Mi Suegra, Doña Amparo 002

heranlu

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Como decíamos, Amparo forzaba su suerte y, al final, acabó mostrándose como la puta en la que se había convertido incluso en una de las cenas de los vejestorios del Consejo de Dirección que Don Romualdo solía celebrar los viernes en casa.

Aquel viernes su hija había partido a un concurso hípico en la capital y no asistiría a la cena, por lo que era la única mujer asistente.

El escueto vestidito corto que se puso para la ocasión resultaba premonitorio. Era un ajustado conjunto de licra azul eléctrico, con la falda a medio muslo, de esas que si te agachas muestras el ojete (y más en su caso, con el tanga de hilo dental que llevaba la muy puta). Bueno, habría mostrado el ojete si no llevase un plug anal con un zafiro tapando su agujerito... El resto de la indumentaria, estaba en consonancia, claro: zapatos de tacón de aguja, medias negras de rejilla, maquillada como una puerta y un sujetador que dejaba los pezones fuera, perfectamente empitonados y con los piercings puestos y visibles a través de la ligera tela del vestido.

Un conjunto infartante que puso a más de uno de los viejos del Consejo a cien y levantó las pocas pollas con algo de vida que asistieron a la cena.

Don Romualdo, flipó en colores. Tuvo una intensa discusión con la jaca antes de la llegada de los invitados. Pero la jamona, que ya se había metamorfoseado de perfecta ama de casa a madura salida, en los últimos meses, le cantó las cuarenta al cornudo y, tras pararle los pies en seco, bajó al salón ella sola para ir calentando a la tropa, dejando al bueno de Don Romualdo mesándose la cornamenta.

Pepe, llegó un poco tarde. Normalmente, solía sentarse entre Amparo y su hija. Esta vez no tuvo que distraer su atención entre ambas. Ya tenía idea de lo que iba a encontrar, por un mensaje de Wahtsapp de la guarrilla mostrando un selfie con el conjunto de marras. Pero, aun así, le impactó la escena: Don Romualdo con cara de funeral, los viejos rijosos del Consejo alucinados con la anfitriona y extremadamente obsequiosos con ella y Amparo sencillamente espectacular, sonriente como una estrella de cine y golpeando con la mano la silla junto a ella para indicarle a Pepe que podía sentarse allí.

La cena no pasaría a la historia por las trascendentes decisiones que el Consejo de dirección iba a tomar sobre la empresa. Pasaría a la historia porque Amparo, desoyendo los más simples principios de prudencia, aprovechó cada milisegundo que su pobre esposo giraba la mirada para sobar a su amante, primero con relativa prudencia y después, de un modo cada vez más descarado. Llegó al punto de sacarle la polla de la bragueta y menearla brevemente. Fue Pepe el que, al final, antes de que se liase parda, le paró los pies, tras lo que ella, acercándose a su oído pero con una voz lo suficientemente audible como para que la oyese un par de comensales, dijo:

-¡Joder, Pepe, a ver si te estás amariconando!

La velada siguió por esos derroteros, con un par de piquitos furtivos y un crecimiento exponencial (y público) de los cuernos de Don Romualdo.

Todo el mundo, menos el interesado, se dio cuenta del pedazo de puta en que se había convertido Doña Amparo y de quién, y por qué, era el beneficiario de sus favores.

A partir de aquella noche, media ciudad y, por supuesto, toda la empresa empezó a conocer a Don Romualdo como el Venado.

La gran suerte para Pepe y la cerda de Amparo es que nadie tenía los huevos de decirle a la cara al interesado que era un auténtico y genuino cabrón.

9


Pepe estaba exultante. Tenía todo lo que un tipo como él podía desear. Un empleo estupendo, muy bien pagado y considerado. Además con unas grandes perspectivas. En cuanto se consumase el matrimonio con Amparito, la única heredera de Don Romualdo, el patrimonio de este pasaría a ser la herencia del matrimonio. O sea, de Pepe, teniendo en cuenta el escaso interés que mostraba su futura esposa por el mundo laboral y los negocios.

Y, en el lado oscuro, estaba la morbosa relación que mantenía con su futura suegra. Una relación que era un secreto a gritos en la ciudad. Algo que al bueno de Pepe le encantaba, al igual que saber que el maricón que estaba a las riendas de la empresa, aquél al que todos temían y obedecían, no era más que un pelele cornudo. No había nada que le pusiese más cachondo a Pepe que follarse a la guarra de Amparo en la cama de matrimonio cuando Don Romualdo suponía que estaba en alguna visita comercial...

