Mi Inicio Sexual A Los 10 Años.

Tatys Eliz

Virgen
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Sep 28, 2025
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Hola, soy Tatys Elizabeth.Tengo 29 años ya, imagínate, y soy mamá de tres bendiciones: dos varoncitos y una mujercita. Sí, me embaracé bien chiquita, apenas una niña a los 15 años, todavía jugaba con muñecas cuando me dijeron que iba a tener mi primera criatura. Qué locura, ¿no? Pero aquí estoy, viva y dando la pelea.

Mi amiga Vale me habló de esta página. Dijo: "Taty, aquí puedes vomitar todo lo que te ahoga". Y pues, aquí estoy, escribiendo como si no hubiera mañana. Si alguien que me conoce lee esto... bueno, qué le vamos a hacer. Al menos ya no me tragaré los recuerdos solita.

Después de que mi papá se fue para siempre, mi mamá se convirtió en otra persona. O quizá siempre fue así y yo no caché. Trabajaba todo el día y llegaba con tipos raros que olían a trago barato. Mi hermana mayor, la Carol, tenía 13 años entonces y era ella quien nos daba de comer cuando había algo en la alacena. A veces solo comíamos arroz con atún por tres días seguidos.

Recuerdo una noche que uno de esos hombres quiso meterse a mi cuarto. Yo tenía siete años y dormía en una colchoneta en el suelo. Carol lo escuchó y se plantó en la puerta con un cuchillo de cocina en la mano. Le dijo: "Si tocas a mi hermana, te parto como a un chancho". El tipo se rió al principio, hasta que vio sus ojos. Nunca más volvió a la casa.


Mi mamá nunca se preocupó por nosotras, peor aún la familia. Solo venía los fines de semana para hacer regalo: una bolsa de pan, a veces pollo frito frío, y siempre una botella de aguardiente medio vacía. Éramos —y seguimos siendo— la familia relajosa del barrio, así nos conocen hoy en día. Todos los benditos viernes y sábados era la misma historia: gritos, chupiza y borrachera hasta el amanecer. Mi dichosa madre nos dejaba solas desde que yo tenía cinco años. Se iba a fiestas mientras nosotras nos encerrábamos con tres candados, escuchando los tumbos de la música desde la otra cuadra.

Una noche, cuando tenía como nueve años, mamá llegó con un tipo flaco que olía a sudor y cerveza rancia. Yo estaba en la sala viendo telenovela cuando él me miró fijo. "Qué mujercita tienes aquí", le dijo a mi mamá. Ella solo se rió, borracha como siempre, y se fueron al cuarto. Pero el tipo salió después, con la camisa desabotonada, y se sentó a mi lado en el sofá. Me pasó un brazo por los hombros y yo me puse tiesa como palo de escoba. "Tan bonita y solita", susurró.


En ese momento Carol salió de la cocina con un cuchillo de pelar papas en la mano. Ni siquiera dijo nada. Solo se paró frente a él, con esos ojos negros que parecían pozos sin fondo. El tipo se levantó rápido como si le hubieran picado una hormiga brava. En otra ocasión que esto si fue fuerte, mi mamá con unos de mis tíos de parte de mi papá, estaban en el cuarto de ella, haciendo cosas que no debían hacer, pero como siempre ella decía "todo queda en familia".

Gran parte eso, de lo que es mi mamá, heredamos mi hermana y yo: atrevidas, fiesteras, una vida activa sexualmente desde chiquitas.

En los estudios nunca me fue muy bien, a mi mamá no le importaba eso. Siempre me decía: «Consigue a alguien con plata para que te mantenga, y así no estudies». Esos consejos eran el pan de cada día.

Mi madre, cuándo mi hermana tenía unos 13 años, mi madre quería que mi hermana se haga de marido con un señor que tenía buena plata. Él era como de 40 años, gordo y con anillo de matrimonio brilloso. Mi mamá le decía: "Mija, mira que él te puede dar casa y joyas, ¿para qué estudiar?". Mi hermana se hacía la sorda, pero yo veía cómo ese señor le miraba las nalgas cuando pasaba, como perro viendo chuleta.


Un día, el tipo vino con un collar de oro falso. Mi mamá casi babeaba. "¡Acepta, Carol!", le gritó, mientras el señor le ponía las manos en la cintura a mi hermana. Yo, agarré un palo de escoba y le di un golpe seco en las piernas al tipo. "¡Lárguese, viejo asqueroso!", grité. Mi mamá me dio una cachetada que me dejó el oído zumbando, pero el señor se fue insultandonos. Igual le sacamos plata después—mi mamá lloró diciendo que éramos unas ingratas, y él dejó unos billetes pa' que "no hablen mal de él". Compré chicles y galletas con esa plata, a escondidas.



Mi cuerpo ya era un problema a los diez años. Cada mañana, ponerme el uniforme del colegio era una batalla campal. La blusa, apretadísima sobre mis pechos que ya eran talla 32DD, hacía que los botones amenazaran con saltar como balas.

