ni los tenía, ni me importa salir contigo. Es más, seguro que nos lo pasamos muy bien -le aseguré.

-De eso se trata, de que lo pasemos muy bien, porque apenas salgo, y menos con hombres.

Se produjo un silencio, incómodo en esta ocasión. La expresión de mi tía era algo triste, como si recordara algo poco grato. Yo me moví incómodamente en el sillón, pero de mi boca salió la pregunta inevitable.

-¿Y cómo es que no sales con ninguno?

La tía Yasmín pareció pensar su respuesta, como si pretendiera medir sus palabras.

-Pues porque tuve un desengaño bastante grande con un novio que tuve hace unos años y se me quitaron las ganas de iniciar nuevas relaciones. Suena un poco radical, pero llegué a convencerme de que no debía salir con ninguno para no llevarme nuevos desengaños y así es como sigo ahora.

-Comprendo.

-Y ni siquiera era salido con ninguno para pasar el rato, ya me entiendes.

-Pues no sé cómo aguantas, sinceramente -dije sin pensar.

-¿Y quién ha dicho que pueda aguantar? -preguntó sonriendo con cierta melancolía.

Me quedé callado, sin saber muy bien cómo interpretar aquello que había dicho.

-Bueno, ¿y tú tienes novia o no? -me preguntó.

-No, ahora mismo no.

-¿Ves? No soy la única que se aguanta -sonrió.

-No, desde luego.

Dicho aquello, la tía Yasmín se levantó y dijo que se iba a preparar un café. Me ofreció a mí, pero negué con la cabeza. Cuando pasó por delante de mí me fijé, sin poderlo evitar, en su cuerpo. Llevaba puesto un chaleco que disimulaba sus grandes pechos y una falda que no disimulaba su amplio culo. Sus piernas, a pesar de que mi tía tenía una constitución más bien de cuarentona rellena, eran bonitas, rectas y con muslos generosos y atractivos. No me había dado cuenta, pero la conversación y el detallado análisis de su cuerpo me provocaron una erección de mil demonios que me esforcé por disimular.

Cuando la tía acabó de tomarse el café, dijo que se iba a duchar y yo, que ya lo había hecho después de volver de la universidad, me vestí. Me puse unos pantalones de pinza que tenía para ocasiones especiales y una camisa elegante.

Pasó cerca de una hora, pero la tía Yasmín por fin salió vestida, maquillada y preparada. La verdad es que me llevé una sorpresa más que agradable al verla. Se había puesto un elegante vestido negro con un escote más que sugerente, unas medias negras y sus zapatos de salón. Iba muy bien maquillada y me di cuenta entonces de que era una mujer bastante atractiva de cara también, aunque no se podía decir que fuese una belleza. Su cuerpo, en general, estaba muy bien y así se lo dije, haciendo que me sonriera muy agradecida.

-Tú también estás muy guapo -me dijo-. La verdad es que lo eres de por sí, pero así vestido aún más.

No quisiera parecer un creído, pero lo cierto es que yo tenía bastante éxito con las chicas, aunque normalmente fuera un poco tímido con ellas. Medía un metro ochenta y cinco, era de pelo castaño, ojos azul oscuro, delgado y con buena musculatura y, además, estaba (y estoy) muy bien dotado.

-Bueno, pues cuando quieras, nos vamos -dijo la tía.

Los dos salimos y nos dirigimos a su coche, un Peugeot 307 bastante práctico. Desde su piso, que estaba en la calle Orense, hasta el restaurante italiano echamos un buen rato de charla, pero luego vino el problema del aparcamiento. Optamos por dejar el coche en un aparcamiento público que estaba abierto las veinticuatro horas del día y nos fuimos luego al restaurante. Por suerte, no estaba muy lleno y nos atendieron rápidamente. Yo me pedí una lasaña y la tía Yasmín unos tallarines.

-¿A que hacía mucho que no ibas a un italiano? -me preguntó mi tía mientras esperábamos que llegara la comida.

-Bastante, bastante... -le respondí.

-Y seguro que no ibas con una chica, ¿a que no?

-No, la verdad es que creo que fui con un amigo de mi pueblo.

