Mi Suegro y Yo - Capitulo 001
Lo destacable seguían siendo sus caderas sobresalientes debido a que su cuerpo se mantuviera intacto pese a lo dificultoso de su embarazo, llevado con estoicismo durante meses eternos. Le había costado tanto quedar encinta que el acumulado de esos kilos en los muslos y parte de su abdomen no le importó.
-Lo importante es el tesoro de mis ojos.
Hablaba de su hijo.
-Camilo es la felicidad que esperé toda la vida.
Le contestaba a Nancy, su amiga, íntima confidente. Se habían llamado después de diez largos meses en que ella pareció desaparecida de la faz de la tierra. ¿Qué hacía? ¿Seguía deprimida por la decisión de Roberto? ¿Qué había estado haciendo en ese tiempo?
-Si tienes tiempo te lo cuento, amiga.
-Todo el tiempo para ti.
Tendría que empezar desde el inicio. Desde el momento en que conoció a Roberto en uno de esas fiestas de casamiento en la que coincidieron de casualidad. ¿Lo habría sospechado? Ni en un millón de años. Imaginar todo lo que le había sucedido era difícil. Que se iba a casar y tener un hijo tan rápido no estaba en sus planes. Meses vivió flotando en una sensación de irrealidad que la privó de tener registro de las cosas que pasaban, como viviendo en una película, anestesiada por el entusiasmo que ahora tenía.
-Por eso no aparecía, Nancy.
Tenía cosas que hacer. Su día estaba lleno de actividades ahora. Cosas que atender que la volvían a hacer sentir importante. Ahora era una madre de apenas 24 años. Lejos estaban las locas noches en que, desbocada, besaba a un muchacho y a otro en los bailes a los que iba junto a Nancy y en los que, inevitablemente, Luana se robaba todas las miradas. Para empezar, había recuperado después del embarazo la figura llena en sus formas.
-Luego que Roberto la abandonara cayó en un pozo depresivo -repitió Nancy a sus amigas tal como se lo había pedido Luana.
El paréntesis en el que la pobre se hundió por la partida de su compañero y el momento en que salió a la superficie desde había durado nada menos que ocho meses. Y todo había cambiado y no había cambiado tanto. Un hijo separaba el intervalo entre aquella última conversación entre Nancy y Luana y este momento en que las amigas se reencontraban para contarse todo.
-Las segundas oportunidades están hechas para aprovecharse, amiga.
-No sabes lo que me reconforta que hables de esa manera, Luana querida.
Primero pensó que serían cosas suyas. Su imaginación. Pensamientos que le jugaban una mala pasada. No saber qué hacer ante una mirada dirigida indefectiblemente a su cuerpo. No estaba desacostumbrada: muchos la miraban como al descuido de esa forma libidinosa en que lo hacía el señor. Lo desconcertante era todo lo que ese señor representaba. Lo peligroso era que lo hacía cada vez con mayor descaro mientras ella aparentaba no darse cuenta.
La primera vez ocurrió en una reunión en la casa familiar; un escenario poblado por los ecos de las risas de los sobrinos de Roberto coronados por filosos comentarios y chistes de su parentela nutrida, contante y sonante. Ella supo que haría el esfuerzo por agradar a todos delante del chico al que había elegido, sobre todo, agradar a la madre política. Lo de siempre. “Que le dieran un nieto”. Solo eso pedía. La pobre estaba ensimismada ante la visión orgullosa de su vástago mayor que la había colmado de otras gratitudes como la de haber conseguido un título a los 24 años. La mirada de doña Nuria la talló desde el inicio semblanteándola de punta a punta.
“Decime Robertito… ¿esta preciosura es tu novia?”¿Lo habría dicho en serio doña Nuria? Claro que sí. Un vestido casual, debidamente ajustado a los empeines formidables parecía confirmarlo. De cabellos negros como el carbón, Luana era como un “tanque, en el buen sentido de la palabra. Un metro sesenta y ocho de adolescente –sin tacones, por supuesto-, cincuenta y seis kilos milagrosamente distribuidos, una talla de noventa y seis de busto y unas caderas cercanas a la centena. Una botella de…esa gaseosa, bromeaban Nancy y sus amigas.
Lo desconcertante fue que la primera vez lo hiciera con descaro delante de su novio. Cuando el señor le pidió que se presentara ella lo hizo nerviosa con tibias palabras que él nunca escucharía concentrado en su rostro de rasgos asiáticos y el tono mestizo de su piel. Se sintió de pronto desnuda ante los ojos que traspasaron el vestido negro sin mangas que le caía suave acentuándole el cuerpo lleno de curvas; como si pudiesen penetrar la tela delgadísima que marcaba su trasero bombeado y los senos generosos que procuró simular frente al señor cruzando incómoda los brazos.
-Este es mi papa, Luana -lo presentó Roberto sin rodeos ni mayor ceremonia; como si cumpliese un forzado y odioso protocolo que no podía ya evitar. La muchachita de 22 abriles -dulcísima, amorosa, respetuosa y siempre alegre- no pudo saber que el novio había estirado a conciencia el acto de presentarlos por inobjetables y valederas razones que sólo él conocía muy bien.
-Mucho gusto señor.
El la siguió mirando sin responder siquiera la cortesía. Seco y parco como solía con las personas que no conocía, su gesto produjo una evidente incomodidad que Roberto por suerte suplió con el argumento de que fueran a saludar a los tíos que estaban en la mesa y que también deseaban conocerla. Lo dejaron sentado con su vaso de vino mientras pasearon por las mesas dispuestas en el fondo a media luz. Una música dicharachera inundaba los ambientes que se empapaban con el intenso calor que crecía conforme avanzaba la madrugada. Pocos eran los que bailaban.
Los más jóvenes lo hicieron de compromiso y en una cadencia cansina producto de sofoco. Luana y Roberto lo hicieron también hasta que ella le pidió un descanso para buscar un refresco de la mesa de bebidas. Con el vestido pegoteándose y marcándole las abundancias naturales, ella pasó delante del agasajado que cumplía 54 en apariencia sumido en la misma monotonía de cada año.
-Feliz cumpleaños, señor -le dijo ella por decir.
La frase quedó retumbándole entre la de los aduladores de siempre-sobrinos mezclados con primos que nunca veía- como si en su pensamiento rumiara algo secreto.
El agasajado la miró otra vez y no pudo más que escudriñarla a la distancia, sorprendido con la exótica mestiza de rasgos orientales y una figura en la que cabían todos los adjetivos sobreabundantes que venían a la cabeza. En comparación con sus últimas dos novias, Luana estaba muy por encima. Lo pensó y se sintió mal en considerarlo: desde el principio, le pareció demasiado para él.
-¿Siempre se reúnen tantos en su cumpleaños señor? -quiso ella saber.
-Decime Manuel
Luana miro escéptica. No pareció convencida ni cuando ella mezcló las cartas que acababa de cortar ni cuando las arrojó en el paño. La mujer -la gitana- lo percibió en el acto en que tomó la baraja e hizo los cortes. Sintió la energía de desconfianza, pero se mantuvo en silencio un momento. La convencería con palabras.
-Veo que eres una chica de buen corazón.
Roberto había sido desalojado de la habitación para quedar ella a solas con la vidente.
-Soy gitana no vidente. Y veo aquí también una oportunidad de dinero… un trabajo… muy importante.
La mujer advirtió que Luana se interesaba de pronto con lo que escuchaba. Después de 10 minutos, le prestaba atención por primera vez arrojada sobre la mesa hacia adelante. La postura le dio la imagen cierta de su ángel y su carisma.
-Tu nombre es Luana y eres una mujer iluminada. Eres pura, divertida, inteligente, una bendición, un ángel en la tierra… Tu gente ha de sentirse afortunada y orgullosa de tenerte… Pero estás a medias feliz… Eres solo la mitad de mujer que puedes ser…
La joven no comprendió.
-Eres demasiado hembra para un solo cuerpo, y por ende para el común denominador de varón… Necesitas estar plena y complacida, ser satisfecha y un hombre normal difícilmente lo consiga. Mucho menos el que te acompaña…
Sabía que Nancy -afuera en ese momento- no simpatizaba con Roberto pero esto era demasiado. ¿Para eso la había hecho ella venir?
-¿De qué habla?… Roberto es mi novio.
-Pero el que veo aparecido en la tirada es un hombre verdadero. Uno de carácter y de una notoriedad que lo hace trascender en el campo que se desempeña. Puede parecer a priori alguien complicado y cebo para las que buscan una billetera fácil, pero es el hombre justo para vos. ¿Entendés?
-No… no la entiendo.
