Mi inolvidable iniciación [parte 9]

kamuix99

Pajillero
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Ene 2, 2014
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Mientras mi desconocido amante se desnudaba por completo frente a la sudorosa y jadeante María, ella no dejaba de mirar con ansiosos ojos de lujuria el tremendo falo endurecido y tieso que había por fin conseguido salir libre de su prisión de tela, manteniendo la boca abierta por el intenso deseo al ver de cerca aquel extraordinario bastón de carne dura y negra, de enorme cabeza circular y media aplanada de la punta que se erguía majestuoso frente a su lasciva mirada.
Yo estaba segura de que mentalmente ella debería de estar comparándolo con el pequeño pichoncillo de Pepe, comprobando que aquél no era ni con mucho la cuarta parte de éste, por lo cual mi hermanita se relamía una y otra vez los labios con su lengua como saboreando de antemano las delicias de aquel caramelo del delirio que muy pronto sería suyo.
Comprendiendo Mary que por fin había llegado el soñado momento de ser penetrada por el soberbio estilete del desconocido de mis amores, y no queriendo de ninguna manera perderse antes del placer de saborearlo con su propia boca, sin decir nada se hincó con rapidez frente al vergón sin par de aquel cogedor con la clarísima intención de que éste se lo metiera previamente en la boca.
El experto amante, notando la evidente ansiedad que se manifestaba en el brillo singular de los ojos de Mary no tuvo impedimento para tomarla de la nuca metiendo enseguida sus dos manos por debajo de sus castaña cabellera, para acercar su cara en dirección a su largo y enhiesto tolete, mientras mi hermanita ya iba con la boca completamente abierta, sabedora y dispuesta de lo que quería hacer con su brutal herramienta en esos instantes.
Pronto vi cuando la punta de aquella roja cabeza se metía dentro de la abertura bucal de María, quien lo aprisionó con saña y delectación cerrando los ojos con fuerza mientras se deleitaba con un sentimiento increíble con aquel vibrante pájaro del deseo, que se iba abriendo paso sin pedir permiso dentro de sus ansiosos y humedecidos labios.
Puesto que ella había advertido que dado su descomunal tamaño, aquella tranca del delirio jamás le cabría entera en la boca, buscó pronto la forma de prodigarle de la mejor manera posible la mejor mamada de su vida, por lo que vi cómo ella se metía jariosa primero un pedazo de aquel volován hasta donde le cabía, chupándolo con inenarrable placer con la lengua de fuera, para sacarlo después con golosidad y frotárselo por su propio rostro enrojecido, oliéndolo con intensidad cuando se lo dejaba tantito frente a los orificios de sus narices, moviéndolo después hacia sus ojos, donde se lo volvía a tallar enardecida de pasión, para luego llevar aquel tronco con la punta inflamada por delante hasta su cuello, donde volvía a frotarlo sobre su piel, gozando al máximo y con incomparable locura de aquel palo de fuego que cada vez crecía más y más como consecuencia de los alocados escarceos que mi cachonda hermanita le prodigaba.
Realmente todas esas escenas que mis ardientes ojos contemplaban con atención hicieron que yo me viniera de nuevo en espectaculares orgasmos que intentaba acallar lo más que podía detrás del zarzal donde estaba oculta, hundiendo con fuerza mis dedos en mi sonrojada hendidura mientras sentía cómo el delicioso y cálido licor que brotaba de mis entrañas me mojaba totalmente las manos; pero eso sí, sin apartar por un momento mis abiertos ojos de las preciosas visiones que estaba presenciando.
Mientras tanto mi hermana mayor continuaba hundida en el éxtasis de la pasión con aquel vergón tamaño familiar entre sus manos, restregándolo con irreverente pasión por todo su cuerpo, pues yo veía ahora cómo ella estaba frotando la verga del hombre sobre sus enhiestos pezones, como intentando auto penetrarse sus lindos globitos que se levantaban retadores frente a aquel mástil de barco sin bandera.
Luego de permanecer por largos minutos extasiada con el bastón de carne en sus manos y en ese reto inigualable de frotación pectoral, a mi hermanita le dio por saber qué se sentía tener debajo de sus axilas un pene tan fenomenal, ya que la vi cuando llevó la punta de aquella tranca hasta uno de sus hermosos sobacos, acomodando el negro pito inflamado precisamente en esa región prohibida, para después bajar el brazo en un claro intento de apretar el parado falo de su amante con la piel escondida de su axila.
