Mi Madre me Dsfila su Lenceria

heranlu

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Belén estaba delante de su armario con un gesto interrogativo que no podía borrar. Dudaba entre todos los conjuntos que tenía y solamente deseaba elegir el más provocativo para sorprender a su marido.

Tras tanto tiempo… En realidad, ¡meses! Sin tener un momento para ellos, por fin iban a disponer de un rato a solas para estar juntos. La mujer sabía que eso quería decir que habría una ínfima posibilidad de volver a sentir su pene en su interior y… no iba a desaprovechar la oportunidad.

Dejó el móvil a un lado, sabiendo que Manu volvería del trabajo dentro de una hora, si todo iba bien claro, porque no era la primera vez que… “El imbécil de su jefe”, palabras textuales de la esposa, le hacía meter horas extras en la oficina.

—¡Que hoy no me lo joda…! —maldijo ella delante de todas sus preciosas prendas.

Pasó un buen rato eligiendo un modelo que le gustase y, al final, se dio de bruces con uno de un color azul eléctrico que iba a juego con sus ojos. Se lo enfundó sobre su piel, modelándolo con ese cuerpo delgado que su madre siempre le recriminó.

“¡Come más…!”, esa fue la frase que su progenitora cada día le dedicaba a la hora de sentarse a la mesa, toda la vida con lo mismo y, ahora que se miraba en el espejo del armario, supo que ella se equivocaba.

—Me veo de maravilla para estar más cerca de los cincuenta que de los cuarenta.

Se alisó el flequillo, dejándolo por encima de sus cejas y sabiendo que dentro de poco tendría que ir a la peluquería. Los largos cabellos negros cayeron por su espalda más lisos que una tabla y cuando dio una vuelta entera, danzaron con la gracilidad que una bailarina de ballet.

Sonrió a su reflejo, porque la belleza que imperaba en su rostro seguía presente a pesar de la edad y sabía, que Manu, se iba a poner colorado al verla.

—No va a poder decir que está cansado…

Soltó una risa nasal, con cierta coquetería por deleitarse con su propia imagen. No dudó en subir las manos, en alzarla por ese vientre plano que había dado a luz a dos maravillosos chicos.

Los embarazos no hicieron mella en ella y quizá alguna estría se atisbaba por la cintura, pero nada más. Pasó por la zona de las costillas, que se marcaban y podían ojearse bajo una piel blanquecina que sí que hubiera preferido que estuviera algo más bronceada. “Así soy yo…”, se decía para sí misma, siendo consciente de que no estaba nada mal.

Llegó a la zona del sujetador, junto a ese color azul que tanto pegaba con sus ojos claros. Las manos se quedaron en la zona baja de la prenda, haciendo un poco de fuerza y uniendo ligeramente las dos mamas. Nunca fue de grandes pechos, pero la verdad era que para nada estaban mal. Como decía su marido, eran tetas de mano, lo justo para que cupieran entre sus dedos, aunque con ese sujetador… aumentaban dos tallas y se veían mucho más golosas.

—Si me pongo encima de él y me muevo con esto en su cara… no va a durar nada.

El recuerdo de su última vez afloró en su memoria. Esa gran ocasión que no desaprovecharon se dio luego de una fiesta, con unas copas de más y su marido somnoliento. Lo rememoró con dulzura; sin embargo, sabía que Manu ya no era aquel toro que le embestía con pasión como cuando tenían veinte años.

Una de las manos se separó del sujetador y se fue en dirección a un ombligo que le esperaba con curiosidad. Pasó de largo, alcanzando la minifalda que a Belén le parecía más un cinturón dado su tamaño, pero… hacía su función, provocar.

Sus dedos se escabulleron entre la tela, tocando una braga del mismo color que la parte de arriba del conjunto. No metió ningún dedo en el interior, quería reservarse, pero con el recuerdo latente del pasado junto a Manu, tuvo que apretar la zona de su clítoris.

—¡Aahh…! ¡Qué caliente estoy últimamente!

Lo achacaba a los últimos coletazos de su feminidad, antes de que la menopausia se la llevara para siempre. Quizá era eso, las últimas oportunidades de sentirse fogosa, caliente y… cachonda.

Otra vez apretó su clítoris por encima de la prenda y le vino a la memoria aquella noche de bodas en la que folló con su marido como auténticos animales. Se la metió de todas las maneras y los orgasmos se sucedieron hasta caer rendidos.

La mano sobre su sexo apretó con más dureza y Belén no reprimió las ganas de amasarse ese seno que aumentó de volumen. Estaba lista, preparada para que llegase Manu y devorarle con toda la intención.

—Hoy no te escapas, no valen las excusas… —murmuró al espejo, aunque rápido silenció su voz, puesto que la puerta de casa, estaba abriéndose.

Belén cerró el armario y se dio la vuelta con cierto nerviosismo, casi como si fuera la primera vez que esperaba a su hombre. Se miró de arriba a abajo, contemplándose subida a los tacones que le hacían endurecer tanto sus piernas como sus nalgas.

Estaba bella, preciosa, radiante, en verdad una mujer por la que sería obligatorio pararse para admirarla. Escuchó los pasos cada vez más cercanos y sintió cierto nerviosismo, igual que si fuera la primera vez y no estuviera lista para perder su virginidad. Se alisó la falda, aunque no era necesario, y colocó las manos en la cintura para mostrar una postura sensual.

Rápido cambió, apoyándose con una mano en la pared, pero se vio tonta y volvió a la misma posición cuando los pasos pasaron por delante de la puerta. Belén torció el rostro, pensando que Manu pasaba de largo y ella se iba a quedar igual que un maniquí durante varios minutos.

—Estoy en la habitación —comentó al aire de manera informativa para no perder el tiempo.

En principio, sus dos hijos no iban a aparecer hasta la noche, porque el pequeño tenía entrenamiento de fútbol y el mayor se había quedado a pasar la tarde con su novia. Sin embargo, cada segundo contaba para una mujer que anhelaba un sexo que le era esquivo desde casi un año atrás. No estaba dispuesta a perder ni un minuto.

Los pasos regresaron hasta la puerta y observó que el picaporte empezaba a girar en el silencio de su cuarto. Su corazón se aceleró de golpe, sabiendo que tocaba el momento de la fiesta. Adelantó un pie, separándolo del otro para que la falda se estirase y mostrase algo de su braga.

Estaba deseosa, en verdad, sería mejor decir que estaba cachonda perdida por lo que se venía y, con un gesto felino en su rostro, aguardó a contemplar el rostro sorprendido de su marido. Sus dedos se apretaron en su pequeña cintura y mordiendo su labio inferior tintado con un leve toque de pintalabios, le recibió.

—Pasa, amor… Estoy demasiado caliente por pensar en ti…

La madera se movió hacia adelante y Belén empezó a sentir pinchazos en un sexo que quería empaparse antes de tiempo. Empezó a ver el pelo de una cabellera, una… que no se asemejaba a la de su marido. Cuando verificó el rostro que asomaba tras la puerta, su gesto lascivo cambió de golpe.

—¿Mamá?

****

Belén se quedó petrificada, porque Manu no estaba delante de ella con la boca babeando al ver la manera en la que le esperaba, sino que era Xabi, su hijo mayor, el que la estaba observando.

Hubo un momento de desconcierto, como si la mujer hubiera quedado atrapada en sus propios pensamientos. Era un error, un fallo en la red de su cerbero, ya que ella esperaba a su esposo y ahora, el que le estaba mirando… era su hijo.

