Mi primita que metio el diablo en el infierno

pulpo505

Virgen
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Oct 18, 2010
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MI PRIMITA QUE METIO EL DIABLO EN EL INFIERNO



La historia se desarrolla hace poco más de tres años atrás en un pueblo de la selva a donde yo, un joven estudiante de literatura de los primeros ciclos, me marché a pasar las vacaciones de verano aprovechando que ahí vivían un tío paterno con su mujer y su única hija. Ellos eran comerciantes de ropas por lo que muchas veces estaban fuera de casa por algunos días para comprar mercadería en la capital, y cuando estaban en la ciudad, casi todo el día estaban en sus tiendas atendiendo los negocios...y verificando el buen desempeño de sus subordinados.
Anteriormente ya había pasado mis vacaciones con ellos –en total habían sido 4 veces, incluso antes que ingresara a la universidad– quienes me llamaban a fin que les cuidara la gran casa que tenían casi a las afueras de la ciudad, así como para ocuparme de los distintos quehaceres, a cambio de que me dieran cada quincena una nada despreciable propina; esto sucedía por cuanto mis tíos si bien tenían una empleada todo el resto del año, a esta siempre le daban los tres primeros meses del año como vacaciones a fin que viera a sus padres que vivían en la sierra.

Cuando llegué al terminal terrestre, noté algo distinto a los anteriores años, pues antes me esperaba uno de mis tíos acompañado de su menor hija, la pequeña Vilma vistiendo ropas pequeñas y cómodas para el clima de la selva, pero esta vez, mi prima ya de 14 años recién cumplidos, estaba totalmente diferente, pues tenía puesto un largo vestido color gris que apenas dejaban distinguir sus zapatitos negros, así como una holgada blusa del mismo color, de mangas largas y cuello cerrado, pareciendo más una monja que una adolescente. Esto, sumado a que ni siquiera quiso abrazarme como antes, apenas me dio un pequeño beso en la mejilla para alejarse de mi, todo lo contrario a la mujer de mi tío que me abrazó entusiasmadamente apretándome contra sus grandes pechos, situación que me provocó una dolorosa erección contenida por mi bóxer.

Más tranquilo, le pregunté a mi tía qué le había ocurrido a la antes graciosa Vilmita; ella me mencionó que cierto día del año pasado un poco antes que empezaran las clases en su colegio, pero después que yo me había regresado a Lima, mi prima les refirió que había tenido un sueño en la que Dios le decía que debía de servirlo haciéndose monja para evitar las tentaciones del demonio y desde entonces nos insistió tanto para cambiarle a una escuela religiosa de mujeres, que finalmente tuvimos que cancelar su matricula y mover cielo y tierra para que la aceptaran en un colegio así, en donde empezó a cambiar todas sus costumbres anteriores, incluso haciéndose más parca con todos, empezando a vestirse como ahora la veía a pesar del calor, pero rezando a cada rato del día y asistiendo a misa puntualmente todos los domingos en la mañana y en la tarde, todo lo cual ha hecho que por la ciudad la empezaran a llamarla “la santita”. Me quedé maravillado con la explicación que me dio mi tía, y al preguntarle a la misma Vilma sobre lo ocurrido, ella sólo se limitaba a contestarme tajantemente que era la voluntad del señor, con lo que daba por concluido nuestra poco comunicativa conversación.

Al llegar a casa, me volvieron a explicar que debía hacer lo mismo que los años anteriores, pero con la diferencia que ahora tendría que cuidar también a mi prima Vilma, pues desde que se le metió en la cabeza lo del asunto religioso, ya no quería acompañarlos a las tiendas, pues prefería quedarse en casa rezando a menos que fuera domingo, uno de los pocos días en que salía, pero sólo para ir a la iglesia como les conté.

Los primeros días de la semana pasaron sin mucha novedad. hacía los quehaceres de la casa, con mi prima encerrada en su habitación sin decirme casi nada durante todo el día; pero el primer domingo que pasé ahí, por la mañana, mientras descansaba, al verla llegar de la iglesia, me comenzaron a entrar ciertas ganas por curiosear qué hacía mi prima en su cuarto. Con mucho cuidado de no hacer ruido me acerqué hacia la puerta y pegué la oreja tratando de escuchar lo que decía, pero sólo conseguía oír pequeños gemidos que luego de largo rato terminaron en un pequeño gritito como si algo le estuviese lastimando. Comencé a pensar que quizá mi prima estaba inflingiéndose dolor al igual que lo hacían antiguamente los fanáticos en la creencia de purificarse de los pecados, y estaba en estas reflexiones, aún con la oreja pegada a la puerta, cuando sentí que ella abría la puerta. Rápidamente me aparté escondiéndome en un murito cercano.

Para mi suerte Vilma pasó por otro lado, en dirección al baño, a donde ingresó cerrando la puerta, pero dejando la de su cuarto abierta. En ese momento, más impulsado por la curiosidad que por morbosidad, entre para comenzar a ver qué tenía dentro, haber si encontraba algo que confirmara mis sospechas sobre su fanatismo, pero no habiendo pasado mucho tiempo, y justo cuando me disponía a salir sin haber encontrado algo comprometedor, escuché que Vilma salía del baño, lo que me desconcertó y no teniendo más ideas, me escondí debajo de la cama, pensando en salir a la menor oportunidad y esperanzado en que mis Tíos no volvieran sino recién en la tarde para no pasar por más apuros.

Desde bajo de la cama, que era amplia, de dos plazas, podía ver parte de la puerta de la habitación, logrando de esta forma mirarla entrar al ambiente cerrando la puerta, poniéndole incluso cerrojo. Yo estaba realmente asustado pensando en lo que podría decir ella a sus padres en caso me descubriese, así que me resigné a lo que pudiera ocurrir. Noté que mi prima se sentaba en la cama para luego arrodillarse frente a ella diciendo algunas oraciones, en las que pedía para que nunca sea tentada por el diablo a hacer cosas malas y que si eso ocurriese le diese fuerzas para derrotarle y arrojarle a lo más profundo del infierno. Luego de esto, se puso de pié y se empezó a quitar la ropa… al notar esto, primero pensé que quizá así le vería las marcas del castigo auto impuesto en su cuerpo, pero más pudo la morbosidad y tentación de verla desnuda a escondidas, que evitar aquello por el hecho de ser familiares, exactamente primos hermanos, además de su ahora condición de beata muy devota; así, con cuidado de no hacer ruido alguno, me deslicé lo mejor que pude bajo su cama para poder verla mejor a través de los flecos dorados de su cubrecama que colgaban del borde.

