Mi inolvidable iniciación [parte 11]

kamuix99

Pajillero
Registrado
Ene 2, 2014
Mensajes
73
Likes Recibidos
20
Puntos
28
Mi primer pensamiento antes de que mi hermana comenzara a
acariciar el cuerpo del caballo fue que tal vez éste se pondría nervioso al
sentir las manos sobre su dura piel, pero pronto comprobé que no fue así, ya que
el equino, a pesar de ser fino de estampa, se comportaba con una mansedumbre que
realmente me sorprendió. Pero la ladina de Mary, bastante diestra por cierto en
el manejo de animales, quiso agregar a aquel inigualable momento un ingrediente
adicional muy especial que me hacía temblar de la brama, pues vi que se alejó un
tramo, así desnuda como estaba, para ponerse a cortar con sus manos un poco de
zacate, el cual le puso después al animal debajo de la trompa. Éste comenzó a
comer la hierba con tranquilidad contribuyendo todo eso a facilitar nuestros
planes. Por supuesto que yo dejé que fuese Mary quien llevase la batuta en aquel
jueguito nuevo e iniciara los primeros toqueteos, en tanto yo permanecía a su
lado en calidad de observadora. De inmediato mi hermanita se dio a la sutil
tarea de comenzar a pasar su mano a todo lo largo del lomo del animal con la
clara intención de calmarlo y de acostumbrarlo a las manuales caricias, yendo
primero hasta los pelos de la crin, ensortijando sus dedos entre el abundante
pelaje oscuro para después bajarlas hasta la frente, metiendo sus dedos en las
enormes orejas y retornando luego suavemente hacia atrás por todo el brilloso
lomo hasta llegar a la hermosa y exuberante cola, donde ella volvía a enredar
sus dedos con una paciencia increíble. Enseguida repetía de nuevo la caricia de
la misma forma, bajando la mano en aquella suave y larga frotación hasta
alcanzar el vientre del equino, quien no daba muestras de que aquello le causara
molestia alguna, sino todo lo contrario.



Para entonces yo había tomado ya confianza al ver la sumisa
reacción del garañón, por lo que me ubiqué del lado contrario a mi hermana y
empecé a hacerle lo mismo, imitando la manera en que ella lo acariciaba. Así nos
mantuvimos por varios minutos disfrutando ambas del suave pelaje del caballo,
que en lo particular me causaba un leve cosquilleo en la palma de la mano al
recorrer todo su tibio cuerpo como si lo estuviésemos cepillando. Yo pensaba que
con toda seguridad el animal aquél estaba muy acostumbrado a ese tipo de
caricias por parte de su dueño, ya que entre más intensificábamos nuestro
frotamiento más manso se le veía, lo que nos hizo tomar aún mayor confianza.
Llegó el momento en que por fin Mary se decidió a avanzar con más audacia en la
extraña pero soberbia manipulación, y haciéndome una seña me indicó que me
agachara al igual que ella lo hacía hasta la parte baja del vientre, en tanto el
equino continuaba saboreando tranquilamente el verde pasto que tenía frente a su
hocico con golosidad y sin hacer el menor caso de nosotras. Yo doblé mis
rodillas y vi que mi hermana adoptaba por igual la misma posición, llevando
ahora una de sus manos hacia las tremendas bolas que formaban los inmensos
glóbulos genitales y que en ese instante se hallaban en su tamaño natural. Ella
comenzó a tocar con suavidad exquisita las negras bolas que albergaban el enorme
pedazo de carne moteada de su fenomenal pene, que hasta ahora se encontraba
guardado dentro de la funda oscura de sus huevos. Mary volvió a hacerme una
señal con su cabeza induciéndome a que le ayudase también en aquellas calientes
y fugaces manipulaciones, que a esas alturas me tenían completamente mojada de
mis partes íntimas, y no dudaba en lo absoluto que mi hermanita estuviese
igualmente tanto o más inundada como yo.



