Como cada mañana nos levantábamos y luego de desayunar nos preparábamos para irnos a la playa, mientras tomábamos el desayuno, mi padre y Marcos preparando el auto; mientras que “Mena” y mi madre “Xochi” (la diosa Quetzal) preparaban los bártulos de playa. Mingo (el amante oficial de mi madre y por muchos años, aunque no el único) en zunga blanca y musculosa no dejaba de mirar a su hembra, insinuándole gestos que ella respondía bajando la cabeza y ruborizándose. No falto mucho para que él con la excusa de la heladera rozara su prominente bulto sobre el short negro de que traía mi madre sobre la tanga que dejaba asomar sus hilos sobre la cintura, haciéndola más pervertida. Ella sintió esa pija y suavemente —tratando de ser discreta— curvó su cintura y empujó su cola hacia esa sensación, mientras levantando la cabeza y al verme entrar en la cocina, me clavó la mirada, —yo me hice el distraído—.
Buen día Richard, ¿qué tal, dormiste bien?
Respondí con otros buenos días y le regalé una sonrisa, me acerqué le di un beso en la mejilla y dejé que mi mano, aún más mis uñas se deslizaran por su espalda, no podía resistir empezar a gozarla de algún modo; ellos (mi madre y su amante) estaban jugando sus deseos delante de quienes no advertían esos antojos. Mingo me miro y como la noche anterior (que ya contaré) me guiño un ojo. Mi madre descubrió esa complicidad del incesto y de sus placeres entre su amante y su hijo, —ruborizándose y sonriendo bajó la cabeza y siguió en sus quehaceres.
Mamá se volvió a su cuarto para cambiarse y alistarse para ir a la playa, era evidente que se había dado cuenta que yo ya sospechaba o que furtivo había presenciado de sus placeres, porque se quedó mirándome sonrojada, mientras iba desabrochando su camisa, la que llevaba anuda a la cintura, descalza y con su short negro que eran lujuria para mis ojos.
—Perdón, le dije, cuando me sumergí en su cuarto y la descubrí desnuda.
Mi madre era una deidad solo cubierta con la tanga de su traje de baño color naranja, con tiras que subían y atravesaban su cuello, dejando sus senos al aire; sus pezones eran el centro desde el cual giraban las aureolas rozadas y suaves ante mis ojos, el universo de esos senos perfectos y ya pervertidos en el ardor del sexo sucio e infiel, eran el morbo de mi placer.
—Veo en tu mirada que te gusta lo que acabas de descubrir. —Dijo mi madre, girando y mostrándome también su cola firme, trabajada en el gimnasio y cabalgada la noche anterior.
—Va a ser un secreto entre nosotros. Ok?
Se veía fantástica. Sus pechos eran grandes y los vi rebotar mientras se calzaba ese traje de baño. —Demasiado erótico para estas playas—, le dije.
Con casi cuarenta años, su cuerpo era una escultura delineando sus curvas, sus caderas de infarto, tenía un vientre plano y tonificado, una maravillosa cola que bajaba como dos peras desde su cintura hacia sus piernas, como si hubieran sido talladas por el mismo libidinoso dios Eros. Me quedaría todo un día admirando su cuerpo, cada vez que camina hipnotiza por las playas, cuando lleva jeans aún más se esculpen sus formas, su cola y su vulva se cincelan sobre la tela y se resaltan si lleva botas de caña alta; y debajo de todo ello su ropa interior que no deja de provocar intenciones lascivas, mi mente me golpea con pensamientos eróticos, —pero no siento remordimiento—, todo eso es ella, aunque Laura “Xochi”, mi diosa, la diosa del placer siga siendo mi madre.
No pude evitar que mi pija se pusiera dura al mirarla. Ella descubrió mi erección y tomándose su tiempo comenzó a frotarse con crema hidratante, sus manos se deslizaban sobre su cuerpo, asegurándose de extender la crema sobre cada centímetro de su piel, indicando hacia donde debía llevar mi mirada, hasta que luego de pasar por sus piernas, subió con sus dedos por la marca que se dibujó cuando ella apretó entre sus labios vaginales la tanga, llevando hasta la locura mi imaginación. No pude evitar gemir y ella se detuvo y se volvió hacia mí:
—Ya llegará tu tiempo, por ahora disfruta. —Me dijo, mientras me acarició las mejillas y me besó tiernamente. No resistí y acabé bajo mi short de baño.
Salimos del cuarto; “Mena” la miró con complicidad de duda al ver que yo venía detrás de ella y mamá con gesto de sin importancia, le sonrió y nadie se dio cuenta de todo lo que había pasado y de la complicidad que nacía ese día, hasta hoy, algunos años después.
Llegamos a la playa, instalados y corriendo por la arena y las olas; mamá y “Mena” siempre se apartaban hacia el borde de la costa, como exponiendo sus figuras al sol, a las aguas del mar y a los dichos que provocaban, algunos generosos otros bien sucios, pero estos últimos eran los que incitaban ellas y buscaban para sus universos paralelos.
—Richard. Me llamó mamá, mientras yo jugaba a las paletas con mi hermano. Le pasé mi raqueta a papá y fui tras ellas que comenzaban a caminar alejándose de nuestra carpa y perdiéndose entre las gentes.
Me acerqué a ellas y en un principio me daba vergüenza el traje de baño que lleva mi madre, ya que insinuaba por demás y hasta dejaba escapar a propósito sus lolas por los costados de los finos breteles, mientras su cola era ardor puro expuesto al sol; pero poco a poco fui acostumbrándome a las miradas que la lujuriaban y que lejos de enfadarse o avergonzarse, mi madre correspondía con una sonrisa al igual que “Mena”, pero menos entregada que mi madre, y que la divertía e incluso —diría yo—también la excitaba sexualmente. A veces, me rezagaba un poco con la excusa de recoger algún caracol o piedrecilla de la orilla, y la miraba desde lejos viendo como provocaban, lo que me excitaba aún más. De vez en cuando se agachaban a recoger también conchas, y yo me encontraba en estado próximo al éxtasis, ya que las tangas desaparecían entre sus cachetes y parecía ir sin ellas, pero, cada tanto metía sus dedos entre sus nalgas y se arreglaba la braguita.
Pero no era lo único que le sucedía, ya que, al agacharse, cuando yo estaba frente a ella, no perdía detalle de sus tetas, que pugnaban por salir del pequeño sostén que eran simplemente dos tiras que nacían desde la tanga misma, dibujando siempre sus pezones bajo la tela mojada por el sudor, cuando más de una vez una de sus lolas se atrevía a escaparse ante la mirada morbosa de hombres y de mujeres con los que nos cruzábamos por esas playas.
Morboso yo, no le advertía sus deslices, no por vergüenza sino por el placer que sentía al ver cómo todos disfrutaba viendo el erotismo de mi madre, la escultura de su cuerpo, su pelo negro y sus ojos verdes, más allá de la lujuria de su boca. No solamente influía el buen físico que tenía, el bikini tan pequeño que llevaba, sino también mis hormonas estaban en plena efervescencia, de forma que solamente pensara en ella, masturbándome prácticamente todos los días, incluso varias veces al día, después de empezar a compartir sus secretos.
Cuando emprendimos el camino de regreso hacia nuestra carpa, aún todos seguían jugando; mi padre leyendo el diario, Marcos (el esposo de “Mena”) tomando sol y yo guardando en silencio todo lo que había escuchado entre ambas; la confesión de mi madre a su fiel amiga, revelando que no solo había tenido el mejor sexo de su vida con Mingo, alcanzando cientos de orgasmos esa madrugada, sino que hacía tiempo que se había enamorado del rubio, musculoso y muy bien dotado; “Mena” abrió los ojos, la miró y le dijo —ahí lo tenés, ahí viene.
—Hacete la descompuesta, le dijo mamá a “Mena”.
—¿Qué…?
—Hacete la descompuesta, como que tragaste agua de mar y te tengo que llevar a la casa, haceme caso.
Así fue, como “Mena” llegó tosiendo y escupiendo, fingiendo malestar, cuando Mingo la tomó del brazo y mamá le dijo —llevémosla a tomar algo a casa, tragó agua de mar—. Los tres se alejaban de la playa mientras nosotros nos quedábamos allí, mi padre y Marcos sin sospechar nada se quedaron en la playa. Yo sabiendo que era un juego de mi madre… por lo que, saliendo a caminar, me dirigí entre los médanos hacia la casa, siguiendo de lejos la 4x4 de Mingo; mi madre iba pegada a su lado, “Mena” del lado del acompañante. Por el baboseo que se dieron ahí mismo, ya era evidente la relación de amantes y de pareja que duró más de diez años, aunque también infieles entre ellos.
