Belén estaba delante de su armario con un gesto interrogativo que no podía borrar. Dudaba entre todos los conjuntos que tenía y solamente deseaba elegir el más provocativo para sorprender a su marido.
Tras tanto tiempo… En realidad, ¡meses! Sin tener un momento para ellos, por fin iban a disponer de un rato a solas para estar juntos. La mujer sabía que eso quería decir que habría una ínfima posibilidad de volver a sentir su pene en su interior y… no iba a desaprovechar la oportunidad.
Dejó el móvil a un lado, sabiendo que Manu volvería del trabajo dentro de una hora, si todo iba bien claro, porque no era la primera vez que… “El imbécil de su jefe”, palabras textuales de la esposa, le hacía meter horas extras en la oficina.
—¡Que hoy no me lo joda…! —maldijo ella delante de todas sus preciosas prendas.
Pasó un buen rato eligiendo un modelo que le gustase y, al final, se dio de bruces con uno de un color azul eléctrico que iba a juego con sus ojos. Se lo enfundó sobre su piel, modelándolo con ese cuerpo delgado que su madre siempre le recriminó.
“¡Come más…!”, esa fue la frase que su progenitora cada día le dedicaba a la hora de sentarse a la mesa, toda la vida con lo mismo y, ahora que se miraba en el espejo del armario, supo que ella se equivocaba.
—Me veo de maravilla para estar más cerca de los cincuenta que de los cuarenta.
Se alisó el flequillo, dejándolo por encima de sus cejas y sabiendo que dentro de poco tendría que ir a la peluquería. Los largos cabellos negros cayeron por su espalda más lisos que una tabla y cuando dio una vuelta entera, danzaron con la gracilidad que una bailarina de ballet.
Sonrió a su reflejo, porque la belleza que imperaba en su rostro seguía presente a pesar de la edad y sabía, que Manu, se iba a poner colorado al verla.
—No va a poder decir que está cansado…
Soltó una risa nasal, con cierta coquetería por deleitarse con su propia imagen. No dudó en subir las manos, en alzarla por ese vientre plano que había dado a luz a dos maravillosos chicos.
Los embarazos no hicieron mella en ella y quizá alguna estría se atisbaba por la cintura, pero nada más. Pasó por la zona de las costillas, que se marcaban y podían ojearse bajo una piel blanquecina que sí que hubiera preferido que estuviera algo más bronceada. “Así soy yo…”, se decía para sí misma, siendo consciente de que no estaba nada mal.
Llegó a la zona del sujetador, junto a ese color azul que tanto pegaba con sus ojos claros. Las manos se quedaron en la zona baja de la prenda, haciendo un poco de fuerza y uniendo ligeramente las dos mamas. Nunca fue de grandes pechos, pero la verdad era que para nada estaban mal. Como decía su marido, eran tetas de mano, lo justo para que cupieran entre sus dedos, aunque con ese sujetador… aumentaban dos tallas y se veían mucho más golosas.
—Si me pongo encima de él y me muevo con esto en su cara… no va a durar nada.
El recuerdo de su última vez afloró en su memoria. Esa gran ocasión que no desaprovecharon se dio luego de una fiesta, con unas copas de más y su marido somnoliento. Lo rememoró con dulzura; sin embargo, sabía que Manu ya no era aquel toro que le embestía con pasión como cuando tenían veinte años.
Una de las manos se separó del sujetador y se fue en dirección a un ombligo que le esperaba con curiosidad. Pasó de largo, alcanzando la minifalda que a Belén le parecía más un cinturón dado su tamaño, pero… hacía su función, provocar.
Sus dedos se escabulleron entre la tela, tocando una braga del mismo color que la parte de arriba del conjunto. No metió ningún dedo en el interior, quería reservarse, pero con el recuerdo latente del pasado junto a Manu, tuvo que apretar la zona de su clítoris.
—¡Aahh…! ¡Qué caliente estoy últimamente!
Lo achacaba a los últimos coletazos de su feminidad, antes de que la menopausia se la llevara para siempre. Quizá era eso, las últimas oportunidades de sentirse fogosa, caliente y… cachonda.
Otra vez apretó su clítoris por encima de la prenda y le vino a la memoria aquella noche de bodas en la que folló con su marido como auténticos animales. Se la metió de todas las maneras y los orgasmos se sucedieron hasta caer rendidos.
La mano sobre su sexo apretó con más dureza y Belén no reprimió las ganas de amasarse ese seno que aumentó de volumen. Estaba lista, preparada para que llegase Manu y devorarle con toda la intención.
—Hoy no te escapas, no valen las excusas… —murmuró al espejo, aunque rápido silenció su voz, puesto que la puerta de casa, estaba abriéndose.
Belén cerró el armario y se dio la vuelta con cierto nerviosismo, casi como si fuera la primera vez que esperaba a su hombre. Se miró de arriba a abajo, contemplándose subida a los tacones que le hacían endurecer tanto sus piernas como sus nalgas.
Estaba bella, preciosa, radiante, en verdad una mujer por la que sería obligatorio pararse para admirarla. Escuchó los pasos cada vez más cercanos y sintió cierto nerviosismo, igual que si fuera la primera vez y no estuviera lista para perder su virginidad. Se alisó la falda, aunque no era necesario, y colocó las manos en la cintura para mostrar una postura sensual.
Rápido cambió, apoyándose con una mano en la pared, pero se vio tonta y volvió a la misma posición cuando los pasos pasaron por delante de la puerta. Belén torció el rostro, pensando que Manu pasaba de largo y ella se iba a quedar igual que un maniquí durante varios minutos.
—Estoy en la habitación —comentó al aire de manera informativa para no perder el tiempo.
En principio, sus dos hijos no iban a aparecer hasta la noche, porque el pequeño tenía entrenamiento de fútbol y el mayor se había quedado a pasar la tarde con su novia. Sin embargo, cada segundo contaba para una mujer que anhelaba un sexo que le era esquivo desde casi un año atrás. No estaba dispuesta a perder ni un minuto.
Los pasos regresaron hasta la puerta y observó que el picaporte empezaba a girar en el silencio de su cuarto. Su corazón se aceleró de golpe, sabiendo que tocaba el momento de la fiesta. Adelantó un pie, separándolo del otro para que la falda se estirase y mostrase algo de su braga.
Estaba deseosa, en verdad, sería mejor decir que estaba cachonda perdida por lo que se venía y, con un gesto felino en su rostro, aguardó a contemplar el rostro sorprendido de su marido. Sus dedos se apretaron en su pequeña cintura y mordiendo su labio inferior tintado con un leve toque de pintalabios, le recibió.
—Pasa, amor… Estoy demasiado caliente por pensar en ti…
La madera se movió hacia adelante y Belén empezó a sentir pinchazos en un sexo que quería empaparse antes de tiempo. Empezó a ver el pelo de una cabellera, una… que no se asemejaba a la de su marido. Cuando verificó el rostro que asomaba tras la puerta, su gesto lascivo cambió de golpe.
—¿Mamá?
****
Belén se quedó petrificada, porque Manu no estaba delante de ella con la boca babeando al ver la manera en la que le esperaba, sino que era Xabi, su hijo mayor, el que la estaba observando.
Hubo un momento de desconcierto, como si la mujer hubiera quedado atrapada en sus propios pensamientos. Era un error, un fallo en la red de su cerbero, ya que ella esperaba a su esposo y ahora, el que le estaba mirando… era su hijo.
—¡Madre del amor hermoso…! —soltó Xabi con toda la sinceridad del mundo al abrir del todo la puerta.
Se llevó una mano a la cabeza, mientras la otra sostenía el picaporte, quizá para mantenerla abierta o, tal vez, para no caerse por la visión tan magnífica que tenía delante.
