Mi Niño ha Crecido

heranlu

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Me divorcié de mi primera pareja, el padre de mi hijo, cuando él tenía dos añitos. No volví a tener pareja estable hasta muchos años después, y cuando recientemente decidimos vivir juntos mi hijo ya había alcanzado los 19 años, por lo que todo ese tiempo vivimos él y yo solos. Jamás llevé a ningún hombre a mi casa estando él allí, evitando molestias y posibles celos.

En la temporada que viví sola me dedicaba a mi hijo y mi trabajo, probando alguna vez algún príncipe azul, que enseguida se convertía en rana, y solamente volviendo a tener relaciones estables durante una larga temporada con un hombre, también relacionado con el amor filial, pero esa es otra historia que relataré en otro momento.

En nuestra casa jamás ha existido pudor entre los dos. Habitualmente dormíamos juntos, y el andar ligeros de ropa en verano era algo habitual. Él siempre iba en bóxer y yo en braguitas y camisetas de tirantes, y en los días de mucho calor por mi parte solo llevaba un tanga y nada más, con los pechos expuestos al aire.

A la hora de la ducha nunca se cerraba la puerta, y si alguno tenía que salir desnudo a por una toalla o ropa olvidada se hacía con naturalidad, hasta que llegó su adolescencia.

A partir de ahí, siempre que se cambiaba de ropa o se duchaba cerraba la puerta y no permitía que entrase, y cuando salía lo hacía vestido o se ocultaba tras una toalla… era evidente que mi niño había crecido.

Llegado ese punto, nunca permitió que lo viera desnudo. Estaba creciendo bastante y entiendo que le daba apuro que viera su cambio físico. Más pelo dónde antes no existía, voz grave, atracciones totalmente incomprensibles para él, sexo más grande... por su parte comenzó a bajar la cabeza cuando nos cruzábamos por el pasillo y yo iba semi desnuda, lanzando furtivas y rapidísimas miradas a mis pechos y mi trasero, que él pensaba eran discretas, a la vez que su rostro enrojecía. Esas miradas ya no eran tan inocentes, añadiendo un componente de curiosidad y lascivia.

Enseguida llegué a la conclusión que la mejor manera de no violentarlo era vestir de manera algo más recatada, es decir, por mucho calor que hiciera volver a utilizar mis cómodos pantalones cortos y mis habituales camisetas de tirantes. Esta nueva actitud de cubrirme más en su presencia me la hizo notar en alguna ocasión, respondiéndole que ya no era un niño y no veía motivo para mostrar demás delante de él. Su reacción era encogerse de hombros contestando que por su parte no había problema, ya que siempre había sido así. Una noche no pude contenerme y le respondí que si no existía tal problema ¿por qué el si se ocultaba de mi? ofreciéndome como contestación un rostro rojo como un tomate y al tiempo que bajaba la mirada dijo: «es que me da vergüenza».

Por mi parte, en vez de parar y dejarlo en ese punto como buena madre, pues sabía el motivo perfectamente, le insistí preguntándole la razón de su vergüenza, ya que hasta ahora nunca supuso ningún problema, según sus palabras. Le expliqué que son procesos normales cuando uno cambia de niño a adulto, ya que a su edad eran habituales todas esas transformaciones, y que si tenía alguna duda prefería que me lo contara a mi a obtener conclusiones equivocadas preguntando a algún amigo. Respondió que le seguía dando mucho apuro, pero que intentaría hablar conmigo si le surgía alguna duda. Yo le insistí en que si quería hablar de sus cambios o incluso de sexo, quién mejor que yo para ilustrarlo. Corté el discurso por que su rostro estaba transformándose del rojo al morado. Siempre había sido muy retraído al nombrar la palabra "sexo". La conversación se quedó ahí, y no volvimos a incidir en el tema.

A partir de ahí la relación se desarrolló de manera normal, hasta que llegó a su mayoría de edad. Sus habituales y cariñosas caricias se transformaron. De alguna eventual y tierna palmada en mi culo pasó a una fuerte cachetada seguida de una caricia, larga y sostenida, sobándomelo; cuando me sorprendía abrazándome por detrás para darme un tierno beso en la cara, no perdía ocasión de agarrar mis pechos, amasándolos por un buen rato al tiempo que me obsequiaba con besos en el cuello, hasta que yo cortaba pacientemente esa escena; o un beso, que comenzó a ser habitual girar su cara cuando me daba dos besos para aplicarme uno en los labios, acto que se formalizó cuando nos despedíamos o reencontrábamos a solas, convirtiéndose en un largo "pico" en los labios.