—No te alejes tanto, me gritó mi padre.
—No, no, voy hasta el muelle y regreso.
La casa no estaba muy lejos de la playa, apenas unos quinientos metros que recorrí a pie, dándoles tiempo a llegar a ellos y dejar que el clima se adecuara a lo que, por supuesto no solo era mi sospecha, sino el fin de la excusa de mi madre en complicidad con “Mena”. Al llegar vi que “Mena” estaba regando el jardín del frente (haciendo la guardia), la 4x4 de Mingo a un costado del garaje, me permitió ingresar por su costado hacia el fondo de la casa y acercarme al dormitorio del cual provenían murmullos y risas cómplices de los amantes.
Mi madre, seguía con su tanga de traje de baño y con una camisa anudada a su cintura, entreabierta dejando ver sus lolas y una vez más sus pezones en relieve delatando el morbo de su excitación. Mingo recostado a su lado acariciaba su bulto, cada vez más alargado bajo la zunga negra, que mi madre comenzó a acariciar con su mano, mientras se reían, recordaban aventuras escondidas, compartidas y como las escondían del cornudo de mi padre.
—¿Te gusta nena?, hace tiempo que deseaba que fueras mi hembra, que seas mi puta y casada con tu cornudo.
—Me volvés loca Mingo, no sé qué adrenalina me excitas, pero quiero que me cojas.
—Mi puta, te voy a coger, chúpame la pija, mojala bien porque te va a doler hasta el útero; hoy te perforo y los cuernos le van a doler también a tu marido.
Descubriendo su pene era tan grande que parecía un brazo, mi madre se arrodillo en la cama delante de él y su boca comenzó a devorarlo hasta un poco menos de la mitad de ese tronco, sus flujos, sus jugos chorreaban sin cesar entremezclados con la saliva.
Mi madre se desató la camisa y comenzaron a pajearse: los dedos de Mingo corriéndole la tanguita se perdieron en la concha de mi madre, mientras ella se saboreaba con su boca y con sus manos sobre una pija cada vez más rígida; Mingo lamiendo sus dedos y volviendo a meterlos suavemente, le rosaban el ano, que estaba también súper excitado, aunque nadie aún se lo había penetrado profundamente.
—Puta… te quiero coger ese culo, por favor putita…
—Hmmm no sé, tenés la pija como un tubo (…) —Le dijo, muy caliente, mientras le chupaba y mordía los huevos más grandes que había visto yo, tan cargados de leche.
—Bueno, pero voy a acabarte, no puedo más.
Tenía las pelotas demasiado hinchadas y su miembro erecto iba de su boca hacia los pezones de mi madre hacia uno y hacia otro. Ella seguía acariciando sus testículos y le pajeaba la pija con lengüetazos, apenas inclinándolo y haciéndolo más rígido en su boca.
—Si, acabá, dame tu leche caliente y babosa, lubricá mis pezones que explotan, mirá lo que son tus bolas, no das más mi potro. Suspiro mi madre.
Mingo se echó hacia atrás curvando su físico y su glande comenzó a escupir chorros de semen que ella con su mano uso para dibujar círculos entre sus pezones. Mi madre comenzó a masturbarse, su clítoris se tensó entre sus dedos que separaban sus labios vaginales, mientras su boca buscaba aquellos restos de semen que fregó sobre sus labios cerrados.
—Chupala, mamala, limpiame la pija hasta la última gota, tragate toda mi poronga pensando en el cornudo de tu marido. Me calienta hacerte cada vez más atorranta, más guasa y vas a ser muy cortesana para mí delante de todos, ¿entendés “Xochi”, entendés putita? (Le decía mientras le sostenía en pelo con fuerza, para besarla con un morbo extremo).
—¿Me vas a coger potro, o me vas a dejar así de caliente?, sodomizame, soy tu perra erótica y en celo.
—Ponete en cuatro, separa tus piernas y abrí con tus manos ese culo.
Ella obedece y la pija dura y puntiaguda va forzando el esfínter de mi madre, solo la penetra un poco, apenas le deja sentir el glande, ella espera y siente el ardor, goza de la dilatación con los restos de semen cual leve lubricación; pero Mingo solo se la deja sentir, no la deja morir adentro, sale y la penetra, la cabalga en su concha salvajemente mientras ella cae rendida de cabeza sobre la cama en un orgasmo larguísimo, sus ojos se ponen blancos, sus uñas rasgan las sábanas, la pija de Mingo escapa, y aún erecta golpetea y se derrama otra vez en semen sobre los labios sucios de esa vulva enrojecida.
Descubro que en la puerta del dormitorio “Mena” se masturbaba sobre su tanga húmeda, se cruzan las miradas compinches con mi madre, yo acabo del otro lado de la ventana y regreso a la playa, mi padre se pasa las manos por sus cabellos, acaso sintiendo sus crecientes cuernos de esposo y yo guardando en silencio la complicidad, el morbo y el incesto con mi madre.
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Como todas las mañanas de verano (aunque de vacaciones) papá se iba a trabajar muy temprano, eran entonces cuando yo me pasaba a la cama de mi madre, quién muchas veces me esperaba con su cuerpo en llamas, o cuando no la encontraba masturbándose sobre sus tangas, acariciando y mordisqueando sus pezones coronados de rosadas diademas. La veracidad de mis relatos está en la complicidad de lo vivido con mi madre, siempre cómplices.
Me encantaba escuchar ciertas mañanas de nuestras vacaciones y en la penumbra de su cuarto sus relatos eróticos, sus aventuras sexuales con sus amigos, siempre más jóvenes, sobre todo con sus amantes Mingo, Paulo o alguno casual.
Yo ya estaba al “palo” marcando sobre mi bóxer una erección máxima como cada mañana, la que fui acariciando hasta que ingresé al cuarto de mis padres, cuando vi la cama vacía, escuchando que mi madre se encontraba (como cada mañana) en la ducha. Sabiendo que siempre salía con su toalla anudada sobre sus lolas, y esa mañana no fue la excepción. Al verme en su cuarto el toallón fue a rodar al suelo dejándola desnuda en su altura de metro setenta y con su figura de ninfa; ella simplemente comenzó a menearse con una mano sobre su cabello, el que revolvía aún mojado y con su otra mano bajando hacia su pubis, acariciando su monte de venus finamente prolijo, aún húmedo y brillante con restos de gotas de agua la ducha.
—Buen día Richard…
—Hola Lau… (Hacía tiempo que llamaba a mi madre, a esta hembra por su nombre, nos excitaba a ambos que así fuera, o por su apodo erótico de “Xochi”.
—Vení, que hoy tengo necesidad de mi príncipe.
—Y yo que estoy así desde anoche, pensando cual fue tu última aventura.
—¿Tenés ganas de escuchar algo muy caliente de tu mami?
—Si, como siempre. —¿Cuándo fue la última vez que hiciste un trío, cómo fue y con quién? —le pregunté con morbo.
—Que morbo que tenés hijo, espero que te colmes de leche porque te quiero saborear hasta la última gota.
—¿Si Querés mucha leche lo llamo a Eduardo, te cogemos, hacemos un trío y te llenamos la boca de semen como la última vez?
—No, hoy no porque quizá más tarde viene Mingo y mientras vos te haces el dormido me doy una revolcada profunda y tengo la leche de las pijas que más me gustan, la tuya y la de Mingo, ¿dale?
—Dale.
Una noche con “Mena” (comenzó a contarme mamá), decidimos ir a pasar la noche a una disco, las dos solas —sabés que tu padre no baila y Marcos el esposo de "Mena" menos— y así nos fuimos bien tarde. Yo como siempre y lo sabés, bien provocadora y muy caliente me puse unos pantalones blancos muy ajustados, que marcaban mi cola, los labios de mi vulva partiéndola en dos y marcada mi cintura, con unos tops sin corpiño debajo para que marcara mis lolas y mis pezones con el primer roce al bailar, mis botas negras, mis ojos delineados como una gata y mis labios marcados a fuego para quemar cualquier boca y terminar dejando ese color sobre el glande del mejor amante que me regalara la noche.
—¿Qué le dijiste a papá, para salir esa noche?
—Que teníamos una cena entre viejas amigas de la facultad.
—Pero, ¿cómo saliste vestida con esas ropas de casa?
—Tonto, me cambié en la casa de “Mena”.
—Siempre cómplices Uds. dos; bien de trolas, bien putas.