—¡Madre del amor hermoso…! —soltó Xabi con toda la sinceridad del mundo al abrir del todo la puerta.

Se llevó una mano a la cabeza, mientras la otra sostenía el picaporte, quizá para mantenerla abierta o, tal vez, para no caerse por la visión tan magnífica que tenía delante.

Aquella frase fue el detonante para que Belén activase su cuerpo y su mente. En menos de un segundo, sacó las manos de la cintura y las llevó cada una a una de sus partes más íntimas. Trató de tapar la falda, a la vez que juntaba las piernas, pero en la parte de arriba… ese brazo no arregló nada.

Cuando colocó la mano sobre su busto, este aumentó de tamaño y solo acabó mostrando a su hijo mayor, que sus mamas todavía podían crecer más.

—¡¡Xabier!! —clamó con el rostro enrojecido hasta el punto de asemejarse a un tomate bien maduro.

—Pero… ¡Madre mía, mamá! ¿¡Qué haces con esas pintas!? —el chico dio un paso al interior y Belén se dio la vuelta, cogiendo la camisa que usó esa misma mañana.

—¿¡Qué haces tú aquí!? —preguntó dándole la espalda y abotonándose la camisa de manera ansiosa, sin llegar a atinar en un par de ranuras.

—¿Qué voy a hacer? Es mi casa, ¿no?

El chico estaba más cerca que antes y cuando se dio la vuelta, había recorrido la mitad de la distancia que les separaba. Belén se sintió desnuda, realmente desvalida delante de un chico que jamás la debía haber visto así. Al menos, ya había podido taparse un poco, aunque la mitad del trasero era visible por culpa de la corta minifalda y por qué la camisa era demasiado corta.

—¿No estabas con Yaiza? —comentó al aire, sintiendo que las orejas se le quemaban de la vergüenza.

—Sí, pero hemos discutido. A veces es más tonta… —aquello no estaba bien que lo dijera, pero Belén no estaba para recriminarle nada.

—¿Y la universidad? —la mujer buscó algún motivo para que el muchacho no estuviera allí.

—Mamá, a las tardes no tengo clase. Oye… —sacó esa sonrisa pícara que tuvo desde que nació y la madre supo lo que se avecinaba— no desvíes el tema. ¿Qué leches hacías así de preciosa?

—¡Hijo! —Xabier siempre fue muy directo, en ocasiones, rozando lo incorrecto; sin embargo, Belén admitió que esa duda era totalmente lógica— Lo que me da la gana. No te interesa.

—No, no… No me tiene que interesar, mamá. Pero bueno, puedo imaginarme que esperabas a alguien y… no era yo. —su mueca maliciosa parecía no borrarse de su rostro— Además, como has comentado que estabas aquí, pensaba que querías algo de mí, pero ya veo que no.

—¡Ay, señor…!

Su corazón se iba calmando y cruzó los brazos para que se notase lo menos posible lo sensual de su ropa interior. Era demasiado complicado, porque esa imagen ya estaba grabada a fuego en los ojos del muchacho.

—Es que… —continuó ella tratando de normalizar una cosa que le daba demasiada vergüenza— Había quedado con tu padre… y bueno, no quiero darte más explicaciones. Simplemente, pensaba que eras él, punto.

—Me vas a echar de casa para tener algo con papá, ¿no? —su gesto pícaro pobló su rostro y a ella le gustó verlo, porque siempre le hizo gracia, aunque en ese momento, no tanto. El chico solamente quería picar a su madre y ella lo sabía.

—¡Qué bobo eres! —tuvo que soltar una risa nasal que la calmó un poco más hasta casi normalizar su alma— No… No hace falta. Y antes de que diga nada… —le paró con una mano en alto, mientras se movía a por el móvil— no pienso pedirte que te vayas de casa, para… hacer eso…

—Si necesitas una noche loca con papá, pues no me voy a oponer. Soy un buen hijo.

—¡Xabi por Dios!

Acabó por reírse, porque su primogénito siempre le conseguía sacar esa sonrisa en los momentos de máximo aprieto. Cogió el teléfono entre sus manos, sin borrar esa mueca alegre de sus labios, aunque rápido se le diluyó cuando vio un mensaje de su marido.

—¡Dios, mío…! Tu padre viene más tarde… —comentó al aire y se dio la vuelta sin la vergüenza de antes, puesto que la reemplazó de inmediato por un evidente enojo.

—¿Qué?

—Nada, que me ha mandado un mensaje mientras me preparaba, pero no me di cuenta por qué dejé el móvil en silencio. Me dice que tiene que meter unas cuantas horas extras… —Belén se tumbó en la cama, quedándose con los brazos extendidos, igual que Cristo en la cruz— Maldito jefe. Y bueno, tu padre también tiene culpa, que nunca dice que no.

—Quizá tenga sus razones, no sé… —trató de mediar el joven, aunque tampoco se iba a meter mucho más en un asunto que enredaba a sus dos progenitores.

—Para nada las tiene. Prefiere estar en el trabajo antes que aquí con su mujer.

—Me da que él se pierde la fiesta, mamá… —la picardía se notó en su voz y Belén no tuvo más que negar con la cabeza ante lo deslenguado que era su hijo.

Xabi observó a su madre, con el ombligo al aire, debido a que no se abotonó la camisa por completo y con dos bultos un poco más arriba que sobresalían de esta, más grandes que de costumbre. El chico no es que se fijase en su progenitora, pero la veía todos los días y era evidente… que algo había cambiado en la zona de sus senos.

Los ojos azules que le legó Belén en herencia viajaron por las piernas desnudas e incluso movió su nariz oliendo el perfume con el que la mujer se roció para recibir a su esposo. Estaba guapa… demasiado guapa para ser su madre y eso, no le pasó inadvertido.

La vista se le quedó pegada debajo de ese ombligo curioso, en una minifalda que no llegaba a tapar nada y donde la braga… era visible. Xabi sintió un retazo de algo que no llegaba a poder describir, de una curiosidad que no era capaz de definir, puesto que eso que estaba viendo, era una vagina oculta por una prenda. Fuera de quien fuera… continuaba siendo un agujero.

—Mamá, te veo las bragas —comentó para que la visión se tapase de alguna manera.

—¿Pues no mires, bobo? —Belén lo tomó a broma y se sentó correctamente, aunque su hijo… ya no tenía una sonrisa en su rostro. Un segundo más tarde, se dio cuenta de que iba a hablar.

—¿Cómo es que le esperabas así?

—¿Cómo? No entiendo. —el chico alzó las manos y señaló su cuerpo entero.

—Me refiero así de sensual. Con la ropa interior y maquillada. ¿Es vuestro rollo? —quizá la pregunta era poco adecuada para hacerle a una madre, pero Belén estaba acostumbrada a dudas tan extrañas como directas.

—No, hijo. Esto no lo solemos hacer, era una manera de… encender la chispa. No sé si lo entiendes.

—¿No tenéis sexo?

—¡Dios…! —murmuró la mujer ante la franqueza del joven. Con una mano en el rostro, negó lentamente aguantando una sonrisa boba por haber parido semejante chico— Eso es un asunto privado, Xabi.

—Pues mira que yo, he discutido con Yaiza por eso. —Belén dudó en detenerle y cuando lo quiso hacer ya era tarde— ¡Es más mojigata…!

—¿Por qué dices eso?

Quizá no debería haberle dado alas a su muchacho, pero siempre fue partícipe de ayudarle en todo lo que pudiera con sus problemas. Por mucho que fuera un tema sexual, no dejaba de ser un problema que parecía molestar a su hijo.