La falda escolar era lo peor: apenas me cubría cinco dedos arriba de las rodillas. Cada vez que me agachaba para recoger un lápiz o amarrarme los zapatos, sentía el aire frío en las piernas y sabía que media aula veía mis calzones blancos de algodón. Pero ¿shorts debajo? Ni loca. Me sudaban las piernas y parecía pañal de guagua. Prefería aguantar las miradas. Soy de tes blanca como leche, cabello negro que me llegaba hasta la cintura, y este cuerpazo que heredé sin pedirlo. A los diez años ya tenía nalgas redondas que se marcaban hasta bajo el uniforme, y mis pechos... Dios santo, parecían dos mangos maduros que no paraban de crecer.


Pero es a partir desde éste punto de todo empezó a cambiar.

Era una tarde muy calurosa de los dias domingos, yo estaba en la sala con mi hermano y mi primo, los dos jugando FIFA en la Playstation. Yo estaba sentada en el piso, recostada contra el sofá, sintiendo cómo la licra negra se me pegaba al cuerpo con el sudor. Cada vez que me movía para alcanzar mi vaso de cola, escuchaba el roce de la tela ajustándose entre mis nalgas. Mi hermano ni cuenta se daba, todo enfocado en meter goles, pero mi primo... ay, ese hijueputa. Cada cinco minutos volteaba disimuladamente, sus ojos como cuchillos cortándome las tetas bajo la camisa holgada de mi hermano.

Me cansé de tanto calor y de sus miradas cochinas. Me levanté, sintiendo cómo mis nalgas se marcaban bajo la licra al estirarme. "Me voy a acostar un rato", dije sin mirarlos, caminando hacia mi cuarto con esa cadera que ya movía como mujer. Mi hermano ni pestañeó, pero sentí la mirada ardiente de Luis clavándose en mi espalda.

En mi cuarto, me tiré boca abajo sobre la cama, las tetas aplastándose contra el colchón delgado. Puse los dibujos animados en el televisor viejito, pero el aire pesado y pegajoso no dejaba dormir. Cerré los ojos, fingiendo sueño, con el brazo sobre la cara para tapar la luz. Solo se escuchaba el ruido de la Playstation y los gritos de mi hermano cuando metía gol.


De pronto escuché decirle, "voy al baño un ratito", pero sus pasos se desviaron hacia mi cuarto. Yo permanecí acostada boca abajo, fingiendo sueño profundo. Sentí el crujir de la puerta al abrirse despacio, y el aire caliente del pasillo entró como un suspiro. Él trataba de no hacer ruido al caminar. "¿Por qué lo hará así?", pensé. Siempre era igual: Luis buscando cualquier excusa para molestarme, ya sea pellizcándome el brazo o tirándome del pelo cuando nadie veía. Así que me quedé quieta, esperando darle el susto de su vida cuando se acercara.

Yo esperaba que el me pagará un gritó para hacerme asustar, como siempre hacía ese maldito Luis, mi hermano. Y yo estaba lista para devolvérsela con un alarido que le dejara los oídos pitando. Pero no. Así no fue. Él se quedó parado ahí, al lado de mi cama, respirando como si acabara de correr. Yo seguía con el brazo sobre los ojos, pero por debajo podía ver sus pies descalzos y sucios, plantados en el piso de cemento como raíces de matapalo.

Pero con sigilio, se dirigió hacía el marco del puerta de mi cuarto, y miró hacía la sala supuse yo; seguro que lo hizo así, para asesorarse de que mi hermano esté allí(sentado en el mueble), cerró levemente la puerta de mi cuarto, sin hacer ruido alguno, y le colocó el seguro. El clic fue tan suave que casi ni lo escuché, pero mi piel se puso como gallina. Seguí fingiendo sueño, pero ahora con el corazón a mil.


Me entró una intriga y mucha curiosidad, no sabía por qué él estaba haciendo éso, por mi cabeza pasaron muchas preguntas; ¿por qué había cerrado la puerta de tal forma? ¿qué me iba hacer?. Sentí un poco de miedo, pero seguía pensado que me iba hacer una broma nueva, o algo por el estilo. Nuevamente se quedó frente mío parado, observé sus piernas arrimado contra la cama, después él se inclinaba hacía mí, haciendo un pequeño ruido en la cama, hacía presión con sus rodillas.

Él se inclinó más cerca de mi cara, yo seguía con el brazo sobre mis ojos, pero podía sentir su aliento caliente en mi mejilla. Olía a sudor y a la gaseosa de piña que habíamos tomado antes. "Taty", susurró, tan bajito que casi no se escuchó. Yo seguía inmóvil, fingiendo que estaba dormida, pero ahora mi corazón galopaba como un caballo encerrado. ¿Por qué no grité? No sé. Quizás porque quería saber qué iba a pasar, o porque algo dentro de mí se había puesto curioso como gata callejera.


De repente, sus dedos tocaron mi hombro. Fue un roce ligero, como si estuviera probando si estaba dormida. Yo seguía quieta, pero mi piel se puso toda de gallina. Bajó despacio, tan lento que cada centímetro se sentía como un año. Sus dedos eran ásperos, como de alguien que trabaja en construcción, pero el movimiento era suave, casi tierno. Bajó por mi espalda hasta la cintura donde mi licra negra se metía un poco bajo la camiseta holgada. Ahí se detuvo un segundo, respirando más fuerte. Yo aguanté el aire, sintiendo cómo la tela de mi ropa se pegaba al sudor entre mis omóplatos.

