Mi Suegro y Yo - Capitulos 001 al 004

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,186
Likes Recibidos
2,495
Puntos
113
 
 
 
Mi Suegro y Yo - Capitulo 001


Lo destacable seguían siendo sus caderas sobresalientes debido a que su cuerpo se mantuviera intacto pese a lo dificultoso de su embarazo, llevado con estoicismo durante meses eternos. Le había costado tanto quedar encinta que el acumulado de esos kilos en los muslos y parte de su abdomen no le importó.

-Lo importante es el tesoro de mis ojos.

Hablaba de su hijo.

-Camilo es la felicidad que esperé toda la vida.

Le contestaba a Nancy, su amiga, íntima confidente. Se habían llamado después de diez largos meses en que ella pareció desaparecida de la faz de la tierra. ¿Qué hacía? ¿Seguía deprimida por la decisión de Roberto? ¿Qué había estado haciendo en ese tiempo?

-Si tienes tiempo te lo cuento, amiga.

-Todo el tiempo para ti.

Tendría que empezar desde el inicio. Desde el momento en que conoció a Roberto en uno de esas fiestas de casamiento en la que coincidieron de casualidad. ¿Lo habría sospechado? Ni en un millón de años. Imaginar todo lo que le había sucedido era difícil. Que se iba a casar y tener un hijo tan rápido no estaba en sus planes. Meses vivió flotando en una sensación de irrealidad que la privó de tener registro de las cosas que pasaban, como viviendo en una película, anestesiada por el entusiasmo que ahora tenía.

-Por eso no aparecía, Nancy.

Tenía cosas que hacer. Su día estaba lleno de actividades ahora. Cosas que atender que la volvían a hacer sentir importante. Ahora era una madre de apenas 24 años. Lejos estaban las locas noches en que, desbocada, besaba a un muchacho y a otro en los bailes a los que iba junto a Nancy y en los que, inevitablemente, Luana se robaba todas las miradas. Para empezar, había recuperado después del embarazo la figura llena en sus formas.

-Luego que Roberto la abandonara cayó en un pozo depresivo -repitió Nancy a sus amigas tal como se lo había pedido Luana.

El paréntesis en el que la pobre se hundió por la partida de su compañero y el momento en que salió a la superficie desde había durado nada menos que ocho meses. Y todo había cambiado y no había cambiado tanto. Un hijo separaba el intervalo entre aquella última conversación entre Nancy y Luana y este momento en que las amigas se reencontraban para contarse todo.

-Las segundas oportunidades están hechas para aprovecharse, amiga.

-No sabes lo que me reconforta que hables de esa manera, Luana querida.

Primero pensó que serían cosas suyas. Su imaginación. Pensamientos que le jugaban una mala pasada. No saber qué hacer ante una mirada dirigida indefectiblemente a su cuerpo. No estaba desacostumbrada: muchos la miraban como al descuido de esa forma libidinosa en que lo hacía el señor. Lo desconcertante era todo lo que ese señor representaba. Lo peligroso era que lo hacía cada vez con mayor descaro mientras ella aparentaba no darse cuenta.

La primera vez ocurrió en una reunión en la casa familiar; un escenario poblado por los ecos de las risas de los sobrinos de Roberto coronados por filosos comentarios y chistes de su parentela nutrida, contante y sonante. Ella supo que haría el esfuerzo por agradar a todos delante del chico al que había elegido, sobre todo, agradar a la madre política. Lo de siempre. “Que le dieran un nieto”. Solo eso pedía. La pobre estaba ensimismada ante la visión orgullosa de su vástago mayor que la había colmado de otras gratitudes como la de haber conseguido un título a los 24 años. La mirada de doña Nuria la talló desde el inicio semblanteándola de punta a punta.

“Decime Robertito… ¿esta preciosura es tu novia?”¿Lo habría dicho en serio doña Nuria? Claro que sí. Un vestido casual, debidamente ajustado a los empeines formidables parecía confirmarlo. De cabellos negros como el carbón, Luana era como un “tanque, en el buen sentido de la palabra. Un metro sesenta y ocho de adolescente –sin tacones, por supuesto-, cincuenta y seis kilos milagrosamente distribuidos, una talla de noventa y seis de busto y unas caderas cercanas a la centena. Una botella de…esa gaseosa, bromeaban Nancy y sus amigas.

Lo desconcertante fue que la primera vez lo hiciera con descaro delante de su novio. Cuando el señor le pidió que se presentara ella lo hizo nerviosa con tibias palabras que él nunca escucharía concentrado en su rostro de rasgos asiáticos y el tono mestizo de su piel. Se sintió de pronto desnuda ante los ojos que traspasaron el vestido negro sin mangas que le caía suave acentuándole el cuerpo lleno de curvas; como si pudiesen penetrar la tela delgadísima que marcaba su trasero bombeado y los senos generosos que procuró simular frente al señor cruzando incómoda los brazos.

-Este es mi papa, Luana -lo presentó Roberto sin rodeos ni mayor ceremonia; como si cumpliese un forzado y odioso protocolo que no podía ya evitar. La muchachita de 22 abriles -dulcísima, amorosa, respetuosa y siempre alegre- no pudo saber que el novio había estirado a conciencia el acto de presentarlos por inobjetables y valederas razones que sólo él conocía muy bien.

-Mucho gusto señor.

El la siguió mirando sin responder siquiera la cortesía. Seco y parco como solía con las personas que no conocía, su gesto produjo una evidente incomodidad que Roberto por suerte suplió con el argumento de que fueran a saludar a los tíos que estaban en la mesa y que también deseaban conocerla. Lo dejaron sentado con su vaso de vino mientras pasearon por las mesas dispuestas en el fondo a media luz. Una música dicharachera inundaba los ambientes que se empapaban con el intenso calor que crecía conforme avanzaba la madrugada. Pocos eran los que bailaban.

Los más jóvenes lo hicieron de compromiso y en una cadencia cansina producto de sofoco. Luana y Roberto lo hicieron también hasta que ella le pidió un descanso para buscar un refresco de la mesa de bebidas. Con el vestido pegoteándose y marcándole las abundancias naturales, ella pasó delante del agasajado que cumplía 54 en apariencia sumido en la misma monotonía de cada año.

-Feliz cumpleaños, señor -le dijo ella por decir.

La frase quedó retumbándole entre la de los aduladores de siempre-sobrinos mezclados con primos que nunca veía- como si en su pensamiento rumiara algo secreto.

El agasajado la miró otra vez y no pudo más que escudriñarla a la distancia, sorprendido con la exótica mestiza de rasgos orientales y una figura en la que cabían todos los adjetivos sobreabundantes que venían a la cabeza. En comparación con sus últimas dos novias, Luana estaba muy por encima. Lo pensó y se sintió mal en considerarlo: desde el principio, le pareció demasiado para él.

-¿Siempre se reúnen tantos en su cumpleaños señor? -quiso ella saber.

-Decime Manuel

Luana miro escéptica. No pareció convencida ni cuando ella mezcló las cartas que acababa de cortar ni cuando las arrojó en el paño. La mujer -la gitana- lo percibió en el acto en que tomó la baraja e hizo los cortes. Sintió la energía de desconfianza, pero se mantuvo en silencio un momento. La convencería con palabras.

-Veo que eres una chica de buen corazón.

Roberto había sido desalojado de la habitación para quedar ella a solas con la vidente.

-Soy gitana no vidente. Y veo aquí también una oportunidad de dinero… un trabajo… muy importante.

La mujer advirtió que Luana se interesaba de pronto con lo que escuchaba. Después de 10 minutos, le prestaba atención por primera vez arrojada sobre la mesa hacia adelante. La postura le dio la imagen cierta de su ángel y su carisma.

-Tu nombre es Luana y eres una mujer iluminada. Eres pura, divertida, inteligente, una bendición, un ángel en la tierra… Tu gente ha de sentirse afortunada y orgullosa de tenerte… Pero estás a medias feliz… Eres solo la mitad de mujer que puedes ser…

La joven no comprendió.

-Eres demasiado hembra para un solo cuerpo, y por ende para el común denominador de varón… Necesitas estar plena y complacida, ser satisfecha y un hombre normal difícilmente lo consiga. Mucho menos el que te acompaña…

Sabía que Nancy -afuera en ese momento- no simpatizaba con Roberto pero esto era demasiado. ¿Para eso la había hecho ella venir?

-¿De qué habla?… Roberto es mi novio.

-Pero el que veo aparecido en la tirada es un hombre verdadero. Uno de carácter y de una notoriedad que lo hace trascender en el campo que se desempeña. Puede parecer a priori alguien complicado y cebo para las que buscan una billetera fácil, pero es el hombre justo para vos. ¿Entendés?

-No… no la entiendo.

-Mirá en la tirada sale el rey de oro. Eso indica que se trata de un señor mayor que disfruta de una sólida posición económica; es audaz, imaginativo y muy dominante; con una enorme capacidad y habilidad para seguir varios negocios a la vez. Alguien carismático, pragmático y con dotes de mando. Personifica la experiencia, inteligencia y aptitud típica de un banquero, un agente de bolsa o un millonario. En cambio tu novio aparece aquí personificado a tu lado como un caballero algo díscolo, confiado, poco disciplinado y con dificultades por no estar con los pies en el suelo. Su carácter es más bien voluble, soñador y romántico. Es defensor de las causas justas, tiene altos ideales por los que lucha pero sin mayores ambiciones materiales.

-Me gusta más como sale mi novio.

-Pero su carta aparece alejada de ti. No está reflejada en tu futuro.

-¿No puede equivocarse?

-Las cartas no mienten. El hombre para vos es alguien igualmente completo que te hará su preferida, mientras vos sos la mujer que a su vez lo completará en todos los sentidos y formas. Pero la tirada también dice algo más: él tiene un compromiso del cual deberá desembarazarse a fin de poder alcanzar la plenitud contigo. Solo entonces, ambos serán felices.

Luana se quedó en silencio.

-Pero ¿acaso es alguien que conozco?

-Lo podés haber conocido, pero aún no se te ha revelado. Eso dicen las cartas. Tranquila. Todo será a su tiempo. Indefectiblemente ocurrirá

-Pero si yo estoy bien así, soy feliz.

-Crees serlo, pero te sientes incompleta en tu aura de mujer. Creéme que reconocerás la diferencia apenas tengas intimidad con él.

Luana estaba dubitativa, confundida intentando pensar sobre lo que le decían. Por más que lo pensara no imaginaba quien podría ser la persona de la cual la gitana le hablaba.

-Aquel que te acompañe en tu vida será el más dichoso los hombres. Vas a hacerlo enormemente feliz. Tienes un cuerpo y un espíritu que no muchos pueden satisfacer por eso el destino te mostrará tu verdadero amor. El amor es sin condiciones, Luana, si no, no es amor; y una mujer como tú no debe recibir menos que amor incondicional… Podrás querer a tu actual noviecito, pero vibrarás con un macho verdadero que te hará sucumbir y perder la razón. Que te sacudirá desde lo físico y espiritual. Que te hará consumir en una pasión que hace tiempo pugna por salir.

-¿Hace tiempo? ¿Hace cuánto tiempo?

-Probablemente desde que naciste. Y desde que él nació también -opinó la gitana- lo dicen las cartas.

-Pero yo amo a mi novio Roberto

-Podrás amarlo ahora… pero este otro te está predestinado. Estás unida a él en cuerpo y alma, en espíritu y materia, como él está atado a tu destino. Es el destino… Y el destino no se puede torcer.

Cuando salió Luana estaba más confundida que antes de ingresar. No había previsto que la gitana le dijera las cosas que acababa de escuchar en un estado de magna sorpresa. Percatándose de ello, Roberto trató de descifrar el gesto inquieto de su novia sin sospechar lo que pasaba por la cabeza. Al contrario de lo que a ella le habían profetizado, a Roberto solo le habían dicho lo que sabía de sobras: que estaba enamorado de su novia hasta el caracú.

La tarde se había vuelto más calurosa que nunca y lo sorprendió otra vez pensando. En ella. En su forma de moverse. En el tamaño de ese sabroso trasero que disfrutaría el inútil. Procuró despabilarse encendiendo la televisión y no encontró otra cosa que un programa de chimentos donde vio a una vedete que se le parecía bastante. La apagó. Decidió hojear un diario donde cayó de pronto en una página donde había una hermosa morocha increíblemente dotada como la que le sacaba el sueño en ese momento.

-Basta -se dijo- voy a salir.

Los domingos eran tan aburridos para él que los padecía. Al contrario de otros que enloquecían con el fútbol por televisión, Manuel prefería salir con algún fato que siempre tenía a mano, tirar una canita al aire era algo usual para él cada fin de semana. Pero había algo ahora que verdaderamente se lo impedía. Un inconveniente. Un problema que existía desde hacía dos meses. Desde la noche que Roberto había elegido para presentarse como el novio de América.

-Caderas generosas y pechos… enormes. Cabello largo renegrido y labios carnosos… Una bestia -exageró Ricardo.

-Hablás de minas como si fueras un pajero -bromeó él.

-Es que desde que se ve todo lo que pasa en la habitación, estoy enloquecido. Los pendejos se cogen todo.

Vaya suerte de uno, pensó Manuel. El intentaba despabilarse, deshacerse de los malos pensamientos y su amigo le convidaba una sesión de chabacano voyerismo.

-Vamos. No perdés nada con ver. Relajate. Desconectate de una vez.

Manuel ya se había acostumbrado tanto a las mentiras de Ricardo que creyó que ni siquiera era necesario contradecirlo.

-¿No me crees? Resulta que hay una pendeja tremenda ahora en una de las habitaciones. ¿Querés comprobarlo?

El sexagenario lo sobró con la mirada. A papá mono no le iban a vender bananas.

-Está más buena que un lunes feriado. En serio. Te juro que nunca vi unas carnes iguales. Lejos es la mejor que se clavaron por lo menos en los últimos dos meses. Vení a comprobarlo. Total ¿qué perdés?

Tenía razón Ricardo, al fin y cabo. Sin ánimo de llamar a sus fatos y Desganado, el veterano tano que ya lo había visto todo en la vida esperaba encontrarse con otro patético espectáculo digno del peor de los pajueranos.

-Vení -decidió finalmente Ricardo conduciéndolo a una habitación.

Dejaron los bolsos que habían tomado para salir y Ricardo cruzó la sala hasta un vestíbulo atravesado por un pasillito que conducía a las habitaciones interiores. El señor se detuvo antes de llegar a una puerta entornada, giró sobre sus talones y miró a su amigo llevando su índice a los labios, en señal de silencio. Sonrió al comprobar la sorpresa instalada en el rostro de Manuel escuchando los primeros gemidos. Era una voz conocida, sin dudas. Sus jadeos suaves, rítmicos pero tranquilos, rezumaban satisfacción y una paz que no era coherente con las estridencias orgiásticas que siempre le refería su amigo.

Sin embargo, aunque la calma regía el acto que se consumaba al otro lado de la puerta, era la primera vez que Manuel comprobaba que Ricardo no mentía y se sorprendió con lo rápido y fácil que la situación lo excitó. Ricardo no pudo saber que el muchacho que se deshacía en caricias era el hijo de Manuel y que la “minita más buena que un feriado“ no era otra que Luana, su novia. Manuel se cuidó de no revelarlo pese al shock que experimentó. Un calor le subió de repente por la entrepierna y quedó evidenciado en un rubor que ya no pudo simular. Ahora que los jadeos se hacían más acompasados e intensos y lo ponían cada vez más nervioso. Ricardo lo advirtió claramente y se hizo a un lado cediéndole el lugar a su amigo el lugar para que se asomara a espiar.

Al mirar por el mínimo resquicio que dejaba la abertura dejada adrede vio a Luana desnuda, desparramada en la cama, boca abajo, y al bueno de Roberto prendado de sus muslos, con el rostro enterrado en su entrepierna, haciéndole un cunnilingus. Era una imagen de entrega tal que procuró no hacer el más mínimo movimiento para evitar que un ruido interrumpiera lo que pasaba. Las generosas piernas de Luana, abiertas como si fueran un compás, estaban en una rigidez extrema que hacía que se marcaran los músculos bien definidos de los muslos y de las pantorrillas, una particularidad de su físico; un cuerpo de yegua esculpido en agotadoras sesiones en el gimnasio.

Físicamente, Luana se parecía algo a Mónica, una ex novia de su hijo, aunque sin dudar ella estaba tremendamente más buena y al contemplarla una parte de él se vio reflejada en la escena, como si se transportara a la habitación de repente. Nunca había practicado esa peculiar posición con ninguna de sus muchas amantes, recordó. Porque más allá de la excitación nacida por aquello que veía, la imagen de adoración de su hijo perdido entre las nalgas de su novia le provocó un genuino sentimiento de ternura, de absoluta pertenencia de su vástago a su hembrita, que dudas había de eso.

La escena reflejaba con autenticidad irreprochable quien era la dueña del pequeño gusanillo de su hijo, al punto que nadie -y mucho menos otra mujer- podría llegar a considerarlo un objeto de deseo.

-Vámonos de aquí -dijo finalmente- no va a pasar nada más.

Ricardo se sorprendió con la actitud de su amigo. Le había parecido que se había excitado tanto como él aunque luego dejara.

-¿Viste las gambas y el culo de esa bestia? Hija de puta pero ¿que comen estas pendejas?

-Cerrá el pico boludo. Ni siquiera la conocés. No sabés si puede ser una buena mina. Lo único que hizo la pobre fue confiar en el boludo que la trajo a este antro.

-Podrá ser buena mina pero es un bestión. Un camionazo todo terreno. Primera vez que la veo.

-Y me parece que va a ser la última.

-Hijo de puta el pendejo que se la va a coger.

Manuel estuvo a punto de revelarle la verdad pero otra vez, prefirió callarse.

-¿Y quién dice si se la va a coger?

-¿Cómo?

-Me jugaría que no. No le veo piné, no le da la nafta para manejar un mujerón así, ese “camión”, como vos le llamaste.

-¿Pero no estás de acuerdo?

-Estoy… puede ser. Linda piba.

-¿Sabés lo que daría por cogerme una así?