Se quitó toda la ropa, primero se bajó su larga falda negra, luego se quitó su calzoncito blanco que tenía una rosita como adorno; después de quedar sin nada abajo, procedió a desabotonarse su blusa negra de mangas largas y de cuello cerrado también; se lo sacó, quedando con un polito rosado de mangas cortas que utilizaba cuando era más pequeña, por lo que le quedaba más apretado al torso, resaltándole sus senos que ya tenían un tamaño regular –lo que me llevó a pensar que cuando fuera mayor, los tendría incluso más grandes que su madre quien los exhibía orgullosamente en sus indiscretos escotes–. También se quitó el polito, dejándome verla totalmente desnuda. Su piel era muy blanca en comparación a lo bronceada que estaba antes, el año pasado; su pequeño pubis totalmente lampiño aún, resaltaba entre sus delgadas y largas piernas –no digo que fuese alta, pues no superaba el metro cincuenta de estatura, sino que tenía piernas largas en comparación al resto de su estilizado cuerpo–; tenía una delgada cintura plana que ya comenzaba a marcarse respecto de sus crecientes caderas de futura mujer; y sus pechos, como sospeché al principio, ya eran lo suficientemente grandes para abarcar a plenitud dos grandes manos.

Realmente era una experiencia muy excitante esta, tanto que no le quitaba los ojos, ni parpadeaba a fin de no perderme de ningún detalle de su cuerpo, que dicho sea de paso, no tenía marca alguna de sufrimiento, cosa a la que ya no le daba ni la más mínima importancia, más bien, este espectáculo ya me había empalmado tanto que me estaba comenzando a doler el miembro que se apretujaba contra el duro piso; sin embargo, si bien la vista no podía ser mejor, no pude decir lo mismo de lo que comencé a oler de su cuerpo: el desagradable olor de sus pies inundó toda la habitación, olor al que se le sumó el de su sudor, seguramente proveniente de sus partes íntimas poco aseadas por mi prima que aunque su cuerpo empezaba a cambiar, tenía la mente de una niña. Estando ya totalmente desnuda, se envolvió en una larga toalla y con temerosidad abrió un poco la puerta, como para percatarse si había alguien que la pudiese observar. Al ratito, recogió de su mesita de noche sus implementos de baño, volvió a mirar de reojo por la puerta y salió raudamente cerrando la puerta y apagando la luz. Pensé que seguramente estaría yendo al baño a darse un duchazo, así que esperé un momento prudente para salir de mi escondite y una vez seguro que no estaba cerca, salí de su habitación, pasando por el baño donde escuché que se estaba bañando.

Esta experiencia me dio un vuelco total, respecto a la forma que tenía en ver a mi prima, pues antes lo hacía como lo que era, una pequeña niña, sin tener ninguna clase de pensamientos subidos de tono, es más, recientemente la veía como a una santa, pero después de verla desnuda y hermosa, aunque también asquerosa, nació en mi un deseo por poseerla, deseo que aumentaba más y más a pesar de ocuparme en otras cosas y de evitar cruzarme con ella, salvo a la hora de desayunar y almorzar los dos solos, y de cenar conjuntamente con sus padres, cuando no estaban de viaje.

En esta disyuntiva me encontraba, debatiéndome entre suprimir estos pensamientos o de entregarme placenteramente a ellos, siendo al final el victorioso el de imaginarla haciéndole el amor de mil maneras. Así estuve toda la siguiente semana, satisfaciéndome en pensarla, pero luego de saber que mis tíos saldrían de viaje muy pronto por un poco más de dos semanas, el creciente deseo hizo que empezara a pensar la manera de tenerla sin crear un verdadero problema.

Como les conté, soy estudiante de literatura, y como tal, ya había leído muchas novelas clásicas, siendo una de ellas “el decamerón”, y precisamente en ella hay un cuento llamado “sobre cómo Alibec aprendió a meter al diablo en el infierno”. Fue este cuento el que me inspiró sobre la forma cómo podría satisfacer con ella mis más bajos instintos. Pasé toda una noche pensando el plan, como para no dejar nada a la desconfianza que podría nacer en ella respecto de mi. En definitiva, si bien la casa estaba algo apartada de otras, siempre había el riesgo que alguien apareciera por ahí y echara por tierra mis aspiraciones, por lo que antes que mis tíos partieran, les pregunté si debía preparar algo para recibir a alguna visita que tuviéramos, lo que me contestaron que no era necesario pues nadie les había avisado que llegarían, respuesta esta que me alegró mucho y que sumada al hecho que mi prima tampoco solía recibir visitas de amigas –que parecía no tener–, tenía muchas opciones de realizar mis deseos. Dadas así las cosas, aún no era un plan infalible, pues mucho también estaría determinado por lo que mi prima pudiese saber al respecto de las relaciones sexuales, así que primero debía conocer que tan ingenua era ella.

Comencé al día siguiente del que mis tíos viajaron, y mientras desayunábamos, comencé a decirle que yo también tuve alguna vez una experiencia similar al de ella, que tuve una visión cuando era más joven, en la que Dios me decía que debía de servirlo siendo un gran escritor, momento desde el cual le ponía muchas ganas para realizar tal designio del señor, y que siendo así, me alegraba mucho que ella también estuviera siguiendo el camino que le había indicado el señor.

Esto hizo que mi prima empezara a tener nuevamente la confianza reflejada en el trato que me diese antes de su “visión”. Esa misma mañana incluso se ofreció en ayudarme en algunas cosas por hacer en casa, lo que acepté de muy buena gana y sin olvidarme de “dar gracias al señor” por aquello. Fue así que vi que todo estaba marchando satisfactoriamente, por lo menos por el momento. Luego, el mismo día, durante el almuerzo, y luego de seguir ganando confianza, empecé a contarle que antes me había sentido molesto con Dios por haber permitido que una enamorada que tuve y a quien le había dicho que la amaba más que a Dios mismo, me dejara por otro chico, pero que luego comprendí que aquello fue mi castigo por haberme atrevido a amar a una persona más que a Dios, lo cual me hizo sentirme muy arrepentido, haciéndome el firme propósito de no fijarme de esa forma nuevamente por una simple mortal. Mi prima se mostró muy de acuerdo con lo que le conté, proponiéndome una oración para no volver a caer en aquella horrible tentación, y así, y asa, continuamos diciendo cosas por el estilo, todo para que tuviese más confianza conmigo.