-Pero, ¿hay en Socuéllamos un italiano?

-Bueno, es que fuimos a Albacete y nos dio por ir a un italiano allí.

-Ah, ya -dijo la tía.

-Vamos, que no voy yo mucho a restaurantes invitado por una mujer así.

-¿Así?

-Así de guapa -le dije.

-Vaya, me acabarás poniendo colorada.

Los dos nos reímos y, al poco, llegó la comida. La verdad es que aquel restaurante era excelente en todos los sentidos. El ambiente era poco bullicioso y la comida era exquisita, de modo que el dinero que tuvo que pagar la tía estuvo bien pagado. Cuando salimos, con el estómago bien lleno, había refrescado bastante, así que la tía se puso una rebeca por encima y fuimos al coche deprisa. Una vez allí, pusimos la calefacción y nos dirigimos a la zona de Argüelles. Sin embargo, a medio camino, la tía Yasmín se acordó de otro pub mejor y nos metimos en él, dejando el coche de nuevo en un aparcamiento público.

El pub era, desde luego, muy bueno y estaba muy bien elegido. Era de atmósfera muy íntima y en cada mesa se podía uno sentir casi solo, porque las separaban biombos o algo parecido. Nos pedimos un par de cubatas y nos pusimos cómodos en los asientos alargados que había delante de la mesa.

-¿A que tampoco te había invitado una mujer a un cubata antes? -me preguntó la tía sonriendo.

Yo hice memoria.

-No, creo que nunca -contesté.

-Para todo hay una primera vez.

-Eso dicen -dije.

-Y están en lo cierto.

Yo sonreí y bebí un poco de mi cubata.

-Bueno, hablando de primeras veces, nunca me has hablado de si... de si ya la has tenido, vamos -me dijo mi tía, dejándome asombrado y haciendo que de nuevo se me empinara.

-¿Una primera vez? -pregunté yo como si no supiera a qué se refería.

-Sí.

-Una primera, una segunda, una tercera...

-Vaya, o sea, que eres un Don Juan... -me dijo con sorna.

-No, pero vamos, algo de experiencia sí que tengo.

-Es una sorpresa, sobre todo en un chico de diecinueve años...

-¿Es que tú con diecinueve no... ? -quise saber.

-No, hasta los veinte nada de nada.

-Supongo que corrían otros tiempos -comenté.

-No te creas, los tiempos siempre son los mismos más o menos, la diferencia es que en unos tiempos las cosas son más evidentes que en otros.

-Sí, es verdad, debe ser eso.

-De todos modos llevo ya mucho tiempo sin nada de nada -añadió, terminándose de un buche lo que le quedaba de cubata, que no era demasiado.

-Yo también llevo unos meses.

-En mi caso son años -dijo.

-¿Años? ¿Tanto hace que no... ?

-Sí, tanto hace que no hago nada de sexo.

-Bueno, si lo aguantas... -le dije.

-Ése es el problema, que además estoy enamorada y no veo forma de decírselo a quien me gusta, porque es un poco fuerte.

-Quizá él lo entienda, ¿o es casado?

-No, es soltero, pero no sé si él se siente tan atraído hacia mí como yo hacia él -me explicó mi tía.

Debo admitir que en aquel momento sentí celos. Una mujer tan sexy como ella estaba enamorada de otro.

-¿Y quién es, un compañero de trabajo? -le pregunté.

-No.

En ese momento, me di cuenta de que mi tía estaba llorando. Dos lágrimas salían de sus ojos y recorrían su cara. Me alarmé y pensé que la había cagado con mis preguntas algo fuera de lugar.

-Lo siento, tía, no quería ponerte triste -le dije con tono de preocupación.

-No, tranquilo, se me pasará -dijo sacando un pañuelillo de papel de su bolso y secándose las lágrimas.

-¿Quieres que nos vayamos ya a casa? -le pregunté.

-Sí, quizá sea lo mejor. Siento haber estropeado al final la noche. Son sólo las doce y media.

-No te preocupes por eso.

