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Mi Madre Pilar es Rebelde – Capítulo 001
Desde que se había separado de mi padre, cada quince días vivía con uno de ellos, y cada vez que la veía estaba más guapa y radiante. No me había hecho ninguna gracia que se separaran, pero he de reconocer que la sentaba muy bien. Al contrario que a mi padre, que se limitaba a ir del trabajo a casa y de casa al trabajo como un alma en pena. Y encima la culpa había sido suya, o al menos eso decía mi mamá, que ya no la cuidaba, que no la mimaba y que no la hacía ningún caso.
—Ven aquí, cariño.
Me atrajo a sus brazos y me apretó entre ellos. Correspondí a su abrazo con la barbilla en su cabeza, ya que mamá era más bien bajita. Cuando me separó para verme bien me fijé en que en estas últimas dos semanas había adelgazado, y no es que la hiciera mucha falta.
—¿Sigues yendo al gimnasio, mamá?
—Qué va, lo dejé.
—¿Y eso, mucho esfuerzo?
—Nada de eso, lo que pasa es que había muchos moscones. Lo he cambiado por salir a correr y hacer pilates aquí en casa.
No me lo había planteado, pero viendo a mi madre como pudiera verla un extraño, no me sorprendió lo de los moscones. Siempre había sido de pecho generoso, y ahora tenía una cintura estrecha y un culo respingón.
—Pues haber aprovechado con algún admirador que ya lleváis dos años separados.
—Lo pensé, pero la verdad es que todavía no me apetece.
Mi madre y yo teníamos mucha confianza y siempre habíamos hablado de todo. Incluso cuando le dijo a mi padre que se quería separar, luego vino a mí a pedirme opinión. Tampoco nos sacábamos muchos años, yo tenía diecinueve y ella treinta y ocho, con lo que se mantenía al día de las cosas que interesaban a un joven como yo y teníamos muchas cosas en común de las que hablar.
—Ven, Pablo, que te tengo un regalo.
—¿A mí? Qué bien.
Seguí a mi madre al salón, donde me entregó un paquetito envuelto en papel de colorines. Lo rompí con urgencia, si era lo que me imaginaba sería cojonudo.
—Ay mamá, muchas gracias. Eres la mejor — la abracé y la giré en el aire al ver que efectivamente, era el móvil detrás del que llevaba un par de meses.
—Ya sé que soy la mejor, pero suelta y no seas pelota. Tienes que llamar a tu padre para darle las gracias también, él ha pagado la mitad.
—Ahora mismo, voy a mi habitación para pasar los datos del viejo.
Salí a cenar con el móvil nuevo en la mano. Me costó, pero lo guardé hasta que terminamos. Para eso mi madre era inclemente, no nos podíamos sentar a la mesa con el móvil ni ver la tele, algo en lo que terminé dándole la razón, ya que en vez de estar cada uno a lo suyo se conversaba y aprovechábamos para contarnos nuestras cosas. Después de cenar, mientras mi madre se iba a su habitación a ponerse el pijama, busqué algo que ver en la tele. Teníamos costumbre de hacerlo todas las noches mientras no tuviera que estudiar. Pasábamos un rato juntos los dos viendo la tele tranquilamente.
Bajó con su pantaloncito corto y suelto y la camiseta de tirantes que usaba para dormir cuando hacía buen tiempo.
—Espera mamá, no te sientes que quiero probar la cámara.
La hice varias fotos. Probé distintas funciones y distancias. Mi madre posó encantada girándose, de espaldas con la cabeza hacia mí, de frente…
—Espero que me saques guapa, con lo que ha costado el móvil no tendrían que salir las arrugas.
—Pero si tú no tienes arrugas.
—Sí, hijo. Alguna me va saliendo.
Era cierto, tenía unos leves atisbos de arrugas en torno a los ojos.
—Ojalá esté yo así cuando tenga tu avanzada edad.
—¿Cómo que avanzada?
Nos reímos mientras la hacía algunas fotos más.
—Posa sexy que las subo al Tinder.
Mi madre, para mi sorpresa, juntó los brazos con una sonrisa atrapando los pechos entre ellos. Brutal. Luego, de espaldas, hizo que su trasero sobresaliera.
—Por cierto, Pablo —me dijo entre poses —, ¿qué es eso de Tinder?
—Es una aplicación de citas. Si gustas o te gusta alguien quedas con él para acostarte —me pareció feo decir “follar”.
—¿Qué? ¿Tú estás loco?
Me troché de risa al ver su cara, cuando entendió que era una broma bufó sonriente.
—Como se te ocurra poner mis fotos en eso te corto el pelo por la noche sin que te despiertes.
Divertidos nos sentamos en el sofá uno al lado del otro. Como teníamos delante una mesa de café bajita, poníamos un cojín y lo compartíamos apoyando los pies.
—¿Qué vamos a ver? — me preguntó.
—Una de explosiones y bombas, ya sabes mis gustos.
—Pues ponla cariño, que me levanto temprano para correr y ya voy teniendo sueño.
—Deben ser cosas de la edad.
—Ja, la edad. El sábado cuento contigo para correr, a ver quién es el viejecito aquí.
—Trato, tercera.
—¿Cómo tercera?
—Sí, tercera edad.
Me dio un manotazo cariñoso en el brazo mientras veíamos empezar la peli. Yo me abstraje en las imágenes, para ver que a la media hora o así mi madre se había quedado dormida. La di un empujoncito con el hombro, pero estaba totalmente frita. Mamá tenía el sueño muy pesado. Una vez que se dormía era difícil despertarla. Esperé a que la peli terminara antes de insistir e irnos cada uno a nuestra habitación.
Antes de meterme en la cama llamé a Ana, mi novia. Charlamos un ratito y finalmente me acosté. Con el móvil, claro. Enredé con él viendo las cosas nuevas que el anterior no tenía, terminando por ver las fotos en la galería. Tenía muchas fotos de mi novia, en ninguna estaba totalmente desnuda, ya que me lo tenía prohibido, pero sí que tenía algunas picantes, donde estaba muy sexy. “Las manos van al pan”, dicen, pues la mía fue a mi miembro mientras me deleitaba con las fotos. Pronto me estaba haciendo una paja pensando en mi chica viendo sus imágenes. ¡Qué guapa está en esta foto! pensaba y pasaba de imagen. ¡Qué culo tiene aquí! pasaba sin dejar de masturbarme. ¿Cuándo accederá a que follemos? ¡Mira el canalillo! ¡Joder, qué buena está! Mierda, eso lo pensé al ver la foto antes de darme cuenta de que era de mi madre, pero es que salía de perfil sacando pecho y culo y estaba de escándalo. Me quedé viendo la foto hasta que me corrí en los calzoncillos. ¡La leche! Nunca había pensado en mi madre para algo así, pero la paja fue cojonuda.
Tuve la mala suerte de que al salir para ir al baño a lavarme, me pilló mi madre. La mancha en mis calzones era obvia, tanto que de un vistazo se dio cuenta de lo que pasaba.
—Entra tú primero — me dijo avergonzada, aunque mucho menos que yo —. Te hace más falta.
—Gracias mamá — murmuré cerrando la puerta.
Me limpié deprisa pensando en mi madre. Se había quitado el sujetador, supongo que para acostarse, y sus tetas se veían enormes en la camiseta de tirantes. Podía ser bajita pero tenía unas curvas de órdago. Salí con una toalla rodeándome la cintura y me apresuré a entrar en mi habitación al ver el camino despejado.
Desayuné con ella antes de irme a la facultad. Había vuelto de correr y estaba con ropa de deporte, tengo que decir que los leggins la sentaban de miedo. Le hacían un culito estupendo. No hizo mención al incidente de la noche, así que yo tampoco dije nada. La di un beso al despedirme.
Esa noche mamá también se durmió frente a la tele. Estaba tan bonita dormida que la hice varias fotos. Luego, algo debió darme en la cabeza que se me ocurrió masturbarme. Iba a irme discretamente a la habitación cuando cambié de idea. Total, si a mamá no había quien la despertara. Así que, a su lado, me saqué el miembro por la bragueta y empecé a pajearme. Al principio miraba la peli, pero luego la miré a ella. Veía su bonita naricita, sus jugosos labios, el principio de canalillo que dejaba entrever la camiseta. Cuando estaba a punto de correrme pensé en irme al baño a terminar la faena, pero estúpidamente decidí quedarme. Con un frenético movimiento de la mano, llegué al punto de no retorno y me corrí en silencio. Chorros de semen mancharon mi camiseta mientras aguantaba los jadeos para no despertarla. Cuando terminé, la miré por última vez para comprobar que seguía dormida y me fui al baño a limpiar. Después, bajé a terminar de ver la peli y desperté a mi madre.
Al día siguiente, cenando, mi madre me confesó que desde que salía a correr por la mañana temprano se acostaba pronto, pero que al estar yo la apetecía estar conmigo, por eso se quedaba dormida.
—No te preocupes, mamá. Si quieres vete a acostar, ya tendremos tiempo el fin de semana.
—No, intentaré aguantar, y si me duermo pues me despiertas, jajaja.
A pesar del intento se volvió a dormir a mi lado, y yo volví a hacer la gilipollez de masturbarme a su lado. No sé por qué, pero mi madre me ponía mucho. Estaba tan concentrado en darle al manubrio que no me percaté de que mi madre se despertó cuando estaba a punto de correrme.
—¿Qué haces? — me interpeló con los ojos muy abiertos.
—Nada — intenté taparme, pero lo que había salido por la bragueta estando pequeño, ahora no entraba tan fácil estando grande.