Manteniendo la herramienta bien parada por algunos minutos en esa no tan ortodoxa posición, se dio a la dulce tarea de repetir su accionar haciendo lo mismo con su otro sobaco sudoroso, para luego llevar nuevamente hasta su boca el erguido cañón de acero, saboreando con su lengua a todo lo largo los sabores entremezclados de su propio sudor axilar y el olor a verga de aquella daga de la muerte.
Yo observaba con la mirada nublada por el deseo, en tanto continuaba prodigándome caricias en mi rajita ardiente, todos aquellos jueguitos que mi hermana sabía muy bien proporcionar y también disfrutar con el pene del desconocido, estando segura que ella lo había aprendido quizás a través del tiempo en sus escondidos encuentros con mi hermano Pepe.
Y aunque reconocía que ella me aventajaba en todas esas prácticas, estaba segura también de que si algo la alentaba era precisamente el tremendo tamaño de la descomunal espada de fierro que mantenía entre sus manos, y que ahora tenía metida debajo de sus sudorosos sobacos, mientras se deleitaba después succionando los exquisitos elíxires que emanaban del tronco de aquel enorme pito, que a esas alturas apenas si podían contener los calientes efluvios que amenazaban con salir de la punta de su enrojecida y salvaje cabeza.
Por primera vez aprecié que nuestro amante del bosque perdía el control de sus instintos, ya que sin poder aguantarse más, de pronto sacó de un golpe su verga de debajo de uno de los brazos de María, y tomándola a ella rápidamente y con fuerza por los cabellos en un acto de salvajismo que más parecía como si fuese a martirizarla, la jaloneó con furia de su pelo obligándole a abrir la boca mientras le metía con desesperación la punta de su bayoneta calada entre los labios, jadeando y profiriendo gritos de brama y placer, en tanto se derramaba sin piedad dentro de la boca de mi hermana, quien hacía tremendos esfuerzos por intentar tragarse todos los fuídos calientes que brotaban como manantial del palpitante pene de su amante.
Mi hermanita se gozó hasta el delirio con aquella fenomenal venida, sorbiendo el delicioso y tibio licor dentro de su garganta, en tanto yo observaba cómo, sin poder evitarlo, el líquido del placer le escurría por las comisuras de los labios, mientras ella, en un intento por no perder nada de aquella leche de sus deseos, sacaba la lengua con rapidez saboreando una y otra vez el pegajoso néctar que tanto le gustaba beber.
Yo supuse enseguida, y suponía bien, que nuestro experto amante no había podido esta vez mantener su acostumbrado control ante los exquisitos embates linguales y las ardientísimas caricias que María proporcionaba a su tremenda verga, ya que mientras se venía a chorros dentro de la boquita de mi hermana, yo observaba cómo él mantenía sus ojos totalmente cerrados en un gesto de placer inigualable, gozando y disfrutando hasta el delirio de aquel acto mamatorio que sin duda alguna tanto le había agradado.
Mas sabedora en el fondo de que aquel hombre era igualmente insaciable, me dispuse a contemplar la manera en que él procedería para poder cogerse por fin a Mary, quien por supuesto no se estaba quieta, ya que después de haber bebido hasta la última gota de caliente semen, ahora frotaba con sus manos el falo totalmente enhiesto del desconocido, quien ya le estaba pidiendo a mi hermanita que se tirase sobre el piso a fin de poder montarla como ella tanto anhelaba.
María, profunda conocedora del significado de aquel tipo de peticiones, se deshizo del pene parado de su amante para ir a tenderse sobre la hierba cuan larga era en espera de la ansiada penetración, en tanto el hombre aquel, con el tremendo pedazo de carne caliente entre sus manos le abría con rapidez las piernas a todo lo que daban para acomodarle la punta de corazón de aquel bastón coloreteado en la entrada de su sonrosada y húmeda puerta.