Fue en la noche, mientras cenábamos, que con el pretexto de haberle contado yo sobre una chica, le pregunté si alguna vez a ella también le había gustado un chico. Se puso muy roja, pero luego de darle más confianza, al fin me dijo temerosa, no sin antes hacerme prometer que no me reiría de ella, a lo que prometí solemnemente no hacerlo. Me dijo que hasta antes de tener su visión –realmente me hacía mucha gracia el hecho de que mi ingenua prima dividiera ahora toda su corta vida como un “antes de” y “después de”, obviamente de su visión– yo le gustaba mucho a pesar de ser su primo, y esto fue porque era un muchacho simpático y muy caballeroso, lo cual le impresionaba sobremanera.

Realmente antes que reírme de aquello, me sorprendí mucho saber eso, pero fiel a mi plan, le dije que debíamos orar para purgar aquel mortal pecado de amar como hombre a un familiar de forma diferente a amarlo por ser familiar, lo que también encontró eco en mi prima. Al terminar, también le confesé que antes me gustaba mucho ella, poniéndonos nuevamente a rezar con mucho fervor hasta muy tarde para luego irnos cada uno a nuestros respectivos dormitorios a descansar, pero no sin antes despertar en ella la necesidad de purgar de una manera efectiva nuestros pecados, diciéndole que existía una manera más eficaz, pero ultra discreta de conseguir el verdadero perdón de Dios; de inmediato me preguntó cuál era esa manera, pero le pedí que tuviera paciencia, que quizá mañana le diría, pues debía estar seguro de hacerlo, teniendo que pensarlo mucho ahora.

Al día siguiente, durante el desayuno, la atmósfera ya era muy distinta a la que existía antes, ahora incluso bromeábamos, demostrándonos más confianza cada vez, lo cual aproveché para comenzar a preguntarle muy discretamente sobre ciertos conocimientos elementales del sexo, pero siempre haciendo la salvedad que era para purgar nuestros pecados –Claro que no les explicaré al detalle esto, puesto que muy bien podrían utilizar estas técnicas para hacer cosas malas a sus pequeñas primas, si desean saberlas, entonces estudien pues, jejeje–, al termino de los cuales, pude saber que no tenía ni la más mínima idea sobre la real diferencia sexual entre un hombre y una mujer, y de cómo funcionan cuando están juntos, lo cual resultó ser lo que estaba esperando de ella a fin de concretar mi plan basado en el mencionado cuento del Decamerón.

Al día siguiente, habiendo terminado ambos de desayunar, le pregunté si su voluntad por servir a Dios de la mejor manera era inquebrantable, a lo que me dijo que si, y sin dejarme hablar, me preguntó si ya lo había pensado bien para contarle y luego poner en práctica aquel método discreto pero más efectivo de obtener el perdón de Dios; le dije que habían muchas maneras de servirlo, pidiéndole que me mencionase las que sabía que luego yo también le diría las que yo sabía a fin que juntos nos complementemos mejor.

Cuando terminó todo lo que se acordaba, empecé yo, pero concluí diciéndole que la mejor manera de servir a nuestro señor, manera que era la que finalmente decidí contarle, era arrojando al diablo en el infierno, metiéndolo en lo más profundo del infierno para que pague por sus pecados, hasta quedar purgado totalmente, momento en la que pierde toda la soberbia que lo caracteriza y que atormenta a los hombres, recalcándole que “pero sólo a los hombres” más no directamente a las mujeres, quienes deben ayudar al hombre a derrotar al demonio.

Una vez concluí con mi argumentación, Vilma quedó maravillada, pero muy entusiasmada con la idea, rogándome para decirle la forma de hacer aquello de meter al diablo que tanto hace sufrir a los hombres, en el infierno, pues ella como mujer, estaba dispuesta ha hacerlo, si fuera posible eternamente. Le dije que se lo explicaría a medida que lo hiciéramos los dos juntos, pues deseaba tanto también que ella me ayudase a quitarle toda la soberbia al diablo metiéndolo en el infierno, pero que previamente, debía de saber y hacer ciertas cositas para estar bien preparada a fin que no se vea sorprendida.

En primer lugar, le dije que debía librar a su cuerpo totalmente de cualquier impureza, debiendo de bañarse lo más diligentemente que podía, cosa que también haría yo, y justo al decir esto, ella comprendió que ambos debíamos bañarnos juntos, lo cual me dijo no estaba bien porque alguna vez se lo dijo su mamá, a menos que se hubieran casado. De inmediato le dije que cada uno debía de hacerlo solo si lo deseaba, a menos que necesitara ayuda, cosa que no era necesario. Con esto se tranquilizó para luego preguntarme qué más debía de hacer, entonces le expliqué que los hombres y las mujeres tienen ciertas diferencias para poder arrojar al diablo al infierno, diferencias que le mostraría después de asearnos lo mejor posible. Mi prima, entusiasmada, ni bien me escuchó decir aquello, se fue corriendo a darse un duchazo, y cuando terminó, seguí yo, diciéndole previamente que se pusiera una ropa cómoda, que limpiara y ordenara su cuarto, y que rezara con mucha devoción hasta que llegara.

Una vez me di el baño, también me puse ropa cómoda, fácil de sacármela y me dirigí al cuarto de mi prima Vilma con mucha alegría y emoción. Toqué la puerta y ella me abrió rápidamente, diciéndome que le daba cierta vergüenza el hecho que ingresara, pero tranquilizándola mencionándole la misión que haríamos en nombre del señor, me dejó pasar... Una vez dentro del cuarto de mi sacrosanta primita, cerré la puerta, lo que la asustó un poco. Al notar aquello, nuevamente la calmé señalándole que como esta era la primera vez que lo haríamos, de esa manera no permitiríamos que el diablo escapara, y que luego ya no sería necesario.