Su primera novia en varias ocasiones le hizo ver que esos tocamientos con su madre no eran normales, ya que pasaban del cariño a lo puramente sexual, reprochándoselo y poniéndose muy celosa de mi, ya que si bien ocurrían en privado y de una manera mucho más inocente, o eso creía yo, cuando él estaba alegre por cualquier cuestión se deshinibía totalmente, y le daba igual quién estaba presente. Al día siguiente de una de esas escenas, llegó a casa llorando, contándome que la chica había cortado la relación. Es cierto que al estar acostumbrada ni me había percatado, o no quería darme cuenta, más bien, pero si es cierto que la chica llevaba razón. Ese día si que se había pasado, y lo peor, yo fui la responsable por no detenerlo a tiempo. Nos pasamos los dos. La escena ocurrió como solía ser habitual entre él y yo, pero ese día fue un paso más allá. ¡¿Que digo uno?! ¡Cien!

Para su 18 cumpleaños (en otro relato describiré lo que sucedió el día de su cumpleaños y que posiblemente propició su comportamiento) le había regalado dos entradas para un concierto de su grupo favorito. Faltaban casi dos meses para el mismo, pero me lo agradeció como nunca, con besos y abrazos. Le hizo verdadera ilusión. Llegó el día, y al venir del concierto, alegres y casi eufóricos, diría que incluso algo bebidos, al entrar en casa me llamó, gritándole que estaba en la cocina preparándoles la cena, ya que con el extractor de humos no oía nada. Yo tenía en una mano agarrada una sartén y con la otra una espumadera, vestida con mi habitual "uniforme" de verano, como siempre sin ropa interior, cuando me regaló un asfixiante abrazo por detrás y me dio un beso en la cara diciendo que me quería. Yo le contesté de la misma manera al tiempo que le preguntaba si lo habían pasado bien.

Estaba claro que andando por allí su novia supuse que todo quedaría en eso, diciendo: «lo he pasado como nunca. Esta te la tengo que pagar». Para mi sorpresa, en vez de su habitual palmada, metió su mano por dentro de mi corto pantalón, sobándome bien el culo desnudo mientras me susurraba al oido lo increíblemente lo duro que lo tenía. Movía tanto la mano que rozaba esporádicamente con sus dedos mi ano, y al sentirlo, quedé totalmente paralizada, sorprendida y sin articular palabra, situación que lo llevó a "envalentonarse" todavía más ante mi silencio, aprovechando para seguir bajando hasta acariciar un poco mi sexo por detrás. En vez de detenerlo inmediatamente, yo seguía inmóvil sin creer lo que estaba sucediendo. Pero cuando en cuanto noté que buscaba mi agujero con intención de penetrarme con uno de sus dedos el coño, mientras que ya tenía introducido parte de su pulgar en mi culo, lo detuve brusca e inmediatamente. Jamás se había atrevido a traspasar la barrera de la ropa, ya que siempre lo hacía por encima de ella, pero el hecho de rozar y juguetear con mis genitales, pasaba de castaño oscuro. Esto era nuevo para él y para mi.

Le grité: «¡no te pases!», al tiempo que solté la sartén y agarré su brazo para sacar su mano de mi pantalón. Continué, esta vez casi susurrando: «¿es qué no te das cuenta de que está aquí tu novia y puede entrar en cualquier momento?», al tiempo que me giraba mirando hacia la puerta de la cocina, donde por suerte no había nadie. Me pidió perdón y me dio la razón, pero no me soltaba. Pensándolo fríamente más tarde, me turbó muchísimo mi actitud de preocuparme más en si nos "pillaba" su novia que en el hecho de que mi hijo estuviera con sus dedos en mi sexo intentando masturbarme...

Él seguía fuertemente abrazado a mi espalda, aprovechando para volver al ataque, esta vez agarrándome los dos pechos por encima de la camiseta, comenzando a amasarlos, sujetando de repente mis pezones cuando comenzó a acariciarlos con dos dedos cada uno. No os voy a engañar cuando os digo que los tenía totalmente erectos y duros como piedras, y aún por encima de la camiseta los podía agarrar perfectamente. Me gustaba con que delicadeza los acariciaba, pero al tiempo que lo hacía comenzó a frotarse en mi culo, sintiendo su ya prominente erección, instante en el que empezó a besarme y darme suaves mordiscos e el cuello, mientras susurraba que me amaba. Decía: «mamá, te amo mas que a nadie en este mundo». Si, se que suena a tópico, pero que me besen el cuello me derrite y hace que me olvide de todo, sobre todo unido a sus palabras, haciendo que me olvidara de nuestra relación.