Pude ver con claridad cuando el amante se dejó caer sobre ella cual caballero andante, con su lanza por delante, empujando con fuerza y violencia el tremendo sable negro en aquel pasadizo secreto, que de un solo golpe se perdió en las profundidades del laberinto íntimo de mi hermanita, quien no pudo evitar lanzar un tremendo grito de dolor (o no sé si de lujuria), mientras era traspasada despiadadamente por el cañón salvaje de aquel hombre, quien de inmediato comenzó a moverse con fuerza y rapidez en una serie de embates de mete y saca que pronto fueron imitados por María, quien exhalaba gemidos y gritos altisonantes, más propios de una puta de la calle que de mi propia hermana.
Desde mi escondite yo comprendía perfectamente a mi hermana, pues creo que yo también había gritado igual cuando aquel insaciable y caliente macho me había cogido anteriormente, no sabiendo con certeza qué clase de palabras había pronunciado.
Más ahora que oía a mi hermanita gritar y gemir toda esa serie de improperios lujuriosos que más que eso venían a ser las palabras obscenas más indecentes que hubiese escuchado hasta ahora y que aludían al extraordinario placer que estaba experimentando en aquellos instantes, comprendía también que seguramente yo había pronunciado lo mismo.
Mientras el hombre la acometía con una fuerza y furia tremendas, mi hermana se removía como una serpiente debajo del cuerpo velludo de su amante, penetrada hasta los huevos por aquel falo del delirio, hasta que por fin se vino en abundantes orgasmos que le ocasionaron unos espasmos tan brutales que pensé que se iba a desmayar de calentura allí mismo donde la tenían ensartada.
Su amante, al igual que ella, se desbordó de la misma forma derramando sus líquidos lechosos dentro de la ahíta cueva enrojecida de María, quien apretaba con su latente vulva lo más que podía aquel pene de enormes proporciones que le inyectaba semen como nunca nadie lo había hecho antes.
Así permanecieron los dos con sus cuerpos jadeantes y sudorosos pegados uno al otro sin desear separarse, hasta que después de algunos minutos los espasmos de sus enardecidos miembros fueron cesando.
Yo vi que María quería aún más verga, pues a las claras denotaba su brama y su ansiedad al contemplar desde mi escondido sitio sus ojos como si estuviese fuera de sí.
Podía distinguir claramente su mirada como perdida por el deseo, en tanto contemplaba a su amante con una mirada tan amorosa que me hacía suponer el agradecimiento que sentía por aquel hombre extraordinario que le estaba regalando aquel pedazote de carne ardiendo que era ahora para ella, como lo era también para mí, el más valioso tesoro escondido que hubiese encontrado.
Sinceramente yo no podía tampoco ocultar mi tremenda brama, pues seguía tocándome y hundiendo mis deditos dentro de mi hendidura ya toda mojada de calientes elíxires, pero no por eso con menos deseos de seguir auto prodigándome placer, caliente como estaba de seguir viendo a aquellos dos amantes en plena acción, como mi cachonda hermanita me había también observado a mí días atrás escondida en el mismo lugar.
Así que sin perder detalle de lo que ocurría en el claro del bosque, pude darme cuenta ahora cómo María se dedicaba a tomar entre sus manos el trozo de pene que, a pesar de todo el trabajo efectuado a destajo, no parecía en lo absoluto perder para nada su dureza, ayudado ciertamente por los inquietantes e inteligentes toqueteos de las manos de la caliente Mary.
El hombre estaba ahora recostado boca arriba sobre el musgo con mi hermanita jugando con su herramienta, dedicándole unas miradas tan ansiosas a su pito que parecía querer comerse con los ojos el negro bastón que tanto amor le estaba dando.
Después de largos minutos de estar recibiendo las exquisitas caricias manipuladoras, y considerando el hombre que era el momento propicio de volver a la carga sobre el bello culito de mi hermana, le hizo una señal para que ella procediera a montarse a horcajadas sobre el enorme campeón de carne, que desde mi lugar podía ver como si fuese una estaca que, clavada en el suelo, se levantara erguida sobre la tierra.
Mary se puso de pie y se anchó abriendo sus piernas alrededor del cuerpo tirado del desconocido, para después acomodar su linda grupa llena de leche precisamente por encima del precioso falo endurecido, dejándose caer lentamente y con toda suavidad sobre el enhiesto bastón rojizo e inflamado, hasta que la punta entró en su delicada cuevita del deseo para ir desapareciendo poco a poco.
María se regodeaba de placer con aquella estaca clavada adentro de sus insaciables entrañas, pues pronto se lo metió de un solo tajo hasta que no quedó nada de fuera.