—Siempre el misionero y así… no probamos nada nuevo. —suspiró de manera evidente, parecía realmente hastiado por esa situación— Estoy muy cansado de hacer lo mismo, mamá.

—Quizá eso lo deberías con… —no le dejó terminar, cuando Xabi se ponía a hablar, no paraba.

—Es que ahora te veo a ti y es que me pongo más de mala leche.

—¡Aiba! ¿¡Yo qué he hecho ahora!? —miró a los ojos azules de su hijo buscando un argumento válido.

—Nada —abrió los brazos casi golpeando a su madre—, ¿pero te puedes creer que una chica de mi edad no quiera ni bajar al pilón y tú estés aquí igual que una loba para tu marido?

—Pues… —se percató de algo— Oye… ¿Me has llamado loba? —Xabi ni siquiera la escuchó y siguió a lo suyo.

—Es que fíjate, siempre hablando de que si son nuevos tiempos, de que hay que tener la mentalidad abierta… y me toca una chica a la que una vieja supera en erotismo.

—¡Xabi, oye! —eso no lo dejaría pasar— ¡Que tu madre no es una vieja!

Belén se alzó de la cama, colocándose delante de su hijo con la camisa a medio abotonar y un rostro algo airado. Las manos se fueron a su cintura, ciñendo la ropa sin querer al tomar la misma postura con la que pensaba sorprender a su marido.

El chico la vio… mejor dicho, la admiró en toda su expresión y no dudó de que sus palabras habían sido erróneas. Quizá el carnet de identidad de la mujer marcara una edad, pero para nada parecía que hubiera atravesado ya los cuarenta y cinco.

—Cierto. No lo eres, mamá. Me equivoqué… —su rectificación era totalmente cierta— Estás mucho mejor que las de mi edad.

—¡Ay, chico…! Déjalo… —no quería halagos tontos pensando que se trataban de las típicas bromas de Xabi, pero este lo decía en serio— Voy a cambiarme. ¿Quieres algo de merendar o te lo haces tú?

—¿Te vas a cambiar? —ella no entendió la pregunta y asintió— ¿No vas a esperar así a cuando llegue, papá?

—¿Para qué voy a esperarle así? Además, si ya no estaremos solos…

—¡Joder, mamá! —la expresión de su hijo era tan clara— Pues para que se le pongan los dientes largos. Dile cuando llegue, que esto es lo que se ha perdido por meter tantas horas extras. —sus manos pasaron muy cerca de la camisa y fueron desde arriba a abajo para señalarla por completo— Seguro que acaba bien jodido y, desde hoy en adelante, siempre llega pronto a casa.

—¡Qué dices…! —suspiró la mujer cambiando de parecer a cada milésima que no había ninguna palabra entre ellos. Para cuando retomó la conversación, no lo vio como una mala idea— ¿Estás seguro…? O sea, me refiero a que… ¿Manu pensará eso?

Xabi tardó un par de segundos en contestar, tiempo que le dio a Belén para reflexionar sobre esa idea. No le pareció nada descabellado y, en su mente, empezó a imaginar la cara de su esposo viéndola de esa guisa, sabiendo que se lo había perdido.

—¡Por supuesto! —asintió el chico sin dejar de mirar a su madre con unas pupilas dilatadas casi por completo— Ojalá yo viera a Yaiza de esa forma. ¡Joder es que me vendría bien arriba! Me encanta la lencería. Os deja tan… tan buenas…

El aliento salió de su boca algo más cálido de lo normal y pese a que Belén no lo sintió sobre su piel, supo que la entonación era diferente, algo más… sensual.

—¿Cómo? ¿En plan fetiche? —su hijo alzó los hombros.

—No sé si será de esa forma. Solo creo que las mujeres estáis más guapas con ropa interior bonita que desnudas.

—¿¡En serio!? —le pareció curiosa esa afirmación y quizá, fuera cierta, porque ella también se veía realmente guapa con esa prenda.

—A ver… ¿¡Tú te has visto!? —su mano se extendió y la volvió a señalar de arriba a abajo— ¡Por favor, mamá! ¡Estás increíble! Esa lencería se te pega a la piel que da gusto, pareces otra mujer.

Belén se sintió extrañamente halada, notando que la piel le empezaba a quemar por unas palabras que no deberían salir con tanta soltura de la boca de un hijo. Se dio la vuelta, caminando hasta el espejo y observándose de manera coqueta sin importarle que Xabi estuviera a su espalda.

Se atusó un poco su cabello liso y se remiró cada zona de su anatomía sin importarle que estuviera la camisa, porque ella podía ver a través de ella. Era cierto lo que decía Xabi, parecía otra mujer, una más guapa, más joven… Sin embargo, no fue eso lo único que vi.

Un poco más atrás, sentado en la cama, continuaba estando su hijo, pero no la observaba a su reflejo, sino que tenía los ojos puestos en la parte que se veía de su culo. Belén pensó en darse la vuelta y recriminarle su actitud, no obstante, algo le llamó a quedarse quieta.

Volvió a su mente para ver qué era lo que sucedía. Su subconsciente se estaba haciendo presente, diciéndola que hacía mucho que nadie la observaba de esa forma y, aunque fuera su hijo, no estaba del todo mal.

Acabó por girarse antes de que el joven pudiera gozar un poco más de esas vistas y un curioso calor la inundó por dentro. Era lo que tenía antes de que apareciera su hijo mayor por la puerta, esas ganas por volver a ser penetrada con ímpetu hasta quedarse satisfecha.

—Mamá…

—¿Sí?

Belén le escudriñó durante ese lapso silencioso en el que sus ojos azules se cruzaron. El chico tenía algo que decir, pero por primera vez, se lo estaba pensando. La mujer esperó con esa emoción que no podía abandonar, puesto que la sensación era que lo que estaba viendo Xabi… le gustaba.

—¿Tienes más lencería así? —la pregunta fue directa y bien pronunciada como hacía siempre.

—Pues…

Quedó con la palabra en la boca, analizando esa mirada tan afilada de su muchacho y pensando en cómo negárselo. Sus dedos apretaron la pequeña falda con cierto nerviosismo, creando un cúmulo de tela que ninguno miró, ya que prestaban atención a los ojos azules del otro.

Tomó aire, hinchó esos pechos a los que había dado más volumen y se vio decidida recriminarle con las mejores palabras posibles, que igual no era una pregunta apropiada para una madre. Sin embargo…

—Sí… tengo alguna que otra…

—¿Podría verla?

—¿¡Cómo…!? No entiendo… —pese a que podría darse la casualidad de que solo tuviera que enseñarla. Belén no pensó en eso, sino que le vino otra cosa a la menta— ¿Qué me la ponga…?

La mujer sintió que la garganta se le atoraba, la saliva desaparecía y la temperatura de su cuerpo descendía de golpe. Imaginó que su hijo pretendía verla con esas ropas, que le mostrase su belleza igual que si fuera un pase de modelos y eso… no lo iba a permitir o… “No lo haría, ¿verdad?”, se preguntó a sí misma antes de escuchar la voz de su primogénito.

—No. Digo si me la podrías enseñar. Es que me… encanta… Tiene algo que… no sé… —ella se quedó en silencio, meditando lo que contestarle, aunque este añadió algo más— Ojalá Yaiza fuera como tú.

La mujer permaneció callada, escuchando esas palabras e interiorizándolas con gusto. No sabía hasta qué punto su hijo deseaba eso o solo era una frase hecha, pero le encantó, incluso forzando a que los labios le temblaran por no saber qué decir.