—¿Te estás masturbando a mi lado? — me increpó a gritos —. ¿En mi puta cara?
—Perdona, mamá, pero es que no he podido…
—De perdona nada — se levantó —. Mañana después de clase te vuelves con tu padre.
—Pero mamá… — supliqué.
—He dicho que mañana te vas.
Indignada se fue a su habitación y cerró de un portazo. Yo, totalmente abochornado, me acosté insultándome mentalmente. Me había pasado, lo que había hecho no tenía nombre.
Desayuné solo, supongo que a mi madre no le apetecía verme. Cuando llegué a casa con mi padre me cayó una buena. Mi madre no le había contado exactamente lo que hice, pero desde luego algo le había dicho, porque mi padre demostró tener un extenso repertorio de insultos. Pasé con él hasta que me tocó volver con mi madre. Yo no me atreví a decir ni pío, no sabía si iba a ir o no, si mamá me perdonaría. Finalmente mi padre me dijo que preparara las cosas y me echó una mirada que me acojonó.
Cuando llegué a casa de mi madre, sin embargo, ésta estaba contenta, no parecía guardarme ningún rencor. Aliviado la besé y fui a mi habitación. Mamá se acostó pronto esa noche, no propuso ver la tele y yo tampoco, no me pareció correcto. Lo que no pude evitar al día siguiente fue admirar su culo en el desayuno. Como venía con la ropa ajustada de correr, se le marcaban unas pequeñas braguitas bajo los leggins y estaba estupenda. Encima, al haber adelgazado, las tetas resaltaban más sobre su estrecha cintura.
—¿Qué miras, hijo?
—A ti — le eché cara —, que cada vez que vengo estás más guapa.
Al principio puso una cara rara sin saber cómo responder, imagino que analizando mi actitud dado lo que habíamos pasado, pero enseguida sonrió, vino tras de mi silla y me besó en la mejilla.
—Al menos mi hijo me dice piropos, gracias, Pablo.
—De nada, mamá, pero es que te ves muy bien, no sé por qué no continuas tu vida y te buscas algún buen hombre.
—Ya te comenté que de momento no me apetece, pero gracias por subir el ego a tu madre. Ahora me voy a cambiar.
—Lástima — musité.
—¿Qué?
—Nada, nada. En cuanto acabe de desayunar me voy a la universidad — sabía que me había oído, pero ambos disimulamos.
En vez de irse mi madre enredó por la cocina. Flipé en colores cuando sacó una fuente de un armario bajo doblando la cintura mostrándome su culo redondo y prieto, perfecto. La muy cabrona la dejó sobre la encimera y se fue a cambiar con una peculiar sonrisa en su rostro. Yo me fui a la uni con preguntas sin respuesta en la cabeza y una erección en los pantalones.
Por la noche retomamos nuestra costumbre de ver la peli. Mi madre aguantó despierta y no paramos de comentar lo que veíamos en la pantalla. La siguiente noche se durmió, y la de después, pero me contuve de hacer nada indebido. De alguna manera no quería defraudarla. Sin embargo aproveché y la hice algunas fotos. Con su pantaloncito y su camiseta de tirantes estaba preciosa. No me gustó el sujetador, que supuse que se quitaba cuando se iba a la cama, si no, hubiera sido perfecto.
La tercera noche fue superior a mis fuerzas, mamá había salido de ponerse el pijama sin sujetador, con las tetas bailando en su camiseta. Intenté que no me pillara mirándolas, pero no pude evitar quedarme enganchado al movimiento balanceante. Mamá se sentó en el sofá con una sonrisita y vimos la peli. Cuando se durmió me masturbé mirándola. Era consciente de que era un error, que podía hacerlo perfectamente en la intimidad de mi habitación, pero me atraía sin medida poder verla al tiempo que me masturbaba. Su carita dulce y relajada, su cintura estrecha y sus piernas desnudas. Sobre todo, mis ojos se clavaron en sus pechos, que sobresalían algo por los lados. Como no lo había previsto antes de sentarnos me puse perdida la camiseta y me tuve que ir a limpiar y cambiar. Cuando desperté a mi madre, creo que se dio cuenta del cambio, pero no dijo nada y nos fuimos a dormir.
Dos noches más se repitió la jugada. Las dos noches vino sin sujetador y las dos noches me pajeé sin despertarla. Tengo que reconocer que disfrutaba mucho, incluso el peligro de que me pillara aumentaba la excitación de masturbarme a su lado. Saberla dormida junto a mí, ignorante de lo que hacía le daba un puntito extra de morbo.
La siguiente noche me pilló. Estaba empezando con mi tarea nocturna cuando se rebulló en su sitio y la vi clavándome la mirada. Me quedé paralizado, como un conejo frente a los faros de un coche. Mi madre se levantó tranquilamente y se fue a su habitación sin decir palabra.
Permanecí en el sofá intentando guardarme la polla en el pantalón y recriminándome por tonto. ¿Qué me hubiera costado ir a mi habitación a hacerlo? Armándome de valor fui a pedirla perdón, no quería dejarlo pendiente. Me acerqué a su puerta y tomando una respiración profunda llamé con los nudillos
—Pasa.
Con la cabeza baja entré. Mi madre estaba sentada en la cama apoyada en el cabecero con las piernas cubiertas por la sábana.
—Quería pedirte perdón, mamá — esperé su contestación, pero se mantuvo en silencio —. Lo siento mucho, no volverá a pasar. No me eches otra vez, por favor — silencio y una mirada fría —. Espero que me perdones.
Sin nada más que decir me quedé allí mirándome los pies, como un condenado esperando la sentencia.
—En fin, Pablo — me dijo después de suspirar —, supongo que estás en esa edad, y no, no te voy a echar otra vez. Ven siéntate — dio unas palmaditas en la cama, a su lado —. Quizá debimos hablar de ello en vez de mandarte de vuelta con tu padre, el caso es que ahora sí que tenemos que discutirlo. ¿Por qué lo has hecho?
—No sé, mamá. Me da mucha vergüenza hablarlo contigo, pero la verdad es que estoy todo el día salido — me acogí a lo de la edad que había mencionado ella, no se me ocurría otra cosa para que no pensara que era un degenerado.
—¿Pero no te desahogas con tu novia?
—Qué va, todavía no hemos llegado a eso. Aunque es muy abierta no quiere que nos acostemos todavía.
—Ya — suspiró y se quedó pensando —. Creo que no puedo recriminártelo, pero hacerlo ante mi vista es excesivo. Entiendo que necesitas desahogarte, y hasta me parece bien, pero que yo tenga que verlo no es correcto. Soy tu madre.
—¿Entonces me perdonas? — supliqué.
—Claro que te perdono, pero ten eso en cuenta. No te voy a regañar por masturbarte, pero hijo, que yo no te vea —estaba sorprendentemente tranquila y comprensiva.
—Gracias, mamá. Te quiero mucho — me incliné a besarla —. Solo para tenerlo claro, ¿puedo hacerlo si no me ves?
—Eso es — contestó extrañada por mi insistencia.
—Vale, mamá.
—Ahora vete y déjame dormir, que mañana me levanto temprano.
—Te quiero mamá — la besé otra vez —. Mi madre me empujó riéndose y llamándome zalamero.
En todo el día no pensé en otra cosa, esperaba la noche de tele como un concejal de urbanismo los maletines. Después de cenar preparé todo lo que se me ocurrió. Escondí una toalla pequeña bajo un cojín en mi lado y me cambié el pantalón por un chándal. Estaba más ilusionado que si hubiera quedado para follar con Cara Delevingne. La paciencia que demostré hasta que llegó mi madre se vio recompensada al verla. Llevaba el mismo pantaloncito corto de siempre, pero había sustituido la camiseta por otra algo más corta, dejando a la vista parte del abdomen e insinuando sus grandes pechos sin sujetador.
—¿Qué vamos a ver esta noche? — se sentó a mi lado con expresión divertida.
—¡Uy! Se me había olvidado buscar la peli. Enseguida encuentro algo.
Con tanta anticipación para todo y me falló la excusa para hacer lo que pretendía. Seleccioné la primera que me pareció y empezamos a verla.
—Pues hoy no tengo mucho sueño — dijo mi madre con una sonrisita.
—Mejor, a ver si así aguantas toda la peli.
Decepcionado a pesar de mis palabras, estuve un rato mirando la tele. Cada poco tiempo controlaba a mi madre, lamentando que no se durmiera. ¿Habría cloroformo en casa? Cuando ya había abandonado toda esperanza, como los condenados al infierno de Dante, la encontré dormida respirando suavemente. En un instante tenía el chándal por las rodillas, la mano en la polla y la toalla cubriéndome la zona en cuestión. Mamá me había dicho que no quería verlo, y así no lo vería. Cumplía sus instrucciones al pie de la letra.
Admiré el cuerpo de mi madre mientas me pajeaba despacio, pero al final el morbo me pudo y aceleré el movimiento. En un par de minutos me derramaba sobre la toalla sin dejar de recorrer la anatomía de mamá con la mirada.
Mi madre me despertó esa mañana. Era sábado y pretendía dormir hasta tarde, pero insistió.
—Vamos, Pablo. Me dijiste que correrías conmigo.
—Pero es que son las siete — protesté consultando el reloj de la mesilla.
—La mejor hora, venga gandul, arriba — me sacudió del hombro.
Terminé de abrir los ojos y me encontré en el cielo. Mi madre vestía los consabidos leggins y un sujetador deportivo que no podía ser más sugerente. De un golpe estaba despierto y despejado.