De inmediato le dije que ahora ambos tendríamos que rezar pidiéndole a Dios que nos diera fuerzas para soportar el sacrificio que haríamos, así como para no caer en la tentación de rebelarle a... alguien el sagrado rito que estábamos a punto de hacer; al decir esto último, mi prima me preguntó porqué no debíamos decirle a nadie más lo que íbamos a hacer, entonces muy calmadamente le expliqué que esto debía ser secreto, solo entre los dos que participaríamos y nuestro señor quien estaría viéndonos desde el cielo; como la noté no muy convencida y es más, ya un poco desconfiada conmigo, le dije en un tono algo molesto, que esto era algo sagrado, que no debía de porqué cuestionar la fé en el señor, que si esto no fuera como le conté, es decir, secreto, entonces todo el mundo estaría hablando de aquello, y así, para terminar de convencerla le dije: “querida primita Vilma, ¿acaso has escuchado alguna vez que alguien te hablara libremente sobre esto, o es más, que alguien te dijera que lo ha hecho con otra persona? –le miré la cara, notándole lo arrepentida que estaba poniéndose, y agregué–”… No, cierto, y nunca escucharás aquello, pues lo contrario es un sacrilegio, un grave pecado ante Dios, y una falta de respeto al prójimo que se sacrifica contigo, sólo nos enteramos de esto porque siempre encontramos a un hermano –se lo dije en el sentido religioso– que está dispuesto al sacrifico que representa meter al diablo en el infierno, verás que mañana más tarde, también tú quizás lleves la salvación a otro hermano… pero creo que no seré yo quien tenga que enseñarte prima, pues te veo con poca fe.”

Terminado de decirle esto, Vilma cayó de rodillas ante mí, pidiendo perdón al señor y pidiéndomelo también a mi por la infundada desconfianza sembrada seguramente por el demonio, y agradeciéndome por haberle revelado la verdad, que hará todo lo que le diga sin cuestionarme nada, que en el nombre de Dios, estaba dispuesta a soportar cualquier sacrificio… así, mi prima ya estaba lista para satisfacer mis más bajas pasiones…

Continuamos rezando y rezando (no se de donde me sacaba tantos pecados, uno tras de otro, situaciones que son cotidianas para todos como lo es el fantasear, así que por cada pecado como ese, solo le decía que debía rezar un padre nuestro y no los cinco o más que los curas suelen pedir en el confesionario, todo para terminar pronto), hasta que le dije que ya era el momento de liberar nuestros cuerpos de la prisión causada por el pecado original cometido por Adán y Eva. Ella quedó desconcertada una vez dije eso, entonces, viéndome que me estaba desabrochando el cinturón, me dijo que por favor le dijera en qué consistía lo de la prisión causada por el pecado original… otra vez comencé a fingir que estaba perdiendo la paciencia y nuevamente dije que ya no era buena idea el continuar con esto con ella pues seguía mostrando poca fe en el señor, a lo que nuevamente me suplicó que por favor se lo enseñara que si no sería la mujer más pecadora e infeliz del mundo. Fingiendo cierto malestar le dije que mejor hiciera todo lo que me viese hacer, hasta que le dijera algo, esto, a fin de no interrumpir con el ritual, agregué.

Proseguí quitándome la ropa, verificando que Vilma hiciese lo mismo, claro que al sacarse cada prenda que tenía, la veía súper avergonzada, extremadamente ruborizada, incluso temblando por instantes. En primer lugar se sacó la blusa, dejándome verle sus bien desarrollados blancos y firmes pechos, tratando de cubrirlos con una mano, consiguiendo solo cubrir sus pezones por instantes; luego se bajó el faldón que llevaba, permitiéndome así ver que tampoco llevaba calzoncito alguno, a pesar que con la otra mano también intentaba cubrirse el lampiño, virginal e inmaculado pubis.

Cuando terminó de desvestirse, evité seguirla viendo y empecé a pensar en cosas nada sexuales, a fin de que el miembro no se me armara aún. Me dirigí al centro de la habitación en donde me arrodillé, para decirle que también se arrodillase junto a mi, pero delante mío. Cerré los ojos y le pedí que nos tomáramos de las manos para seguir orando y pidiendo fuerzas al señor para terminar con éxito el sacrificio. Así con los ojos cerrados, rezamos por largo rato, pero sinceramente yo aprovechaba para verle todo su hermoso, radiante y juvenil cuerpo desnudo, lo que provocó que mi erección se hiciera a plenitud hasta rozar su bajo vientre con mi glande. En este preciso instante ella también abrió sus ojos y le dije que ahora era el momento sagrado… pero mi prima, no pudiendo soportar el asombro y curiosidad, ambos acompañados del natural temor de ver por primera vez la notoria resurrección de la carne, interrumpió mi monólogo, para preguntarme qué era eso tan feo y gracioso que tanto destacaba de entre mis piernas como una palanca y que ella no tenía...

Nuevamente fingí incomodarme, pero haciendo que me contenía dando un fuerte y cínico suspiro, le dije que éste era el diablo que le había mencionado antes, “diablo –cambiando mi tono a uno solemne- que tanto pesar y sufrimiento causaba en mi; pesar y sufrimiento que ahora, por bendición del cielo, tu, primita de mi corazón, me ayudaras a eliminar...” De nuevo no soportó la curiosidad, y me preguntó cómo ella podía hacer aquello, entonces, sobreponiéndome a mi fingida molestia, le expliqué que así como los hombres teníamos al diablo que nos atormentaba desde entre las piernas, las mujeres tenían al infierno en el mismo lugar. Vilma se maravilló y comenzó a mirarse el sexo con mucha curiosidad, de seguro pensando cómo aquel infierno de entre sus piernas castigaría a mi arrogante y maldito diablo; al cabo de unos instantes en que la noté pensativa, dijo en un tono que denotaba alegría por haber encontrado una explicación a interrogantes que antes no tenían respuestas: “¡OH Dios mío, ayúdame a derrotar a este maldito demonio para meterlo en el infierno que tantas tentaciones me ha producido antes!, por favor primo, dime cómo se hace aquello para liberarte de tu pesar y servir a Dios, nuestro señor que está en el cielo”

Le pedí que nos pusiéramos de pié para dirigirnos a su cama –al pararnos y empezar a caminar hacia su cama, mi erecta y venosa pinga se bamboleaba descaradamente, espectáculo del que mi primita no quitaba sus maravillados ojos–, en donde la recosté, haciendo lo mismo a su lado, luego empecé a acariciarla por su cabello y mejillas, viendo que con cada caricia ella se estremecía y temblaba. Después la abracé y junté mi cuerpo con el suyo, aprovechando para besarla delicadamente en el cuello y en sus hombros. Al pasar mis manos por sus glúteos, mi prima protestó diciéndome que esto le parecía algo indecoroso, ante lo que le mostré más amargura que antes, pues estaba atreviéndose a interrumpir el sagrado acto.