Aquella frase fue el detonante para que Belén activase su cuerpo y su mente. En menos de un segundo, sacó las manos de la cintura y las llevó cada una a una de sus partes más íntimas. Trató de tapar la falda, a la vez que juntaba las piernas, pero en la parte de arriba… ese brazo no arregló nada.
Cuando colocó la mano sobre su busto, este aumentó de tamaño y solo acabó mostrando a su hijo mayor, que sus mamas todavía podían crecer más.
—¡¡Xabier!! —clamó con el rostro enrojecido hasta el punto de asemejarse a un tomate bien maduro.
—Pero… ¡Madre mía, mamá! ¿¡Qué haces con esas pintas!? —el chico dio un paso al interior y Belén se dio la vuelta, cogiendo la camisa que usó esa misma mañana.
—¿¡Qué haces tú aquí!? —preguntó dándole la espalda y abotonándose la camisa de manera ansiosa, sin llegar a atinar en un par de ranuras.
—¿Qué voy a hacer? Es mi casa, ¿no?
El chico estaba más cerca que antes y cuando se dio la vuelta, había recorrido la mitad de la distancia que les separaba. Belén se sintió desnuda, realmente desvalida delante de un chico que jamás la debía haber visto así. Al menos, ya había podido taparse un poco, aunque la mitad del trasero era visible por culpa de la corta minifalda y por qué la camisa era demasiado corta.
—¿No estabas con Yaiza? —comentó al aire, sintiendo que las orejas se le quemaban de la vergüenza.
—Sí, pero hemos discutido. A veces es más tonta… —aquello no estaba bien que lo dijera, pero Belén no estaba para recriminarle nada.
—¿Y la universidad? —la mujer buscó algún motivo para que el muchacho no estuviera allí.
—Mamá, a las tardes no tengo clase. Oye… —sacó esa sonrisa pícara que tuvo desde que nació y la madre supo lo que se avecinaba— no desvíes el tema. ¿Qué leches hacías así de preciosa?
—¡Hijo! —Xabier siempre fue muy directo, en ocasiones, rozando lo incorrecto; sin embargo, Belén admitió que esa duda era totalmente lógica— Lo que me da la gana. No te interesa.
—No, no… No me tiene que interesar, mamá. Pero bueno, puedo imaginarme que esperabas a alguien y… no era yo. —su mueca maliciosa parecía no borrarse de su rostro— Además, como has comentado que estabas aquí, pensaba que querías algo de mí, pero ya veo que no.
—¡Ay, señor…!
Su corazón se iba calmando y cruzó los brazos para que se notase lo menos posible lo sensual de su ropa interior. Era demasiado complicado, porque esa imagen ya estaba grabada a fuego en los ojos del muchacho.
—Es que… —continuó ella tratando de normalizar una cosa que le daba demasiada vergüenza— Había quedado con tu padre… y bueno, no quiero darte más explicaciones. Simplemente, pensaba que eras él, punto.
—Me vas a echar de casa para tener algo con papá, ¿no? —su gesto pícaro pobló su rostro y a ella le gustó verlo, porque siempre le hizo gracia, aunque en ese momento, no tanto. El chico solamente quería picar a su madre y ella lo sabía.
—¡Qué bobo eres! —tuvo que soltar una risa nasal que la calmó un poco más hasta casi normalizar su alma— No… No hace falta. Y antes de que diga nada… —le paró con una mano en alto, mientras se movía a por el móvil— no pienso pedirte que te vayas de casa, para… hacer eso…
—Si necesitas una noche loca con papá, pues no me voy a oponer. Soy un buen hijo.
—¡Xabi por Dios!
Acabó por reírse, porque su primogénito siempre le conseguía sacar esa sonrisa en los momentos de máximo aprieto. Cogió el teléfono entre sus manos, sin borrar esa mueca alegre de sus labios, aunque rápido se le diluyó cuando vio un mensaje de su marido.
—¡Dios, mío…! Tu padre viene más tarde… —comentó al aire y se dio la vuelta sin la vergüenza de antes, puesto que la reemplazó de inmediato por un evidente enojo.
—¿Qué?
—Nada, que me ha mandado un mensaje mientras me preparaba, pero no me di cuenta por qué dejé el móvil en silencio. Me dice que tiene que meter unas cuantas horas extras… —Belén se tumbó en la cama, quedándose con los brazos extendidos, igual que Cristo en la cruz— Maldito jefe. Y bueno, tu padre también tiene culpa, que nunca dice que no.
—Quizá tenga sus razones, no sé… —trató de mediar el joven, aunque tampoco se iba a meter mucho más en un asunto que enredaba a sus dos progenitores.
—Para nada las tiene. Prefiere estar en el trabajo antes que aquí con su mujer.
—Me da que él se pierde la fiesta, mamá… —la picardía se notó en su voz y Belén no tuvo más que negar con la cabeza ante lo deslenguado que era su hijo.
Xabi observó a su madre, con el ombligo al aire, debido a que no se abotonó la camisa por completo y con dos bultos un poco más arriba que sobresalían de esta, más grandes que de costumbre. El chico no es que se fijase en su progenitora, pero la veía todos los días y era evidente… que algo había cambiado en la zona de sus senos.
Los ojos azules que le legó Belén en herencia viajaron por las piernas desnudas e incluso movió su nariz oliendo el perfume con el que la mujer se roció para recibir a su esposo. Estaba guapa… demasiado guapa para ser su madre y eso, no le pasó inadvertido.
La vista se le quedó pegada debajo de ese ombligo curioso, en una minifalda que no llegaba a tapar nada y donde la braga… era visible. Xabi sintió un retazo de algo que no llegaba a poder describir, de una curiosidad que no era capaz de definir, puesto que eso que estaba viendo, era una vagina oculta por una prenda. Fuera de quien fuera… continuaba siendo un agujero.
—Mamá, te veo las bragas —comentó para que la visión se tapase de alguna manera.
—¿Pues no mires, bobo? —Belén lo tomó a broma y se sentó correctamente, aunque su hijo… ya no tenía una sonrisa en su rostro. Un segundo más tarde, se dio cuenta de que iba a hablar.
—¿Cómo es que le esperabas así?
—¿Cómo? No entiendo. —el chico alzó las manos y señaló su cuerpo entero.
—Me refiero así de sensual. Con la ropa interior y maquillada. ¿Es vuestro rollo? —quizá la pregunta era poco adecuada para hacerle a una madre, pero Belén estaba acostumbrada a dudas tan extrañas como directas.
—No, hijo. Esto no lo solemos hacer, era una manera de… encender la chispa. No sé si lo entiendes.
—¿No tenéis sexo?
—¡Dios…! —murmuró la mujer ante la franqueza del joven. Con una mano en el rostro, negó lentamente aguantando una sonrisa boba por haber parido semejante chico— Eso es un asunto privado, Xabi.
—Pues mira que yo, he discutido con Yaiza por eso. —Belén dudó en detenerle y cuando lo quiso hacer ya era tarde— ¡Es más mojigata…!
—¿Por qué dices eso?
Quizá no debería haberle dado alas a su muchacho, pero siempre fue partícipe de ayudarle en todo lo que pudiera con sus problemas. Por mucho que fuera un tema sexual, no dejaba de ser un problema que parecía molestar a su hijo.
—Siempre el misionero y así… no probamos nada nuevo. —suspiró de manera evidente, parecía realmente hastiado por esa situación— Estoy muy cansado de hacer lo mismo, mamá.
—Quizá eso lo deberías con… —no le dejó terminar, cuando Xabi se ponía a hablar, no paraba.
—Es que ahora te veo a ti y es que me pongo más de mala leche.
—¡Aiba! ¿¡Yo qué he hecho ahora!? —miró a los ojos azules de su hijo buscando un argumento válido.