—Me cambio y te acompaño, un trato es un trato — le dije.
—Te espero en la cocina.
Creo que nunca antes había tenido tantas ganas de desayunar. Mi madre me recomendó que comiera ligero para no estar pesado más tarde y la hice caso. El tema es que hasta derramé el café al llevármelo a los labios por no dejar de mirar el cuerpo de mi madre. Ella tuvo que darse cuenta, claro, pero lo ignoró. Diría que incluso lo disfrutó por las risillas quedas que se le escapaban de vez en cuando.
Nada más salir de casa corrí al lado de mamá, pero aunque había poca gente a esas horas, era un verdadero incordio, así que me puse tras ella. La vista mejoró un montón. Tras un par de manzanas llegamos al parque que usaba mi madre, ahora sí tenía sitio a su lado, pero me mantuve a su estela. Obviamente.
A los veinte minutos o así de llegar al parque mi madre mantenía el ritmo y yo empezaba a resoplar. No sé si estaba en peor forma de lo que creía o el ir mirando continuamente el movimiento del culo de mamá estaba minando mis energías. El caso es que decidí aguantar, mi hombría estaba en juego y no pensaba darme por vencido. Mi madre terminaría bajando el ritmo, no tenía edad para machacarme corriendo. A los quince minutos supliqué piedad.
—Mamá — jadeé alcanzándola con un esfuerzo — ¿podemos ah… hacer un uf… descanso?
—¿Ya? Bueno, si lo necesitas andamos un rato, cuarta.
—¿Cuarta?
—Cuarta edad, so flojo.
La muy cabrita me la había devuelto. Con una enorme sonrisa y la respiración tranquila pasó su brazo bajo el mío.
—Caminemos ahora, pero deprisa, no bajemos el ritmo muy de golpe.
Hubiera disfrutado del paseo con su pecho derecho pegado a mi brazo si no estuviera a punto de echar el bofe. Y encima teniendo que mantenerme dignamente ante ella, cuando lo que yo quería era tumbarme en el suelo y morirme en paz. Por suerte, mi madre se percató de mi mal estado físico y volvimos a casa paseando, aunque antes tuvo un toque de humor que me dejó perplejo.
—¿Corremos otro poquito, cariño?
—Como quieras — contesté con la boca chica —, pero la verdad es que hace un día estupendo para pasear.
—Jajaja, si tuvieras los músculos de las piernas igual de trabajados que otro que yo me sé aguantarías mucho más —. Aguanté sus risas sonrojado acordándome de la madre que la parió, que por cierto era mi abuela —. Mañana vienes conmigo otra vez, necesitas ponerte en forma.
—Me temo que tienes razón, estoy más flojo de lo que creía.
—Si no vas a salir, esta tarde hacemos juntos gimnasia en casa, a ver si poco a poco te arreglamos un poco.
—Vale, mamá —. No es que me hiciera mucha gracia, pero quizá sí debería mejorar mi tono muscular, porque a pesar de tener buen aspecto estaba claro que lo necesitaba.
La sesión de gimnasia me gustó, hicimos ejercicios de fuerza, de flexibilidad y algo de cardio. Lo mejor de todo, evidentemente, fue el modelito de mamá, aunque ver sus pechos rebotando me desconcentraba un poco, jajaja.
Esa noche mi madre me agarró del brazo ante la tele. Entre ver sus bonitas piernas estiradas y su cálido pecho presionando contra mi brazo, mi erección no se hizo esperar. Por fortuna, tardó poco en dormirse, claro que ahora lo entendía mejor. El ejercicio a mí también me había dejado adormilado, si no fuera porque uno debe cumplir con sus obligaciones, me hubiera quedado dormido. En cuanto cayó me coloqué la toalla y empecé a darle al manubrio. Primero hice una recopilación de los mejores momentos del día, en la pantalla de mi imaginación emití su culito meneándose cuando corríamos, sus pechos rebotando al hacer gimnasia… Luego me fijé en su cuerpo apreciando sus curvas. Estaba embebido en su imagen con la mano frotando duramente mi miembro cuando mamá se despertó.
—¡Pablo! ¿Otra vez? ¿Es que no tienes vergüenza?
—Perdona, mamá, pero me dijiste que no querías verme. Como puedes comprobar estoy tapado — contesté sin dejar de masturbarme.
Por el rostro de mi madre fueron pasando sus sentimientos : indignación, confusión, resignación y creo que al final, aceptación. Con algo de timidez aparté los ojos de los suyos, sin embargo estaba resuelto y en ningún momento detuve mi mano. Bajo la toalla se adivinaba perfectamente mi mano subiendo y bajando.
—Esto no es lo que quise decir.
Me pareció que no lo decía muy convencida, que estaba más atenta a mi paja que a protestar. Aceleré el ritmo viendo cerca el final, no quería que se levantara antes de terminar. Sin contestarla apreté ligeramente el brazo contra su pecho y, dando los últimos vaivenes a mi polla, me corrí gimiendo y echando la cabeza hacia atrás.
Mamá se quedó paralizada, no la oía ni respirar. Su mirada clavada en la toalla y en la mancha de humedad que se empezaba a extender en su centro. Después de resoplar un poco disfrutando de los últimos coletazos de placer, me levanté para ir al baño.
—Espera, mamá, que enseguida vengo y terminamos de ver la peli.
Creo que con eso la dejé KO. Ella no esperaba que yo lo hiciera con tanta naturalidad y, después de intentar regañarme sin éxito, no supo reaccionar. Cuando regresé estaba viendo la tele y no me miró ni me dirigió la palabra cuando me senté a su lado. El reparo que me dio cuando mi pilló había desaparecido, sin embargo mi madre estaba como avergonzada, con las manos en el regazo y la mirada fija en la pantalla. Al terminar, nos levantamos los dos, la di el beso de buenas noches y cada uno nos fuimos a nuestro cuarto. Confesaré que me hice otra paja, pensándolo más despacio y en frio me pareció muy morboso lo que había pasado. Me volví a pajear con la imagen en la cabeza de mi madre mirando atentamente mi polla bajo la toalla.
Me despertó temprano al día siguiente la muy cabrona y esa mañana no me dio cancha. Aunque a mitad de recorrido bajó un poco el ritmo, no paramos de correr. Como siempre fui a su espalda, aunque a partir de un punto, ni siquiera tenía fuerzas para fijarme en su armonioso cuerpo. La novedad del día fue que me invitó a desayunar fuera de casa. En cuanto nos duchamos salimos y fuimos a una cafetería cercana. Estuvimos charlando cómodamente sin que saliera el tema de mis pajas. Mi madre lo había asumido, aunque saldría de dudas esa misma noche. ¿Se sentaría a mi lado normalmente sabiendo lo que iba a pasar? Porque estaba claro que me iba a pajear, después de lo ganado no pensaba retroceder ni un milímetro.
Así que eso hice, mi madre volvió a pasar su brazo bajo el mío y yo, en cuanto vi que mi madre cerraba los ojos aun sabiendo que no estaba dormida del todo, me cubrí y comencé la función. Mamá se mantuvo con los ojos cerrados, pero su respiración rápida la traicionaba. Yo me masturbaba despacio, sin ninguna prisa, vigilando sus reacciones. Llegué a presionarla el pecho con el brazo apreciando su blandura y calidez. Eso hizo que mi madre se removiera en el sitio, lo que ocasionó que la toalla empezara a desplazarse, pero me dio igual. Como mamá seguía cerrando los ojos no pensaba interrumpirme. En un momento me pareció que mi madre presionaba el cuerpo contra mí, así que moví el brazo dejando sitio. Efectivamente, mi madre pillada por sorpresa cayó un poco sobre mí.
Fue genial, salvo que con el movimiento la toalla terminó por caer y justo en ese momento abrió los ojos. Me detuve.
—Sigue, Pablo. No te quedes a medias o te dolerán los testículos.
—Vale, mamá.
Ahora sí que disfruté. Los ojos de mi madre estaban clavados en mi polla, que cada vez estaba más grande y oscura. Mi mano recorría toda la longitud y mi mirada recorría el cuerpo de mi madre y el canalillo que dejaba entrever al estar inclinada. Ella se daba cuenta, pero no pareció importarla. Cada vez sus dedos apretaban mi mano con más fuerza. ¿La estaría gustando verme? Fue pensar eso y no poder contenerme. El placer me pudo y empecé a correrme a chorros. Gemí sin cortarme mientras el semen caía en mi estómago. Mamá no quitaba ojo, con los labios entreabiertos y la respiración acelerada.
—Enseguida vengo — le dije cuanto terminé y fui al baño.
Al acostarnos besé a mi madre como siempre, y ya me iba a mi habitación cuando me dijo :
—Pablo, desde mañana vienes a correr conmigo a diario, tienes que equilibrar esos músculos — sonrió con malicia.
La noche siguiente yo tenía tanto sueño como mamá y miedo de dormirme antes incluso que ella, por lo que según nos sentamos me cubrí y me puse a pajearme directamente.
—¿Ya, hijo? ¿Ni siquiera vas a esperar a que me duerma? — me preguntó sorprendida.
—Es que ahora te entiendo, tengo mucho sueño y no quiero dormirme antes de… ya sabes.
—¿Por qué no lo dejas por hoy?
—No, mamá, que luego me despierto a medianoche con molestias.
—Ah, vale, pues dale venga.
Estupefacto por su respuesta y la naturalidad con la que me contestó, me puse a lo mío. Volví a entrelazar los dedos con mi madre y a darle a la manita. Sí me fijé en que mi madre se movía mucho, cosa que dejó de hacer cuando la toalla se cayó a un lado. ¡Ah, pillina!