Al ver que mi hermana comenzaba a tocar con sus dedos aquella
bola negra y dura, yo la emulé en la caricia con pasión, sintiendo que mi
respiración se aceleraba rápidamente debido a la lujuria que todo aquello
despertaba en mí. Tanto la mano de Mary como la mía estaban ahora acariciando
aquel macizo de carne ennegrecida que colgaba en la parte interna de las patas
traseras del garañón, con la intención de que éste tuviese una reacción
erectiva, la cual ambas esperábamos con ansiedad manteniendo nuestras miradas
fijas en su vigorosa entrepierna. No sé decir si se debió quizás a su juventud o
tal vez a que el animal se encontraba en la etapa de celo, pero de pronto
comenzó a aparecer el anhelado paquete que tanto deseábamos conocer de cerca,
pues la oquedad frontal de los huevos en un momento dado se fue agrandando para
después abrirse por completo ante la dureza de la saliente y membruda tranca,
que le iba brotando poco a poco hasta que se convirtió, más pronto de lo que
suponíamos, en un largo bastón rollizo muy parecido a un bat de béisbol,
mostrando la gruesa punta completamente achatada en cuyo centro podía divisarse
con claridad el regio y blanco orificio conductor de semen. La enorme verga
surgió con majestuosidad desde adentro de la bolsa oscura colgándole cuán larga
era debajo de su vientre, mientras nosotras cruzábamos una mirada de infinito
deseo al darnos cuenta de que al fin habíamos conseguido nuestro primer
objetivo.



A pesar de que la tremenda erección del animal nos confirmaba
obviamente su inocultable estado de excitación, él permanecía comiendo el verde
forraje como si nada sucediera. Nosotras contemplábamos absortas y anhelantes la
tremenda vara negra y blancuzca que mostraba un grosor admirable; aunque más
admirable era aún su extrema largura. Yo calculaba que aquel amasijo de carne y
nervios debía medir por lo menos cincuenta centímetros desde la base hasta la
punta roma, si no es que más. El espectáculo que se ofreció enseguida ante
nuestra caliente vista fue incomparable al observar cómo el garañón comenzó a
mover la verga de atrás hacia delante y de un lado para otro, alcanzando
inclusive a golpearse el vientre con ella, en una indudable señal que aludía a
la brama que ya sentía como consecuencia de las caricias que las dos le habíamos
estado haciendo. Así que Mary, no queriendo dejar pasar más tiempo y
aprovechando el momento en que aquél colgajo de carne se quedó quieto, lo tomó
con sus dos manos para comenzar a tallarlas desde la punta hacia atrás llegando
casi hasta la negra piel cercana a su enorme escroto. Viendo que ella se
deleitaba intensamente con aquel inusual manoseo yo imité su accionar con
rapidez, indicándole que me dejara ser partícipe de la excitante sesión
manipuladora. Como respuesta a mi anhelante petición ella me pasó enseguida,
como si fuese un columpio, el tremendo pene colgante del caballo, cogiéndolo de
inmediato con mis dos manos y comenzando a prodigarle el mismo tipo de caricias
que había visto hacer a Mary.



Así nos mantuvimos las dos en una atípica sincronización casi
exacta: primero acariciaba mi hermana por varios minutos el enorme y grueso
bastón moteado, para después ser yo quien le frotara igualmente las manos de la
misma forma a todo lo largo, hasta que nos dimos cuenta que del centro de la
achatada punta del pene comenzaban a fluir gruesas gotas de aquél denso elíxir
blancuzco casi grisáceo que el día anterior habíamos saboreado con tanta
lascivia. No deseando de ningún modo que se perdiera ni una sola gota del
intenso manantial de lechosidad que brotaba de los excitados genitales del
caballo, tanto ella como yo nos disputábamos el delirante placer de captar con
nuestras manos las primicias de sus sabrosas y no tan breves eyaculaciones,
llevando cada una hacia nuestras bocas sedientas todo lo que podíamos recoger,
para degustar con intenso y lujurioso deseo aquel néctar que tanto nos atraía y
que nos había incitado a hacer justamente lo que nos encontrábamos llevando a
cabo, escondidas en el impenetrable bosquecillo. No sé en realidad qué cantidad
de líquido seminal estuvimos bebiendo las dos de manera intermitente mientras
duró el preámbulo de caricias sobre el enorme y caballuno pito inflamado, pero
sí estimo que después de casi una hora de estar prodigándole los tallamientos y
frotaciones a aquella vara gruesa y endurecida yo sentía mi garganta ahíta de
tibia leche, más no por eso estaba llena, pues deseaba beber aún más de la savia
pegajosa y salvaje que con generosidad se nos ofrecía. Y pronto mis deseos se
convirtieron en realidad ya que los genitales del animal, al haber llegado
seguramente al clímax del deseo y la brama, explotaron en tremendas e increíbles
convulsiones que presagiaban el derramamiento final, el cual por fin se presentó
a través de un violento movimiento hacia arriba de su largo pene, de donde
comenzó a brotar un inmenso caudal de líquidos espesos y blanquecinos que salían
a borbotones y con tremenda fuerza, nunca vista antes por nosotras, que una gran
parte del volumen del preciado semen fue a parar irremediablemente sobre la
hierba del piso. Al darnos cuenta cabal de la inapreciable pérdida que
significaba para nosotras el no poder bebernos la totalidad del exquisito y
caliente licor que emanaba de sus entrañas, reaccionamos con rapidez y sincronía
poniendo las palmas de nuestras manos debajo de la verga del garañón, en un
intento por recoger lo más que pudiésemos de aquel esperma caliente y espeso.
Mas nuestros intentos fueron parcialmente vanos, pues dado el constante
movimiento que el caballo ejercía sobre su tremendo miembro mientras seguía
eyaculando, la leche iba a dar al piso, logrando recolectar cada una, de
cualquier forma, una generosa porción de la abundantísima producción lechosa del
extraordinario y negro equino.