Llegamos a la disco, la que era para swingers, solos y solas, pero en un momento tuve un lapsus, porque me quedé mirando a una chica joven que me hipnotizó apenas entramos, era algo raro. Me hizo cosquillas en el vientre, me quedé oliendo mi propio perfume, me imaginé mi pubis depilado, encaramada sobre los tacos de diez centímetros de mis botas, con un liguero debajo del pantalón y una tanga que se clavaba entre mis formas; “Mena” me miró y me preguntó si me pasaba algo, porque fue muy raro quedarme inmóvil sin que esa mujer dejara de notarlo.
Se acercó a mí, yo intentaba controlar cierto escalofrío sobre mi piel, mi cuerpo reacciona cuando me estrecha la mano y sujetándola me da un beso en la mejilla. Esbozo una sonrisa y cuando reacciono a su voz, me doy cuenta que es un travesti; nos miramos con “Mena”, pero lo que iba a pasar esa noche cambiaría o ampliaría mis gustos eróticos y pornográficos. Apenas si puede decirle —hola.
“Mena” se aleja de la mano de un chico hacia la pista de baile, mientras Verónica “la chica joven” clava sus ojos en mis labios que comenzaron a mordisquearse.
No me dice nada, me mira, me observa, siento que me saborea con detenimiento.
Sus ojos y su mirada me confunden, no sé si estoy mirando a un hombre o a una mujer, pero me excita la duda y pienso que será el después.
Me encantaba que me observe, era la primera vez que me miraban de tal forma, quizá indefinida en lo lascivo.
Sus manos toman las mías, siento la suavidad en su piel, me hace sentir sin embargo la firmeza de sus manos, me siento entregada a una emoción que nunca antes había sentido. “Mena” me mira desde lejos y le doy un Ok con mi mirada volviendo a morderme los labios.
—Vamos a bailar —me ordena.
Obviamente titubeé pues no esperé que dijera eso y más aún si yo nunca había bailado con una mujer. Su hermoso rostro y su esbelta figura eran tan bellas que envidiaba por un instante su figura. Ella, al notar mi desconcierto, me toma de las manos e insiste con un suave susurro en mi oído.
—No sé bailar bien —le mentí.
—No importa, yo te enseño.
Cómo podría negarme a tal gesto amable y compartir una experiencia nueva e inimaginable con otra mujer. Estaba deseando hacerlo y a su vez me temblaban las piernas, no lo pensé más y acepté ir con ella dejándome llevar.
Mientras ella me hablaba yo miraba con más detenimiento esos enormes ojos color cielo de muñeca, que jamás había visto. Pero más me atrapaba su sensualidad y sus gestos, algo me seducía más de lo común y aún más nerviosa me ponía. Pero me olvidé del mundo y me entregué a ese derroche de música, de experimentar, esa sensación hasta que tanto fue el entusiasmo con el que me contagió que no me había dado cuenta que habíamos juntado nuestras lolas y poco a poco creía que éramos dos locas conquistando la pista, cual novias enamoradas atravesadas por las miradas.
Aún más se va estrechando en mí, hasta que pega todo su cuerpo al mío y, para que yo no dude, me presiona fuertemente con sus dos brazos rodeando mi cintura. Continuó bailando tan junto a mí que rozaba su mejilla radiante que pude observar al detalle y por momentos la perfección de su cutis y sus pestañas con rizo natural y bien delineadas. Un rostro sin maquillaje, totalmente natural.
Quisiera besarla, me provoca estar bailando con un travesti; Quiero que me bese, pero no lo hace, me corre los labios y murmura en mi oído, —todavía no sabés que soy, pero te provoca sentirme— Siento su inmenso bulto crecer pegado a mi vientre y me confunden los deseos. En ese instante se atreve y coloca su pierna derecha entre mis piernas quedando la mía también entre las suyas y así continuamos como si el tiempo se hubiera detenido y solo quedaba descubrir esa sensación que sentía entre mis piernas.
De mi boca no sale ningún sonido, quisiera decir algo, pero apoyo mi frente sobre su hombro y siento un perfume encantador que me transporta al igual que su voz. Vuelvo a ofrecerle mis labios, pero pone su dedo índice sobre mis labios y me hace callar.
Cierro los ojos y me entrego al sentir de su aliento, su bulto creció aún más subiendo hacia mi vientre y me excita.
Me toma del cuello suavemente, creo que va a abrazarme aún más, pero no lo hace. ¡Me excita aún más!
—Estás jugando conmigo —le pregunto a media voz, me hace callar nuevamente mientras acaricia mi cuello, acaricia mi espalda a través de la seda anudada del top que la cubre apenas, se da cuenta que no llevo corpiño y aún más aprieta su pecho sobre mis lolas, baja sus manos, sigue con lentitud infinita hasta que encuentra mi cintura y acaricia mis caderas. Estoy acalorada, confundida, yo que me acosté con la mismísima lujuria entre mil sábanas y gemí en varios idiomas cierro los ojos una vez más, le vuelvo a ofrecer mis labios, mi corazón se acelera, mis deseos no pueden contenerse y busco con mis manos su bulto. Encuentro una dureza y un glande que se marca en la palma de mi mano, —me encanta, me entrego y pienso que será la primera vez con un travesti— ya no lo dudo y me dejo llevar degeneradamente hacia el placer.
Mientras bailamos “cheek to cheek” siento su perfume que no resisto saborear con mi lengua sobre su cuello, lo siente y me deja lamerlo, pero necesito un trago, todo iba muy rápido, era la primera vez que no tenía el control. —Tomemos un trago, le pedí y nos sentamos en una mesa apartados. “Mena” nos vio y se acercó con su amigo casual.
—Que rara estás Lau, dijo “Mena” mirándome fijo
—Es que tengo una hermosa sorpresa que presentarte, mi nueva amiga Verónica
—Yo te presento a José.
—No entendés “Mena”, sentate al lado de Verónica, —le sugerí.
Cuando “Mena” me obedeció mirando el short blanco de Verónica, abrió los ojos más que un dique, no resistió y mordiéndose los labios… —Pero vos sos el placer en varios cuerpos.
—¿No es una belleza mi amiga? —Les pregunté a “Mena” y a José que se quedó petrificado y sin decir nada se levantó y se fue…
—No te preocupes nena —dijo Verónica— tengo una amiga con sorpresa para vos también, ¿si Querés?
—Guau… si es tan bonita como vos, me la como a besos —Suspiró “Mena”, pasando su mano por sobre el short de Verónica sintiendo su bulto.
—No te entusiasmes —le dije— que esa erección es solo mía.
Verónica me agarró de la mano y me secuestró entre la oscuridad atravesando la pista y llevándome a un reservado. Yo me dejé llevar, me entregué.
Ahora me besa, me come la boca, pero ya no estamos en la pista de baile, la penumbra del reservado huele a whisky, se aparta de mí, me ofrece uno sin decir palabra, pero me domina con la mirada.
Su cuerpo es una escultura de mujer, sus lolas y su bulto se pierde debajo del short blanco, pero se vuelve a delatar.
Soy una escultura de carne temblando sin controlar mi cuerpo, la miro… Soy una puta a merced de un demonio que va a llevarme a lo desconocido.
Estoy muy excitada, quiero sentirte —murmuré, mientras me mojaba los labios con el primer sabor de whisky.
—Lo sé —murmura—. Pero no me toca. Lo que vos querés es que te coja, que te deje jugar con mi bulto.
Esas palabras me excitaron más, pero sentía que me dominaba con la mirada y su poder era enloquecedor.
—Estoy más que caliente, me vuelve loca tu juego. Quiero que me cojas, que me partas el culo.
—Eso me gusta escuchar de zorras como vos, vienen con alianzas y se dejan romper el culo.
—No, el culo me lo rompió mi hijo hace unos años en unas vacaciones lujuriosas en las playas de Brasil.
—Que puta degenerada, más me gustas, ahora desnudame, ¡perra incestuosa!
Su orden no hizo más que alimentar mi sumisión ardiente, yo me sentía mojada, chorreando entre mis piernas. Me arrodillé delante de ese provocador short blanco y comencé a quitárselo, dejándole caer sentí entre mis manos los encajes de un culote que escondía una preciada maravilla erecta de veintiocho centímetros, era monstruosa, larga y ancha, —no miento si te digo que me dio miedo, el solo pensar que si me penetraba por el culo me iba a partir literalmente, pero el instinto de perra dejaría llevarme al intento, como cuando me lo partiste vos y me hiciste arder hasta el orgasmo o Mingo acabando su leche dentro de mis intestinos; mis dos pijas preferidas.
Le rocé esa esa erección y mientras aparecía el glande por sobre el culote, me quedé perpleja, tenía el glande hinchado y brillante, era un trofeo para mis labios, solo imaginar la leche que saldría de esa pija.