Notaba que mi madre apretaba mi mano de vez en cuando, supe que la estaba encantando lo que veía. A los diez minutos o así, cuando me quedaba poco, le eché valor.
—Abrázame, mamá.
—¿Qué? — contestó en voz bajita.
—Abrázame.
No me lo esperaba, pero me obedeció, pasó sus brazos por mi cuello y pegó la cara con la mía y sus pechos contra el mío. Olía fenomenal. En unos segundos eyaculaba ante la hipnotizada mirada de mamá.
Lo tomamos como una costumbre. En cuanto nos sentábamos, me cubría la tripa con la toalla para no mancharme y me hacía una paja. Ya no tenía que decir nada a mamá. Cuando la cosa estaba mediada me abrazaba, cada vez más restregaba los pechos contra mí y alguna vez se la escapó algún beso en mi mejilla. Era fabuloso.
Pero todo lo bueno se acaba y llegó el día de volver con mi padre. Habían dejado a mi elección con quién quería vivir y elegí pasar la mitad del tiempo con cada uno, pero en este momento llegué a pensar quedarme con mi madre. Al final pudo la razón, mi padre me necesitaba después del abandono de mi madre y ella seguro que tampoco lo vería bien. Eso sí, cuando volví de clase y preparaba mis cosas para llevarme intenté algo que no estaba para nada seguro que fuera a funcionar.
—Mamá, ya tengo todo — la grité desde la habitación —. ¿Puedes venir un momento?
—Dime, Pablo, ¿no encuentras algo?
—No, mamá, no es eso. Es que verás, había pensado que como no te voy a ver en dos semanas, pues… quería que hicieras algo por mí, pero es que… no sé cómo decírtelo.
—Ven aquí, tonto del bote — me abrazó con cariño —. Después de la confianza que nos tenemos, ¿qué es lo que te da tanto apuro?
—Es que había pensado en que como no te voy a ver quería hacerte unas fotos — la dije con timidez.
—Claro, las que quieras.
—Sí, pero así no, eh… algo más picante.
—¿Desnuda? Ni hablar, ¿tú eres tonto o qué? — me cogió de los brazos y me miró indignada.
—No, tampoco es eso, pero ya sabes lo que hago todas las noches, me ayudaría mucho tener fotos tuyas. No hace falta que estés desnuda, pero sí un poquito sugerente, mamá.
—¿Te quieres masturbar con mis fotos? — mi madre no salía de su asombro.
—Sí — confesé.
—No lo entiendo, si tienes internet lleno de porno. Tienes todas las fotos y videos que quieras con mujeres mucho más guapas y jóvenes que yo.
—Pero no son tú. Yo quería tener alguna foto tuya — insistí viendo que se ablandaba —. Si no se me van a hacer muy largas estas dos semanas. No es igual estar con papá que contigo — peloteé descaradamente.
—En fin, hijo, tú ganas — claudicó ¡bieeeeeeen! —. ¿Qué me pongo? No tengo ropa muy sugerente, como tú dices.
—Yo creo que la ropa de correr está bien, mamá.
—¿A sí? ¿Esa ropa te gusta? — me miraba con media sonrisa.
—Te queda genial, mamá, te hace un cu... bueno, que te queda muy bien.
—Jajaja, vale enseguida vengo.
Volvió en un par de minutos con el sujetador deportivo que tanto resaltaba sus atributos y, en vez de los leggins de correr, otros parecidos pero muy cortitos, que dejaban ver el borde inferior de sus nalgas.
—¿Y esos pantalones? — pregunté con los ojos haciéndome chiribitas.
—¿Me quedan bien? Los pedí por internet y luego no me atreví a ponérmelos — me dijo sin abandonar la sonrisa maliciosa que últimamente me mostraba mucho —. Enseño mucho, sobre todo cuando me agacho, mira.
Me dio la espalda y se inclinó. No solo el pantaloncito subió dejando ver más nalgas, sino que le marcaba perfectamente los labios vaginales.
—¿No ibas a hacer fotos? No te quedes ahí con cara de pasmado.
—¿Así? — balbucí —. Sí, sí, espera.
Cogí el móvil, y empecé a hacer fotos. Hice varias de ella en esa posición. De escándalo. Me moví a su alrededor cogiendo varios ángulos. En el de perfil le colgaban los pechos. De flipar.
—Enderézate y sonríe, mamá.
—Claro, hijo.
La hice varias de cuerpo entero. Luego se apretó los pechos con los brazos sin que se lo pidiera. De perfil sacó el trasero y respiró profundo para que resaltaran sus estupendos senos.
—Parece que te lo pasas bien — la mujer no paraba de sonreír.
—Pues sí, Pablito. No imaginaba que me gustaría tanto.
—Vale, ahora levántate un poco el sujetador por abajo — arriesgué.
—Claro.
Si me hubieran pinchado no hubiera salido ni gota, pero seguí como si nada. Mamá se levantó el sujetador mostrando la parte inferior de los senos. Para comérsela. Al tiempo que posaba iba haciendo caritas, encantada con las fotos.
—Ahora bájate un poquito los leggins.
—A mandar — me saludó como un militar con una risita.
Creo que no se dio cuenta, pero se bajó los pantalones hasta la mitad del culito, y cada vez que se movía la cantidad de carne que enseñaba era un poco mayor.
—Muy bien, mamá. Eres una profesional.
—Jajaja, ¿lo hago bien?
—Genial.
Ya no sabía ni dónde apuntaba con el móvil. Estaba tan cachondo de tener a mi madre semidesnuda delante de mí que no atinaba. La erección en mis pantalones empezaba a ser dolorosa.
—Bueno, creo que tendrás suficientes fotos — terminó mi madre recomponiéndose la ropa —. ¿Te ha gustado que pose para ti, Pablito?
—Ha sido total, mamá. Has estado fantástica y has salido espectacular.
—Me lo creo, hijo, me lo creo — me miraba el paquete con su sonrisa malvada.
—Creo que me voy a masturbar por última vez antes de irme. Si no, no voy a poder andar.
—Jajaja, cómo eres.
Me senté al borde de la cama y me bajé los pantalones. Sin cortarme un pelo cogí el móvil con la mano izquierda pasando las fotos.
—Yo también quiero verlas — dijo mamá subiéndose a la cama y arrodillándose detrás de mí.
Estaba todavía con las primeras, con mi madre inclinada enseñando el trasero.
—¿Ves? — me dijo pegando los pechos a mi espalda —. No puedo salir con esos leggins.
—Pero puedes ponértelos en casa.
—¿Cuándo tú estés?
—Claro — seguí pasando fotos. Las manos de mi madre me recorrían los brazos y el cuello. Me estaba poniendo a tope.
—¿No tengo el culo muy gordo?
—Qué va, mamá. Es perfecto.
—¿Tú crees?
—Que sí, tonta, no es ni grande ni pequeño, es redondito y respingón y parece firme.
—Pues claro que es firme, para eso me cuido tanto.
—¡Uy! Enseño demasiado — dijo al ver en las que se había levantado el sujetador. Verás cuando veas las del culo, pensé.
—Estás preciosa.
Era un poco surrealista, estar hablando con mi madre tranquilamente mientras me hacía una paja, pero tuve que bajar el ritmo un montón para no correrme. Lo estaba pasando demasiado bien.
—Gracias, hijito — mi madre tenía la cara pegada a la mía y me besó en la mejilla —. Oye, ¿no vas un poco despacio?
—Es que quiero que veamos todas las fotos.
—Ah, vale. Pues sigue pasando.
Seguimos viendo las imágenes. Las manos de mi madre no se estaban quietas. Tan pronto me acariciaba los brazos, como me tocaba el pelo o el cuello y la cara. Notaba sus pechos clavando los pezones en mi espalda.
—¡Ala! — exclamó al ver las fotos con los leggins bajados —. Aquí sí que me he pasado. Luego las borras.
—Ni de coña. Estás estupenda y no pienso borrarlas.
—Pero se me ve casi todo el culo, hijo. ¿Y si las ve alguien?
—Tengo contraseña, y además voy a instalar algo para que sea imposible que las vea nadie.
—Bueno hijo, pero ten mucho cuidado. No me gustaría que circularan estas fotos por ahí.
—No te preocupes. Oye, ¿a lo mejor quieres que se las enseñe a papá para que vea lo que se está perdiendo?
—Jajaja, qué malo eres. Venga, Pablo, acaba que son las últimas.
—Vale, mamá, abrázame más fuerte.
—Claro. Echa todo, hijo, no dejes nada.
Con el nuevo entendimiento que teníamos mi madre pegó más su cuerpo al mío y me rodeó fuerte con los brazos. En esta postura era mucho mejor que estando sentados. Una de sus manos me acarició el pecho bajando por mi abdomen. ¿Llegaría más abajo, a zona peligrosa? Eso parecía, pero fue demasiado para mí. Mi resistencia terminó y me corrí salvajemente. De mi polla saltaron cuatro o cinco chorros de semen acompañados por mis gemidos de placer. Mamá me apretó más fuerte al verlo y me dio un beso largo y húmedo en la cara. Era el paraíso.
—Ahora te tienes que cambiar otra vez — me dijo al terminar —. Aprovecha mientras me lavo que salgo a despedirte.
Vi que salía con la mano extendida y un churretón de semen en ella. Debió ser la que tenía en mi tripa. En unos minutos me despedía con tristeza de ella en la puerta con un abrazo muy grande.