Puesto que nosotras desconocíamos con certeza cuánto tiempo
podía demorar saliéndole la leche del gravitante pito endurecido, nos mantuvimos
atentas a que el caballo se recuperara de la brama que le causaba el intensísimo
orgasmo, hasta que al fin dejó de mover el descomunal falo manteniéndolo rígido
con la punta hacia abajo, cosa que aprovechamos Mary y yo para volver a poner
nuestras manos abiertas debajo del tremendo cañón caliente, de donde seguían
escurriendo gruesas gotas del tamaño de un copo de nieve, para llevarlas con
rapidez a nuestras bocas, en un acto tan lascivo y lujurioso que hizo que las
dos nos viniéramos en seco sin habernos siquiera tocado nuestros chochitos.
Quizás duró este accionar unos veinte minutos o más, lo cual fue suficiente
tiempo de gozo para nosotras en aquella privilegiada ocasión, pues sinceramente
nos regodeamos con amplitud en el conocimiento manipulatorio y eyaculativo del
precioso caballo, que ahora comenzaba a mostrar cierto grado de flacidez en su
enorme pene.



No deseando desde luego que alguien pudiese encontrarnos
desnudas y entregadas a aquel regio y delirante placer digno de ser repetido,
escuché cuando mi hermanita me decía con la voz aún temblorosa por el deseo:


-Ay Angelita...creo que por hoy debemos dejarlo así....

-Mmmm...Mary...¿por qué no le damos otra talladita?....sólo
una y ya...hasta que se venga otra vez...


-No manita...recuerda que inventamos que estabas
enfermita...y de seguro Pepe le preguntará a mamá cómo llegaste, y no quiero que
surja alguna sospecha si nos tardamos más. Además, recuerda que él no se quedará
hoy a ensayar....


-Oh sí, lo había olvidado...tienes razón...

-Bueno, entonces ya vámonos. Ahora desataré al caballo, nos
vestiremos y nos iremos corriendo para no llegar tan tarde, si?


-Si, manita...está bien....pero... cuando volveremos a
hacerlo otra vez, Mary?


-Pues no creo que pase mucho tiempo....ya viste que es
fácil...sólo tenemos que buscar el momento apropiado y ya...


-Sí...de acuerdo....ojalá pueda ser pronto porque me encantó
todo esto....ji ji ji ji.


-Jajajajaja...a mí también, manita...pero ponte ya la ropa
mientras yo lo desato y lo suelto.



Después de aquella vibrante sesión con el caballo, yo no
podía apartar de mi mente la fina estampa del negro garañón con su pinto cañón
moviéndose como péndulo de campana. Incluso hasta me había olvidado
momentáneamente de nuestro desconocido amante del bosque, siendo sustituida su
imagen por la del caballo y su regio pito, cuya visión me bailaba en mi mente a
cada rato. Fue por ello que esa misma noche hablé con Mary para hacerle una
propuesta que sin duda a ella le agradó. Hallándonos sentaditas en el tronco de
nuestras confesiones, yo le dije:


-Oye, Mary...mañana es sábado, y Pepe se irá con mamá a
trillar al campo.


-Si. Es cierto. Pero dime, Angelita....¿Qué es lo que tienes
en mente?


-Ay pues qué....no te imaginas?

-Mmmm...pues sí...creo que sí...pero mejor dímelo...

