mi hermana placer de dioses

crash777

Virgen
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Ene 17, 2008
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Desde mi cuarto no pude escuchar demasiado bien la reprimenda que mi madre le echaba en la cocina a mi hermana, pero debió ser más o menos en estos términos:

«Anita, te he dicho un montón de veces que no te pasees por la casa con ese pantaloncito corto tan ceñido ni con esa blusa medio transparente. Ya no eres ninguna niña. Tienes dieciocho años y posees un cuerpo que volverÃ*a loco a cualquier hombre. Sé que tu hermano te quiere mucho y que te mira como lo que eres, como su única hermana, pero él también es un hombre joven, que acaba de cumplir veinte años, y seguro que en alguna ocasión le has excitado.»

Mi madre no iba descaminada, pero se quedaba corta. Anita no me excitaba «en alguna ocasión», sino que me la ponÃ*a dura a todas horas y casi todos los dÃ*as. No cesaba de hacerme pajas pensando en sus nalgas, en su coño, en sus maravillosos pechos, en sus labios carnosos… Además, mamá presumÃ*a que mi hermana no era consciente del deseo que provocaba en mÃ*, pero yo tenÃ*a dudas al respecto. Creo que Anita sabÃ*a perfectamente que me empalmaba, pero le divertÃ*a hacerlo. Contonearse por la casa con poquita ropa era para ella como una especie de juego o de coqueterÃ*a femenina que le producÃ*a el placer de sentirse deseada. Supongo que nunca pretendió que la cosa pasara de ahÃ*, claro, pero ya se sabe que quien juega con fuego termina quemándose…

Lo cierto es que desde hacÃ*a cuatro o cinco meses la idea de follarme a mi hermana se habÃ*a convertido para mÃ* en una obsesión. Continuamente maquinaba planes para lograr ese objetivo, pero ninguno terminaba de convencerme. Descartada la posibilidad de violarla, que también pasó por mi cabeza, llegué a la conclusión de que lo único infalible para no poner en peligro mi deseo más anhelado era armarme de paciencia y, como el cazador que acecha a su presa, estar atento para no dejar escapar la ocasión que pudiera presentarse.

Hoy sé positivamente que mi decisión fue la más correcta porque, como dice el refrán, «todo llega al hombre que espera». Aguanté con mis pajas la primavera y el verano, pero mi sueño dorado se vio cumplido en el invierno, si bien el punto de arranque ─una simple conversación─ llegó en el otoño… Nuestros padres se habÃ*an ido a dormir, y ella y yo nos quedamos a ver la tele. Anita quiso cotillear un poco:

─ Carlos, ¿puedo hacerte una pregunta?

─ Claro, pesada.

─ El guaperas que me presentaste ayer, tu amigo Vicente, ¿tiene novia?

Un fogonazo de inspiración circuló en ese momento por mi cerebro. Esa pregunta era una ocasión de oro. DebÃ*a darle respuestas envolventes y conducir la conversación justamente a donde yo querÃ*a.

─ ¿Novia? No exactamente.

─ ¿Qué quieres decir? No estará casado, ¿o sÃ*?

─ ¿Casado? No, no exactamente.

─ TÃ*o, me dejas en ascuas. ¿Sale con chicas o no?

─ ¿Chicas? La verdad es que no tiene muchas amigas.

─ Pero bueno, entonces ¿de qué va el tal Vicente? ¿Es gay?

─ ¿Gay? No exactamente.

─ Joder, Carlos. Si no quieres contestarme en serio me lo dices y me callo.

─ No sé si debo hacerlo. Puede sentarte mal, puedes ver brujas… ¡y yo no quiero lÃ*os!

─ Dime lo que sea de una puta vez, anda…

─ Se… se… se folla a su hermana.

Ana saltó como un resorte del sillón, se puso de pie y, medio gritando, dijo:

─ ¿¡Queeé!? ¿Me tomas el pelo o me estás insinuando algo, cabrón sinvergüenza?

─ Tú me has pedido que sea sincero y lo he sido. ¿Te das cuenta ahora por qué no querÃ*a contestarte? ¿Ves cómo has visto brujas donde no las hay?

─ ¡Te lo has inventado todo! ¡Eres un mentiroso y un enfermo!

─ No invento nada. Vicente y su hermana son amantes. Follan como locos casi todos los dÃ*as.

─ ¡No te creo! Eso es incesto, un pecado gordÃ*simo… Me mientes aposta con algún propósito obsceno.