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Mi Madre Pilar es Rebelde – Capítulo 001
Desde que se había separado de mi padre, cada quince días vivía con uno de ellos, y cada vez que la veía estaba más guapa y radiante. No me había hecho ninguna gracia que se separaran, pero he de reconocer que la sentaba muy bien. Al contrario que a mi padre, que se limitaba a ir del trabajo a casa y de casa al trabajo como un alma en pena. Y encima la culpa había sido suya, o al menos eso decía mi mamá, que ya no la cuidaba, que no la mimaba y que no la hacía ningún caso.
—Ven aquí, cariño.
Me atrajo a sus brazos y me apretó entre ellos. Correspondí a su abrazo con la barbilla en su cabeza, ya que mamá era más bien bajita. Cuando me separó para verme bien me fijé en que en estas últimas dos semanas había adelgazado, y no es que la hiciera mucha falta.
—¿Sigues yendo al gimnasio, mamá?
—Qué va, lo dejé.
—¿Y eso, mucho esfuerzo?
—Nada de eso, lo que pasa es que había muchos moscones. Lo he cambiado por salir a correr y hacer pilates aquí en casa.
No me lo había planteado, pero viendo a mi madre como pudiera verla un extraño, no me sorprendió lo de los moscones. Siempre había sido de pecho generoso, y ahora tenía una cintura estrecha y un culo respingón.
—Pues haber aprovechado con algún admirador que ya lleváis dos años separados.
—Lo pensé, pero la verdad es que todavía no me apetece.
Mi madre y yo teníamos mucha confianza y siempre habíamos hablado de todo. Incluso cuando le dijo a mi padre que se quería separar, luego vino a mí a pedirme opinión. Tampoco nos sacábamos muchos años, yo tenía diecinueve y ella treinta y ocho, con lo que se mantenía al día de las cosas que interesaban a un joven como yo y teníamos muchas cosas en común de las que hablar.
—Ven, Pablo, que te tengo un regalo.
—¿A mí? Qué bien.
Seguí a mi madre al salón, donde me entregó un paquetito envuelto en papel de colorines. Lo rompí con urgencia, si era lo que me imaginaba sería cojonudo.
—Ay mamá, muchas gracias. Eres la mejor — la abracé y la giré en el aire al ver que efectivamente, era el móvil detrás del que llevaba un par de meses.
—Ya sé que soy la mejor, pero suelta y no seas pelota. Tienes que llamar a tu padre para darle las gracias también, él ha pagado la mitad.
—Ahora mismo, voy a mi habitación para pasar los datos del viejo.
Salí a cenar con el móvil nuevo en la mano. Me costó, pero lo guardé hasta que terminamos. Para eso mi madre era inclemente, no nos podíamos sentar a la mesa con el móvil ni ver la tele, algo en lo que terminé dándole la razón, ya que en vez de estar cada uno a lo suyo se conversaba y aprovechábamos para contarnos nuestras cosas. Después de cenar, mientras mi madre se iba a su habitación a ponerse el pijama, busqué algo que ver en la tele. Teníamos costumbre de hacerlo todas las noches mientras no tuviera que estudiar. Pasábamos un rato juntos los dos viendo la tele tranquilamente.
Bajó con su pantaloncito corto y suelto y la camiseta de tirantes que usaba para dormir cuando hacía buen tiempo.
—Espera mamá, no te sientes que quiero probar la cámara.
La hice varias fotos. Probé distintas funciones y distancias. Mi madre posó encantada girándose, de espaldas con la cabeza hacia mí, de frente…
—Espero que me saques guapa, con lo que ha costado el móvil no tendrían que salir las arrugas.
—Pero si tú no tienes arrugas.
—Sí, hijo. Alguna me va saliendo.
Era cierto, tenía unos leves atisbos de arrugas en torno a los ojos.
—Ojalá esté yo así cuando tenga tu avanzada edad.
—¿Cómo que avanzada?
Nos reímos mientras la hacía algunas fotos más.
—Posa sexy que las subo al Tinder.
Mi madre, para mi sorpresa, juntó los brazos con una sonrisa atrapando los pechos entre ellos. Brutal. Luego, de espaldas, hizo que su trasero sobresaliera.
—Por cierto, Pablo —me dijo entre poses —, ¿qué es eso de Tinder?
—Es una aplicación de citas. Si gustas o te gusta alguien quedas con él para acostarte —me pareció feo decir “follar”.
—¿Qué? ¿Tú estás loco?
Me troché de risa al ver su cara, cuando entendió que era una broma bufó sonriente.
—Como se te ocurra poner mis fotos en eso te corto el pelo por la noche sin que te despiertes.
Divertidos nos sentamos en el sofá uno al lado del otro. Como teníamos delante una mesa de café bajita, poníamos un cojín y lo compartíamos apoyando los pies.
—¿Qué vamos a ver? — me preguntó.
—Una de explosiones y bombas, ya sabes mis gustos.
—Pues ponla cariño, que me levanto temprano para correr y ya voy teniendo sueño.
—Deben ser cosas de la edad.
—Ja, la edad. El sábado cuento contigo para correr, a ver quién es el viejecito aquí.
—Trato, tercera.
—¿Cómo tercera?
—Sí, tercera edad.
Me dio un manotazo cariñoso en el brazo mientras veíamos empezar la peli. Yo me abstraje en las imágenes, para ver que a la media hora o así mi madre se había quedado dormida. La di un empujoncito con el hombro, pero estaba totalmente frita. Mamá tenía el sueño muy pesado. Una vez que se dormía era difícil despertarla. Esperé a que la peli terminara antes de insistir e irnos cada uno a nuestra habitación.
Antes de meterme en la cama llamé a Ana, mi novia. Charlamos un ratito y finalmente me acosté. Con el móvil, claro. Enredé con él viendo las cosas nuevas que el anterior no tenía, terminando por ver las fotos en la galería. Tenía muchas fotos de mi novia, en ninguna estaba totalmente desnuda, ya que me lo tenía prohibido, pero sí que tenía algunas picantes, donde estaba muy sexy. “Las manos van al pan”, dicen, pues la mía fue a mi miembro mientras me deleitaba con las fotos. Pronto me estaba haciendo una paja pensando en mi chica viendo sus imágenes. ¡Qué guapa está en esta foto! pensaba y pasaba de imagen. ¡Qué culo tiene aquí! pasaba sin dejar de masturbarme. ¿Cuándo accederá a que follemos? ¡Mira el canalillo! ¡Joder, qué buena está! Mierda, eso lo pensé al ver la foto antes de darme cuenta de que era de mi madre, pero es que salía de perfil sacando pecho y culo y estaba de escándalo. Me quedé viendo la foto hasta que me corrí en los calzoncillos. ¡La leche! Nunca había pensado en mi madre para algo así, pero la paja fue cojonuda.
Tuve la mala suerte de que al salir para ir al baño a lavarme, me pilló mi madre. La mancha en mis calzones era obvia, tanto que de un vistazo se dio cuenta de lo que pasaba.
—Entra tú primero — me dijo avergonzada, aunque mucho menos que yo —. Te hace más falta.
—Gracias mamá — murmuré cerrando la puerta.
Me limpié deprisa pensando en mi madre. Se había quitado el sujetador, supongo que para acostarse, y sus tetas se veían enormes en la camiseta de tirantes. Podía ser bajita pero tenía unas curvas de órdago. Salí con una toalla rodeándome la cintura y me apresuré a entrar en mi habitación al ver el camino despejado.
Desayuné con ella antes de irme a la facultad. Había vuelto de correr y estaba con ropa de deporte, tengo que decir que los leggins la sentaban de miedo. Le hacían un culito estupendo. No hizo mención al incidente de la noche, así que yo tampoco dije nada. La di un beso al despedirme.
Esa noche mamá también se durmió frente a la tele. Estaba tan bonita dormida que la hice varias fotos. Luego, algo debió darme en la cabeza que se me ocurrió masturbarme. Iba a irme discretamente a la habitación cuando cambié de idea. Total, si a mamá no había quien la despertara. Así que, a su lado, me saqué el miembro por la bragueta y empecé a pajearme. Al principio miraba la peli, pero luego la miré a ella. Veía su bonita naricita, sus jugosos labios, el principio de canalillo que dejaba entrever la camiseta. Cuando estaba a punto de correrme pensé en irme al baño a terminar la faena, pero estúpidamente decidí quedarme. Con un frenético movimiento de la mano, llegué al punto de no retorno y me corrí en silencio. Chorros de semen mancharon mi camiseta mientras aguantaba los jadeos para no despertarla. Cuando terminé, la miré por última vez para comprobar que seguía dormida y me fui al baño a limpiar. Después, bajé a terminar de ver la peli y desperté a mi madre.
Al día siguiente, cenando, mi madre me confesó que desde que salía a correr por la mañana temprano se acostaba pronto, pero que al estar yo la apetecía estar conmigo, por eso se quedaba dormida.
—No te preocupes, mamá. Si quieres vete a acostar, ya tendremos tiempo el fin de semana.
—No, intentaré aguantar, y si me duermo pues me despiertas, jajaja.
A pesar del intento se volvió a dormir a mi lado, y yo volví a hacer la gilipollez de masturbarme a su lado. No sé por qué, pero mi madre me ponía mucho. Estaba tan concentrado en darle al manubrio que no me percaté de que mi madre se despertó cuando estaba a punto de correrme.
—¿Qué haces? — me interpeló con los ojos muy abiertos.
—Nada — intenté taparme, pero lo que había salido por la bragueta estando pequeño, ahora no entraba tan fácil estando grande.