Se dio la vuelta sin añadir nada y notando los ojos azules de su hijo sobre la falda tan pequeña que no podía tapar su culo. Llegó al armario, abriendo la puerta y examinando lo que tenía dentro, aunque su cabeza, le preguntaba si era posible que… ella, en su totalidad y no solo su ropa interior, gustase a su hijo.

“¿¡Eso es una locura!?”, le gritó su raciocino, pero… el reflejo del espejo, en el que se podía ver el rostro de Xabi, no decía lo mimo. Apretó los puños a escondidas, conteniendo las extrañas emociones que brotaban de su vientre y se centró en una ropa interior que estaba a mano y que ya vio un rato antes.

Sacó dos piezas de ropa interior inmediatamente, ambas en un tono rojo fuego que gritaba a los cuatro vientos lo que buscaba su dueña al ponérselo sobre su piel. Dándose la vuelta, cogió cada parte y se la colocó delante de su cuerpo sin quitarse ninguna otra prenda que portase.

—¿Qué te parece? —preguntó la mujer, deleitándose con la mirada de su chico. En su vida se hubiera imaginado mostrándole la ropa interior a su primogénito, pero… por el gesto que ponía y ese leve rubor sobre el puente de la nariz, no estaba tan mal.

—Increíble…

La voz sonó cohibida y algo atorada, la misma que tendría un chico virgen que estuviera viendo una teta por primera vez. Sabía que Xabi no lo era y que, seguramente, le hubiera dado bien duro a Yaiza con esa energía de la juventud.

Aquel pensamiento le puso la piel de gallina, porque se imaginó que un muchacho joven, entrado en la adolescencia, con esa energía que solo se obtiene durante esa etapa de la vida, la poseería con la fuerza que ostentaba su marido tiempo atrás.

—¿De verdad…? —la recogió entre sus dedos y observando el armario, se atrevió a sugerir otra cosa que ni siquiera salió de su cerebro. Fue su lengua la que se adelantó, por culpa de un sentimiento que brotó desde la parte inferior de su vientre— ¿Quieres ver otra?

—Sí.

Belén se volvió a girar y, por más extraño que le pareciera, la sensación de ser observada por su hijo, le estaba gustando. Quedó parada delante del armario, con la ropa entre sus dedos bien aferrada, aunque, no por mucho tiempo.

La mano se abrió casi automáticamente, dejando caer las dos prendas contra el suelo sin que emitieran ningún sonido. Ella lo vio, al igual que Xabi, y observando sus propias manos, se dio cuenta de que lo había hecho con toda la intención.

—¡Qué torpe…! —suspiró contra la ropa que continuaba guardada en el armario y… sin dudarlo ni por un momento, se inclinó para recoger las prendas.

Su torso empezó a descender; sin embargo, su trasero quedó en el mismo lugar que antes sin llegar a flexionar las piernas. Belén sabía muy bien dónde estaban sus nalgas, como también conocía lo bonito que quedaba ese pequeño hilo que las separaba y, obviamente, que la minifalda no taparía nada. Siendo consciente de todo… no dudó en agacharse.

Sus manos toparon la tela y un escalofrío demasiado pronunciado le sacudió el cuerpo al imaginarse que su hijo se estaría derritiendo con su culo delante de su cara. Tragó saliva, sintiéndose un poco sucia, pero notando que otro sentimiento opacaba por completo todas las emociones. Estaba cachonda.

—Mira este —comentó dejando la prenda en su lugar y sacando un sujetador negro de palabra de honor—. Me gusta.

—Es bonito. —Xabier habló contenido, soportando el ardor que le estaba surgiendo por ver a su madre de una manera tan diferente— ¿Tienes…? ¿Tienes más? —preguntó con descaro.

—Sí, claro. —a Belén algo le vino a la mente y se giró de nuevo hasta el armario— Guardo el de mi noche de bodas, tiene muchos años, pero sigue como si nada. Te lo voy a enseñar. —no fue una pregunta, fue una afirmación.

Buscó en dos cajones, encontrándolo en el último, bien guardado en la misma cajita plana en la que se lo regalaron. Lo depositó en la cama, al lado de su hijo, queriendo que no se perdiera nada de esa prenda, puesto que era preciosa.

El chico la admiró en silencio, mientras su madre se colocaba el pelo liso detrás de las orejas y sacaba esa lencería tan íntima de un lugar donde reposaba por demasiados años.

—Aquí está… —murmuró Belén como si estuviera sola.

Extendió aquel precioso conjunto delante de sus ojos y también de los de su hijo. En aquel instante, se dio cuenta de que, aparte de ella, solamente lo habían visto dos personas en su vida. El primero fue Manu cuando llegaron al cuarto y la dio con tantas ganas que se volvió un verdadero toro, el otro… era Xabi.

—¡Dios mío…! —murmuró el chico colocándose de pie junto a su madre para apreciarlo mejor— ¡Qué belleza es esta! ¡Es una obra de arte…!

Lo rozó con sus manos, casi como si estuviera ya colocado sobre la piel de la una mujer. Se imaginó a Yaiza llevando eso, recibiéndolo en su cuarto para que ardiera Troya mientras los orgasmos se sucedían. Pero su mente le dejaba caer otra cosa y la secuencia cambiada… para ser Belén la que lo llevase.

—Me costó su buen dinero, ahora dudo si lo llegué a pagar en pesetas o en euros, ya no me acuerdo. —una pequeña risa nasal recorrió el cuarto, aunque su primogénito no la siguió, estaba admirando la belleza que tenía delante— ¿Qué te parece?

—Es perfecto. Un sueño hecho realidad… —fue tan franco que le sorprendió.

—Tu padre no dijo nada parecido cuando me vio en nuestro cuarto. —Xabi alzó los ojos para descubrir si estaba mintiendo, porque no se lo creía. Ella, no se cortó— En realidad, no dijo nada.

—¡Joder…! No debe de tener ojos… —murmuró igual que si fuera un secreto— Si yo tuviera a mi mujer con esto en el mismo cuarto, no podría salir hasta que dejarla seca de tantos orgasmos.

—¿Dejarla seca? —se imaginaba lo que era, pero… quería oírlo.

—Me refiero a que trataría de que se corriera tantas veces como pudiera.

Belén tragó saliva, oyendo esas palabras que se metían por sus oídos para retumbar dentro de su corazón. Los dedos aferraron con más fuerza la prenda y bajo la pequeña minifalda, una humedad crecía sin parar.

Aquello había roto toda barrera; escuchar las palabras de su hijo con tanto fervor, la hizo desear tener un amante con semejante ímpetu. Observó a su vástago con los ojos azules que heredó desde su abuela y, en ellos, vio a un jovencito en la flor de la vida que… era normal que tuviera novia. “Es muy guapo…”, se dijo de manera racional, puesto que era evidente.

—Mamá… —sus pupilas se cruzaron y apreció la rojez sobre el puente de su nariz— ¿Cómo te queda?

—¿Cómo me queda? —repitió su pregunta y soltando un aire caliente que manaba directamente de unos pulmones que ardían, dijo la realidad— Como anillo al dedo…

—¿Podría…? —no quería llegar a formular la pregunta, pero Belén necesitaba escucharla para asentir y dar rienda suelta a un sinsentido que ninguno entendía— ¿Podría verlo?

—¿Cómo?