-Podríamos pedirle permiso a mamá para ir a dar un
paseo...pero ya sabes...en vez de hacerlo, nos vamos allá donde el
caballito...jijijijiji...


-Vas a ver, ladina...jijijijiji. –respondió mi hermanita
guiñándome un ojo-


-A poco no te gustaría?

-Ay claro que me gustaría...de verdad que no es mala idea,
Angelita.


-Entonces que dices?...lo hacemos?...

-Si...vamos a deleitarnos un poco con ese animalito tan
lindo.


-Ay Mary...pero yo quiero decirte algo...

-Dímelo, anda...

-Me encanta tomarme la lechita...es rica y deliciosa..pero
esta vez quisiera algo más...algo mucho más caliente...me comprendes?


-Humm...sí, te comprendo...pero dime en qué has pensado...

-Huy, pues en muchas cosas...pero sé bien que algunas son
imposibles..jijijiji...pero hay una que creo que sí podremos hacer.


-¿Cuál?

-Mamarle el pitón al garañón.

-Uff....y crees que eso nos va a caber en la boca?...no seas
tontita, Angelita..


-No...ya lo sé...pero podemos chuparlo por fuera...y bueno,
también podríamos intentar meternos la cabeza, por qué no?


-Ah pícara...ya veo que eres tan calientita como yo...

-Si...de eso estoy segura, manita...

-Jajajaja....está bien...podemos intentarlo, claro...

-Bueno, entonces..trato hecho?

-Trato hecho –respondió Mary-


El sábado que siguió las dos nos levantamos temprano con la
intención de llevar a efecto nuestro acuerdo. Cuando llegamos al comedor mi
madre se hallaba preparando el desayuno para irse después al campo con Pepe y
Miguel, nuestro hermano mayor. Mientras comíamos algo, mi hermana le espetó:


-Mami...Angelita y yo queremos pedirte permiso para salir a
dar una vuelta por el campo...iremos al mismo sitio del otro día....recuerdas?..


-Si, lo recuerdo...pero...primero hagan sus tareas y después
se irán.


-Si mamita...

-Y no se alejen demasiado...ya saben que no me gusta que
anden solas por el campo.


-Está bien...lo haremos –respondió mi hermana-

Cuando el desayuno acabó, mi madre y mis dos hermanos se
fueron a trabajar, mientras Mary y yo nos apuramos a hacer las tareas escolares.
Casi una hora después salimos de la casa, la cerramos y nos fuimos al galpón que
servía para guardar los aperos de labranza. Mi hermana cogió las cuerdas y
dándome algunas me dijo:


-Anda manita, vámonos ya...quiero que regresemos a casa antes
que ellos. Así mamá no nos negará el permiso en otra ocasión.


Yo asentí. Enseguida nos encaminamos presurosas hacia el
caminito real que conducía a la escuela, aunque en esta ocasión no íbamos
precisamente a tomar clases de ese tipo. Como solíamos siempre hacer, una vez
que nos sentimos alejadas de miradas indiscretas, nos dimos a trotar por el
caminillo de tierra y hasta a correr en algunos tramos, más que para ahorrar
tiempo, con el fin de saciar el ardor que ambas sentíamos manifestarse debajo de
nuestras pantaletas.



Por fin llegamos cansadas y sudorosas a la cerca que separaba
el camino real del potrero. Enseguida nos cruzamos la valla de alambre y nos
metimos entre los arbustos hasta arribar al claro del pastizal. Tanto Mary como
yo nos quedamos escondidas entre la maleza por algunos minutos para asegurarnos
de que estábamos solas, en tanto intentábamos ubicar la presencia del garañón de
nuestros ardores. Cuando estuvimos ciertas de que no se veía a nadie por los
alrededores, salimos de entre los arbustos y nos dimos a la tarea de localizar
al caballo. Caminamos varios cientos de metros por las orillas del potrero hasta
que al fin lo vimos pastando a lo lejos. Enseguida mi hermana me indicó que la
esperase allí, detrás de un árbol, mientras ella tomaba las cuerdas, formaba el
típico lazo y se alejaba en dirección al animal. Pude ver cuando Mary, como toda
una amazona bien entrenada, izaba la cuerda sobre su cabeza girándola una y otra
vez hasta que la lanzó sobre el negro ejemplar. De nueva cuenta volvía a admirar
las dotes de mi hermana para ese tipo de cosas, pues a la primera el caballo
quedó sujeto. Ella se fue acercando poco a poco hasta que pudo comenzar a
acariciarle la cabeza y la crin, para posteriormente jalarlo hacia donde yo me
encontraba. Cuando llegó hasta mí me indicó que nos fuésemos al oculto sitio
donde la vez anterior habíamos gozado de las delicias del garañón.