-Yo también… murmuró Manuel.

-Vos ni en tus sueños te cogerías una así. Sos igual que ese inútil.

Cuando se despidió de Ricardo después de la cargada, una incipiente sonrisa empezaba a dibujarse en el rostro de Manuel. Algo empezaba a maquinar su cabeza turbia. Una idea disparatada por lo que acababa de ser testigo. Tal vez, al fin y al cabo, algo le debería en el futuro a su amigo.

-Debe ser una brava.

-¿Cómo brava? -se intrigó Manuel.

-Apasionada.

Manuel miró a su amigo de toda la vida Ricardo de reojo. Como si lo sobrara.

-El que debe saberlo bien es Roberto ¿no?

Lo miró otra vez con incredulidad manifiesta.

“No puede saber nada ese”, estuvo a punto Manuel de decirle pero a último momento se contuvo. Por alguna razón, sentía que a veces debía mejor callarse delante de Ricardo. Lo conocía de sobra.

-¿Y se puede saber de dónde sacas semejante conclusión? -quiso saber sin embargo.

-Por los rasgos asiáticos y el color de su piel…

A Manuel le llamó la atención el razonamiento del volado de Ricardo. Era un hombre leído, culto y poseedor de una pequeña empresa como él pero también un buen parlanchín.

-Si te lo digo yo, ponele la firma que es así. Raramente me equivoco en eso-redobló la apuesta.

-No quiero que mi firma quede afectada…

-Dale… no jodas. Tiene una mirada de gitana, su fisonomía no es simétrica, fijate. La nariz es un poco más grande que lo usual en una mujer, los ojos rasgados y los labios son más bien gruesos…

-¿Y?

-Son rasgos moros. El color de la piel es aceitunado, no como los morochos de aquí, el cabello renegrido. Buena mezcla.

-Le hiciste una radiografía. ¿A qué querés llegar?

-Me jugaría que la novia de tu hijo tiene sangre árabe.

-No es necesario jugarse. Su apellido es árabe. Y su nombre también.

-Las turcas son tremendas, amigo. En la cama. ¿No lo sabés?

Manuel sonrió por primera vez. Esperaba que la perogrullada de Ricardo llegara de momento a otro, sin tantas vueltas.

-Las turcas son una cosa. Las árabes otra. Sabelo.

-Para mí es turquita… y listo.

-Su abuelo vino a la Argentina desde Yabrud, Siria. Lo contó la noche que vino a casa con Roberto-lo interrumpió Manuel en procura de finiquitar el disparatado razonamiento de su amigo jugando a ser Sherlock.

-Eso sin contar el lomo que tiene. Decime, ¿hace ejercicio?

-Todo el tiempo. Taebo y spinning creo. Se entrena duro a diario- dijo.

-Por las chuncas y el durazno que tiene me daba cuenta.

Manuel volvió a sonreír, agitando la cabeza.

-¿Cómo llegamos a esto? -preguntó.

-Por vos, boludo -respondió Ricardo- por haberte hecho el sota y no confiar en tu amigo.

Manuel lo recordó con desgano. Una sensación de desagrado le cruzó el rostro.

-Debiste contarme desde el inicio a quien espiábamos.

-Me dio… pavura. Es mi hijo.

Tal vez no había hecho bien en decírselo pero estaba ya hecho. ¿Por qué lo había hecho? No tenía la más mínima idea. Imaginó que abriría una caja de pandora. Y así fue: desde entonces las referencias a Luana de parte de Ricardo se convirtieron en inevitables. La filosa lengua de su amigo encontraba siempre adjetivos calificativos a los atributos de la novia de su hijo. Preguntaba todo el tiempo. Se volvía pesado de repente.

Manuel se preguntó porqué se lo había dicho si él mismo, en una forma simbólica, hacía todo lo posible para evitar el tema. ¿Solo porque la chica llamara un poco la atención era motivo suficiente para convertirla en motivo de bajas especulaciones de dos viejos? Manuel no tenía la respuesta.

-¿Vos te lo planteás como posibilidad o a mí me parece?- preguntó Manuel. Ricardo se quedó mudo de repente.

-Digo, de verdad -siguió Manuel curioso- ¿tu podrida cabeza elucubra algo que te haga pensar que podes tener algo con ella?

-¿Por qué no?

Manuel lo miró con desagrado.

-Primero por ser quien es para Roberto. Segundo, porque tenés casi sesenta años y ella apenas veintitrés.

-Tengo cincuenta y cuatro, igual que vos…

-No podés estar hablando en serio.

Ricardo lo miró con el orgullo de varón herido.

-¿No viste como me saludó la otra vez?

-Era una reunión. Estaba conociendo a la familia de su novio. Fue amable como lo sería cualquiera en una situación igual.

-Me saludó bien a mí. Mejor que a vos. Y eso que no sabe que la vi cogiendo…

-Bue… cogiendo… lo que se dice cogiendo…

-Aunque vos la viste más… ¿no? Desde que te dejé que miraras no dejaste más el puesto de vigilancia. No me dejaste ver más.

Era verdad. Por alguna razón, se había quedado inmóvil delante de la escena.

-¿Por qué? -insistió Ricardo- ¿Tenias vergüenza?

-Mucha.

Pero además también tenía un hueco enorme en la imaginación por donde se filtraban las imágenes de la situación de la que había sido testigo, recreadas cada día por Ricardo que se encargaba de comentarlas.

-Mirá si teníamos una cámara -dijo Ricardo.

Manuel volvió a mirarlo como se mira a un degenerado.

-¿Qué me mirás así? -rio Ricardo- tendríamos un registro de ese momento sublime y nos sacaríamos las dudas que tenemos.

-¿Que dudas?

-Si está tan tremenda como imaginamos que está. ¿Te parece poco?

La cortina y la ventana semi cerrada de su habitación filtraban la luz de la tarde de verano y dejaba, al cuarto, en una silenciosa y agradable penumbra. La suave y refrescante brisa del ventilador de techo acariciaba su cuerpo desnudo tendido justo en medio de su lecho. La fotografía no mentía. Ella se encontraba boca abajo y totalmente relajada. Sus ojos cerrados como si su mente vagara entre el sueño y la conciencia hasta escuchar el pequeño ruido de un click y de la ventana.

-Pensé que se había dado cuenta de que la espiaba

Ricardo lo escuchaba atentamente. Estaba concentrado en los detalles del relato que sabiamente hacía Manuel de su experiencia. Porque amigos eran los amigos, Manuel no había podido contenerse a revelarle la verdad.

-Si hubiéramos llevado la cámara entonces ya estaríamos más avanzados.

Fue antes de que empezara a aficionarse a espiarla. Cuando venía a casa, cada vez más seguido. Debía ingeniarse para encontrar el momento justo. Primero fueron algunas noches en que a propósito llegaba del trabajo más temprano, para ver si podía sorprenderla en el baño. Después, provisto con la cámara que le había dado Ricardo.

-¿Has hecho todo como te dije? -quiso saber Ricardo.

Realmente era poco lo que había podido hacer. Fotos de ella en ropa deportiva mientras hacía ejercicios en la casa; unas cuantas poses osadas por los movimientos de elongaciones que siempre practicaba con obsesión: “gimnasia para endurecer la cola”, explicaba ella alegremente.

-Como si le hiciera falta, hija de puta -sarcástico Ricardo comentaba escuchando atento el “parte” de su amigo.

Había conseguido también fotos de ella con falda y audaces jeans súper ceñidos que usaba con remeras color flúor que parecían elegidas a propósito un número menor a la de su talla real. Esa circunstancia, creaba el efecto que las tetas estiraran al máximo la tela de la prenda. Si debían atenerse a sus orígenes sirios – Ricardo había leído interesado en el tema-, las musulmanas estaban obligadas a preocuparse por sus vestimentas y su apariencia según el Islam, pero jamás podían irse a los extremos haciendo una exhibición licenciosa.

-A lo mejor Luanita es pecadora.

En cuanto a lo de los ejercicios físicos por los que tanto se obsesionaba en hacer también tendrían una razón de ser, según Ricardo. Resultaba que también según había leído, la mujer musulmana tenía una tendencia a mantener su buena condición física y energía, de acuerdo con el Islam. Por ello, según siempre Ricardo, no era extraño que Luana siguiera un plan organizado de ejercicios apropiados para proporcionarle a su cuerpo agilidad, belleza al solo efecto de satisfacer al quien la ha tomado por esposa, predisponiéndose en el afán de que sus necesidades sexuales fueran satisfechas.

-Mirá lo que le espera al paparulo de tu hijo. Dios le da pan al que no tiene dientes.

Ricardo había conseguido una diminuta cámara con una lente que no hacía siquiera ruido cada vez que disparaba. Tenía un alcance muy bueno que permitía que se tomaran buenas fotografías sin importar la distancia en la que se estuviera.

Las tomas empezaron por lo general desde escondites improvisados encontrados por el paciente hombre que a veces esperaba un buen tiempo, para fotografiarla por lo general desde atrás, para conseguir el premio de un primer plano del trasero que reventaba sus pantalones. En silencio y de forma automática, había ido paulatinamente volcando las fotos en una carpeta de archivos que escondió en una infinidad de otros archivos dentro de su computadora.

Pero tal vez la mejor secuencia de todas la había obtenido una mañana de sábado en que se vio obligado a regresar desde su oficina tras descubrir que se había olvidado su portafolio. Entró a la casa a media mañana y cuando estaba por irse sintió que alguien estaba en la cocina. Intuitivamente, tomó la cámara escondida en un cajón y se apresuró a ocultarse detrás de los sillones, arrodillado cuando la vio aparecer desde la cocina. Luana estaba totalmente desnuda, solo llevaba unas ojotas como si acabara de levantarse e iba con el cabello sujetado en cola de caballo y un vaso de jugo en la mano.

Su paso por el ****** admirado desde el escondrijo por el fisgón quedó registrado en cerca de 15 fotos; desde que venía casi de frente hasta que se iba de espaldas hacia el dormitorio. Había trasnochado con su hijo sin duda y tal vez acababa de levantarse. O mejor aún, existía la posibilidad de que ella y Roberto hubieran estado haciendo el amor hasta hace unos minutos aprovechando la soledad de la casa.

Ansioso de repente ante esa posibilidad salió disparado al fondo trasero que daba a la habitación de su hijo solo para ver si podía captar algo más desde la ventana. Por desgracia para él, todo estaba cerrado y no pudo ver nada más. ¿Seguirían acostados? Era jugado ir hasta la puerta y apoyar su oreja para ver si los escuchaba. También intentar ver por la mirilla de la puerta, como ya lo había hecho.

-Me dio no sé qué… cosa -admitió Manuel

-La otra vez te quedaste diez minutos mirando no te dio nada -rio Ricardo-dale… hay que animarse más. Vamos bien.

Tan bien que en los siguientes días, Manuel intensificó las vigilancias en la casa tal como Ricardo se lo había aconsejado con el objeto de poder obtener más fotografías. Aprovechaba los momentos de la tarde en que sabía que Nuria no estaría y ese momento podía eventualmente ser utilizado por su hijo para estar a solas con su novia. En realidad, había sido otra sugerencia más de Ricardo, cada vez más entusiasmado con la posibilidad de que su amigo pudiera tantear más la situación.

De manera que, amparado por el sabio consejo de su amigo, y cuidándose de no cometer errores, el plan fue avanzando con notables hasta conseguir verla envuelta en una toalla una mañana en la bañera, sabiendo muy bien que antes de haberse echado como de costumbre, él se las había arreglado para treparse a una silla y espiarla por el vidriado de la puerta. Así, conteniendo la respiración la vio enjabonarse las partes sumergidas en el agua que hacían pequeñas olas con sus movimientos, desplegando los brazos y dejando al descubierto sus pechos generosos por unos segundos.

Y todo habría continuado igual si no fuera por la ocasión en que Luana se percató de un ruido detrás de la puerta mientras se duchaba y pensando que podría tratarse del perro, salió en forma intempestiva sorprendiéndolo parado delante de ella que se cubría apenas con una toalla. Él se quedó mudo sin reaccionar mientras ella gritaba asustada lo que hizo que saliera por poco corriendo.

Solo al cabo de unos minutos, él se apareció por el comedor y la buscó en el dormitorio. Ella le preguntó que hacía. Él se quedó otra vez callado antes de hablar. Se dio cuenta que hubiese sido fácil mentirle que todo había sido un lamentable y bochornoso accidente.

-¿Y eso fue lo que hiciste?-le preguntó Ricardo intrigado.

Le dijo que le había sido imposible no concebir la idea cuando una vez por error se la encontró en el comedor a punto de entrar a la ducha. Ella no lo había advertido. Le describió como estaba vestida que hacía y como la siguiente vez sin pensarlo demasiado empezó a hacerle fotografías a la distancia. Entre fastidiada y avergonzada ella quiso saber desde cuando había empezado esa costumbre. Desde hace mucho, confesó en un murmuro, él. Desde hacía un tiempo, ella aparecía en todas las fotos inimaginables, habidas y por haber en un registro que se había venido realizando hacía ya varias semanas, tuvo que reconocerle.

Sorprendida, ella le preguntó cómo había conseguido tomar las fotos y él le respondió que era su secreto. Ella no daba crédito a la cantidad de fotos que tenía en su poder, más que las que podría haberle tomado Roberto en los meses que se conocían. Ya llevaban más de media hora viendo las imágenes cuando ella le interrumpió. Le pidió que solo le enseñara aquellas donde ella estaba “en una situación comprometida”.

El abrió varias carpetas hasta llegar a una última donde se acumulaban las imágenes que ella le solicitaba: eran varias docenas que habían sido acumuladas a lo largo de semanas de espera paciente en busca de una oportunidad de hacerlo. Ella le preguntó sorprendida cuando era eso: el respondió que se había memorizado sus rutinas luego de llegar del gimnasio y luego pasar al baño. Pese a que las fotos la mostraban, en efecto, sin mucha ropa, no había una sola fotografía que la hubiera retratado de cuerpo entero como hubiese él querido.

Ella, sin embargo, quiso estar segura y repasó varias veces la fila de imágenes para estar segura. Estaba enojada y a la vez avergonzada. De pronto, advirtió que estaba en un brete. Si acudía a Roberto lo más probable era que se generara un escándalo donde muchas cosas tendrían que explicarse.

-¿Estás loco? -lo miró Ricardo extrañado- No le dijo nada al Roberto… ¿sabés lo que significa eso?

-No… -respondió él, inocente.

Ricardo suspiró mirándolo incrédulo.

-Que vas bien… vas muy bien – Ricardo se emocionó como un niño al hablar.

-¿Te parece?

-El paso siguiente -le dijo Ricardo- es hacer que ella no sospeche de lo que pretendes.

-¿Y qué es lo que se supone que pretendo? -preguntó Manuel.

-Fotografiarla desnuda -se relamió Ricardo- Dejá que piense que lo que pasó no va a llegar más de eso. Deja pasar un tiempo.

Ricardo parecía más entusiasmado que nunca.

-El panorama es inmejorable si es verdad lo que contás. ¿Quedaste en algo?

Manuel le contestó que nada más habían hablado.

-Después de un tiempito… tenés que volver a intentarlo. ¿Te animás? Decime ¿cuándo es el mejor momento?

Pese a que se lo había precisado cuando ella se lo preguntó, en los siguientes días Luana no había alterado su rutina de llegar a la casa después del gimnasio.

-Cuando vuelve de spinning. Arroja la ropa y se baña.

-Deberías haberte arriesgado. Valía la pena -dijo Ricardo lamentándose.

-Ya está. No soy como vos.

-Claro que no lo sos, jaja y nunca lo vas a hacer.

Manuel se mordió en silencio.

-Los dos sabemos que recurriste a mí. Que fuiste vos el que me buscaste. Es más: esto no te hubiera pasado nunca sin mí, aceptalo -lo hirió otra vez Ricardo- pero bueno… aprovechá… que hoy estoy enseñando gratis.

Volvió a mirar a su amigo Ricardo otra vez. Siempre tan buen amigo. Lástima que arruinara siempre todo con su soberbia.

-A lo mejor en tu situación, yo estaba avanzado varios casilleros.

Roberto estaba imposible. Abroquelado en un hermetismo propio de su mal genio en determinadas situaciones. Todos la conocían bien. Incluso su novia que sabía que no debía siquiera dirigirle la palabra en ocasiones como esa.

-Está insoportable, como siempre.

-Dejalo, ya le va a pasar. Como siempre. Siempre es igual.

El le hablaba procurando distraerla pero Luana seguía sumida en su propio fastidio contagiada por Roberto. Se había dejado llevar por su pésimo humor.

-Me tiene harta el fútbol. Me cansan esas cosas-protestó.

Tres a cero. El equipo de Roberto había perdido por tercera vez consecutiva. Sin atenuantes. Con baile. Y el fanático no quería ni que le hablaran. ¿Podía ser eso posible?, se preguntó Manuel.

-Te entiendo. ¿Por qué no vamos… a…? -le insistió.

Luana lo miró como para que no siguiera. Pensó que eso podría llegar a aliviarla. Pero el fastidio de Roberto ya la había contagiado al punto de ser ya inevitablemente tarde. Cambió de tema haciéndole ver que no estaba de humor para nada.

-Cuando nos casemos no me va a dar bola-se lamentó en voz alta ella.
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,186
Likes Recibidos
2,495
Puntos
113
 
 
 
-
Mi Suegro y Yo - Capitulo 002


Roberto no le había dicho una sola palabra, incapaz de ceder. Ella le había pedido especialmente varias cosas que él sin embargo había olvidado. Y todo tenía una sola razón de ser. Su equipo había perdido y el no estaba de humor. Luana se dio cuenta que hiciera lo que hiciese esta sería una cosa que no podría ser resuelta en su futuro con Roberto. Que cada vez que su equipo perdiera, él encontraría una razón para ignorarla totalmente. Sacar la basura, darle de comer a los perros, ponerle agua al gato, regar las plantas. Manuel lo supo: eran los detalles en apariencia insignificantes los más importantes para Luana.