—Nada —abrió los brazos casi golpeando a su madre—, ¿pero te puedes creer que una chica de mi edad no quiera ni bajar al pilón y tú estés aquí igual que una loba para tu marido?
—Pues… —se percató de algo— Oye… ¿Me has llamado loba? —Xabi ni siquiera la escuchó y siguió a lo suyo.
—Es que fíjate, siempre hablando de que si son nuevos tiempos, de que hay que tener la mentalidad abierta… y me toca una chica a la que una vieja supera en erotismo.
—¡Xabi, oye! —eso no lo dejaría pasar— ¡Que tu madre no es una vieja!
Belén se alzó de la cama, colocándose delante de su hijo con la camisa a medio abotonar y un rostro algo airado. Las manos se fueron a su cintura, ciñendo la ropa sin querer al tomar la misma postura con la que pensaba sorprender a su marido.
El chico la vio… mejor dicho, la admiró en toda su expresión y no dudó de que sus palabras habían sido erróneas. Quizá el carnet de identidad de la mujer marcara una edad, pero para nada parecía que hubiera atravesado ya los cuarenta y cinco.
—Cierto. No lo eres, mamá. Me equivoqué… —su rectificación era totalmente cierta— Estás mucho mejor que las de mi edad.
—¡Ay, chico…! Déjalo… —no quería halagos tontos pensando que se trataban de las típicas bromas de Xabi, pero este lo decía en serio— Voy a cambiarme. ¿Quieres algo de merendar o te lo haces tú?
—¿Te vas a cambiar? —ella no entendió la pregunta y asintió— ¿No vas a esperar así a cuando llegue, papá?
—¿Para qué voy a esperarle así? Además, si ya no estaremos solos…
—¡Joder, mamá! —la expresión de su hijo era tan clara— Pues para que se le pongan los dientes largos. Dile cuando llegue, que esto es lo que se ha perdido por meter tantas horas extras. —sus manos pasaron muy cerca de la camisa y fueron desde arriba a abajo para señalarla por completo— Seguro que acaba bien jodido y, desde hoy en adelante, siempre llega pronto a casa.
—¡Qué dices…! —suspiró la mujer cambiando de parecer a cada milésima que no había ninguna palabra entre ellos. Para cuando retomó la conversación, no lo vio como una mala idea— ¿Estás seguro…? O sea, me refiero a que… ¿Manu pensará eso?
Xabi tardó un par de segundos en contestar, tiempo que le dio a Belén para reflexionar sobre esa idea. No le pareció nada descabellado y, en su mente, empezó a imaginar la cara de su esposo viéndola de esa guisa, sabiendo que se lo había perdido.
—¡Por supuesto! —asintió el chico sin dejar de mirar a su madre con unas pupilas dilatadas casi por completo— Ojalá yo viera a Yaiza de esa forma. ¡Joder es que me vendría bien arriba! Me encanta la lencería. Os deja tan… tan buenas…
El aliento salió de su boca algo más cálido de lo normal y pese a que Belén no lo sintió sobre su piel, supo que la entonación era diferente, algo más… sensual.
—¿Cómo? ¿En plan fetiche? —su hijo alzó los hombros.
—No sé si será de esa forma. Solo creo que las mujeres estáis más guapas con ropa interior bonita que desnudas.
—¿¡En serio!? —le pareció curiosa esa afirmación y quizá, fuera cierta, porque ella también se veía realmente guapa con esa prenda.
—A ver… ¿¡Tú te has visto!? —su mano se extendió y la volvió a señalar de arriba a abajo— ¡Por favor, mamá! ¡Estás increíble! Esa lencería se te pega a la piel que da gusto, pareces otra mujer.
Belén se sintió extrañamente halada, notando que la piel le empezaba a quemar por unas palabras que no deberían salir con tanta soltura de la boca de un hijo. Se dio la vuelta, caminando hasta el espejo y observándose de manera coqueta sin importarle que Xabi estuviera a su espalda.
Se atusó un poco su cabello liso y se remiró cada zona de su anatomía sin importarle que estuviera la camisa, porque ella podía ver a través de ella. Era cierto lo que decía Xabi, parecía otra mujer, una más guapa, más joven… Sin embargo, no fue eso lo único que vi.
Un poco más atrás, sentado en la cama, continuaba estando su hijo, pero no la observaba a su reflejo, sino que tenía los ojos puestos en la parte que se veía de su culo. Belén pensó en darse la vuelta y recriminarle su actitud, no obstante, algo le llamó a quedarse quieta.
Volvió a su mente para ver qué era lo que sucedía. Su subconsciente se estaba haciendo presente, diciéndola que hacía mucho que nadie la observaba de esa forma y, aunque fuera su hijo, no estaba del todo mal.
Acabó por girarse antes de que el joven pudiera gozar un poco más de esas vistas y un curioso calor la inundó por dentro. Era lo que tenía antes de que apareciera su hijo mayor por la puerta, esas ganas por volver a ser penetrada con ímpetu hasta quedarse satisfecha.
—Mamá…
—¿Sí?
Belén le escudriñó durante ese lapso silencioso en el que sus ojos azules se cruzaron. El chico tenía algo que decir, pero por primera vez, se lo estaba pensando. La mujer esperó con esa emoción que no podía abandonar, puesto que la sensación era que lo que estaba viendo Xabi… le gustaba.
—¿Tienes más lencería así? —la pregunta fue directa y bien pronunciada como hacía siempre.
—Pues…
Quedó con la palabra en la boca, analizando esa mirada tan afilada de su muchacho y pensando en cómo negárselo. Sus dedos apretaron la pequeña falda con cierto nerviosismo, creando un cúmulo de tela que ninguno miró, ya que prestaban atención a los ojos azules del otro.
Tomó aire, hinchó esos pechos a los que había dado más volumen y se vio decidida recriminarle con las mejores palabras posibles, que igual no era una pregunta apropiada para una madre. Sin embargo…
—Sí… tengo alguna que otra…
—¿Podría verla?
—¿¡Cómo…!? No entiendo… —pese a que podría darse la casualidad de que solo tuviera que enseñarla. Belén no pensó en eso, sino que le vino otra cosa a la menta— ¿Qué me la ponga…?
La mujer sintió que la garganta se le atoraba, la saliva desaparecía y la temperatura de su cuerpo descendía de golpe. Imaginó que su hijo pretendía verla con esas ropas, que le mostrase su belleza igual que si fuera un pase de modelos y eso… no lo iba a permitir o… “No lo haría, ¿verdad?”, se preguntó a sí misma antes de escuchar la voz de su primogénito.
—No. Digo si me la podrías enseñar. Es que me… encanta… Tiene algo que… no sé… —ella se quedó en silencio, meditando lo que contestarle, aunque este añadió algo más— Ojalá Yaiza fuera como tú.
La mujer permaneció callada, escuchando esas palabras e interiorizándolas con gusto. No sabía hasta qué punto su hijo deseaba eso o solo era una frase hecha, pero le encantó, incluso forzando a que los labios le temblaran por no saber qué decir.
Se dio la vuelta sin añadir nada y notando los ojos azules de su hijo sobre la falda tan pequeña que no podía tapar su culo. Llegó al armario, abriendo la puerta y examinando lo que tenía dentro, aunque su cabeza, le preguntaba si era posible que… ella, en su totalidad y no solo su ropa interior, gustase a su hijo.
“¿¡Eso es una locura!?”, le gritó su raciocino, pero… el reflejo del espejo, en el que se podía ver el rostro de Xabi, no decía lo mimo. Apretó los puños a escondidas, conteniendo las extrañas emociones que brotaban de su vientre y se centró en una ropa interior que estaba a mano y que ya vio un rato antes.