─ Sigues viendo brujas, Anita. No te miento. Vicente opina que eso del incesto es cosa de los libros malos, de las religiones, de las costumbres sociales, de tabúes. Dice que para los griegos el sexo entre hermanos era «un placer de dioses», y que ellos simplemente son dos jóvenes que se dedican a disfrutar de sus cuerpos. Según él, son miles los hermanos que follan a diario en todos los paÃ*ses del mundo.

─ Me voy a mi cuarto para no cruzarte la cara con un guantazo. Sigo sin creerte lo más mÃ*nimo, pero, en todo caso, que te quede bien claro que no comparto las ideas del Vicente de marras. ¡Menudo pájaro! ¡Menudo amiguito que tienes! Adiós, y cuida que no te contagie su grave enfermedad…

El primer paso ya estaba dado. Esa conversación era el punto de inflexión que necesitaba, el que marcarÃ*a un antes y un después. TenÃ*a la certeza de que Anita no dormirÃ*a esa noche pensando en todo lo que escuchó de mi boca, pero dudaba si al hacerlo humedecerÃ*a sus braguitas o si sentirÃ*a verdadera repulsión. DecidÃ* que a partir de ahora mi estrategia iba a ser la misma: no forzar los acontecimientos en ningún sentido. Me limitarÃ*a a observar la reacción y la evolución de mi hermana.

Al dÃ*a siguiente Anita no me dirigÃ*a la palabra y hasta evitaba cruzarme la mirada. Esta situación se prolongó durante una semana, pero poco a poco nuestra relación fue recuperando su normalidad. A mÃ* incluso me parecÃ*a que mi hermanita se habÃ*a vuelto más melosa, más dulce, pero la verdad es que nunca volvimos a hablar sobre el tema ni nunca dio pie a que nuestra relación tomara un rumbo distinto al habitual. Las pajas y las corridas en honor a su cuerpo seguÃ*an siendo mi único consuelo.

Un par de meses después de estos avatares llegó el invierno. Los medios de comunicación decÃ*an que era el más frÃ*o registrado en nuestra ciudad en los últimos cincuenta años. Lo cierto es que mis padres llevaban muy mal aquellas bajas temperaturas y decidieron reponer fuerzas pasando una temporada en casa de unos familiares que vivÃ*an al sur del paÃ*s, en la costa, donde el clima era más benigno. Ni mi hermana ni yo podÃ*amos acompañarles debido a que ambos cursábamos nuestras respectivas carreras universitarias. AsÃ* que les dijimos que se fueran tranquilos, que hablarÃ*amos por teléfono todos los dÃ*as, que recordaran que ya no éramos unos niños, que mi hermana tenÃ*a dieciocho años y yo veinte, que nos apañarÃ*amos bien, que si patatÃ*n y patatán…

Y viajaron, claro. Imaginen el regocijo de Anita, que ahora podrÃ*a salir con sus amigas todas las noches que quisiera, e imaginen el mÃ*o, que ya daba rienda suelta a mis fantasÃ*as y me veÃ*a follándome a mi hermana una noche sÃ* y otra también…

Pero del dicho al hecho media un trecho. Los dÃ*as pasaban sin que ocurriera nada extraordinario. Mi hermana casi no paraba en casa y, cuando lo hacÃ*a, se encerraba en su cuarto a estudiar y hasta echaba la llave, si bien es cierto que acostumbraba hacerlo asÃ* incluso cuando estaban nuestros padres en casa. Otras veces se alejaba de mÃ* recurriendo a las socorridas jaquecas: «Me duele un montón la cabeza. Voy a acostarme y a dormir; por favor Carlos, baja el volumen de la tele y no hagas ruido. Gracias.»

Un viernes sucedió el milagro… Anita tenÃ*a previsto pasar el fin de semana con sus amigas, en el chalet de los padres de una de ellas, pero sus planes se vinieron abajo por culpa de una tormenta eléctrica descomunal. El cielo parecÃ*a haber desatado todas sus iras: rayos, truenos, relámpagos, lluvias torrenciales, vientos huracanados. Hasta la casa parecÃ*a temblar. La autoridades insistÃ*an a través de la radio y de la televisión en que no se saliera a la calle salvo en casos de extrema necesidad y que, por supuesto, no utilizaran el coche. Era una situación de alerta roja total. Mi hermana, que desde pequeña sentÃ*a un miedo atroz hacia las tormentas, estaba horrorizada, temblaba continuamente y hasta lloriqueba como cuando apenas tenÃ*a seis o siete añitos.