Se acercaba el día de la boda y todo el mundo estaba de los nervios. Los regalos empezaban a llegar e inundaban el chalet en el que la joven pareja iba a instalarse, a apenas una manzana del de los padres de la novia.

Su suegro, como no, tuvo el detallazo de hacerse cargo de la hipoteca de la vivienda del nuevo matrimonio. Todo un regalo que no sorprendió a Pepe, que sabía lo mucho que adoraba Don Romualdo a su hijita...

Pero Pepe, que continuaba tirándose a la guarra de Amparo, aunque ahora casi a salto de mata, a un ritmo bastante irregular, le dijo a la putilla que él había pensado en otra cosa como regalo de bodas:

-¿Y qué es lo que quieres, cariño? -le preguntó intrigada Amparo mientras recogía con los dedos los restos de leche esparcidos por sus domingas tras la espectacular cubana que acababan de culminar...

-Ya te lo puedes imaginar... -al tiempo que hablaba, Pepe había bajado la mano por el culo de la cerdita y, tras rebañar algo de flujo del coñito, empezó a hurgar en su apretadito ojete.

Amparo se dejó hacer. Le encantaba notar esas visitas por la puerta trasera. Sobre todo cuando chupaba la tranca del chico o estaba cabalgando sobre él. Disfrutaba también, viendo lo cachondo que se ponía Pepe cuando olía el dedo antes de dárselo a chupar. La polla le daba unos respingos espectaculares. Pero también tenía claro que una cosa era un dedito, o dos, y otra el pedazo de rabo que se gastaba el maromo. Ella era muy puta, eso estaba claro, pero tampoco era suicida.

-¡Joder, Pepe, ya sabes lo que hay...! Me encanta tu polla... Pero es que... Tú has visto cómo es... Sí me la metes por el culo me vas a partir... No me voy a sentar en una semana...

"Vaya, menudo problema, como si a mí me importase...", pensó nuestro protagonista. Aunque, más sutil y convincente, siguió insistiendo, al tiempo que redoblaba la presión en su ojete de con un segundo dedo.

-¡Venga ya, guarrindonga! ¡No exageres...! Si estuviste usando el plug aquel tan bonito y te encantaba...

-Sí, estaba bien, pero aquello era un tercio de tu rabo...

-Mira, Amparo, -ahora, Pepe, empezó a ponerse serio- solo estaba tratando de ser amable... Pero, te lo voy a decir con más claridad: te quiero reventar el culo. Lo llevo deseando desde que te vi y sé que, con lo puerca que eres, te va a encantar. Así que ya te lo puedes ir preparando porque antes de estrenar matrimonio, voy a estrenar tu culo de guarra... Esto es lo que hay...

-Hombre, Pepe, si te pones así... -Amparo, sorprendió a Pepe con la respuesta. No se había hecho mucho de rogar.-Aunque hoy no sé si estoy preparada, si acaso te la chupo o lo hacemos normal...

Pepe soltó una carcajada antes de contestar:

-No, tranquila, mujer... Lo haremos la próxima semana, mientras tu hija hace la despedida de soltera. A ver si te puedes pensar algo para deshacerte del cornudo...

Amparo, sonrió más resignada y se colocó a cuatro patas para comer la polla tiesa de Pepe, poniendo el pandero frente a la cara del chico.

-Bueno, pues ya pensaré algo... Tú de momento, ve preparando el terreno...

Meneó el culo incitante y Pepe hundió la cara entre sus nalgas para meter la lengua en el ojete de la jamona.

10




La cosa fue como una seda. Y eso que, para organizar la sesión en la que Pepe le abrió el culo a Doña Amparo, hubo que tirar de todos los contactos. Pepe se vio tentado de barajar un aplazamiento o de tener que cambiar la sede, lo cual sería una lástima ya que ambos (al final la cerdita de Amparo también andaba deseando notar la tranca de su amante barrenándole el ojete) estaban ilusionados en que el culo se desvirgase en la misma cama donde varias décadas atrás la inocente Amparo entregó su virginidad al tonto de su marido. Con la sutil diferencia de que ahora el que iba a realizar el estreno era un macho en condiciones y no un pichafloja blandengue.

Lo más fácil para Amparo fue escaquearse de la despedida de soltera de la hija, con sus amigas, primas y familiares. Le fue a Amparito con la historia ésa de que ella era muy mayor para esas cosas, que se iba aburrir, que no quería dejar a su padre solo en casa, etc. La verdad es que Amparito no se hizo rogar demasiado. Tenía a su madre conceptuada como un muermo. ¡Se nota que no la había visto en la cama!