Le dije que por favor se detuviera, pero en vez de obedecerme, soltó un segundo mis pechos e introdujo sus dos manos por ambas partes de mi camiseta, comenzando a sobarme de nuevo, pero esta vez ya desnudos bajo la misma, en esta ocasión retorciendo cada vez más fuerte mis pezones. Le volví a suplicar que parara, pero cómo iba a obedecerme si yo misma estaba poniendo mi culo en pompa acercándolo y frotándolo más fuerte contra su polla mientras él hacía el gesto de intentar penetrarme. La sentía grande y dura como una piedra, obligándome a no soltar los útiles de cocina para no echar mi mano hacia atrás y tocarla, por primera vez en muchos años, desesperada por ver su cambio. Tenía muchas ganas de saber como había crecido desde que se ocultaba de mi.

Me encontraba inmersa en un trance. Todo estaba transcurriendo en segundos, pero de una manera tan rápida, inesperada, abrumadora y morbosa que mi cuerpo solo quería dejarse llevar. Yo seguía "agarrada" a los útiles de cocina, como si algo me impidiera soltarlos para no caerme. No quería soltarlos. Necesitaba que siguiera.

De repente, soltó mi pecho derecho para bajar su mano hasta mi vientre, mientras seguía con su mano izquierda jugueteando con mi pezón. Le consentí. Ya no le suplicaba que se detuviera. Simplemente me dejé llevar. Sin titubear, bajó su mano para volver a introducirla en mi pantalón hasta llegar a mi monte de Venus. Jugueteó un par vueltas con mi poco vello, para enseguida buscar mis labios. En ese punto ya me encontraba totalmente lubricada, al tiempo que mi respiración se convertían en tímidos jadeos. Abrió, no diré con maestría pero si hábilmente para su edad los mismos, encontrándose inmediatamente con mi clítoris, ya erecto, acariciándolo con suaves círculos, mientras que ya pellizcaba fuertemente mi pezón. Solté inmediatamente, esta vez si, lo que sujetaba para llevar mi mano hasta su pene. Lo rocé por encima de su pantalón. Estaba increíblemente duro; pocas veces sentí una polla tan dura por mi causa. Se lo agarraba fuertemente, lo frotaba de arriba hacia abajo, bajaba mi mano para sentir hasta sus testículos... quería sentirlo en su totalidad.

La cordura volvió a mi cabeza como un golpe de realidad cuando me susurró: «te deseo. Quiero estar dentro de ti». En ese instante me "desperté" del trance, quitándomelo de encima y deteniendo aquel lascivo e incestuoso abrazo. Todo esto transcurrió en poco menos que un par de minutos, no penséis que nos recreamos durante mucho tiempo. Pero ya era tarde. La chica estaba en la puerta, mirándonos con cara entre sorpresa y asco. Sin decir palabra, rompió a llorar y salió corriendo de allí. Normal por otra parte.

No podía imaginar que me había llevado a dejarme hacer todo aquello. Dejar que me sobara y casi penetrara mi hijo de esa manera, a dejar que me masturbara, y peor aún, a incentivarlo frotando mi culo contra su pene para luego tocarlo. Estaba claro que la culpa era mía por no haberlo parado al instante, pero por otra parte también le vino a el bien la lección. Si tenía pretensiones de algo, mejor hazlo en privado. Lo que más me perturbaba de todo era el hecho de que lo estaba disfrutando, aunque fueran unos segundos ¿Si no hubiera estado la chica, le habría dejado seguir? Y en ese caso ¿hasta dónde?