-Mirá en la tirada sale el rey de oro. Eso indica que se trata de un señor mayor que disfruta de una sólida posición económica; es audaz, imaginativo y muy dominante; con una enorme capacidad y habilidad para seguir varios negocios a la vez. Alguien carismático, pragmático y con dotes de mando. Personifica la experiencia, inteligencia y aptitud típica de un banquero, un agente de bolsa o un millonario. En cambio tu novio aparece aquí personificado a tu lado como un caballero algo díscolo, confiado, poco disciplinado y con dificultades por no estar con los pies en el suelo. Su carácter es más bien voluble, soñador y romántico. Es defensor de las causas justas, tiene altos ideales por los que lucha pero sin mayores ambiciones materiales.
-Me gusta más como sale mi novio.
-Pero su carta aparece alejada de ti. No está reflejada en tu futuro.
-¿No puede equivocarse?
-Las cartas no mienten. El hombre para vos es alguien igualmente completo que te hará su preferida, mientras vos sos la mujer que a su vez lo completará en todos los sentidos y formas. Pero la tirada también dice algo más: él tiene un compromiso del cual deberá desembarazarse a fin de poder alcanzar la plenitud contigo. Solo entonces, ambos serán felices.
Luana se quedó en silencio.
-Pero ¿acaso es alguien que conozco?
-Lo podés haber conocido, pero aún no se te ha revelado. Eso dicen las cartas. Tranquila. Todo será a su tiempo. Indefectiblemente ocurrirá
-Pero si yo estoy bien así, soy feliz.
-Crees serlo, pero te sientes incompleta en tu aura de mujer. Creéme que reconocerás la diferencia apenas tengas intimidad con él.
Luana estaba dubitativa, confundida intentando pensar sobre lo que le decían. Por más que lo pensara no imaginaba quien podría ser la persona de la cual la gitana le hablaba.
-Aquel que te acompañe en tu vida será el más dichoso los hombres. Vas a hacerlo enormemente feliz. Tienes un cuerpo y un espíritu que no muchos pueden satisfacer por eso el destino te mostrará tu verdadero amor. El amor es sin condiciones, Luana, si no, no es amor; y una mujer como tú no debe recibir menos que amor incondicional… Podrás querer a tu actual noviecito, pero vibrarás con un macho verdadero que te hará sucumbir y perder la razón. Que te sacudirá desde lo físico y espiritual. Que te hará consumir en una pasión que hace tiempo pugna por salir.
-¿Hace tiempo? ¿Hace cuánto tiempo?
-Probablemente desde que naciste. Y desde que él nació también -opinó la gitana- lo dicen las cartas.
-Pero yo amo a mi novio Roberto
-Podrás amarlo ahora… pero este otro te está predestinado. Estás unida a él en cuerpo y alma, en espíritu y materia, como él está atado a tu destino. Es el destino… Y el destino no se puede torcer.
Cuando salió Luana estaba más confundida que antes de ingresar. No había previsto que la gitana le dijera las cosas que acababa de escuchar en un estado de magna sorpresa. Percatándose de ello, Roberto trató de descifrar el gesto inquieto de su novia sin sospechar lo que pasaba por la cabeza. Al contrario de lo que a ella le habían profetizado, a Roberto solo le habían dicho lo que sabía de sobras: que estaba enamorado de su novia hasta el caracú.
La tarde se había vuelto más calurosa que nunca y lo sorprendió otra vez pensando. En ella. En su forma de moverse. En el tamaño de ese sabroso trasero que disfrutaría el inútil. Procuró despabilarse encendiendo la televisión y no encontró otra cosa que un programa de chimentos donde vio a una vedete que se le parecía bastante. La apagó. Decidió hojear un diario donde cayó de pronto en una página donde había una hermosa morocha increíblemente dotada como la que le sacaba el sueño en ese momento.
-Basta -se dijo- voy a salir.
Los domingos eran tan aburridos para él que los padecía. Al contrario de otros que enloquecían con el fútbol por televisión, Manuel prefería salir con algún fato que siempre tenía a mano, tirar una canita al aire era algo usual para él cada fin de semana. Pero había algo ahora que verdaderamente se lo impedía. Un inconveniente. Un problema que existía desde hacía dos meses. Desde la noche que Roberto había elegido para presentarse como el novio de América.
-Caderas generosas y pechos… enormes. Cabello largo renegrido y labios carnosos… Una bestia -exageró Ricardo.
-Hablás de minas como si fueras un pajero -bromeó él.
-Es que desde que se ve todo lo que pasa en la habitación, estoy enloquecido. Los pendejos se cogen todo.
Vaya suerte de uno, pensó Manuel. El intentaba despabilarse, deshacerse de los malos pensamientos y su amigo le convidaba una sesión de chabacano voyerismo.
-Vamos. No perdés nada con ver. Relajate. Desconectate de una vez.
Manuel ya se había acostumbrado tanto a las mentiras de Ricardo que creyó que ni siquiera era necesario contradecirlo.
-¿No me crees? Resulta que hay una pendeja tremenda ahora en una de las habitaciones. ¿Querés comprobarlo?
El sexagenario lo sobró con la mirada. A papá mono no le iban a vender bananas.
-Está más buena que un lunes feriado. En serio. Te juro que nunca vi unas carnes iguales. Lejos es la mejor que se clavaron por lo menos en los últimos dos meses. Vení a comprobarlo. Total ¿qué perdés?
Tenía razón Ricardo, al fin y cabo. Sin ánimo de llamar a sus fatos y Desganado, el veterano tano que ya lo había visto todo en la vida esperaba encontrarse con otro patético espectáculo digno del peor de los pajueranos.
-Vení -decidió finalmente Ricardo conduciéndolo a una habitación.
Dejaron los bolsos que habían tomado para salir y Ricardo cruzó la sala hasta un vestíbulo atravesado por un pasillito que conducía a las habitaciones interiores. El señor se detuvo antes de llegar a una puerta entornada, giró sobre sus talones y miró a su amigo llevando su índice a los labios, en señal de silencio. Sonrió al comprobar la sorpresa instalada en el rostro de Manuel escuchando los primeros gemidos. Era una voz conocida, sin dudas. Sus jadeos suaves, rítmicos pero tranquilos, rezumaban satisfacción y una paz que no era coherente con las estridencias orgiásticas que siempre le refería su amigo.
Sin embargo, aunque la calma regía el acto que se consumaba al otro lado de la puerta, era la primera vez que Manuel comprobaba que Ricardo no mentía y se sorprendió con lo rápido y fácil que la situación lo excitó. Ricardo no pudo saber que el muchacho que se deshacía en caricias era el hijo de Manuel y que la “minita más buena que un feriado“ no era otra que Luana, su novia. Manuel se cuidó de no revelarlo pese al shock que experimentó. Un calor le subió de repente por la entrepierna y quedó evidenciado en un rubor que ya no pudo simular. Ahora que los jadeos se hacían más acompasados e intensos y lo ponían cada vez más nervioso. Ricardo lo advirtió claramente y se hizo a un lado cediéndole el lugar a su amigo el lugar para que se asomara a espiar.
Al mirar por el mínimo resquicio que dejaba la abertura dejada adrede vio a Luana desnuda, desparramada en la cama, boca abajo, y al bueno de Roberto prendado de sus muslos, con el rostro enterrado en su entrepierna, haciéndole un cunnilingus. Era una imagen de entrega tal que procuró no hacer el más mínimo movimiento para evitar que un ruido interrumpiera lo que pasaba. Las generosas piernas de Luana, abiertas como si fueran un compás, estaban en una rigidez extrema que hacía que se marcaran los músculos bien definidos de los muslos y de las pantorrillas, una particularidad de su físico; un cuerpo de yegua esculpido en agotadoras sesiones en el gimnasio.
Físicamente, Luana se parecía algo a Mónica, una ex novia de su hijo, aunque sin dudar ella estaba tremendamente más buena y al contemplarla una parte de él se vio reflejada en la escena, como si se transportara a la habitación de repente. Nunca había practicado esa peculiar posición con ninguna de sus muchas amantes, recordó. Porque más allá de la excitación nacida por aquello que veía, la imagen de adoración de su hijo perdido entre las nalgas de su novia le provocó un genuino sentimiento de ternura, de absoluta pertenencia de su vástago a su hembrita, que dudas había de eso.
La escena reflejaba con autenticidad irreprochable quien era la dueña del pequeño gusanillo de su hijo, al punto que nadie -y mucho menos otra mujer- podría llegar a considerarlo un objeto de deseo.
-Vámonos de aquí -dijo finalmente- no va a pasar nada más.
Ricardo se sorprendió con la actitud de su amigo. Le había parecido que se había excitado tanto como él aunque luego dejara.
-¿Viste las gambas y el culo de esa bestia? Hija de puta pero ¿que comen estas pendejas?
-Cerrá el pico boludo. Ni siquiera la conocés. No sabés si puede ser una buena mina. Lo único que hizo la pobre fue confiar en el boludo que la trajo a este antro.
-Podrá ser buena mina pero es un bestión. Un camionazo todo terreno. Primera vez que la veo.
-Y me parece que va a ser la última.
-Hijo de puta el pendejo que se la va a coger.
Manuel estuvo a punto de revelarle la verdad pero otra vez, prefirió callarse.