Lo complicado era ahora deshacerse de Don Romualdo. Ahí es donde la imaginación de Doña Amparo se mostró completamente estéril. La posibilidad de que saliese a cenar fuera con los decrépitos miembros del Consejo de Dirección se esfumó en cuanto vio el entusiasmo de su esposo por pasar la velada en casa con su esposa viendo algún peliculón en el Home Cinema...

Amparo, aterrada ante la perspectiva de perderse el polvo, después de una semana de sequía por los preparativos de la boda y el follón consecuente, aliviada tan sólo por algunas sesiones de masturbación rabiosa y de dilatación del ojete con distintos consoladores y lubricante a tutiplén, se puso en contacto con Pepe para lloriquear un poco y plantear un aplazamiento hasta momentos más propicios.

Pepe, decepcionado, comprendía la dificultad del asunto y se dio un plazo de 24 horas, hasta el viernes, para ver qué podía hacer para conseguir sus propósitos.

Así que, a grandes males, grandes remedios. Pepe optó por utilizar el arma secreta que pensaba guardar para mejor ocasión, aunque, bien mirado, que mejor ocasión que ésta...

Lo malo de deber favores es que algún día hay que pagarlos. Y eso es lo que le pasaba al Presidente del Comité de Empresa de la fábrica, el bueno de Anselmo. Éste, que era liberado sindical gracias a la influencia (y las presiones de Pepe a Don Romualdo y al Consejo de Dirección) tenía claro que el día en que Pepe le llamase tendría que saldar la deuda.

Y ese día había llegado. En resumidas cuentas, a pesar de que la empresa era una auténtica balsa de aceite y tanto directivos como trabajadores estaban encantados, Pepe le pidió directamente a Anselmo que organizase una reivindicación, una especie de motín que paralizase la producción del turno de noche para el día siguiente, el sábado. El conflicto tenía que ser de tal magnitud que hiciera salir de casa a Don Romualdo y que tuviera que desplazarse a la fábrica. Pepe le pidió que el follón durase, como mínimo, hasta las 4 o las 5 de la mañana. Después, como por ensalmo, las aguas tendrían que volver a su cauce.

Anselmo, anonadado ante la petición y la poca antelación de la misma tuvo que hacer encaje de bolillos para movilizar al personal.

-Me lo debes, pero, así y todo, te compensaré -insistió Pepe.

Como suele suceder, en las grandes empresas, aunque las condiciones suelen ser mejores que en las pequeñas, no es difícil encontrar agravios y problemas pendientes. Así que, a Anselmo no le costó demasiado cumplir con lo pactado. ¡Habemus motin!

El sábado, a las diez de la noche sonó el teléfono en la morada de los Calpe. El fijo, el que solo sonaba para dar malas noticias.

Don Romualdo, que estaba terminando de tomar las natillas de postre dela cena, atendió la solicitud del mayordomo y contestó al saber que era el encargado de noche. Éste le comunicó la mala noticia. En la fábrica se había liado un buen follón…

Cabizbajo, Don Romualdo, se acercó al sofá. Su mujer, apenas prestaba atención a la pantalla donde estaba a punto de empezar "El coloso en llamas" (al bueno de Don Romualdo le encantaban las películas añejas de catástrofes). Amparo estaba concentrada repasando la pintura de las uñas de los pies. El coñito y el ojete ya se los habían arreglado en el salón de belleza aquella misma tarde. Vestía un camisón mínimo de color negro y, bajo el mismo, un conjunto de lencería guarrísimo, tanga y sujetador a juego, de los que encantaban a Pepe...

Don Romualdo ya se había ido acostumbrando a las nuevas indumentarias de su mujer y este día, que preveía casero y familiar, no estaba ni tan siquiera molesto. A fin de cuentas, cada uno en su casa viste como quiere.

Decepcionado, Don Romualdo le comunicó la mala noticia a su esposa. Y aunque le dijo que esperaba estar en casa en una horita, Amparo, conocedora del plan, se limitó a fingir contrariedad y, sin levantarse, puso la mejilla en posición para que su esposo la besase. No se dignó corresponderle, tenía los labios recién pintados para su amante.

En cuanto oyó la puerta de la calle cogió el móvil y llamó a Pepe.

-El Venado acaba de salir, vía libre...

Colgó notando como su coño empezaba a mojarse...