—¿Te estás masturbando a mi lado? — me increpó a gritos —. ¿En mi puta cara?
—Perdona, mamá, pero es que no he podido…
—De perdona nada — se levantó —. Mañana después de clase te vuelves con tu padre.
—Pero mamá… — supliqué.
—He dicho que mañana te vas.
Indignada se fue a su habitación y cerró de un portazo. Yo, totalmente abochornado, me acosté insultándome mentalmente. Me había pasado, lo que había hecho no tenía nombre.
Desayuné solo, supongo que a mi madre no le apetecía verme. Cuando llegué a casa con mi padre me cayó una buena. Mi madre no le había contado exactamente lo que hice, pero desde luego algo le había dicho, porque mi padre demostró tener un extenso repertorio de insultos. Pasé con él hasta que me tocó volver con mi madre. Yo no me atreví a decir ni pío, no sabía si iba a ir o no, si mamá me perdonaría. Finalmente mi padre me dijo que preparara las cosas y me echó una mirada que me acojonó.
Cuando llegué a casa de mi madre, sin embargo, ésta estaba contenta, no parecía guardarme ningún rencor. Aliviado la besé y fui a mi habitación. Mamá se acostó pronto esa noche, no propuso ver la tele y yo tampoco, no me pareció correcto. Lo que no pude evitar al día siguiente fue admirar su culo en el desayuno. Como venía con la ropa ajustada de correr, se le marcaban unas pequeñas braguitas bajo los leggins y estaba estupenda. Encima, al haber adelgazado, las tetas resaltaban más sobre su estrecha cintura.
—¿Qué miras, hijo?
—A ti — le eché cara —, que cada vez que vengo estás más guapa.
Al principio puso una cara rara sin saber cómo responder, imagino que analizando mi actitud dado lo que habíamos pasado, pero enseguida sonrió, vino tras de mi silla y me besó en la mejilla.
—Al menos mi hijo me dice piropos, gracias, Pablo.
—De nada, mamá, pero es que te ves muy bien, no sé por qué no continuas tu vida y te buscas algún buen hombre.
—Ya te comenté que de momento no me apetece, pero gracias por subir el ego a tu madre. Ahora me voy a cambiar.
—Lástima — musité.
—¿Qué?
—Nada, nada. En cuanto acabe de desayunar me voy a la universidad — sabía que me había oído, pero ambos disimulamos.
En vez de irse mi madre enredó por la cocina. Flipé en colores cuando sacó una fuente de un armario bajo doblando la cintura mostrándome su culo redondo y prieto, perfecto. La muy cabrona la dejó sobre la encimera y se fue a cambiar con una peculiar sonrisa en su rostro. Yo me fui a la uni con preguntas sin respuesta en la cabeza y una erección en los pantalones.
Por la noche retomamos nuestra costumbre de ver la peli. Mi madre aguantó despierta y no paramos de comentar lo que veíamos en la pantalla. La siguiente noche se durmió, y la de después, pero me contuve de hacer nada indebido. De alguna manera no quería defraudarla. Sin embargo aproveché y la hice algunas fotos. Con su pantaloncito y su camiseta de tirantes estaba preciosa. No me gustó el sujetador, que supuse que se quitaba cuando se iba a la cama, si no, hubiera sido perfecto.
La tercera noche fue superior a mis fuerzas, mamá había salido de ponerse el pijama sin sujetador, con las tetas bailando en su camiseta. Intenté que no me pillara mirándolas, pero no pude evitar quedarme enganchado al movimiento balanceante. Mamá se sentó en el sofá con una sonrisita y vimos la peli. Cuando se durmió me masturbé mirándola. Era consciente de que era un error, que podía hacerlo perfectamente en la intimidad de mi habitación, pero me atraía sin medida poder verla al tiempo que me masturbaba. Su carita dulce y relajada, su cintura estrecha y sus piernas desnudas. Sobre todo, mis ojos se clavaron en sus pechos, que sobresalían algo por los lados. Como no lo había previsto antes de sentarnos me puse perdida la camiseta y me tuve que ir a limpiar y cambiar. Cuando desperté a mi madre, creo que se dio cuenta del cambio, pero no dijo nada y nos fuimos a dormir.
Dos noches más se repitió la jugada. Las dos noches vino sin sujetador y las dos noches me pajeé sin despertarla. Tengo que reconocer que disfrutaba mucho, incluso el peligro de que me pillara aumentaba la excitación de masturbarme a su lado. Saberla dormida junto a mí, ignorante de lo que hacía le daba un puntito extra de morbo.
La siguiente noche me pilló. Estaba empezando con mi tarea nocturna cuando se rebulló en su sitio y la vi clavándome la mirada. Me quedé paralizado, como un conejo frente a los faros de un coche. Mi madre se levantó tranquilamente y se fue a su habitación sin decir palabra.
Permanecí en el sofá intentando guardarme la polla en el pantalón y recriminándome por tonto. ¿Qué me hubiera costado ir a mi habitación a hacerlo? Armándome de valor fui a pedirla perdón, no quería dejarlo pendiente. Me acerqué a su puerta y tomando una respiración profunda llamé con los nudillos
—Pasa.
Con la cabeza baja entré. Mi madre estaba sentada en la cama apoyada en el cabecero con las piernas cubiertas por la sábana.
—Quería pedirte perdón, mamá — esperé su contestación, pero se mantuvo en silencio —. Lo siento mucho, no volverá a pasar. No me eches otra vez, por favor — silencio y una mirada fría —. Espero que me perdones.
Sin nada más que decir me quedé allí mirándome los pies, como un condenado esperando la sentencia.
—En fin, Pablo — me dijo después de suspirar —, supongo que estás en esa edad, y no, no te voy a echar otra vez. Ven siéntate — dio unas palmaditas en la cama, a su lado —. Quizá debimos hablar de ello en vez de mandarte de vuelta con tu padre, el caso es que ahora sí que tenemos que discutirlo. ¿Por qué lo has hecho?
—No sé, mamá. Me da mucha vergüenza hablarlo contigo, pero la verdad es que estoy todo el día salido — me acogí a lo de la edad que había mencionado ella, no se me ocurría otra cosa para que no pensara que era un degenerado.
—¿Pero no te desahogas con tu novia?
—Qué va, todavía no hemos llegado a eso. Aunque es muy abierta no quiere que nos acostemos todavía.
—Ya — suspiró y se quedó pensando —. Creo que no puedo recriminártelo, pero hacerlo ante mi vista es excesivo. Entiendo que necesitas desahogarte, y hasta me parece bien, pero que yo tenga que verlo no es correcto. Soy tu madre.
—¿Entonces me perdonas? — supliqué.
—Claro que te perdono, pero ten eso en cuenta. No te voy a regañar por masturbarte, pero hijo, que yo no te vea —estaba sorprendentemente tranquila y comprensiva.
—Gracias, mamá. Te quiero mucho — me incliné a besarla —. Solo para tenerlo claro, ¿puedo hacerlo si no me ves?
—Eso es — contestó extrañada por mi insistencia.
—Vale, mamá.
—Ahora vete y déjame dormir, que mañana me levanto temprano.
—Te quiero mamá — la besé otra vez —. Mi madre me empujó riéndose y llamándome zalamero.
En todo el día no pensé en otra cosa, esperaba la noche de tele como un concejal de urbanismo los maletines. Después de cenar preparé todo lo que se me ocurrió. Escondí una toalla pequeña bajo un cojín en mi lado y me cambié el pantalón por un chándal. Estaba más ilusionado que si hubiera quedado para follar con Cara Delevingne. La paciencia que demostré hasta que llegó mi madre se vio recompensada al verla. Llevaba el mismo pantaloncito corto de siempre, pero había sustituido la camiseta por otra algo más corta, dejando a la vista parte del abdomen e insinuando sus grandes pechos sin sujetador.
—¿Qué vamos a ver esta noche? — se sentó a mi lado con expresión divertida.
—¡Uy! Se me había olvidado buscar la peli. Enseguida encuentro algo.
Con tanta anticipación para todo y me falló la excusa para hacer lo que pretendía. Seleccioné la primera que me pareció y empezamos a verla.
—Pues hoy no tengo mucho sueño — dijo mi madre con una sonrisita.
—Mejor, a ver si así aguantas toda la peli.
Decepcionado a pesar de mis palabras, estuve un rato mirando la tele. Cada poco tiempo controlaba a mi madre, lamentando que no se durmiera. ¿Habría cloroformo en casa? Cuando ya había abandonado toda esperanza, como los condenados al infierno de Dante, la encontré dormida respirando suavemente. En un instante tenía el chándal por las rodillas, la mano en la polla y la toalla cubriéndome la zona en cuestión. Mamá me había dicho que no quería verlo, y así no lo vería. Cumplía sus instrucciones al pie de la letra.
Admiré el cuerpo de mi madre mientas me pajeaba despacio, pero al final el morbo me pudo y aceleré el movimiento. En un par de minutos me derramaba sobre la toalla sin dejar de recorrer la anatomía de mamá con la mirada.
Mi madre me despertó esa mañana. Era sábado y pretendía dormir hasta tarde, pero insistió.
—Vamos, Pablo. Me dijiste que correrías conmigo.
—Pero es que son las siete — protesté consultando el reloj de la mesilla.
—La mejor hora, venga gandul, arriba — me sacudió del hombro.
Terminé de abrir los ojos y me encontré en el cielo. Mi madre vestía los consabidos leggins y un sujetador deportivo que no podía ser más sugerente. De un golpe estaba despierto y despejado.