-¿Y quién dice si se la va a coger?
-¿Cómo?
-Me jugaría que no. No le veo piné, no le da la nafta para manejar un mujerón así, ese “camión”, como vos le llamaste.
-¿Pero no estás de acuerdo?
-Estoy… puede ser. Linda piba.
-¿Sabés lo que daría por cogerme una así?
-Yo también… murmuró Manuel.
-Vos ni en tus sueños te cogerías una así. Sos igual que ese inútil.
Cuando se despidió de Ricardo después de la cargada, una incipiente sonrisa empezaba a dibujarse en el rostro de Manuel. Algo empezaba a maquinar su cabeza turbia. Una idea disparatada por lo que acababa de ser testigo. Tal vez, al fin y al cabo, algo le debería en el futuro a su amigo.
-Debe ser una brava.
-¿Cómo brava? -se intrigó Manuel.
-Apasionada.
Manuel miró a su amigo de toda la vida Ricardo de reojo. Como si lo sobrara.
-El que debe saberlo bien es Roberto ¿no?
Lo miró otra vez con incredulidad manifiesta.
“No puede saber nada ese”, estuvo a punto Manuel de decirle pero a último momento se contuvo. Por alguna razón, sentía que a veces debía mejor callarse delante de Ricardo. Lo conocía de sobra.
-¿Y se puede saber de dónde sacas semejante conclusión? -quiso saber sin embargo.
-Por los rasgos asiáticos y el color de su piel…
A Manuel le llamó la atención el razonamiento del volado de Ricardo. Era un hombre leído, culto y poseedor de una pequeña empresa como él pero también un buen parlanchín.
-Si te lo digo yo, ponele la firma que es así. Raramente me equivoco en eso-redobló la apuesta.
-No quiero que mi firma quede afectada…
-Dale… no jodas. Tiene una mirada de gitana, su fisonomía no es simétrica, fijate. La nariz es un poco más grande que lo usual en una mujer, los ojos rasgados y los labios son más bien gruesos…
-¿Y?
-Son rasgos moros. El color de la piel es aceitunado, no como los morochos de aquí, el cabello renegrido. Buena mezcla.
-Le hiciste una radiografía. ¿A qué querés llegar?
-Me jugaría que la novia de tu hijo tiene sangre árabe.
-No es necesario jugarse. Su apellido es árabe. Y su nombre también.
-Las turcas son tremendas, amigo. En la cama. ¿No lo sabés?
Manuel sonrió por primera vez. Esperaba que la perogrullada de Ricardo llegara de momento a otro, sin tantas vueltas.
-Las turcas son una cosa. Las árabes otra. Sabelo.
-Para mí es turquita… y listo.
-Su abuelo vino a la Argentina desde Yabrud, Siria. Lo contó la noche que vino a casa con Roberto-lo interrumpió Manuel en procura de finiquitar el disparatado razonamiento de su amigo jugando a ser Sherlock.
-Eso sin contar el lomo que tiene. Decime, ¿hace ejercicio?
-Todo el tiempo. Taebo y spinning creo. Se entrena duro a diario- dijo.
-Por las chuncas y el durazno que tiene me daba cuenta.
Manuel volvió a sonreír, agitando la cabeza.
-¿Cómo llegamos a esto? -preguntó.
-Por vos, boludo -respondió Ricardo- por haberte hecho el sota y no confiar en tu amigo.
Manuel lo recordó con desgano. Una sensación de desagrado le cruzó el rostro.
-Debiste contarme desde el inicio a quien espiábamos.
-Me dio… pavura. Es mi hijo.
Tal vez no había hecho bien en decírselo pero estaba ya hecho. ¿Por qué lo había hecho? No tenía la más mínima idea. Imaginó que abriría una caja de pandora. Y así fue: desde entonces las referencias a Luana de parte de Ricardo se convirtieron en inevitables. La filosa lengua de su amigo encontraba siempre adjetivos calificativos a los atributos de la novia de su hijo. Preguntaba todo el tiempo. Se volvía pesado de repente.
Manuel se preguntó porqué se lo había dicho si él mismo, en una forma simbólica, hacía todo lo posible para evitar el tema. ¿Solo porque la chica llamara un poco la atención era motivo suficiente para convertirla en motivo de bajas especulaciones de dos viejos? Manuel no tenía la respuesta.
-¿Vos te lo planteás como posibilidad o a mí me parece?- preguntó Manuel. Ricardo se quedó mudo de repente.
-Digo, de verdad -siguió Manuel curioso- ¿tu podrida cabeza elucubra algo que te haga pensar que podes tener algo con ella?
-¿Por qué no?
Manuel lo miró con desagrado.
-Primero por ser quien es para Roberto. Segundo, porque tenés casi sesenta años y ella apenas veintitrés.
-Tengo cincuenta y cuatro, igual que vos…
-No podés estar hablando en serio.
Ricardo lo miró con el orgullo de varón herido.
-¿No viste como me saludó la otra vez?
-Era una reunión. Estaba conociendo a la familia de su novio. Fue amable como lo sería cualquiera en una situación igual.
-Me saludó bien a mí. Mejor que a vos. Y eso que no sabe que la vi cogiendo…
-Bue… cogiendo… lo que se dice cogiendo…
-Aunque vos la viste más… ¿no? Desde que te dejé que miraras no dejaste más el puesto de vigilancia. No me dejaste ver más.
Era verdad. Por alguna razón, se había quedado inmóvil delante de la escena.
-¿Por qué? -insistió Ricardo- ¿Tenias vergüenza?
-Mucha.
Pero además también tenía un hueco enorme en la imaginación por donde se filtraban las imágenes de la situación de la que había sido testigo, recreadas cada día por Ricardo que se encargaba de comentarlas.
-Mirá si teníamos una cámara -dijo Ricardo.
Manuel volvió a mirarlo como se mira a un degenerado.
-¿Qué me mirás así? -rio Ricardo- tendríamos un registro de ese momento sublime y nos sacaríamos las dudas que tenemos.
-¿Que dudas?
-Si está tan tremenda como imaginamos que está. ¿Te parece poco?
La cortina y la ventana semi cerrada de su habitación filtraban la luz de la tarde de verano y dejaba, al cuarto, en una silenciosa y agradable penumbra. La suave y refrescante brisa del ventilador de techo acariciaba su cuerpo desnudo tendido justo en medio de su lecho. La fotografía no mentía. Ella se encontraba boca abajo y totalmente relajada. Sus ojos cerrados como si su mente vagara entre el sueño y la conciencia hasta escuchar el pequeño ruido de un click y de la ventana.
-Pensé que se había dado cuenta de que la espiaba
Ricardo lo escuchaba atentamente. Estaba concentrado en los detalles del relato que sabiamente hacía Manuel de su experiencia. Porque amigos eran los amigos, Manuel no había podido contenerse a revelarle la verdad.
-Si hubiéramos llevado la cámara entonces ya estaríamos más avanzados.
Fue antes de que empezara a aficionarse a espiarla. Cuando venía a casa, cada vez más seguido. Debía ingeniarse para encontrar el momento justo. Primero fueron algunas noches en que a propósito llegaba del trabajo más temprano, para ver si podía sorprenderla en el baño. Después, provisto con la cámara que le había dado Ricardo.
-¿Has hecho todo como te dije? -quiso saber Ricardo.
Realmente era poco lo que había podido hacer. Fotos de ella en ropa deportiva mientras hacía ejercicios en la casa; unas cuantas poses osadas por los movimientos de elongaciones que siempre practicaba con obsesión: “gimnasia para endurecer la cola”, explicaba ella alegremente.
-Como si le hiciera falta, hija de puta -sarcástico Ricardo comentaba escuchando atento el “parte” de su amigo.
Había conseguido también fotos de ella con falda y audaces jeans súper ceñidos que usaba con remeras color flúor que parecían elegidas a propósito un número menor a la de su talla real. Esa circunstancia, creaba el efecto que las tetas estiraran al máximo la tela de la prenda. Si debían atenerse a sus orígenes sirios – Ricardo había leído interesado en el tema-, las musulmanas estaban obligadas a preocuparse por sus vestimentas y su apariencia según el Islam, pero jamás podían irse a los extremos haciendo una exhibición licenciosa.
-A lo mejor Luanita es pecadora.
En cuanto a lo de los ejercicios físicos por los que tanto se obsesionaba en hacer también tendrían una razón de ser, según Ricardo. Resultaba que también según había leído, la mujer musulmana tenía una tendencia a mantener su buena condición física y energía, de acuerdo con el Islam. Por ello, según siempre Ricardo, no era extraño que Luana siguiera un plan organizado de ejercicios apropiados para proporcionarle a su cuerpo agilidad, belleza al solo efecto de satisfacer al quien la ha tomado por esposa, predisponiéndose en el afán de que sus necesidades sexuales fueran satisfechas.
-Mirá lo que le espera al paparulo de tu hijo. Dios le da pan al que no tiene dientes.