—Chupala perra incestuosa, pensá en tu hijo cogiéndote y seguramente en el múltiple cornudo de tu marido.
Yo que estaba en cuclillas sentía bajar mis flujos mojando mi tanga, pero no podía más, un calambre volvió a atravesar mi cuerpo y comencé a enterrar su enorme pija en mi boca forzando la comisura de mis labios.
Yo deseaba mamársela más que el propio deseo de ese travesti, durante un largo rato saboreé con mi garganta profunda entre arcadas y espasmos sobre mi cuerpo, haciendo que llegue al límite con mi habilidad, lo que fue suficiente para que tremendos chorros de semen fueran a parar directamente hasta mi paladar, su sabor quedó en su última gota sobre mi lengua cuando se la sacudía apretando ese tubo con mis manos.
Mirándola a los ojos, dejé que se desbordara por mis labios junto a mi saliva como un manantial de lujuria y vicios incontrolables, chorreando tanto por mi boca que llegó a mojar las formas de mis húmedos labios vaginales, manchando mi pantalón blanco con todo su semen y el jugo nacarado de mi saliva.
Tan grande era ese miembro que aún, habiendo acabo tanto semen no se había puesto flácido, mi boca volvió a devorarlo con ansiedad, con la intención de sentirlo penetrar en mi vientre. ¡Era una tentación de los infiernos! Quería que me coja, quería sentirlo.
—Puta hermosa, que hermosa conchita que tenés, bien dibujada con esos pendejos rasurados.
—¿Te gusta?, cogeme, penetrame toda. Estoy como loca por sentir esa pija jugando con mi clítoris.
—Tranquila nena. Chupala y deja que yo decida lo que voy a hacer con vos. Ahora vas a estar sodomizada a mis instintos.
—Aunque estoy recaliente, no puedo quedarme toda la noche, aunque me volvés loca, acabá otra vez en mi boca, —le dije—, cuando comenzó a cogerme la boca de forma violenta hasta atravesar mi garganta.
—No nena… Ahora te vas a poner a cuatro patas y te voy a hacer sentir mi pija te voy a coger como la puta que sos, y hasta que me dé la gana, ya me sacaste la primera leche de la noche, ahora te voy a volver loca.
Sin pensarlo un momento empecé a quitarme el pantalón, el top que cubría mis tetas, mis pezones ya se habían encendidos, me quedé con la tanga y “él o ella” se coloca delante de mí, me recuesta sobre el sillón y poniendo mis piernas sobre sus hombros comenzó a lamer con su lengua mi clítoris, entrando a la vez y saliendo de mis labios nacarados por el flujo que bebía.
Y así, cuando me tuvo bien húmeda comenzó a frotar su enorme glande entre mi clítoris y mi ano, pasando por mi vagina que pedía a gritos ser cogida. Empecé a temer que quisiera cogerme por el culo sin siquiera molarlo con sus labios, pero de repente la hundió apenas en mi vagina, jugando, como humedeciéndose con mis jugos; volvió a apoyarla sobre mi esfínter y comenzó a hundirse, dilatándome muy suavemente, —y yo sin dejar de sentir el divino ardor.
De repente me dio una cachetada en mi culo que ardió tanto que no dejó que sintiera cuanto enterró toda su pija de veintitantos centímetros en mi vientre, hasta que sentí que sus pelotas se estrecharon con mi piel.
—¿Qué haces? —Pero lejos de amilanarse, me dio otra cachetada, aún más fuerte.
—Callate zorra, o tendré que darte otra, y te aseguro que la tercera te va a dejar una hermosa marca en este culo.
—No, no me marques, sino mi marido se daría cuenta que le pongo los cuernos cada vez más seguido.
—Que puta incestuosa que sos, me gustas así.
No podía dejar que me marcara… aunque siempre llevo la marca de algún amante, así que me callé, tiré mi cabeza hacia atrás y traté de disimular el hecho de que esos dos azotes, más allá de la humillación y el picor de piel, habían conseguido excitarme aún más. Deseaba que metiese su erección dentro de mí. Escupió en su mano y con su saliva pasó la mano otra vez por mi esfínter, lubricándome, que a esas alturas ya no necesitaba tanto, pero agradecí la caricia sonriéndole, ya que me hacía estremecer.
—Por Dios, enterrala otra vez, metémela de una vez.
—Ah, despacio, que la tenés enorme, —Pero ya la había vuelto enterrar, yo no sé cuántos orgasmos tuve en ese momento, siendo violada por un travesti que me volvía loca y a su vez me convidaba con sus lolas esculpidas y su belleza.
Acercó la punta, la frotó otra vez por mis labios exteriores, alcanzando la punta de mi clítoris y volviendo a retroceder hasta enterrarse por mi ano. —me arde mucho, lubricame otra vez con tu saliva —le rogué, pero no me contestó y con su lengua lamio mi esfínter y lo escupió agresivamente. Sin hacerme mucho caso volvió a embestirme hasta el fondo, arrancando otro grito de mi garganta. La tercera vez que lo hizo ya no grité, me embistió como un loco durante al menos diez minutos seguidos, —Tu padre (me dice) no hubiese aguantado ni un minuto a ese ritmo, pero ese travesti me estaba dando con todas sus fuerzas de macho y ternura de mujer. Sosteniendo mis caderas, embestía y se volvía para enterrarse en mis intestinos, el sonido húmedo de sus embestidas, de su cuerpo chocando contra mi culo, se mezclaba con mis constantes gemidos. Mis brazos se doblaron por la intensidad, me dejé caer de espaldas en la cama, y cuando empezaba a temer que fuese a acabar, empecé a sentir uno de los mejores orgasmos que hasta ese momento había tenido cogiendo con un hombre o con otra mujer.
Mi cuerpo se convulsionó, me contraje, pegué mi espalda contra la cama y con mis brazos abría más mis piernas para que pudiera penetrarme aún más, sintiéndolo sobre mí. Grité creo que como nunca. Ignoro si escucharon mis gritos, pero no me importaba si nos oían; estaba plena de pija. No podía controlar mi cuerpo, que se estremecía antes sus embestidas, que seguían siendo tan intensas y rítmicas como al principio. Ese travesti, ese ser parecía no tener fin.
Verónica, mi travesti activo, llevaba más de quince minutos cogiéndome a un ritmo tremendo, alternando con ratos más tranquilos en los que jugaba con su lengua hundiéndola en mi esfínter. Finalmente aceleró de nuevo. Tuve un tercer orgasmo, y cuando llegaba el cuarto cielo mientras se volvía a hundir en mí trasero, sentí como también gemía, resoplaba y se agarraba a mí, reduciendo el ritmo, casi deteniendo sus movimientos, pero no, con apenas lentas estocadas en las que sacaba casi por competo su pija y lentamente la volvía a hundir, apretando al llegar al fondo de mis intestinos, que lo sentían.
Cuando terminó su orgasmo se dejó caer sobre mí, y entonces volví a tener al alcance su boca. Esa boca que antes me había llevado al cielo, ahora estaba a mi lado, abierta, tomando aire mientras intentaba recuperar su ritmo habitual.
Lo besé. —dulce y suavemente lo besé— Me habían vuelto loca esos labios al comienzo de la noche. —Me devolvió el beso del mismo modo.
Ahora ya sin urgencias, sin vicio, sin lujuria, me arrodillé delante de esa pija húmeda de mis jugos nacarados y de su último dejo de semen, tomándola con mis dos manos, exprimí hasta su última gota sobre mis labios, clavándole mis ojos en su mirada.
Sonrió, me tomó de los cabellos apretándome sobre su pubis depilado y acabó en mi boca.
Ya era demasiado tarde para ser temprano o demasiado temprano para ser tarde, la busqué a “Mena” que estaba en otro privado mamándose a otro travestí, mientras yo me fumaba un cigarrillo, dejé que ella acabara; cuando abrió los ojos y me vio, le dije: —vamos nena, esto es el placer adictivo y debemos salir.
—Debíamos volver a casa, estaba amaneciendo; Verónica se ofreció a llevarnos y así fue; me despidió en la puerta de casa con un chupón interminable en los labios, enamorándome.
Llegamos y tu padre que dormía, como vos, no sintió que me duché quitándome tanta lujuria y tanto morbo de ese travesti, me puse mi culote negro y mi camisolín blanco, me acosté de espaldas, y volví a acariciar mi conchita por sobre la suave seda, aún me ardía al igual que mi esfínter, jamás me habían dilatado tanto con semejante pija.