Luego se sentó por completo, como se sentaría una amazona sobre la silla de su caballo, para comenzar a cabalgar con soltura y presteza en un galopar tan increíble que no sé cómo aquel tremendo instrumento no la atravesó por completo.
Yo observaba a mi hermanita entrar y salir, subiendo su culo y dejándose luego caer con fuerza y ardor sobre aquella tremenda espada de acero, que endurecida al máximo abría por completo la rajita de Mary, que embramada y caliente no cejaba en su empeño, ya haciéndose hacia delante, ya hacia atrás, como disfrutando dentro de ella la tremenda succión que su vulva proporcionaba al parado pene de su amante, que le removía hasta lo más profundo de sus entrañas.
La escuchaba también gritar de delirio y de brama como jamás antes la había oído, ni aún en los más candentes encuentros con mi hermano.
Yo no sé de que parte de su cerebro sacaba Mary aquellas tremendas palabras y frases groseras que con seguridad la enardecían más aún, pues entre más la acometía su amante más fuerte gritaba, pero gritaba sin parar, aullando voces, gritos y gemidos que me hacían temblar de placer, mientras yo también hacía mi delicado trabajo sobre la oquedad de mi chochito embarrado de leche, después de las lujuriosas venidas que había experimentado.
Mary también explotó junto con su amante en orgasmos increíbles que la hicieron que intensificara aún más su obsceno griterío y su cabalgata sin frenos, en tanto el hombre aquel le jalaba el culo sobre sí con todas sus fuerzas repegándola totalmente a su miembro perdido dentro de sus entrañas, viniéndose los dos en un salvaje y brutal derramamiento de leche, que por lo visto no llenaba a mi candente hermanita.
Habiendo transcurrido algunos minutos más me di cuenta que el desconocido le había pedido a Mary que se pusiese esta vez en posición de perrito, pues quería metérsela como yo había visto que Pepe se lo hacía en la soledad del escondite secreto.
Mary se acomodó lo mejor que pudo con su trasero expuesto frente a la ardiente mirada de su amante, quien no cesaba de admirar la belleza exquisita del cuerpo de mi hermana.
Ya veía yo que sin duda alguna mi hermanita era para aquel hombre un tesoro recién descubierto a quien estaba ahora reconociendo pieza por pieza, todas ellas de oro y piedras preciosas, sin querer dejar ninguna de ellas por admirar hasta saciarse.
Por eso comprendía que su enorme herramienta estaba intacta como al principio de la batalla, no obstante haberse venido tan intensamente dentro de la cuevita en flor de María, como deseando aún más guerra, pues la volvía a blandir con una de sus manos completamente endurecida, dirigiéndola directamente hacia el conducto vulvar de Mary, quien esperaba ansiosa con su linda grupa levantada y su hoyito dispuesto y abierto por completo a la embestida del genial amante que tenía detrás.
El hombre le acomodó enseguida la punta del grueso glande de su falo en la puertecilla entreabierta, como dándole unos suaves toquecitos para que la puerta se fuese abriendo poco a poco desde adentro, como si fuese un visitante ya esperado, mientras entraba de nuevo y con renovadas fuerzas hacia el interior de su casa, la cual se abrió de par en par ante la arremetida despiadada del fenomenal pene de aquel jodedor, quien tomándola de las caderas jalaba con furia su grupa sobre su pito, hasta que éste se hundió sin remedio en la cavernosa hendidura de mi linda hermanita.
Sin esperar más tiempo los dos comenzaron nuevamente la preciosa tarea de moverse con locura en medio de extraños gemidos de placer que se fueron haciendo cada vez más fuertes en la medida en que la regia penetración arreciaba.
Ahora yo me deleitaba viendo a Mary gozando enormidades con los ojos perdidos, practicando con deleite aquella suerte de danza apache mientras movía su trasero de un lado a otro, con la verga hundida hasta los huevos dentro de su desbordado coñito, en tanto su amante le metía y le sacaba una y otra vez su falo jalándola con violencia sobre su vientre, mientras yo también hacía lo propio masturbándome sin parar con dos y hasta tres de mis dedos metidos hasta adentro en mi bollito enrojecido por tanto manipuleo.
