Mi Tia la Viuda 001

heranlu

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Cuando una ha vivido siempre acompañada de su pareja y esta se marcha para no volver, te quedas vacía por dentro y ese vacío es muy difícil de llenar.

Yo siempre viví muy unida a mi marido, fuimos felices, a pesar de no poder tener hijos, pero cuando él enfermó todo se fue al traste. Yo le acompañé en todo el proceso y le vi apagarse y consumirse poco a poco, como la vela que dejas encendida por la noche y que, a la mañana siguiente, ya no está, se ha ido.

Así fue como me sentí tras los meses de visitas al hospital y duros tratamientos, que fueron agotando su energía paulatinamente.

Y en ese tiempo yo también me fui consumiendo, pues ineludiblemente el acompañante empatiza con el enfermo, pues es alguien querido y por un lado deseas que se cure, pero cuando ya es evidente que no lo hará, deseas que todo acabe y te sientes culpable por desear algo así. Y esos sentimientos encontrados te consumen aún más…

Pero en la vida todo llega y todo pasa. Aquel sufrimiento compartido ya terminó. Luego vino la soledad, pues una ya tiene una edad y cuando se ha vivido tanto en pareja y se ha estado tan unida a esta, los amigos se fueron y en mi caso, que soy persona tímida, pues me fue más difícil conocer a nueva gente.

Mi hermanastra, Sofía era mi confidente. Aunque en la distancia, ella me acompañó en todo el proceso y después también.

Hablaba con ella de continuo y me decía que tenía que sobreponerme, salir y conocer gente.

Eso es muy sencillo de decir, ¡pero qué difícil de hacer! Al menos para mi pues, con mi carácter reservado, soy reacia a abrirme a otras personas.

Sofía vivía muy lejos, nuestros padres se conocieron y se casaron y aunque al principio nos costó adaptarnos a nuestra nueva situación. Al final terminamos siendo uña y carne. Por eso ella sufría, al verme tan sola y desesperada.

Como su hijo Gabriel, tenía que ir a la universidad y resulta que donde yo vivo, en la capital, existe una de las mejores del país. Me propuso que este se viniese a vivir conmigo, así me haría compañía y al menos ya no estaría sola.

Al principio la idea me impactó, pero luego la fui asimilando hasta que ese día llegó.

A Gabriel lo recordaba de niño, corriendo por los pasillos de casa, siendo un trasto adorable. Ahora había cambiado mucho, pues obviamente había crecido y ya era mayor de edad. Con su pelo negro y largo, que casi les llegaba a los hombros, aún conservaba el brillo de sus ojos igualmente negro azabache y una bondad que se transmitía con tan solo mirarte.

Ya lleva aquí una semana y estamos empezando a conocernos. Se me hace extraño tenerlo por casa, acostumbrada al silencio sepulcral del último año, el oír ruidos de vez en cuando se agradece…

—¡Buenos días Gabriel! —exclamo cuando le veo entrar en la cocina.

—¡Buenos días tía! —responde el con su mochila al hombro, dispuesto a salir para clases.

—¿Te apetece una tostada?

—¡Estupendo! —dice él quitándome la que acababa de untar con mantequilla.

—¡Oye, esa era mía! —protesto sin enfadarme.

Tomamos algo de zumo de naranja y pan con mantequilla, mientras él se apresura para no llegar tarde a la facultad. Está muy nervioso pues es su primer día y no quiere llegar tarde, así que cojo el coche y conduzco para llevarlo a la Universidad.

Hace un día radiante de primavera y siento el aire refrescarme la cara cuando bajo la ventanilla y me dirijo hacia nuestro destino.

—¿Vemos una peli esta noche? —le propongo, pues me considero una persona hogareña.

—¡Estupendo! Mientras no sea muy ñoña —me advierte él.

Le pongo una mueca y seguimos camino. Hoy me he puesto una falda y mis piernas lucen al sol que entra por la ventana, al cambiar de marcha hago el juego de pies y observo con el rabillo del ojo como se me queda mirando. ¿Me ha mirado las piernas? —pienso para mis adentros, tal vez ha sido imaginación mía.

Llegamos por fin y antes de bajarse nos despedimos…

—Bueno tía, voy a ver dónde tengo que ir.