Saberlo le despertó un nuevo morbo especial. Era lunes y Roberto se iba de viaje a Buenos Aires hasta el jueves, odioso sin dirigirle la palabra. Su equipo había perdido otra vez y ella sabía muy bien lo que eso significaba. Que no iba a salir y se iba a acostar sin hablarle. Lo mismo de siempre. Al traerla de regreso del aeropuerto tras despedirlo Manuel vio dibujada en el rostro de Luana la misma idiotez de su hijo. Llevaba unos jeans y una remera escotada ajustada pero su rostro estaba contagiado con su mal carácter. Volvió a preguntarle si podía ayudarla en algo.

-Deje nomás. Él no va a cambiar es así.

¿Era posible que el tarambana lo arruinara todo?

-Te llevo a merendar. Si querés…

-No deje… Ya hizo bastante.

Pero tendría que hacer más. Porque aunque lo intentara, se dio cuenta de que ese día no iba a conseguir mucho. Ni al día siguiente. Ni pese a que Roberto se quedara tres días en Buenos Aires. Y todo por un estúpido partido. Ese día, por primera vez, Manuel, que nunca se había interesado por el fútbol deseó que River hubiera metido al menos dos goles.

Esa misma tarde de viernes fue a ver a su amigo. Estaba ansioso y sin saber qué hacer con sus ganas de león enjaulado que Ricardo dilucidó en el acto.

-Necesito contarte algo, creo que metí las pata hasta el caracú -le dijo Manuel ya instalado en el ******.

Ricardo se alarmó. Venía planeando cuidadosamente a través de las semanas la forma en que su amigo debía actuar para que nada malo sucediera. Luego de los últimos avances no estaba en sus cálculos un retroceso.

-El otro día Luana accedió a que le hiciera más fotos -le comunicó Manuel.

-Supongo que me estás jodiendo.

-No… no te jodo. Nos quedamos solos en casa. Roberto se fue a Buenos Aires y ella estaba molesta con él.

-Supongo… que las traés -se entusiasmó nervioso Ricardo.

-No se me ocurrió…

-¿Vos me tomás de boludo? Le hiciste ya decenas fotos y nunca se te ocurre. Ni siquiera he visto las otras. Tu nuera está más buena que la cresta. De solo pensar en que me la voy a coger bien pronto me saca de quicio.

-No hablés así. Recordá que es la novia de Roberto.

-No jodás. Dale seguí contando.

Manuel lo miró con cara de disgusto pero al cabo supo que no podría razonar con Ricardo.

-El otro día que te cuento, le pregunté si -empezó Manuel ante la expectante mirada de Gustavo.- me dejaba verla cuando se cambia…

-¿Y? ¿Qué te dijo?

-Que me dejaba.

-¿Viste?!!! Lo sabía, sabía que la muy no podía ser tan decentita con el lomo que tiene- el entusiasmo de Ricardo solo se contrapesaba con el desgano de Manuel en ese momento – ¿y? ¿y? dale viejo de mierda contá todo, no te lo guardes

-Le pedí que me dejara mirar cuando hiciera el amor con mi hijo -bromeó Manuel.

-¿Qué? -Ricardo no pudo creer que se hubiera animado a tanto- ¿Y te dejó?

-No, al principio se mostro molesta y yo reaccione disculpándome como un chico que sabe que lo van a cascar.

-¿Al principio? ¿O sea que luego los viste? ¿Como la otra vez en el telo?

-Bueno… un poco

-¿Y? Contame

-Igual que la otra vez.

– Jaja… te dije… lo sabía. Confirmadísimo. No la coge. No le toca un pelo. ¿Viste que lo que digo se cumple?

-Y… puede ser -admitió Manuel resignado.

-¿Estaba en pelotas? -pregunto Ricardo con relamida malicia- Dale… decime como es en bolas, ¿Cómo tiene esas tetazas?, ¿las tiene tan firmes y redondas como parece?

-Las tiene exactamente como te lo imaginás. Llevaba el short del gym pero ya se lo había quitado. Se veía bella con tacos y ese ajustado shortcito que apenas le cubría el culo que tiene -las palabras salían como si nada de Manuel de solo recordarla- porque vos ya viste el culo que tiene-completó sintiéndose un viejo verde baboso. Ella estaba cruzada de brazos mientras él se deshacía otra vez en disculpas pensando que la había cagado esta vez en serio.

-Tuve que dibujarla diciéndole las excusas más boludas. Pero no la convencía. Ni la convencí.

-Extraña tu actitud.

-Vos no la conocés. Es muy terca cuando se enoja.

-Vos sos medio boludo me parece. Que decías que te volteás a esta y a la otra.

-Pero… es la mujer de mi hijo.

-Ja, si tenés razón… para vos es la mujer de tu hijo. Para mí es una hembra infernal que me tiene loco desde que la vi.

-No seas enfermo. Si hago esto es por vos, nada más.

-Está bien. Pero… nadie en sus cabales puede darse por vencido.

-¿Vencido de qué?

-¿No lo entendés verdad? Si Luana llegara a coger con alguien que no sea Roberto, no la para nadie. Te lo firmo donde quieras.

-¿Cómo?

-Es la regla clásica. Si conociera el placer lo hará con quien quiera, te repito: no la va a parar nadie.

-No sabés lo que decís. Estás loco.

-Me animaría a decir que se acerca ese momento. ¿No crees?

-Ricardo, parala. Me dio la cana haciéndole fotos. Me dejó luego que la siguiera fotografiando. ¿Y vos querés más?

-Por eso boludo… ¿crees que me voy a contentar mirando unas fotitos?

-Me parece cualquiera. Una cosa es espiarla y otra pensar algo más. Somos dos viejos verdes. En serio.

-¿Vos lo viste al boludo de tu hijo? Si se la ganó el…

Manuel no pudo más que guardar silencio. Sabía que Ricardo tenía razón.

-Incluso vos. Que seas el padre de Roberto no quiere decir que no seás hombre.

Ricardo siempre tenía razón.

-¿Y? no te quedés callado. ¿Qué pasó? -Lo incitó Ricardo.

-La cagué me parece. Eso. Que la cagué. Yo te lo había adelantado.

-Pero contame boludo que pasó.

-Pues no sé. Quise probar que tan preparada estaba para la propuesta de hacerle otras más fotos pero cuando le golpeé su puerta me apartó de un empujó y me mandó a volar de la habitación -el tono de Manuel denotaba su disgusto- estaba tan cerca… tan cerca.

El silencio de la desilusión se impuso de inmediato. Ricardo no lo pudo creer sencillamente. ¿En realidad había jorobado el asunto?

-La cosa no termina ahí-siguió Manuel preocupado -Hoy me dijo que no quería que la fotografiara más. Que nuestro acuerdo se cancelaba.

-¿Qué? -respondió Ricardo con el terror estampado en la cara- ¿Cómo que se cancela? ¿Justo que estamos a un paso de conseguirlo?

Manuel bajó la cabeza, como si estuviese avergonzado.

-Pero ¿qué hiciste boludo? ¿No te dije que debías ser cuidadoso? ¿Qué debías llevarla tranquilo? ¿No seguiste mis consejos?

-Simplemente pasó-apenas murmuró Manuel -lo lamento.

-Lo que no entiendo es que hiciste mal. Si seguiste cada consejo. La venías chamuyando bárbaro, se estaba animando y de repente ahora sale con esto. No se entiende qué carajo pasó.

-Y… no debía pasar. Te dije que era algo malo en lo que nos metíamos.

Ricardo se quedó en silencio, sin saber que decir, sin poder creerlo. Al fin y al cabo, todo parecía que estaba perdido. Nada podía hacerse.

-Quiero las fotos de la última sesión -dijo levantando la cabeza hacia su estúpido amigo- Y no quiero unas cuantas vistas rápidas en tu portátil. Las quiero todas en CD para poder disfrutarlas en la privacidad de mi habitación. Quiero verla en bolas, quiero ver clarito esas gomas terribles, ese culo grande y la impresión que seguramente puso de zorrita de solo dejarse fotografiar.

La expresión del rostro de Ricardo al hablar era inequívocamente intransigente. Ya conocía de sobras a su amigo cuando se enojaba de la forma en que lo hacía. Manuel entendió que si no hacía lo que le pedía, su amigo era capaz de hasta ir a hablar con su hijo.

.Está bien, te las traigo. Tenés mi palabra.

-Basta de palabras. Quiero las fotos, luego hablamos.

La charla entre los amigos terminó de forma abrupta y solo se reanudaría al cabo de unos veinte minutos, luego de que Manuel se sentara frente a su notebook. En su mano tenía el cd virgen y aún no acababa de tomar una decisión. Vio las fotos de la última sesión en la carpeta que sabía esconder bien. Recordó la tonicidad de las distintas partes del cuerpo macizo y el color aceitunado de la piel. Puso el cd e hizo transportó las copias de algunas fotos a un pen drive que recibió su amigo.

-¡Dios santo… mirá lo que está!… -Ricardo no cabía dentro de su sorpresa admirando las fotos- tenía razón… la muy… lo disfruta. Le gustó. Por eso no lo entiendo.

¿Cómo lo notaba supuestamente? Manuel enmudeció. La rabia que sentía al enseñar las fotos de Luana lo estaba matando.

-Bueno, ya está. Ya tenés lo que pediste, ya estarás satisfecho.

-¿Que querés decir?

-Que se terminó acá. Listo. No quiero saber más nada.

-Pará boludo. No podés arrugar ahora. Estamos cerca.

-No… esta es una señal. No podemos seguir. Si llega a contarle a Roberto se arma la gorda.

-No va a contarle nada.

-Nuria me mata. Mi hijo me odiaría de por vida. Me convertiría en un monstruo. No me lo perdonaría más. Mi conciencia me mataría. No soy como vos.

-Porque vos sos un boludo. Pero te dije que yo no me equivoco nunca en esto. Ella lo disfrutaba. Te pidió que le hicieras la sesión de fotos, ¿no es así? Se nota que lo disfrutaba.

-Si querés decir que es una puta hacelo sin rodeos.

-No digo eso. Lo que creo es que si te dejó una vez lo menos, te puede dejar hacer lo más.

-No… yo no debí dejar que me convencieras a hacerlo. Fue un error mío.

Ricardo lo miró incrédulo por unos segundos.

-No… si yo sabía que lo de nabo era de familia. De tal astilla, tal palo.

-Te dije que no estaba seguro de esto. Mi hijo está en el medio. No entendés.

-Tu hijo tiene cara de tremendo cornudo. De vos pensaba distinto pero sos igual. Volvé a tus domingos de ajedrez.

-No creo que esto pueda llevar a nada bueno Ricardo, entendé.

-Mandate a mudar de acá. Sos un boludo a cuerda. Me convencí.

¿Su amigo lo corría? ¿Después de tanto tiempo? ¿Estaba escuchando bien?

-Y de las fotos olvidate. No te las voy a devolver. Y si me volvés a romper las bolas voy a ir directo a tu nuerita a enseñárselas. Y a que no sabés que le voy a decir sobre como las conseguí.

¿Chantaje? Que bajo podía llegar a caer la amistad de toda la vida entre dos hombres solo por chiruza. ¿Chiruza le había dicho? Sí, aunque se tratara de la novia de su hijo más grande, no creía que durara. La pescaría él en alguna infidelidad o tal vez ella lo largara aburrida de la de una relación monógama. “Los pendejos eran así ahora… todo era light”, razonó.

Pero fuere como fuere, Manuel abandonó la casa de Ricardo con la certidumbre de que ya lo había convencido. Que no vería por un buen tiempo a su amigo y que nunca más le hablaría de su nuera. Satisfecho, recordó la charla mantenida poco antes de que “él lo echara todo a perder”.

-Siempre fui calentón -le dijo Ricardo hace dos semanas- desde que tengo memoria. Por eso pocas cosas me angustiaron tanto cuando tuve que hacer el servicio militar. Me puse loco de solo imaginar que estaría en cuarentena obligada.

Ricardo hizo una pausa y se sentó antes de seguir.

-Y sin embargo, nada pasó. Por extraño que pareciera estuve meses sin que tuviera necesidad ni de hacerme una paja.

Manuel se quedó esperando el final de la historia.

-Supe la verdad cuando nos dieron la baja. Lo que nos dejaba mansos era un desinhibidor que nos mezclaban con la comida. Una droga que hacía bajar la libido en forma instantánea.

Se quedó callado unos segundos antes de terminar.

-Yo puedo suministrártela. Y a vos, no te va a ser difícil dárselo a la persona indicada.

Era fácil, nadie se daría cuenta. No había resultados permanentes ni síntomas secundarios. Qué buena idea había tenido Ricardito. No le haría daño a Roberto y sería solo hasta obtener lo que quería. Su amigo ya no lo molestaría más.

Roberto empezó a sentirse extraño un tiempo antes. Unos cuatro meses habían pasado dos semanas cuando terminó por aceptar que algo malo le pasaba. Con el tiempo empezó a comprobar que su estado empeoraba. Somnolencia, depresión, falta de ánimo, palpitaciones y una fuerte jaqueca eran los síntomas que sufría prácticamente, le dijo al médico. El médico le recetó pastillas y un complejo vitamínico a efecto que pudiera recuperar la vitalidad que parecía lo había abandonado. Al inicio pareció recuperarse un poco pero al cabo de unos días, los síntomas se repetían otra vez sin mayor explicación.

El deseo sexual se había ido. Dramáticamente. Ya no recordaba el último día en que Luana y él habían mantenido relaciones y todo sucedía justo ahora que planificaban casarse. Con lógica preocupación y en absoluta discreción, Roberto buscó la ayuda de un terapista sexual al que le transmitió en confianza todos sus pesares.

-No tengo deseos doctor.

-¿No desea a su novia?

-No no es eso. No sabría decirle que me pasa pero desde hace un tiempo no he podido tener relaciones sexuales.

-¿No ha podido?

-No puedo tener erecciones.

-En las cuestiones sexuales hay que ser lanzados, decididos y a veces hasta impulsivos. Quizás usted se ha acostumbrado a un esquema rutinario y por eso no puede salir de él.

-¿Y qué puedo hacer?

-Debe sorprender a su novia. Ni más ni menos. No la lleve a cenar o en plan de cosas similares. A las mujeres es mejor sorprenderlas todo el tiempo.

-Yo le regalo flores, estoy pendiente de ella. Busco contenerla.

-Hay que dejar los prolegómenos. Las vueltas. Vaya directo al grano -le sugirió el terapista.

-¿Que quiere decir?

-Vamos hombre, imaginación. Preséntese de improviso. Sin llamarla. Sin mandarle mensajes de texto. Usted se presenta y quiere hacerle el amor. Nada más. ¿Entiende?

-Entiendo.

-Usted se siente artífice de su destino. Se siente que nadie va a pararlo en sus ganas de ir por su novia. De arrancarle su ropa y de… bueno usted ya sabe.

-Claro… ya lo entendí.

-Abandone los planes. Deje los piropos. Busque en su interior al hombre que solo quiere acostarse con la mujer. Nada más.

Al salir de la sesión Roberto parecía otro. Se había convencido en apenas unos minutos que el consejo del terapista era tan bueno que no valía ni la pena cuestionarlo. Necesitaba ser por una vez en la vida no tan previsible y convertirse en alguien impulsivo, decidido. Lo haría. Y lo haría ahora mismo, decidió. Vio la hora y de inmediato se dio cuenta que Luana habría salido ya del gimnasio. Probablemente ya estaría en casa haciendo sus últimos ejercicios para ir a bañarse. Ahora que lo pensaba ella también era un tanto previsible.

Imaginó a su novia en sus diminutos shorts y musculosa de gimnasio en sus tontos ejercicios de elongación. El alteraría todo ahora y le daría resultados. Si se apuraba hasta quizás la alcanzara antes que se quitara sus ropas de gim y le hiciera el amor ahí nomas, con su transpiración en el comedor, sin que se duchara. Era una buena idea, sonrió de repente, sintiendo un estímulo en la entrepierna como hacía mucho tiempo no le pasaba.

Salió disparado en el coche como un autómata en dirección a su casa. No se estacionó como siempre abriendo el garaje sino dejando el vehículo en la calle y corrió casi desesperado a través de la puerta. Llegó al comedor y miró en la sala: ahí en el piso, estaban las prendas que Lu acababa de quitarse, el shorcito arremangado y la musculosa transpirada. Lamentablemente ya estaba duchándose. La buscó en el baño sin encontrarla y cruzó el pasillo hasta dar con la puerta de su dormitorio cerrada. Estaría arreglándose, pensó.

Pero al abrir la puerta de la habitación Roberto se estrelló con la realidad más brutal que hubiese podido llegar jamás a imaginar. La figura de un hombre iba acomodando detrás de los globos que sobresalían de la pose arqueada de su novia: el rostro de Luana estaba hundido en una almohada y sus caderas furibundas estaban levantadas y ofrecidas a su padre que en medio de bufadas y roncos quejidos inentendibles la bombeaba sin parar al tiempo que no permitía que se moviera un milímetro de la posición en que la tenía sometida.

En posición enteramente dominante, su padre la rodeaba con sus brazos recostándose encima de las enormes ancas de ella; así le daba furiosos empellones que la movían en seco hacia adelante. Al abrirse la puerta, Luana había levantado la cabeza asustada y lo miraba con el rostro desencajado.

-Ay… ay… no te vayas a enojar por favor.

-Tranquilo hijo… respirá profundo. Respirá y exhalá.

Roberto se quedó de piedra incapaz de moverse y de articular una palabra ante el tremendo espectáculo.

-No es lo que parece, Ro.

Lo primero que vio fue la ancha de su padre de pie que rápidamente tomó una sábana para cubrirse. Por su forma de moverse se dio cuenta de que estaba cogiéndose a Luana. Ella de espaldas, estaba apoyada sobre la cama mientras era sujetada de “sus ancas” como intentando de que se quedara donde él deseaba que se quedase para poder lograr una mejor penetración.

-No es lo que vos pensás Ro ¡!!ooooh!!.

-Ah ¿no? ¿Y qué es?

-Es un mal entendido. Luana me pidió verme para conversar sobre un tema de ustedes.

-¡Sí!… ¡siii!… un mal entendido.