Como os he comentado, cuando mi hijo llegó llorando por la ruptura con su novia, lo único que hice fue consolarlo. Nos sentamos en el sofá y lo abracé, mientras él no paraba de repetir que no lo entendía. Después de un rato, cuando se calmó un poco, comencé a hablar. Intenté ser lo más suave posible, pero le hice ver que nuestra escena en la cocina para la mayoría de las personas era pertubadora al ser madre e hijo, y que gran parte de la culpa era mía por permitirlo. Una cosa eran los roces cariñosos que siempre habíamos mantenido, pero otra la subida de intensidad que ya mostraba. Le hice ver que a mi no me molestaban cuando nos encontrábamos a solas, pero el último "abrazo", había traspasado todas las barreras. Era otra cosa radicalmente distinta

Él me contestó que llevaba razón, pidiéndome disculpas, pero lo que más le preocupaba era si me había molestado y si nuestra relación cambiaría a partir de ahora. Le dije que en absoluto. Pasó y ya está, fruto quizás de alguna copa demás en el concierto, cuando me respondió: «los borrachos y los niños dicen la verdad». Me encogí de hombros y le contesté: «bueno, quizás también dicen cosas de las que luego se arrepienten por que no lo sienten de verdad», contestándome que en su caso no se arrepentía en absoluto, ya que absolutamente todo lo que me dijo era verdad.

Esta vez no bajó la cabeza. Me miró fijamente a los ojos mientras lo decía. Me entró pánico continuar la conversación. ¿Entiendo que era cierto que me amaba más que a nadie, y lo peor, que me deseaba como mujer? No pude preguntarle. Me hice la "loca" y simplemente lo abracé, diciéndole que ya había pasado todo y lo único que quedaba era ir a mejor. Le dije que se diera una ducha y se marchara a descansar, que mañana sería otro día, y así lo hizo.

Por mi parte me quedé un rato a solas en el sofá intentando procesarlo todo, pensando fríamente en aquello, y por qué no lo detuve inmediatamente, llegué a la conclusión de que no lo hice por que me estaba agradando. ¿Cómo era posible? ¡¿Si era mi hijo?! Pero y si era verdad que me deseaba ¿lo hacía como mujer o como madre? ¿Estaba confundiendo sus sentimientos? Andaba absorta en mis divagaciones cuando escuché el sonido de un whatsapp. Era de su reciente ex novia, y decía: "tu hijo te ama. Follatelo de una puta vez a ver si empezais una tortuosa relacion que acabe como el culo. Os deseo lo peor, cerdos".

Era lógico. Realmente no me sorprendió. Intenté responderle pero en cuanto observó que había leído su mensaje me bloqueó. Una cosa menos. Curiosamente, en vez de desanimarme, hizo que me viniera arriba. O sea, me acababa de confirmar que era cierto que mi hijo me amaba y me deseaba.
Pasaron muy pocos días de la escena acontecida en la cocina con mi hijo, aquel incestuoso abrazo cargado de sexualidad espontánea e inesperada, y a mi entender también de inexplorada sensualidad, seguida de la espantada de hasta entonces su novia y consiguiente charla con él al siguiente día. Intentaba no pensar en en ella, pero necesitaba comprender qué nos había llevado hasta aquel punto. ¿Qué parte de culpabilidad compartíamos? Bajo mi perspectiva tenía claro que era mía, como madre y mujer adulta, experimentada en el sexo y las relaciones afectivas, el consentirle a mi hijo que continuase su lascivo abrazo, ya que él simplemente actuaba animado posiblemente por unas copas demás, con un deseo sexual hacia mi claramente reprimido, consciente o inconsciente, cuando se encontró a su madre dispuesta a cumplir, aunque fuese de manera inesperada, sus deseos. O eso era mi justificación en aquel instante. Vamos, lo que vulgarmente se dice cuando se encuentran "el hambre con las ganas de comer".

Soy dual, y también lo que traducido al sexo llaman una switch, aunque esto ahora no viene al caso. Dual en el sentido de que por una parte intento protegerme por salud mental, procurando no pensar excesivamente en vivencias inconvenientes o desagradables, pero por la otra mi curiosidad natural hace que todo tenga que encajar en su sitio, en su "estantería", descolocando aquella experiencia totalmente mis esquemas sin existir hueco alguno donde almacenarla. Una cosa era jugar "al gato y al ratón", él intentando pillarme desnuda y yo espiando sus mastrubaciones, cosa que no ocurría hace mucho tiempo, y otra muy distinta el contacto real.

Sinceramente pensaba que mi hijo iba a estar mucho más afligido después de romper con su novia, volviendo a la normalidad enseguida, incluso mostrándose mucho más cariñoso y atento hacia mi. ¿Ahora su objetivo era yo? ¿Y si era verdad que me amaba? Aunque yo lo dudaba mucho, sobre todo como mujer, achacándolo simplemente a un creciente deseo sexual hacia mujeres mucho mayores que él.