—Sobre ti…

Hubo un instante de silencio, igual que si estuvieran rebasando una línea invisible de la que ambos se estaban percatando. La mujer meditó en una décima de segundo si aquella era buena idea, pero sus ojos no veían nada malo en ello, solamente… le mostraría una cosa a su hijo… nada más. Sabía que no solo se trataba de eso, pero… lo omitió.

—Vale.

Sus pasos le hicieron colocarse delante del espejo y el chico, mantuvo la vista sobre un cuerpo que mostraba demasiada piel. Ella le miró, observando que sus ojos no salían de su espacio vital y eso… no debía ser así.

—¿Te das la vuelta para cambiarme?

—Vale.

El chico tomó asiento a los pies de la cama, con Belén a su izquierda sosteniendo la lencería tan bonita. No le importó que Xabi siguiera allí, sino que le gustó la idea y, dejando la prenda en la cama, se deshizo de la minifalda.

Miró la espalda de su hijo, tan bien formada y con músculos que casi se apreciaban tras la camiseta. Su cabello despeinado ocupaba toda la cabeza y no se veían atisbos de ninguna calva. Estaba claro que se estaba conteniendo, que no quería girar el cuello por mucho que lo desease y… Belén no sabía lo que quería.
 

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Miró la espalda de su hijo, tan bien formada y con músculos que casi se apreciaban tras la camiseta. Su cabello despeinado ocupaba toda la cabeza y no se veían atisbos de ninguna calva. Estaba claro que se estaba conteniendo, que no quería girar el cuello por mucho que lo desease y… Belén no sabía lo que quería.

Después de deshacerse de la camisa, soltó el clic del sujetador, haciendo que el sonido tan nimio retumbara en el cuarto y también en el cuerpo del joven. Este sufrió un espasmo, uno que vio Belén con esos ojos tan azules que dejó a su primogénito en herencia. Estaba tenso, con el cuello totalmente rígido, obligándose a no girar, pues sabía que su madre estaba casi desnuda.

Los pechos quedaron libres, a un metro y medio de su chico, bajando un poco el volumen y con unos pezones que le estaban señalando. Inclinó en silencio su cuerpo, metiendo los dedos por la braga y retirándola de su piel.

Para cuando se volvió a erguir, estaba completamente desnuda, con una pequeña mata de pelo que cubría su sexo y los pezones duros como rocas. Se mantuvo un segundo en esa posición, sabiendo que Xabi solamente tenía que mover su cuello para deleitarse, pero… luchaba por no hacerlo.

“¿Qué hago si se equivoca y gira la cabeza para verme?”, pensó la mujer en ese breve impás. Quiso decirse que le echaría la bronca que le gritaría, pero sabía muy bien, que esos pezones duros y la humedad de más abajo, estaban ahí por culpa del chico. “No sé qué haría…”, aquello era suficiente para darse cuenta de que estaba cayendo a la perversión total.

Cogió la prenda que usó en su boda y la metió por los tacones. El tacto era tan agradable como recordaba y mientras la subía, solo podía rememorar la paliza sexual que le dio su esposo. “¿Xabier se parecerá en eso a Manu?”, no quiso darse una respuesta porque la pregunta era del todo inadecuada.

Los tirantes se colocaron en su lugar y dos clips sonaron cuando se ató la parte baja de la prenda, que se ocultaba justo en su braga. Era una especie de bodi, un conjunto de una pieza blanca que marcaba su piel de manera perfecta.

Se giró sobre los tacones, percatándose de que estaba igual que en su boda y la ropa le sentaba de fábula. Los dedos pasaron por esa braga que estaba pegada a una tela de encaje que ascendía por su vientre. El ombligo no se llegaba a vislumbrar, pero sí los laterales de la cintura debido a la tela trasparente. Alcanzó con sus ojos la parte de arriba, donde los senos se aunaban el uno contra el otro, sostenidos por dos finos cordeles blancos que rodeaban sus hombros.

—¡Jesús bendito…! —exclamó en un murmullo inteligible al contemplarse en el espejo y avisó a su espectador de que estaba lista— ¿Qué te parece?

—¡La…! ¡Madre…! —sus ojos salieron de sus órbitas y su lengua titubeó, aunque acabó de suspirar unas palabras tan directas como sinceras— ¡La madre que me parió…!

Belén se sintió agradada, sensual y atrayente. Daba lo mismo que el chico que tenía la boca abierta fuera su hijo; para ella, no era nada más que un jovencito al que le ponía demasiado la yegua tan potente que tenía delante.

Se llevó las manos a la cintura, dándose la vuelta y luciéndose ante la mirada atónita de un muchacho que estaba disfrutando. Su pelo danzó en el aire, brotando ese peculiar aroma de su perfume que golpeó a Xabi con la fuerza de un bofetón.

—¿Qué pasó aquel día…? —comentó el chico con la voz salida de su lado más oscuro y una mano traviesa sobre el bulto de sus pantalones.

—Bueno… —sonrió de manera pícara y dio un paso atrás, hasta que contactó con el tocador donde solía prepararse— Ya te lo imaginas.

—Mamá, quiero una novia así… ¿Tanto puede costarle a Yaiza ser como tú? —su madre se rio con un rubor muy evidente.

—Cuesta mucho ser como yo. Tu madre es única. —el chico asintió, cada palabra de su madre era la verdad más absoluta.

—¿Cómo…? ¿Cómo le recibiste? —ella no entendió, porque Xabi no se explicaba bien y, además, Belén estaba degustando la forma en la que le admiraba.

—No entiendo. Con esta ropa, así. Aunque los zapatos eran diferentes y llevaba un moño.

—No… Me refiero a… —la mano apretó su polla y su madre observó que algo se marcaba sobre la tela. “¡¡La tiene dura!!”, se gritó con un susto real en su cuerpo que rápido se convirtió en gusto— ¿Quiero saber en qué forma le recibiste? ¿Qué postura? ¿Dónde estabas?

—Ah… —soltó de manera sencilla— Deja que haga memoria…

Lo sabía, lo recordaba a la perfección, porque aquel fue el comienzo de un sexo increíble. Posó el trasero contra la madera del tocador y se cruzó de brazos para simular que meditaba sobre la cuestión.

Con toda la intención, se unió los pechos con la fuerza de los antebrazos y, mirando al techo, dejó vía libre a su chico para que mirase donde quisiera. Estaba perdiendo el norte, toda la lujuria la estaba desbordando y no se podía creer la realidad que trascurría ante sus ojos: estaba poniendo cachondo a su hijo mayor a propósito.

—¡Sí! ¡Ya…! ¡Ya lo recuerdo…! —mencionó con total alegría— Fue algo así.

Se dio la vuelta, mostrando la fina braga branca que cruzaba sus nalgas y subía hacia arriba hasta unirse con la zona del sujetador. De los lados corrían dos cordeles hasta los muslos, que, seguramente, hubieran sido para atar unas medias que hicieran perder la razón a cualquier hombre, pero ahora, Xabi no estaba para pensar en eso.

—Me tumbé así… —apoyó los antebrazos en el tocador y quedó con el culo en alto sostenido por los tacones— y tu padre me pilló así según entró por la puerta. Creo que estaba en un sillón si mal no recuerdo. ¿Qué…? —necesitaba saliva, su boca estaba seca y las orejas le ardían— ¿Qué te parece? ¿Quieres que te reciba así Yaiza?

—Sí… Sería mi mayor deseo…

La mujer movió su trasero de manera lenta e hipnótica, haciendo que el chico se levantase azuzado por un calor demasiado profundo. Sus ojos estaban centrados en el centro de ese culo, justo donde estaban los dos botones metálicos que unían la prenda. Había algo a los lados, unos pocos pelos que no llegaban a ocultarse y eso… confesaba la realidad, el coño de su madre estaba ahí.