Ricardo había conseguido una diminuta cámara con una lente que no hacía siquiera ruido cada vez que disparaba. Tenía un alcance muy bueno que permitía que se tomaran buenas fotografías sin importar la distancia en la que se estuviera.
Las tomas empezaron por lo general desde escondites improvisados encontrados por el paciente hombre que a veces esperaba un buen tiempo, para fotografiarla por lo general desde atrás, para conseguir el premio de un primer plano del trasero que reventaba sus pantalones. En silencio y de forma automática, había ido paulatinamente volcando las fotos en una carpeta de archivos que escondió en una infinidad de otros archivos dentro de su computadora.
Pero tal vez la mejor secuencia de todas la había obtenido una mañana de sábado en que se vio obligado a regresar desde su oficina tras descubrir que se había olvidado su portafolio. Entró a la casa a media mañana y cuando estaba por irse sintió que alguien estaba en la cocina. Intuitivamente, tomó la cámara escondida en un cajón y se apresuró a ocultarse detrás de los sillones, arrodillado cuando la vio aparecer desde la cocina. Luana estaba totalmente desnuda, solo llevaba unas ojotas como si acabara de levantarse e iba con el cabello sujetado en cola de caballo y un vaso de jugo en la mano.
Su paso por el ****** admirado desde el escondrijo por el fisgón quedó registrado en cerca de 15 fotos; desde que venía casi de frente hasta que se iba de espaldas hacia el dormitorio. Había trasnochado con su hijo sin duda y tal vez acababa de levantarse. O mejor aún, existía la posibilidad de que ella y Roberto hubieran estado haciendo el amor hasta hace unos minutos aprovechando la soledad de la casa.
Ansioso de repente ante esa posibilidad salió disparado al fondo trasero que daba a la habitación de su hijo solo para ver si podía captar algo más desde la ventana. Por desgracia para él, todo estaba cerrado y no pudo ver nada más. ¿Seguirían acostados? Era jugado ir hasta la puerta y apoyar su oreja para ver si los escuchaba. También intentar ver por la mirilla de la puerta, como ya lo había hecho.
-Me dio no sé qué… cosa -admitió Manuel
-La otra vez te quedaste diez minutos mirando no te dio nada -rio Ricardo-dale… hay que animarse más. Vamos bien.
Tan bien que en los siguientes días, Manuel intensificó las vigilancias en la casa tal como Ricardo se lo había aconsejado con el objeto de poder obtener más fotografías. Aprovechaba los momentos de la tarde en que sabía que Nuria no estaría y ese momento podía eventualmente ser utilizado por su hijo para estar a solas con su novia. En realidad, había sido otra sugerencia más de Ricardo, cada vez más entusiasmado con la posibilidad de que su amigo pudiera tantear más la situación.
De manera que, amparado por el sabio consejo de su amigo, y cuidándose de no cometer errores, el plan fue avanzando con notables hasta conseguir verla envuelta en una toalla una mañana en la bañera, sabiendo muy bien que antes de haberse echado como de costumbre, él se las había arreglado para treparse a una silla y espiarla por el vidriado de la puerta. Así, conteniendo la respiración la vio enjabonarse las partes sumergidas en el agua que hacían pequeñas olas con sus movimientos, desplegando los brazos y dejando al descubierto sus pechos generosos por unos segundos.
Y todo habría continuado igual si no fuera por la ocasión en que Luana se percató de un ruido detrás de la puerta mientras se duchaba y pensando que podría tratarse del perro, salió en forma intempestiva sorprendiéndolo parado delante de ella que se cubría apenas con una toalla. Él se quedó mudo sin reaccionar mientras ella gritaba asustada lo que hizo que saliera por poco corriendo.
Solo al cabo de unos minutos, él se apareció por el comedor y la buscó en el dormitorio. Ella le preguntó que hacía. Él se quedó otra vez callado antes de hablar. Se dio cuenta que hubiese sido fácil mentirle que todo había sido un lamentable y bochornoso accidente.
-¿Y eso fue lo que hiciste?-le preguntó Ricardo intrigado.
Le dijo que le había sido imposible no concebir la idea cuando una vez por error se la encontró en el comedor a punto de entrar a la ducha. Ella no lo había advertido. Le describió como estaba vestida que hacía y como la siguiente vez sin pensarlo demasiado empezó a hacerle fotografías a la distancia. Entre fastidiada y avergonzada ella quiso saber desde cuando había empezado esa costumbre. Desde hace mucho, confesó en un murmuro, él. Desde hacía un tiempo, ella aparecía en todas las fotos inimaginables, habidas y por haber en un registro que se había venido realizando hacía ya varias semanas, tuvo que reconocerle.
Sorprendida, ella le preguntó cómo había conseguido tomar las fotos y él le respondió que era su secreto. Ella no daba crédito a la cantidad de fotos que tenía en su poder, más que las que podría haberle tomado Roberto en los meses que se conocían. Ya llevaban más de media hora viendo las imágenes cuando ella le interrumpió. Le pidió que solo le enseñara aquellas donde ella estaba “en una situación comprometida”.
El abrió varias carpetas hasta llegar a una última donde se acumulaban las imágenes que ella le solicitaba: eran varias docenas que habían sido acumuladas a lo largo de semanas de espera paciente en busca de una oportunidad de hacerlo. Ella le preguntó sorprendida cuando era eso: el respondió que se había memorizado sus rutinas luego de llegar del gimnasio y luego pasar al baño. Pese a que las fotos la mostraban, en efecto, sin mucha ropa, no había una sola fotografía que la hubiera retratado de cuerpo entero como hubiese él querido.
Ella, sin embargo, quiso estar segura y repasó varias veces la fila de imágenes para estar segura. Estaba enojada y a la vez avergonzada. De pronto, advirtió que estaba en un brete. Si acudía a Roberto lo más probable era que se generara un escándalo donde muchas cosas tendrían que explicarse.
-¿Estás loco? -lo miró Ricardo extrañado- No le dijo nada al Roberto… ¿sabés lo que significa eso?
-No… -respondió él, inocente.
Ricardo suspiró mirándolo incrédulo.
-Que vas bien… vas muy bien – Ricardo se emocionó como un niño al hablar.
-¿Te parece?
-El paso siguiente -le dijo Ricardo- es hacer que ella no sospeche de lo que pretendes.
-¿Y qué es lo que se supone que pretendo? -preguntó Manuel.
-Fotografiarla desnuda -se relamió Ricardo- Dejá que piense que lo que pasó no va a llegar más de eso. Deja pasar un tiempo.
Ricardo parecía más entusiasmado que nunca.
-El panorama es inmejorable si es verdad lo que contás. ¿Quedaste en algo?
Manuel le contestó que nada más habían hablado.
-Después de un tiempito… tenés que volver a intentarlo. ¿Te animás? Decime ¿cuándo es el mejor momento?
Pese a que se lo había precisado cuando ella se lo preguntó, en los siguientes días Luana no había alterado su rutina de llegar a la casa después del gimnasio.
-Cuando vuelve de spinning. Arroja la ropa y se baña.
-Deberías haberte arriesgado. Valía la pena -dijo Ricardo lamentándose.
-Ya está. No soy como vos.
-Claro que no lo sos, jaja y nunca lo vas a hacer.
Manuel se mordió en silencio.
-Los dos sabemos que recurriste a mí. Que fuiste vos el que me buscaste. Es más: esto no te hubiera pasado nunca sin mí, aceptalo -lo hirió otra vez Ricardo- pero bueno… aprovechá… que hoy estoy enseñando gratis.
Volvió a mirar a su amigo Ricardo otra vez. Siempre tan buen amigo. Lástima que arruinara siempre todo con su soberbia.
-A lo mejor en tu situación, yo estaba avanzado varios casilleros.
Roberto estaba imposible. Abroquelado en un hermetismo propio de su mal genio en determinadas situaciones. Todos la conocían bien. Incluso su novia que sabía que no debía siquiera dirigirle la palabra en ocasiones como esa.
-Está insoportable, como siempre.
-Dejalo, ya le va a pasar. Como siempre. Siempre es igual.
El le hablaba procurando distraerla pero Luana seguía sumida en su propio fastidio contagiada por Roberto. Se había dejado llevar por su pésimo humor.
-Me tiene harta el fútbol. Me cansan esas cosas-protestó.
Tres a cero. El equipo de Roberto había perdido por tercera vez consecutiva. Sin atenuantes. Con baile. Y el fanático no quería ni que le hablaran. ¿Podía ser eso posible?, se preguntó Manuel.
-Te entiendo. ¿Por qué no vamos… a…? -le insistió.
Luana lo miró como para que no siguiera. Pensó que eso podría llegar a aliviarla. Pero el fastidio de Roberto ya la había contagiado al punto de ser ya inevitablemente tarde. Cambió de tema haciéndole ver que no estaba de humor para nada.
-Cuando nos casemos no me va a dar bola-se lamentó en voz alta ella.