11​

Veinte minutos después, Pepe estaba llamando a la puerta de los Calpe. La doncella, con un leve deje sarcástico le recibió con un:

-La señora le espera en su dormitorio.

Pepe, con la polla morcillona desde que salió de casa, pasó ampliamente de lo que pudiera pensar la sirvienta, aunque tomó nota mental de ella, por si se iba de la lengua con sus insinuaciones. Una cosa es que les criticasen a sus espaldas, y otra bien distinta que empezasen a chotearse en su jeta. A ver si al final, cuando formase parte de la familia, iba a tener que dar un golpe de autoridad en la casa de su suegro.

Como una centella recorrió las escaleras hasta llegar al dormitorio principal. Lo que encontró al entrar satisfizo sus más puercos deseos. Amparo yacía en la cama, iluminada tenuemente por la lámpara de la mesita de noche y la omnipresente pantalla del televisor en la que se desarrollaba, silenciosamente, un interminable debate político. El fondo musical lo ponía una emisora de música discotequera. Una buena sesión de chunda-chunda que Amparo había puesto, más para apagar los posibles gritos de la pareja, que para escucharla.

La guarra, ahora ya con las uñas perfectamente pintadas, un tanga de hilo dental que no dejaba nada a la imaginación y permitía ver el perfecto trabajo de rasurado de su pubis y el acceso a sus dos agujeritos, el sujetador a juego que, en segundos, iba a acabar tirado de cualquier manera y una cara de leona hambrienta de sexo, consiguió que la tienda de campaña de Pepe creciera unos cuantos centímetros más.

-¡Joder, puta guarra, cómo me pones...! Llevo toda la semana pensando en esto...

-Pues anda que yo...

Pepe se dio cuenta del gran acierto que habían supuesto esos días de abstinencia (y de incertidumbre) antes de culminar la rotura del ojete de la puerca de su suegra. En cuanto ella se giró, y, tras embadurnarse bien su agujerito con lubricante, se colocó con el culo en pompa, apartando la tira del tanga y sujetando bien las nalgas, Pepe se dijo: "Valió la pena esperar..."

-¡Venga, cabrón, a por el premio....! –susurró la puerca con voz gutural.

Pepe, ya en pelota picada, se acercó a ella. Arrastró el macizo y caliente cuerpo de la muejr para que el culo quedase en el borde y así poder follarlo de pie. Se escupió en el capullo y, con la tranca babeante, terriblemente excitado, empezó a empujar con fuerza para introducir el grueso prepucio en el estrecho ojete de la zorra. Costó un poco, pero se nota que Amparo había hecho bien los deberes durante la semana y se había dilatado el esfínter lo suficiente. La mujer sufría, bufaba con los dientes apretados y se esforzaba por aguantar sin montar un escándalo ni ponerse a berrear como una cerda. Pepe miraba su cara, reflejada en el espejo del armario y sonreía al verla sometida de ese modo.

-Muy bien, Amparo, lo estás haciendo muy bien... Aguanta que ya casi está...

Para animarla, y sin que sirviera de precedente, la llamó por su nombre y no con los insultos habituales.

Ella no pudo evitar una sonrisa orgullosa y respondió, entrecortadamente:

-No... no tengas.... miedo. Dale fuerte... Partemé... partemé el culo... ¡Dale hasta los huevos....!

Pepe, que solo había metido un tercio de la polla, tratando de mostrarse caballeroso y educado, perdió los remilgos que le quedaban y, tras echar un buen chorro de lubricante en la polla, agarró con fuerza a la puta de los hombros y gritó, al tiempo que embestía hasta el fondo:

-¡Aaaaaaah! ¡Toooooma....! ¡Toda dentrooo...! ¡Zorraaaaa...!

Amparo correspondió al envite con un grito salvaje que, de tener vecinos cerca, los habría despertado. De hecho, a los pocos segundos, mientras ambos jadeaban a ritmo acompasado, Roberto, el mayordomo, llamó con los nudillos a la puerta preocupado por la señora. Entre sollozos y con la respiración entrecortada, Doña Amparo le dijo que todo iba bien, que estaba haciendo ejercicio... (¿A las once de la noche y en compañía...? El sirviente prefirió aplicar aquella vieja filosofía: ver, oír y callar. Ideal en esta familia)

Amparo, a medida que se fue relajando, empezó a sentir algo parecido al placer. Lo complementó masajeando el clítoris y no tardó en correrse. Pepe, también muy excitado, esperó al orgasmo de su amante para vaciar el cargador en las entrañas de la mujer.