Para intentar tener una amplia perspectiva y comprender la situación, hice un mapa mental remontándome a cuando vivíamos solos y él comenzaba a crecer. En aquella temporada mientras corría su camino hacia la madurez, lo atrapé en mas de una ocasión masturbándose. Mi curiosidad por aquel entonces hacía que le respondiera con la misma moneda, es decir, al igual que yo sabía que él me espiaba mientras me duchaba o dormía desnuda, en algunas ocasiones yo lo espiaba cuando él se masturbaba, sin decirle en ningún momento que lo sabía. Mi reacción era de simple curiosidad viendo a mi hijo crecer, sin ningún tipo de sentimientos ocultos por mi parte. Simplemente lo normalicé.

Sinceramente, nunca lo hablé con él, y quizás si lo hubiera hecho poniendo las cartas sobre la mesa, la situación hubiera ido por otros derroteros. Lo sopesé en infinidad de ocasiones, pero dada mi permisividad y debilidad hacia él, tenía pánico en vivir una escena donde después de explicarle comportamientos sexuales y mostrarle mi cuerpo completamente desnudo, él quisiera más dada su tozudez, sin poder negarme a complacerlo. Se que como madres muchas argumentarán que es algo fácil, pero las que hemos caído en este tipo de comportamientos me entenderán perfectamente, y yo no me veía con fuerzas para no caer en ellos.

Los que hayáis leído el anterior relato, recordareis que inserté un breve comentario sobre algo que aconteció al día siguiente de su dieciocho cumpleaños, y que creo marcó el punto de inflexión por el cual se atrevió a aquel abrazo incestuoso en la cocina.

Por una tontería, ahora afirmo que estupidez propia, cuando regresó de celebrar su cumpleaños con sus amigos aquella noche, al entrar en su habitación le envié dos fotos por whatsapp con un texto que decía: «¿No querías ver como es tu madre? Este es mi regalo por tu mayoría de edad».

Os cuento que el día anterior al cumpleaños de mi hijo, dado que mi marido se marchaba una semana por motivos laborales a Bélgica, mantuvimos los dos un encuentro con otra pareja y un chico en casa de los mismos, a modo de "despedida". No se si lo he llegado a comentar, pero llevamos una vida sexual muy activa desde que mi marido me mostró y ofreció un camino, que decidí tomar, comprendiendo desde entonces muchas actitudes respecto al sexo, y practicando desde hace años tríos, principalmente con chicos y chicas, intercambios y otros juegos sexuales. Antes de comenzar el encuentro mi marido me hizo algunas fotos, como es su costumbre, y entre otras muchas me realizó una totalmente desnuda de pie, con unas simples sandalias de tacón, cruzando las piernas, sonriendo y saludando a cámara, y otra un primer plano abriendo con dos de mis dedos mi sexo, tumbada y con las piernas abiertas.

Pues si, habéis deducido correctamente. Le envié a mi hijo como regalo de cumpleaños esas dos fotos. Su respuesta no tardó en llegar después de haber visto el mensaje, contestando con unos emoticonos de ojos abiertos, sorpresa y muchos corazones, para terminar diciendo: "¡¡¡muchas gracias mamá!!! Jamás hubiera esperado esto. Es el mejor regalo que me han hecho en la vida. Eres la mejor ¡¡¡Gracias gracias gracias!!!", respondiéndole un simple "de nada", junto a un emoticono de un guiño y un corazón, para inmediatamente después decirle que no se emocionara ya que no significaba absolutamente nada, y que se las enviaba simplemente para que satisficiera la curiosidad que tenía desde hace años hacia mi, esperando que todo acabase ahí. Que ingenua ¿En qué estaría pensando?

Pues por mi inconsciencia, en vez de apaciguar el deseo de mi hijo, pensando que un chico de dieciocho años tiene cabeza alguna respecto a temas sexuales, en vez de conformarlo provoqué que la situación fuese a más. Fue un error de cálculo ya que no era tan maduro como yo pensaba.

Esa misma noche, estando ya los dos solos en casa, ocurrió algo que hacía tiempo que no revivía. Recuerdo que una noche de calor agobiante, yéndome a la cama totalmente desnuda. No soportaba ni el roce del tanga. Era imposible conciliar el sueño a pesar del ventilador de techo de mi habitación, que solo removía aire tórrido.

Al transcurso de un buen rato decidí darme una ducha fría para refrescarme, pero al levantarme vi una tenue luz que salía de la habitación de mi hijo. Lentamente y sin hacer ruido alguno me acerqué a ver si estaba durmiendo. No, no lo estaba. Como antaño, estaba masturbándose, observando que lo hacía mirando mis fotos. Las pasaba cada pocos segundos, de una a otra y vuelta, la que estaba totalmente desnuda y el primer plano de mi sexo abierto.