Lo destacable seguían siendo sus caderas sobresalientes debido a que su cuerpo se mantuviera intacto pese a lo dificultoso de su embarazo, llevado con estoicismo durante meses eternos. Le había costado tanto quedar encinta que el acumulado de esos kilos en los muslos y parte de su abdomen no le importó.
-Lo importante es el tesoro de mis ojos.
Hablaba de su hijo.
-Camilo es la felicidad que esperé toda la vida.
Le contestaba a Nancy, su amiga, íntima confidente. Se habían llamado después de diez largos meses en que ella pareció desaparecida de la faz de la tierra. ¿Qué hacía? ¿Seguía deprimida por la decisión de Roberto? ¿Qué había estado haciendo en ese tiempo?
-Si tienes tiempo te lo cuento, amiga.
-Todo el tiempo para ti.
Tendría que empezar desde el inicio. Desde el momento en que conoció a Roberto en uno de esas fiestas de casamiento en la que coincidieron de casualidad. ¿Lo habría sospechado? Ni en un millón de años. Imaginar todo lo que le había sucedido era difícil. Que se iba a casar y tener un hijo tan rápido no estaba en sus planes. Meses vivió flotando en una sensación de irrealidad que la privó de tener registro de las cosas que pasaban, como viviendo en una película, anestesiada por el entusiasmo que ahora tenía.
-Por eso no aparecía, Nancy.
Tenía cosas que hacer. Su día estaba lleno de actividades ahora. Cosas que atender que la volvían a hacer sentir importante. Ahora era una madre de apenas 24 años. Lejos estaban las locas noches en que, desbocada, besaba a un muchacho y a otro en los bailes a los que iba junto a Nancy y en los que, inevitablemente, Luana se robaba todas las miradas. Para empezar, había recuperado después del embarazo la figura llena en sus formas.
-Luego que Roberto la abandonara cayó en un pozo depresivo -repitió Nancy a sus amigas tal como se lo había pedido Luana.
El paréntesis en el que la pobre se hundió por la partida de su compañero y el momento en que salió a la superficie desde había durado nada menos que ocho meses. Y todo había cambiado y no había cambiado tanto. Un hijo separaba el intervalo entre aquella última conversación entre Nancy y Luana y este momento en que las amigas se reencontraban para contarse todo.
-Las segundas oportunidades están hechas para aprovecharse, amiga.
-No sabes lo que me reconforta que hables de esa manera, Luana querida.
Primero pensó que serían cosas suyas. Su imaginación. Pensamientos que le jugaban una mala pasada. No saber qué hacer ante una mirada dirigida indefectiblemente a su cuerpo. No estaba desacostumbrada: muchos la miraban como al descuido de esa forma libidinosa en que lo hacía el señor. Lo desconcertante era todo lo que ese señor representaba. Lo peligroso era que lo hacía cada vez con mayor descaro mientras ella aparentaba no darse cuenta.
La primera vez ocurrió en una reunión en la casa familiar; un escenario poblado por los ecos de las risas de los sobrinos de Roberto coronados por filosos comentarios y chistes de su parentela nutrida, contante y sonante. Ella supo que haría el esfuerzo por agradar a todos delante del chico al que había elegido, sobre todo, agradar a la madre política. Lo de siempre. “Que le dieran un nieto”. Solo eso pedía. La pobre estaba ensimismada ante la visión orgullosa de su vástago mayor que la había colmado de otras gratitudes como la de haber conseguido un título a los 24 años. La mirada de doña Nuria la talló desde el inicio semblanteándola de punta a punta.
“Decime Robertito… ¿esta preciosura es tu novia?”¿Lo habría dicho en serio doña Nuria? Claro que sí. Un vestido casual, debidamente ajustado a los empeines formidables parecía confirmarlo. De cabellos negros como el carbón, Luana era como un “tanque, en el buen sentido de la palabra. Un metro sesenta y ocho de adolescente –sin tacones, por supuesto-, cincuenta y seis kilos milagrosamente distribuidos, una talla de noventa y seis de busto y unas caderas cercanas a la centena. Una botella de…esa gaseosa, bromeaban Nancy y sus amigas.
Lo desconcertante fue que la primera vez lo hiciera con descaro delante de su novio. Cuando el señor le pidió que se presentara ella lo hizo nerviosa con tibias palabras que él nunca escucharía concentrado en su rostro de rasgos asiáticos y el tono mestizo de su piel. Se sintió de pronto desnuda ante los ojos que traspasaron el vestido negro sin mangas que le caía suave acentuándole el cuerpo lleno de curvas; como si pudiesen penetrar la tela delgadísima que marcaba su trasero bombeado y los senos generosos que procuró simular frente al señor cruzando incómoda los brazos.
-Este es mi papa, Luana -lo presentó Roberto sin rodeos ni mayor ceremonia; como si cumpliese un forzado y odioso protocolo que no podía ya evitar. La muchachita de 22 abriles -dulcísima, amorosa, respetuosa y siempre alegre- no pudo saber que el novio había estirado a conciencia el acto de presentarlos por inobjetables y valederas razones que sólo él conocía muy bien.
-Mucho gusto señor.
El la siguió mirando sin responder siquiera la cortesía. Seco y parco como solía con las personas que no conocía, su gesto produjo una evidente incomodidad que Roberto por suerte suplió con el argumento de que fueran a saludar a los tíos que estaban en la mesa y que también deseaban conocerla. Lo dejaron sentado con su vaso de vino mientras pasearon por las mesas dispuestas en el fondo a media luz. Una música dicharachera inundaba los ambientes que se empapaban con el intenso calor que crecía conforme avanzaba la madrugada. Pocos eran los que bailaban.
Los más jóvenes lo hicieron de compromiso y en una cadencia cansina producto de sofoco. Luana y Roberto lo hicieron también hasta que ella le pidió un descanso para buscar un refresco de la mesa de bebidas. Con el vestido pegoteándose y marcándole las abundancias naturales, ella pasó delante del agasajado que cumplía 54 en apariencia sumido en la misma monotonía de cada año.
-Feliz cumpleaños, señor -le dijo ella por decir.
La frase quedó retumbándole entre la de los aduladores de siempre-sobrinos mezclados con primos que nunca veía- como si en su pensamiento rumiara algo secreto.
El agasajado la miró otra vez y no pudo más que escudriñarla a la distancia, sorprendido con la exótica mestiza de rasgos orientales y una figura en la que cabían todos los adjetivos sobreabundantes que venían a la cabeza. En comparación con sus últimas dos novias, Luana estaba muy por encima. Lo pensó y se sintió mal en considerarlo: desde el principio, le pareció demasiado para él.
-¿Siempre se reúnen tantos en su cumpleaños señor? -quiso ella saber.
-Decime Manuel
Luana miro escéptica. No pareció convencida ni cuando ella mezcló las cartas que acababa de cortar ni cuando las arrojó en el paño. La mujer -la gitana- lo percibió en el acto en que tomó la baraja e hizo los cortes. Sintió la energía de desconfianza, pero se mantuvo en silencio un momento. La convencería con palabras.
-Veo que eres una chica de buen corazón.
Roberto había sido desalojado de la habitación para quedar ella a solas con la vidente.
-Soy gitana no vidente. Y veo aquí también una oportunidad de dinero… un trabajo… muy importante.
La mujer advirtió que Luana se interesaba de pronto con lo que escuchaba. Después de 10 minutos, le prestaba atención por primera vez arrojada sobre la mesa hacia adelante. La postura le dio la imagen cierta de su ángel y su carisma.
-Tu nombre es Luana y eres una mujer iluminada. Eres pura, divertida, inteligente, una bendición, un ángel en la tierra… Tu gente ha de sentirse afortunada y orgullosa de tenerte… Pero estás a medias feliz… Eres solo la mitad de mujer que puedes ser…
La joven no comprendió.
-Eres demasiado hembra para un solo cuerpo, y por ende para el común denominador de varón… Necesitas estar plena y complacida, ser satisfecha y un hombre normal difícilmente lo consiga. Mucho menos el que te acompaña…
Sabía que Nancy -afuera en ese momento- no simpatizaba con Roberto pero esto era demasiado. ¿Para eso la había hecho ella venir?
-¿De qué habla?… Roberto es mi novio.
-Pero el que veo aparecido en la tirada es un hombre verdadero. Uno de carácter y de una notoriedad que lo hace trascender en el campo que se desempeña. Puede parecer a priori alguien complicado y cebo para las que buscan una billetera fácil, pero es el hombre justo para vos. ¿Entendés?
-No… no la entiendo.
-Mirá en la tirada sale el rey de oro. Eso indica que se trata de un señor mayor que disfruta de una sólida posición económica; es audaz, imaginativo y muy dominante; con una enorme capacidad y habilidad para seguir varios negocios a la vez. Alguien carismático, pragmático y con dotes de mando. Personifica la experiencia, inteligencia y aptitud típica de un banquero, un agente de bolsa o un millonario. En cambio tu novio aparece aquí personificado a tu lado como un caballero algo díscolo, confiado, poco disciplinado y con dificultades por no estar con los pies en el suelo. Su carácter es más bien voluble, soñador y romántico. Es defensor de las causas justas, tiene altos ideales por los que lucha pero sin mayores ambiciones materiales.