Sacó dos piezas de ropa interior inmediatamente, ambas en un tono rojo fuego que gritaba a los cuatro vientos lo que buscaba su dueña al ponérselo sobre su piel. Dándose la vuelta, cogió cada parte y se la colocó delante de su cuerpo sin quitarse ninguna otra prenda que portase.
—¿Qué te parece? —preguntó la mujer, deleitándose con la mirada de su chico. En su vida se hubiera imaginado mostrándole la ropa interior a su primogénito, pero… por el gesto que ponía y ese leve rubor sobre el puente de la nariz, no estaba tan mal.
—Increíble…
La voz sonó cohibida y algo atorada, la misma que tendría un chico virgen que estuviera viendo una teta por primera vez. Sabía que Xabi no lo era y que, seguramente, le hubiera dado bien duro a Yaiza con esa energía de la juventud.
Aquel pensamiento le puso la piel de gallina, porque se imaginó que un muchacho joven, entrado en la adolescencia, con esa energía que solo se obtiene durante esa etapa de la vida, la poseería con la fuerza que ostentaba su marido tiempo atrás.
—¿De verdad…? —la recogió entre sus dedos y observando el armario, se atrevió a sugerir otra cosa que ni siquiera salió de su cerebro. Fue su lengua la que se adelantó, por culpa de un sentimiento que brotó desde la parte inferior de su vientre— ¿Quieres ver otra?
—Sí.
Belén se volvió a girar y, por más extraño que le pareciera, la sensación de ser observada por su hijo, le estaba gustando. Quedó parada delante del armario, con la ropa entre sus dedos bien aferrada, aunque, no por mucho tiempo.
La mano se abrió casi automáticamente, dejando caer las dos prendas contra el suelo sin que emitieran ningún sonido. Ella lo vio, al igual que Xabi, y observando sus propias manos, se dio cuenta de que lo había hecho con toda la intención.
—¡Qué torpe…! —suspiró contra la ropa que continuaba guardada en el armario y… sin dudarlo ni por un momento, se inclinó para recoger las prendas.
Su torso empezó a descender; sin embargo, su trasero quedó en el mismo lugar que antes sin llegar a flexionar las piernas. Belén sabía muy bien dónde estaban sus nalgas, como también conocía lo bonito que quedaba ese pequeño hilo que las separaba y, obviamente, que la minifalda no taparía nada. Siendo consciente de todo… no dudó en agacharse.
Sus manos toparon la tela y un escalofrío demasiado pronunciado le sacudió el cuerpo al imaginarse que su hijo se estaría derritiendo con su culo delante de su cara. Tragó saliva, sintiéndose un poco sucia, pero notando que otro sentimiento opacaba por completo todas las emociones. Estaba cachonda.
—Mira este —comentó dejando la prenda en su lugar y sacando un sujetador negro de palabra de honor—. Me gusta.
—Es bonito. —Xabier habló contenido, soportando el ardor que le estaba surgiendo por ver a su madre de una manera tan diferente— ¿Tienes…? ¿Tienes más? —preguntó con descaro.
—Sí, claro. —a Belén algo le vino a la mente y se giró de nuevo hasta el armario— Guardo el de mi noche de bodas, tiene muchos años, pero sigue como si nada. Te lo voy a enseñar. —no fue una pregunta, fue una afirmación.
Buscó en dos cajones, encontrándolo en el último, bien guardado en la misma cajita plana en la que se lo regalaron. Lo depositó en la cama, al lado de su hijo, queriendo que no se perdiera nada de esa prenda, puesto que era preciosa.
El chico la admiró en silencio, mientras su madre se colocaba el pelo liso detrás de las orejas y sacaba esa lencería tan íntima de un lugar donde reposaba por demasiados años.
—Aquí está… —murmuró Belén como si estuviera sola.
Extendió aquel precioso conjunto delante de sus ojos y también de los de su hijo. En aquel instante, se dio cuenta de que, aparte de ella, solamente lo habían visto dos personas en su vida. El primero fue Manu cuando llegaron al cuarto y la dio con tantas ganas que se volvió un verdadero toro, el otro… era Xabi.
—¡Dios mío…! —murmuró el chico colocándose de pie junto a su madre para apreciarlo mejor— ¡Qué belleza es esta! ¡Es una obra de arte…!
Lo rozó con sus manos, casi como si estuviera ya colocado sobre la piel de la una mujer. Se imaginó a Yaiza llevando eso, recibiéndolo en su cuarto para que ardiera Troya mientras los orgasmos se sucedían. Pero su mente le dejaba caer otra cosa y la secuencia cambiada… para ser Belén la que lo llevase.
—Me costó su buen dinero, ahora dudo si lo llegué a pagar en pesetas o en euros, ya no me acuerdo. —una pequeña risa nasal recorrió el cuarto, aunque su primogénito no la siguió, estaba admirando la belleza que tenía delante— ¿Qué te parece?
—Es perfecto. Un sueño hecho realidad… —fue tan franco que le sorprendió.
—Tu padre no dijo nada parecido cuando me vio en nuestro cuarto. —Xabi alzó los ojos para descubrir si estaba mintiendo, porque no se lo creía. Ella, no se cortó— En realidad, no dijo nada.
—¡Joder…! No debe de tener ojos… —murmuró igual que si fuera un secreto— Si yo tuviera a mi mujer con esto en el mismo cuarto, no podría salir hasta que dejarla seca de tantos orgasmos.
—¿Dejarla seca? —se imaginaba lo que era, pero… quería oírlo.
—Me refiero a que trataría de que se corriera tantas veces como pudiera.
Belén tragó saliva, oyendo esas palabras que se metían por sus oídos para retumbar dentro de su corazón. Los dedos aferraron con más fuerza la prenda y bajo la pequeña minifalda, una humedad crecía sin parar.
Aquello había roto toda barrera; escuchar las palabras de su hijo con tanto fervor, la hizo desear tener un amante con semejante ímpetu. Observó a su vástago con los ojos azules que heredó desde su abuela y, en ellos, vio a un jovencito en la flor de la vida que… era normal que tuviera novia. “Es muy guapo…”, se dijo de manera racional, puesto que era evidente.
—Mamá… —sus pupilas se cruzaron y apreció la rojez sobre el puente de su nariz— ¿Cómo te queda?
—¿Cómo me queda? —repitió su pregunta y soltando un aire caliente que manaba directamente de unos pulmones que ardían, dijo la realidad— Como anillo al dedo…
—¿Podría…? —no quería llegar a formular la pregunta, pero Belén necesitaba escucharla para asentir y dar rienda suelta a un sinsentido que ninguno entendía— ¿Podría verlo?
—¿Cómo?
—Sobre ti…
Hubo un instante de silencio, igual que si estuvieran rebasando una línea invisible de la que ambos se estaban percatando. La mujer meditó en una décima de segundo si aquella era buena idea, pero sus ojos no veían nada malo en ello, solamente… le mostraría una cosa a su hijo… nada más. Sabía que no solo se trataba de eso, pero… lo omitió.
—Vale.
Sus pasos le hicieron colocarse delante del espejo y el chico, mantuvo la vista sobre un cuerpo que mostraba demasiada piel. Ella le miró, observando que sus ojos no salían de su espacio vital y eso… no debía ser así.
—¿Te das la vuelta para cambiarme?
—Vale.
El chico tomó asiento a los pies de la cama, con Belén a su izquierda sosteniendo la lencería tan bonita. No le importó que Xabi siguiera allí, sino que le gustó la idea y, dejando la prenda en la cama, se deshizo de la minifalda.
Miró la espalda de su hijo, tan bien formada y con músculos que casi se apreciaban tras la camiseta. Su cabello despeinado ocupaba toda la cabeza y no se veían atisbos de ninguna calva. Estaba claro que se estaba conteniendo, que no quería girar el cuello por mucho que lo desease y… Belén no sabía lo que quería.