Entonces bajó más. Sus dedos se hundieron en la curva de mi cadera derecha, apretando apenas. Fue como una corriente eléctrica que me corrió hasta las puntas de los pies. Yo seguía fingiendo sueño, pero mi cuerpo ya estaba alerta total. Su mano grande cubrió toda mi nalga izquierda, apretando despacio, como quien prueba una fruta madura. Sentí cómo sus dedos se abrían sobre la licra ajustada, marcando cada curva. El calor de su palma me quemaba a través de la tela. Me dio pequeños pellizcos suaves, casi juguetones, pero yo sentía cada uno como un alfilerazo en el alma. Seguía dándome apretones leves, separando y soltando mi carne como masa de pan.


De repente, dejó de apretar. Escuché el ruido de su cierre bajándose. Un tintineo metálico, rápido y nervioso. Abrí los ojos un pelo bajo mi brazo. Vi su pantaloneta deportiva bajada hasta las rodillas, y su mano derecha moviéndose rápido sobre su verga. Estaba dura como un palo de escoba, roja y gruesa, con una gota brillando en la punta. Su respiración se volvió jadeante, como perro cansado. Yo seguía quieta, paralizada entre el miedo y una curiosidad cochina que me quemaba por dentro. Cada movimiento de su mano hacía un ruidito húmedo que llenaba el cuarto.

Sentí cómo su otra mano volvía a mi nalga izquierda. Esta vez apretó fuerte, hundiendo los dedos en mi carne mientras su cadera empujaba hacia adelante. Yo seguía sin moverme, pero un temblor involuntario me recorrió la espalda. "Mierda", masculló él, acelerando el ritmo de su mano. Sus uñas me arañaron la piel por encima de la licra, marcando líneas rojas que después sentiría arder.

El rincheo de la cama se volvió más rápido, más insistente. Cada empujón de su cadera hacía crujir los resortes bajo mi cuerpo. Yo apreté los ojos bajo mi brazo, sintiendo cómo el sudor me corría por la sien y se mezclaba con la tela de mi manga. Su aliento era ahora un jadeo ronco, caliente contra mi nuca. "Taty... carajo", susurró entre dientes, y su mano en mi nalga se deslizó hacia el centro, presionando contra mi entrepierna con un movimiento brusco que me hizo contener el aire.


Verlo de esa manera a luis, nunca hubiera pensado eso de él. Cómo agarraba su verga con tanta fuerza con sus manos y los movimientos que hacía… de abajo hacía arriba, mientras que con su otra mano volvía agarrarme mi culo. Sus dedos se hundían en mi carne como garras, apretando con una urgencia que me dejó sin aire. Sentí el calor de su palma a través de la licra, marcando cada curva de mi nalga izquierda mientras su cadera empujaba contra el borde de la cama. El crujido de los resortes bajo mi cuerpo sonaba como gritos ahogados.

El intentaba sacar mi licra, pero no podía. La tela negra, sudada y pegajosa, se adhería a mis piernas gruesas y mis nalgas como una segunda piel. Cada tirón que daba solo conseguía estirar el material, marcando más las curvas que ya parecían talladas en mármol bajo esa licra barata. "Maldita sea", masculló entre dientes, frustrado. Optó por lo más fácil: seguir apretando mi culo por encima de la tela, hundiendo sus dedos con fuerza en la carne blanda que se le escapaba entre los dedos.


Yo seguía quieta, fingiendo sueño, pero cada apretón me hacía contener el aliento. Su mano izquierda seguía trabajando su verga con movimientos rápidos y nerviosos, el ruido húmedo llenando el cuarto caliente. De repente, su respiración se cortó. Un gemido ronco, ahogado, salió de su garganta. Sentí cómo su cuerpo se tensaba como un arco detrás de mí. De un momento a otro detuvo sus apretones en mis nalgas. Y acto seguido, unas gotas blancas disparadas de su verga salieron volando, llegando a caer en mi cama y en mi pierna.

Rápidamente él tapó su verga con su mano, pero gran cantidad de semen espeso se filtraba por los espacios de sus dedos. Ese líquido blanco, pegajoso, colgaba de su verga y mano como miel mala. Yo sin saber qué era ese jugo, por qué le salía una gran porción de eso de su pene. Él se quedó un rato parado, jadeando, mientras se guardaba su verga nuevamente en la pantaloneta. Sus dedos temblaban al subirse el cierre, el tintineo metálico sonando más fuerte ahora en el silencio pesado del cuarto.

Primera vez en mi vida había visto todo ése espectáculo. Lo observé atentamente, su mano estaba muy mojada de ese líquido que le había salido de su pene. Luis se dirigió hacía la cesta de mi ropa sucia, buscaba algo urgentemente entre todo eso. Sacó entre toda esa ropa sucia un calzón blanco de rositas, lo agarró y se comenzó a limpiar todo; sus manos, el piso, y mis piernas.


Lo dejó nuevamente en el cesto, y con mucho cuidado, abrió la puerta de mi cuarto, asomó su cara y lentamente salió, creo que se dirigió al baño, por que al rató escuché las llaves del grifo abrirse.
Yo me quedé helada, pensando el por qué me había echo éso, ¡que le pasaba a luis! Me sentí manoseada y usada literalmente, nunca me ocurrió algo así, tan semejante en mi vida en ése entonces.