-Me gusta más como sale mi novio.
-Pero su carta aparece alejada de ti. No está reflejada en tu futuro.
-¿No puede equivocarse?
-Las cartas no mienten. El hombre para vos es alguien igualmente completo que te hará su preferida, mientras vos sos la mujer que a su vez lo completará en todos los sentidos y formas. Pero la tirada también dice algo más: él tiene un compromiso del cual deberá desembarazarse a fin de poder alcanzar la plenitud contigo. Solo entonces, ambos serán felices.
Luana se quedó en silencio.
-Pero ¿acaso es alguien que conozco?
-Lo podés haber conocido, pero aún no se te ha revelado. Eso dicen las cartas. Tranquila. Todo será a su tiempo. Indefectiblemente ocurrirá
-Pero si yo estoy bien así, soy feliz.
-Crees serlo, pero te sientes incompleta en tu aura de mujer. Creéme que reconocerás la diferencia apenas tengas intimidad con él.
Luana estaba dubitativa, confundida intentando pensar sobre lo que le decían. Por más que lo pensara no imaginaba quien podría ser la persona de la cual la gitana le hablaba.
-Aquel que te acompañe en tu vida será el más dichoso los hombres. Vas a hacerlo enormemente feliz. Tienes un cuerpo y un espíritu que no muchos pueden satisfacer por eso el destino te mostrará tu verdadero amor. El amor es sin condiciones, Luana, si no, no es amor; y una mujer como tú no debe recibir menos que amor incondicional… Podrás querer a tu actual noviecito, pero vibrarás con un macho verdadero que te hará sucumbir y perder la razón. Que te sacudirá desde lo físico y espiritual. Que te hará consumir en una pasión que hace tiempo pugna por salir.
-¿Hace tiempo? ¿Hace cuánto tiempo?
-Probablemente desde que naciste. Y desde que él nació también -opinó la gitana- lo dicen las cartas.
-Pero yo amo a mi novio Roberto
-Podrás amarlo ahora… pero este otro te está predestinado. Estás unida a él en cuerpo y alma, en espíritu y materia, como él está atado a tu destino. Es el destino… Y el destino no se puede torcer.
Cuando salió Luana estaba más confundida que antes de ingresar. No había previsto que la gitana le dijera las cosas que acababa de escuchar en un estado de magna sorpresa. Percatándose de ello, Roberto trató de descifrar el gesto inquieto de su novia sin sospechar lo que pasaba por la cabeza. Al contrario de lo que a ella le habían profetizado, a Roberto solo le habían dicho lo que sabía de sobras: que estaba enamorado de su novia hasta el caracú.
La tarde se había vuelto más calurosa que nunca y lo sorprendió otra vez pensando. En ella. En su forma de moverse. En el tamaño de ese sabroso trasero que disfrutaría el inútil. Procuró despabilarse encendiendo la televisión y no encontró otra cosa que un programa de chimentos donde vio a una vedete que se le parecía bastante. La apagó. Decidió hojear un diario donde cayó de pronto en una página donde había una hermosa morocha increíblemente dotada como la que le sacaba el sueño en ese momento.
-Basta -se dijo- voy a salir.
Los domingos eran tan aburridos para él que los padecía. Al contrario de otros que enloquecían con el fútbol por televisión, Manuel prefería salir con algún fato que siempre tenía a mano, tirar una canita al aire era algo usual para él cada fin de semana. Pero había algo ahora que verdaderamente se lo impedía. Un inconveniente. Un problema que existía desde hacía dos meses. Desde la noche que Roberto había elegido para presentarse como el novio de América.
-Caderas generosas y pechos… enormes. Cabello largo renegrido y labios carnosos… Una bestia -exageró Ricardo.
-Hablás de minas como si fueras un pajero -bromeó él.
-Es que desde que se ve todo lo que pasa en la habitación, estoy enloquecido. Los pendejos se cogen todo.
Vaya suerte de uno, pensó Manuel. El intentaba despabilarse, deshacerse de los malos pensamientos y su amigo le convidaba una sesión de chabacano voyerismo.
-Vamos. No perdés nada con ver. Relajate. Desconectate de una vez.
Manuel ya se había acostumbrado tanto a las mentiras de Ricardo que creyó que ni siquiera era necesario contradecirlo.
-¿No me crees? Resulta que hay una pendeja tremenda ahora en una de las habitaciones. ¿Querés comprobarlo?
El sexagenario lo sobró con la mirada. A papá mono no le iban a vender bananas.
-Está más buena que un lunes feriado. En serio. Te juro que nunca vi unas carnes iguales. Lejos es la mejor que se clavaron por lo menos en los últimos dos meses. Vení a comprobarlo. Total ¿qué perdés?
Tenía razón Ricardo, al fin y cabo. Sin ánimo de llamar a sus fatos y Desganado, el veterano tano que ya lo había visto todo en la vida esperaba encontrarse con otro patético espectáculo digno del peor de los pajueranos.
-Vení -decidió finalmente Ricardo conduciéndolo a una habitación.
Dejaron los bolsos que habían tomado para salir y Ricardo cruzó la sala hasta un vestíbulo atravesado por un pasillito que conducía a las habitaciones interiores. El señor se detuvo antes de llegar a una puerta entornada, giró sobre sus talones y miró a su amigo llevando su índice a los labios, en señal de silencio. Sonrió al comprobar la sorpresa instalada en el rostro de Manuel escuchando los primeros gemidos. Era una voz conocida, sin dudas. Sus jadeos suaves, rítmicos pero tranquilos, rezumaban satisfacción y una paz que no era coherente con las estridencias orgiásticas que siempre le refería su amigo.
Sin embargo, aunque la calma regía el acto que se consumaba al otro lado de la puerta, era la primera vez que Manuel comprobaba que Ricardo no mentía y se sorprendió con lo rápido y fácil que la situación lo excitó. Ricardo no pudo saber que el muchacho que se deshacía en caricias era el hijo de Manuel y que la “minita más buena que un feriado“ no era otra que Luana, su novia. Manuel se cuidó de no revelarlo pese al shock que experimentó. Un calor le subió de repente por la entrepierna y quedó evidenciado en un rubor que ya no pudo simular. Ahora que los jadeos se hacían más acompasados e intensos y lo ponían cada vez más nervioso. Ricardo lo advirtió claramente y se hizo a un lado cediéndole el lugar a su amigo el lugar para que se asomara a espiar.
Al mirar por el mínimo resquicio que dejaba la abertura dejada adrede vio a Luana desnuda, desparramada en la cama, boca abajo, y al bueno de Roberto prendado de sus muslos, con el rostro enterrado en su entrepierna, haciéndole un cunnilingus. Era una imagen de entrega tal que procuró no hacer el más mínimo movimiento para evitar que un ruido interrumpiera lo que pasaba. Las generosas piernas de Luana, abiertas como si fueran un compás, estaban en una rigidez extrema que hacía que se marcaran los músculos bien definidos de los muslos y de las pantorrillas, una particularidad de su físico; un cuerpo de yegua esculpido en agotadoras sesiones en el gimnasio.
Físicamente, Luana se parecía algo a Mónica, una ex novia de su hijo, aunque sin dudar ella estaba tremendamente más buena y al contemplarla una parte de él se vio reflejada en la escena, como si se transportara a la habitación de repente. Nunca había practicado esa peculiar posición con ninguna de sus muchas amantes, recordó. Porque más allá de la excitación nacida por aquello que veía, la imagen de adoración de su hijo perdido entre las nalgas de su novia le provocó un genuino sentimiento de ternura, de absoluta pertenencia de su vástago a su hembrita, que dudas había de eso.
La escena reflejaba con autenticidad irreprochable quien era la dueña del pequeño gusanillo de su hijo, al punto que nadie -y mucho menos otra mujer- podría llegar a considerarlo un objeto de deseo.
-Vámonos de aquí -dijo finalmente- no va a pasar nada más.
Ricardo se sorprendió con la actitud de su amigo. Le había parecido que se había excitado tanto como él aunque luego dejara.
-¿Viste las gambas y el culo de esa bestia? Hija de puta pero ¿que comen estas pendejas?
-Cerrá el pico boludo. Ni siquiera la conocés. No sabés si puede ser una buena mina. Lo único que hizo la pobre fue confiar en el boludo que la trajo a este antro.
-Podrá ser buena mina pero es un bestión. Un camionazo todo terreno. Primera vez que la veo.
-Y me parece que va a ser la última.
-Hijo de puta el pendejo que se la va a coger.
Manuel estuvo a punto de revelarle la verdad pero otra vez, prefirió callarse.