Volvió a calmarse dejándome tocarla con más descaro su cuerpo, llegando hasta su pequeño sexo que empezaba a humedecerse por tanto rozamiento que teníamos. Le dije que confiara en mí, y que se dejara hacer, pues teníamos como testigo a Dios, a lo cual consintió. Con mis manos, separé sus brazos extendiéndolos en la cama, y los dejé así para empezar a besar con libertad sus deliciosos y juveniles pechos, magreándolos también con delicadeza.

Veía que se estremecía más y más, y seguí besándola y acariciando hacia abajo. Soltó una pequeña carcajada cuando le besaba el abdomen, diciéndome que le estaba causando un cosquilleo. Le pedí silencio, a lo que obedeció, entonces seguí bajando hasta llegar a su pubis. Tenía las piernas cerradas fuertemente, así que se las abrí delicadamente para dejar al descubierto unos preciosos labios mayores, bien blancos aún, sin ninguna huella de haber sidos tocados por pene alguno, totalmente desprovistos de bellos, y separados por una línea que tenía cierto brillo propio del fluido provocado por la excitación.

Ella me decía que sentía vergüenza de estar así delante de mí, mostrándome sus “partes secretas”, cosa que le dije que era normal, pero que confiara en mí, entonces cerró los ojos y yo empecé a besarle las piernas una a una hasta acercarme a su sexo lentamente, terminando con un largo y apasionado beso en el que disfruté de sus juveniles líquidos así como de su inexplorada vulva de niña mujer. Luego comencé a lamérselo descaradamente hasta descubrirle su pequeño clítoris rosadito oculto debajo de sus apretaditos labios mayores, los cuales abrí con mis dedos, clítoris con el cual me ensañé con mucha satisfacción lamiéndolo y chupándolo a mi antojo, primero lentamente, y luego aceleradamente, al ritmo de su respiración.

Con cada lenguaza que le daba, ella se estremecía y arqueaba con más fuerza, hasta empezar a gemir de placer, entonces dijo entre gemidos: “Primo de mi corazón, si esto es meter el diablo en el infierno, te digo que realmente es lo más bello y dulce del mundo servir así a nuestro señor Dios…” entonces le dije que comenzara a rezar en voz alta, agradeciéndole a Dios por aquella satisfacción (en verdad resulta muy placentero y enfermo hacer lo que hacía mientras ella oraba agitadamente, se los recomiendo, es una buena alternativa a las lisuras), y que eso no era todo, que mi diablo aún no había entrado al infierno –que ella tenía entre sus piernas y al cual estaba preparando para que todo sea más fácil–; ante esto, seguramente dominada por el placer, me dijo que lo hiciera de inmediato sin sospechar que este asunto no es nada fácil ni tan rico para la mujer –al menos la primera vez–, y yo, con la firme idea de disfrutar de ella aún más y para predisponerla a ser penetrada, le dije que antes de meter al diablo en el infierno, primero deberíamos intentar por otra forma quitarle la soberbia al diablo, entonces le pedí que siguiera recostada, rezando, pero ahora de costadito, de espaldas a mi, abriendo la pierna que quedaba encima de la otra.

Rápidamente se puso en la posición que le indiqué y yo me acomodé de forma que mi pene pudiera estar entre sus piernas; hecho esto, me moví logrando sobar con el cuerpo de mi pinga, todo el largo de su lubricada vulva, para empezar a moverlo cual parabrisas sobre su vulva, lo que luego ella misma sujetó con una de sus manos y comenzó a masturbarse diciendo: “... muere maldito diablo, por el amor de Dios... toma tu castigo... que rico, ohh, virgen María, dame fuerzas para derrotar a este diablo...”

Luego de un rato, en el que ella nos masturbaba a los dos de aquella forma, le ordené que cerrara sus piernas entorno al diablo, presionándolo de forma como si lo quisiera aplastar para que se asfixiara. En esa posición estuvimos sobándonos por largo rato, momentos en los que disfruté de la perspectiva que tenía al verla así delante de mí, magreándole sus senos y recorriendo todo el resto de su cuerpo con mi mano libre. Después, pidiéndole que no dejara escapar al diablo atrapado entre sus piernas, la acomodé sobre mi, de forma que ahora ella estuviese arriba, pero de espaldas a mi, posición esta en la que ahora si la manoseaba a voluntad con ambas manos, sin dejar de mover mis caderas en un sacrílego mete y saca que encontraba eco en la juveniles caderas de mi hermosa e ingenua prima Vilma.

A cada rato, mi prima me pedía que le dijera si ya la soberbia se le había quitado al diablo, a lo que le respondía que aún no, hasta que después de unas 6 veces que me repitió lo mismo, le dije que esto no era suficiente, que sería necesario meterlo y consumar el acto; le pregunté si estaba lista y segura, y dijo que si, que lo deseaba desde el fondo de su corazón, pues sentía un voraz fuego en su vientre que la quemaba y atormentaba al desear tener aquel maldito y duro demonio dentro entre sus piernas. Ni tonto ni perezoso, accedí a volver realidad su ingenuo y desesperado deseo. Me erguí ante ella, a quien volví a poner boca arriba, le separé las piernas con mucha serenidad –superando la pequeña y natural resistencia de muchachita virgen y avergonzada, pues apenas me había levantado y dejado de sujetarle los muslos, volvió a juntarlas–, diciéndole que debía dejarlas así, y agarrándome el pene para blandirlo delante suyo, cual espada sagrada con la que me disponía a darle una mortal estocada, lo dirigí hasta la parte inferior de su pequeña, pero ya ruborizada –por tanto rozamiento con mi verga–, brillante y húmeda vulva; con la otra mano libre, le abrí sus suaves y esponjosos labios mayores y comencé a introducirle mi lujurioso, pecaminoso, gordo y cabezón miembro viril dentro del pequeño, angosto, inexplorado e inocente agujerito que asomaba tímidamente en la parte inferior de entre sus delgados labios menores.