Me levanté asustada, me miré mis nalgas y mis piernas para verme que tenía o que me había echó, fui hacía ropa sucia, busqué mi calzón, estaba muy refundido, cuando lo encontré lo saqué de ahí… WOW, estaba muy manchado y sucio, y olía muy fuerte, un hedor a cloro, algo parecido a éso, demasiado fuerte.

Me quedé mirando esa mancha blanquecina seca que parecía pegajosa como goma de árbol. "¿Qué mierda es esto?", pensé mientras acercaba la nariz y casi vomito del asco. Olía a pescado podrido mezclado con lejía, un olor que se me metió en la garganta y me hizo toser. Recordé a Luis limpiándose con mi calzón después de… eso. Sentí un ardor en el estómago, como si hubiera tragado algo pesado.

Escuché la puerta del baño abrirse y los pasos de Luis acercándose al cuarto de mi hermano. "¡Oe, bro, me voy!", le dijo con voz tranquila, como si nada hubiera pasado. Mi hermano solo gruñó algo desde adentro, todavía enganchado al FIFA. Cuando la puerta de calle se cerró con un golpe seco, salí de mi cuarto como alma que lleva el diablo. Necesitaba agua fría en la cara, algo que me quitara esa sensación pegajosa que no solo estaba en la piel.

En el baño, cerré con llave y apoyé la frente contra la puerta de madera vieja. El olor a cloro del piso se mezclaba con ese aroma raro que todavía me quemaba las fosas nasales. Me miré en el espejo empañado: cara blanca como papel, ojos negros demasiado abiertos, y el cabello pegado al sudor de la nuca. Bajé la vista a mis piernas gruesas donde él había limpiado su mugre. Todavía veía rastros blanquecinos entre los vellitos rubios. "Asqueroso", susurré, escupiendo las palabras al aire caliente.



Cuándo me empecé a desnudar—a quitarme la camisa sudada, luego la licra negra, y por último el calzón blanco de algodón—me di cuenta de dos cosas. La primera: mi vagina estaba mojada, pero no como de sudor normal. Era un chorreo caliente que me resbalaba por los muslos, como si alguien hubiera derramado aceite entre mis piernas. Me metí los dedos por pura curiosidad, abriendo mis tierno labios vaginales con cuidado, y sentí ese líquido espeso y brillante goteando hasta mis nudillos. Ni puta idea de qué era, pero olía dulzón, como fruta madura bajo el sol.

La segunda cosa: Luis había dejado su mugre pegada en mi piel. Manchas blancas secas como pegamento escolar entre mis muslos, donde él limpió con mi calzón. Sentí asco, pero también algo más raro—una cosquilla caliente que subía desde el vientre mientras me tocaba ahí abajo. Mis dedos resbalaron entre mis labios, sintiendo ese jugo espeso que yo misma producía sin entender por qué. Era distinto al sudor: brilloso, como miel clara, y olía a sal marina mezclada con flores marchitas. "Qué chucha...", murmuré, apretando los muslos y sintiendo cómo chorreaba más.

Me limpié rápido con un trapo húmedo, frotando fuerte hasta que la piel me ardía. Pero esa humedad entre las piernas no paraba. Cada vez que caminaba hacia el lavabo, sentía un hilo tibio resbalando por el interior del muslo.


Intentaba dormir, pero no podía seguir pensando en eso. Mi hermano seguía jugando FIFA en la Play, los botones del control sonando como balazos cada vez que metía gol. Carol llegó cerca de la noche. La agarré del brazo cuando pasaba por el pasillo.

—Carol, necesito contarte algo —le dije, bajando la voz hasta casi susurrar—. Es de Luis... hizo algo raro hoy.

La arrastré al baño y cerré la llave. El agua goteaba en el lavabo como un reloj maldito mientras yo le contaba todo, desde cómo fingí dormir hasta ese líquido blanco y espeso que salió de él como pegamento podrido. Mis manos temblaban al describir cómo me apretó las nalgas sobre la licra sudada, cómo olía su semen en mi calzón manchado.

—¡Ese malparido degenerado! —Carol echó chispas por los ojos, apretando los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos—. Voy a agarrar el cuchillo de la cocina y le abro el estómago como a un chancho. ¡Ahora mismo!

Le agarré la camisa antes de que saliera disparada.
—¡No, hermana! —le dije, sintiendo cómo el miedo me apretaba la garganta—. Si le decimos a mamá, tú sabes cómo es... Se va a poner de su lado o va a decir que yo lo provocué. Como cuando el señor del collar...


Carol se quedó quieta, respirando fuerte. Sus ojos negros brillaban como carbones encendidos en la penumbra del baño.
—¿Y entonces qué hacemos? ¿Dejamos que ese hijueputa te siga manoseando?
—No... pero —tragué saliva, sintiendo esa humedad rara otra vez entre mis piernas—. Es que... desde eso, Carol, me sale como... como babita ahí abajo. Pegajosa y caliente.

Mi hermana bajó la mirada hacia mi falda corta, luego me agarró de los hombros con fuerza.
—¿Te metiste los dedos? —preguntó seria, sin soltarme.
Asentí, avergonzada. Ella suspiró, arrastrándome hacia el inodoro y haciéndome sentar.
—Escúchame, Taty —su voz era áspera pero baja—. Eso es porque te gustó.
—¡Qué va! ¡Fue asco! —protesté, pero ella negó con la cabeza.
—El cuerpo es traicionero, hermana. A mí también me pasó la primera vez que ese viejo asqueroso me tocó el culo. Sentí corriente... y después me mojé toda. Es normal. Pero Luis es un maldito.

Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro en el baño estrecho, pisando fuerte.
—No le diremos a mamá. Esa loca capaz hasta le da plata pa' que vuelva. Pero esto no se queda así —dijo, parándose frente a mí con los ojos encendidos—. La próxima vez que venga, tú misma le das su escarmiento. Yo te enseño.


Me agarró la mano derecha y cerró mis dedos en un puño apretado.
—Cuando se acerque, aquí —golpeó suavemente mi puño contra su propia entrepierna—. Bien fuerte, como si quisieras reventar una sandía. Y gritas. Gritas como si te estuvieran matando, ¿oíste?, asentí.

Durante días y semanas no volví a ver a mi primo. Dejó de venir a casa, ni siquiera a jugar la Play con mi hermano, y eso que le encantaba. Todos nos preguntábamos por qué había desaparecido. "Seguro le dio vergüenza", comentó mi hermano mientras aplastaba botones del control. Yo no decía nada, pero cada vez que sonaba la puerta, mi corazón saltaba como sapo en balde.

Carol me preguntaba de como me sentía, yo le decia que muy bien, pero la verdad es que cada vez que escuchaba un ruido fuerte, me quedaba paralizada. Mi cuerpo ya no era el mismo desde ese día. Esa humedad entre las piernas aparecía sin aviso, como un grifo mal cerrado, especialmente cuando me acordaba de las manos de Luis apretando mis nalgas sobre la licra negra. A veces, en medio de la clase, sentía un chorrito tibio resbalándome por el muslo y tenía que quedarme sentada hasta que se secara, fingiendo que me dolía la barriga.



Una tarde, Jessi y yo estábamos comiendo helado de coco en el receso, apoyadas contra la pared de ladrillos que siempre quemaba en el sol. Ella jugueteaba con su cuchara de plástico, mirando al suelo. "Oye, Taty...", empezó, voz temblona como pajarito mojado. "¿A ti también te pasa que... te sale como babita ahí abajo? Desde lo de mi tío". Casi me atraganto con el helado. Asentí rápido, mirando a todos lados para asegurarme que nadie escuchara. "Sí, hijueputa. Y huele raro, ¿no?". Ella sonrió medio triste. "Como durazno podrido", susurró. Nos quedamos calladas un rato, el helado derritiéndose en nuestras manos pegajosas.

De repente, Jessi se inclinó. "Mi tío...", masculló, bajando aún más la voz. "Él me hace tocar su cosa. Es como un palo caliente y tieso". Hizo un gesto con la mano, imitando movimientos rápidos arriba-abajo. "Y después le sale ese líquido blanco, como leche agria". Sentí un escalofrío recorriéndome la espalda. "¿Y a ti te ha pasado eso?". Negué con la cabeza, pero recordé esa verga roja y palpitante que vi aquel día. "Solo la vi. Parecía una vela derretida". Jessi soltó una risita amarga. "La de mi tío tiene pelos negros enredados como alambre de púas. Y cuando le chupo... sabe a sal con cloro". Me tapé la boca, asqueada pero hipnotizada.


Jessica nunca había dicho esas cosas alguien más. Solo a mí. Se quedó callada un rato, mirando cómo el helado de coco se derretía entre sus dedos delgados. "Él me compra cosas", murmuró al fin, jugando con el borde de su falda escolar azul. "Muchas cosas. Muñecas, chocolates, hasta unos zapatos de tacón que mamá nunca me compraría". Su voz sonaba rara, como si estuviera contando un cuento que no era suyo. "Pero después... cuando vamos a su cuarto... me hace sentarme en sus piernas". Hizo una pausa, tragando saliva. "Y me dice que soy su princesa mientras mete la mano bajo mi ropa".

Yo apreté mi vasito de plástico hasta que crujió. Recordé las manos de Luis hundiéndose en mis nalgas, ese líquido blanco pegajoso. "¿Y tú... sientes algo?", pregunté sin mirarla, dibujando círculos en el suelo con la punta de mi zapato. Ella encogió los hombros, pero sus ojos brillaban húmedos. "A veces... aquí", susurró, tocándose el bajo vientre. "Como mariposas calientes". Sentí un chorrito tibio entre mis propias piernas, esa maldita humedad que aparecía cuando menos quería. "A mí también", confesé, y nuestras miradas se encontraron en un secreto pegajoso.

De repente, el timbre del recreo sonó como un balazo. Jessi se levantó de un salto, tirando el helado medio derretido a la basura. "Mi tío viene hoy", dijo rápido, arreglándose la falda que se le había subido. "Prometió llevarme al centro comercial". Su sonrisa era tensa, como un elástico a punto de romperse.


Yo me quedé ahí plantada, viendo cómo se alejaba con pasos rápidos, sus trenzas negras saltando sobre los hombros flacos. Esa noche, mientras mi hermano reventaba monstruos en la Play, me encerré en el baño y me quité el calzón. Estaba manchado de ese líquido claro y brillante que olía a mar. "¿Princesa?", susurré al espejo empañado, apretando los puños. Las palabras de Jessi me quemaban como ceniza caliente.