—¡Claro! ¡Espero que te vaya bien en tu primer día! —le digo yo sonriéndole.

—¡Claro que sí! Bueno, a la vuelta cogeré el autobús así que tardaré un poco en llegar, ¿nos vemos para el almuerzo?

—¡Ok! —me le respondo mientras miro la cantidad de chicos y chicas que empiezan a bajarse del bus que acaba de llegar a la parada.

Entonces para mi sorpresa se me acerca y me da un beso en la mejilla. Sinceramente, ¡no me lo esperaba! Así que me quedo un poco pasmada y él creo que lo nota.

—¡Que te vaya bien! —le digo nerviosa.

Finalmente sale y nos decimos adiós con la mano. Yo arranco y conduzco de vuelta a casa mientras veo los atascos de cada mañana en la ciudad.

Yo soy Gabriel, el sobrino político o lo que sea de Natalia, pues mi madre y ella son hermanas pero no de sangre. Antes de venir a vivir con ella apenas la conocía, sólo recuerdo una visita, siendo yo muy niño en la que ella me achuchaba y me comía a besos literalmente.

Se me quedó grabado de aquel tiempo, sus enormes pechos, con los que me achuchaba mientras me besuqueaba. Pero más allá de eso no hemos tenido relación hasta ahora.

Recuerdo que cuando mi madre nos presentó por video llamada y la vi, ya no era la mujer que recordaba. Obviamente ha pasado ocho años y tanto yo como ella estamos cambiados.

Me parece una persona muy dulce y cariñosa, desde que he llegado me lo ha demostrado ampliamente, desde la preparación de mi cuarto hasta cómo me trata cada día.

Se la ve tímida y reservada, yo soy un poco más jovial y así compensamos. Me parece que últimamente su vida no ha sido fácil y cuando lo hablé con mi madre, ella me dijo que a ver si podía hacerla un poco más feliz. Así que ese es mi objetivo, salir con ella de vez en cuando y acompañarla, aparte de estudiar, pues para eso he venido, ¡claro!

Cuando nos encontramos en la estación y la abracé cariñosamente, comencé a sentir sus grandes y turgentes pechos, ella es una mujer muy alta y yo no tanto, así que el contacto mullido con sus carnes me excitó sin pretenderlo.

Estoy en pubertad tardía y me excito fácilmente, tampoco es de extrañar a mi edad. Aún soy virgen, pero intento disimularlo y mientras tanto, ¡me la casco más que un mono en celo!

Nuestra convivencia de momento es buena, ambos nos estamos adaptando. Aquí me da vergüenza masturbarme en mi cuarto y manchar algo y que ella lo note. Así que lo hago en el baño o la ducha.
Si hay algo que agradezco es no tener que ir al trabajo por la mañana, sí ya sé que suena muy elitista, pero soy artista, pinto cuadros y tengo la suerte que de vez en cuando hago una exposición y vendo alguno.

Gracias al trabajo de mi marido, pude dedicarme a mi pasión y ahora, gracias a su pensión, puedo seguir pintando y apoyándome en alguna que otra venta para ir tirando.

Hoy viene a verme una chica, para la que su marido ha encargado un cuadro, se trata de un desnudo, ella es aún más tímida que yo así que cuando llega a casa y la recibo, trato de hacer que se sienta cómoda y le ofrezco un café.

—Ya sé que es temprano, pero si tienes una copa de vino me ayudaría a posar, ya sabes para desinhibirme un poquito —me dice sonriendo.

Saco de la nevera la última botella que empecé de vino tinto y le lleno esa copa que me pide. Admito que a mí también me gusta el vino, así que decido unirme a ella y servir dos, después de todo, el vino serena el alma y hace que todo fluya mejor.

Allí se desnuda, es rubia y tiene un cuerpo menudo, su piel es extremadamente blanca, suave y tersa y la chica es muy delicada y bonita. Al girarse veo su culito y lo encuentro rojo, ambos cachetes están enrojecidos, esto me llama poderosamente la atención y la curiosidad malsana me lleva a preguntarle por la causa.

—¿Aún los tengo rojos? —se pregunta ella mientras sonríe y se mira desde el hombro en un gesto inútil por ver su culito rojo—. Bueno es que anoche mi pareja y yo tuvimos sexo, ya sabes un poquito duro… —me insinúa.

