Mi psicólogo

julian awada

Virgen
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Cuando tenía 23 años decidí ir al psicólogo. Si bien, al menos desde los 15 años siempre me identifiqué como cornudo en la intimidad, y obtuve cierto goce en ser humillado por pito chico, esto siempre me hizo ruido, y quise probar yendo al psicólogo. Después de muchas averiguaciones, terminé en el consultorio de Rubén, un hombre mayor, unos 65 años diría yo, canoso, con un poco de pansa y que mediría un poco más de 1,80. Usaba lentes y se vestía en ese estilo elegante sport que tanto le gusta a los profesionales.
En ese entonces estaba muy enamorado de una chica con la que solo hablaba pero notaba que había mucha onda, y mi problema era que no me animaba a dar el paso de encararla, sobre todo por la ansiedad que producía tener que coger con ella.
Cuando le conté esto a Rubén me preguntó cuál creía que era el motivo de este miedo a intimar con ella, después de todo yo no era virgen ni nada de eso. Después de muchas vueltas, ya que aunque él era mi psicólogo, aún me costaba abrirme, le terminé confesando que el tamaño de mi pene me ponía nervioso.

– ¿Por qué? Es muy grande? ¿Piensas que es chico? – me preguntó.
– Lo último– dije yo.

El hizo silencio. Ni una palabra. Yo me puse nervioso y agregué.

– Cuando está parado no es tan chico, unos 12cm medirá. Pero me da miedo que no se me pare, porque Analía me gusta mucho. Y cuando está chico es realmente chico. Como el de un nene.

Silencio nuevamente… Hasta que se escuchó una risa un tanto contenida que fue subiendo en intensidad hasta rematar con la siguiente frase.

— Más que un pene es una pena eso.

Y se empezó a reír de su propio chiste. Los psicólogos adoran los juegos de palabras.
Esa frase, y sobre todo la risa, viniendo de la persona que tendría que ayudarme con mi problema me hizo sentir perplejo, humillado, y hasta un poco me excitó, cosa que mi penecito no pudo disimular. Yo estaba acostado en el diván, con un pantalón corto, ya que hacía calor y la sesión era justo después de ir al gimnasio. Rubén señaló con sus ojo la carpa que había en mi pantalón y me preguntó qué era eso. En general las erecciones de los pito cortos se notan más, ya que el pene queda más suelto y llega a ser comprimido y empujado contra la pierna por la tela del pantalón.

– Perdón– atiné a decir–. Es que lo que dijo me excitó.
– ¿Qué cosa?
– Eso de que más que un pene tengo una pena.
– Bueno, al menos se te para, no es tan malo eso.
– Pero no cuando no se tiene que parar –le dije.
– ¿Por qué ahora no se te tendría que haber parado?
– Porque estoy en el psicólogo
– ¿Pero se te paró, no?
– ¿Que me quiere decir?

Entonces se levantó de su sillón y se acercó al diván, me agarró una mano y me hizo tocarle el bulto. Tenía un pantalón de vestir, beige, una tela muy fina, y ya antes de tocarlo pude notar que había un tubo grueso que se marcaba en la tela, que además, al tocarlo, sentí era bastante duro. Yo lo traté de agarrar con la mano por sobre la tela, pero él se alejó y se volvió a sentar.

– Somos hombres– dijo–. No podemos decidir cuando se nos va a parar la verga.

Usó esa palabra, verga. Y luego agregó.

– Bueno, vamos a finalizar por hoy.

Luego se paró y me esperó junto a la puerta. Yo cuando me paré traté de acomodarme la pijita disimuladamente para que no se note tanto. Y cuando le extiendo la mano para saludarlo me dice:

– Te olvidás de algo

Yo, que aún estaba muy alterado, miré instintivamente su bulto, peor el rápido aclaró

– Me tenés que pagar.

Siempre al finalizar la sesión le pagaba. Era eso. Busqué torpemente la plata en mi billetera y se la di en la mano.

— Te espero el viernes que viene me dijo.
 
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