«¿Tanto le calentaba que estaba pajeándose con mis fotos?» Iba a ser verdad que le excitaba. «Pero si era su madre, por Dios ¿cómo iba a ser posible eso?», seguía preguntándome tontamente después de mi metedura de pata al enviarle las fotos. Me quedé un buen rato observándolo. Con la tenue luz del móvil podía ver como subía y bajaba su mano, acelerando y parando varias veces, como queriendo retrasar su eyaculación, disfrutando el momento. Aquello hizo retrotraerme a cuando él me espiaba desnuda y yo lo observaba con sus torpes pajas.

No se si por el calor, la situación, la alta libido por el encuentro de hace unos días, volver a ver a mi hijo así, o todas ellas juntas, me retiré de la puerta de su habitación yéndome a la ducha, como tenía previsto, necesitándola ahora de verdad.

Al terminar mi ducha fría sequé muy poco mi cuerpo para mantener la humedad en la piel, y salí echando un vistazo a su habitación, donde ya no se veía luz, totalmente desnuda hacia mi dormitorio. Me recosté en la cama, procurando no pensar en la escena que acababa de presenciar.

Sin poder dormir, al poco tiempo, y gracias a la luz que entraba por las ventanas, percibí el movimiento de una pequeña sombra en la puerta abierta de mi dormitorio. Era él intentando asomarse de manera furtiva para espiarme. Pensé en ordenarle que se marchara a dormir a su habitación, y si es que no se conformaba con las fotos, pero en ese instante la curiosidad se apoderó de mi al ver como se asomaba tímidamente para mirarme, quedándome inmóvil, y sin entender el por qué, creció en mi un calor en el estómago pensando en la escena que acababa de ver, comenzando a extenderse hacia mi sexo, y no era propiciado precisamente por esa tórrida noche de verano.

Efectivamente, como un rápido puñetazo en el estómago no esperado, en segundos me acababa de excitar el hecho de que mi hijo estuviera acechándome a escondidas después de tanto tiempo, ya adulto. Si cuando vivíamos solos no me ocurría ¿por qué ahora si? ¡No podía creerlo! Ni que mi propio hijo volviera a espiar mi desnudez, y mucho menos que la situación me estuviera excitando de esa manera tan precipitada, tanto que notaba como mi vagina comenzaba a lubricar.

Mil dudas acudieron a poblar mi mente. Mi parte más adulta y sensata me decía que detuviera aquello inmediatamente, pero por otro lado la más salvaje y emocional me susurraba que había de malo en que se excitase esta vez viendo al natural el cuerpo de su madre. Ya me había mostrado en las fotos, así, ¿qué mas daba?

Ganó la emocional. No nos engañemos, me ponía tan cachonda la situación de que un hombre joven se excitara mirándome, añadiendo el handicap de ser mi hijo, que no pude contenerme. Me quedé por unos segundos totalmente inmóvil, mientras pensaba en que postura colocarme para que él pudiera observarme bien. Quería saber si le provocaba más como mujer o como su madre. Pensé en mil posibilidades. Intenté borrar esos pensamientos de mi mente y llegué a la conclusión de que simplemente tenía curiosidad de observarme en vivo. Pero si me estaba espiando después de ver mis fotos, ¿qué pretendía?

Me obligué a mi misma de dejar de pensar y simplemente actuar para averiguarlo. Fingiendo estar dormida y con movimientos lentos para no alarmarlo, lo primero que hice fue girarme dándole la espalda para que viera mi duro y respingón culo desnudo. En esa postura él estaría más tranquilo para hacer sus cosas, aunque la contrapartida es que no podía verlo, pero si sentirlo, ya que después de un rato de esa guisa empecé a escuchar como su respiración iba subiendo de intensidad y se entrecortaba. Intuía lo que estaba haciendo, pero me mataba el no poder verlo. De repente escuché un leve quejido, un par de jadeos secos, casi gemidos, y el silencio. Estaba claro. Acababa de masturbarse y eyacular, aunque todavía lo podía escuchar resollando pegado al quicio de la puerta. Pero la pregunta tonta volvía a repetirse ¿Se había corrido mirando el culo desnudo de una mujer o de su madre?