-De eso estuvimos hablando hasta hace apenas un rato.

-Y una cosa llevó a la otra… -completó ella

La inesperada irrupción del novio engañado en la habitación no había causado la interrupción del acto que en la habitación se ejecutaba. Por el contrario, a Roberto le había parecido que los movimientos se habían tornado más rápidos desde su presencia sorpresiva

-Eso hijo- Manuel aprovechó la confusión y pasividad de Roberto para ensartarla un poco más -una cosa llevó a la otra.

-No te dejés llevar por las apariencias, mi amor.

Ahora su padre había abandonado la magnífica retaguardia de ella y se acostaba boca arriba en espera de que se le subiera encima. Sin que fuera necesaria una indicación, la nuera se levantó y se asentó en cuclillas encima de la verga ofrecida como penacho.

-Pero… ¡!Luana!! ¿Qué hacés? ¡Dejálo!

Inmersa en una especie de trance, Luana no escuchaba o no parecía querer escuchar. Era como un animal desbocado que pistoneaba sobre la pija erguida debajo de ella a una velocidad sónica y salvaje, como si estuviera poseída por un espíritu vudú.

-Ya termina hijo, es un momento más, nada más. Ahhh!!

-¡Vos sos un hijo de puta! ¡Callate!

-Cortala Ro… no seas violento…

-Pero… ¿Cómo querés que sea con el turro que me gorrea?

-Ya hijo, no es para tanto… además ya termina… ¡ooooh!!

-El que va a terminar sos vos… y de la peor manera. ¡Ya ahora mismo! Dejála ya si no querés que pase algo feo…

-Es un momento nada más… Lu, ¿ya terminás?

-No… Manu… todavía no… ohhh continúe un poquito más… me falta poco creo… ahhh ¿y usted?

-Yo puedo seguirte el tren dos horas más si es necesario amor…

-Entonces siga y no le dé bolilla…

-¿Qué? -protestó Roberto fuera de sí…

El ritmo se aceleró otra vez en los remolinos de las caderas que hacían círculos violentos para luego retomar un movimiento acompasado en una cadencia más serena en señal de una profunda penetración. El novio conocía perfectamente esa forma particular que Luana tenía de coger, cuando lo estaba pasando bomba. La forma que ahora estaba conociendo su padre.

-¡Basta! -volvió el novio engañado a gritar- Para ya… pará de cogértela, para un poquito… por el amor de Dios… te lo pido por favor.

-No me lo digas a mí… la que me está cogiendo es ella -respondió el padre en referencia a los frenéticos movimientos de la muchacha.

-Dejalo… un poquito más… no seas egoísta… Ro…

-Vos… ¿vos… me llamas egoísta? ¿Qué carajo te pasa? ¡Sos una desconocida!

-¡Callate! El desconocido sos vos…! hace más de un tres meses que no me tocás…!! ¿Como querés que esté? -se descargó ella en un tono de recriminación mientras no dejaba de moverse en círculos encima del gozoso viejo que la sujetaba de sus portentosos caderones.

-Preciosa… por favor no te vayas a poner mal -terció Manuel- ahora permitite disfrutar.

Ella miró a su novio con el desconsuelo más atroz instalado en los ojos como si se deshiciera en el dolor que sin duda le estaba provocando a Roberto.

-¿Te sentís bien Lu? ¿Querés que paremos? -se animó él a preguntar al verla dubitativa.

-No… Manuel… siga un poco más -pidió ella volviendo al acto que ejecutaba -usted no tiene nada que ver, después de todo.

-Tranquilo hijo, es la primera y la última vez que va a pasar…

Roberto no volvió a hablar más. Vapuleado en su orgullo, estaba sumido en un mar de sentimientos contradictorios que le causaba el degrado que experimentaba.

-¡Movete así eso!!… ¡más rapidooo nena! ¡oohhh.!!! ¡Asiii!!

-¿Así? -acuclillada Luana volvió a marcar el ritmo de la cabalgada bestial con las estocadas certeras de su enorme trasero. Sin dudas estaba más que entrenada por las clases de spinning y taebo que practicaba a diario, pensó Manuel.

-Eso… así… así… dale que te hago llegar… ¡daleeee que ahora vas a ver todas las estrellas juntas del firmamentooo!! ooooh

-Si… uuuh primera y últimaaa vez aaaarh… me viene Manu… ¡me viene!

Manuel aceleró las ensartadas en un mete-saca, sube y baja tremendo por la pastilla y media de viagra que se había tomado una hora antes dispuesto a dar la mejor batalla de su vida. Sabía que tenía una sola bala en la recámara y no estaba dispuesto a desperdiciarla.

—¡¡Nooo por Diosss…!! ¡¡Acabo!! ¡¡Acabooo…!!

Roberto quedó en un completo shock incapaz de siquiera moverse. Luana -además de adornarle la frente con unas tremendas guampas- acababa de exponerlo tangencialmente en el punto que más lo avergonzaba: su falta de deseo sexual en los últimos meses. Pero al mismo tiempo, el varón herido supo que su novia no había hecho más que recordarle lo apático y desconsiderado que había sido con ella últimamente. Lo extraño que se había sentido sin razón en las últimas siete semanas.

No podía decir, incluso, que la pobre Luana no hubiera puesto su parte. Muchas veces, desconcertada, ella lo había buscado cada vez que regresaba a casa con la secreta ilusión de que él reaccionara y se lanzara sobre ella. Pero el tiempo pasaba y nada ocurría. La sospecha de que su novio no la encontrara lo suficientemente atractiva empezó a tomar fuerza en la cabeza de Luana, que se le había ocurrido recurrir al consejo del papá de Roberto como última alternativa.

-La carne es débil Ro… -dijo ella mientras se reincorporaba tras el tremebundo orgasmo conseguido- yo sé que no hay justificación para lo que te hice… pero en este caso, creéme que no hubo nada premeditado.

-Claro que no -dijo Manuel intentando recuperar la respiración.

-Me sentí completamente sola y tu papá simplemente me escuchó. Nada más que eso.

Al escucharla, Roberto sintió una repentina vergüenza de que su padre pudiese ahora conocer detalles de su intimidad con Luana.

-¿Vos la escuchaste? -preguntó en retórica Roberto a su padre.

-Sí, lo hizo -intercedió ella- no seas un atolondrado mal pensado Ro.

Roberto abandonó la habitación acongojado. Ella terminó de cambiarse y fue tras él. Era el momento de dejarlos a solas, y por ello Manuel se retiró al baño.

En la sala de estar, ella se acercó con cuidado, sabiendo lo herido que Roberto podía estar en ese momento.

-Todo va a salir bien, mi amor. Vas a ver que sí.

-¿Si? ¿Eso creés en serio?

-Si tenés un problema… disfuncional digo… podemos hablarlo.

-¿Hubiera sido bueno hacerlo antes no?

-Estoy dispuesta a hacer todo lo posible. A lo mejor es estrés.

-Acabás de cogerte a mi viejo Luana. A ver si nos queda claro eso al menos.

-Tu papá es el primero dispuesto a ayudarnos.

Roberto recordó la charla con Luana sobre los incipientes inconvenientes económicos que empezaban a tener. Se imaginó en el acto que esa podría haber sido la treta usada para confundir a Luana y aprovecharse de ella. Al fin y al cabo, su padre no era más que un manipulador y explotador de sus empleados. El mismo era una prueba fehaciente de ello.

-Imagino cómo quiere ayudarnos -dijo con ironía Roberto.

-Me ha contado que manejás varios clientes. Pero no es suficiente para que puedas conseguir el ascenso.

El puesto de magnagement general había sido un tortuoso anhelo para Roberto desde hacía años. En pos de ello había sacrificado jornadas enteras, horas extras, feriados, vacaciones solo para demostrar que estaba lo suficientemente calificado ante los ojos de su padre. Quizás fuera eso, dijo Luana lo que lo estaba afectando. Hacía tiempo que Roberto sentía que su rol dentro de la firma se había estancado y hasta se había enfrascado en una estresante competencia con su propio hermano también obsesionado en caerle en gracia a su padre.

-Ro, no entendés -siguió Luana- tu papá me dijo que tenés una oportunidad.

-Menos mal que lo dijo… trabajo como un burro para él desde las siete de la mañana.

-Y lo hacés bien hijo… pero todavía te falta para ser yo.

El incómodo comentario de Manuel en el momento de su irrupción en la habitación dejó un silencio que solo fue interrumpido al cabo de unos segundos por Luana.

-¿No entendés Ro? Tu papá ha pensado que podés ocupar su lugar algún día.

-Te tenés que enfocar más. Es lo que le estuve haciendo ver a Luana.

Roberto miró a Manuel como se mira a un hijo de puta.

-Te tenés que esforzar más -le reclamó Luana- ¡Alguna vez vas a ser como él!

-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,186
Likes Recibidos
2,495
Puntos
113
 
 
 
-
Mi Suegro y Yo - Capitulo 003


Luana no entendía. Esforzarse significaba quedar entrampado en el plan preconcebido para él y su hermano Carlos. Un ridículo compendio de reglas que había que cumplir a rajatabla para no disgustarlo. Para satisfacerlo. En la familia se habían pasado la vida haciendo eso. Lo que él decía. Solo para que los demás siguieran el juego que él planteaba. Y Roberto ya lo tenía decidido hace tiempo: no ser como él. Por el contrario, había hecho hasta ese momento todo lo contrario para diferenciarse de su padre.

Los demás podían ver eso como un absurdo signo de rebeldía y un sinsentido, pero para Roberto esa resistencia simbólica significaba un leit motiv de vida. Para eso Roberto se había presentado esa mañana temprano de improviso: para mantener una conversación con su padre. Lo encontró como todas las mañanas, en su despacho que, sin embargo, parecía transformado. Su saco estaba en el piso y él llevaba la camisa desabotonada, como si acabara de levantarse de una siesta. Roberto vio la expresión de fastidio dibujada en su padre y lo asoció de inmediato al hecho de aparecerse sin previo aviso. Tal vez hasta pensara que se presentaba para pedirle explicaciones: sintió que debía apresurarse a hablar.

-No es necesario que me des una disculpa -le dijo

Manuel lo miró desconcertado.

-Ya me he olvidado de lo sucedido, por lo tanto, ahórrate los sermones. No vine por revancha. Tampoco por reproche. Vos sabrás porqué necesitás hacer este tipo de cosas.

Su padre lo miraba con interés mientras terminaba de arreglarse la camisa y se sentaba en el sillón de su escritorio.

-Pero tampoco es necesario que le mientas -agregó Roberto, tras una pausa ensayada.

-Disculpá… -habló por fin Manuel- son las nueve y treinta de la mañana y mi día aún no comienza. ¿Puedo preguntar a qué te referís?

-A que no quiero que le crees falsas expectativas.

-¿Acerca de qué?

-Acerca de que puedas promoverme. Ambos sabemos que no será así.

Manuel no pudo estar más de acuerdo y estaba a punto por darle la razón cuando la puerta que daba al baño de la oficina se abrió y apareció, rimbombante Luana, que al encontrarse a su novio en la oficina se congeló de la sorpresa.

-Mi… mi… amor… que… ¿que… tal…?

-Hola -Roberto había cambiado el adusto gesto por una sonrisa- ¿qué hacés aquí?

Estaba algo despeinada y casi no llevaba maquillaje pese a ser siempre tan coqueta, sobre todo por las mañanas.

-Te… eh… te estuve buscando… pensé que estarías aquí.

-Pero quedamos en vernos en casa, ¿No te acordás?

-Eeeeh… ah… si, tenés razón. Me había olvidado. Qué pavota…

-Bueno… ya que estás aquí hijo -retomó Manuel- quiero comunicarte una cosa importante.

Su padre ya se había arreglado el nudo de la corbata y repasaba sus cabellos alborotados con los dedos frente a un espejo mientras empezaba a hablarle.

-Primero… me parece valioso que hayas venido a decirme lo que recién dijiste, precisamente porque tenés toda la razón.

Luana se abotonaba la blusa clausurando el escote mientras intentaba bajarse su minifalda apretadísima, en un inconfundible gesto que Roberto imaginó de pudor por la presencia de su padre.

-Va a ser difícil -siguió Manuel hablando- sino imposible promoverte por ahora.

Roberto suspiró entre resignado y aliviado al mismo tiempo. Ahora su novia no se haría rollos respecto a una situación engañosa y lo más probable fuera que se fastidiara con su padre tal como solía hacerlo cuando se sentía manipulada. Era la aclaración que precisaba.

-Mucho más -siguió razonando su padre- considerando que otras personas están haciendo tanto o más méritos que vos para ser también consideradas.

¿Méritos?, se preguntó Roberto, que se había quedado de una pieza, confundido.

-El estudio del mercado que te pedí… ¿lo recordás?

-Si… -dijo Roberto expectante.

-Si te parece… -siguió Manuel- voy a seguir tratando el tema con Luana.

-¿Con Luana?

-Es mi manera de reparar lo que sucedió. Me siento culpable. Estoy dispuesto a sacar tiempo de donde no tengo.

-Pero he estado trabajando en un gráfico para optimizar las ventas -argumentó Roberto.

-Vos estás demasiado ocupado con los traslados como comisionista -le recordó su padre.

-Pero pensaba que mi desempeño serviría para obtener…

-Los temas importantes son otros… ¿entendés? -sentenció Manuel

-¿Y de eso vas a hablar con Luana? Ella no sabe nada de esto…

-Pero puedo aprender -intervino Luana de repente- ¿Por qué me subestimás?

-Mi amor… no tenés estudios universitarios, ni capacitación.

-No es bueno ser machista -dijo Manuel.

-Gracias por apoyarme Manuel… usted sí que entiende -dijo Luana mirando resentida a Roberto.

¿Qué estaba pasando? De pronto la escena proyectada por Roberto en su cabeza era muy diferente a lo que sucedía: el fastidio de Luana lo tenía otra vez como destinatario.

-¿Mi papá no es machista? -trató de esclarecerle- Ah bueno

-Por favor, Ro, te lo ruego. No seas cerrado y prejuicioso. Tu papá cree que tengo condiciones… cualidades que podría pulir.

-De eso no hay ninguna duda nena. Ninguna.

-¿Pero que se supone que debo entender? ¿Qué harás un curso intensivo semanal para entender de venta y marqueting?

-Diario… dice tu papá.

-¿Todos los días?

-Es mucho lo que debe aprender hijo, precisamente, por su falta de formación.

-¡Pero papá! Con todo respeto… estuve esperando en los últimos 15 meses que me recibieras para hablar de este tema.

-No seas cerrado Ro. Vos no sos así… -le reprendió ella otra vez.

-Es que no se trata de ser cerrado… se trata de…

-¡Bueno basta! -tronó el reto del padre- Luana debe recibir capacitación y así va a ser. ¿Entendido?

“Ahí está… el capanga de siempre”, pensó Roberto. Desde que tenía uso de razón solía pasar por ese tipo de situaciones que terminaban de la misma manera. Su padre no había sido capaz de manejar su mal genio que lo exasperaba cuando debía ser diplomático tal como solo él lo concebía como experto en relaciones públicas.

Las “charlas para tratar el tema” empezaron el mismo lunes, tal como había dejado expreso Manuel. Sin querer entrometerse demasiado a fin de no enojar a su padre, Roberto supo que estas tenían lugar en su despacho cada mañana, más o menos entre las 11 y 13 horas, poco antes del horario del almuerzo.

Roberto lo confirmó al cabo de una semana cuando la secretaria explicaba pacientemente que el señor no aceptaba que le pasaran llamadas en ese intervalo, por más urgentes que fueran los mensajes que debían darle. Claro que no fue él quien llamó, sino que usó de cebo a un amigo para que hiciera las averiguaciones respectivas a fin corroborar lo que venía sospechando.

-Mi padre está usando de excusa lo de Luana solo para darle el puesto a Carlos.

-No creo que sea así -dijo su madre- Carlos y tú no tienen razón para juzgar el criterio y la ecuanimidad de su padre.

Roberto se preguntó cuánto podría tener de razón su madre. Rara vez equivocaba una sentencia cada vez que se refería a su marido, al que decía conocer como la palma de su mano.

-Solo dale tiempo y verás que tengo razón -sentenció Nuria.

Nuria no tomaba por ello partido por su hijo Roberto ni mucho menos. Naturalmente, ella también quería a Carlos y estimaba a Felicia su otra nuera, tanto como a Luana. Como la devota compañera que había acompañado a su marido en la aventura de formar su propia empresa familiar, las había aconsejado a ambas que hicieran lo propio con sus respectivos hombres. Nuria incluso, no veía con malos ojos que ambos hermanos desplegaran una “sana” competencia” en procura de proveerse sus espacios dentro de la empresa familiar: era una prueba, estaba convencida, de carácter de ambos como futuros hombres de negocios.

-Ellos son quienes van a manejar la firma muy pronto -decía en tono solemne.

Solo faltaba que Manuel se decidiera a ceder el cetro que empuñaba con pulso firme y riguroso. Los empleados de la firma, todos, sin excepción, esperaban que eso ocurriera pronto. ¿Quién sería el elegido para tomar la posta? Ni Roberto ni Carlos parecían ser lo déspota y obsesivo que era Manuel en el estricto manejo del personal al que le exigía excelencia pese al magro sueldo que les pagaba. A los 54 años era feliz sentado en la larga mesa en forma de herradura de la sala de reuniones rodeado de sus vendedores más fieles a los que sabía utilizar y seducir. “Exprimía el limón” y sacaba de cada uno lo que quería saber.

Tenía una mente ágil pese a su madurez incipiente, gran imaginación y mucha autoridad en el tono de su voz. Ningún empleado ni raso ni jerárquico procuraba llevarle la contra ni parecía estar a salvo de su mano implacable. Algunos lo evitaban hasta en el ascensor, para estar a salvo de cualquier reto inesperado.

Nuria guardaba una pequeña luz de esperanza de que más tarde o más temprano, su marido se cansara y delegara en la prole el timón de la barcaza que consumía su existencia. Que se dedicara de una vez al ocio y al disfrute de la vida. Emprender un viaje juntos, disfrutar de las delicias de la eran apenas una fantasía que la mujer de vez en cuando se permitía en medio del vertiginoso ritmo de trabajo de su marido.