—¿Duro? —me pregunto en voz alta.

—Sí bueno, a él le gusta darme algunos azotes mientras me folla desde atrás y me da con ganas —me aclara para mi sonrojo.

Sin duda mi cara debe ser todo un poema, contemplando sus delicados glúteos rojos.

—A mí me gusta que lo haga así, se pone echo un toro, ¿sabes? Y siento que me desea intensamente en los preliminares mientras me azota y entonces, cuando me penetra, me entra y me llena, la sensación de placer se multiplica —me aclara para más inri—. ¿Tú nunca lo hiciste así con tu marido?

—No —respondo contrariada—. Nosotros lo hacíamos intensamente pero desde el amor y el cariño.

—Bueno, eso también está bien, supongo. Aunque tal vez deberías probar ese lado oscuro del sexo —me dice mientras picaronamente me sonríe.

La siento entre unas sábanas echadas sobre un sofá de dos plazas, ella se recuesta y cruza las piernas delicadamente. Me aseguro de que recupere la postura del día anterior, el cuadro recordará a La Maja Desnuda del gran Goya. Me gusta inspirarme en los grandes maestros para mis composiciones.

Su sexo es igualmente rubio y le pedí que para el trabajo se dejase crecer el vello, así es menos crudo su desnudo y me resulta más artístico para pintarla.

Sus pechos son blancos y nacarados, terminando en unos pezones de pequeñas areolas que con su piel blanca, destacan con un intenso color rosado. Admito que la chica es bonita, me gusta su delicada belleza y para mí es un deleite pintar su desnudo. Ya tengo el cuadro esbozado a lápiz y ahora me dedico a rellenarlo con color.

El tiempo pasa, estoy muy concentrada. Noto la inspiración fluir por mis manos y el pincel se nueve alegremente por el cuadro, sin prisa pero sin pausa, una pincelada tras otra, mientras la chica de vez en cuando moja sensualmente sus labios en la copa de vino. Eso me recuerda que yo también tengo la mía a mano, así que la imito y noto como los efectos etílicos comienzan a embriagarme.

—Natalia, ¿te puedo hacer una pregunta íntima? —me dice mientras pinto.

—Bueno si, aunque te advierto que si no es de mi agrado no obtendrás respuesta —le digo sonriendo.

—Verás es que mi pareja anoche quiso hacerlo por detrás.

—¿Te refieres a que estaba a tu espalda? —le pregunto cándidamente.

—Sí, estaba a mi espalda, pero me apuntó su pene contra mi culito cerrado y fui incapaz de dejarle entrar, es que, ¡duele sabes!

Sus palabras me escandalizan, se refiere al sexo anal, una práctica con la que todas alguna vez nos hemos topado.

—Bueno Alba, ciertamente tu pregunta es muy íntima. Pero te contestaré que ante todo sólo tú eres dueña de tu cuerpo y es tuya la decisión y no de él. Él puede sugerirlo pero si tal práctica no es de tu agrado, tú tienes el control.

—Sí, lo sé Natalia, pero a veces los hombres son muy cabezones y cuando algo se les pone entre ceja y ceja, no paran hasta que lo obtienen. No es la primera vez que lo intenta y yo trato de darle largas y conducirlo hacia mi vagina, después de todo eso sí que es placentero. Pero al mismo tiempo noto que cuando me pone su glande en mi culito y aprieta para entrar, el asunto tiene su morbo y me gustaría probar, pero cuando lo intenta me duele y eso se cierra y no hay manera chica —me explica de forma natural y noble como la chica es.

—Bueno Natalia, yo te recomendaría que comprases un plug anal, es un pequeño consolador en forma de fresa, los hay metálicos y de silicona y que pruebes tú sola en la intimidad. Para introducirlo tan sólo tienes que usar un poco de lubricante, luego suavemente lo empujas hasta que se coloque en su sitio.

—Sí, sé que existen esos aparatos. ¿Tú alguna vez los has probado?

—¿Yo? Bueno, permíteme que me reserve eso para mi intimidad —le digo cortándola un poco.

—Está bien, buscaré uno y lo probaré —me dice sonriente.

—Muy bien, hasta lo puedes llevar puesto mientras vas por ahí, los hay incluso que terminan en una especie de joya que se queda hacia afuera, hasta son monos —le digo sonriendo.