—Me cambio y te acompaño, un trato es un trato — le dije.
—Te espero en la cocina.
Creo que nunca antes había tenido tantas ganas de desayunar. Mi madre me recomendó que comiera ligero para no estar pesado más tarde y la hice caso. El tema es que hasta derramé el café al llevármelo a los labios por no dejar de mirar el cuerpo de mi madre. Ella tuvo que darse cuenta, claro, pero lo ignoró. Diría que incluso lo disfrutó por las risillas quedas que se le escapaban de vez en cuando.
Nada más salir de casa corrí al lado de mamá, pero aunque había poca gente a esas horas, era un verdadero incordio, así que me puse tras ella. La vista mejoró un montón. Tras un par de manzanas llegamos al parque que usaba mi madre, ahora sí tenía sitio a su lado, pero me mantuve a su estela. Obviamente.
A los veinte minutos o así de llegar al parque mi madre mantenía el ritmo y yo empezaba a resoplar. No sé si estaba en peor forma de lo que creía o el ir mirando continuamente el movimiento del culo de mamá estaba minando mis energías. El caso es que decidí aguantar, mi hombría estaba en juego y no pensaba darme por vencido. Mi madre terminaría bajando el ritmo, no tenía edad para machacarme corriendo. A los quince minutos supliqué piedad.
—Mamá — jadeé alcanzándola con un esfuerzo — ¿podemos ah… hacer un uf… descanso?
—¿Ya? Bueno, si lo necesitas andamos un rato, cuarta.
—¿Cuarta?
—Cuarta edad, so flojo.
La muy cabrita me la había devuelto. Con una enorme sonrisa y la respiración tranquila pasó su brazo bajo el mío.
—Caminemos ahora, pero deprisa, no bajemos el ritmo muy de golpe.
Hubiera disfrutado del paseo con su pecho derecho pegado a mi brazo si no estuviera a punto de echar el bofe. Y encima teniendo que mantenerme dignamente ante ella, cuando lo que yo quería era tumbarme en el suelo y morirme en paz. Por suerte, mi madre se percató de mi mal estado físico y volvimos a casa paseando, aunque antes tuvo un toque de humor que me dejó perplejo.
—¿Corremos otro poquito, cariño?
—Como quieras — contesté con la boca chica —, pero la verdad es que hace un día estupendo para pasear.
—Jajaja, si tuvieras los músculos de las piernas igual de trabajados que otro que yo me sé aguantarías mucho más —. Aguanté sus risas sonrojado acordándome de la madre que la parió, que por cierto era mi abuela —. Mañana vienes conmigo otra vez, necesitas ponerte en forma.
—Me temo que tienes razón, estoy más flojo de lo que creía.
—Si no vas a salir, esta tarde hacemos juntos gimnasia en casa, a ver si poco a poco te arreglamos un poco.
—Vale, mamá —. No es que me hiciera mucha gracia, pero quizá sí debería mejorar mi tono muscular, porque a pesar de tener buen aspecto estaba claro que lo necesitaba.
La sesión de gimnasia me gustó, hicimos ejercicios de fuerza, de flexibilidad y algo de cardio. Lo mejor de todo, evidentemente, fue el modelito de mamá, aunque ver sus pechos rebotando me desconcentraba un poco, jajaja.
Esa noche mi madre me agarró del brazo ante la tele. Entre ver sus bonitas piernas estiradas y su cálido pecho presionando contra mi brazo, mi erección no se hizo esperar. Por fortuna, tardó poco en dormirse, claro que ahora lo entendía mejor. El ejercicio a mí también me había dejado adormilado, si no fuera porque uno debe cumplir con sus obligaciones, me hubiera quedado dormido. En cuanto cayó me coloqué la toalla y empecé a darle al manubrio. Primero hice una recopilación de los mejores momentos del día, en la pantalla de mi imaginación emití su culito meneándose cuando corríamos, sus pechos rebotando al hacer gimnasia… Luego me fijé en su cuerpo apreciando sus curvas. Estaba embebido en su imagen con la mano frotando duramente mi miembro cuando mamá se despertó.
—¡Pablo! ¿Otra vez? ¿Es que no tienes vergüenza?
—Perdona, mamá, pero me dijiste que no querías verme. Como puedes comprobar estoy tapado — contesté sin dejar de masturbarme.
Por el rostro de mi madre fueron pasando sus sentimientos : indignación, confusión, resignación y creo que al final, aceptación. Con algo de timidez aparté los ojos de los suyos, sin embargo estaba resuelto y en ningún momento detuve mi mano. Bajo la toalla se adivinaba perfectamente mi mano subiendo y bajando.
—Esto no es lo que quise decir.
Me pareció que no lo decía muy convencida, que estaba más atenta a mi paja que a protestar. Aceleré el ritmo viendo cerca el final, no quería que se levantara antes de terminar. Sin contestarla apreté ligeramente el brazo contra su pecho y, dando los últimos vaivenes a mi polla, me corrí gimiendo y echando la cabeza hacia atrás.
Mamá se quedó paralizada, no la oía ni respirar. Su mirada clavada en la toalla y en la mancha de humedad que se empezaba a extender en su centro. Después de resoplar un poco disfrutando de los últimos coletazos de placer, me levanté para ir al baño.
—Espera, mamá, que enseguida vengo y terminamos de ver la peli.
Creo que con eso la dejé KO. Ella no esperaba que yo lo hiciera con tanta naturalidad y, después de intentar regañarme sin éxito, no supo reaccionar. Cuando regresé estaba viendo la tele y no me miró ni me dirigió la palabra cuando me senté a su lado. El reparo que me dio cuando mi pilló había desaparecido, sin embargo mi madre estaba como avergonzada, con las manos en el regazo y la mirada fija en la pantalla. Al terminar, nos levantamos los dos, la di el beso de buenas noches y cada uno nos fuimos a nuestro cuarto. Confesaré que me hice otra paja, pensándolo más despacio y en frio me pareció muy morboso lo que había pasado. Me volví a pajear con la imagen en la cabeza de mi madre mirando atentamente mi polla bajo la toalla.
Me despertó temprano al día siguiente la muy cabrona y esa mañana no me dio cancha. Aunque a mitad de recorrido bajó un poco el ritmo, no paramos de correr. Como siempre fui a su espalda, aunque a partir de un punto, ni siquiera tenía fuerzas para fijarme en su armonioso cuerpo. La novedad del día fue que me invitó a desayunar fuera de casa. En cuanto nos duchamos salimos y fuimos a una cafetería cercana. Estuvimos charlando cómodamente sin que saliera el tema de mis pajas. Mi madre lo había asumido, aunque saldría de dudas esa misma noche. ¿Se sentaría a mi lado normalmente sabiendo lo que iba a pasar? Porque estaba claro que me iba a pajear, después de lo ganado no pensaba retroceder ni un milímetro.
Así que eso hice, mi madre volvió a pasar su brazo bajo el mío y yo, en cuanto vi que mi madre cerraba los ojos aun sabiendo que no estaba dormida del todo, me cubrí y comencé la función. Mamá se mantuvo con los ojos cerrados, pero su respiración rápida la traicionaba. Yo me masturbaba despacio, sin ninguna prisa, vigilando sus reacciones. Llegué a presionarla el pecho con el brazo apreciando su blandura y calidez. Eso hizo que mi madre se removiera en el sitio, lo que ocasionó que la toalla empezara a desplazarse, pero me dio igual. Como mamá seguía cerrando los ojos no pensaba interrumpirme. En un momento me pareció que mi madre presionaba el cuerpo contra mí, así que moví el brazo dejando sitio. Efectivamente, mi madre pillada por sorpresa cayó un poco sobre mí.
Fue genial, salvo que con el movimiento la toalla terminó por caer y justo en ese momento abrió los ojos. Me detuve.
—Sigue, Pablo. No te quedes a medias o te dolerán los testículos.
—Vale, mamá.
Ahora sí que disfruté. Los ojos de mi madre estaban clavados en mi polla, que cada vez estaba más grande y oscura. Mi mano recorría toda la longitud y mi mirada recorría el cuerpo de mi madre y el canalillo que dejaba entrever al estar inclinada. Ella se daba cuenta, pero no pareció importarla. Cada vez sus dedos apretaban mi mano con más fuerza. ¿La estaría gustando verme? Fue pensar eso y no poder contenerme. El placer me pudo y empecé a correrme a chorros. Gemí sin cortarme mientras el semen caía en mi estómago. Mamá no quitaba ojo, con los labios entreabiertos y la respiración acelerada.
—Enseguida vengo — le dije cuanto terminé y fui al baño.
Al acostarnos besé a mi madre como siempre, y ya me iba a mi habitación cuando me dijo :
—Pablo, desde mañana vienes a correr conmigo a diario, tienes que equilibrar esos músculos — sonrió con malicia.
La noche siguiente yo tenía tanto sueño como mamá y miedo de dormirme antes incluso que ella, por lo que según nos sentamos me cubrí y me puse a pajearme directamente.
—¿Ya, hijo? ¿Ni siquiera vas a esperar a que me duerma? — me preguntó sorprendida.
—Es que ahora te entiendo, tengo mucho sueño y no quiero dormirme antes de… ya sabes.
—¿Por qué no lo dejas por hoy?
—No, mamá, que luego me despierto a medianoche con molestias.
—Ah, vale, pues dale venga.
Estupefacto por su respuesta y la naturalidad con la que me contestó, me puse a lo mío. Volví a entrelazar los dedos con mi madre y a darle a la manita. Sí me fijé en que mi madre se movía mucho, cosa que dejó de hacer cuando la toalla se cayó a un lado. ¡Ah, pillina!