—Guau mami. —Le dije, mientras ella me masturbaba con sus manos y sobre sus lolas.
No tardé en acomodarme para enterrar suave y sintiéndola y haciéndole sentir mi cómplice erección en la delineada raja de sus labios, cuando tremendamente caliente y mordiéndole ya la boca, le dejé correr mi leche dentro de su húmeda vagina. Ella mirándome a los ojos y jadeando me confiesa:
—Nunca te dije que la masajista que viene dos veces por semana, es Verónica.
Buen día Richard, ¿qué tal, dormiste bien?
Respondí con otros buenos días y le regalé una sonrisa, me acerqué le di un beso en la mejilla y dejé que mi mano, aún más mis uñas se deslizaran por su espalda, no podía resistir empezar a gozarla de algún modo; ellos (mi madre y su amante) estaban jugando sus deseos delante de quienes no advertían esos antojos. Mingo me miro y como la noche anterior (que ya contaré) me guiño un ojo. Mi madre descubrió esa complicidad del incesto y de sus placeres entre su amante y su hijo, —ruborizándose y sonriendo bajó la cabeza y siguió en sus quehaceres.
Mamá se volvió a su cuarto para cambiarse y alistarse para ir a la playa, era evidente que se había dado cuenta que yo ya sospechaba o que furtivo había presenciado de sus placeres, porque se quedó mirándome sonrojada, mientras iba desabrochando su camisa, la que llevaba anuda a la cintura, descalza y con su short negro que eran lujuria para mis ojos.
—Perdón, le dije, cuando me sumergí en su cuarto y la descubrí desnuda.
Mi madre era una deidad solo cubierta con la tanga de su traje de baño color naranja, con tiras que subían y atravesaban su cuello, dejando sus senos al aire; sus pezones eran el centro desde el cual giraban las aureolas rozadas y suaves ante mis ojos, el universo de esos senos perfectos y ya pervertidos en el ardor del sexo sucio e infiel, eran el morbo de mi placer.
—Veo en tu mirada que te gusta lo que acabas de descubrir. —Dijo mi madre, girando y mostrándome también su cola firme, trabajada en el gimnasio y cabalgada la noche anterior.
—Va a ser un secreto entre nosotros. Ok?
Se veía fantástica. Sus pechos eran grandes y los vi rebotar mientras se calzaba ese traje de baño. —Demasiado erótico para estas playas—, le dije.
Con casi cuarenta años, su cuerpo era una escultura delineando sus curvas, sus caderas de infarto, tenía un vientre plano y tonificado, una maravillosa cola que bajaba como dos peras desde su cintura hacia sus piernas, como si hubieran sido talladas por el mismo libidinoso dios Eros. Me quedaría todo un día admirando su cuerpo, cada vez que camina hipnotiza por las playas, cuando lleva jeans aún más se esculpen sus formas, su cola y su vulva se cincelan sobre la tela y se resaltan si lleva botas de caña alta; y debajo de todo ello su ropa interior que no deja de provocar intenciones lascivas, mi mente me golpea con pensamientos eróticos, —pero no siento remordimiento—, todo eso es ella, aunque Laura “Xochi”, mi diosa, la diosa del placer siga siendo mi madre.
No pude evitar que mi pija se pusiera dura al mirarla. Ella descubrió mi erección y tomándose su tiempo comenzó a frotarse con crema hidratante, sus manos se deslizaban sobre su cuerpo, asegurándose de extender la crema sobre cada centímetro de su piel, indicando hacia donde debía llevar mi mirada, hasta que luego de pasar por sus piernas, subió con sus dedos por la marca que se dibujó cuando ella apretó entre sus labios vaginales la tanga, llevando hasta la locura mi imaginación. No pude evitar gemir y ella se detuvo y se volvió hacia mí:
—Ya llegará tu tiempo, por ahora disfruta. —Me dijo, mientras me acarició las mejillas y me besó tiernamente. No resistí y acabé bajo mi short de baño.
Salimos del cuarto; “Mena” la miró con complicidad de duda al ver que yo venía detrás de ella y mamá con gesto de sin importancia, le sonrió y nadie se dio cuenta de todo lo que había pasado y de la complicidad que nacía ese día, hasta hoy, algunos años después.
Llegamos a la playa, instalados y corriendo por la arena y las olas; mamá y “Mena” siempre se apartaban hacia el borde de la costa, como exponiendo sus figuras al sol, a las aguas del mar y a los dichos que provocaban, algunos generosos otros bien sucios, pero estos últimos eran los que incitaban ellas y buscaban para sus universos paralelos.
—Richard. Me llamó mamá, mientras yo jugaba a las paletas con mi hermano. Le pasé mi raqueta a papá y fui tras ellas que comenzaban a caminar alejándose de nuestra carpa y perdiéndose entre las gentes.
Me acerqué a ellas y en un principio me daba vergüenza el traje de baño que lleva mi madre, ya que insinuaba por demás y hasta dejaba escapar a propósito sus lolas por los costados de los finos breteles, mientras su cola era ardor puro expuesto al sol; pero poco a poco fui acostumbrándome a las miradas que la lujuriaban y que lejos de enfadarse o avergonzarse, mi madre correspondía con una sonrisa al igual que “Mena”, pero menos entregada que mi madre, y que la divertía e incluso —diría yo—también la excitaba sexualmente. A veces, me rezagaba un poco con la excusa de recoger algún caracol o piedrecilla de la orilla, y la miraba desde lejos viendo como provocaban, lo que me excitaba aún más. De vez en cuando se agachaban a recoger también conchas, y yo me encontraba en estado próximo al éxtasis, ya que las tangas desaparecían entre sus cachetes y parecía ir sin ellas, pero, cada tanto metía sus dedos entre sus nalgas y se arreglaba la braguita.
Pero no era lo único que le sucedía, ya que, al agacharse, cuando yo estaba frente a ella, no perdía detalle de sus tetas, que pugnaban por salir del pequeño sostén que eran simplemente dos tiras que nacían desde la tanga misma, dibujando siempre sus pezones bajo la tela mojada por el sudor, cuando más de una vez una de sus lolas se atrevía a escaparse ante la mirada morbosa de hombres y de mujeres con los que nos cruzábamos por esas playas.
Morboso yo, no le advertía sus deslices, no por vergüenza sino por el placer que sentía al ver cómo todos disfrutaba viendo el erotismo de mi madre, la escultura de su cuerpo, su pelo negro y sus ojos verdes, más allá de la lujuria de su boca. No solamente influía el buen físico que tenía, el bikini tan pequeño que llevaba, sino también mis hormonas estaban en plena efervescencia, de forma que solamente pensara en ella, masturbándome prácticamente todos los días, incluso varias veces al día, después de empezar a compartir sus secretos.
Cuando emprendimos el camino de regreso hacia nuestra carpa, aún todos seguían jugando; mi padre leyendo el diario, Marcos (el esposo de “Mena”) tomando sol y yo guardando en silencio todo lo que había escuchado entre ambas; la confesión de mi madre a su fiel amiga, revelando que no solo había tenido el mejor sexo de su vida con Mingo, alcanzando cientos de orgasmos esa madrugada, sino que hacía tiempo que se había enamorado del rubio, musculoso y muy bien dotado; “Mena” abrió los ojos, la miró y le dijo —ahí lo tenés, ahí viene.
—Hacete la descompuesta, le dijo mamá a “Mena”.
—¿Qué…?
—Hacete la descompuesta, como que tragaste agua de mar y te tengo que llevar a la casa, haceme caso.
Así fue, como “Mena” llegó tosiendo y escupiendo, fingiendo malestar, cuando Mingo la tomó del brazo y mamá le dijo —llevémosla a tomar algo a casa, tragó agua de mar—. Los tres se alejaban de la playa mientras nosotros nos quedábamos allí, mi padre y Marcos sin sospechar nada se quedaron en la playa. Yo sabiendo que era un juego de mi madre… por lo que, saliendo a caminar, me dirigí entre los médanos hacia la casa, siguiendo de lejos la 4x4 de Mingo; mi madre iba pegada a su lado, “Mena” del lado del acompañante. Por el baboseo que se dieron ahí mismo, ya era evidente la relación de amantes y de pareja que duró más de diez años, aunque también infieles entre ellos.
—No te alejes tanto, me gritó mi padre.
—No, no, voy hasta el muelle y regreso.