Sintiéndome todavía culpable, salimos a la calle y fuimos al coche. El aparcamiento donde lo habíamos dejado estaba muy solitario y nos metimos en el coche deprisa. Una vez dentro, me di cuenta de que la tía no arrancaba. La miré y vi que de nuevo lloraba en silencio.

-¿Qué te ocurre? -le pregunté.

-El chico eres tú -dijo.

-¿Cómo? -le pregunté sin caer en lo que estaba diciendo.

-El chico que me gusta y al que no me atrevía a decirle nada.

Los ojos se me abrieron como platos (si no físicamente, sí mentalmente) y se me volvió a empinar sin poderlo evitar.

-Tú a mí también me gustas, pero jamás hubiera pensado que te sientieses atraída hacia mí.

-Pues es la verdad, aunque ya sé que es un poco fuerte. Estoy loca por ti, pero nunca me había atrevido a decírtelo, quizá sea el cubata...

Hubo un breve silencio.

-La verdad es que no sé qué decir -dije.

-No tienes que decir nada si no quieres -dijo mi tía, cogiéndome una mano y acariciándomela.

Sintiéndome arrastrado por una fuerza que no podía controlar, acerqué mi cara a la suya (que también había empezado a acercarse a la mía) y la besé brevemente en los labios. Los dos nos separamos un poco y nos quedamos mirándonos, ella esbozando una leve sonrisa y yo algo alucinado. Luego nos acercamos de nuevo y nos besamos otra vez, en esta ocasión permitiendo que nuestras lenguas entraran en contacto. El beso fue cada vez más intenso y húmedo y, poco a poco, nos fue animando a acariciarnos. Primero fueron la cara, el pelo y los brazos y luego los costados y los muslos. Ni que decir tiene que mi erección llegó a niveles monumentales, cosa que me imagino pudo comprobar mi tía, que rozó mi bulto disimuladamente con un brazo.

-¿Qué tal si compramos algo para beber y acabamos la noche de fiesta en casa? -propuso mi tía, separándose un poco de mí y bajándose un poco la falda, que se le había subido después de mis caricias en los muslos.

-Eso sería genial -dije sonriendo.

-Pues vamos a ello -dijo decidida mi tía.

Mientras miraba la noche madrileña desde el coche, mi tía conducía con decisión. Se veía que tenía ganas de llegar a casa, donde suponía que algo iba a pasar, aunque no podía estar seguro de hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Sin yo esperarlo, paramos en mitad del barrio de Salamanca.

-Voy a comprar unas bebidas ahí en una licorería que ahí a la vuelta de la esquina -dijo mi tía.

-Bien -dije yo.

-No tardo.

Vi cómo la tía cruzaba la calle y doblaba la esquina y me quedé pensativo. Aún no había asimilado del todo lo que estaba sucediendo, así que no sabía ni en qué pensar. Decidí dejarme arrastrar por la corriente y ver qué pasaba, así sería más fácil y no tendría nada de que preocuparme.

La tía tardó unos diez minutos en regresar y, cuando lo hizo, venía cargada con una bolsa de plástico. De lejos y conforme se fue acercando a mí, me pareció una mujer muy sexy y casi no podía creerme que nos hubiéramos estado besando y metiendo mano.

-Ya está -dijo mientras se acomodaba en el asiento.

-¿Qué has comprado?

-Pues una botella de whisky, una de ron, una de Baileys y una de Licor 43 -dijo.

-Vamos a perder la cabeza -dije bromeando.

-De eso se trata.

La tía arrancó y el coché echó a andar. Yo cogí la bolsa y miré las botellas, reparando casi de inmediato en una caja de condones que había comprado también.

-¿Y esto? -dije con la caja en la mano.

-Por si nos apetece jugar con globitos -respondió.

Yo me reí y volví a meter la caja en la bolsa. El resto del viaje lo hicimos casi en silencio. Al llegar al aparcamiento subterráneo del bloque de pisos de mi tía nos besamos de nuevo, aunque sólo un poco. Luego cogimos el ascensor y subimos hasta la décima planta, donde vivía.

-Bueno, ya estamos aquí -dijo la tía cuando hubo cerrado la puerta tras de sí.

Se quitó la rebeca y se dejó caer de nuevo sobre el sofá.