Notaba que mi madre apretaba mi mano de vez en cuando, supe que la estaba encantando lo que veía. A los diez minutos o así, cuando me quedaba poco, le eché valor.
—Abrázame, mamá.
—¿Qué? — contestó en voz bajita.
—Abrázame.
No me lo esperaba, pero me obedeció, pasó sus brazos por mi cuello y pegó la cara con la mía y sus pechos contra el mío. Olía fenomenal. En unos segundos eyaculaba ante la hipnotizada mirada de mamá.
Lo tomamos como una costumbre. En cuanto nos sentábamos, me cubría la tripa con la toalla para no mancharme y me hacía una paja. Ya no tenía que decir nada a mamá. Cuando la cosa estaba mediada me abrazaba, cada vez más restregaba los pechos contra mí y alguna vez se la escapó algún beso en mi mejilla. Era fabuloso.
Pero todo lo bueno se acaba y llegó el día de volver con mi padre. Habían dejado a mi elección con quién quería vivir y elegí pasar la mitad del tiempo con cada uno, pero en este momento llegué a pensar quedarme con mi madre. Al final pudo la razón, mi padre me necesitaba después del abandono de mi madre y ella seguro que tampoco lo vería bien. Eso sí, cuando volví de clase y preparaba mis cosas para llevarme intenté algo que no estaba para nada seguro que fuera a funcionar.
—Mamá, ya tengo todo — la grité desde la habitación —. ¿Puedes venir un momento?
—Dime, Pablo, ¿no encuentras algo?
—No, mamá, no es eso. Es que verás, había pensado que como no te voy a ver en dos semanas, pues… quería que hicieras algo por mí, pero es que… no sé cómo decírtelo.
—Ven aquí, tonto del bote — me abrazó con cariño —. Después de la confianza que nos tenemos, ¿qué es lo que te da tanto apuro?
—Es que había pensado en que como no te voy a ver quería hacerte unas fotos — la dije con timidez.
—Claro, las que quieras.
—Sí, pero así no, eh… algo más picante.
—¿Desnuda? Ni hablar, ¿tú eres tonto o qué? — me cogió de los brazos y me miró indignada.
—No, tampoco es eso, pero ya sabes lo que hago todas las noches, me ayudaría mucho tener fotos tuyas. No hace falta que estés desnuda, pero sí un poquito sugerente, mamá.
—¿Te quieres masturbar con mis fotos? — mi madre no salía de su asombro.
—Sí — confesé.
—No lo entiendo, si tienes internet lleno de porno. Tienes todas las fotos y videos que quieras con mujeres mucho más guapas y jóvenes que yo.
—Pero no son tú. Yo quería tener alguna foto tuya — insistí viendo que se ablandaba —. Si no se me van a hacer muy largas estas dos semanas. No es igual estar con papá que contigo — peloteé descaradamente.
—En fin, hijo, tú ganas — claudicó ¡bieeeeeeen! —. ¿Qué me pongo? No tengo ropa muy sugerente, como tú dices.
—Yo creo que la ropa de correr está bien, mamá.
—¿A sí? ¿Esa ropa te gusta? — me miraba con media sonrisa.
—Te queda genial, mamá, te hace un cu... bueno, que te queda muy bien.
—Jajaja, vale enseguida vengo.
Volvió en un par de minutos con el sujetador deportivo que tanto resaltaba sus atributos y, en vez de los leggins de correr, otros parecidos pero muy cortitos, que dejaban ver el borde inferior de sus nalgas.
—¿Y esos pantalones? — pregunté con los ojos haciéndome chiribitas.
—¿Me quedan bien? Los pedí por internet y luego no me atreví a ponérmelos — me dijo sin abandonar la sonrisa maliciosa que últimamente me mostraba mucho —. Enseño mucho, sobre todo cuando me agacho, mira.
Me dio la espalda y se inclinó. No solo el pantaloncito subió dejando ver más nalgas, sino que le marcaba perfectamente los labios vaginales.
—¿No ibas a hacer fotos? No te quedes ahí con cara de pasmado.
—¿Así? — balbucí —. Sí, sí, espera.
Cogí el móvil, y empecé a hacer fotos. Hice varias de ella en esa posición. De escándalo. Me moví a su alrededor cogiendo varios ángulos. En el de perfil le colgaban los pechos. De flipar.
—Enderézate y sonríe, mamá.
—Claro, hijo.
La hice varias de cuerpo entero. Luego se apretó los pechos con los brazos sin que se lo pidiera. De perfil sacó el trasero y respiró profundo para que resaltaran sus estupendos senos.
—Parece que te lo pasas bien — la mujer no paraba de sonreír.
—Pues sí, Pablito. No imaginaba que me gustaría tanto.
—Vale, ahora levántate un poco el sujetador por abajo — arriesgué.
—Claro.
Si me hubieran pinchado no hubiera salido ni gota, pero seguí como si nada. Mamá se levantó el sujetador mostrando la parte inferior de los senos. Para comérsela. Al tiempo que posaba iba haciendo caritas, encantada con las fotos.
—Ahora bájate un poquito los leggins.
—A mandar — me saludó como un militar con una risita.
Creo que no se dio cuenta, pero se bajó los pantalones hasta la mitad del culito, y cada vez que se movía la cantidad de carne que enseñaba era un poco mayor.
—Muy bien, mamá. Eres una profesional.
—Jajaja, ¿lo hago bien?
—Genial.
Ya no sabía ni dónde apuntaba con el móvil. Estaba tan cachondo de tener a mi madre semidesnuda delante de mí que no atinaba. La erección en mis pantalones empezaba a ser dolorosa.
—Bueno, creo que tendrás suficientes fotos — terminó mi madre recomponiéndose la ropa —. ¿Te ha gustado que pose para ti, Pablito?
—Ha sido total, mamá. Has estado fantástica y has salido espectacular.
—Me lo creo, hijo, me lo creo — me miraba el paquete con su sonrisa malvada.
—Creo que me voy a masturbar por última vez antes de irme. Si no, no voy a poder andar.
—Jajaja, cómo eres.
Me senté al borde de la cama y me bajé los pantalones. Sin cortarme un pelo cogí el móvil con la mano izquierda pasando las fotos.
—Yo también quiero verlas — dijo mamá subiéndose a la cama y arrodillándose detrás de mí.
Estaba todavía con las primeras, con mi madre inclinada enseñando el trasero.
—¿Ves? — me dijo pegando los pechos a mi espalda —. No puedo salir con esos leggins.
—Pero puedes ponértelos en casa.
—¿Cuándo tú estés?
—Claro — seguí pasando fotos. Las manos de mi madre me recorrían los brazos y el cuello. Me estaba poniendo a tope.
—¿No tengo el culo muy gordo?
—Qué va, mamá. Es perfecto.
—¿Tú crees?
—Que sí, tonta, no es ni grande ni pequeño, es redondito y respingón y parece firme.
—Pues claro que es firme, para eso me cuido tanto.
—¡Uy! Enseño demasiado — dijo al ver en las que se había levantado el sujetador. Verás cuando veas las del culo, pensé.
—Estás preciosa.
Era un poco surrealista, estar hablando con mi madre tranquilamente mientras me hacía una paja, pero tuve que bajar el ritmo un montón para no correrme. Lo estaba pasando demasiado bien.
—Gracias, hijito — mi madre tenía la cara pegada a la mía y me besó en la mejilla —. Oye, ¿no vas un poco despacio?
—Es que quiero que veamos todas las fotos.
—Ah, vale. Pues sigue pasando.
Seguimos viendo las imágenes. Las manos de mi madre no se estaban quietas. Tan pronto me acariciaba los brazos, como me tocaba el pelo o el cuello y la cara. Notaba sus pechos clavando los pezones en mi espalda.
—¡Ala! — exclamó al ver las fotos con los leggins bajados —. Aquí sí que me he pasado. Luego las borras.
—Ni de coña. Estás estupenda y no pienso borrarlas.
—Pero se me ve casi todo el culo, hijo. ¿Y si las ve alguien?
—Tengo contraseña, y además voy a instalar algo para que sea imposible que las vea nadie.
—Bueno hijo, pero ten mucho cuidado. No me gustaría que circularan estas fotos por ahí.
—No te preocupes. Oye, ¿a lo mejor quieres que se las enseñe a papá para que vea lo que se está perdiendo?
—Jajaja, qué malo eres. Venga, Pablo, acaba que son las últimas.
—Vale, mamá, abrázame más fuerte.
—Claro. Echa todo, hijo, no dejes nada.
Con el nuevo entendimiento que teníamos mi madre pegó más su cuerpo al mío y me rodeó fuerte con los brazos. En esta postura era mucho mejor que estando sentados. Una de sus manos me acarició el pecho bajando por mi abdomen. ¿Llegaría más abajo, a zona peligrosa? Eso parecía, pero fue demasiado para mí. Mi resistencia terminó y me corrí salvajemente. De mi polla saltaron cuatro o cinco chorros de semen acompañados por mis gemidos de placer. Mamá me apretó más fuerte al verlo y me dio un beso largo y húmedo en la cara. Era el paraíso.
—Ahora te tienes que cambiar otra vez — me dijo al terminar —. Aprovecha mientras me lavo que salgo a despedirte.
Vi que salía con la mano extendida y un churretón de semen en ella. Debió ser la que tenía en mi tripa. En unos minutos me despedía con tristeza de ella en la puerta con un abrazo muy grande.
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