Imaginaos como me sentía. Contrariamente a lo que la lógica de una madre hubiera dictado, simplemente hizo que empezara a lubricar más, junto a un deseo irrefrenable de verlo, así que para poder observarlo con los ojos entreabiertos, y de paso ofrecerle una mejor visión de mi cuerpo, me volteé hacia arriba, descolgando mi pierna derecha por el borde de la cama mientas dejaba la izquierda arriba en ángulo, con las piernas muy abiertas, ofreciéndole mi sexo expuesto en dirección a la puerta para que pudiera contemplarme bien, dentro de lo que la poca luz existente le permitiera.

Mi movimiento hizo que se sobresaltara y se retirara de la puerta, acto que me hizo pensar que la función se había terminado. Se acababa de masturbar mirando el culo de su madre, y cumplido su objetivo, se retiraría a dormir, pensé. Pero mi instinto me dijo que permaneciera inmóvil un rato más, acertando de pleno, ya que al instante volvió a aparecer, y esta vez en lugar de asomarse, permaneció en el hueco de la puerta sin ocultarse, casi desafiante, quizás envalentonado por su primer envite exitoso. Y ahí pude observar su silueta en claroscuros, de cuerpo entero, con una mano masajeando sus testículos y la otra su pene, dándome una pista del por qué empezó a ocultarse de mi y el cambio tan radical que había experimentado, comenzando otra masturbación torpemente silenciosa.

¡No podía creerlo! ¿De verdad le excitaba tanto que iba a por una segunda paja? ¿Es insaciable o es que yo le ponía tan cachondo que no podía parar? ¿Era yo como mujer o la situación de hacer algo prohibido con su madre?

No transcurrió mucho rato hasta que su respiración comenzó a acelerarse otra vez. Ya pasaban a ser jadeos ahogados para no despertarme, cuando de repente vi como se acercaba lentamente a los pies de la cama para tener una mejor visión de mi revelado sexo, mientras aceleraba la intensidad del bombeo en su pene. En ese instante comencé a escuchar ese sonido maravilloso que tanto me gustaba. Ese sonido de excitación y chapoteo de su líquido preseminal a punto de estallar, que ahora ya no era disimulado. Chof, chof, chof sonaba cada vez más rápido, invadiendo la habitación con un aroma a sudor, semen y sexo que terminó por desbordar el flujo de mi coño, sobre todo cuando sentí mis piernas regadas con algunas gotas de ese néctar.

En ese instante me sentí deseada, muy deseada, y sin poder evitarlo, lentamente coloqué una mano en mis labios vaginales para abrirlos bien y que mi hijo pudiera observarme en su totalidad como en la foto que le envié. Me tuve que refrenar al sentir la húmeda viscosidad de mi flujo, reteniéndome para no rozar mi clítoris ni introducir mis dedos. No se ni como me contuve. Pesé que era mejor seguir inmóvil para no sobresaltarlo, dejándole acabar su segunda paja.

No os hacéis una idea de lo que me costaba permanecer inmóvil y seguir haciéndome la dormida. Él estaba tan concentrado en su masturbación, sin dejar de mirar mi coño abierto, que ni se percató de que lo estaba abriendo con mis dedos a propósito, situación que hizo que abriera totalmente mis ojos para verlo todo en primer plano. Seguía sin percatarse. La intensidad de su respiración y jadeos indicaba que estaba a punto de eyacular otra vez, e inconscientemente descolgué la pierna que tenía sobre la cama lentamente, y en esa posición en diagonal al borde de la esquina de la misma hice fuerza con las piernas lentamente para acercar mi sexo más hacia su polla, abriéndolas en su totalidad, ofreciéndole mi coño todavía más si cabe, cuando de repente me percaté como ya no estaba en los pies de la cama, sino apoyado en la esquina, entre mis piernas, casi rozando las suyas, y apuntando su polla en dirección a mi coño, quedando a unos escasos diez centímetros del mismo. Parecía como si los dos sexos se buscaran queriendo rozarse, juntar sus jugos y entrar uno dentro del otro. Creo recordar que incluso levanté un poco la pelvis de manera inconsciente del deseo que flotaba en el ambiente esperando recibir su semen. Inmediatamente después de un gemido suyo, sentí un fuerte chorro de líquido ardiente y viscoso, en mi pierna, en mi vientre pero la mayoría en mi sexo.