—¿Qué te hizo? —preguntó en un tono bajo, quería que fuera un secreto.

—No habló… —Belén notó la presencia de su hijo demasiado cerca y arañó el mueble para contener ese frenesí que la embargaba— Yo… Él… solamente escuché la cremallera de su traje bajándose a mi espalda. Luego los pantalones cayeron contra el suelo y…

Su coño se humedeció, rememorando un momento tan bonito y erótico. Atrás, su hijo estaba ausente, sumido en una locura sexual que le hacía olvidar que aquella mujer tan espectacular era su madre.

Llegó muy cerca de Belén, demasiado… casi rozando aquel culo que estaba en su lugar a pesar del paso de los años. Con valentía o quizá debido a la locura que envolvía el cuarto, Xabi alzó sus manos y las bajó con delicadeza contra el cuerpo de la mujer.

Esta se estremeció y siseó de manera evidente, notando un espasmo en lo profundo de su vagina. Los dedos del muchacho se pasearon por su cintura, acariciando la bonita lencería de encaje con parsimonia, igual a que si dispusieran de todo el tiempo del mundo. Belén se dejó hacer y no puso pegas a cuando dos dedos, toparon con los clics metálicos.

Escuchó el primero y después, un segundo que le propinó un latigazo de placer al notar el aire cálido que le golpeaba sus labios vaginales. Fue entonces cuando volvió a oír la cremallera y también, el pantalón topando contra el suelo, pero… esta vez no se trataba de su marido.

Su cuerpo entero vibró, sabiendo que estaba expuesta a lo que su pequeño quisiera hacerla. Sus ojos se humedecieron debido a lo caliente del momento y como si fuera una señal de invitación, dijo a los oídos de un muchacho que necesitaba un ligero empujón.

—Después de hacer eso… lo que hizo… lo que hizo fue… —su lengua era un estorbo y todo el calor de su cuerpo se arremolinó en una vagina que palpitaba con violencia. Tomando una buena bocanada de aire, terminó de hablar— Lo que hizo fue follarme hasta que me corrí.

El chico supo que estaba recibiendo una orden y, con su polla fuera de las garras de su calzoncillo, la dispuso contra unos pelos que se separaban a su paso. Belén sintió la entrada, el gustoso paso de los centímetros de su hijo a lo profundo de su interior. Los labios vaginales se abrieron igual que los de la boca, aunque los primeros estaban anegados en flujo y… recibían una buena polla.

—¿Así lo hizo? —preguntó Xabier con la mitad de su polla dentro de su madre y las manos en la cintura. Antes de contestar, Belén tomó aire para soportar semejante poder y asintió.

—Sí, fue algo así… Aunque no lo recuerdo muy bien… ¿Me ayudas a acordarme?

—Lo que me pidas, mamá.

Ayudó a evocar esos instantes cuando las manos apretaron su cintura con mayor ímpetu y el pene se introdujo en ella en su totalidad. Era grande y gordo, lo cual le hizo sentir que cada pared de su interior se abría para recibir a aquel ser tan dichoso.

Su espalda se curvó hacia arriba y los pelos cayeron sobre sus omoplatos a la par que tomaba aire hinchando sus pechos. Solamente pudo expeler el aire de sus pulmones, en un aire caliente que era capaz de derretir cualquier material.

—¿Así está bien? —preguntó el chico, empezando a sacarla.

—¡Muy bien…! ¡Repítelo…!

El chico obedeció como un buen hijo ante su madre. Se la metió y sacó en varias ocasiones, notando la manera en la que su tronco quedaba empapado por los flujos de una dama que solo sollozaba.

El polvo era mejor que con Yaiza, infinitamente mejor, ya que esta parecía estremecerse a cada entrada y no sentía una ligera vergüenza por estar echando un polvo. Belén apenas era capaz de hablar, su visión se empezaba a emborronar y el gusto le estaba apabullando el cerebro.

Era consciente de lo que iba a ocurrir y endureciendo sus nalgas para tragar toda aquella polla, se lo hizo saber a su improvisado amante.

—¡Métela un poco más! ¡No me puedo aguantar…!

—Sí… ¡Ah…! ¡Aahh…! Lo que digas —respondió con unos jadeos de esfuerzo.

Xabi se soltó, se dejó llevar por esas enormes ganas de poseer a una mujer vestida para él. Metió y sacó su pene a una velocidad digna de mención e hizo que los cabellos morenos de su madre danzases como locos.

Belén sintió el poder de toda aquella polla golpeando en el fondo de su útero, como el ano se le abrió y se le cerraba con cada penetración e incluso las tetas le bailaban al son del coito.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! —el gemido fue tan profundo como lo sentía y acabó por reclamar— ¡Xabi, sigue! ¡Sigue, cariño, sigue!

—¡Qué bueno, Dios! —bramó el chico con los golpes de sus huevos contra el clítoris de su madre escuchándose de fondo.

Belén sintió que el mundo se contraía hasta formar una canica dentro de su pecho y, al momento, se expandía con la violencia de una explosión. Sus ojos quedaron en blanco y las uñas rasgaron una madera que tenía tantos años como su matrimonio.

El culo le empezó a vibrar y por poco hizo que el pene saliera de su interior, pero para eso estaba su hijo, que la sujetó con fuerza sin parar de follársela.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! —gemía sin cesar Belén, sabiendo que estaban solos, aunque no hubiera cambiado nada que su marido pasase por casa, ni tampoco su otro hijo. Ella hubiera gritado de la misma manera— ¡¡Me corrí!!

El aullido de loba se escuchó en toda la casa, a la vez que su sexo se relajaba y dejaba caer toda una esencia de fluidos a ese pene que la martilleaba sin parar. El gusto era enorme, inabarcable y, por mucho que quiera recordar algo tan bueno…, no lo lograba.

Sus piernas empezaron a flaquear y querer caer contra el suelo a la vez que le costaba respirar. Sin embargo, el que tenía fuerzas de sobra era el muchacho que continuaba sometiendo a su madre con una polla que no paraba de penetrarla.

—¡Creo que yo también me corro! —anunció el chico, haciendo que su madre voltease la cabeza y se mirasen a los ojos.

—¿Cómo? —no es que no lo entendiera, pero estaba perdida en su mundo de lujuria.

—¡Que te voy a llenar el coño, mamá! ¡Aahh! ¡Aahh! ¡Joder, mamá, qué rica estás!

Aquello también fue un grito y Belén sintió que la penetración era tan fuerte, que movió el tocador contra la pared. Después vino otra, a la par que los dedos la agujereaban la piel con sumo frenesí. La última de las estocadas de una polla gorda y caliente, le llegó a lo profundo de su alma y allí… le soltó todo lo que tenía.

—¡¡¡Aaaahhhh!!! —balbuceó Xabi para medio edificio.

—¡Por favor, hijo! ¡¡¡Por favor!!!

El semen golpeó la zona más recóndita de su madre, haciendo que vibrara de puro placer y se retorciera igual que un pez fuerza del agua. El chaval no permitió que se moviera y luego de una dura sacudida de su polla, otros cuantos disparos salieron de su punta para chocar contra el coño de Belén.

—¡Joder, joder, joder…! —comenzó a decir la mujer sintiéndose repleta. Aquella corrida la impulsó su decreciente orgasmo, haciendo que explotara por segunda vez— ¡Amor mío!