Después de hablar con su madre, Roberto empezó a ver las cosas de otra manera. Se decidió a encarar a su padre y en consecuencia de ello se subió al auto y se dirigió a la oficina del centro. Le daría una sorpresa. No tenía que comportarse siempre tan previsible, se convenció. Cuando llegó al edificio se sintió con otro tipo de confianza y decidido a hablar con su padre irrumpió de pronto y encaró por el pasillo que lo llevaba a la oficina. Pero cuando estuvo a mitad de camino la puerta se abrió y salió Luana acomodándose el cabello mientras sujetaba una campera que llevaba en su mano. Apenas levantó la cabeza se extrañó de verlo: era la segunda vez que ocurría la misma situación en una semana.

-Mi amor… ¿cómo estás? –Preguntó él entusiasmadísimo apresurándose a sostenerle el bolso-¿saliendo de la capacitación? ¿Todo bien?

Luana lo miró unos segundos examinándolo. La sonrisa aniñada de su novio le confirmó que la pregunta no escondía ninguna ironía posible.

-Si… Ro…Todo bien. Más que bien. Cada vez mejor.

-Bueno, mirá ahora no vas a poder volver decir que soy un cerrado. He estado estudiando como ser flexible. Estoy haciendo el esfuerzo. He comprendido que para lograr los objetivos uno debe ser frío y solo fiarse de la estrategia que tiene.

-¿De qué hablás?

-De El Arte de la Guerra de Sun Tzú. Lo estuve leyendo hace un rato. Memorizando las partes debidas para mantener de una vez una conversación en serio con mi padre.

La guerra ya había pasado sin que Roberto lo sospechara. Mientras hablaba, Luana se acomodaba distraída delante de un espejo los bucles rebeldes, retocaba sus ojos con un delineador mientras el lápiz labial buscaba el bermellón que había tenido antes.

-A mi me parece -siguió Roberto entusiasmado- que es el momento para estar más cerca de mi objetivo. De eso venía a hablarle ahora.

-Tu papá necesita descansar ahora. En serio. Luego lo llamás.

-¿Estás segura? ¿No será mejor ahora demostrarle que estoy decidido? Sería una prueba de carácter.

-No negri… ahora nos vamos y lo dejamos tranquilo…

Luana terminó de peinarse y apretó los labios otra vez asegurándose de que el rouge la favoreciera antes de dar media vuelta y encarar hacia la sala donde estaban las secretarias que la miraban cada vez con mayor desprecio. Roberto la siguió con desgano llevándole el bolso. Estaba decepcionado de no haber concretado lo que tanto había planificado.

-Pensé que me apoyarías -protestó- Que luego de un tiempo te ibas a cansar de este capricho.

-¿Capricho?

-Es un sinsentido, Lu -aseveró él- ¿vos capacitándote en marqueting?

-Ufff Ro, creí que ya lo habíamos hablado. Vengo todos los días y ya. Ahora las cosas son así. ¿Ok?

Roberto calló. Se dio cuenta que no podría hacerla cambiar de opinión.

-Solo te pido una cosa -dijo de pronto ella.

-¿Qué?

-No se lo digas a Nuria. Que estuve hoy en la oficina. ¿De acuerdo?

-¿Mi mamá? ¿Qué tiene que ver ella?

-Por eso… no tiene nada que ver.

Roberto se extrañó por el pedido que le hacía su novia. Se le ocurrió de pronto que su padre podría estar detrás de ello.

-¿Te lo pidió él?

-No Ro, te lo pido yo. ¿Es mucho pedir?

-Yo por vos hago lo que sea. Mato si es necesario. Pero no te dejes engañar…

-¿Porque lo decís mi amor? No creo que sea como vos decís…

-¿No crees? ¡Te engañó! Y me engañó a mí.

-¿En qué sentido lo decís amor?

-¡Te cogió Lu! ¿Hace falta que te lo tenga que recordar?

-Eso fue un malentendido Ro. Una cosa del momento. Ya te lo explicó… un error.

-Sus errores siempre pasan… se acumulan en mi vida.

-¿Por qué lo decís?

¿Había pasado antes? Luana se sintió extraña, como si una intriga empezara a invadirla de repente.

-Fue hace mucho tiempo…

-¿Qué pasó?

-No…Lu… te lo pido. No preguntés más.

-¿Acaso no confiás en mí?

-Claro que sí mi amor. En vos confío como en mi propia sombra. Pongo las manos en el fuego por vos.

-Entonces decime que pasó. ¿Tu papá se acostó con otra novia tuya?

Roberto se sonrojó y le vino un ataque de vergüenza. En el rostro de Luana se había dibujado un rictus de desagrado.

-¡Basta Lu… no quiero hablar de eso! Es tremendamente doloroso para mí.

-Pero yo sí quiero hablarlo… Decime… ¿fue así?

-Fue hace tres años.

-¿Mónica? Me hablaste de tu ex. Lloraste por ella… me lo dijiste.

-Por favor Lu…

-O sea que se acostó con Mónica.

-Fue una sola vez…

-¿Una sola vez? ¡Igual que conmigo… cretino!

-No te enojés Lu por favor…

-Vos me estás jodiendo…

-¿Qué te pasa?

-¿Cómo sabés que no se la sigue cogiendo?

-¿Cómo? Estoy seguro, mi padre no haría eso. ¡Además me lo prometió!

-¿Te lo prometió?

-Igual que con vos Lu. Estoy seguro que no va a volver a pasar…

Luana no quiso seguir hablando. Estaba roja de la bronca y parecía presa de una tensión a punto de estallar. Roberto no quiso importunarla más. Sabía que su novia era una chica de carácter capaz de defender lo que era suyo con uñas y dientes, pero nunca la había visto así.

-Si es necesario -probó Roberto- haré algo, lo que me pidas. Hablaré con él.

-No dejá, cualquier cosa hablo yo. Como dijiste ya pasó.

-¡No te enojés mi amor! ¿El domingo venís a casa?

-Si… ya vamos a ver. ¿Vos esta noche que vas a hacer?

-¿Esta noche? Voy a estar en la comisión de González pero si querés…

-No… esta noche voy a estar ocupada.

-¿Hasta qué hora?

-Hasta después de las 12, seguro.

Desde las 20, Roberto intentó comunicarse con ella sin éxito. Se había preocupado demasiado por la reacción inesperada de Luana pero a la vez se sentía también aliviado. Que ella le hubiera demostrado celos por lo de Mónica lo había sorprendido gratamente. Era la demostración de que lo amaba, de que lo seguía queriendo a pesar de todo. De modo que intentó comunicarse alrededor de la medianoche. Tampoco lo consiguió. Media hora después, volvió a llamar. Nada. Probó a la 1, a las 2 y hasta las 3 de la mañana. Exasperado, sacado de sí, Roberto daba vueltas en su cuarto ansioso preguntándose donde estaría Luana. Solo después de las 3, con el último llamado logró que ella contestara.

-Hola…

-Luana, ¿qué pasó? Intento comunicarme desde las 8 con vos. ¿Dónde estabas?

-Te dije que me desocuparía a la medianoche.

-Pero te llamé a la medianoche. Y a la 1 y más tarde también. Hasta recién intenté comunicarme.

-Mucho trabajo. Muchas cosas

-¿Y ahora que vas a hacer?

-Estoy muerta, Ro, lo digo en serio… no doy más… me dejó hecha bolsa.

-¿Cómo?

-Nada. ¿Vos que hiciste?

-Solo extrañarte. Pensar. Estuve pensando en eso.

-¿En qué pensabas?

-En que hace ya siete meses que no hacemos nada…

-Mejor, así juntás más ganas para cuando lo hagamos…

-No entiendo… antes te ponías muy mal por eso… ahora parece que no te importara.

-Si me importa. Siempre me importa.

-Puedo entender que estés ocupada con lo de mi padre. Las explicaciones que debe darte.

-No sabés como me dio… las explicaciones.

-¿Cómo? ¿Le preguntaste lo de Mónica?

-No te preocupés. La verdad que después de lo de hoy no lo creo capaz. Fueron dos horas demoledoras.

-¿Cómo dos horas? ¿Qué pasó hoy?

-Dos horas desde que quedamos en hablar. A eso me refería. A cómo te extrañé…

-El que te extrañó fui yo Lu.

-Yo también, mi amor. No sabés como me estuve acordando de vos hace dos horas atrás.

-Y si me extrañás… ¿por qué no te venís?

-¿A esta hora? No, estoy cansada. Ya te lo dije. Y quiero estar bien porque mañana tenemos que regresar y me tiene que dar más… este… más explicaciones.

-¿Vas bien con la capacitación?

-Si… no sabés como estoy aprendiendo.

-No pensé que fuera tan en serio lo de mi padre.

-Yo tampoco lo creí posible. Pero estoy recibiendo y recibiendo explicaciones todos los días. Un relojito. Increíble.

-Espero que sirva para algo…

-Claro que va a servir. Estoy segura de eso. Se trata de nuestro futuro… ¿te acordás?

-Si claro que me acuerdo. ¿Nos vamos a ver mañana eh?

-Pasá por la mañana tipo 11.

Antes de las 11, ansioso, Roberto ya estaba tocando el timbre del departamento de su novia.

-¿A dónde vamos? –preguntó Roberto mientras Luana se subía el pantalón ceñido a su trasero mientras le daba la espalda.

-Vos no sé. Yo… tengo que volver al despacho de tu papá.

-Pero hoy es sábado. ¿Para qué vas?

-Quedamos en intensificar la capacitación. No puedo interrumpirla ahora, ¿entendés?

-No sé Lu. No me parece que esté bien. Nos estamos viendo cada vez menos.

-Además… ¿no habíamos quedado en que hoy ibas a estar conmigo?

-Y voy a estar. En cierta forma voy a estar con vos-Luana se acomodó la remera mirándose la silueta en el espejo -¿Cómo estoy?

Roberto tenía que reconocer que estaba más radiante que nunca. Que desde hacía dos meses, al menos, su cuerpo había tenido una asombrosa transformación. Era extraño. Lo normal hubiera sido que crecieran sus virtudes intelectuales y no las prominencias de su físico que parecía más lleno de curvas que nunca. Algo le estaba haciendo demasiado bien. Roberto pensó que podía ser el gimnasio. Pese a que no la cogía hacía casi 8 meses su mal humor se había ido mágicamente. Estaba más coqueta y se arreglaba siempre como para salir. Era un cambio que coincidía justo con sus tres meses de “capacitación”.

-Tomá el medicamento por favor, Ro.

-Tenés razón. Ya me había olvidado otra vez.

Tal vez se hubiera equivocado después de todo. Quizás su padre también hubiera cambiado. Se había vuelto de pronto servicial y estaba pendiente de su salud al punto que se había encargado de comprarle -por recomendación de un médico amigo- unas pastillas vitamínicas muy buenas que no debía dejar de tomar bajo ninguna circunstancia. Desde entonces y por pedido expreso de su padre, era Luana la encargada de recordarle e incluso de ser necesario, suministrarle una pastilla diaria que debía tomar indefectiblemente al mediodía.

-No noto casi progresos, pero me pone bien verte mejor a vos -dijo Roberto luego de engullir la pastilla junto al vaso de agua que su novia le alcanzaba.

-Vas a estar mejor cuando nos casemos, mi amor. En noviembre. Faltan dos meses.

Parecía mentira como había pasado el tiempo.

-Yo te extraño todo el tiempo -admitió él.

-Y yo también.

-A ver… ¿Cuántas veces hoy pensaste en mí…? -quiso saber Roberto.

-Hoy tres veces… pero el viernes fueron cuatro. Increíble.

-¿Como cuatro?

-Cuatro. Cuatro cosas aprendí hoy.

-No te entiendo. ¿Qué tiene que ver eso con que me extrañas?

-Todo tiene que ver con todo, mi amor. Es lo que dice tu papá. Es impresionante lo que… tiene tu papá. Para transmitir como enseñanza, digo.

-¿Te sorprendió?

-Nunca me lo hubiese imaginado. Un promedio de entre tres y cuatro por día. Debe ser récord.

-¿Cómo?

-Ay Ro, no cazás una hoy. Quiero decir que la capacitación hoy por lo general está en manos de gente más joven ¿entendés? Y tu padre es un hombre… grande.

-Si… puede ser.

-Muy grande… diría, mirá que hay que aguantarlo ¿eh? No cualquiera.

-¿Es pesado decís como un tipo mayor?

-Y sí. No creo que tu ex se lo haya podido bancar así nomás. Mucho menos todos los días como lo estoy haciendo yo. Es como mucho.

-Un poco bastante cargoso. Ya sé. Y tiene un carácter de mierda.

-A propósito, tratá de cambiar los preservativos que compraste. O no comprés más de esos.

-¿Cómo?

-Que no sirven, me parece. ¿Por qué no probas con tipo tres? Bah…XL creo que se llaman. Son algo más grandes que los que compraste.

-¿XL? ¿Y cómo sabés vos de eso?

-No sé… no sé nada de eso, por eso te pido que te encargués vos Ro.

-No sabía que venían XL… pero ¿para qué voy a comprar de esos si yo me arreglo con el tipo uno?

-Y… mejor prevenir que curar. Vos sabés más que yo de eso. Por las dudas. Por ahí a mayor tamaño del forro hay menos chances de que me embaraces, ¿entendés?

Roberto la miró con desconcierto. Hacía 8 meses que no tenían relaciones.

-Es que no quiero tener hijos ahora que nos casamos. Quiero que pase un tiempito.

-Ok voy a comprar… pensando en que vamos a tener más oportunidades. ¿Cuántos compro?

-Y serán… a ver… cuatro por seis… ¿cuánto es?

-¿Veinticuatro? ¿Para qué tantos?

-Es que no sé, las dos cajas que tenía se acab… me parece que se perdieron. Dale Ro… menos preguntas y más acción.

-Solo quiero que nos veamos, vos sabés.

-Te juro que voy a tratar… pero al final del día quedo hecha piltrafa. Por más que quiera no puedo… ¿entendés? Estoy cansada todo el tiempo. Más ahora si va a ser también los sábados.

Roberto no la quiso importunar más. Al fin y al cabo, aunque no quisiera reconocérselo a su prometida, él seguía sin tener el deseo sexual de antes. Tal vez las pastillas lo hicieran salir de ese estado. Lo único que sabía era que amaba intensamente a Luana y que haría todo para complacerla.

-Yo también te amo… -dijo Luana subida a sus rodillas, colgándose de su cuello para darle amorosa un piquito.

-Y te voy a querer cada vez más- le repitió enigmática mientras le acariciaba juguetona la cabeza, haciéndole dos circulitos en la frente
-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,186
Likes Recibidos
2,495
Puntos
113
 
 
 
-
Mi Suegro y Yo - Capitulo 004

Los preparativos de la boda avanzaron sin pausas. El novio y su prometida intercambiaban todo el tiempo opiniones acerca de cómo se haría la fiesta, quien llevaría al cura párroco escogido para la ceremonia religiosa, quienes serían los padrinos, quienes harían los arreglos florales y la toca para los padrinos y las mesas de los invitados. Sin embargo, en lo único que no existió margen de discusión fue en la elección del lugar en el que se llevaría a cabo la ceremonia civil y religiosa: sería la finca de fines de semana que Nuria y Manuel habían comprado en el Paraná.

Luana les avisó a sus padres con tiempo para que programaran el viaje para fines de noviembre a quienes el novio conocía solo de aquel evento de despedida del año pasado. Roberto los recordó de pronto lo adorables que se comportaron esa noche, al inicio de su relación con Luana, cuando asistieron a la acostumbrada cena de fin de año que se dio en la finca para los empleados. Todos estaban familiarizados con esa costumbre y todo transcurrió en los carriles normales durante gran parte de la noche hasta el momento en que se retiraron de aquel evento.

Cuando Luana y Roberto regresaban en el auto después dejar a los padres de la novia en el hotel donde se hospedaban, ella le dijo que había sido testigo de cómo su padre (el padre de Roberto) había estado flirteando con Felicia, la esposa de su hermano Carlos. Roberto se sorprendió de inmediato y la miró incrédulo. Si algo como eso había pasado no era posible que él no se hubiera dado cuenta. Mucho más inexplicable era el hecho que Luana pudiera estar al tanto de una cosa así. Le preguntó de dónde lo había sacado.

Ella explicó que era un comentario general que Felicia había pasado un fin de semana en la finca durante una ausencia de Nuria y que su hermano Carlos no lo ignoraba. Roberto se quedó helado. Pensó que cualquier mal pensamiento deslizado podría ser parte de una equivocada interpretación. Probablemente, pensó Roberto, se había tratado de una visita sin importancia en un momento en que Carlos estaría viajando. Luana, sin embargo, opinó que su hermano no debería haber permitido que su mujer estuviera sola en la finca fuera por la causa que fuera. Roberto le preguntó por qué pensaba eso.

-Vamos amor, ya ves que es obvio que todos piensan que ella hizo algo indebido… Es cómo… que Carlos le permitió a Felicia hacerlo.

Roberto le echó una mirada de reprobación. Los chismes no le gustaban para nada más allá que su razonamiento tuviera mucho de lógica. La charla quedó allí y Luana no volvió a hacer referencia al tema durante un tiempo hasta que un día le hizo un anuncio inesperado.

-He recibido un llamado de tu padre -le dijo ella como al pasar mientras acomodaba las bolsas de ropa que se había recién comprado. Eran muchas compras. Eran cada vez más bolsas. De los negocios más exclusivas de la ciudad por los que pagaría una fortuna. Una cantidad que estaba fuera de los cálculos y del bolsillo de su novio.

-Un llamado ¿Que quería?

Cuando Roberto le hacía preguntas directas a Luana, ella, por lo general, no le contestaba. ¿De dónde sacaba el dinero con el que se compraba ropa casi a diario? ¿Quién pagaba los zapatos de plataforma que se acumulaban en su guardarropa? ¿Alguien elegía los sugerentes vestidos escotados, los pantalones apretadísimos y los audaces conjuntos de lencería que ella acomodaba paciente en sus cajones, a la espera de una noche de loca pasión? Y… por añadidura… ¿Cuándo era que iba a tener lugar esa noche de loca pasión? Ninguna pregunta de ese tipo había sido contestada con claridad en los últimos ocho meses.