La casa no estaba muy lejos de la playa, apenas unos quinientos metros que recorrí a pie, dándoles tiempo a llegar a ellos y dejar que el clima se adecuara a lo que, por supuesto no solo era mi sospecha, sino el fin de la excusa de mi madre en complicidad con “Mena”. Al llegar vi que “Mena” estaba regando el jardín del frente (haciendo la guardia), la 4x4 de Mingo a un costado del garaje, me permitió ingresar por su costado hacia el fondo de la casa y acercarme al dormitorio del cual provenían murmullos y risas cómplices de los amantes.
Mi madre, seguía con su tanga de traje de baño y con una camisa anudada a su cintura, entreabierta dejando ver sus lolas y una vez más sus pezones en relieve delatando el morbo de su excitación. Mingo recostado a su lado acariciaba su bulto, cada vez más alargado bajo la zunga negra, que mi madre comenzó a acariciar con su mano, mientras se reían, recordaban aventuras escondidas, compartidas y como las escondían del cornudo de mi padre.
—¿Te gusta nena?, hace tiempo que deseaba que fueras mi hembra, que seas mi puta y casada con tu cornudo.
—Me volvés loca Mingo, no sé qué adrenalina me excitas, pero quiero que me cojas.
—Mi puta, te voy a coger, chúpame la pija, mojala bien porque te va a doler hasta el útero; hoy te perforo y los cuernos le van a doler también a tu marido.
Descubriendo su pene era tan grande que parecía un brazo, mi madre se arrodillo en la cama delante de él y su boca comenzó a devorarlo hasta un poco menos de la mitad de ese tronco, sus flujos, sus jugos chorreaban sin cesar entremezclados con la saliva.
Mi madre se desató la camisa y comenzaron a pajearse: los dedos de Mingo corriéndole la tanguita se perdieron en la concha de mi madre, mientras ella se saboreaba con su boca y con sus manos sobre una pija cada vez más rígida; Mingo lamiendo sus dedos y volviendo a meterlos suavemente, le rosaban el ano, que estaba también súper excitado, aunque nadie aún se lo había penetrado profundamente.
—Puta… te quiero coger ese culo, por favor putita…
—Hmmm no sé, tenés la pija como un tubo (…) —Le dijo, muy caliente, mientras le chupaba y mordía los huevos más grandes que había visto yo, tan cargados de leche.
—Bueno, pero voy a acabarte, no puedo más.
Tenía las pelotas demasiado hinchadas y su miembro erecto iba de su boca hacia los pezones de mi madre hacia uno y hacia otro. Ella seguía acariciando sus testículos y le pajeaba la pija con lengüetazos, apenas inclinándolo y haciéndolo más rígido en su boca.
—Si, acabá, dame tu leche caliente y babosa, lubricá mis pezones que explotan, mirá lo que son tus bolas, no das más mi potro. Suspiro mi madre.
Mingo se echó hacia atrás curvando su físico y su glande comenzó a escupir chorros de semen que ella con su mano uso para dibujar círculos entre sus pezones. Mi madre comenzó a masturbarse, su clítoris se tensó entre sus dedos que separaban sus labios vaginales, mientras su boca buscaba aquellos restos de semen que fregó sobre sus labios cerrados.
—Chupala, mamala, limpiame la pija hasta la última gota, tragate toda mi poronga pensando en el cornudo de tu marido. Me calienta hacerte cada vez más atorranta, más guasa y vas a ser muy cortesana para mí delante de todos, ¿entendés “Xochi”, entendés putita? (Le decía mientras le sostenía en pelo con fuerza, para besarla con un morbo extremo).
—¿Me vas a coger potro, o me vas a dejar así de caliente?, sodomizame, soy tu perra erótica y en celo.
—Ponete en cuatro, separa tus piernas y abrí con tus manos ese culo.
Ella obedece y la pija dura y puntiaguda va forzando el esfínter de mi madre, solo la penetra un poco, apenas le deja sentir el glande, ella espera y siente el ardor, goza de la dilatación con los restos de semen cual leve lubricación; pero Mingo solo se la deja sentir, no la deja morir adentro, sale y la penetra, la cabalga en su concha salvajemente mientras ella cae rendida de cabeza sobre la cama en un orgasmo larguísimo, sus ojos se ponen blancos, sus uñas rasgan las sábanas, la pija de Mingo escapa, y aún erecta golpetea y se derrama otra vez en semen sobre los labios sucios de esa vulva enrojecida.
Descubro que en la puerta del dormitorio “Mena” se masturbaba sobre su tanga húmeda, se cruzan las miradas compinches con mi madre, yo acabo del otro lado de la ventana y regreso a la playa, mi padre se pasa las manos por sus cabellos, acaso sintiendo sus crecientes cuernos de esposo y yo guardando en silencio la complicidad, el morbo y el incesto con mi madre.
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Como todas las mañanas de verano (aunque de vacaciones) papá se iba a trabajar muy temprano, eran entonces cuando yo me pasaba a la cama de mi madre, quién muchas veces me esperaba con su cuerpo en llamas, o cuando no la encontraba masturbándose sobre sus tangas, acariciando y mordisqueando sus pezones coronados de rosadas diademas. La veracidad de mis relatos está en la complicidad de lo vivido con mi madre, siempre cómplices.
Me encantaba escuchar ciertas mañanas de nuestras vacaciones y en la penumbra de su cuarto sus relatos eróticos, sus aventuras sexuales con sus amigos, siempre más jóvenes, sobre todo con sus amantes Mingo, Paulo o alguno casual.
Yo ya estaba al “palo” marcando sobre mi bóxer una erección máxima como cada mañana, la que fui acariciando hasta que ingresé al cuarto de mis padres, cuando vi la cama vacía, escuchando que mi madre se encontraba (como cada mañana) en la ducha. Sabiendo que siempre salía con su toalla anudada sobre sus lolas, y esa mañana no fue la excepción. Al verme en su cuarto el toallón fue a rodar al suelo dejándola desnuda en su altura de metro setenta y con su figura de ninfa; ella simplemente comenzó a menearse con una mano sobre su cabello, el que revolvía aún mojado y con su otra mano bajando hacia su pubis, acariciando su monte de venus finamente prolijo, aún húmedo y brillante con restos de gotas de agua la ducha.
—Buen día Richard…
—Hola Lau… (Hacía tiempo que llamaba a mi madre, a esta hembra por su nombre, nos excitaba a ambos que así fuera, o por su apodo erótico de “Xochi”.
—Vení, que hoy tengo necesidad de mi príncipe.
—Y yo que estoy así desde anoche, pensando cual fue tu última aventura.
—¿Tenés ganas de escuchar algo muy caliente de tu mami?
—Si, como siempre. —¿Cuándo fue la última vez que hiciste un trío, cómo fue y con quién? —le pregunté con morbo.
—Que morbo que tenés hijo, espero que te colmes de leche porque te quiero saborear hasta la última gota.
—¿Si Querés mucha leche lo llamo a Eduardo, te cogemos, hacemos un trío y te llenamos la boca de semen como la última vez?
—No, hoy no porque quizá más tarde viene Mingo y mientras vos te haces el dormido me doy una revolcada profunda y tengo la leche de las pijas que más me gustan, la tuya y la de Mingo, ¿dale?
—Dale.
Una noche con “Mena” (comenzó a contarme mamá), decidimos ir a pasar la noche a una disco, las dos solas —sabés que tu padre no baila y Marcos el esposo de "Mena" menos— y así nos fuimos bien tarde. Yo como siempre y lo sabés, bien provocadora y muy caliente me puse unos pantalones blancos muy ajustados, que marcaban mi cola, los labios de mi vulva partiéndola en dos y marcada mi cintura, con unos tops sin corpiño debajo para que marcara mis lolas y mis pezones con el primer roce al bailar, mis botas negras, mis ojos delineados como una gata y mis labios marcados a fuego para quemar cualquier boca y terminar dejando ese color sobre el glande del mejor amante que me regalara la noche.
—¿Qué le dijiste a papá, para salir esa noche?
—Que teníamos una cena entre viejas amigas de la facultad.
—Pero, ¿cómo saliste vestida con esas ropas de casa?
—Tonto, me cambié en la casa de “Mena”.
—Siempre cómplices Uds. dos; bien de trolas, bien putas.
Llegamos a la disco, la que era para swingers, solos y solas, pero en un momento tuve un lapsus, porque me quedé mirando a una chica joven que me hipnotizó apenas entramos, era algo raro. Me hizo cosquillas en el vientre, me quedé oliendo mi propio perfume, me imaginé mi pubis depilado, encaramada sobre los tacos de diez centímetros de mis botas, con un liguero debajo del pantalón y una tanga que se clavaba entre mis formas; “Mena” me miró y me preguntó si me pasaba algo, porque fue muy raro quedarme inmóvil sin que esa mujer dejara de notarlo.