-¡Me encanta este sofá! -exclamó sonriendo.

-¿Es una indirecta? -le pregunté.

-Puede... -sonrió-. Bueno, ¿quieres beber algo?

-Una copa de Baileys no me vendría mal.

-¡Marchando!

Mi tía se levantó y llevó la bolsa a la cocina, donde metió las botellas que no íbamos a utilizar en un mueble y sirvió dos copas de Baileys. La caja de condones la trajo consigo y la puso en la mesa del salón, junto a las copas y la botella.

-Se ve que tenemos gustos parecidos -me dijo, sentándose a mi lado.

-Eso parece -le dijo yo.

Mientras estábamos sentados allí bebiendo, me acariciaba uno muslo y un poco el abdomen.

-Tienes un abdomen muy musculoso; eso me gusta -dijo.

-¿Es eso lo único que te gusta?

-No, ¡qué va! Me gustan otras cosas también... -respondió riéndose y acabándose la primera copa.

-¿Cómo qué?

-Pues verás... -empezó a decir mientras se ponía de rodillas en el suelo-.

Sin yo dar crédito a lo que veía, mi tía empezó a desabrocharme los pantalones y luego me los bajó un poco. Después metió su mano derecha por debajo y agarró mi duro miembro, que medía unos diecinueve centímetros de largo y tenía un grosor más que notable. Tiró de mis pantalones para abajo y dejó mi duro rabo al aire.

-Esto es lo que me gusta después de unas copas -me dijo.

Sin más, agachó la cabeza y lamió por fuera mi polla, primero el capullo y luego el cuerpo. Lamió de arriba abajo varias veces y luego se la metió directamente en la boca, empezando a chuparla en serio. Su cabeza subía y bajaba y sus labios apretaban con fuerza mientras yo, con los ojos cerrados, disfrutaba de cada segundo de aquella mamada. No podía creer que mi propia tía estuviese haciéndome aquello, era demasiado fuerte.

La mamada duró unos diez minutos, tiempo durante el cual logré aguantar sin correrme. Me limité a acariciar el pelo de mi tía mientras me la comía. Cuando acabó, mi tía se sentó a mi lado de nuevo, dejando mi rabo al aire y apuntando hacia el techo, y me besó de nuevo. Esta vez el beso fue realmente intenso y me estuvo masturbando despacio con una mano mientras yo toqueteaba sus muslos, metiendo las manos por debajo de su falda.

Llegó un momento en el que la lujuria se apoderó de nosotros de forma ineludible y la tía me quitó la camisa y luego me bajó los pantalones y los calzoncillos. Mi cuerpo, que era bastante atlético y fibroso en aquella época, estaba ya totalmente desnudo y me dispuse a ver los encantos de mi tía. Le saqué el vestido por arriba, dejándola en bragas y sujetador. Ambas prendas íntimas eran negras de encaje y apenas ocultaban lo que debían esconder. Las tetas de mi tía requerían una talla 100 y sus pezones, como yo ya había notado algunas veces cuando se ponía ropa algo ajustada, eran gordos. Mis manos tocaron aquellos grandes senos y luego bajaron lentamente por la barriga hasta llegar al elástico de las bragas. Por los lados de éstas sobresalían algunos pelos negros, anticipo de lo que había más adentro. Sin poderme contener, metí la mano derecha por debajo del elástico y comprobé lo húmeda que estaba mi tía, cuyo agujero estaba totalmente lubricado y dilatado. Pasé dos dedos por su raja varias veces hasta impregnarlos de su aroma. Luego me puse de rodillas frente a mi tía y le bajé las braguitas despacio, besando sus dos pequeños y sexis pies cuando se las saqué del todo. Ante mí estaba el paraíso, el olor más embriagador, la promesa de placer...