Después de largos e intensos movimientos culeatorios volví a escuchar de nuevo a mi hermanita proferir la interminable letanía de obscenidades y groserías como si fuese una putita en celo que me anunciaron su inminente venida, mientras el hombre arreciaba sus movimientos, comprendiendo sin duda la llegada del orgasmo de Mary, y preparándose también para descargar la dosis de leche que ansiosamente le pedía la vulva estremecida de mi hermanita, quien le succionaba con fuerza con sus pliegues vaginales el pedazote de carne caliente que mantenía hundida en el interior de sus reconditeces.
Ante tan extraordinario nivel de calentura los orgasmos de los amantes no se hicieron esperar, pues los escuché de nueva cuenta jadear, gemir y al final gritar con furia cosas tan apremiantes que no pudo decir ahora, hasta que al fin, extasiados y sudorosos como nunca, explotaron por enésima vez y de manera sucesiva en geniales venidas que hasta el culito se me estremeció de placer.
Debo confesar que ante tales escenas de lascivia yo no podía tampoco permanecer incólume, pues metiendo otro dedo más en mi rajita me hundí sobre mi mano dejando caer mi culito de costado, hasta que sentí que cuatro de mis dedos se perdían en la inmensidad de mi ahíta oquedad, viniéndome al igual que ellos tan intensamente que estoy segura que mis obscenos gritos se confundieron con los de ellos en la inmensidad del bosque.
No llevé la cuenta por supuesto del tiempo que pasaron los dos amantes entretenidos en aquellos delirantes momentos de placer; aunque haciendo cálculos yo estimaba que quizás habrían pasado dos horas o quizás más.
Pero esa circunstancia solamente sirvió para confirmarme que aquel desconocido de mis amores no perdía tan sólo el control, sino también la noción del tiempo ante el exquisito, bello e inquietante cuerpo de María.
Ahora bien, no puedo decir tampoco que mi hermanita fuese una experta controladora de vuelos, pues después de aquel trepidante palo aún quería más, pues ya la veía agarrando de nuevo aquella daga enorme propiciándole tiernas caricias con su lengua, como deseando volver a repetir las interminables cogidas de que había sido objeto aquella tarde inolvidable, tanto para ella como para mí.
Más fue precisamente mi amantísimo desconocido quien le dijo enseguida: -No.
Mary.
ya no mi hija.
ya tengo que irme.
-Ay, no.
por qué? -Porque ya se nos hizo muy tarde.
mira que tengo temor de que tus hermanos regresen.
-Nooo.
ellos me dijeron que demorarían.
-Si.
lo sé.
pero no es prudente arriesgarse.
me comprendes? María, recordando mis recomendaciones y no queriendo despertarle sospechas, le contestó sin muchas ganas: -Mmmm.
bueno.
pues sí….
tiene usted razón.
-Qué bueno que lo entiendes, linda.
ahora vamos a limpiarnos rápido.
anda.
Los dos comenzaron a asear sus cuerpos mientras yo contemplaba desde mi escondite que la verga de aquel hombre aún permanecía parada, como deseando aparearse por más tiempo.
Vi también que mi hermanita se dio a la deliciosa tarea de limpiar aquel bastón enrojecido y duro, tallándole algunas hojas a lo largo de su dorso, por su parte baja y por su glande descomunal, mientras sus ojos mantenían aquel brillo exquisito y singular que denotaba su ardiente e inconfesable deseo.
Pero dominándose lo más que pudo, ella le dijo lo que era tan necesario decir: -Y.
cuando volverá por acá.
? -No lo sé.
cuando volverán ustedes a venir.
? –le respondió el hombre- -Pasado mañana.
el jueves.
-Hummm.
está bien.
el jueves te veré por aquí.
-De verdad.
?.
no faltará usted.
? -Cómo crees niña.
eso nunca.
-Está bien.
le creo.
Los dos terminaron de vestirse y el hombre le dijo a mi hermana: -Bueno.
Mary.
hasta el jueves.
-Si.
ya nos veremos el jueves.
Él, como era su costumbre, le dio un beso en la mejilla en señal de despedida y pronto se alejó entre los mangales perdiéndose en la espesura.

Continuara ..... Sorry por la mala ortografia pero no estan editados como los primeros, pero ante los pedidos de algunos les dejo parte de esta saga, que aclaro no es de mi autoria.
 

danicapo

Virgen
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creo que esta es la mejor parte de todas. gracias por compartirla
 
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