Se acercó a mí, yo intentaba controlar cierto escalofrío sobre mi piel, mi cuerpo reacciona cuando me estrecha la mano y sujetándola me da un beso en la mejilla. Esbozo una sonrisa y cuando reacciono a su voz, me doy cuenta que es un travesti; nos miramos con “Mena”, pero lo que iba a pasar esa noche cambiaría o ampliaría mis gustos eróticos y pornográficos. Apenas si puede decirle —hola.
“Mena” se aleja de la mano de un chico hacia la pista de baile, mientras Verónica “la chica joven” clava sus ojos en mis labios que comenzaron a mordisquearse.
No me dice nada, me mira, me observa, siento que me saborea con detenimiento.
Sus ojos y su mirada me confunden, no sé si estoy mirando a un hombre o a una mujer, pero me excita la duda y pienso que será el después.
Me encantaba que me observe, era la primera vez que me miraban de tal forma, quizá indefinida en lo lascivo.
Sus manos toman las mías, siento la suavidad en su piel, me hace sentir sin embargo la firmeza de sus manos, me siento entregada a una emoción que nunca antes había sentido. “Mena” me mira desde lejos y le doy un Ok con mi mirada volviendo a morderme los labios.
—Vamos a bailar —me ordena.
Obviamente titubeé pues no esperé que dijera eso y más aún si yo nunca había bailado con una mujer. Su hermoso rostro y su esbelta figura eran tan bellas que envidiaba por un instante su figura. Ella, al notar mi desconcierto, me toma de las manos e insiste con un suave susurro en mi oído.
—No sé bailar bien —le mentí.
—No importa, yo te enseño.
Cómo podría negarme a tal gesto amable y compartir una experiencia nueva e inimaginable con otra mujer. Estaba deseando hacerlo y a su vez me temblaban las piernas, no lo pensé más y acepté ir con ella dejándome llevar.
Mientras ella me hablaba yo miraba con más detenimiento esos enormes ojos color cielo de muñeca, que jamás había visto. Pero más me atrapaba su sensualidad y sus gestos, algo me seducía más de lo común y aún más nerviosa me ponía. Pero me olvidé del mundo y me entregué a ese derroche de música, de experimentar, esa sensación hasta que tanto fue el entusiasmo con el que me contagió que no me había dado cuenta que habíamos juntado nuestras lolas y poco a poco creía que éramos dos locas conquistando la pista, cual novias enamoradas atravesadas por las miradas.
Aún más se va estrechando en mí, hasta que pega todo su cuerpo al mío y, para que yo no dude, me presiona fuertemente con sus dos brazos rodeando mi cintura. Continuó bailando tan junto a mí que rozaba su mejilla radiante que pude observar al detalle y por momentos la perfección de su cutis y sus pestañas con rizo natural y bien delineadas. Un rostro sin maquillaje, totalmente natural.
Quisiera besarla, me provoca estar bailando con un travesti; Quiero que me bese, pero no lo hace, me corre los labios y murmura en mi oído, —todavía no sabés que soy, pero te provoca sentirme— Siento su inmenso bulto crecer pegado a mi vientre y me confunden los deseos. En ese instante se atreve y coloca su pierna derecha entre mis piernas quedando la mía también entre las suyas y así continuamos como si el tiempo se hubiera detenido y solo quedaba descubrir esa sensación que sentía entre mis piernas.
De mi boca no sale ningún sonido, quisiera decir algo, pero apoyo mi frente sobre su hombro y siento un perfume encantador que me transporta al igual que su voz. Vuelvo a ofrecerle mis labios, pero pone su dedo índice sobre mis labios y me hace callar.
Cierro los ojos y me entrego al sentir de su aliento, su bulto creció aún más subiendo hacia mi vientre y me excita.
Me toma del cuello suavemente, creo que va a abrazarme aún más, pero no lo hace. ¡Me excita aún más!
—Estás jugando conmigo —le pregunto a media voz, me hace callar nuevamente mientras acaricia mi cuello, acaricia mi espalda a través de la seda anudada del top que la cubre apenas, se da cuenta que no llevo corpiño y aún más aprieta su pecho sobre mis lolas, baja sus manos, sigue con lentitud infinita hasta que encuentra mi cintura y acaricia mis caderas. Estoy acalorada, confundida, yo que me acosté con la mismísima lujuria entre mil sábanas y gemí en varios idiomas cierro los ojos una vez más, le vuelvo a ofrecer mis labios, mi corazón se acelera, mis deseos no pueden contenerse y busco con mis manos su bulto. Encuentro una dureza y un glande que se marca en la palma de mi mano, —me encanta, me entrego y pienso que será la primera vez con un travesti— ya no lo dudo y me dejo llevar degeneradamente hacia el placer.
Mientras bailamos “cheek to cheek” siento su perfume que no resisto saborear con mi lengua sobre su cuello, lo siente y me deja lamerlo, pero necesito un trago, todo iba muy rápido, era la primera vez que no tenía el control. —Tomemos un trago, le pedí y nos sentamos en una mesa apartados. “Mena” nos vio y se acercó con su amigo casual.
—Que rara estás Lau, dijo “Mena” mirándome fijo
—Es que tengo una hermosa sorpresa que presentarte, mi nueva amiga Verónica
—Yo te presento a José.
—No entendés “Mena”, sentate al lado de Verónica, —le sugerí.
Cuando “Mena” me obedeció mirando el short blanco de Verónica, abrió los ojos más que un dique, no resistió y mordiéndose los labios… —Pero vos sos el placer en varios cuerpos.
—¿No es una belleza mi amiga? —Les pregunté a “Mena” y a José que se quedó petrificado y sin decir nada se levantó y se fue…
—No te preocupes nena —dijo Verónica— tengo una amiga con sorpresa para vos también, ¿si Querés?
—Guau… si es tan bonita como vos, me la como a besos —Suspiró “Mena”, pasando su mano por sobre el short de Verónica sintiendo su bulto.
—No te entusiasmes —le dije— que esa erección es solo mía.
Verónica me agarró de la mano y me secuestró entre la oscuridad atravesando la pista y llevándome a un reservado. Yo me dejé llevar, me entregué.
Ahora me besa, me come la boca, pero ya no estamos en la pista de baile, la penumbra del reservado huele a whisky, se aparta de mí, me ofrece uno sin decir palabra, pero me domina con la mirada.
Su cuerpo es una escultura de mujer, sus lolas y su bulto se pierde debajo del short blanco, pero se vuelve a delatar.
Soy una escultura de carne temblando sin controlar mi cuerpo, la miro… Soy una puta a merced de un demonio que va a llevarme a lo desconocido.
Estoy muy excitada, quiero sentirte —murmuré, mientras me mojaba los labios con el primer sabor de whisky.
—Lo sé —murmura—. Pero no me toca. Lo que vos querés es que te coja, que te deje jugar con mi bulto.
Esas palabras me excitaron más, pero sentía que me dominaba con la mirada y su poder era enloquecedor.
—Estoy más que caliente, me vuelve loca tu juego. Quiero que me cojas, que me partas el culo.
—Eso me gusta escuchar de zorras como vos, vienen con alianzas y se dejan romper el culo.
—No, el culo me lo rompió mi hijo hace unos años en unas vacaciones lujuriosas en las playas de Brasil.
—Que puta degenerada, más me gustas, ahora desnudame, ¡perra incestuosa!
Su orden no hizo más que alimentar mi sumisión ardiente, yo me sentía mojada, chorreando entre mis piernas. Me arrodillé delante de ese provocador short blanco y comencé a quitárselo, dejándole caer sentí entre mis manos los encajes de un culote que escondía una preciada maravilla erecta de veintiocho centímetros, era monstruosa, larga y ancha, —no miento si te digo que me dio miedo, el solo pensar que si me penetraba por el culo me iba a partir literalmente, pero el instinto de perra dejaría llevarme al intento, como cuando me lo partiste vos y me hiciste arder hasta el orgasmo o Mingo acabando su leche dentro de mis intestinos; mis dos pijas preferidas.
Le rocé esa esa erección y mientras aparecía el glande por sobre el culote, me quedé perpleja, tenía el glande hinchado y brillante, era un trofeo para mis labios, solo imaginar la leche que saldría de esa pija.
—Chupala perra incestuosa, pensá en tu hijo cogiéndote y seguramente en el múltiple cornudo de tu marido.
Yo que estaba en cuclillas sentía bajar mis flujos mojando mi tanga, pero no podía más, un calambre volvió a atravesar mi cuerpo y comencé a enterrar su enorme pija en mi boca forzando la comisura de mis labios.