—¿Te importa que vaya a hacer un pis? —me pregunta tras un rato de posado.

—¡Oh, claro hagamos una pausa!

La chica sale del estudio y entra en el baño del pasillo mientras yo también me relajo contemplando mi obra. Admito que tiene algunas imperfecciones, pues nada es perfecto, todas las obras las tienen y los artistas buenos tratan de disimularlas lo máximo posible.

Cuando termina se acerca a mí desde atrás y contempla su retrato aún inacabado. Ya tengo el cuerpo bastante avanzado, pero la cara es lo más difícil de pintar, el rostro lo dejaré para el final.

—¡Hum Natalia, me gusta cómo me pintas el cuerpo! —me dice desde atrás.

Estoy sentada en mi taburete frente al cuadro y ella está desnuda, ha ido a hacer pis del mismo modo y admito que me gusta verla moverse igualmente desnuda, es la máxima expresión de la belleza, la mujer segura, con su cuerpo desnudo que se mueve sin vergüenza ni disimulo.

—¿Puedes peinarte un poco el vello púbico? —le digo siempre pendiente de los detalles.

—¡Sí claro! —contesta jovial.

Va a su bolso y saca un pequeño cepillo, se cepilla el pelo primero y luego pulcramente se cepilla su vello rubio en su pubis, lo tiene bien recortado y bonito, me gusta más así que esas que lo llevan completamente depilado. Sé que a los hombres les gustan así, pues parecen más virginales y jóvenes, pero yo soy de la antigua escuela y me gusta llevarlo recortado, pero no completamente depilado.

—¿Te puedo confesar una cosa? —me dice Alba recuperando su posición bajo mi supervisión—. Me excita verme desnuda en el lienzo, estar aquí posando para ti. Ya sé que parece raro, pero el hecho de posar es excitante.

—Te entiendo perfectamente Alba, les pasa a las modelos y no es raro. Yo misma a veces me excito pintando, tienes un desnudo realmente bonito —le confieso.

—¿Alguna vez has pintado a un hombre desnudo?

—Alguna vez, sí —admito sin disimulo.

—¿Y eso te excita más?

—Bueno chica, una no es de piedra y claro que disfruto si el modelo es guapo, pero trato de que esto no interfiera en el trabajo.

—¿Y te masturbas después con el recuerdo? —me insiste y sigue preguntando.

—Alba, hoy estás muy preguntona —le digo esquivando su incómoda curiosidad.

—¿Eso es un sí?

—Si así lo deseas, puedes tomarlo por un sí —le digo prestándome al juego.

—Pues yo admito que cuando termine, tal vez me deleite jugando un poco con mi dedito, entre el recuerdo del polvo de anoche y mi posado desnudo en la mañana —me confiesa con sonrisa pícara la chica.

—Bueno, eso no es malo. Hasta puede que esta artista se deleite un poco en la intimidad —le replico yo devolviéndole la sonrisa.

—¿Te gusto? —me pregunta sensualmente.

—Me gusta la belleza en general —le respondo mostrándome indiferente.

Llevamos ya horas de trabajo y me siento agotada, así que doy por concluida la sesión y le pido que se vista. Alba lo hace delante mío mientras yo limpio mis pinceles y mi paleta con disolvente, admito que verla vestirse es tanto más erótico que verla desnudarse.

Es cierto que me gusta la belleza en general, aunque nunca he probado con una mujer, y esto me lleva a preguntarme si Alba podría ser la candidata perfecta para tal menester…

Finalmente quedamos para una próxima sesión y la acompaño a la puerta, donde nos despedimos con castos besos en las mejillas, admito que me gusta Alba es joven y bella, sensual y cálida, noble y al mismo tiempo picante.

Los comienzos me ponen nervioso, no puedo evitarlo. Al llegar a la facultad multitud de gente iba de aquí para allá en aquella mañana soleada, yo busqué la mía y tuve que andar unos minutos por el campus hasta alcanzarla.

Por el camino iba disfrutando de la vista, pues en un campus grande hay chicas para todos los gustos, colores y hasta sabores, ¡ah, quien las probara! —me digo a mí mismo mientras aprieto el paso viendo culitos, tetitas, escotes y alguna que otra madura que deben ser profesoras o tal vez alumnas tardías.