Dos días después, mamá anunció la fiesta para la abuelita con voz de borracha feliz. "¡Todos van, carajo!", gritó, chocando su botella de Pilsener contra la mesa. Yo no quería ir, hasta le comenté a mi hermana en hacer algo para quedarnos ese dia, pero mi mamá nos obligó. El sábado llegamos tarde como siempre. La casa de mi abuela parecía una cantina: música a todo volumen, humo de cigarro pegajoso, y tíos ya tambaleándose con vasos de trago largo. Yo me escondí en un rincón cerca de la cocina, disimulando mi cuerpo en una silla plástica chiquita que apenas aguantaba mis nalgas. Me puse una falda larga y holgada, nada ajustado, pa' que nadie mirara.


Pero él llegó. Luis. Mi primo entró como si fuera el dueño de la fiesta, saludando a todos con palmadas fuertes en la espalda. Yo agaché la cabeza, fingiendo interés en un charco de cerveza en el piso. De reojo, vi sus zapatos deportivos manchados acercándose. "¿Taty?", dijo, voz ronca como si tuviera arena en la garganta. "¿Ya no saludas?". Alcé la vista y ahí estaba: sonrisa torcida, ojos vidriosos, oliendo a ron barato. Mi corazón empezó a latir como tambor de banda. "Hola", murmuré, apretando las rodillas bajo la falda ancha.

Yo buscaba a carol con la vista pero ella estaba con mis primas y unas amigas bailando salsa en el patio.

Al rato empezaron a cantarle a mi abuelita. La pobre estaba sentada en su sillón favorito, con una corona de cartón torcida en la cabeza y una sonrisa medio perdida mientras todos gritaban el cumpleaños feliz. Yo me quedé pegada a la pared, sintiendo cómo la licra negra que me puse debajo de la falda ya se me estaba pegando a las nalgas sudadas. Luis no me quitaba los ojos de encima, ni siquiera cuando sopló las velas. Cada vez que giraba la cabeza, ahí estaba él, apoyado contra el marco de la puerta, mirándome como si yo fuera el helado de fresa que se le derritió en la mano.



Después del pastel, se pusieron a bailar como locos. La música salsa retumbaba hasta hacer vibrar los vasos plásticos en la mesa. Mi mamá, ya con tres tragos encima, se reía a carcajadas con un tipo que le agarraba la cintura muy cerca. Yo me arrinconé más, deseando que el suelo se abriera y me tragara. De repente, mi mamá media borracha, le dijo a mi tío que hiciera el favor en dejarnos a mi y mi hermano a la casa, ya que mi hermana se habia ido con las amigas(y pensaba que me iba a "cuidar según ella"), pero ella se quedó en la fiesta.

Mi tío nos ordenó que subamos al carro por que ya nos iba a dejar, subimos mi hermano y yo. Pero pasó algo inesperados, mi hermano llamó a Luis para que él vaya a la casa a dormir y también para «jugar a la play» , el fue a pedirle permiso a mi tía, y lo dejaron. Que noche se me vendría, y carol no estaba.

Ya en casa, yo fui directamente a mi cuarto a orinar y cambiarme de ropa, para estar más cómoda para dormir, me vestí con un camisón cortito que me daba muy arriba de las rodillas, color blanco y muy holgado. y más aún con el calor que había esa noche era cómodo para dormir, y con mi calzón tipo bombacha color blanco lo malo cuando me pongo esos tipos de calzones se me meten mucho en mi raja de las nalgas, así que cada rato debía meter mi dedo para sacar la tele de entre mis nalgas. Mientras que mi hermano y mi primo se quedaron en la sala para jugar a la play.


Me tiré en la cama boca arriba, escuchando los gritos del FIFA desde la sala. El camisón se me subió hasta la cadera, dejando mis muslos gruesos al aire. Cada vez que movía la pierna, la bombacha blanca se me enterraba en la raja de las nalgas como una cuña de madera. "¡Qué fastidio!", murmuré, metiendo el dedo índice para desatascar la tela sudada. Afuera, la risa de Luis retumbó como un truco sucio.

Pasaron unas horas. No podía dormir, aún no tenía sueño. Mi hermano me llamó, me dijo que salga a tomar jugo de naranja. Con la calor de ese rato, sí lo necesitaba. Así que salí para la sala. Ellos estaban sentados viendo una peli de terror, me senté a lado de mi hermano, agarré el vaso y tomé el jugó. Pasaron unos minutos hasta que terminé mi vaso de jugo, me dispondría a volver a mi cuarto. Yo me iba a levantar del sofá, hasta que mi primo me mencionó que me quedará un rató en la sala con ellos, igual que mi hermano me dijo que me quedará.

Me quedé solo un ratito, al rato me levanté, porque sencillamente no quería ver películas y más aún de terror. Me despedí de ellos, mientras que mi primo me decía que no me vaya. Yo con una sonrisa le dije que ya tenía sueño, y me fui a mi cuarto apagué todo.

En cuestión de minutos, o máximo una hora me quedé dormida boca arriba. En mi sueño percibí que estaba en la piscina bañándome… de pronto una corriente en mi cuerpo sentí, un pequeño dolor que salía de mis partes íntimas, sentía unas manos tocándome, y precisamente en mi vagina, porque la sentía mojada. Pensé que me había orinado la cama. Eso me hizo despertar del sueño.