Tras tanto tiempo… En realidad, ¡meses! Sin tener un momento para ellos, por fin iban a disponer de un rato a solas para estar juntos. La mujer sabía que eso quería decir que habría una ínfima posibilidad de volver a sentir su pene en su interior y… no iba a desaprovechar la oportunidad.
Dejó el móvil a un lado, sabiendo que Manu volvería del trabajo dentro de una hora, si todo iba bien claro, porque no era la primera vez que… “El imbécil de su jefe”, palabras textuales de la esposa, le hacía meter horas extras en la oficina.
—¡Que hoy no me lo joda…! —maldijo ella delante de todas sus preciosas prendas.
Pasó un buen rato eligiendo un modelo que le gustase y, al final, se dio de bruces con uno de un color azul eléctrico que iba a juego con sus ojos. Se lo enfundó sobre su piel, modelándolo con ese cuerpo delgado que su madre siempre le recriminó.
“¡Come más…!”, esa fue la frase que su progenitora cada día le dedicaba a la hora de sentarse a la mesa, toda la vida con lo mismo y, ahora que se miraba en el espejo del armario, supo que ella se equivocaba.
—Me veo de maravilla para estar más cerca de los cincuenta que de los cuarenta.
Se alisó el flequillo, dejándolo por encima de sus cejas y sabiendo que dentro de poco tendría que ir a la peluquería. Los largos cabellos negros cayeron por su espalda más lisos que una tabla y cuando dio una vuelta entera, danzaron con la gracilidad que una bailarina de ballet.
Sonrió a su reflejo, porque la belleza que imperaba en su rostro seguía presente a pesar de la edad y sabía, que Manu, se iba a poner colorado al verla.
—No va a poder decir que está cansado…
Soltó una risa nasal, con cierta coquetería por deleitarse con su propia imagen. No dudó en subir las manos, en alzarla por ese vientre plano que había dado a luz a dos maravillosos chicos.
Los embarazos no hicieron mella en ella y quizá alguna estría se atisbaba por la cintura, pero nada más. Pasó por la zona de las costillas, que se marcaban y podían ojearse bajo una piel blanquecina que sí que hubiera preferido que estuviera algo más bronceada. “Así soy yo…”, se decía para sí misma, siendo consciente de que no estaba nada mal.
Llegó a la zona del sujetador, junto a ese color azul que tanto pegaba con sus ojos claros. Las manos se quedaron en la zona baja de la prenda, haciendo un poco de fuerza y uniendo ligeramente las dos mamas. Nunca fue de grandes pechos, pero la verdad era que para nada estaban mal. Como decía su marido, eran tetas de mano, lo justo para que cupieran entre sus dedos, aunque con ese sujetador… aumentaban dos tallas y se veían mucho más golosas.
—Si me pongo encima de él y me muevo con esto en su cara… no va a durar nada.
El recuerdo de su última vez afloró en su memoria. Esa gran ocasión que no desaprovecharon se dio luego de una fiesta, con unas copas de más y su marido somnoliento. Lo rememoró con dulzura; sin embargo, sabía que Manu ya no era aquel toro que le embestía con pasión como cuando tenían veinte años.
Una de las manos se separó del sujetador y se fue en dirección a un ombligo que le esperaba con curiosidad. Pasó de largo, alcanzando la minifalda que a Belén le parecía más un cinturón dado su tamaño, pero… hacía su función, provocar.
Sus dedos se escabulleron entre la tela, tocando una braga del mismo color que la parte de arriba del conjunto. No metió ningún dedo en el interior, quería reservarse, pero con el recuerdo latente del pasado junto a Manu, tuvo que apretar la zona de su clítoris.
—¡Aahh…! ¡Qué caliente estoy últimamente!
Lo achacaba a los últimos coletazos de su feminidad, antes de que la menopausia se la llevara para siempre. Quizá era eso, las últimas oportunidades de sentirse fogosa, caliente y… cachonda.
Otra vez apretó su clítoris por encima de la prenda y le vino a la memoria aquella noche de bodas en la que folló con su marido como auténticos animales. Se la metió de todas las maneras y los orgasmos se sucedieron hasta caer rendidos.
La mano sobre su sexo apretó con más dureza y Belén no reprimió las ganas de amasarse ese seno que aumentó de volumen. Estaba lista, preparada para que llegase Manu y devorarle con toda la intención.
—Hoy no te escapas, no valen las excusas… —murmuró al espejo, aunque rápido silenció su voz, puesto que la puerta de casa, estaba abriéndose.
Belén cerró el armario y se dio la vuelta con cierto nerviosismo, casi como si fuera la primera vez que esperaba a su hombre. Se miró de arriba a abajo, contemplándose subida a los tacones que le hacían endurecer tanto sus piernas como sus nalgas.
Estaba bella, preciosa, radiante, en verdad una mujer por la que sería obligatorio pararse para admirarla. Escuchó los pasos cada vez más cercanos y sintió cierto nerviosismo, igual que si fuera la primera vez y no estuviera lista para perder su virginidad. Se alisó la falda, aunque no era necesario, y colocó las manos en la cintura para mostrar una postura sensual.
Rápido cambió, apoyándose con una mano en la pared, pero se vio tonta y volvió a la misma posición cuando los pasos pasaron por delante de la puerta. Belén torció el rostro, pensando que Manu pasaba de largo y ella se iba a quedar igual que un maniquí durante varios minutos.
—Estoy en la habitación —comentó al aire de manera informativa para no perder el tiempo.
En principio, sus dos hijos no iban a aparecer hasta la noche, porque el pequeño tenía entrenamiento de fútbol y el mayor se había quedado a pasar la tarde con su novia. Sin embargo, cada segundo contaba para una mujer que anhelaba un sexo que le era esquivo desde casi un año atrás. No estaba dispuesta a perder ni un minuto.
Los pasos regresaron hasta la puerta y observó que el picaporte empezaba a girar en el silencio de su cuarto. Su corazón se aceleró de golpe, sabiendo que tocaba el momento de la fiesta. Adelantó un pie, separándolo del otro para que la falda se estirase y mostrase algo de su braga.
Estaba deseosa, en verdad, sería mejor decir que estaba cachonda perdida por lo que se venía y, con un gesto felino en su rostro, aguardó a contemplar el rostro sorprendido de su marido. Sus dedos se apretaron en su pequeña cintura y mordiendo su labio inferior tintado con un leve toque de pintalabios, le recibió.
—Pasa, amor… Estoy demasiado caliente por pensar en ti…
La madera se movió hacia adelante y Belén empezó a sentir pinchazos en un sexo que quería empaparse antes de tiempo. Empezó a ver el pelo de una cabellera, una… que no se asemejaba a la de su marido. Cuando verificó el rostro que asomaba tras la puerta, su gesto lascivo cambió de golpe.
—¿Mamá?
****
Belén se quedó petrificada, porque Manu no estaba delante de ella con la boca babeando al ver la manera en la que le esperaba, sino que era Xabi, su hijo mayor, el que la estaba observando.
Hubo un momento de desconcierto, como si la mujer hubiera quedado atrapada en sus propios pensamientos. Era un error, un fallo en la red de su cerbero, ya que ella esperaba a su esposo y ahora, el que le estaba mirando… era su hijo.
—¡Madre del amor hermoso…! —soltó Xabi con toda la sinceridad del mundo al abrir del todo la puerta.
Se llevó una mano a la cabeza, mientras la otra sostenía el picaporte, quizá para mantenerla abierta o, tal vez, para no caerse por la visión tan magnífica que tenía delante.