El sexo entre Luana y Roberto había quedado reducido a una remota estadística que apenas recordaban y evitaban tratar como una conversación prohibida. Las preguntas sobre el hecho de que siguiera regresando a casa con cajas de ropa recién compradas seguirían sin contestarse. Y sin embargo, cuando Roberto le consultó que quería su padre al llamarla, ella fue tan directa que no hubo lugar a una mala interpretación.

-Invitarme a la finca este fin de semana. Para ajustar detalles de la boda.

-Que bueno… hace rato que no iba para allí.

-No… entendés. A vos no. Me dijo que fuera yo.

-¿Cómo? ¿Vos sola?

-Negri, no es algo raro. Somos las mujeres las que tenemos que encargarnos de los detalles que ustedes no ven. La ceremonia y la fiesta.

-¿Y qué tiene que ver mi padre?

-Tu papá es el que va a costear todo. Acordate.

-No… Luana. Una cosa es la capacitación. Esto ya no me gusta.

Luana se quedó mirándolo como si pensara en algo.

-¿No te das cuenta que esa podría ser una causa por la que tu hermano te ha relegado?

-¿Cómo que podría ser una causa?

-Recordá lo que te dije de Felicia.

Roberto lo pensó. Nunca se le habían ocurrido las cosas en la forma en que ahora lo planteaba Luana. Le era difícil imaginar que Carlos no dimensionara de los riesgos acerca del trato cordial recibido por Felicia de parte de su padre. Pensar otra cosa era subestimar la inteligencia de Carlos por lo que las conclusiones de Luana no podían estar alejadas de la realidad. Entonces… ¿que pretendía aceptando la propuesta?

-Como te dije, la novia es la que debe supervisar detalles. Además dijiste que no creías que Felicia pudiera haber hecho nada malo.

-Si… lo dije porque no me gusta hablar ni pensar mal de otros.

-¿Y vas a pensar mal de mí entonces?

-No es que dude de vos mi amor…

-¿Acaso no tenés confianza en mí?

-En vos tengo toda la confianza. En el que no confío es en él. Ya te lo dije Lu.

Ella le recordó lo que había hecho su padre por él y su hermano Carlos. Le dijo que hacía mal en dudar de su integridad. Roberto lo pensó mejor. Imaginó que los argumentos de su prometida se condecían con una posible lógica. Además, se dijo a sí mismo -en plan ya de convencerse- podría servirle para saber el motivo por el que Carlos lo había aventajado en la empresa, tal como su futura esposa se lo había hecho notar. No hubo que discutir nada más.

Los días que su novia estuvo ausente Roberto se mantuvo inquieto. Estaba claramente celoso; recordaba constantemente los comentarios acerca de su cuñada y las concesiones que había hecho supuestamente su hermano. Cuando Luana regresó los celos de Roberto recrudecieron al punto de mostrar una ansiedad inesperada por saber lo qué podría haber sucedido. Su prometida había comentado que por un tiempo quería descansar su cabeza por haberse ocupado exclusivamente de las cuestiones vinculadas con el inminente enlace. Pero desafortunadamente, Roberto estaba tan impaciente que no pudo evitar que su falta de tacto quedara al descubierto apenas le dio la bienvenida.

-¿Lo has pasado bien en la finca? ¿Era tan linda y grande como esperabas?

Luana le contestó con típicos comentarios dichos al pasar y él no pudo contenerse.

-Pero… ¿recordás lo que dijiste de Felicia?…

Ella lo miró sin saber a donde quería llegar pero no le fue difícil empezar a imaginarlo.

-Digo…. bueno… que… -insistió Roberto- Estoy seguro de que contigo fue diferente… que te comportaste… y que…

Luana lo miró con severidad cuando interrumpió sus comentarios:

-¿Recordás quien aceptó la invitación de tu padre para llevarme a la finca a pesar de lo que te había dicho sobre Felicia?

-¿A que te referís?

-Recuerdo claramente que fuiste vos y no puedo entender por qué…

Roberto se mostró desconcertado. ¿No había sido ella quien le había pedido que la dejara ir? ¿Qué pasaba ahora de repente?

– A menos… -siguió Luana como si estuviese elucubrando-¿vos querías que sucediera?

-¿Yo quería que sucediera? ¿Qué… sucediera… q… qué?

-Ya sabés. Al dejarme pasar todo el tiempo con tu padre, a solas … varios días y noches… sin posibilidad que supiera de lo que hacía… estoy segura de que sabías que me ponías en una situación riesgosa…

-¡Por eso mismo! ¡Nunca quise que fueras! -le espetó él

Trató de hilvanar una respuesta, pero Luana terminó abruptamente la conversación.

-Me dejaste ir a pesar de lo que sabías. Si pasó algo fue porque lo permitiste. Por lo tanto, es obvio que no tenés derecho a preguntarme sobre lo que hice…

-Pero…

-Pero ¡nada!… ¡Y no quiero oír el menor comentario sobre todo esto!

La “conversación” terminó de forma abrupta. Durante un tiempo, Roberto no tuvo más remedio que dejar sus preocupaciones de lado y todo fue bastante bien hasta el verano, cuando una invitación similar se repitió para el mes de febrero. Su padre le adelantó que permanecería todo enero en la finca, antes de emprender un viaje al extranjero. Y, al mismo tiempo, le ofreció que Luana acudiera a la finca las dos semanas finales de enero para continuar con los arreglos de la boda. Roberto volvió a sentirse confundido.

Buscó hablar del tema con su prometida con la intención de presionarla para que no aceptara. No obstante, Luana, consideró que no existía razón para rechazar la propuesta ni motivos de qué preocuparse. ¿Acaso no había estado ya en esa situación? De modo que la joven novia pasó las dos últimas semanas de enero en la finca y Roberto se encontraría con ella en febrero, justo un día después que su padre se marchara. El reencuentro de los futuros contrayentes resultó apasionado y por primera vez tuvieron toda la finca a su entera disposición.

Incluso por sugerencia del dueño de casa, hasta se acomodaron juntos en el dormitorio principal, el lugar donde dormían los padres del novio. Roberto lo consideró una extraña atención hasta el momento en que reparó un detalle que no pudo dejar pasar. La circunstancia de encontrar la ropa de Luana en el armario del dormitorio de sus padres volvió a encender sus celos a flor de piel.

Todo lo que se había recibido su prometida en esos previos meses como regalo de lo que iba a ser su noche de bodas estaba en esa habitación: desde un increíblemente sexy baby doll de puntillas blanco, hasta un modelo elaborado en encaje acompañado por unas medias muy elegantes y un bello portaligas; desde un camisolín con transparencias y tajos recién comprado hasta una finísima bata de seda importada, usada a punto de lavar.

Cuando su novio le preguntó el porqué tenía tantas prendas para lo que iba a ser una noche de bodas única, Luana le contestó que no había podido decidirse por un solo modelo por lo que le habían sido obsequiados varios (¿por quién?): unos los utilizaría en la noche de bodas y los restantes podría estrenarlos en lo que iba a ser una luna de miel inolvidable. Otros, evidentemente habían sido ya estrenados. Fue inútil el minucioso interrogatorio por parte del novio afligido en procura de confirmar si su prometida había usado ya aquella habitación tal como lo indicaban todos los indicios: sus comentarios y tibios reproches fueron descartados por ella como estúpidas fantasías.

El casamiento tuvo lugar apenas dos meses antes de la muerte de Nuria y tuvo una repercusión fenomenal en toda la región. Los novios se mostraron todo lo felices que eran, tal como fueron retratados por una foto que salió en la página de sociales del diario más importante, en el momento de contraer el enlace. Y sin embargo, el dolor por la desaparición física de la matriarca de la familia hizo naufragar el meticuloso viaje de luna de miel que Luana y Roberto habían planificado durante meses.

El primer destino iba a ser Europa, más bien París, luego Venecia, para finalmente ir a Yabrud, la tierra de los ancestros de la novia que recibirían la sorpresa de su vida al conocerla. Y sin embargo todo se desdibujó de un plumazo ante el desgarrador abismo provocado por la muerte de Nuria. Aunque esta hubiera sido anunciada, el golpe había alcanzado no solo al jefe de familia sino también a sus dos hijos que parecían destrozados por el impacto.

No todo, sin embargo había sido en vano: la compañera de Manuel había tenido la satisfacción de ver como sus hijos lograban consumar lo que tanto ella había deseado. Encontrar a sus respectivas mujeres de las que debían estar orgullosos por el resto de su vida. Tal había sido su enseñanza y así habrían de respetarla por los años que vendrían.

-Mi madre te quiso mucho Luana -le explicó Roberto- a menudo me lo decía.

-Ya lo sé. Sé que siempre me quiso.

El tiempo compartido así lo había indicado para regocijo de Roberto. No quería nada más en el mundo que su madre aceptara a Luana. Era una de las satisfacciones que sentía ahora que su madre ya no estaba. Ahora que era el cumpleaños número de su padre. Ahora que Luana le pedía que se apurara para no llegar tarde a la celebración que tendría lugar pese al poco tiempo transcurrido desde la muerte de Nuria.

-Conozco muy bien a los hombres -dijo Luana. Y conozco también muy bien a las mujeres.

Roberto la miró intrigado.

-¿Y qué significa eso?

-Que no quiero que Felicia llegue antes a la fiesta. Antes que yo.

Roberto se sorprendió por el pedido que le hacía su flamante esposa.

-¿Que tiene que ver eso?

-Ya, Ro, no quiero discutirlo. Solo te pido eso. ¿Es mucho pedir?

-No… ya me pediste hacer vos la torta. También elegiste la camisa que llevamos de regalo.

-Te gustó a vos también la camisa.

-Pero nunca me elegís a mí la ropa.

-Ya, Ro… no te pongas chiquilín. Tu papá ha enviudado… ¿no te has dado cuenta?

-¿Y eso que tiene que ver?

-Que de seguro debe extrañar a tu madre.

-¿En qué sentido?

-En todo sentido.

-Hablás de ese sentido también.

-Claro que sí. Es un hombre.

Roberto se sintió descolocado otra vez con el comentario de su mujer. En los últimos tiempos, de ese tipo se habían vuelto frecuentes.

-Puede tener sus años pero eso no significa nada -siguió ella.

-¿Y cómo es que estás tan segura de ello?

-Porque un hombre tiene sus necesidades. Y sé que él también las tiene.

Roberto empezó a sentirse incómodo. Le parecía extraño escuchar hablar a Luana de esa manera pero no quiso preguntar más. Ella sintió la necesidad de proseguir con la conversación.

-Querrá salir en algún momento a conocer a una mujer. Intimar con ella.

-Y por eso te has propuesto comprarle ropa. ¿Crees que eso va a mitigar su dolor por la pérdida de mi madre?

Luana agachó la cabeza. Sus ojos estaban clavados en el piso.

-¿Qué es lo que querés realmente? -volvió a preguntarle Roberto.

-Procurar que no sienta tanto su ausencia. ¿Está mal eso?

-No… no digo eso. Pero nosotros, los hijos vamos a…

-Dijiste que tu madre me quería -lo interrumpió ella- ella amaba a tu padre… y por eso confiaba tanto en mí.

Roberto no alcanzó a entenderlo. No fue capaz siquiera de sospecharlo.

-Gozaba de su confianza -siguió ella.

Cuando se entablan ciertas afinidades como la que Luana había empezado a tener con Nuria no hacen faltan las palabras. Solo una mirada bastaba.

-Tu padre tiene que seguir con su vida -insistió Luana-con la vida que tenía antes de que ella muriera.

Era su voluntad. La voluntad de Nuria. Luana lo había percibido con el paso de los últimos meses mientras cimentaba una relación de absoluta confianza con su suegra que hacía la vista gorda. Que no preguntara por los viajes a la finca que se habían vuelto cada vez más frecuentes e inocultables. Ahora lo veía claro: que era, también, la elegida de su suegra.

-Me voy a ocupar de eso, Roberto. Vos tenés todo pero ahora tu padre ha quedado solo.

No hablaron más. Una hora después ella acudía a la reunión para la que la había citado. Ahora que Nuria no estaba se veía en la obligación de tomar decisiones. Y Manuel había sentido la necesidad de llamarla. De ponerla al tanto de delicadas decisiones que tomaría. Su compañera había tenido que sufrir demasiado antes de partir de este mundo. Y lo había hecho inmersa en un velo de incertidumbre por la futura vida de su marido.

-La pobre quería que usted viviera la vida -dijo Luana muy firme- y eso es a lo que voy a dedicarme.

-Sabía que podía contar con vos -dijo Manuel casi sin sorprenderse- He estado pensando en ello.

-¿Pensando en qué?

-En las responsabilidades que deberían afrontar mis hijos en la firma. En todo lo que quería Nuria y por eso es que no tomé una decisión antes.

Se produjo un silencio obligatorio y alargado.

– Ninguno de los dos me sirve. Carlos es demasiado ambicioso y Roberto un inútil. La gerente de Magnagement vas a ser vos.

Luana se quedó de una pieza al escuchar la repentina confesión de su suegro. Había sido imposible imaginar una cosa así considerando su origen de repostera, lo único que había podido hacer bien en su vida. Además de contribuir a la innegable satisfacción que decía de pronto disfrutar el pater familia.

-Tranquila. Ya está hecho. No hay vuelta atrás. Ya me lo demostraste con creces. Felicia era muy buena pero de las dos, vos sos la mejor, la mejor de todas. Sos mi preferida.

Luana no pudo disimular el halago que le producían aquellas palabras y se plantó en pose orgullosa como si acusara recibo de repente. Nunca se había sentido tan importante. Nunca tan valorada. Nunca se había sentido tan precisada por ningún hombre en toda su vida. Vestida con un impecable talleur que le concedía un aire ciertamente ejecutivo, empezaba a intuir que en la empresa se produciría un cambio radical entre los empleados que, de repente, ahora la respetaban y empezaban a moverse en su misma sintonía. Esa era una razón suficiente para que por lo menos, se sintiera en la obligación de considerarlo, le dijo a Roberto.

-¿Ahora vas a aceptar el cargo? ¿Qué te pasa? ¿No estás yendo demasiado lejos con esto? -protestó él.

-No te pongas paranoico. Tu padre ha decidido tener un gesto conmigo y ¿vos le pagas con tus celos?

-Lu ¿de eso se trata? ¿De plata?

-¿Qué te pasa? A pesar de todo lo que dijiste ¿no tienes aún confianza en tu mujer? Deberías avergonzarte de tratarme de esa manera.

Las palabras de Luana sonaban como si Roberto le hubiera plantado una fragrante ofensa. No entendía su postura. Desde su humilde punto de vista sentía que necesitaba una explicación acerca de lo que estaba sucediendo.

-Dijiste que lo entenderías ¿Te acordás?

Roberto se acordaba.

-Tenía tu palabra que dejarías que tomara mis decisiones. Comprendo que podás necesitar una explicación. Sólo dejame decirte que a pesar de tu mal pensamiento no he visto a tu padre desde mi último viaje a la finca.

Roberto recordó de repente que su último viaje había sido la semana pasada.

No intento hablar del tema con su hermano. Ni siquiera con su cuñada Felicia. De alguna manera, sabía que sería en vano. Todos sabían que su padre era un hombre de convicciones arraigadas al punto que, cuando se le metía algo en la cabeza podía ser muy tozudo si alguien le llevara la contra. Ser responsable de una firma en la que trabajaban muchas personas, le había dado la fama de alguien a quien no se le podía decir que no.

De modo que a nadie le pareció extraño cuando Luana después de pasar un tiempo como asistente de su padre fuera promovida como gerente de magnagement, es decir, encargada de supervisar el desempeño general de los vendedores y comisionistas que debían asistir a los clientes en varias provincias. Su cargo era por lejos, uno de los mejores pagados de la empresa, solo por debajo del gerente y el tesorero, los inmediatos subalternos de Manuel y quienes componían su estricto vínculo de confianza.

En los siguientes meses, su benefactor preservó las formas al efecto de que la situación “no fuera lo que parecía”, pero nadie podía pecar de ingenuo: la mayoría conocía las reales implicancias de que Luana se desempeñara donde lo hacía. Al cabo de un tiempo, Roberto fue también ascendido y pasó a ser comisionista especializado, dedicado a visitar proveedores y clientes seleccionados con lo que ello implicaba: debía viajar por el país para ofrecer los servicios de la firma.

Sorprendido y contento por su logro, Roberto se enfrascó en su trabajo como nunca antes: se volvió reflexivo y analítico. Y al repasar los acontecimientos se sintió feliz al saber que nada de su esfuerzo había caído en saco roto. Los libros de autoayuda y manuales de estrategia le habían ayudado a conseguirlo. Qué más podía pedir. La vida le sonreía por fin. Lo sintió cuando se aprestaba a partir a otro de sus viajes frecuentes. Y cuando iba camino al aeropuerto de pronto se decidió por ir a verla. Si existía un artífice de su cambio sería sin duda ella. Pasaría por la oficina central como nunca hacía solo para darle la sorpresa. Si había alguien a quien quería ver en ese momento era a Luana.

-Se ha retirado a la oficina interior -le dijeron cuando preguntó por su esposa.

Raro, pensó mientras daba las gracias y dejaba el mensaje para ella. Hizo que se retiraba pero ante el menor descuido ingresó a través del vestíbulo al pasillo junto a la oficina que le había sido asignada. Callado dejó su portafolio en el piso y cuando se disponía a tocar escuchó el grito que le encogió el alma:

-¡Dame con más fuerza Manu… dame con todo!

La voz de Luana rechinó desde los interiores de la oficina como la de una marrana desbocada. Al abrir la puerta vio reproducido todo ante sus ojos como hacía unos meses; la morbosa –y calenturienta -escena se repetía por segunda vez. ¿Era posible? Lo era desde los alaridos proferidos por ella; arrancados por un grueso chipote que daba pavor, el instrumento que su padre empuñaba y aplicaba cuan taladro gordo y amoratado pujaba entrando y saliendo de la raya dilatada causándole un placer inenarrable. ¿Era posible? ¿Que a pesar de su evidente dolor pidiera más?