Ella recibió encantada su primera corrida anal e insistió a Pepe para que le dejase dentro la polla. Quería notar como se iba encogiendo, así, dentro del culo.

Se echaron de lado. Pepe se mostró complaciente como nunca con la mujer, al tiempo que le masajeaba las ubres y le regalaba los oídos con palabras cariñosas:

-He follado muchas guarras, pero tú eres la mejor. -Le mintió, pero ¿quién no lo ha hecho?- Ha sido un polvazo, putilla... Me voy a hartar de follarte, ahora que somos vecinos...

-Y vamos a ser familia...

-¡Ja, ja, ja...! Cierto, chupapollas. Te voy a follar hasta decir basta... Te va a salir la leche hasta por las orejas... El maricón de tu marido no va a poder levantar la cabeza por las mañanas del peso de los cuernos...

-¡Ay, para, para...! No me digas cosas tan bonitas, que me pongo cachonda otra vez...

Pepe se descojonaba con Amparo. Menuda fuera de serie.

La noche acababa de empezar. Sería reiterativo describir el espectáculo al que asistieron como mudos testigos los tertulianos políticos del televisor y la foto de matrimonio feliz de la mesita de noche, desde la que el cornudo y la puta de su mujer asistieron a aquella maratoniana sesión de sexo. Sólo añadiré que el show se prolongó hasta las cuatro de la mañana y contó con un par de polvos anales más. Y, para cerrar la sesión, una degustación de polla recién salida del ojete, con final feliz incluido por parte de nuestra puerca favorita. Pepe insistió en que le dejase el rabo reluciente antes de irse... La verdad es que Amparo lo hizo encantada. No se hizo nada de rogar.

Se despidieron con un intenso morreo y, ya cuando Pepe salía de la casa, Amparo, en un gesto tiránico sugerido por su amante, hizo despertarse a la doncella sarcástica para que cambiase las sábanas. Tampoco se trataba de que el cornudo se embriagarse con el olor a sexo puerco de la habitación.

Cuando Pepe se metía en el coche, miró el teléfono y encontró quince llamadas pérdidas de Don Romualdo. Parece que el cornudo se había visto apurado durante la noche con su crisis laboral...

Pepe soltó una carcajada y empezó a elaborar una excusa plausible para su jefe. No iba a resultar muy complicado. Tan cerca de la boda, con el estrés, los nervios, etc. Ya se le ocurriría algo.

EPÍLOGO​

Ha pasado casi un año desde que comenzó esta historia y llega el momento de dejar a nuestros personajes campar a sus anchas. Pero no sin antes dar un repaso a los acontecimientos y ver si, como suele decirse, sus vidas progresan adecuadamente.

Podríamos decir que sí. Que así es. Amparito vive todavía en su nube de recién casada. Acaba de conocer la feliz noticia de que está embarazada, lo que ha hecho las delicias tanto de Pepe, como de Don Romualdo, que ve como se prolonga su estirpe.

La única nota disidente la pone la actitud de Doña Amparo, a la que la idea de ser abuela no hace especialmente feliz. No sólo por la cuestión simbólica de que parece que ser abuelo te envejece veinte años de golpe, sino porque no quiere restar ni un minuto de su tiempo, ni del de su amante, a los intensos revolcones que ocupan cada minuto en el que pueden escapar del intenso escrutinio de la familia, para cuidar a un pequeño mamoncete.

La buena mujer ha descubierto el mundo del sexo tarde, pero con ganas. Aprovechaba todas las oportunidades que se le presentan para retozar con su amante. Incluyendo mamadas furtivas y polvos rapidines en los lavabos en las multitudinarias celebraciones familiares. Intentaba ser discreta, pero con la calentura que lleva le cuesta horrores, y la paciencia no es su fuerte, por lo que las relaciones entre suegra y yerno acabaron por ser la comidilla de la alta sociedad de la ciudad... Menos mal que, quien más quien menos le debe favores a Don Romualdo y eso hace que la gente se corte un poco y guarde sus críticas y cachondeo para cuando no hay miembros de la familia Calpe presentes.

Don Romualdo, ajeno a todo y cada vez más gaga, ha ido dejando los negocios y la gestión directa de la empresa en manos de Pepe, nuevo Director Técnico, que hace y deshace a su antojo y lleva la empresa recta como una vela. Así van los beneficios, subiendo como un cohete y así de encantado está el Consejo de Dirección, que se limita a contar la pasta y a dejar de lado las consideraciones morales sobre la relación entre Pepe y Doña Amparo.