Ella apoyándose con sus manos abiertas y sus brazos estirados desde la cama, miraba con mucha curiosidad la interesante y nunca antes vista por ella, “zona de la acción”, noté que sentía mucho temor al ver como mi enorme diablo venoso, grueso, rojo y cabezón, tal cual cuerno endemoniado, empezaba a introducirse en ella, por lo que se lo hice lentamente. Aún no había terminado de meterle la cabeza, sentí cierta resistencia desde dentro, siendo esto de seguro la natural oposición del himen aún no perforado, posponiendo por el momento la penetración a cambio de acariciarle con el glande la entrada vaginal, dando pequeños empujoncitos de rato en rato, mezclando sus transparentes fluidos sexuales con los míos y decidiendo tomar más precaución a fin de no hacerle tan dolorosa la experiencia, y así, más bien le pedí que se tocase con una de sus manos el sexo, de forma que acariciara su clítoris y toda la zona circundante al coito, que le fuera posible con sus pequeños y delgados dedos aún infantiles, y así lo hizo, y si bien ya me había sorprendido el como me había agarrado la verga antes, me vi sorprendido por la dedicación que le dio a este asunto, lo cual me hizo sospechar que mi prima ya se masturbaba a esa edad, pensando que de seguro por eso ahora se suele encerrar en su habitación, y que precisamente de aquello provenían los gemidos que le escuchara días antes.

Siempre con la intención de darle más confianza para superar cualquier temor que tuviese, pero alimentando mi morbosidad hacia ella, le comenté que lo de acariciarse aquella parte lo hacía muy bien, preguntándole que cómo había descubierto esto. Me dijo que un día por accidente se tocó esa zona y sintió un cosquilleo muy agradable por lo que continuó con el mismo en su cuarto, pero que llegado hasta cierto momento en el que se sentía muchísimo mejor, de pronto, al dejar de sentirlo, empezaba a experimentar mucha culpa, lo cual le hacía infeliz y que a todo esto, ahora también estaba sintiendo el mismo agradable cosquilleo, incluso más intenso que antes, y que no quería que terminara en la misma tristeza.

Le dije que esa culpa que sintió fue porque su infierno no había albergado demonio alguno, pero que aquello de todas formas era bueno, pues la preparaba para un momento como este. Se alegró al escuchar tal dulce e infantil ridiculez y me alentó a que continuase, que más bien de una buena vez metiera todo ese maldito demonio dentro de su tormentoso infierno que lo llamaba con desesperación para castigarlo en su interior. Con más confianza ya, decidí presionar con más fuerza hasta que por fin, sentí que mi glande perforaba algo que de pronto empezó a ceder, instante preciso en que justo mi prima también emitió un fuerte alarido, sujetando firmemente mi pene con la mano con la que estaba masturbándose para que no continuase ingresando en ella, por lo que también me detuve de seguir metiéndoselo, para así calmarla con la intención de reanudar luego, la total toma de su sitiada, abierta y ya desvirgada entrada vaginal de mi dulce y angelical primita, a la cual estaba mancillando con mi blasfema y placentera mentira.

El pequeño grito, seguido de lastimeros quejidos, y de una gotita de sangre que empezó a salir de su vagina, en lugar de hacerme reflexionar y sentir lástima y arrepentimiento por lo que estaba ocurriendo, me afectó de forma diametralmente opuesta, y lo digo porque no mucho después de detenerme y a pesar que llegué a pensar en esperar un poco más para seguir perforándola, para luego bombearla vilmente, logré retirarle su mano de mi grueso miembro, me eché sobre ella, abrazándola con fuerza para evitar que pudiera resistirse, abrí mis piernas de forma que también impidieran que ella pudiera cerrar las suyas y continué metiéndole mi dura verga poco a poco, a pesar de sus desesperadas súplicas para no continuar con el sagrado y malverso ritual, las mismas que eran acompañadas de inútiles empujones y de arañazos que soportaba en mi espalda, súplicas que contestaba diciéndole que así era siempre la primera vez, y esto porque fue Eva quien se dejó engañar por la serpiente al comer la fruta prohibida y también porque fue ella, o sea la mujer, quien había convidado a su inocente esposo Adán… “del pobre y traicionado Adán...” y con esta explicación, también llegué hasta lo más profundo de su angosta y pequeña vagina de niña casi mujer, al haberle introducido totalmente mi pinga con la que disfrutaba de la calentura y suavidad de sus delicadas e invadidas entrañas.

Así me quedé dentro de ella sin moverme por largo rato, hasta que mi pequeña prima se acostumbrara al duro y grueso inquilino de 20 cm. que tenía clavado entre sus delgadas piernas, lo cual noté al escucharle cada vez menos quejarse por el dolor. Le pregunté si se sentía mejor ahora, lo que me respondió que el dolor ya no era muy intenso, pero que sentía palpitarle el atormentado infierno, agregando luego de una pequeña pausa en que estuvimos callados mirándonos, que verdaderamente el tormento causado por aquel desgraciado y maldito demonio debía de ser bastante duro para los pobres hombres, y mi prima decía esto debido a que ella ahora tenía tanto pesar por tenerlo entre sus piernas... entre sus nunca antes vejadas paredes vaginales, “...aunque inicialmente fue muy agradable primito...”, me dijo.

Notando que Vilmita ya estaba más tranquila y relajada, pues incluso empezó a preguntarme si también me dolía a mi, todo porque también me escuchaba gemir a medida que entraba el maldito demonio; le contesté que el dolor sentido por ella también lo sentía yo, y luego empecé a animarla para que continuase rezando y así, con más seguridad, comencé lentamente a bombearla, aumentando gradualmente la velocidad y la fuerza de mis embestidas, volviendo a reducirlas, al verla que estaba sufriendo más por el dolor, que estar también gozando como yo de placer.

Así estuvimos por un largo rato, quizás todo el resto de la mañana y siempre en la pose del misionero, aumentando la intensidad para volverla a reducir, intervalos en los que mi ingenua prima me preguntaba si ya el diablo había sido lo suficientemente castigado, pues el infierno en lugar de castigador, parecía más el castigado, a lo que le decía que aún faltaba para que el maldito demonio nos dejara en paz.