-¿Y quién dice si se la va a coger?
-¿Cómo?
-Me jugaría que no. No le veo piné, no le da la nafta para manejar un mujerón así, ese “camión”, como vos le llamaste.
-¿Pero no estás de acuerdo?
-Estoy… puede ser. Linda piba.
-¿Sabés lo que daría por cogerme una así?
-Yo también… murmuró Manuel.
-Vos ni en tus sueños te cogerías una así. Sos igual que ese inútil.
Cuando se despidió de Ricardo después de la cargada, una incipiente sonrisa empezaba a dibujarse en el rostro de Manuel. Algo empezaba a maquinar su cabeza turbia. Una idea disparatada por lo que acababa de ser testigo. Tal vez, al fin y al cabo, algo le debería en el futuro a su amigo.
-Debe ser una brava.
-¿Cómo brava? -se intrigó Manuel.
-Apasionada.
Manuel miró a su amigo de toda la vida Ricardo de reojo. Como si lo sobrara.
-El que debe saberlo bien es Roberto ¿no?
Lo miró otra vez con incredulidad manifiesta.
“No puede saber nada ese”, estuvo a punto Manuel de decirle pero a último momento se contuvo. Por alguna razón, sentía que a veces debía mejor callarse delante de Ricardo. Lo conocía de sobra.
-¿Y se puede saber de dónde sacas semejante conclusión? -quiso saber sin embargo.
-Por los rasgos asiáticos y el color de su piel…
A Manuel le llamó la atención el razonamiento del volado de Ricardo. Era un hombre leído, culto y poseedor de una pequeña empresa como él pero también un buen parlanchín.
-Si te lo digo yo, ponele la firma que es así. Raramente me equivoco en eso-redobló la apuesta.
-No quiero que mi firma quede afectada…
-Dale… no jodas. Tiene una mirada de gitana, su fisonomía no es simétrica, fijate. La nariz es un poco más grande que lo usual en una mujer, los ojos rasgados y los labios son más bien gruesos…
-¿Y?
-Son rasgos moros. El color de la piel es aceitunado, no como los morochos de aquí, el cabello renegrido. Buena mezcla.
-Le hiciste una radiografía. ¿A qué querés llegar?
-Me jugaría que la novia de tu hijo tiene sangre árabe.
-No es necesario jugarse. Su apellido es árabe. Y su nombre también.
-Las turcas son tremendas, amigo. En la cama. ¿No lo sabés?
Manuel sonrió por primera vez. Esperaba que la perogrullada de Ricardo llegara de momento a otro, sin tantas vueltas.
-Las turcas son una cosa. Las árabes otra. Sabelo.
-Para mí es turquita… y listo.
-Su abuelo vino a la Argentina desde Yabrud, Siria. Lo contó la noche que vino a casa con Roberto-lo interrumpió Manuel en procura de finiquitar el disparatado razonamiento de su amigo jugando a ser Sherlock.
-Eso sin contar el lomo que tiene. Decime, ¿hace ejercicio?
-Todo el tiempo. Taebo y spinning creo. Se entrena duro a diario- dijo.
-Por las chuncas y el durazno que tiene me daba cuenta.
Manuel volvió a sonreír, agitando la cabeza.
-¿Cómo llegamos a esto? -preguntó.
-Por vos, boludo -respondió Ricardo- por haberte hecho el sota y no confiar en tu amigo.
Manuel lo recordó con desgano. Una sensación de desagrado le cruzó el rostro.
-Debiste contarme desde el inicio a quien espiábamos.
-Me dio… pavura. Es mi hijo.
Tal vez no había hecho bien en decírselo pero estaba ya hecho. ¿Por qué lo había hecho? No tenía la más mínima idea. Imaginó que abriría una caja de pandora. Y así fue: desde entonces las referencias a Luana de parte de Ricardo se convirtieron en inevitables. La filosa lengua de su amigo encontraba siempre adjetivos calificativos a los atributos de la novia de su hijo. Preguntaba todo el tiempo. Se volvía pesado de repente.
Manuel se preguntó porqué se lo había dicho si él mismo, en una forma simbólica, hacía todo lo posible para evitar el tema. ¿Solo porque la chica llamara un poco la atención era motivo suficiente para convertirla en motivo de bajas especulaciones de dos viejos? Manuel no tenía la respuesta.
-¿Vos te lo planteás como posibilidad o a mí me parece?- preguntó Manuel. Ricardo se quedó mudo de repente.
-Digo, de verdad -siguió Manuel curioso- ¿tu podrida cabeza elucubra algo que te haga pensar que podes tener algo con ella?
-¿Por qué no?
Manuel lo miró con desagrado.
-Primero por ser quien es para Roberto. Segundo, porque tenés casi sesenta años y ella apenas veintitrés.
-Tengo cincuenta y cuatro, igual que vos…
-No podés estar hablando en serio.
Ricardo lo miró con el orgullo de varón herido.
-¿No viste como me saludó la otra vez?
-Era una reunión. Estaba conociendo a la familia de su novio. Fue amable como lo sería cualquiera en una situación igual.
-Me saludó bien a mí. Mejor que a vos. Y eso que no sabe que la vi cogiendo…
-Bue… cogiendo… lo que se dice cogiendo…
-Aunque vos la viste más… ¿no? Desde que te dejé que miraras no dejaste más el puesto de vigilancia. No me dejaste ver más.
Era verdad. Por alguna razón, se había quedado inmóvil delante de la escena.
-¿Por qué? -insistió Ricardo- ¿Tenias vergüenza?
-Mucha.
Pero además también tenía un hueco enorme en la imaginación por donde se filtraban las imágenes de la situación de la que había sido testigo, recreadas cada día por Ricardo que se encargaba de comentarlas.
-Mirá si teníamos una cámara -dijo Ricardo.
Manuel volvió a mirarlo como se mira a un degenerado.
-¿Qué me mirás así? -rio Ricardo- tendríamos un registro de ese momento sublime y nos sacaríamos las dudas que tenemos.
-¿Que dudas?
-Si está tan tremenda como imaginamos que está. ¿Te parece poco?
La cortina y la ventana semi cerrada de su habitación filtraban la luz de la tarde de verano y dejaba, al cuarto, en una silenciosa y agradable penumbra. La suave y refrescante brisa del ventilador de techo acariciaba su cuerpo desnudo tendido justo en medio de su lecho. La fotografía no mentía. Ella se encontraba boca abajo y totalmente relajada. Sus ojos cerrados como si su mente vagara entre el sueño y la conciencia hasta escuchar el pequeño ruido de un click y de la ventana.
-Pensé que se había dado cuenta de que la espiaba
Ricardo lo escuchaba atentamente. Estaba concentrado en los detalles del relato que sabiamente hacía Manuel de su experiencia. Porque amigos eran los amigos, Manuel no había podido contenerse a revelarle la verdad.
-Si hubiéramos llevado la cámara entonces ya estaríamos más avanzados.
Fue antes de que empezara a aficionarse a espiarla. Cuando venía a casa, cada vez más seguido. Debía ingeniarse para encontrar el momento justo. Primero fueron algunas noches en que a propósito llegaba del trabajo más temprano, para ver si podía sorprenderla en el baño. Después, provisto con la cámara que le había dado Ricardo.
-¿Has hecho todo como te dije? -quiso saber Ricardo.
Realmente era poco lo que había podido hacer. Fotos de ella en ropa deportiva mientras hacía ejercicios en la casa; unas cuantas poses osadas por los movimientos de elongaciones que siempre practicaba con obsesión: “gimnasia para endurecer la cola”, explicaba ella alegremente.
-Como si le hiciera falta, hija de puta -sarcástico Ricardo comentaba escuchando atento el “parte” de su amigo.
Había conseguido también fotos de ella con falda y audaces jeans súper ceñidos que usaba con remeras color flúor que parecían elegidas a propósito un número menor a la de su talla real. Esa circunstancia, creaba el efecto que las tetas estiraran al máximo la tela de la prenda. Si debían atenerse a sus orígenes sirios – Ricardo había leído interesado en el tema-, las musulmanas estaban obligadas a preocuparse por sus vestimentas y su apariencia según el Islam, pero jamás podían irse a los extremos haciendo una exhibición licenciosa.
-A lo mejor Luanita es pecadora.
En cuanto a lo de los ejercicios físicos por los que tanto se obsesionaba en hacer también tendrían una razón de ser, según Ricardo. Resultaba que también según había leído, la mujer musulmana tenía una tendencia a mantener su buena condición física y energía, de acuerdo con el Islam. Por ello, según siempre Ricardo, no era extraño que Luana siguiera un plan organizado de ejercicios apropiados para proporcionarle a su cuerpo agilidad, belleza al solo efecto de satisfacer al quien la ha tomado por esposa, predisponiéndose en el afán de que sus necesidades sexuales fueran satisfechas.
-Mirá lo que le espera al paparulo de tu hijo. Dios le da pan al que no tiene dientes.