Cuándo abrí mis ojos en medio de la oscuridad del cuarto observe que era mi primo que estaba parado frente mío, con su verga afuera dándose tremendos pajasos, y con su otra mano tocando mi vagina aún con mi calzoncito puesto, sentía como pasaba sus dedos en mis labios vaginales, le hacía presión y eso sencillamente me hizo moverme de un lado al otro, me hacía estremecer mi vagina cuando pasaba los dedos por toda la zona.

Cada vez que él me tocaba la vagina sentía como un líquido salía y mojaba aún más mi culazo. Entre mí me decía: "¿Me estoy orinando?", porque sentía que chorreaba mucho en mi cosita. Yo miraba a Luis, pero él ni me veía, tan concentrado en sus pajas y en manosearme. Sus dedos gruesos apretaban mi calzón contra mis labios vaginales, haciendo que la tela fina se me enterrara más en la raya de las nalgas. Con cada movimiento de su mano, ese chorrito caliente brotaba dentro de mí como un manantial escondido.

Agarraba fuertemente la sábana con mis puños sudados, tratando de controlar la respiración que se escapaba entre mis labios temblorosos. Cada roce de sus dedos sobre mi calzón blanco—ya empapado y transparente—hacía que mi cuerpo se arquease sin querer. Sentía ese líquido caliente chorreando entre mis muslos gruesos, pegajoso como miel derramada. "Diosito, ¿me estoy orinando?", pensé, mortificada, pero el olor a sal marina que subía de entre mis piernas me decía que no era pipí. De pronto esas sensación que sentía en mi cosita era muy rica, pero a la vez sentía miedo porque era mi primo Luis haciéndome eso otra vez.

Con una voz susurrando dijo las primeras palabras.

—Ay tatys, mírate cómo estás, toda babeadita de ese jugo rico. Siempre te he tenido ganas tatys, siempre, ahora serás mía—. Luis hablaba entre jadeos mientras sus dedos seguían frotando mi calzón empapado, sintiendo cómo la humedad caliente traspasaba la tela. Su otra mano aceleraba las pajas sobre su verga roja e hinchada que brillaba bajo la poca luz de la luna. —Debo apurarme que ése pendejo de Victor sigue dormido—.

Yo seguía quieta como muerta, pero mi cuerpo traicionero respondía solo. Cada vez que sus dedos presionaban mi punto más sensible—justo donde los labios se abrían como flor mojada—sentía un chorro tibio escaparse y empapar aún más la sábana bajo mis nalgas. Mis muslos gruesos temblaban sin control, y esa cosquilla eléctrica en el vientre bajo crecía como fuego. "Diosito, esto está mal", pensaba, pero el placer que subía desde mi vagina ahogaba el miedo.

Después deslizo su mano, y empezó a sobar mis muslo, hasta subirme el camisón que tenía puesto, me lo puso hasta mis pechos dejándolos al aire libre. Mis dos grandes melones estaban a su vista, redondos y firmes bajo la luz de la luna que entraba por la ventana. Él llevó su mano—esa misma mano que minutos antes se estaba pajeando—hacia mis pechos. Me los acariciaba despacio al principio, como si midiera su tamaño, luego me los apretaba con fuerza, haciendo que el pezón se pusiera duro como una piedrita. Yo podía oler el olor de sus dedos, un olor agrio y salado que me recordó al calzón blanco manchado de su leche semanas atrás. Era el mismo olor a pescado podrido mezclado con cloro.

Nuevamente susurró.

—Ay, Tatys, qué tetas tan ricas tienes... —Su voz era un hilacho ronco, mientras apretaba mis pechos como si fueran masa de pan—. No son normales para una niña de tu edad, carajo. ¿Qué te han dado por dios? —Sus dedos manchados de sudor y ese olor a pescado me apretaban los pezones hasta doler, pero entre el dolor... diablos, sentía ese cosquilla más fuerte y caliente en la vagina, como si alguien me hiciera cosquillas con una pluma ardiente. El líquido espeso seguía saliendo, chorreaba entre mis piernas, empapando la bombacha blanca hasta pegarla a mis labios como papel mojado.

Me agarraba tan fuerte los pechos que sentía que me los arrancaba, mientras con su otra mano se masturbaba frenéticamente. Estaba tan excitado que no le importaba hacérmelo brusco. Yo ya no aguantaba más, juro que quería que parara. Me los movía de lado a lado, daba vueltas alrededor de los pezones con sus dedos callosos hasta que el dolor me hacía contorsionar en silencio. Gemía entre dientes, pero no de placer—de angustia pura, como un animalito atrapado en una trampa de alambre.

De repente, bajó la mano hacia mi vagina otra vez. Sus dedos gruesos se hundieron en la tela empapada de mi bombacha blanca, buscando la entrada bajo la humedad pegajosa. Yo apreté los muslos con todas mis fuerzas, tratando de cerrarme como una almeja. Pero él metió los dedos entre mis piernas gruesas, empujando con brusquedad hasta que sentí el calzón hundirse en mi raya, metiéndose entre mis labios vaginales como una cuña. "¡Ay, no!", casi grité, pero me mordí el labio hasta sangrar. El dolor era agudo, como si me rasgaran con una uña sucia. Pero tambien era algo rico que empecé a sentir.