Aquella frase fue el detonante para que Belén activase su cuerpo y su mente. En menos de un segundo, sacó las manos de la cintura y las llevó cada una a una de sus partes más íntimas. Trató de tapar la falda, a la vez que juntaba las piernas, pero en la parte de arriba… ese brazo no arregló nada.
Cuando colocó la mano sobre su busto, este aumentó de tamaño y solo acabó mostrando a su hijo mayor, que sus mamas todavía podían crecer más.
—¡¡Xabier!! —clamó con el rostro enrojecido hasta el punto de asemejarse a un tomate bien maduro.
—Pero… ¡Madre mía, mamá! ¿¡Qué haces con esas pintas!? —el chico dio un paso al interior y Belén se dio la vuelta, cogiendo la camisa que usó esa misma mañana.
—¿¡Qué haces tú aquí!? —preguntó dándole la espalda y abotonándose la camisa de manera ansiosa, sin llegar a atinar en un par de ranuras.
—¿Qué voy a hacer? Es mi casa, ¿no?
El chico estaba más cerca que antes y cuando se dio la vuelta, había recorrido la mitad de la distancia que les separaba. Belén se sintió desnuda, realmente desvalida delante de un chico que jamás la debía haber visto así. Al menos, ya había podido taparse un poco, aunque la mitad del trasero era visible por culpa de la corta minifalda y por qué la camisa era demasiado corta.
—¿No estabas con Yaiza? —comentó al aire, sintiendo que las orejas se le quemaban de la vergüenza.
—Sí, pero hemos discutido. A veces es más tonta… —aquello no estaba bien que lo dijera, pero Belén no estaba para recriminarle nada.
—¿Y la universidad? —la mujer buscó algún motivo para que el muchacho no estuviera allí.
—Mamá, a las tardes no tengo clase. Oye… —sacó esa sonrisa pícara que tuvo desde que nació y la madre supo lo que se avecinaba— no desvíes el tema. ¿Qué leches hacías así de preciosa?
—¡Hijo! —Xabier siempre fue muy directo, en ocasiones, rozando lo incorrecto; sin embargo, Belén admitió que esa duda era totalmente lógica— Lo que me da la gana. No te interesa.
—No, no… No me tiene que interesar, mamá. Pero bueno, puedo imaginarme que esperabas a alguien y… no era yo. —su mueca maliciosa parecía no borrarse de su rostro— Además, como has comentado que estabas aquí, pensaba que querías algo de mí, pero ya veo que no.
—¡Ay, señor…!
Su corazón se iba calmando y cruzó los brazos para que se notase lo menos posible lo sensual de su ropa interior. Era demasiado complicado, porque esa imagen ya estaba grabada a fuego en los ojos del muchacho.
—Es que… —continuó ella tratando de normalizar una cosa que le daba demasiada vergüenza— Había quedado con tu padre… y bueno, no quiero darte más explicaciones. Simplemente, pensaba que eras él, punto.
—Me vas a echar de casa para tener algo con papá, ¿no? —su gesto pícaro pobló su rostro y a ella le gustó verlo, porque siempre le hizo gracia, aunque en ese momento, no tanto. El chico solamente quería picar a su madre y ella lo sabía.
—¡Qué bobo eres! —tuvo que soltar una risa nasal que la calmó un poco más hasta casi normalizar su alma— No… No hace falta. Y antes de que diga nada… —le paró con una mano en alto, mientras se movía a por el móvil— no pienso pedirte que te vayas de casa, para… hacer eso…
—Si necesitas una noche loca con papá, pues no me voy a oponer. Soy un buen hijo.
—¡Xabi por Dios!
Acabó por reírse, porque su primogénito siempre le conseguía sacar esa sonrisa en los momentos de máximo aprieto. Cogió el teléfono entre sus manos, sin borrar esa mueca alegre de sus labios, aunque rápido se le diluyó cuando vio un mensaje de su marido.
—¡Dios, mío…! Tu padre viene más tarde… —comentó al aire y se dio la vuelta sin la vergüenza de antes, puesto que la reemplazó de inmediato por un evidente enojo.
—¿Qué?
—Nada, que me ha mandado un mensaje mientras me preparaba, pero no me di cuenta por qué dejé el móvil en silencio. Me dice que tiene que meter unas cuantas horas extras… —Belén se tumbó en la cama, quedándose con los brazos extendidos, igual que Cristo en la cruz— Maldito jefe. Y bueno, tu padre también tiene culpa, que nunca dice que no.
—Quizá tenga sus razones, no sé… —trató de mediar el joven, aunque tampoco se iba a meter mucho más en un asunto que enredaba a sus dos progenitores.
—Para nada las tiene. Prefiere estar en el trabajo antes que aquí con su mujer.
—Me da que él se pierde la fiesta, mamá… —la picardía se notó en su voz y Belén no tuvo más que negar con la cabeza ante lo deslenguado que era su hijo.
Xabi observó a su madre, con el ombligo al aire, debido a que no se abotonó la camisa por completo y con dos bultos un poco más arriba que sobresalían de esta, más grandes que de costumbre. El chico no es que se fijase en su progenitora, pero la veía todos los días y era evidente… que algo había cambiado en la zona de sus senos.
Los ojos azules que le legó Belén en herencia viajaron por las piernas desnudas e incluso movió su nariz oliendo el perfume con el que la mujer se roció para recibir a su esposo. Estaba guapa… demasiado guapa para ser su madre y eso, no le pasó inadvertido.
La vista se le quedó pegada debajo de ese ombligo curioso, en una minifalda que no llegaba a tapar nada y donde la braga… era visible. Xabi sintió un retazo de algo que no llegaba a poder describir, de una curiosidad que no era capaz de definir, puesto que eso que estaba viendo, era una vagina oculta por una prenda. Fuera de quien fuera… continuaba siendo un agujero.
—Mamá, te veo las bragas —comentó para que la visión se tapase de alguna manera.
—¿Pues no mires, bobo? —Belén lo tomó a broma y se sentó correctamente, aunque su hijo… ya no tenía una sonrisa en su rostro. Un segundo más tarde, se dio cuenta de que iba a hablar.
—¿Cómo es que le esperabas así?
—¿Cómo? No entiendo. —el chico alzó las manos y señaló su cuerpo entero.
—Me refiero así de sensual. Con la ropa interior y maquillada. ¿Es vuestro rollo? —quizá la pregunta era poco adecuada para hacerle a una madre, pero Belén estaba acostumbrada a dudas tan extrañas como directas.
—No, hijo. Esto no lo solemos hacer, era una manera de… encender la chispa. No sé si lo entiendes.
—¿No tenéis sexo?
—¡Dios…! —murmuró la mujer ante la franqueza del joven. Con una mano en el rostro, negó lentamente aguantando una sonrisa boba por haber parido semejante chico— Eso es un asunto privado, Xabi.
—Pues mira que yo, he discutido con Yaiza por eso. —Belén dudó en detenerle y cuando lo quiso hacer ya era tarde— ¡Es más mojigata…!
—¿Por qué dices eso?
Quizá no debería haberle dado alas a su muchacho, pero siempre fue partícipe de ayudarle en todo lo que pudiera con sus problemas. Por mucho que fuera un tema sexual, no dejaba de ser un problema que parecía molestar a su hijo.
—Siempre el misionero y así… no probamos nada nuevo. —suspiró de manera evidente, parecía realmente hastiado por esa situación— Estoy muy cansado de hacer lo mismo, mamá.
—Quizá eso lo deberías con… —no le dejó terminar, cuando Xabi se ponía a hablar, no paraba.
—Es que ahora te veo a ti y es que me pongo más de mala leche.
—¡Aiba! ¿¡Yo qué he hecho ahora!? —miró a los ojos azules de su hijo buscando un argumento válido.