Conforme a sus declamaciones, Roberto supo que era evidente que cada vez que su padre repetía su potente retroceso y avance laceraba con su pendón la dulce rajita que lo contenía. Que se producía una nueva laceración en su orgullo con cada grito desgarrado de Luana que hacía rechinar los flejes de la cama donde la cogían bestialmente, sin compasión, por segunda vez delante suyo.

-Perdón… ahhh ahhh… sé que dije una cosa pero ahhh no pude cumplir…

Y lo peor de todo era que era cierto. Que ella no cumpliera podía deberse a cualquier circunstancia que tal vez no la tuviera como intrínseco motivo; como factor determinante para que otra vez acabara en la cama de su padre. ¿Qué había hecho él, por ejemplo, para evitarlo? Nada, a decir verdad. Se había quedado impasible frente a la evidencia misma. Sintió que tal vez esta sería la ocasión. La oportunidad que le presentaba el destino para plantarse de una vez. No podía suceder ahora. Ahora que había conseguido la gerencia de magnagement y que todo parecía sonreírle, no podía pasar. Lo intentaría por ella. Por él. Por los dos.

-Pero Lu… yo quería hablar de lo nuestro… porque pese a esto… siento que te amo cada vez más.

-Y yo también te amo -dijo ella- no sabés cuanto…

-Justo ahora que lo nuestro empezaba a consolidarse. Que yo empezaba a conseguir mis metas.

-Y estoy muy orgullosa de lo que conseguiste-lo alentó ella sin detenerse. En realidad desde su inesperada aparición en la habitación ninguno de los dos lo había hecho: sumergidos en una sintonía armónica del fluir del sexo que hacían otra vez delante de él.

-De eso… de… todo eso quería hablar con vos-siguió él diciendo como si nada estuviera pasando-estaba dispuesto a reconocer lo que me habías apoyado para el puesto.

-Lo hice… ahhhh… uhhh porque te quiero, precisamente.

-¿En serio?

-Claro -le hablaba sin poder simular su agitación- ¿no confiás en mí?

-En vos confío más que en nadie. Ya te lo dije. No confío en otro. Ya sabés.

-Que esto no te haga cambiar de parecer ohhh -dijo ella -es apenas la segunda vez que pasa.

Roberto se quedó pensativo. Eso también era cierto.

-Y es medio difícil no hacerlo -dijo Roberto- aunque ¿creés que todavía hay algo bueno para nosotros?

-¡Siii… siii! –gritó ella

-Por eso, quería hablar de lo nuestro… -intentó él otra vez

-Andate Ro… -le pidió ella- ¡no te merecés esto… te va a hacer mal!

Luana recibía las serruchadas en posición decúbito dorsal por parte de su padre que bufaba y empujaba embravecido como si él fuese invisible: no parecía tener la mínima intención de detenerse.

-¿No querés hablarlo ahora? -pidió Roberto-me parece que…

-Andate… -intervino de pronto Manuel- ya la escuchaste, es por tu propio bien.

La voz paterna lo sobresaltó. Lo predispuso para mal. Esta vez Roberto no estaba dispuesto a ceder.

-No. Voy a luchar por vos Lu… esta vez voy a ir hasta las últimas consecuencias.

-Esto puede demorar mucho, hijo.

-¿Cómo mucho?

-Como unas dos horas. En todo caso andá y volvé más tarde… ohhh

-Pero…

-Andá Ro… por favor, salí a tomar un poco de aire y despéjate -le pidió Luana sin dejar de moverse- cuando vuelvas hablamos nosotros dos más tranquilos.

Le vinieron todas las ganas juntas de insultarla. De odiarla con todas sus fuerzas. De borrarla para siempre. De llamarla puta. Pero Roberto se había hecho dueño de un autocontrol absoluto gracias a los libros de autoayuda que había leído últimamente. Salió en silencio eyectado. De lejos Luana y su suegro escucharon el portazo violento y a la letanía, algunos insultos indescifrables.

-Bueno… era hora que el paparulo abriera los ojos -dijo él retomando el acto.

-No sea tan malo -Luana seguía agitándose debajo del cuerpo que no la dejaba de acometer -no hable así… esto es grave.

-Es un cornudo y lo sabés. No se puede hacer el ofendido ahora.

-No me haga sentir mal…

-¿Mal?… ¿te sentís mal? -él maniobró detrás de sus nalgas y le metió un violento empellón que le hizo pegar otro respingo.

-Ahhh!!!… Ohhh

-¿Ahora te sentís mejor?…

-Siii… digo… no… es que no se merece esto… ahhh

-No se merecerá esto pero vos… Vos sí… nena… sos una hembra tremenda… ya te lo dije y te lo voy a seguir repitiendo… te quiero solo para mí.

-¡Si!! ¡Nooo!!…

-Antes de que vayan a querer coger todos los hijos de puta que te tienen ganas… Los hijos de puta que querían hacerle daño a mi hijo… los hijos de puta que te empezaban a rondar… ¡te voy a coger yooo!

-Siii! Siii

-¡Y me voy a cansar de garcharte ohhh!!

-Nooo… ¿Y qué van a decir de su hijo?

-Lo sé… van a seguir diciendo que es un cornudo ohhh… pero…

-Pero ahhh ¿qué?

-Es un cornudo sin remedio, lo sé, pero las astas que vos le pusiste no se las puso nadie.

-Ahhh ¿en serio? -se interesó ella de repente.

-En serio Lu -le confirmó él mirándola fijo -vos le adornaste bien la frente y se lo hiciste asumir… ohhh…

– Ooooh él dijo que Mónica… ahhh

-¡Esa boluda no tiene ni para empezar al lado tuyo ahhh! Ni ella ni Felicia. Sos la mejor de todas… ¡no tengas dudaas! ooooh

-¿Seguro? Ohhh -dele… oh!-volvió ella a arengarlo con las ganas en su calentura propiciada por el recuerdo de los cuernos de Roberto.

-¡Te voy a dar para que tengas, para que guardes y para que archives!!

Una vez y solo al cabo de tres formidables derramadas sobre ella, el hombre dejó de moverse por fin. Ella se volteó y vio en los ojos de Manuel todavía el destello de la lujuria que siempre sabía despertar en él. Le pareció increíble que su verga, incluso con las evidentes milagrosa del viagra, acabara de entrar y salir de allí en tres ocasiones. Luana exhaló un gemido exánime y se tendió boca abajo exhausta sobre la cama. Sus orificios estaban otra vez llenos de la provisión abundante de su suegro, luego de otra frenética sesión de sexo.

-Justo dos horas… un relojito -le dijo ella.

El sabía que se había hecho costumbre que ella calculara el promedio de sus sesiones. En la oficina, por ejemplo, siempre sabía cuando el tiempo acababa sin necesidad que él se preocupara y sin que su visita implicara un riesgo real. Se acostumbró a cronometrar el tiempo que pasaba utilizando la música de su celular.

Si la sesión iniciaba con un álbum sabía que tenía que terminar con el siguiente. Todo eso él lo sabía. Y que nunca dejaba pistas. Antes de irse, retiraba con cuidado un cabello impregnado en su saco, rastros de lápiz labial o de perfume delator. Cualquier cosa que pudiera dejarlo expuesto: Luana siempre había sabido estar fuera del radar de Nuria y solo por eso, le estaría eternamente agradecido.

-Lu… esto es tuyo- le dijo entregándole la tanga que tenía en sus manos.

-Gracias…

Él no se cansaba de mirarla, el prodigio de ese gran trasero que ahora era suyo y nada más que suyo, era lo único que en verdad le hacía perder el autocontrol que siempre había sabido tener, el equilibrio sobre sí mismo y las pasiones que podían llegar a extraviar a cualquier hombre.

-Ahora… vas a tener que ocuparte del cuerno -dijo él.

-¿Y que se supone que deba decirle?

-Convencelo… No quiero un escándalo ahora que Nuria no está. Sabés que hay que guardar las apariencias.

-Hablaré con él.

-Él no va a perjudicarte. Mientras viva no te va a faltar nada.

-Déjelo por mi cuenta.

-Solo arreglá las cosas y dejalo dispuesto para lo que va a pasar, para lo que va a venir.

-No se preocupe, no va a hacer ninguna cosa fuera de lugar.

-Porque le van a seguir creciendo las guampas. Y le van a crecer más que antes.

Se miraron otra vez sin poder evitar la sonrisa cómplice. El observó la camiseta de ella manchada con su semen en prodigiosa cantidad. Sólo su nuera podía hacerlo eyacular una y otra vez como si fuera un adolescente, a los 56 años.

-Y pensar que lo envidié. Desde el inicio. Apenas te vi por primera vez.

-Lo imaginaba por la forma en que me miraba. Lo supe siempre. Como dijo: es imposible que Roberto no se haya dado cuenta también.

-El hijo de Carlos, mi hermoso nieto Benjamín y los maravillosos momentos que me has dado disfrutándote han sido los mejores regalos que me ha dado la vida.

La franqueza del comentario la enterneció.

-Y me vas a seguir disfrutando. Todo lo que quieras.

Manuel sonrió enteramente satisfecho, incapaz de sentirse inmune a la dicha que lo embargaba y le cambiaba el mal humor por primera vez en su vida. Ahora lo sabía.

-No sé si voy a poder seguir ocupándome de todo. Enfocarme en las cosas de la empresa. Contigo es imposible.

-No te preocupés por ello, encontraremos una forma.

-Ya tengo la forma. Luana… prometeme una cosa

-Si ¿qué?

-Prometeme que la verga de mi hijo será la única que tendrá una posibilidad real en tu vagina y tu estrecho y delicioso ano, mientras que sigas casada con él.

-O sea… ¿que solo vos vas a poder hacerlo cornudo?

Manuel sonrió. Luana levantó en el acto la mano y haciendo la señal de juramento dijo en voz alta:

-Lo prometo.



-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,186
Likes Recibidos
2,495
Puntos
113
 
 
 
-
Mi Suegro y Yo - Capitulo 005


Solo al cabo de una semana, Manuel se dignó a recibir a su amigo Ricardo que lo llamaba prácticamente todos los días, casi con desesperación. Antes había tenido que ocuparse de los cambios pertinentes en los puestos clave de la escala jerárquica de la firma que terminaron por desconcertar a todos. Tal como lo había concebido en su cabeza, primero nombró a Roberto como magnagement general con facultades plenipotenciales, relegando luego de muchos años a su otro hijo Carlos como vice.

Después se encargó de formar una comisión directiva para que acompañara a sus hijos en las decisiones cruciales. Para él mismo “se encontró” un cargo honorífico en el que ya no tendrían peso por primera vez sus decisiones.

El martes lo hizo llamar a Ricardo con una secretaria luego de haberle rebotado todas las llamadas previas.

–Estuve muy ocupado Ricardo. Te imaginarás en qué.

–Claro que me lo imagino. ¿Te lo querías guardar para vos solo?

–Mi nuera es una fiera, Ricardito. Tenías toda la razón. No te equivocaste en nada.

–Rara vez me equivoco en eso. Sabelo.

Manuel recordó la charla con su amigo mantenida hacía poco más de un año en aquel restaurante al que habían ido a comer juntos, para hacerle partícipe de la noticia más terrible recibida en su vida. Nuria había sido diagnosticada con un linfoma cancerígeno y el cuadro tendía a complicarse con el simple paso del tiempo. Inexorablemente la cuenta regresiva había empezado.

–A mi edad me arrepiento de pocas cosas, Ricardo… pero de lo que más me arrepiento es de no haber estado más con mi mujer.

–Es común que te sientas así.

–No… –repuso él sin dejar que lo interrumpiera su amigo–no entendés nada. A los 63 años quiero cosa de la que tengo.

–Pero vos tenés todo.

–Dinero y una familia disfuncional. ¿Eso es todo? No confío en nadie más que en la mujer que ahora se está por ir.

–Como te dije, es natural que así te sientas.

–Me he pasado la vida trabajando. Tanto, que ahora no necesito trabajar. He pensado que una chica joven, me podría mostrar todo aquello que me he perdido.

–Bien por ti. Entonces nos vamos a hacer mutuamente un favor.

–Me gustaría salir a cenar, al teatro, acompañarla a sus compromisos, llevarla de vacaciones, o mejor, dicho, que me llevara ella –sonrió cansinamente Manuel.

–¡Lo que usted quiere es una novia! –exclamó Ricardo, con sorna.

–Quiero lo bueno de una novia. Soy un hombre grande, pero quiero disfrutar de la vida.

–¡Que distintos somos amigo! Yo en cambio de una mina quiero primero que esté buena como tu nuera, que está buenísima.

Ricardo ya le había echado el ojo y ya no habría caso de hacerlo cambiar de parecer. Estaba tan obcecado como él que había empezado a pensar en Luana cada vez con mayor insistencia. Tanto, que para apartarla de sus pensamientos, había recurrido a su amigo para conocer a una mujer que se la hiciera sacar de la cabeza. Esa había sido la verdadera razón, reflexionó ahora Manuel, devuelto a la actualidad, en el despacho.

–¡Hijo de puta! –se enloqueció Ricardo– Me pediste que preparara lo de la gitana, el tipo de los consejos, el instructor de danzas árabes y del fotógrafo. Y yo caí como un chorlito: todo era para vos.

Manuel recordó que si bien había hipotéticamente acordado “entregarle” a Luana a su malsano amigo a cambio de que él le presentara una chica, nunca había pensado en hacerlo de verdad. No solo porque se tratara de la novia de su hijo sino porque había descubierto que la quería para él solo.

–No Richard, discúlpame. Yo a vos no te prometí nada.

Había accedido así al juego iniciado como una fantasía de dos viejos verdes. Una locura en la que solo en sus cabezas cabía la posibilidad de ganarse el favor de esa extraordinaria hembra con ayuda de las jugarretas que Ricardo prepararía. ¿Y todo para que el premio mayor fuera a manos de su compañero de cacería?” se preguntó. Ni siquiera se había permitido mostrarle a Ricardo las fotos más jugadas de Luana; solo una que otra en algún ángulo interesante. Siempre de lejos. Ahora de pronto, las cosas habían cambiado.

–Menos mal que dijiste: “es la novia de mi hijo”, que yo estaba enfermo… que yo…

–Era mucha mina para el inútil de Roberto. Vos lo dijiste.

Ricardo tuvo que dejar de parlotear de repente.

–Cuando te dije que buscaba una novia me refería a esto.

–¿A qué?

–A Luana. Voy a dedicarme a viajar con ella. A colmarla de atenciones y llevarla a los lugares que nunca imaginó conocer. Lo que no hice con Nuria.

–¿Te creés que no te va a hacer cornudo como lo hizo con el pipistrilo?

–No lo sé Ricardo, puede ser. Pero me voy a ocupar de no darle motivos. No voy a cometer los errores del tarúpido.

–¿A qué errores te referís?

–A que le voy a dar matraca todos los días y a toda hora. Voy a largar los fatos, las apuestas, el casino y hasta las salidas con amigos.

Ricardo se sorprendió con la confesión de su amigo.

–Esto es serio, Ricardo.

–Le mejicaneaste la mujercita a tu hijo, lindo suegro resultaste.

–Lo dijiste vos. Si no lo hacía yo, se la iba a quitar otro. Cualquiera más vivo que el inútil y sabés que no es difícil encontrar uno. Bueno, me la quedé yo. Por lo menos, no es un completo extraño.

–Sos lo más hijo de puta que conocí.

Ricardo sabía que Manuel tenía razón y que él hubiera hecho lo mismo en su lugar por una mujer como Luana.

–Me la merezco después de tanto tiempo.

–Un año ¿No?

–Desde que murió Nuria. Y antes también. Eso te lo debo a vos.

A Ricardo se le dibujó una sonrisa de satisfactoria revancha tardía.

–Ahora sacame de una duda –quiso saber Ricardo– ¿Dudaste en algún momento?

–Con Felicia pasé muy lindos momentos, pero nada en comparación con lo de Luana. Como dije, tenías toda la razón.

–Lo planeaste bien.

–Nada hubiera sido posible sin tu ayuda. Lo sé, no soy un desagradecido Ricardo. Y te lo voy a pagar.

–No hace falta.

–Vas a ser el real magnagement de la firma. Para eso te hice llamar. Consideralo como una cancelación de la deuda.

–¿Me necesitás ahora que largás todo?

–¿Te crees que voy a dejar que maneje todo? Te necesito para supervisar al inútil ahora que voy a dedicarme full time a mi nuera. No quiero distracciones.

–Hecho. Quedate tranquilo. Cancelamos la deuda.

–De paso lo vas a vigilar para que no se arrebate. Vas a contenerlo. Los períodos pueden ser largos. Si estamos en Europa, él va a estar en Buenos Aires y en el caso en que quiera volar a Europa nos iremos a Bangkok. Me avisarás en todo momento. No quiero que suceda lo que pasó dos veces.

–¿Y te vas cuándo?

–Mañana por la noche. Vuelo directo. Acaban de llegar dos pasajes de Turkish Airlines. Se lo digo esta noche. Quiero que sea una sorpresa.

–¿Así nomás?

–Así nomás. En unos minutos le digo al inútil que tiene que viajar a Trenque Lauquen por 15 días.

–Lindo Venecia en abril. Ideal para ir en plan de luna de miel.

–De ahí me la llevo a París, Roma y luego volamos a Yabrud. A conocer a sus primos. Ya me ocupé.

–Turca tenía que ser para ser tan brava. ¿Y cómo se supone que te vas a presentar?

–Como su marido de facto. Ya que la pobre ligó uno virtual tendrá uno de verdad.

Ricardo no pudo evitar sonreír.

–¿Te acordás cuando el Julito Mera Figuera se casó con Agustina Braun Blaquier? Treinta y dos años de diferencia.

–La misma que le llevás. Me acuerdo como los despedazaron.

–No quiero que pase lo mismo. Por eso, le pedí que no se divorciara del inútil.

–Hiciste bien. Preservar las apariencias.