La clase está a rebosar de gente así que me busco un hueco en las filas de mitad para atrás y me siento junto a un chico bien parecido.

—¡Hola! —digo pidiéndole paso.

—¡Hola! —dice levantándose y dejándome pasar, al siguiente sitio.

—¡Soy Gabriel! —me presento.

—¡Yo Hugo!

—¿Boss? —le pregunto haciendo un chiste fácil.

—¡Claro, soy tu boss bro! —dice el ofreciéndome el puño para chocarlo.

Saco algunos folios y un boli preparado para la primera clase.

—Qué de tías, ¿no? —digo para romper el hielo.

—¡Ya te digo! No elegí ingeniería porque aquello está lleno de callos —dice él riendo.

La profe ya entra, es una rubia, alta de pelo lacio y largo que le cae por la espalda. Lleva unos tacones de infarto, labios pintados y delicadamente maquillada.

—¡Hola a todos! —dice mostrando una larga ristra de dientes blancos en su sonrisa.

Ni mi nuevo amigo ni yo somos ajenos a lo buena que está la tipa, miramos su escote, sus largas piernas bajo la falda de su traje blanco o beige, ¡nunca se me dieron bien los colores! ¡Pero eso no importa! ¿Verdad?

—¡Bienvenidos al curso! Hoy haremos un breve resumen de la asignatura que veremos en el próximo cuatrimestre…

—¡Jo tío, qué buena está! ¿No? —le susurro a Hugo dándole con el codo suavemente para avisarle.

—¡Ya te digo! ¡Hasta me entran ya ganas de ponerme a estudiar su asignatura! —dice mi nuevo amigo riendo.

Las horas van pasando hasta que tenemos un hueco, que aprovechamos para ir a la cafetería y tomar algo. Allí está todo petado de nuevo, así que cogemos un par de cafés y buscamos sitio.

No muy lejos divisamos una mesa para cuatro, en la cual hay dos chicas ya sentadas, así que como no hay más sitio decidimos preguntarles.

—¡Hola! ¿Nos podemos sentar? —digo con una sonrisa y la bandeja de los cafés en la mano.

—¡Oh, bueno! —comenta una de las dos chicas.

Es bajita y tiene el pelo teñido color caoba o algo así, con unos pequeños pechos pero muy sensuales y una boquita de piñón pintada en un rojo oscuro. Mientras que su amiga es como el doble que ella en tamaño, tiene el pelo lacio y largo y unas tetas que se apoyan sobre la mesa cuando se echa hacia adelante. Está gordita, pero me parece igualmente muy sensual. Si es que no soy para nada delicado en cuanto al amor se refiere.

—Soy Hugo —dice mi amigo para presentarse.

—¡Hola, yo soy Eva! —dice la chica gordita

—Y yo Carla —dice la chica del pelo color caoba.

—¡Ok, entonces yo soy tu Adán, Carla! —digo provocando las risas de los presentes.

—Os he visto en clase antes —comenta Eva—, estábamos justo detrás.

—¿En serio? No nos hemos dado cuenta —dice Hugo.

—Nosotras sí, sois de los pocos tíos de la clase —dice Carla.

—¿Ah sí? —digo Hugo haciéndose sorprendido—. Entonces creo que hemos acertado de carrera —concluye provocando las risas de ellas.

Parecen buenas chicas, mis primeras amigas de la facultad, tal vez tenga alguna paja para ellas al llegar a casa hoy —me digo mientras continuamos la animada charla.

Al final de la mañana mi nuevo amigo se despide y se marcha en bici, yo me voy a la parada del bus y allí me encuentro a Eva, nos saludamos y subimos juntos al bus. Luego nos sentamos y pasamos el camino de vuelta charlando, resulta que no vive muy lejos de la casa de mi tía.

En el camino miro sus muslos desnudos y me recreo con sus grandes pechos y su escote. Lleva un traje de lana, que le moldea el cuerpo y deja ver su figura. Admito que tiene un buen polvo, especialmente me fijo en sus bonitos ojos. Ella sonríe y creo que se siente a gusto con mi compañía así que cuando se baja del bus la echo de menos, aunque ya sólo me queda una parada a mí.
 
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