De pronto Luis, se acostó en la cama por mis piernas, quedando frente a frente con mi vagina. Yo entreabrí los ojos lo justo para verlo: su cara estaba metida entre mis muslos, respirando caliente contra la tela empapada de mi bombacha. Lentamente acomodó mis piernas, abriéndolas para tener mejor acceso. Sentí sus dedos tirando del elástico de mi calzón, tratando de sacarlo. La tela se pegaba a mi piel sudada, resistiéndose. Él jadeaba, frustrado, mientras forcejeaba con la bombacha que se encajaba más a mí. Cada tirón hacía que la tela se enterrara más en mi raya, rozando ese punto sensible que me hacía temblar.

Después de unos minutos de forcejeo sudoroso, Luis logró sacó mi bombacha blanca hasta las rodillas. La tela empapada se pegó a mis muslos como segunda piel, de un tiron me lo saco y lo boto a un lado de la cama, dejando mi vagina completamente expuesta bajo la luz plateada de la luna. Sentí el aire frío de la noche rozando mis labios hinchados y húmedos, mientras él jadeaba como perro en celo. "Mírate... toda abierta como fruta madura", susurró con voz ronca, escupiendo saliva caliente que me resbaló por el muslo interno. Yo estaba semi desnuda ahora, solo con el camisón blanco empujado hasta mis pechos, que seguían doliéndole de sus apretones brutales.

Estaba asustada, pero al mismo tiempo muy excitada, sin aún tocarme la vagina ya me estaba mojando mucho más. Él con un suspiro quedó admirando mi vagina, no dijo nada. De pronto una lengua sentí en mi vagina, mierda, eso me hizo estremecer todita. La lengua de mi primo paseaba por toda la rajita de mi vagina, caliente y húmeda como una babosa. Yo cerrando mis ojos ya no podía con la excitación en mí, cada lamida era un chispazo eléctrico que me subía desde las piernas unos saltoto ligero. Hasta que él siguió más y más de repente, metiendo esa lengua entre mis labios como si buscara miel escondida.

Su nariz aplastada contra mi hueso púbico mientras lamía frenético, haciendo ruidos húmedos y glotones que llenaban el cuarto. Sentía el calor de su aliento, el roce de sus cejas en mi piel, mientras su lengua se metía más adentro, buscando ese punto que me hacía arquear la espalda sin control. "¡Ay, carajo!", casi grité cuando chupó mi clítoris como si fuera un caramelo, succionando fuerte mientras sus dedos me abrían como una fruta. El líquido espeso chorreaba entre mis nalgas, empapando las sábanas bajo mí.

Ya no podía más, de repente, un chorro caliente brotó de mi vagina como si alguien hubiera abierto un grifo. "¡Ay, Pará, Pará que me duele yaa!!", gemí sin querer, arqueándome contra la cama mientras mis manos se aferraban a las sábanas sudadas. Luis se detuvo de golpe, levantando la cara brillante de mis jugos. Sus ojos, vidriosos y salvajes, me miraron con sorpresa y algo de miedo. Tenía la barbilla mojada, brillando bajo la luna, y sus labios estaban pegajosos y húmedos. No dijo nada al principio, solo jadeaba como si acabara de correr, el olor a sal y pescado podrido subiendo de entre mis piernas abiertas.

"Perdóname, Taty", balbuceó al fin, voz temblorosa mientras se limpiaba la boca con el dorso de la mano. "Es que...". Yo giré la cabeza hacia la pared, sintiendo cómo la humedad seguía escurriéndose entre mis nalgas, pegajosa y tibia. No necesité decir nada. Él entendió el gesto enseguida—ese silencio que era más un permiso que una negativa. Con un gruñido ronco, hundió la cara de nuevo entre mis muslos gruesos, pero esta vez sus dedos callosos se unieron a la lengua. Uno, grueso y frío, se deslizó dentro de mi vagina sin avisar, metiéndose hasta el nudillo mientras yo ahogaba un grito en la almohada.

El no debaja de mamar mi vagina, yo gemía -ahhhh- me movía mucho. Agarraba su cabeza y presionaba más contra mi vagina. Estuvimos un rato así hasta que él se paró, con su verga bien erecta me ordenó que me sentará al borde de la cama, y así lo hice. Me senté, por primera vez veía toda la dimensión de su verga, estaba gorda y grande, y muy babosa. La punta morada brillaba como una ciruela mojada, chorreando un líquido blanquecino que olía a cloro podrido.

Me dijo que abriera la boca. Abrí mis labios temblorosos, sacando la lengua como cuando espero un helado de fresa. Él se acercó, apuntando su verga hacia mi boca. Primero rozó mis labios con la punta caliente, dejando un hilo pegajoso. Después apoyó la cabeza en mi lengua—pesada y salada—y comenzó a mover sus caderas despacio, como si estuviera penetrándome la boca. Sentí el sabor amargo y metálico, como lamer una moneda sucia. "No muerdas", gruñó, mientras empujaba más adentro. Yo ahogaba arcadas, la garganta se me cerraba. Él metió casi la mitad de su verga, gruesa como un plátano pequeño, hasta que las lágrimas me nublaron la vista.

*en mi mente pasaban las palabras de carol, que no me dejará hacer eso, que a la próxima vez yo golpeé, pero miren ahora, estaba sentada, siendo penetrada por luis en mi boca con su pene...
 
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