—Nada —abrió los brazos casi golpeando a su madre—, ¿pero te puedes creer que una chica de mi edad no quiera ni bajar al pilón y tú estés aquí igual que una loba para tu marido?
—Pues… —se percató de algo— Oye… ¿Me has llamado loba? —Xabi ni siquiera la escuchó y siguió a lo suyo.
—Es que fíjate, siempre hablando de que si son nuevos tiempos, de que hay que tener la mentalidad abierta… y me toca una chica a la que una vieja supera en erotismo.
—¡Xabi, oye! —eso no lo dejaría pasar— ¡Que tu madre no es una vieja!
Belén se alzó de la cama, colocándose delante de su hijo con la camisa a medio abotonar y un rostro algo airado. Las manos se fueron a su cintura, ciñendo la ropa sin querer al tomar la misma postura con la que pensaba sorprender a su marido.
El chico la vio… mejor dicho, la admiró en toda su expresión y no dudó de que sus palabras habían sido erróneas. Quizá el carnet de identidad de la mujer marcara una edad, pero para nada parecía que hubiera atravesado ya los cuarenta y cinco.
—Cierto. No lo eres, mamá. Me equivoqué… —su rectificación era totalmente cierta— Estás mucho mejor que las de mi edad.
—¡Ay, chico…! Déjalo… —no quería halagos tontos pensando que se trataban de las típicas bromas de Xabi, pero este lo decía en serio— Voy a cambiarme. ¿Quieres algo de merendar o te lo haces tú?
—¿Te vas a cambiar? —ella no entendió la pregunta y asintió— ¿No vas a esperar así a cuando llegue, papá?
—¿Para qué voy a esperarle así? Además, si ya no estaremos solos…
—¡Joder, mamá! —la expresión de su hijo era tan clara— Pues para que se le pongan los dientes largos. Dile cuando llegue, que esto es lo que se ha perdido por meter tantas horas extras. —sus manos pasaron muy cerca de la camisa y fueron desde arriba a abajo para señalarla por completo— Seguro que acaba bien jodido y, desde hoy en adelante, siempre llega pronto a casa.
—¡Qué dices…! —suspiró la mujer cambiando de parecer a cada milésima que no había ninguna palabra entre ellos. Para cuando retomó la conversación, no lo vio como una mala idea— ¿Estás seguro…? O sea, me refiero a que… ¿Manu pensará eso?
Xabi tardó un par de segundos en contestar, tiempo que le dio a Belén para reflexionar sobre esa idea. No le pareció nada descabellado y, en su mente, empezó a imaginar la cara de su esposo viéndola de esa guisa, sabiendo que se lo había perdido.
—¡Por supuesto! —asintió el chico sin dejar de mirar a su madre con unas pupilas dilatadas casi por completo— Ojalá yo viera a Yaiza de esa forma. ¡Joder es que me vendría bien arriba! Me encanta la lencería. Os deja tan… tan buenas…
El aliento salió de su boca algo más cálido de lo normal y pese a que Belén no lo sintió sobre su piel, supo que la entonación era diferente, algo más… sensual.
—¿Cómo? ¿En plan fetiche? —su hijo alzó los hombros.
—No sé si será de esa forma. Solo creo que las mujeres estáis más guapas con ropa interior bonita que desnudas.
—¿¡En serio!? —le pareció curiosa esa afirmación y quizá, fuera cierta, porque ella también se veía realmente guapa con esa prenda.
—A ver… ¿¡Tú te has visto!? —su mano se extendió y la volvió a señalar de arriba a abajo— ¡Por favor, mamá! ¡Estás increíble! Esa lencería se te pega a la piel que da gusto, pareces otra mujer.
Belén se sintió extrañamente halada, notando que la piel le empezaba a quemar por unas palabras que no deberían salir con tanta soltura de la boca de un hijo. Se dio la vuelta, caminando hasta el espejo y observándose de manera coqueta sin importarle que Xabi estuviera a su espalda.
Se atusó un poco su cabello liso y se remiró cada zona de su anatomía sin importarle que estuviera la camisa, porque ella podía ver a través de ella. Era cierto lo que decía Xabi, parecía otra mujer, una más guapa, más joven… Sin embargo, no fue eso lo único que vi.
Un poco más atrás, sentado en la cama, continuaba estando su hijo, pero no la observaba a su reflejo, sino que tenía los ojos puestos en la parte que se veía de su culo. Belén pensó en darse la vuelta y recriminarle su actitud, no obstante, algo le llamó a quedarse quieta.
Volvió a su mente para ver qué era lo que sucedía. Su subconsciente se estaba haciendo presente, diciéndola que hacía mucho que nadie la observaba de esa forma y, aunque fuera su hijo, no estaba del todo mal.
Acabó por girarse antes de que el joven pudiera gozar un poco más de esas vistas y un curioso calor la inundó por dentro. Era lo que tenía antes de que apareciera su hijo mayor por la puerta, esas ganas por volver a ser penetrada con ímpetu hasta quedarse satisfecha.
—Mamá…
—¿Sí?
Belén le escudriñó durante ese lapso silencioso en el que sus ojos azules se cruzaron. El chico tenía algo que decir, pero por primera vez, se lo estaba pensando. La mujer esperó con esa emoción que no podía abandonar, puesto que la sensación era que lo que estaba viendo Xabi… le gustaba.
—¿Tienes más lencería así? —la pregunta fue directa y bien pronunciada como hacía siempre.
—Pues…
Quedó con la palabra en la boca, analizando esa mirada tan afilada de su muchacho y pensando en cómo negárselo. Sus dedos apretaron la pequeña falda con cierto nerviosismo, creando un cúmulo de tela que ninguno miró, ya que prestaban atención a los ojos azules del otro.
Tomó aire, hinchó esos pechos a los que había dado más volumen y se vio decidida recriminarle con las mejores palabras posibles, que igual no era una pregunta apropiada para una madre. Sin embargo…
—Sí… tengo alguna que otra…
—¿Podría verla?
—¿¡Cómo…!? No entiendo… —pese a que podría darse la casualidad de que solo tuviera que enseñarla. Belén no pensó en eso, sino que le vino otra cosa a la menta— ¿Qué me la ponga…?
La mujer sintió que la garganta se le atoraba, la saliva desaparecía y la temperatura de su cuerpo descendía de golpe. Imaginó que su hijo pretendía verla con esas ropas, que le mostrase su belleza igual que si fuera un pase de modelos y eso… no lo iba a permitir o… “No lo haría, ¿verdad?”, se preguntó a sí misma antes de escuchar la voz de su primogénito.
—No. Digo si me la podrías enseñar. Es que me… encanta… Tiene algo que… no sé… —ella se quedó en silencio, meditando lo que contestarle, aunque este añadió algo más— Ojalá Yaiza fuera como tú.
La mujer permaneció callada, escuchando esas palabras e interiorizándolas con gusto. No sabía hasta qué punto su hijo deseaba eso o solo era una frase hecha, pero le encantó, incluso forzando a que los labios le temblaran por no saber qué decir.
Se dio la vuelta sin añadir nada y notando los ojos azules de su hijo sobre la falda tan pequeña que no podía tapar su culo. Llegó al armario, abriendo la puerta y examinando lo que tenía dentro, aunque su cabeza, le preguntaba si era posible que… ella, en su totalidad y no solo su ropa interior, gustase a su hijo.
“¿¡Eso es una locura!?”, le gritó su raciocino, pero… el reflejo del espejo, en el que se podía ver el rostro de Xabi, no decía lo mimo. Apretó los puños a escondidas, conteniendo las extrañas emociones que brotaban de su vientre y se centró en una ropa interior que estaba a mano y que ya vio un rato antes.