–Porque en todo lo demás, va a ser como mi esposa.

Volaron a Madrid y desde allí a Venecia, donde permanecieron durante tres días antes que recalaran en Paris, Roma y finalmente llegara la sorpresa de aterrizar en la tierra de los ancestros de Luana. Cuando el viaje llegó a su fin, a los 15 días exactos, Roberto ya había regresado de la comisión de Trenque Lauquen dispuesto a enfrentar a su esposa, cansado de los comentarios de toda clase que se hacían a sus espaldas. Manuel lo supo y creyó enloquecer cuando Ricardo le adelantó que su hijo estaba dispuesto a confrontarlo.

–Sabías que esto podía pasar. Activaste una bomba de tiempo que podía estallarte tarde o temprano–le quiso hacer entender su amigo.

Apuraron el paso uno al lado del otro. Se sentían los dos ansiosos y a la vez incómodos como si fuesen dos extraños. Llegaban tarde a la reunión crucial que Roberto había exigido para poner en claro las cosas de una vez. A una distancia prudencial, Luana lo miraba sorprendida, escudriñándolo, intentando adivinar lo que podría pasar. Intuyendo que su marido le exigiría desde ahora un comportamiento acorde a su estado marital. Que diría basta. Que le pondría los puntos. Que pediría todas las explicaciones que hiciesen falta. La situación estaba así de peliaguda.

En silencio, imaginó los posibles finales alternativos de la historia: ¿es que había llegado esta vez demasiado lejos? Preguntas que se hacía ella pero también él. Roberto no podía saber entonces si aún le aguardaba un destino posible junto a su flamante esposa –llevaban apenas cinco meses casados– o si, por el contrario, se desembocarían los hechos que marcarían su separación definitiva. En silencio, Luana sentía una culpa que la llagaba por dentro y que no podía evitar. Se sabía responsable del momento por el que atravesaba su esposo. Culpable de su angustia.

Pero en unos minutos tal vez se zanjaría todo lo que él esperara. Un vuelco que terminara de definir las cosas a su favor. Porque por sobre todas las cosas y pese a lo mucho que había ya sucedido, Roberto sentía que lo abrasaba el cándido amor por su mujer.

Apenas entraron lo divisaron junto al ventanal, un poco separado del resto de la nutrida clientela del restaurante en donde los había citado para hablar de una vez. Manuel había estado esperándolos en una mesa justo en un rincón del restaurante donde su hijo lo había citado. A las 12 en punto. Tenía una botella de cabernet saugvignon y picaba unas aceitunas con queso cuando Roberto y Luana llegaron. Sin formalismos ni saludos, fue Roberto el que primero habló apenas se sentaron a la mesa.

–Vos ya no vas a poder seguir haciendo lo que hacés –le disparó en seco el hijo con el rostro transfigurado. Manuel lo miró intrigado.

–¿Y qué es lo que hago? ¿A qué te referís?

–A que ya no podemos seguir de esta manera –le confirmó el hijo.

–¿De qué manera? –preguntó Manuel sorbiendo del vaso del vino que le habían servido.

–Te vas a hacer el desentendido…

–¿Podés decírmelo?

–O es una cosa. O es otra. No me banco ya más esto –Roberto hablaba con ademanes nerviosos ayudándose con las manos.

Luana permanecía a su lado, roja de vergüenza, cabizbaja, con los ojos clavados en el piso pero pendiente de la conversación.

–Pataleás como un nene y no me decís porqué –inquirió Manuel–. Apuesto a que tu mujer tampoco lo sabe.

–Claro que lo sabe.

–Decímelo entonces. Clarificámelo. Podría pensar que ha vuelto a perder tu equipo.

–Vos sabés bien de que…

–¿Que otros piensen que sos cornudo?

Roberto se quedó impávido. Su furia estalló en el nervio de sus ojos que habían adquirido una gravedad que nunca su mujer le había visto.

–Basta… –intercedió ella previendo que se armaría la gorda– escuchen los dos… no quiero una escena aquí en público.

–Tranquila –le dijo Manuel– no va a haber ninguna escena.

–Nos vamos ya… Luana. Tomá tus cosas. No tengo nada más que hablar con este tipo.

–Eso es lo fácil. Irse. Esquivar el momento. Es hora que lo enfrentes de una vez, hijo.

Roberto lo miró con un odio que le salía por los poros de todo su ser.

–Otros pueden creer lo que quieran –siguió Manuel– pero la verdad la tenés vos solo. Y eso es solo lo que importa. Siempre y cuando quieras saber la verdad ¿no te parece?

Roberto lo miraba fijo y parecía dispuesto a todo. Incluso de darle en ese preciso momento un trompazo a su padre. Luana lo advirtió y lo miró asustada. Con un vistazo, Manuel procuró tranquilizarla.

–Ahora es tu turno –le dijo.

–¿Mi turno? –preguntó ella nerviosa.

–Sí. Tu turno de hacerlo disfrutar. Es tu deber de esposa.

–¿De hacerlo disfrutar de qué?

–De algo que en el fondo le gusta más que nada en el mundo.

Luana se quedó callada como si no hubiese entendido bien. Roberto también.

–No sé si es lo correcto –murmuró al cabo de unos segundos de incómodo silencio.

–Si te lo digo es porque es así. Lo conozco mejor que vos.

Desconcertada, Luana miró a su marido que permanecía en silencio, sumido en un mutismo hermético e imperturbable.

–Deciselo Lu… no tengas miedo.

–¿Decirle cornudo?

–Sí… decíselo.

Luana miró de reojo a Roberto para ver que hacía.

–No sé… me da cosa.

–Tranquila. Es porque nunca lo hiciste. Cuando lo hagas vas a experimentar un efecto liberador. Y él se va a sentir mejor cuando suceda.

Roberto transpiraba helado pero permanecía sin reaccionar. Parecía ahora expectante de lo que hacía y decía su mujer. Nunca se había sentido tan humillado en toda su vida.

–Usted dice… ¿Cuándo usted y yo…?

–Ajá…

–Pero es que…

–¿Que Lu…?

–¿Usted cree que él piensa que usted y yo…? –preguntó ella y a continuación miró a su marido:– ¿Lo pensás Ro?

–Acaba de decirlo. Creo que al menos lo piensa –opinó Manuel.

–¿Cómo?

–Lo sospecha pero no está seguro. Y es mejor que sea así.

–Quizás por… es que vio dos veces…

–Pero eso no significa que haya una tercera.

¿Usted cree?

–Claro.

–¿Mejor que no sepa si usted y yo…?

–Que no lo sepa.

–Porque si tratara de averiguarlo ¿sería peor?

–Ajá

Luana miró al pobre Roberto apichonado en un rincón a su lado: advirtió la formidable erección indisimulable y se sintió tentada como nunca.

–¡Cornudo…!

–Eso es. ¿Ves? Su erección empieza a crecer como por arte de magia.

–¡Es verdad! –se maravilló Luana divertida– ¡Increíble! ¡Cornudo…!

Una mujer muy fina que estaba en la mesa de al lado pareció registrar la vulgaridad pronunciada con sorpresa y la miró fastidiosa.

–¿Te sentís ahora mejor? –le preguntó Manuel.

–Sí… tenía razón…

–¿Es o no liberador?

–¡!Si!! Es justo como me dijo.

Él le extendió su mano para que ella se levantara y se sentara del lado suyo de la mesa. Cuando lo hizo quedó enfrentada a Roberto que parecía blanco como un papel.

–Ahora hijo… ¿tenías algo que decir?

–Yo…yo… –quiso arrancar Roberto…

–¡Cornudo!

–No… –dijo mirando a su esposa– a vos no te lo voy a permitir…

–¡Cornudo!… ¡cornudo!!… cornudo!! –lo metralló ella sin piedad.

–Ya… tampoco exageres –intervino Manuel– No es bueno darle todo lo que quiere de una sola vez.

Luana volvió a quedarse mirándolo, sorprendida como si estuviese ante un milagroso descubrimiento.

–Mejor de a poco. Sin apuros –Manuel la rodeó con su brazo en actitud paternal.

–¿Mejor que se imagine eso que usted y yo…? –elucubró ella.

–Ya lo has entendido. Mientras más se lo digas, más aliviada te vas a sentir y más él lo va a disfrutar. Pero si se lo decís mucho se puede llegar a acostumbrar. Y ninguno quiere que él se acostumbre. ¿No es así?

Roberto no respondió. Tenía la cabeza gacha y no se animaba a mirar a su mujer a los ojos. De pronto, Manuel estiró el brazo y miró su reloj para levantarse rápidamente.

–Tengo cosas que hacer… los dejo para que conversen. Imagino que tienen mucho que hablar. Cosas vitales de cara al futuro. Gracias por la cena, hijo.

Los despidió a ambos dejándolos en un silencio que se volvía estruendoso con el correr de los segundos. Entonces fue ella la que habló.

–Solo jugaba un poco. Supongo que lo sabés.

Roberto la miró incrédulo, una vez más.

–Supongo que te diste cuenta que era una broma –insistió ella– Es tu padre… ¿no lo conocés?

–¿Te parece que esto sea algo para jugar? –Roberto seguía sin poder creerlo

–Te dejaste llevar por eso…

–¿Ah sí?

–Dijiste que confiabas en mí ¿no? Pues mi palabra te debería bastar.

A Roberto la palabra de Luana le bastaba: se lo había probado con creces. Si bien lo que le decía podía ser cierto, elucubró él, el viaje había existido. No era algo imaginado por él: se habían ido juntos quince días a Europa. Solo un idiota podía pensar que no había sucedido nada en todo ese tiempo. Roberto quería saberlo.

Luana lo miró tranquilamente:

–Te contaré lo que querés saber si realmente querés saberlo pero tenés que pensar en las consecuencias de hacerme esa pregunta. Si te he sido fiel, consideraré que me hacés esa pregunta porque no confíás en mí y consideraré poner fin a nuestro matrimonio.

Roberto se alarmó.

–Por otra parte, si he tenido sexo con tu padre, puedo querer que continúe, y vos tendrás que elegir entre poner fin a nuestro matrimonio o aceptarlo y dejarme tener una aventura.

Roberto ya se tocaba con una mano disimuladamente sin poder contenerse.

–O bien –prosiguió Luana– tal vez exista una tercera alternativa: quizá preferís dejar que las cosas sigan como están. Nos olvidamos de tus preguntas y yo sigo como hasta ahora. ¿Ok? ¿Querés hacer alguna otra pregunta?

Pálido como un fantasma, Roberto solo se atrevió a murmurar:

–Creo que es mejor dejar las cosas como están…

Luana preguntó si estaba totalmente seguro de su decisión y él contestó que lo estaba.

–¿Me vas a dejar ver a tu padre? –quiso saber.

Roberto repitió otra vez que lo permitiría y sin embargo ella quiso dejarlo en claro una vez más.

–¿Sabés que puedo tener algo cuando nos vemos y a pesar de eso vas a permitirlo?

El cornudo contestó afirmativamente.

–Pero negri… eso es casi como consentir que tenga sexo con él. Decime, ¿querés decir eso?

Roberto no quiso responder. Una erección empezaba a nacerle hormigueante.

–Decímelo; quiero oírtelo decir: decime que sos consciente de que puedo tener libertad y que no interferirás en mis decisiones.

Entonces lo balbuceó entre dientes por última vez.

–Si lo sé, podés hacerlo, no interferiré.

Un silencio precedió la aparición de la sonrisa complacida junto a los matices de picardía dibujados en el rostro de Luana que comprendió que el buen nombre de la familia estaría a salvo gracias a su intercesión. Ya no correría ningún peligro de ser mancillado por un inoportuno arrebato de su marido.

–Gracias, mi amor. Te amo. Realmente, amo tu capacidad de comprensión y estoy orgullosa de que estés deseoso de admitir algo que la mayoría de hombres nunca admitiría.

Ella pareció tan feliz que no midió las consecuencias de esa decisión en los hechos que vendrían a continuación.

–Solo una cosa. Necesito saberlo –Roberto había esperado una vida para atreverse a pronunciarlo– ¿Sos su amante?

–Solo diré que soy su preferida. Ya te lo dije.

Esa noche no hicieron el amor y pasaría un largo periodo hasta que a ella volviera a apetecerle tener sexo con él. A los tres meses, cansado de tantas postergaciones Roberto anunció que se marchaba del hogar y en breve Manuel tomó una habitación en la casa que les había entregado como regalo de bodas. Sería un tiempo que ninguno de los dos terminaría de entender bien. Ni Manuel lo había experimentado antes con su compañera de toda la vida ni Luana mucho menos con su marido fugaz. Solo sucedía.

Ambos consumaban por fin lo que se habla en La Biblia bajo el escarnio de tabú: El Génesis relata el vínculo de Judá, el hijo de Jacob, con su nuera Tamar, cuando ella contrajo matrimonio con dos de sus tres hijos, primero con Eros y después con Onán, de los cuales enviudó y con quienes no había conseguido tener hijos.

Las sesiones se habrían de prolongar en los ocho meses siguientes en los que el afortunado señor aprovechó para repasar los vaivenes abruptos del dibujo de guitarra española de su amante joven, los empeines en bajada junto a los suculentos flancos cuya visión desde ese momento estaría clausurada a otros –los más jóvenes– impedidos de sobrevolar el nido con la posibilidad de asirse de la mujer tomada ahora como suya; como manceba permanente y sustituta definitiva de la difunta.

En prueba de ello, le supo obsequiar las prendas de Nuria: aquellas que eran cerradas al cuello en busca de recato aunque solo lograran encapsular las redondeces del busto enorme y las gruesas caderas de Luana tampoco quedaran disimuladas debajo de los vestidos acampanados.

Dos semanas después, él hizo traer a la casa el cuadro de Emile Jean Horace Vernet que reproducía en forma sugestiva la imagen de Judá y Tamar, un hermoso lienzo que fue colgado en simbólica en las postrimerías de la escalera, justo delante del cuarto conyugal de Luana. Aunque había otra pintura que se refería al tema, un cuadro barroco de un pintor anónimo holandés del S. XVII que se exhibía en el Residenz Galerie de Salzburgo, Manuel terminó decidiéndose por la pintura de Vernet en la que se configuraba la representación romántica del acuerdo sostenido entre los protagonistas.

Una mujer con el rostro cubierto con un velo, vestida de chantal blanco, estira solícita su mano hacia un maduro esquilador de ovejas que la escudriña con ligera perturbación, más pendiente de sus muslos blancos rebosantes como los de Luana, que de sus ojos inquietos. Ninguno de los visitantes de la casa pudo llegar a descifrar el enigmático significado de la pintura expuesta a la vista de todos.

Las semanas siguientes se repitieron en intensidad a las anteriores en las que siguieron consumando su escandaloso romance. Solo una noticia –esperada por ambos– traería consigo la primera novedad: fue cuando Luana recibió el llamado de Roberto pidiéndole regresar.

Después de haber desposado a Tamar, Onán murió sin tener heredero. Luego que pasara el tiempo y pensando que Judá nunca le daría a su último hijo por esposo, Tamar se disfrazó de prostituta y tuvo relaciones carnales con su suegro, que había quedado viudo. Solo así por fin quedó embarazada. Aún sin que Judá la reconociera, logró que le entregara su sello y su bastón como prenda hasta que le pagara un cabrito prometido por prestarse a la relación.

A los tres meses, cuando le comunicaron a Judá que Tamarestaba embarazada, el patriarca ordenó que la ajusticiasen por su adulterio. No obstante, tal como había imaginado que tendría en alguna ocasión que hacer, Tamar probó gracias al sello y el bastón de su suegro que había sido él quien la había fecundado. El hombre perdonaría a Tamar que alumbró dos gemelos: Farés y Zara; Luana, en cambio, se había convertido de pronto en orgullosa madre de un hermoso varoncito: Camilo.

El nacimiento en medio de un vendaval de especulaciones terminaría por empujar a Roberto a llamar a su mujer y se convirtió también en el principal motivo de su regreso. Ella no supo primero que decirle. Pensó que decir la verdad no era ya posible sin considerar los costos catastróficos que tendría que pagar y al mismo tiempo temía que una eventual aclaración le diera a su marido motivos para una ligera sospecha. Optó por tragarse la lengua.

Dejar que Roberto creyera el milagro de su paternidad. Incapaz de captar sutilezas, el esposo tampoco lograría desentrañar el significado del cuadro colgado junto a la puerta de la habitación conyugal. Mucho menos, descifrar la simbología que la pintura protegía. El secreto estaría a salvo. Luana necesitaba decírselo a su amiga más íntima a quien no veía hace meses.

–Es lo más importante es el tesoro de mis ojos.

Se habían reunido al cabo de un paréntesis de ocho meses. Luana estaba siempre muy ocupada. Y desde ahora, lo estaría mucho más, adelantó, cuidando al bebé.

–No puedo quejarme –dijo ella– la vida me ha sonreído dándome una segunda oportunidad. Roberto está otra vez conmigo junto a mi hijo.

–Te veo y no creo como te has recuperado. Con solo pensar que estabas derrumbada por el abandono de tu marido, me parece increíble verte así.

–Un abandono a medias –dijo apresurándose en buscar la justificación–de vez en cuando el granuja regresaba y el resultado está a la vista, ya ves –dijo sosteniendo al querubín que se mecía en sus piernas como si quisiese tomar todo lo que se aparece a su alrededor.

Nancy lo inspeccionó con cuidado de arriba abajo en las faldas de su rejuvenecida madre y estudió las sutiles similitudes fisonómicas de cabo a rabo con quien era otra vez su marido. Solo entonces se animó.

–Lo que no entiendo…

–Ya cumplí con el mandato familiar –la interrumpió Luana sin titubear– le he dado a mi suegra, que Dios la tenga en su santa gloria, el nieto que tanto quería. He tomado una decisión y a partir de ahora solo me enfocaré… en un método anticonceptivo eficaz.

–A eso me refería… –dijo Nancy extrañada– disculpá que lo diga de una vez, pero no entiendo ¿no me dijiste hace unos meses que tu marido se había hecho una vasectomía?

–El sí… pero mi suegro no.

-
 
Arriba Pie