El tocador se volvió a mover, golpeando contra una pared que resistía todo, al igual que la vagina de Belén con esos envites de un pene que al que le sacaba muchos años. Al final, Xabi se paró, con una respiración jadeante y las manos apoyadas en el mueble justo al lado de la cintura de su madre.

El chico dio dos pasos atrás, destapando el sexo de su amante y dejándola allí apoyada al borde de desfallecer. Topó sus rodillas contra la cama y se tuvo que sentar sin más remedio, puesto que el orgasmo le había matado y, si no lo hacía, se iba a caer.

Con un vistazo a su pene, se dio cuenta de que solamente estaba húmedo y las dos corridas, tanto la femenina como la masculina, se habían quedado en el interior de su madre. Alzó la vista para admirarla con esa vista borrosa y de las profundidades de esa vagina, empezó a brotar la sustancia blanca que se unía a los pelos de Belén.

La madre trató de erguirse, pero era lo mismo que recibir una paliza y cada vez que movía un músculo, todo su cuerpo le gritaba que tuviera cuidado. Sintió que algo se le derramaba por entre las piernas y con el calor que le proporcionó, supo que era la sustancia densa de su hijo.

“¡Me ha follado!”, se gritó a sí misma, tratando de tener un ápice de mala conciencia, aunque lo que le respondió su mente, fue la realidad. “No, no, guapa… ¡Habéis follado los dos y… menudo polvo!”.

Tiró todos sus cabellos a un lado y giró la cabeza para observar a Xabi sentado en su cama con los pulmones a pleno rendimiento. Abajo había algo más, un pene que brillaba debido a sus fluidos y que seguía tan duro como antes.

Algo le impulsó a la mujer, quizá esa falta de sexo que provocaba en su libido una incontrolable sed de sexo. Se giró de la mejor de las maneras y, con dos pasos rápidos, llegó a la posición de su primogénito después de que sus tacones repiquetearan como cuchillos en la madera.

—¿Qué vas a…? —no llegó a terminar que Belén estaba arrodillada delante de él.

—Tenemos que seguir.

Su mano diestra apresó el pene con fuerza y, antes de que su chaval se diera cuenta, abrió la boca para comenzar una mamada impetuosa. Xabi tuvo que apretar los dientes para sostener el terrible gusto que le daba y su mano se movió rauda a la nuca de su madre para aprisionarla un poco más contra su rabo.

—¡Chupa, joder…! —gimió entre dientes— ¡Que Yaiza me hace unas mamadas de mierda!

—Ahora te las hago yo —sentenció con un frenesí amatorio digno de una demente.

—¡¡Aaahhh!!

Se estremeció por tanto placer, en parte por el que le ofrecía esa dulce lengua junto a unos labios que no paraban de absorber. Aunque lo que más placer le dio, fueron esas palabras tan sucias, esa sensualidad que brotaba de una mujer que nunca vio así y… que le ponía a rabiar.

—Sube… —logró soltar con el rostro roto de gozo.

—¿Qué? —Xabi la agarró de uno de los tirantes e hizo fuerza para que se pusiera de pie.

—Móntame, quiero follarte de nuevo. ¡Me pones demasiado…!

—¡Qué salido estás…! —el chico se tumbó ligeramente, dejando su pene sucio y babeado contra el techo. Antes de acabar la frase, su madre estaba a horcajadas encima de él, dirigiendo el pene al agujero lleno de semen— ¡Has salido a tu madre!

—¡Qué caliente! —comentó nada más entró en el interior de Belén.

—Listo para ti. Ahora déjame soltarme un poco…

Le empujó con ambas manos contra la cama y empezó a montarle como en sus mejores tiempos. El chico no tenía que hacer nada, solo contemplar esos ojos azules que parecían los de una tigresa en celo.

Por fin tenía un pene dentro, por fin alguien le daba lo que tanto ansiaba y, de una vez por todas, se iba a sacar todos esos orgasmos de unos años de polvos frustrados. Ahora domaba a su potrillo, con una cadera experta que se movía igual que la mejor de las bailarinas.

Podía notar el pene nadando en su interior, entre sus fluidos y ese semen que todavía continuaba caliente, pronto saldría de allí, pero de mientras, era una lubricación natural perfecta.

—¿Quieres que me compre nueva lencería? —osó preguntar la mujer con una media sonrisa y los pelos moviéndose salvajemente de un lado a otro.

—Sí —dijo con total decisión—. Vamos juntos. Quiero acompañarte.

—Vale, pero quiero una cosa… —se rio con cierta malicia y apretó el ritmo sabiendo lo que venía— ¡Aahh! ¡Aahh! ¡Sí, qué bueno! ¡La tienes más grande que tu padre! ¡Me encanta, cariño!

—¡Fóllame cuanto quieras, mamá! ¡Soy tuyo…!

—¡Lo eres! —gritó ella entre sollozos enfermizos— ¡Aaahhh! ¡Sí! ¡Sí que lo eres! ¡Aaahhh! ¡Me voy a correr!

—¿Qué cosa quieres…? —quiso saber Xabi notando las paredes vaginales apretando su polla.

—Vas a dejar a Yaiza. —era una orden en toda regla— ¡Aaahhh! ¡Serás mi amante! ¡Di que sí!

—¡¡Sí!! —gritó con una alegría que desconocía.

—¡Aaahhh! ¡Aaahhh! ¡Te dedico mi corrida, hijo! ¡¡AAAHHH!!

Se estremeció sin ocultar sus sentimientos y, de la misma, cayó contra el pecho de su hijo mientras su cadera convulsionaba con locura. Era la segunda vez que se corría en menos de cinco minutos y su cuerpo se estremeció con tanta fuerza que el pene salió volando de su entrada.

Pasó allí tirada diez segundos, recuperándose de ese placer tan gustoso que no había tenido nunca. Reflexionó un momento, sobre si eso se debía a que la polla que montaba era la de su hijo y eso le daría un extra de gusto. No lo podía asegurar, pero… no iba a ser la primera vez que lo probase.

—Ponte a cuatro patas —exigió el chico con la punta de su pene enrojecida.

—¿Otra vez, cariño? —su tono era meloso, como la de una gata en celo, y se dejó hacer hasta que estuvo en la posición que Xabi requería. Cuando notó el sable entrando en la cueva, tuvo que gemir— ¡Qué poder! ¡Me vas a dar tus mejores años! No lo dudes.

—No lo dudo.

La penetración fue rápida y fogosa, la misma que un coito entre dos conejos. El chico estaba ardiendo, con todo lo que le quedaba en la punta después de que una mujer madura tan perfecta le montara con tanto ímpetu.

Durante los siguientes cinco minutos, el joven estuvo metiendo y sacando el pene dentro de su progenitora, hasta que sintió la marea que volvía a llenarle los genitales y sacudió unos disparos en su interior.

El gusto fue eterno y la imagen del propio ano abriéndose con cada entrada de su polla, era una poesía que pensaba guardar para el resto de su vida. Luego de depositarle dos pequeños lanzamientos de su semen dentro, terminó el rico sexo con un buen cachete en unas nalgas que se lo merecían.

—¡Menudo culazo que gastas, jodida! —el chico se sentó al lado de su madre, que estaba con el cuerpo contra la cama y el culo mirando al cielo. Parecía que de su vagina, pronto empezaría a salir humo.

—¿Lo quieres? —Xabi asintió recuperando el aliento— Ahora, no, pero… si tanto lo deseas…

Una llamada la cortó y tuvo que regresar al tocador donde estaba su móvil. Cogió la llamada con las piernas temblorosas sobre unos tacones de los que debería bajar y, nada más contestar, supo de quién se trataba.