Así que, en este estado de prejubilación virtual de Don Romualdo, éste dedicaba la mayor parte de su tiempo a pescar, jugar al golf, montar a caballo, para que no se aburran los potros de su hija, ahora que ella no puede montar... Todos esos pasatiempos de ricos, ya se sabe.

De rebote, Amparo disfrutaba acogiendo a su amante en casa en cuanto el cornudo salía por la puerta. Normalmente, mandaba un mensaje a Pepe en cuanto se largaba el viejo y, en el primer receso de la jornada, nuestro hombre acudía raudo y veloz, cual caballero andante, lanza... perdón, polla en ristre, a montar a su dama.

Pepe seguía disfrutando como el primer día del cuerpo de jamona de Amparo, ahora, que lo había tuneado un poco, con algún piercing y que estaba más firme por el intenso ejercicio que había empezado a practicar. Pero, a pesar de correrse como un animalucho cada vez que follaban, impresionado aún por el entusiasmo sin medida de la jamona, estaba perdiendo, poco a poco, el interés por ella. Pasado el excitante periodo de la seducción, con su vida perfectamente encauzada, ya no se excitaba tanto y tenía intención de ampliar horizontes y dosificar algo más a la puta de su suegra.

Al final Pepe se había percatado de que que ella estaba empezando a arriesgar demasiado y podía llegar a poner en peligro el precario equilibrio familiar en el que estaban instalados. De hecho, un par de semanas atrás, Amparito le sorprendió con la siguiente pregunta:

-Una cosa Pepe, ¿te molestaría que mi madre se instalase unos días aquí en la casa para ayudarme con los arreglos de la habitación del bebé...?

Pepe se quedó a cuadros, porque la guarrilla no le había comentado nada y se olía para qué exactamente quería la cerdita instalarse unos días con ellos. Así y todo, contestó con cara de póker:

-No, no, claro que no...

Aquellos días fueron frenéticos, complicados y febriles, con escapadas nocturnas al cuarto de invitados y escarceos constantes durante todo el tiempo en el que Pepe estaba en casa, de los que no pudo librarse.

Fue entonces cuando Pepe tomó la decisión de acabar el rollete con Amparo. O, cuando menos, convertirlo en algo esporádico. No tenía ni puñeteras ganas de acabar en plan "Atracción fatal" así que, como no se fiaba demasiado de alguna reacción visceral y despechada de su suegra, buscó una forma indirecta para acabar con la relación.

La suerte, que siempre le había acompañado en los momentos difíciles, acudió una vez más en su ayuda en forma de jubilación de Roberto, el fiel mayordomo de la familia. La ocasión le vino de perlas a Pepe para colocar a un joven, con el que había contactado a través de una página web de gigolós, como nuevo mayordomo. Un clavo saca a otro clavo, pensó. Sabía que Amparo, en cuanto viese al chico, lo contrataría a pesar de sus nulos conocimientos sobre cómo llevar una casa. De eso ya se encargaría su segundo de a bordo. Su trabajo, tal y como había acordado previamente con Pepe, era quitarle las telarañas diariamente a los agujeros de la señora de la casa. Para facilitar la tarea y acabar con los pocos escrúpulos que pudiera tener el chico no dudó en ponerlo en nómina en la empresa con un sueldo de los que acaban con todas las dudas.

El plan, siendo como era una apuesta segura, funcionó a la perfección. Amparo, poco a poco, empezó a darle largas, hasta que los polvos pasaron a ser cada vez más escasos. Pero, eso sí, muchísimo más placenteros...

Ahora, Pepe, más tranquilo, continúa dedicado a la empresa, a su mujer y, en los pocos ratos que tiene libres, está empezando a tantear algunas jamonas de las que trabajan en la empresa. Le echó el ojo a una divorciada de unos cuarenta y cinco años a la que ascendió directamente desde el departamento de atención al cliente al puesto de asistente personal. Un puesto creado ad hoc y que, bajo la función teórica de ordenar su agenda, se esconde la real, tener cerca a alguna jaca cachonda e insatisfecha para irla tanteando y ver la forma de obtenerla.

Pepe está contento con su nuevo objetivo. Es una jamona de su estilo. Físicamente mejorable, sí, y, aparentemente con una moralidad intachable, religiosa y sería. Pero eso lo hace todo más interesante.

El otro día le sacó una sonrisa cuando halagó su blusa (una blusa espantosa, sí, pero que se ajustaba como un guante a sus melones...). En fin, la cosa marcha.
 
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