El seguía jadeando y estrujando su pene, sin parar de eyacular, intentando respirar de la manera más silenciosa que podía, mientras yo mordía mis labios de excitación al sentirme totalmente embadurnada de aquél néctar fabricado para mi, que no paraba de brotar con fuerza. Casi llego al orgasmo las dos veces que sentí directamente aquel chorro ardiente en el clítoris, y en vez de sobresaltarme o crearme rechazo, me quedé allí totalmente inmóvil, mientras él no paraba de mirarme jadeante. Al principio no podía apartar la mirada de mi sexo, pero al rato echó un rápido vistazo a mi cuerpo y desapareció de la habitación. Ni se percató que yo lo estaba mirando directamente.

Mientras yo rumiaba cual sería su siguiente paso ¿Intentaría limpiarme o me dejaría allí toda embadurnada a de su leche? Por un lado deseaba que lo dejara sobre mi cuerpo, pero por el otro pensé que no sería tan estúpido de dejar tantas "huellas" de su fechoría. Salió del dormitorio, regresando inmediatamente con papel higiénico. De manera muy suave, como si una mariposa se posara, empapó todo lo que pudo sin frotar; primero mis piernas, luego el vientre, mientras yo me preguntaba si sería capaz de tocar mi sexo para limpiarlo. Se acercó mucho, pero no lo hizo. Imagino que su mente le dijo que ya se había expuesto demasiado. Se retiró en silencio y desapareció de mi dormitorio.

Por mi parte me quedé en esa postura, inmóvil, unos minutos más, primero analizando para luego rememorar lo sucedido. ¡¿Qué cojones acababa de ocurrir?! Mi hijo se acababa de pajear dos veces mirándome. Pero no podía enfadarme con él, ya que yo misma acababa de colaborar y provocar que ocurriera ese pseudo incesto. No tendía derecho a reprocharle nada. En aquel momento él no pensaba en riesgos o consecuencias. La adulta y madre era yo, así que comencé a enfadarme conmigo misma por no haberlo parado a tiempo, y ya estaba casi llorando de rabia hacia mi, cuando de repente noté un latigazo en la columna y me sorprendí gimiendo. Estaba acariciando mi clítoris. Inconscientemente me estaba masturbando.

Dejé de pensar y me obligué a sentir. Tenía el coño totalmente empapado, de mi flujo y del semen de mi hijo, aún caliente. Sin pensarlo dos veces me introduje dos dedos, entrando solos sin esfuerzo alguno, tan suaves que añadí un tercer dedo de lo dilatada que me encontraba por mi calentura. Comencé a introducir mis dedos más adentro, y al sacarlos recogía todo lo que quedaba de su leche para introducirla en mi; no quería desperdiciar nada. Sentí como aún chorreaban nuestros fluidos hacia mi ano, y sin poder evitar tocarlo, introduje en mi culo un dedo lubricado con su semen. Después de aquella lubricada doble penetración tardé como treinta segundos en correrme, y como el orgasmo no cesaba seguí hasta encadenar tres seguidos. Es lo que tiene ser multiorgásmica. Al terminar, exhausta e intentando ser yo esta vez la que ahogaba el sonido de mis jadeos, se me pasó por la cabeza chuparme los dedos para paladear y averiguar el sabor del semen de mi hijo. No lo hice, ya que me pareció demasiado oscuro, e intenté poner un poco de cordura a lo sucedido.

Me había gustado lo ocurrido ¿Qué digo gustado? me había parecido una de las experiencias más morbosas a la vez que turbadoras de mi vida. No por el hecho en si, que no dejaba de ser una sencilla masturbación desacompasados, sino por ser deseada por un hombre que estaba despertando su sexualidad, pero sobre todo, por que ese hombre era mi hijo.

A la mañana siguiente traté, he de decir que arrepentida de lo ocurrido, poner un poco de sensatez a este asunto. Intentaría hablar con él si no se cerraba conmigo. No hablamos, simplemente lo dejaría estar por ahora. Sin embargo, aquella noche supuso un punto de inflexión para los dos. Él no se percató de que todo lo sucedido aconteció con mi ayuda, y eso me daba la ventaja de si seguir expandiendo este juego o cortarlo de raíz. ¿Sería capaz de volver a hacerlo? ¿O mejor seguirle el juego y sorprenderlo, masturbándome yo también delante de él y ver su reacción? Era un juego peligroso, pero me apetecía.

Dejé de pensar para no salir loca, y llegué a la conclusión de que mejor dejar que la cosa fluyera, poniendo límites claros llegado el caso. Pero he de decir, que la cosa continuó antes del encuentro en la cocina.
 
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