Yo deseaba mamársela más que el propio deseo de ese travesti, durante un largo rato saboreé con mi garganta profunda entre arcadas y espasmos sobre mi cuerpo, haciendo que llegue al límite con mi habilidad, lo que fue suficiente para que tremendos chorros de semen fueran a parar directamente hasta mi paladar, su sabor quedó en su última gota sobre mi lengua cuando se la sacudía apretando ese tubo con mis manos.
Mirándola a los ojos, dejé que se desbordara por mis labios junto a mi saliva como un manantial de lujuria y vicios incontrolables, chorreando tanto por mi boca que llegó a mojar las formas de mis húmedos labios vaginales, manchando mi pantalón blanco con todo su semen y el jugo nacarado de mi saliva.
Tan grande era ese miembro que aún, habiendo acabo tanto semen no se había puesto flácido, mi boca volvió a devorarlo con ansiedad, con la intención de sentirlo penetrar en mi vientre. ¡Era una tentación de los infiernos! Quería que me coja, quería sentirlo.
—Puta hermosa, que hermosa conchita que tenés, bien dibujada con esos pendejos rasurados.
—¿Te gusta?, cogeme, penetrame toda. Estoy como loca por sentir esa pija jugando con mi clítoris.
—Tranquila nena. Chupala y deja que yo decida lo que voy a hacer con vos. Ahora vas a estar sodomizada a mis instintos.
—Aunque estoy recaliente, no puedo quedarme toda la noche, aunque me volvés loca, acabá otra vez en mi boca, —le dije—, cuando comenzó a cogerme la boca de forma violenta hasta atravesar mi garganta.
—No nena… Ahora te vas a poner a cuatro patas y te voy a hacer sentir mi pija te voy a coger como la puta que sos, y hasta que me dé la gana, ya me sacaste la primera leche de la noche, ahora te voy a volver loca.
Sin pensarlo un momento empecé a quitarme el pantalón, el top que cubría mis tetas, mis pezones ya se habían encendidos, me quedé con la tanga y “él o ella” se coloca delante de mí, me recuesta sobre el sillón y poniendo mis piernas sobre sus hombros comenzó a lamer con su lengua mi clítoris, entrando a la vez y saliendo de mis labios nacarados por el flujo que bebía.
Y así, cuando me tuvo bien húmeda comenzó a frotar su enorme glande entre mi clítoris y mi ano, pasando por mi vagina que pedía a gritos ser cogida. Empecé a temer que quisiera cogerme por el culo sin siquiera molarlo con sus labios, pero de repente la hundió apenas en mi vagina, jugando, como humedeciéndose con mis jugos; volvió a apoyarla sobre mi esfínter y comenzó a hundirse, dilatándome muy suavemente, —y yo sin dejar de sentir el divino ardor.
De repente me dio una cachetada en mi culo que ardió tanto que no dejó que sintiera cuanto enterró toda su pija de veintitantos centímetros en mi vientre, hasta que sentí que sus pelotas se estrecharon con mi piel.
—¿Qué haces? —Pero lejos de amilanarse, me dio otra cachetada, aún más fuerte.
—Callate zorra, o tendré que darte otra, y te aseguro que la tercera te va a dejar una hermosa marca en este culo.
—No, no me marques, sino mi marido se daría cuenta que le pongo los cuernos cada vez más seguido.
—Que puta incestuosa que sos, me gustas así.
No podía dejar que me marcara… aunque siempre llevo la marca de algún amante, así que me callé, tiré mi cabeza hacia atrás y traté de disimular el hecho de que esos dos azotes, más allá de la humillación y el picor de piel, habían conseguido excitarme aún más. Deseaba que metiese su erección dentro de mí. Escupió en su mano y con su saliva pasó la mano otra vez por mi esfínter, lubricándome, que a esas alturas ya no necesitaba tanto, pero agradecí la caricia sonriéndole, ya que me hacía estremecer.
—Por Dios, enterrala otra vez, metémela de una vez.
—Ah, despacio, que la tenés enorme, —Pero ya la había vuelto enterrar, yo no sé cuántos orgasmos tuve en ese momento, siendo violada por un travesti que me volvía loca y a su vez me convidaba con sus lolas esculpidas y su belleza.
Acercó la punta, la frotó otra vez por mis labios exteriores, alcanzando la punta de mi clítoris y volviendo a retroceder hasta enterrarse por mi ano. —me arde mucho, lubricame otra vez con tu saliva —le rogué, pero no me contestó y con su lengua lamio mi esfínter y lo escupió agresivamente. Sin hacerme mucho caso volvió a embestirme hasta el fondo, arrancando otro grito de mi garganta. La tercera vez que lo hizo ya no grité, me embistió como un loco durante al menos diez minutos seguidos, —Tu padre (me dice) no hubiese aguantado ni un minuto a ese ritmo, pero ese travesti me estaba dando con todas sus fuerzas de macho y ternura de mujer. Sosteniendo mis caderas, embestía y se volvía para enterrarse en mis intestinos, el sonido húmedo de sus embestidas, de su cuerpo chocando contra mi culo, se mezclaba con mis constantes gemidos. Mis brazos se doblaron por la intensidad, me dejé caer de espaldas en la cama, y cuando empezaba a temer que fuese a acabar, empecé a sentir uno de los mejores orgasmos que hasta ese momento había tenido cogiendo con un hombre o con otra mujer.
Mi cuerpo se convulsionó, me contraje, pegué mi espalda contra la cama y con mis brazos abría más mis piernas para que pudiera penetrarme aún más, sintiéndolo sobre mí. Grité creo que como nunca. Ignoro si escucharon mis gritos, pero no me importaba si nos oían; estaba plena de pija. No podía controlar mi cuerpo, que se estremecía antes sus embestidas, que seguían siendo tan intensas y rítmicas como al principio. Ese travesti, ese ser parecía no tener fin.
Verónica, mi travesti activo, llevaba más de quince minutos cogiéndome a un ritmo tremendo, alternando con ratos más tranquilos en los que jugaba con su lengua hundiéndola en mi esfínter. Finalmente aceleró de nuevo. Tuve un tercer orgasmo, y cuando llegaba el cuarto cielo mientras se volvía a hundir en mí trasero, sentí como también gemía, resoplaba y se agarraba a mí, reduciendo el ritmo, casi deteniendo sus movimientos, pero no, con apenas lentas estocadas en las que sacaba casi por competo su pija y lentamente la volvía a hundir, apretando al llegar al fondo de mis intestinos, que lo sentían.
Cuando terminó su orgasmo se dejó caer sobre mí, y entonces volví a tener al alcance su boca. Esa boca que antes me había llevado al cielo, ahora estaba a mi lado, abierta, tomando aire mientras intentaba recuperar su ritmo habitual.
Lo besé. —dulce y suavemente lo besé— Me habían vuelto loca esos labios al comienzo de la noche. —Me devolvió el beso del mismo modo.
Ahora ya sin urgencias, sin vicio, sin lujuria, me arrodillé delante de esa pija húmeda de mis jugos nacarados y de su último dejo de semen, tomándola con mis dos manos, exprimí hasta su última gota sobre mis labios, clavándole mis ojos en su mirada.
Sonrió, me tomó de los cabellos apretándome sobre su pubis depilado y acabó en mi boca.
Ya era demasiado tarde para ser temprano o demasiado temprano para ser tarde, la busqué a “Mena” que estaba en otro privado mamándose a otro travestí, mientras yo me fumaba un cigarrillo, dejé que ella acabara; cuando abrió los ojos y me vio, le dije: —vamos nena, esto es el placer adictivo y debemos salir.
—Debíamos volver a casa, estaba amaneciendo; Verónica se ofreció a llevarnos y así fue; me despidió en la puerta de casa con un chupón interminable en los labios, enamorándome.
Llegamos y tu padre que dormía, como vos, no sintió que me duché quitándome tanta lujuria y tanto morbo de ese travesti, me puse mi culote negro y mi camisolín blanco, me acosté de espaldas, y volví a acariciar mi conchita por sobre la suave seda, aún me ardía al igual que mi esfínter, jamás me habían dilatado tanto con semejante pija.
—Guau mami. —Le dije, mientras ella me masturbaba con sus manos y sobre sus lolas.
No tardé en acomodarme para enterrar suave y sintiéndola y haciéndole sentir mi cómplice erección en la delineada raja de sus labios, cuando tremendamente caliente y mordiéndole ya la boca, le dejé correr mi leche dentro de su húmeda vagina. Ella mirándome a los ojos y jadeando me confiesa:
—Nunca te dije que la masajista que viene dos veces por semana, es Verónica.