Ricardo había conseguido una diminuta cámara con una lente que no hacía siquiera ruido cada vez que disparaba. Tenía un alcance muy bueno que permitía que se tomaran buenas fotografías sin importar la distancia en la que se estuviera.
Las tomas empezaron por lo general desde escondites improvisados encontrados por el paciente hombre que a veces esperaba un buen tiempo, para fotografiarla por lo general desde atrás, para conseguir el premio de un primer plano del trasero que reventaba sus pantalones. En silencio y de forma automática, había ido paulatinamente volcando las fotos en una carpeta de archivos que escondió en una infinidad de otros archivos dentro de su computadora.
Pero tal vez la mejor secuencia de todas la había obtenido una mañana de sábado en que se vio obligado a regresar desde su oficina tras descubrir que se había olvidado su portafolio. Entró a la casa a media mañana y cuando estaba por irse sintió que alguien estaba en la cocina. Intuitivamente, tomó la cámara escondida en un cajón y se apresuró a ocultarse detrás de los sillones, arrodillado cuando la vio aparecer desde la cocina. Luana estaba totalmente desnuda, solo llevaba unas ojotas como si acabara de levantarse e iba con el cabello sujetado en cola de caballo y un vaso de jugo en la mano.
Su paso por el ****** admirado desde el escondrijo por el fisgón quedó registrado en cerca de 15 fotos; desde que venía casi de frente hasta que se iba de espaldas hacia el dormitorio. Había trasnochado con su hijo sin duda y tal vez acababa de levantarse. O mejor aún, existía la posibilidad de que ella y Roberto hubieran estado haciendo el amor hasta hace unos minutos aprovechando la soledad de la casa.
Ansioso de repente ante esa posibilidad salió disparado al fondo trasero que daba a la habitación de su hijo solo para ver si podía captar algo más desde la ventana. Por desgracia para él, todo estaba cerrado y no pudo ver nada más. ¿Seguirían acostados? Era jugado ir hasta la puerta y apoyar su oreja para ver si los escuchaba. También intentar ver por la mirilla de la puerta, como ya lo había hecho.
-Me dio no sé qué… cosa -admitió Manuel
-La otra vez te quedaste diez minutos mirando no te dio nada -rio Ricardo-dale… hay que animarse más. Vamos bien.
Tan bien que en los siguientes días, Manuel intensificó las vigilancias en la casa tal como Ricardo se lo había aconsejado con el objeto de poder obtener más fotografías. Aprovechaba los momentos de la tarde en que sabía que Nuria no estaría y ese momento podía eventualmente ser utilizado por su hijo para estar a solas con su novia. En realidad, había sido otra sugerencia más de Ricardo, cada vez más entusiasmado con la posibilidad de que su amigo pudiera tantear más la situación.
De manera que, amparado por el sabio consejo de su amigo, y cuidándose de no cometer errores, el plan fue avanzando con notables hasta conseguir verla envuelta en una toalla una mañana en la bañera, sabiendo muy bien que antes de haberse echado como de costumbre, él se las había arreglado para treparse a una silla y espiarla por el vidriado de la puerta. Así, conteniendo la respiración la vio enjabonarse las partes sumergidas en el agua que hacían pequeñas olas con sus movimientos, desplegando los brazos y dejando al descubierto sus pechos generosos por unos segundos.
Y todo habría continuado igual si no fuera por la ocasión en que Luana se percató de un ruido detrás de la puerta mientras se duchaba y pensando que podría tratarse del perro, salió en forma intempestiva sorprendiéndolo parado delante de ella que se cubría apenas con una toalla. Él se quedó mudo sin reaccionar mientras ella gritaba asustada lo que hizo que saliera por poco corriendo.
Solo al cabo de unos minutos, él se apareció por el comedor y la buscó en el dormitorio. Ella le preguntó que hacía. Él se quedó otra vez callado antes de hablar. Se dio cuenta que hubiese sido fácil mentirle que todo había sido un lamentable y bochornoso accidente.
-¿Y eso fue lo que hiciste?-le preguntó Ricardo intrigado.
Le dijo que le había sido imposible no concebir la idea cuando una vez por error se la encontró en el comedor a punto de entrar a la ducha. Ella no lo había advertido. Le describió como estaba vestida que hacía y como la siguiente vez sin pensarlo demasiado empezó a hacerle fotografías a la distancia. Entre fastidiada y avergonzada ella quiso saber desde cuando había empezado esa costumbre. Desde hace mucho, confesó en un murmuro, él. Desde hacía un tiempo, ella aparecía en todas las fotos inimaginables, habidas y por haber en un registro que se había venido realizando hacía ya varias semanas, tuvo que reconocerle.
Sorprendida, ella le preguntó cómo había conseguido tomar las fotos y él le respondió que era su secreto. Ella no daba crédito a la cantidad de fotos que tenía en su poder, más que las que podría haberle tomado Roberto en los meses que se conocían. Ya llevaban más de media hora viendo las imágenes cuando ella le interrumpió. Le pidió que solo le enseñara aquellas donde ella estaba “en una situación comprometida”.
El abrió varias carpetas hasta llegar a una última donde se acumulaban las imágenes que ella le solicitaba: eran varias docenas que habían sido acumuladas a lo largo de semanas de espera paciente en busca de una oportunidad de hacerlo. Ella le preguntó sorprendida cuando era eso: el respondió que se había memorizado sus rutinas luego de llegar del gimnasio y luego pasar al baño. Pese a que las fotos la mostraban, en efecto, sin mucha ropa, no había una sola fotografía que la hubiera retratado de cuerpo entero como hubiese él querido.
Ella, sin embargo, quiso estar segura y repasó varias veces la fila de imágenes para estar segura. Estaba enojada y a la vez avergonzada. De pronto, advirtió que estaba en un brete. Si acudía a Roberto lo más probable era que se generara un escándalo donde muchas cosas tendrían que explicarse.
-¿Estás loco? -lo miró Ricardo extrañado- No le dijo nada al Roberto… ¿sabés lo que significa eso?
-No… -respondió él, inocente.
Ricardo suspiró mirándolo incrédulo.
-Que vas bien… vas muy bien – Ricardo se emocionó como un niño al hablar.
-¿Te parece?
-El paso siguiente -le dijo Ricardo- es hacer que ella no sospeche de lo que pretendes.
-¿Y qué es lo que se supone que pretendo? -preguntó Manuel.
-Fotografiarla desnuda -se relamió Ricardo- Dejá que piense que lo que pasó no va a llegar más de eso. Deja pasar un tiempo.
Ricardo parecía más entusiasmado que nunca.
-El panorama es inmejorable si es verdad lo que contás. ¿Quedaste en algo?
Manuel le contestó que nada más habían hablado.
-Después de un tiempito… tenés que volver a intentarlo. ¿Te animás? Decime ¿cuándo es el mejor momento?
Pese a que se lo había precisado cuando ella se lo preguntó, en los siguientes días Luana no había alterado su rutina de llegar a la casa después del gimnasio.
-Cuando vuelve de spinning. Arroja la ropa y se baña.
-Deberías haberte arriesgado. Valía la pena -dijo Ricardo lamentándose.
-Ya está. No soy como vos.
-Claro que no lo sos, jaja y nunca lo vas a hacer.
Manuel se mordió en silencio.
-Los dos sabemos que recurriste a mí. Que fuiste vos el que me buscaste. Es más: esto no te hubiera pasado nunca sin mí, aceptalo -lo hirió otra vez Ricardo- pero bueno… aprovechá… que hoy estoy enseñando gratis.
Volvió a mirar a su amigo Ricardo otra vez. Siempre tan buen amigo. Lástima que arruinara siempre todo con su soberbia.
-A lo mejor en tu situación, yo estaba avanzado varios casilleros.
Roberto estaba imposible. Abroquelado en un hermetismo propio de su mal genio en determinadas situaciones. Todos la conocían bien. Incluso su novia que sabía que no debía siquiera dirigirle la palabra en ocasiones como esa.
-Está insoportable, como siempre.
-Dejalo, ya le va a pasar. Como siempre. Siempre es igual.
El le hablaba procurando distraerla pero Luana seguía sumida en su propio fastidio contagiada por Roberto. Se había dejado llevar por su pésimo humor.
-Me tiene harta el fútbol. Me cansan esas cosas-protestó.
Tres a cero. El equipo de Roberto había perdido por tercera vez consecutiva. Sin atenuantes. Con baile. Y el fanático no quería ni que le hablaran. ¿Podía ser eso posible?, se preguntó Manuel.
-Te entiendo. ¿Por qué no vamos… a…? -le insistió.
Luana lo miró como para que no siguiera. Pensó que eso podría llegar a aliviarla. Pero el fastidio de Roberto ya la había contagiado al punto de ser ya inevitablemente tarde. Cambió de tema haciéndole ver que no estaba de humor para nada.
-Cuando nos casemos no me va a dar bola-se lamentó en voz alta ella.