Muy despacio, recorrí la parte interior de sus piernas hasta llegar a sus rodillas. Lamí lentamente la parte posterior de éstas y luego seguí subiendo por la parte interior de sus muslos hasta llegar a su fruto prohibido. El aroma a mujer era tan intenso que mi instinto me impulsaba a penetrarla en aquel mismo momento, pero logré dominarme y regalé a mi tía con una de las atenciones más apreciadas por las mujeres. Pasé mi lengua muy despacio por su raja varias veces haciendo que mi tía se estremeciera y luego me centré en su clítoris. Describí círculos alrededor de él y después simplemente lo golpeé rítmicamente con la punta de la lengua hasta que mi tía empezó a moverse de forma extraña y a gemir enloquecida. Durante su primer orgasmo, apretó sus dos muslos contra mi cabeza, inmovilizándola y casi asfixiándome. Lamí y tragué sus jugos y no dejé de comérselo hasta que el placer del primer clímax hubo remitido.

La tía Yasmín me besó apasionadamente de nuevo, saboreando sus propios flujos en mi boca y masturbándome mientras tanto. Luego alargó una mano y cogió la caja de condones, de la que sacó uno y me lo puso con cuidado. Hecho eso, la tía, no pudiendo aguantar ni un segundo más, pasó una pierna por encima de mi cuerpo y se sentó a horcajadas sobre mis muslos. Después se levantó un poco y agarró mi rabo, colocándolo en la entrada de su vagina. Despacio y con destreza, la tía Yasmín se dejó caer sobre mí haciendo que mi polla entrara hasta el fondo en su coño. No fue nada difícil, porque estaba muy mojada y dilatada después del precalentamiento que habíamos hecho.

Mi rabo era grande y gordo y esas cualidades eran algo que mi tía adoraba, porque le proporcionaban roce. Muy despacio, fue moviendo su cuerpo de delante hacia atrás, disfrutando de mi polla con los ojos cerrados y las tetas, libres ya de sujetador, balanceándose ante mis ojos y entre mis manos. Yo no sabía cuánto iba a aguantar así, pero hice un esfuerzo y logré evitar correrme cuando mi tía empezó a sentir más placer. Su cuerpo se estremecía y los gemidos eran cada vez más audibles. Un segundo orgasmo sacudió su cuerpo y la hizo quedarse de una pieza sobre mí. Cogió mis manos y las apretó mientras se corría. Luego se relajó y siguió poco a poco moviéndose de delante hacia atrás, gozando del tamaño de mi verga dura. Un tercer éxtasis no tardó en llegarle, electrizándola y haciéndola gritar de nuevo. Yo me entretenía sobando sus tetas y besándola de vez en cuando, pero más que nada me esforzaba por demorar el orgasmo.

Aguanté un cuarto y un quinto clímax de mi tía, cuyo cuerpo vibraba con cada movimiento. Cansada ya de aquella postura, mi tía se quitó de encima y se puso a cuatro patas sobre el sofá. Yo, entendiéndola perfectamente, me puse detrás, agarré sus caderas e introduje mi verga en su sitio. Entre gemidos y sudores, embestí a mi tía con todas mis ganas, estrellándome contra sus nalgas y metiéndole mi virilidad hasta el fondo. Su culo estaba en pompa totalmente, lo que facilitaba la penetración y daba más erotismo a la situación, o quizá voluptuosidad.

A cuatro patas, mi tía Yasmín consiguió dos orgasmos más y yo logré acercarme definitivamente al mío propio. Poco después de su séptima subida a los cielos, sobrepasé el punto de no retorno y una sensación como jamás había experimentado se instaló en mi entrepierna. Creció gradualmente hasta convertirse en insoportable y hacerme gemir y luego salió disparada de mi cuerpo en forma de río embravecido de semen. Éste llenó el condón hasta arriba después de varios espasmos y me hizo que retirara mi polla. Me quité la goma y varias gotas cayeron en el sofá y el suelo. Mi tía me miraba sonriendo, sentada ya sobre el sofá. Yo le hice un nudo al condón y lo tiré a la papelera de la cocina. Luego volví, con mi rabo semierecto moviéndose de un lado a otro, y me senté junto a mi tía, que me besó con fuerza una vez más.

-Me has echado el mejor polvo de toda mi vida, eres genial -me susurró.

-Y tú me has dado el mayor placer que me han dado nunca -le contesté, orgulloso por su reconocimiento.

Los dos nos volvimos a besar y luego nos fuimos a su cama de matrimonio.
 
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