Entre éstos y otros no muy distintos razonamientos estábamos copulando los dos, hasta que en una de las partes veloces, sentí que el momento del completo desembarque de mi ejército seminal dentro de sus sitiadas e invadidas entrañas, estaba más y más cercano, por lo que le dije que muy pronto el demonio empezaría a suplicar piedad por tanto castigo ahí dentro del infierno, súplicas que sentiría como fuertes espasmos del demonio encerrado, conjuntamente con varias corrientes espesas y calientes que llenarían por completo su vientre hasta desbordar de la unión de nuestras carnes, cosa que, al contrario de todo lo anterior, sentiría muy bello y divino: “… tan divino primita, que incluso sentirás que has tocado al mismo cielo, y querrás… querrás…” no pude terminar de decirle que después querrá más súplicas en su infierno, pues comencé a eyacular dentro de ella una gran cantidad de espeso y tibio esperma, tanto que incluso llegó a rebalsarse de su recién desflorada vagina, empapando mis testículos y manchando la cama de semen y de un poquito de la sangre vertida por la desfloración; pero valgan verdades, no llegué a disfrutarlo como me lo esperaba en un inicio, esto, por tener que estar demasiado concentrado en explicarle cada paso, así como por tener que ser lo necesariamente paciente y comprensivo a fin de no traumatizarla en su primera relación sexual... Cuando logré recuperarme del todo de mi orgasmo, le expliqué que ahora sí, su infierno le había castigado ejemplarmente a mi diablo, el cual ya se había quedado sin una sola gota de caliente, espesa y olorosa soberbia en la cabeza, misma que apagaría por el momento las llamas en su vientre. La besé en la frente y en las mejillas con mucho cariño, diciéndole que lo habíamos hecho muy bien, que nuestro señor de seguro estaría muy complacido con nuestro humilde sacrificio por demostrarle nuestra... devoción.

Me quedé sobre ella, pero dejándola de abrazarla, con mis codos me apoyé en la cama, de forma que no dejaba caer todo mi peso sobre su frágil pecho, sólo mantenía mi abdomen sobre el suyo de forma que mis caderas seguían atrapadas entre sus muslos que ya habían aflojado la fuerte presión que ejercían sobre mí durante el reciente frenético bombeo a su jugosita y angelical entrepierna. Sus delgados brazos, los que por encima de mis hombros colgaban de mi cuello, los dejó caer sobre su almohada, quedando ambos abiertos, rendidas por el fragor de la batalla por castigar al diablo. Pude notar que su respiración volvía poco a poco a la normalidad al igual que la mía y que empezaba a dormirse al igual que yo...

Cuando desperté al cabo de un rato, mi primita me daba golpecitos en mi espalda, diciéndome que no podía respirar debido a que estaba sobre ella presionando sus pechos. De inmediato volví a apoyarme en mis codos lo que permitió que ella diera una gran bocanada de aire y luego me dijo que necesitaba ir al baño pues quería miccionar. Me incorporé dejándome caer a su lado, boca arriba, pero al hacerlo, sentí cómo mi flácido miembro resbalaba fácilmente fuera de su vagina, comenzando a sentir aquel frío desagradable por la separación de nuestros cuerpos.

Ella, antes de dirigirse al cuarto de baño, se miró y tocó la entrepierna, para luego oler el aroma de mi viscoso y lechoso semen mezclado con sus fluidos y sangre que resbalaban por su vulva y muslos desde la entrada vaginal; hizo un gesto de asco y repulsión, entonces le dije que aquello era la soberbia de mi castigado diablo y que no se preocupara por la pequeña cantidad de sangre que había, pues era normal en la primera vez que se metía al diablo en el infierno; también le dije que cambiara la sábana de su cama para lavarla juntos más tarde y que luego se diera un buen baño para después descansar orando y pensando en la maravillosa obra que habíamos hecho en nombre del señor, cosa que también supuestamente haría yo, pero ya en mi habitación.

Antes de dejarla, previniendo que mi prima pudiera quedar embarazada de mí, saqué del bolsillo de mi pantalón, tres pastillas anticonceptivas de emergencia a fin que las tomara de acuerdo a las instrucciones que le di, las cuales había comprado días antes. Claro que no le dije la verdadera razón de porqué debía tomarlas, en cambio le referí que eran vitaminas para que rápidamente recuperara sus fuerzas.

Con tanto agotamiento, no llegamos a almorzar, viéndonos de nuevo recién para la cena, en la que me dijo que ya no sentía mucha molestia en su infierno, que más bien pensaba mucho en volver a realizar el rito, que quería sentir más y más soberbia del diablo en su infierno, que quería saber cuándo lo volveríamos a meter, entre otras cosas relacionadas, todas las cuales me calentaron mucho, pero haciendo un esfuerzo, respondí que era mejor esperar hasta que estuviera mejor, con lo que mi prima se mostró algo decepcionada y contrariada pues también me dijo que de todas formas le daba un poco de miedo.

Si bien fui yo quien propuse esperar, a la mañana siguiente, después de estar soñando toda la noche con ella entre mis brazos poseyéndola de mil y un formas, desperté con una de aquellas admirables erecciones matutinas que solemos tener los hombres, pero con una sola idea en la mente: hacérselo nuevamente. De esta forma, empujado con tales pensamientos, aparecí frente a la puerta de su cuarto, para llamarla a fin de volver a hacerlo lo más pronto posible.

Al abrirme, se mostró sorprendida y un poco renuente a acceder a mis convites, pero luego de exponerle mis contundentes argumentos (el cual consistió básicamente en bajarme el pantalón y mostrarle mi cornamenta, al diablo resucitado), aceptó, tal y como acepta el mártir un sacrificio que nadie quiere asumir. La llevé hasta la cama, donde nuevamente la empecé a desnudar, para de inmediato desnudarme también y acostarme a su lado, iniciando los reglamentarios tocamientos preparatorios. No muy convencida me dijo que debíamos darnos un duchazo, pero yo, pensando más con la cabeza del diablo que con la mía, le dije que ya no era obligatorio hacerlo siempre después de la primera vez, además que podíamos hacerlo en cualquier lugar siempre que estuviéramos solos y otras canalladas más dictadas por mi demonio.

Para mi alegría, esta ves, ella ya no era la misma temerosa y adolorida muchacha del día de ayer, sino que incluso empezó a disfrutarlo, hecho que motivó que estuviéramos copulando toda la mañana, tiempo en el que su infierno le sacó –después de muchas posturas practicadas– cuatro veces la soberbia al diablo, quedando ambos bien servidos hasta el día siguiente en el que nuevamente volví a tomar la iniciativa, y así pasamos teniendo relaciones sexuales toda la semana y ya no solo en la mañana, pues la soberbia le sobrevenía al diablo también hasta el almuerzo, en la tarde, y a veces incluso durante toda la noche.