Sabedora de que no podrÃ*a dormir por culpa de esa tormenta, y haciendo de tripas corazón, avanzada la noche casi no le quedó más remedio que decirme: «tengo tanto miedo que hasta me gustarÃ*a que durmieras conmigo en mi cama, pero no me atrevo a pedÃ*rtelo después de lo que me dijiste aquella vez que hablamos sobre tu amigo Vicente». Naturalmente, yo supe de inmediato que aquella era la ocasión que venÃ*a esperando desde hacÃ*a tanto tiempo, la que no podÃ*a dejar pasar, la del «ahora o nunca», y le respondÃ* con delicadeza: «Anita, cariño, vuelves a ver brujas. Si yo me acuesto contigo no pasarás miedo y no ocurrirá nada que tú no quieras. Sabes que soy incapaz de hacerte el menor daño; no me lo perdonarÃ*a nunca. Eres mi hermana y te quiero mucho».

A los pocos minutos ya estábamos los dos debajo de las sábanas. Ella llevaba un pijama de franela, de chaqueta y pantalón corto, y yo otro bastante parecido, pero de tejido algo más fino. Se colocó de costado, dándome la espalda, y tapó su cara con la sábana, como si sintiera vergüenza o timidez. Yo traté de tranquilizarla y, acariciando suavemente su cabecita y su pelo lacio, le dije «puedes dormir tranquila, Ana, que aquÃ* está tu hermano para cuidarte, para ayudarte a pasar esta horrible tormenta» y dicho esto me recliné un poco sobre su cuerpo y le di un besito cariñoso en la frente. Ella debió sentirse más relajada y destapó su cara, por lo que yo volvÃ* a darle otro beso de hermano, pero esta vez lo deposité cerca de la comisura de sus labios y lo hice más duradero. Noté que Anita tembló un poco y que arremolinó su espalda y su cabecita contra mi pecho, si bien trataba de mantener su culo alejado de mi polla, que ya estaba dura como una piedra. Todo continuó asÃ* durante unos minutos, sin que ninguno pronunciara ni una sola palabra. Yo tenÃ*a que hacer un esfuerzo tremendo para frenar mi deseo de meterle mano por todas partes y follármela sin demora, y para conseguirlo se me ocurrió hacerme el dormido, simulando incluso que roncaba un poco…

Fue entonces cuando mi hermana tuvo una reacción sorprendente y maravillosa. Acercó su culo a mi entrepierna, como explorándola, y le daba golpecitos con sus nalgas, como si buscara saborear el calor que emanaba de esa zona de mi cuerpo o como si tratara de calibrar el tamaño de la polla que se ocultaba bajo mi pijama. Esa presión fue para mÃ* la luz verde, el visto bueno que necesitaba. Ya no me corté lo más mÃ*nimo. Rodeé sus muslos y caderas con mi brazo izquierdo y la estreché fuertemente al tiempo que restregaba mi polla con fuerza contra sus nalgas. Ella intentó rechazarme, pero lo hizo de manera tÃ*mida, sin convicción, y poco a poco fue cediendo hasta el punto de que su culo terminó acompasando mis movimientos y, mientras yo empujaba hacia delante, sus nalgas presionaban hacia atrás. Ya la notaba entregada, completamente entregada. Nuestros cuerpos hervÃ*an y disfrutaban a más no poder. Enseguida advertÃ* que estaba a punto de correrme y, claro, después de pasar tanto tiempo soñando con este situación, no era cuento venirme de esa guisa, con el pijama puesto y sin meterle la pinga en ningún sitio. Menos mal que mi hermana pareció entender lo que sucedÃ*a y acudió en mi auxilio:

─ ¡Quitémonos los pijamas, Carlos! ─, dijo al tiempo que encendÃ*a la lámpara de la mesa de noche.

─ SÃ*, Anita. Lo que tú digas, mi amor.

Por primera vez pude ver el cuerpo de mi hermana en todo su esplendor. TenÃ*a a la vista los dulces encantos que siempre ocultó bajo sus vestimentas. Era una hermosa hembra de ojazos verdes y de estatura media-alta, con un cuerpo glorioso, de perfectas curvas y de pechos grandes y erectos. Su piel ─blanca y deliciosa─ hacÃ*a que pareciera tremendamente oscura la mata de pelo rizado que enmarcaba a su coño y, por detrás, su culo redondo y altivo sobresalÃ*a insinuante junto a unos muslos exquicitamente prietos.

Yo no salÃ*a de mi asombro ante aquel pedazo de mujer, pero ella también parecÃ*a impresionada:

─Me dejas boquiabierta, Carlos. ¡Vaya polla que te gastas! Mi «ex» la tenÃ*a mucho más pequeña. ¿Cuánto mide?

─Veintidós o veintitrés centÃ*metros, pero creo que contigo crecerá hasta los veinticuatro. Mi pinga nunca ha gozado de una mujer tan apetitosa como tú.