Como la ocasión anterior, mi hermana ató al caballo del mismo
árbol y procedió a maniatarlo de ambas extremidades. Luego fue y cortó zacate
para ponérselo frente al hocico. Teniendo al equino a nuestra disposición, ambas
nos dedicamos ahora a desnudarnos con presteza, hasta que nuestros cuerpos
quedaron sin nada de ropa encima. Las dos nos lanzábamos fieras miradas de deseo
que manifestaban la urgencia de comenzar el juego animal. Vi cuando María se
tocaba su entrepierna hundiendo sus dedos en la mojada hendidura, haciendo yo lo
mismo para tratar de calmar las ansias que me quemaban por dentro. Fue mi
hermanita quien inició como siempre los primeros tocamientos sobre su brillante
y atlético cuerpo para dar tranquilidad al regio garañón negro, en tanto yo
observaba su cuerpo desnudo con aquel deseo inconfesado, admirando como solía
hacerlo siempre y sin que ella lo advirtiera la exquisita belleza de las curvas
de su esbelto cuerpo que tanto me encantaba ver y que me llenaba de una
inquietud insoportable. Pero sabiendo que el objeto del deseo era esta vez el
caballo, dejé de lado mis íntimos pensamientos y me dediqué a imitar a Mary,
quien ya estaba hincada a un lado del animal metiendo sus manos debajo del
oscuro vientre. Yo me puse en la misma posición del otro lado del cuerpo del
brioso animal, que ahora se mostraba manso y tranquilo, y metí mi mano en el
mismo nidito donde mi hermana ya manipulaba con la vista ardorosa y los labios
temblorosos. Entre las dos iniciamos el mismo ritual de la vez anterior, tocando
el grueso círculo negro de las bolas de su escroto que guardaban aquel genial
falo del delirio, acusando la bestia sin duda el efecto de nuestras caricias,
pues pronto vimos que aquel badajo de carne comenzó a expandirse para empezar a
asomarse la punta del fenomenal pene que se fue abriendo paso poco a poco, como
quien jala una manguera, hasta que se desplegó fuera de su bolsa más de la mitad
del tremendo pito con manchas blancas que tanto nos agradaba.



Al salir aquel bastión con forma de palo, las dos
prácticamente nos le fuimos encima, pues nuestras manos se disputaban el honor
de tomarlo primero en una pugna por querer tocarlo una antes que la otra. Pero
en este caliente juego bien que había espacio para las dos, pues tanto mi
hermana como yo lo cogimos, una en la parte superior y la otra por la achatada
punta, en tanto sentíamos cómo en nuestras propias manos aquel cañón de suave y
rugosa carnosidad, matizado de sebo por cierto, se iba hinchando cada vez más
hasta alcanzar el máximo grado de esplendor y plenitud. Como nosotras
continuábamos ejerciendo tocamientos suaves de arriba hacia abajo sobre aquel
ejemplar pene, el caballo muy pronto dio muestras de querer satisfacer nuestra
curiosidad por verlo parado por completo, ya que casi al instante sentimos que
el delicioso tubo carnoso se nos iba de las manos con fuerza, pues el negro
garañón había comenzado a moverlo con un poder temible, golpeándose con su larga
herramienta la barriga como si se estuviese sacudiendo los mosquitos. Nosotras
lo dejamos hacer, pues sabíamos que aquello era una especie como de ritual
preliminar para el garañón, quien se daba golpes de pecho una y otra vez como
enviándonos un mensaje que parecía decir: "...Mi verga es mi verga y sé que les
gusta.... pero vean primero de qué tamaño la tengo, porque hasta puedo golpearme
con ella...". El ejercicio calisténico que hacía el negro animal a las dos nos
encantaba por igual, ya que difícilmente una mujer podrá ver en su vida tan de
cerca como nosotras la forma envidiable en que un caballo luce con arrogancia
ese tipo de protuberancias, y mucho menos verlo y escucharlo auto golpearse de
esa forma tan excitante.