Llegamos a lavar varias sábanas el fin de semana, y también llegamos a lavar varios cojines de los muebles de la sala, pequeño esfuerzo este que tenía para los dos una gran recompensa, aunque lo malo era que así se me acumulaba mucho el trabajo de todo el día, labores en las que ya no me quería ayudar mi dulce e ingenua primita, pues prefería castigar al demonio, que evitarme el castigo físico.

Había pasado más de una semana, quedando ahora sólo una para que llegaran mis tíos, pero en esta última, las cosas empezaron a ser distintas. A pesar que, previendo el final del cuento narrado en el Decamerón, había tomado ciertas precauciones, como alimentarme mejor y ordenarme en las labores a fin que sean lo menos extenuantes posibles –esto último fue un poco accidentado por los motivos que seguidamente les contaré: Ahora yo no era el único que tenía la iniciativa de castigar al maldito demonio encerrándolo en el infierno, sino que mi pequeña primita, ¡sí, mi angelical primita! empezaba a buscarme argumentando que deseaba mucho ayudarme a quitarme el sufrimiento de cargar con aquel majadero demonio, que deseaba mucho servir a nuestro señor, sugerencias que al comienzo disfrutaba, pero que luego ya no, pues prácticamente si hubiese sido solo por ella, todo el día hubiésemos estado sirviendo al señor.

Pues bien, esta tendencia fue en aumento, tanto que incluso ya el último día que teníamos para estar solos en la casa, mi dulce prima, ante mi primera negativa, en todos los días, de castigar al demonio, llegó a rogarme que así como ella me había ayudado a terminar con el tormento producido por mi diablo, ahora yo tenía que ayudarle a acabar con la amargura que sentía desde su infierno por no tenerle dentro, que le ayudase a apagar el fuego infernal que ardía muy lastimeramente en sus entrañas cada vez con más fuerza, en la creencia que mi “soberbio-semen” –cada vez más aguado y escaso– le apagaría aquel incendio –cada vez más voraz e incontrolable. Realmente no pensé llegar a aquel extremo, pero así con todo, intenté satisfacer su creciente apetito sexual oculto tras una falsa obra divina, intento que para el atardecer ya era inútil, pues el diablo no lograba sostener erguida su cabeza, recibiendo quejas, desprecio y el rencor de mi prima.

Al igual que en el cuento, le dije que ya el diablo estaba lo suficiente castigado y que el pobre, le había rogado a Dios a fin de no seguir recibiendo tan cruel castigo, argumento muy convincente que la calmó de seguirme acosando en la noche.

Al día siguiente, ahora era ella quien fue a buscarme desesperadamente para volverme a solicitar mi participación en el rito, revelándome que toda la noche había tenido visiones en donde muchos diablos se ensañaban con todo su cuerpo, pero que lograba derrotarlos metiéndolos en su infierno, y que incluso les sacaba toda esa soberbia usando sus manos, su boca, incluso su arrugado agujerito de atrás, insistiéndome que aquello era un aviso de Dios para que continuemos castigando al diablo, que el señor no lo había perdonado, que su castigo era eterno… viéndola tan ansiosa, y excitado por lo que me decía, tuve que acceder a sus requerimientos hasta media hora antes que llegaran sus padres.

Volví a repetirle que lo que hacíamos era algo secreto, tan igual a como lo hacían todos, no teniendo que contárselo a nadie, ni a sus padres, ni a su confesor, pues el único testigo en este caso, era Dios, y que sea paciente, pues volveríamos a hacerlo cuando estuviéramos solos en casa.

Planteadas las cosas de esa manera, terminé mis vacaciones en la casa de Vilma, con mucha alegría, esto, debido a que ya estaba muy hastiado de tener tanto sexo con mi prima, a quien dejé recomendándole que lo sucedido debía ser un secreto a fin de no pecar gravemente, pero que no se preocupase, pues más adelante encontraría más diablos para meterlos al infierno, teniendo mucho cuidado en escoger con quiénes lo haría, pues uno de ellos llegaría a ser un hombre muy especial, uno que lo acompañase toda la vida y con quién se casaría; al decir esto último, me replicó algo preocupada que no llegaría a casarse, pues sería monja y que siempre me tendría presente por haberle enseñado cosas maravillosas, a lo que respondí un poco desconcertado y contrariado, algo estúpido –y es que hay momentos en que todos decimos tonterías, quedando muy lejos al ideal que nos muestran los diálogos de las películas- y entonces le dije que tampoco tendría que preocuparse, pues los curas seguramente le pedirían su ayuda a fin de cumplir con el sagrado rito.

El último día que me quedé en casa de mis tíos, Vilma me visitó en la madrugada he hicimos el amor en silencio... si, ya no era solo sexo, si no que ambos nos decíamos muy bajito que nos extrañaríamos, que siempre pensaríamos el uno en el otro... Me dio mucha pena en el terminal, pues así como me recibió cuando llegué, también estuvo para despedirme, pero ahora más atenta, incluso llorando abrazada a su madre que la consolaba dejándola apoyar su cabeza entre sus hermosos y muy apetitosos pechos… que no despertaban en mi la lujuria y morbo de antes, pues ya sólo tenía ojos para mi primita... no estaba seguro de lo que mi corazón empezaba a sentir, pero debía dejarla, pues después de todo, era mi prima hermana, y lo que había hecho con ella estaba duramente condenado, tanto por la sociedad, como por la justicia...
 

bakloc0

Virgen
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Buenisimo relato, al final creo que el diablo ha encontrado su castigo al restringirse su amado infierno!!
 

avac

Virgen
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que buen relato pero me gusto una buena historia
 

buodrack

Virgen
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grandiosa historia y que gran final el hecho del que el demonio no pudiera estar en el cielo infernal que amo ese pensar en el futuro del pequeño angel que lo salvo
 

echv

Virgen
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Uno de los mejores, esta en otro foro
 

yesod2006

Pajillero
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Nuevamente...:thumbsup:puedo decir que estupendo relato...que buen trabajo hiciste...felicidades.
 

Sexolo.

Virgen
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Hola, el relato fue bueno, pero no has sido muy literario como dices serlo, pues as sido muy disparatado en muchas palabras, al repetir su sinónimos en diferentes formas, para decir ser literario deberías serlo de verdad y no redundar tanto en lo dicho....
De lo demás la historia es buena y es muy bueno tener primitas así que lo amen mucho a uno, felicitaciones....
 
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