Anita sonrió ante mi erótica galanterÃ*a, y yo aproveché para tumbarla nuevamente sobre la cama. Esta vez volvimos a colocarnos de costado, pero dándonos la cara. Nuestro primer beso en la boca fue apoteósico. ParecÃ*a que nunca iba a terminar. Las lenguas no pararon quietas en ningún momento, a la vez que nuestras manos horadaban nuestros respectivos cuerpos. Ella me apretaba fuertemente la espalda, y yo subÃ*a y bajaba continuamente de sus muslos a sus nalgas, estrujándolas, pellizcándolas, deleitándome con sus hoyitos o masajeando la raja de su increÃ*ble culo.

El peligro de correrme enseguida volvió a ser inminente, pero mi hermana ─aquella noche toda una caja de sorpresas─ volvió a darse cuenta y reaccionó con sabidurÃ*a. «Ponte boca arriba», me dijo bajito al oido, «que te voy a chupar la polla como nunca te la han chupado».

Le hice caso, recordándole también al oÃ*do que «tus deseos son órdenes para mÃ*, cariño». Al poco sentÃ* su lengua en mi glande, recorriendo muy despacio todo su perÃ*metro, y poco después noté en mi polla sus labios y el interior de su boca. Por un momento me la soltó para decirme «chico, pero si no me cabe en la boca de lo gorda que es», pero yo la cogÃ* de la nuca e hice que se la metiera otra vez al tiempo que le daba un buen empujón hacia dentro. «¿Ves, Anita? ¿Ves como si te cabe» Chupa… chupa… que lo haces divinamente». A medida que se fue familiarizando con su grosor y largura sus chupadas eran más succionantes, más intensas, y ambos sabÃ*amos que de un momento a otro mi semen saldrÃ*a disparado. Pero mi hermanita, adelantándose de nuevo a los acontecimientos, me tranquilizó: «No te preocupes Carlos. No tienes que sacarla. Córrete en mi boca. Seguro que tu leche no me da asco». Y, ciertamente, no le dio asco alguno. Se le atragantó un poco por la gran cantidad y la fuerza con que la leche llegó a su garganta, pero se la tragó todita, sin perder ni una sola gota ni rechistar lo más mÃ*nimo; luego, ya más relajados, se dedicó a limpiarme el glande con su cariñosa y juguetona lengua.

Minutos después nos tumbamos boca arriba para relajarnos y tomarnos un respiro. Mientras mirábamos al techo, pensativos y callados, seguro que por nuestras mentes pasaba el mismo pensamiento: ¡Lo que nos hemos perdido durante tanto tiempo!

Una vez más, Anita quiso tomar la iniciativa,,,

─Bueno, Carlos, ahora a dormir que ya está bien por esta noche y estamos bastante cansados.

Creo que no dijo eso con demasiado convencimiento, pero desde luego yo no estaba dispuesto a contentarme con la corrida en su boca. QuerÃ*a más, mucho más…

─De eso nada, monada. La noche es joven. Para una vez que nos decidimos no lo vamos a dejar aquÃ*…

─¿No decÃ*as que mis deseos eran órdenes para ti?

─Espera. Voy a tratar de adivinar cuáles son tus auténticos deseos…

Nada más decirle esto, empecé a besarle suavemente sus pechos, a mordisquear con mis labios sus pezones, que cada vez se hacÃ*an más erectos y voluminosos. Sus gemidos de placer fueron volviéndose bastante sonoros, y ya ni siquiera podÃ*a evitar dedicarme algunas frases que estimulaban mi hombrÃ*a: «¡SÃ*, Carlos, sigue, sigue!… ¡Me estás matando!... ¡Me vuelves loca!... ¡Como me pones! … ¡Voy a correrme ahora mismo!» A veces se agarraba los pechos con las manos y me los metÃ*a en mi boca, luego me apretaba la cabeza contra sÃ* como para que no se me escaparan, para que no cesara de chuparlos frenéticamente. Pero mi intención no era quedarme todo el rato en sus tetas. Anita tenÃ*a otras cosas que ofrecerme. AsÃ* que fui bajando, dándole besitos en su vientre, y poco después en su pelo púbico y en sus ingles. Retrasa aposta mi desembarco en su coño. Eso la calentaba aún más. A veces ella misma trataba de llevar su vulva hasta mi lengua, pero yo declinaba su ofrecimiento. Anita no tenÃ*a demasiado claro lo que sucedÃ*a. Tal vez pensó que a mÃ* si que me daba asco su coñito… pero pronto le despejé las dudas. Mi lengua trabajó su clÃ*toris con oficio, con paciencia, recreándose, y acabó entrando también en su encharcado coño. Su sexo se abrÃ*a por efecto del cosquilleo de mi lengua que, ni corta ni perezosa, chapoteaba sin parar con sus lÃ*quidos vaginales. Anita estaba como transportada a un paraÃ*so. Se corrÃ*a una y otra vez. Su cabeza iba de un lado a otro como flotando, y por fin se rindió al llamado de su naturaleza sexual:

«¡Fóllame, cabrón, fóllame!... ¡Ya no aguanto más!... ¡Hazme tuya!... ¡Déjame sentir que soy tu esposa y que esta es mi noche de boda!», decÃ*a de manera atropellada y delirante, casi como si estuviera drogada…

«No me lo pedirás dos veces», le dije mientras me agarraba la polla y la dirigÃ*a a su coño, cuando de pronto me interrumpió bruscamente: «¡Por ahÃ* no, cabronazo! ¡Fóllame el culo! Sé que me lo vas a destrozar con esa polla tan gorda, pero lo prefiero a que me embaraces. Hazlo, mamón, hazlo… ¡rómpemelo!»

Ver para creer… El culo con el que tanto habÃ*a soñado tiempo atrás ya estaba a mi disposición, preparado para recibirme. Mi hermana se habÃ*a puesto a cuatro patas y me pedÃ*a a gritos que se la metiera. Yo mojé mis dedos en sus lÃ*quidos vaginales y embadurné con ellos su ano y mi glande. La acerqué un poco al borde de la cama y, ella a cuatro y yo de pie, avancé hasta que la punta de mi polla quedó frente al pequeño orificio, El contacto con él me enloqueció y, empujando fieramente, introduje un buen trozo en su ano, incluso con escasa dificultad y aparentemente sin causarle dolor, pero la verdad es que Anita movÃ*a sus nalgas convulsivamente, como queriendo desalojarlo de su aposento, aunque sólo conseguÃ*a que le entrara más y mejor. Acto seguido me arqueé sobre ella, la agarré entre mis brazos y ataqué con fuerza hasta que mis testÃ*culos chocaron contra sus carnes y los cachetes de sus nalgas estuvieron junto a mi vientre. ¡Fue como si alcanzara los cielos! El cuerpo desnudo y tembloroso de Anita estaba literalmente comprimido contra el mÃ*o, y mi polla se hallaba escondida dentro de sus carnes, en su culo, solazándome con el calor de su interior. Paralelamente mis manos atenazaban y comprimÃ*an sus pechos palpitantes, tan convenientemente colocados en esta posición para darme deleite. ¡Aquello era el paraÃ*so!

Pero lo mejor estaba por venir. Sucedió cuando deslicé mi mano hacia el coño de Anita, cosquilleando su clÃ*toris. El efecto fue automático. Mi hermana se pegó salvajemente a mÃ*, presa de tumultuosos estremecimientos y temblores que le impedÃ*an articular palabra. No pudiendo resistir más y, tras un ciclón de vaivenes de su parte, mezclados con los violentos empujones de mi polla, me corrÃ* locamente en su interior, inundando su culo con mi hirviente leche. Cuando sintió mi descarga, su coño buscó ansiosamente mis dedos al tiempo que la sacudÃ*a un violento espasmo y, con un extraño e indefinido grito, se vino abundantemente sobre mi mano, con la cabeza caÃ*da hacia delante y con el conocimiento semiperdido a causa del éxtasis.

Fue un fin de semana apoteósico y que afortunadamente conservo nÃ*tido en mi memoria. Creo que nunca lo olvidaré. PerdÃ* la cuenta de la cantidad de veces que lo hicimos. Ya el domingo incluso me la follaba vaginalmente, porque mi hermana al parecer encontró una pÃ*ldora anticonceptiva ─o al menos eso dijo─ en alguna instancia de la casa. Lo malo fue que ese mismo domingo Anita me lo dejó bien clarito:

«Carlos, la tormenta ya pasó… Esto que ha sucedido no se volverá a repetir. A partir de ahora volveremos a ser hermanos, y nada más. No quiero convertirme en tu amante. Será nuestro secreto mejor guardado, algo que hemos disfrutado juntos y que no olvidaremos».

Y asÃ* ha sido. Ya ni siquiera se pasea con poca ropa por la casa. Huye de mÃ* como el gato del agua, pero yo no pierdo la esperanza. Puede que algún dÃ*a aparezca otra tormenta como aquella y tal vez se repita la historia…
 

elyayito

Pajillero
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esta muy bien tu relato se agradece
 

fensab

Virgen
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megusta mucho, esta p�*gina es genial, un saludo a toda la gente
 
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