—¿Pasa algo, Manu?

—Voy a salir ya, que tuve que quedarme un rato más por aquí… —lo dijo con temer a recibir una reprimenda, pero no fue el caso.

—Una pena. No te preocupes, te espero en casa, que acaba de llegar Xabi. —le hizo un guiño a su hijo y cuando le vio esa polla menguante, se retorció por un espasmo en su vagina.

—Lo siento, ya te lo recompensaré. —los dos sabían que no sería así— En diez minutos estoy en casa.

—Bien, cariño —acabó por decirle a la vez que notaba que una gota de semen corría por su tembloroso muslo—. Ahora nos vemos. —según colgó, se dirigió a su hijo— ¡Venga! Límpiate ese rabo y dúchate, que viene tu padre.

—Luego… hablamos…

—Luego… veremos qué pasa.

****

El día había pasado tan normal que fue muy raro. Ahora Xabier estaba tirado en la cama, sin poder conciliar el sueño debido a la adrenalina que aún corría por su cuerpo. La cena fue del todo normal, con su madre a un lado mientras hablaba con los demás como si nada pasase, pero en el fondo, sabía que todavía llevaba dentro de su sexo el calor de su semen.

Era la una de la mañana y no se escuchaba nada en la casa, salvo el sonido de fondo que provenía de la calle. El chico estaba a punto de volver a intentar dormirse, seguramente con una previa paja para relajarse un poco más, sin embargo, escuchó algo tras la puerta.

Fue un leve golpe, con toda seguridad, de un pequeño objeto que tocaba la madera. Puso los ojos en esta, algo tensionado por no saber lo que pasaba en plena noche, aunque cuando la puerta se abrió hasta la mitad y contempló dos ojos azules como el mar, se serenó.

—¿Estás despierto? —Xabi negó a su madre— Yo tampoco puedo dormir… ¿Me haces un hueco en la cama?

La mujer arrimó la puerta y caminó de puntillas de forma felina para no emitir ni un solo ruido. El muchacho se hizo a un lado, justo contra la pared, dejando espacio suficiente para que su madre se metiera entre las sabanas con su pijama de dos piezas.

—Estaba pensando en lo de esta tarde y me era imposible coger el sueño —comentó en la oscuridad que les daba intimidad.

—Me pasa lo mismo… —se imaginaba que no, pero la idea le había pasado por la cabeza y quiso cerciorarse— ¿Te arrepientes?

—¿Tú lo crees…? —le mandó una media sonrisa que se divisó entre las sombras— He venido para ver si me podías dar algo de sueño. —sacó algo entre sus manos y el chico observó un bote con un curioso mejunje rojizo en su interior.

—¿Qué es eso?

—¿No lo has usado con Yaiza? —preguntó de la misma. No hizo falta que negara, ya lo decía todo con su rostro— Es lubricante.

—¿Quieres sexo ahora? —ella asintió, aunque apuntilló algo.

—Me has dejado frita la vagina, no creo que pueda durante uno o dos días, tengo que coger de nuevo experiencia.

—¿Entonces?

Belén se giró para ponerse boca abajo y descendiendo su pantalón largo de pijama hasta la mitad de los muslos, le indicó lo que quería. Su hijo se quedó mirando ese precioso culo y cuando le pasó el bote, lo cogió con cierta duda.

—¿Te apetece entrar por la puerta de atrás? —la alegría se dibujó en el rostro de Xabi— Úntatela bien y métela un poco. ¡Dios, no paro de pensar en tu polla…! ¡Me ha encantado…!

—¿¡Me dejas darte por el culo!? —la mujer hizo un gesto rápido con la mano.

—¡Baja la voz…! No es momento de gritar. Sí, venga, hazlo rápido, que tengo ganas… —mientras el chico se la sacaba y se echaba una buena cantidad de lubricante, Belén indagó algo que se imaginaba— ¿Nunca la has metido en un culo, verdad?

—Para nada… Yaiza ni me deja acercarme a su ano.

—¡Tonta…! —soltó una risita que parecía graciosa. A la par, el joven se puso a su espalda, empezando a dirigir ese pene chorreante al rosado ano de su madre— No sabe lo que se pierde. Ya te iré enseñando, de momento, vamos con esto que me apetece mucho… ¡Aahh…! Eso es… Poco a poco… Me he estado estimulando un poco el culo para ayudarte.

La punta tardó en entrar diez segundos, pero cuando se coló por completo, casi la mitad de toda la espada de Xabi penetró el trasero de su madre. Esta apretó los dientes, rememorando la presión que se sentía cuando a una la daban por el agujero por donde salen las heces.

—Lentamente… No me lo partas que no quiero dar explicaciones a tu padre… Eso es… —comentó ante las primeras penetraciones— Sigue así… Ese es el ritmo…

El prepucio entraba a las mil maravillas, hablando con claridad a Xabi que ese culo no era la primera vez que lo abrían. El chico se puso encima de su madre, aplastando a esta con su cuerpo a la vez que la polla se introducía una y otra vez.

El agujero estaba apretado y la fricción era enorme, el lubricante estaba haciendo su trabajo y los jadeos de Belén quedaban ocultos contra la almohada. La mujer aprovechó el momento e introduciendo una mano entre su cuerpo y la cama, se masturbó el clítoris a la vez que su hijo la taladraba.

Apenas estuvieron unidos por tres minutos entre jadeos que, el primogénito de la mujer, no lo soportó más y, después de dos profundas entradas en las que Belén tuvo que apretar los dientes, se corrió en un mar de semen.

—¡Dios, qué calentito…! —murmuró ella con un visible gusto que se aceleró por la mano en su sexo— Yo también voy a darme el gusto… ¡Aahh…! ¡Qué bueno…!

El orgasmo la golpeó con la fuerza de un rayo y, todavía con el pene dentro de su culo, empezó a correrse sin ofrecer un respiro. Ambos quedaron agotados y Xabier salió del interior de su madre, dejándole una piscina de semen que debería sacar en algún momento.

Esta se levantó colocándose el pijama de la mejor de las maneras y, junto a una sonrisa, quiso correr al baño para que el exceso saliera por su ano, pero antes, se detuvo en la puerta para mirar en la oscuridad a su satisfecho hijo.

—Xabi… —le llamó con una sonrisa imborrable. Este la miró con el azul de sus ojos para saber que estaba prestándola atención— Recuerda, mañana mismo dejas a Yaiza.

—¿En serio? —por muy raro que pareciera, lo haría.

—Sí, si quieres más de mí, lo harás. Además, soy un poco celosa y no me gusta compartir las cosas. —le lanzó un beso e hizo un movimiento automático apretando las nalgas, pues el semen ya quería salir— Mañana hablamos, cariño, y… cuando podamos, vamos a comprar más lencería. ¿Te apetece?

—Dios, mamá… No sabes las ganas que tengo…

Belén se marchó de allí con el culo bien prieto, hasta sentarse en la taza del baño y dejar salir todo lo que sobraba. Al final, regresó más limpia a donde su marido, que dormía a pierna suelta con una dura respiración.

La mujer no pensó en él, sino en quien estaba a unas paredes de distancia, con esa polla tan dura y un cuerpo bien formado gracias a su juventud. Antes de dormir, empezó a pensar en el futuro, en toda esa lencería que compraría para su amante… y lo bien que se lo pasaría follándose a su hijo.
 
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