Cuando el animal dejó de mover el tremendo pito moteado,
ambas volvimos a cogerlo con inaudita pasión. Sólo que María, más dispuesta que
yo para eso, quiso ser la primera en llevarlo hasta su boca como para mostrarme
que mi idea ahora la hacía suya, y junto con ella también el deleite que le
causaba sentir por primera vez la rugosa piel de la verga sobre su cara y sus
labios. Yo dejé que fuese ella quien me enseñara la forma de hacerlo, pues
aquella visión me ponía a arder de brama y lujuria en tanto aprovechaba la
circunstancia para meterme dos de mis dedos en mi mojosa rajita, que me pedía a
gritos ser llenada por algo que mis dedos no alcanzaban a satisfacer. Mientras
tanto mi hermanita, con la lengua de fuera, lamía y relamía aquel requesón
oloroso que sobresalía sobre la piel del pito endurecido, tallando su lengua con
ansiedad desde la achatada cabeza hasta la negrura de los gordos huevos, dándole
vueltas al pene con sus manos para volver a lamer la larga y gruesa
protuberancia que ya comenzaba a rezumar efluvios grisáceos y pegajosos por el
blanco conducto que tenía en el centro. Ella se sumó a la fiesta de lechosidad
depositando su boca justo debajo del agujero que conduce los líquidos seminales
equinos, para saborear con entusiasmo y golosidad exquisitas las gruesas gotas
de elíxir que brotaban sin cesar de aquella delgada tubería frontal. Al ver la
brama que María experimentaba yo no quise esperar más, y haciéndole una seña le
pedí que me dejara probar ahora a mí, reclamando enardecida el turno que ya me
tocaba. Comprendiendo mi anhelante petición, mi hermana me dejó el tubo de carne
a mi disposición, y tomándolo con la misma pasión con que ella lo había hecho,
lo llevé temblorosa hasta mi cara, donde lo froté una y otra vez sobre la piel
de mis mejillas, inhalando aquel extraño aroma a sebo de animal que despedía la
tremenda vara del garañón.



Por lo visto al caballo le gustaba igualmente disfrutar de
nuestros excitantes tocamientos, pues no tan sólo lo demostraba con la
extraordinaria manifestación eréctil de su enorme pito enhiesto en plenitud,
sino también con su pasmosa tranquilidad por dejarse hacer todo aquello sin
oponer resistencia. Así que embramada como me hallaba ya, puse al fin la punta
caliente sobre mis labios para degustar de aquellas delicias seminales que
emergían sin parar de las entrañas frontales del caballo, chupando y chupando la
savia caliente que me entraba hasta la garganta y que me bebía con delectación.
Por largos minutos estuve sorbiendo la leche del garañón, que por cierto ya me
había embarrado por completo la cara, hasta que Mary me suplicó que se lo dejara
ahora a ella, en un pedimento tan emocionante y lleno de anhelo que allí mismo,
mientras era ella quien ahora lo mamaba y lo disfrutaba a sus anchas, me tendí
sobre el césped y levantando mis piernas, inicié un mete y saca con mis dedos
dentro de mi rajita inundada, hasta que experimenté la primer cadena de orgasmos
que me hicieron gritar y aullar de delirio.



Fue en ese instante, justo cuando estaba acabando de venirme,
y aún presa de los espasmos de delirio, cuando vi la figura del hombre que se
acercaba por el potrero, montado en un caballo. De inmediato le dije a mi
hermana:


-Mary...Mary...alguien se acerca.

-Ohh...no puede ser...quien es?

-No lo sé...pero seguro nos descubrirá...ya no hay tiempo.

Sin siquiera voltear a verlo, ninguna de las dos pudo hacer
nada, pues el jinete, quien sin duda ya nos había descubierto desde lejos, había
fustigado su montura y casi enseguida arribó hasta donde nos hallábamos
desnudas, con el negro garañón maniatado de las patas, y la verga totalmente
parada y lechosa. El hombre llegó hasta nosotras y sin desmontar nos dijo:


-Vaya..vaya...pero si son las hermanitas...¡Qué agradable
sorpresa!


Al escuchar esa voz, ambas volteamos al unísono para ver el
rostro del hombre, descubriendo que se trataba del mismo desconocido del bosque.
Nuestra sorpresa, por supuesto, fue mayúscula, no tan sólo por saber que
habíamos sido descubiertas in fraganti, sino por ver que se trataba de nuestro
amante amado. Tanto Mary como yo nos quedamos mudas, sin habla, observando con
miedo y vergüenza la figura del desconocido, quien en ese momento se apeó de la
montura y caminó hasta nosotras.
 
Arriba Pie