Sacó dos piezas de ropa interior inmediatamente, ambas en un tono rojo fuego que gritaba a los cuatro vientos lo que buscaba su dueña al ponérselo sobre su piel. Dándose la vuelta, cogió cada parte y se la colocó delante de su cuerpo sin quitarse ninguna otra prenda que portase.
—¿Qué te parece? —preguntó la mujer, deleitándose con la mirada de su chico. En su vida se hubiera imaginado mostrándole la ropa interior a su primogénito, pero… por el gesto que ponía y ese leve rubor sobre el puente de la nariz, no estaba tan mal.
—Increíble…
La voz sonó cohibida y algo atorada, la misma que tendría un chico virgen que estuviera viendo una teta por primera vez. Sabía que Xabi no lo era y que, seguramente, le hubiera dado bien duro a Yaiza con esa energía de la juventud.
Aquel pensamiento le puso la piel de gallina, porque se imaginó que un muchacho joven, entrado en la adolescencia, con esa energía que solo se obtiene durante esa etapa de la vida, la poseería con la fuerza que ostentaba su marido tiempo atrás.
—¿De verdad…? —la recogió entre sus dedos y observando el armario, se atrevió a sugerir otra cosa que ni siquiera salió de su cerebro. Fue su lengua la que se adelantó, por culpa de un sentimiento que brotó desde la parte inferior de su vientre— ¿Quieres ver otra?
—Sí.
Belén se volvió a girar y, por más extraño que le pareciera, la sensación de ser observada por su hijo, le estaba gustando. Quedó parada delante del armario, con la ropa entre sus dedos bien aferrada, aunque, no por mucho tiempo.
La mano se abrió casi automáticamente, dejando caer las dos prendas contra el suelo sin que emitieran ningún sonido. Ella lo vio, al igual que Xabi, y observando sus propias manos, se dio cuenta de que lo había hecho con toda la intención.
—¡Qué torpe…! —suspiró contra la ropa que continuaba guardada en el armario y… sin dudarlo ni por un momento, se inclinó para recoger las prendas.
Su torso empezó a descender; sin embargo, su trasero quedó en el mismo lugar que antes sin llegar a flexionar las piernas. Belén sabía muy bien dónde estaban sus nalgas, como también conocía lo bonito que quedaba ese pequeño hilo que las separaba y, obviamente, que la minifalda no taparía nada. Siendo consciente de todo… no dudó en agacharse.
Sus manos toparon la tela y un escalofrío demasiado pronunciado le sacudió el cuerpo al imaginarse que su hijo se estaría derritiendo con su culo delante de su cara. Tragó saliva, sintiéndose un poco sucia, pero notando que otro sentimiento opacaba por completo todas las emociones. Estaba cachonda.
—Mira este —comentó dejando la prenda en su lugar y sacando un sujetador negro de palabra de honor—. Me gusta.
—Es bonito. —Xabier habló contenido, soportando el ardor que le estaba surgiendo por ver a su madre de una manera tan diferente— ¿Tienes…? ¿Tienes más? —preguntó con descaro.
—Sí, claro. —a Belén algo le vino a la mente y se giró de nuevo hasta el armario— Guardo el de mi noche de bodas, tiene muchos años, pero sigue como si nada. Te lo voy a enseñar. —no fue una pregunta, fue una afirmación.
Buscó en dos cajones, encontrándolo en el último, bien guardado en la misma cajita plana en la que se lo regalaron. Lo depositó en la cama, al lado de su hijo, queriendo que no se perdiera nada de esa prenda, puesto que era preciosa.
El chico la admiró en silencio, mientras su madre se colocaba el pelo liso detrás de las orejas y sacaba esa lencería tan íntima de un lugar donde reposaba por demasiados años.
—Aquí está… —murmuró Belén como si estuviera sola.
Extendió aquel precioso conjunto delante de sus ojos y también de los de su hijo. En aquel instante, se dio cuenta de que, aparte de ella, solamente lo habían visto dos personas en su vida. El primero fue Manu cuando llegaron al cuarto y la dio con tantas ganas que se volvió un verdadero toro, el otro… era Xabi.
—¡Dios mío…! —murmuró el chico colocándose de pie junto a su madre para apreciarlo mejor— ¡Qué belleza es esta! ¡Es una obra de arte…!
Lo rozó con sus manos, casi como si estuviera ya colocado sobre la piel de la una mujer. Se imaginó a Yaiza llevando eso, recibiéndolo en su cuarto para que ardiera Troya mientras los orgasmos se sucedían. Pero su mente le dejaba caer otra cosa y la secuencia cambiada… para ser Belén la que lo llevase.
—Me costó su buen dinero, ahora dudo si lo llegué a pagar en pesetas o en euros, ya no me acuerdo. —una pequeña risa nasal recorrió el cuarto, aunque su primogénito no la siguió, estaba admirando la belleza que tenía delante— ¿Qué te parece?
—Es perfecto. Un sueño hecho realidad… —fue tan franco que le sorprendió.
—Tu padre no dijo nada parecido cuando me vio en nuestro cuarto. —Xabi alzó los ojos para descubrir si estaba mintiendo, porque no se lo creía. Ella, no se cortó— En realidad, no dijo nada.
—¡Joder…! No debe de tener ojos… —murmuró igual que si fuera un secreto— Si yo tuviera a mi mujer con esto en el mismo cuarto, no podría salir hasta que dejarla seca de tantos orgasmos.
—¿Dejarla seca? —se imaginaba lo que era, pero… quería oírlo.
—Me refiero a que trataría de que se corriera tantas veces como pudiera.
Belén tragó saliva, oyendo esas palabras que se metían por sus oídos para retumbar dentro de su corazón. Los dedos aferraron con más fuerza la prenda y bajo la pequeña minifalda, una humedad crecía sin parar.
Aquello había roto toda barrera; escuchar las palabras de su hijo con tanto fervor, la hizo desear tener un amante con semejante ímpetu. Observó a su vástago con los ojos azules que heredó desde su abuela y, en ellos, vio a un jovencito en la flor de la vida que… era normal que tuviera novia. “Es muy guapo…”, se dijo de manera racional, puesto que era evidente.
—Mamá… —sus pupilas se cruzaron y apreció la rojez sobre el puente de su nariz— ¿Cómo te queda?
—¿Cómo me queda? —repitió su pregunta y soltando un aire caliente que manaba directamente de unos pulmones que ardían, dijo la realidad— Como anillo al dedo…
—¿Podría…? —no quería llegar a formular la pregunta, pero Belén necesitaba escucharla para asentir y dar rienda suelta a un sinsentido que ninguno entendía— ¿Podría verlo?
—¿Cómo?
—Sobre ti…
Hubo un instante de silencio, igual que si estuvieran rebasando una línea invisible de la que ambos se estaban percatando. La mujer meditó en una décima de segundo si aquella era buena idea, pero sus ojos no veían nada malo en ello, solamente… le mostraría una cosa a su hijo… nada más. Sabía que no solo se trataba de eso, pero… lo omitió.
—Vale.
Sus pasos le hicieron colocarse delante del espejo y el chico, mantuvo la vista sobre un cuerpo que mostraba demasiada piel. Ella le miró, observando que sus ojos no salían de su espacio vital y eso… no debía ser así.
—¿Te das la vuelta para cambiarme?
—Vale.
El chico tomó asiento a los pies de la cama, con Belén a su izquierda sosteniendo la lencería tan bonita. No le importó que Xabi siguiera allí, sino que le gustó la idea y, dejando la prenda en la cama, se deshizo de la minifalda.
Miró la espalda de su hijo, tan bien formada y con músculos que casi se apreciaban tras la camiseta. Su cabello despeinado ocupaba toda la cabeza y no se veían atisbos de ninguna calva. Estaba claro que se estaba conteniendo, que no quería girar el cuello por mucho que lo desease y… Belén no sabía lo que quería.