—Pues lo que te digo, que estamos más aburridos que una misa de funeral.
Como hacíamos una vez por semana tomaba café con Eva, mi hermana, y me estaba desahogando.
—A ver, Ana ¿cuánto lleváis casados, cuatro años?
—Va a hacer cinco en septiembre.
—Pues es un poco pronto para que os aburráis, no sé, hacer cosas nuevas. Ir al teatro, por ahí de fin de semana, cómprate una tortuga — se rio la cabrona.
—Eres muy graciosa, pero no, no me refería a eso — le dije apurando la taza.
—¿Pues a qué te referías?
Eva era mi hermana gemela y siempre habíamos sido como una sola persona. Nos gustaba la misma comida, teníamos los mismos gustos y éramos como dos gotas de agua. Salvo porque yo me había dejado el pelo con mi moreno natural y ella se había teñido de negro éramos igualitas. Compartimos todo hasta que fuimos a la universidad. Yo me decanté por estudiar Económicas y ella por Psicología. Teníamos tanta confianza que ni me planteé ocultarla mis preocupaciones.
—Al sexo, coño, al sexo.
—Ah — me miró con una media sonrisa —. ¿Pero no me contabas que era como Tarzán en la cama?
—Justo eso : era. Desde que le dieron el proyecto del estadio trabaja muchas horas. Le veo poco y cuando podemos siempre está cansado. Él se esfuerza, no te lo voy a negar, pero digamos que la calidad ha bajado mucho, y no quiero hablar de la cantidad.
—Eso te pasa por casarte con un ingeniero, si te hubieras buscado un funcionario no te pasaría eso.
—Si, hija. Para que estuviera todos los días tocándose los huevos en vez de tocarme a mí — nos partimos de risa.
—Pues yo qué sé. Hay varios recursos para animar a las parejas, si quieres te explico algunos — Eva se puso más seria, casi me imaginaba sentada en un diván en su consulta.
—¿Tú crees que hemos llegado a ese punto? — me fastidiaba mucho necesitar ayuda después de solo cuatro años de matrimonio.
—¡Qué más da! — me espetó resuelta —. Mira, vas a probar lo siguiente, es bastante inocuo y muy divertido. No es como si fuera un tratamiento para parejas con problemas.
—Dime.
—Vais a hacer juegos de rol — me hizo un gesto con la mano al ver mi extrañeza —. Le das un martillo y que haga de Thor y tú de princesa, claro que te tienes que vestir un poco para la ocasión. O que se ponga una gorra y haga de piloto y tú de azafata buenorra, o te vistes de policía y le detienes cacheándole a conciencia — se rio la muy golfa.
—¿Eso funciona?
—Te lo garantizo, ya me contarás. De hecho, creo que me gustaría grabaros y usaros de ejemplo en la consulta.
Nos volvimos a reír con sus tonterías.
—Que sí, Ana. Con el buen humor que tenéis Mario y tú ya verás lo bien que os lo pasáis.
—Pues lo pienso probar — le dije decidida. Ya me veía como una princesa de las mil y una noches vestida solo con gasas transparentes.
—Que no se nos olvide, ¿me has traído la llave?
—Uy, es verdad. Toma.
Me había pedido la llave de mi casa para recoger unas cosas suyas. Antes de casarme vivíamos allí juntas y todavía tenía un montón de trastos en su antigua habitación. Charlamos otro rato y luego nos despedimos.
—Bueno, ¿qué? ¿Cómo ha ido la cosa? — me espetó Eva nada más sentarnos. Ya habían pasado siete días y volvíamos a juntarnos.
—Bien, ha ido bien ¿qué vas a tomar? — le dije haciéndome la loca.
—Déjate de tomar, cuéntame todo — se inclinó para acercarse.
—¿Es necesario?
—Por supuesto, y quiero detalles.
—En fin — suspiré sabiendo que terminaría por contarle todo —. No quiero agotarle, ya te dije que llegaba cansado a casa, pero esta semana lo hemos hecho cuatro veces.
—¿Y la calidad, te ha dado muchos orgasmos? — es que no se cortaba un pelo.
—Sí — confesé —. No tengo queja, gracias por tu idea.
—Ni gracias ni nada, cuenta.
Hicimos una pausa mientras el camarero nos servía el café y le empecé a contar.
—Bueno, según me fui de aquí me metí en una tienda de juguetes enorme que hay camino de mi casa y me compré un disfraz de policía, como sugeriste. Tenía de todo, gorra, cinturón con una pistola de plástico, placa y hasta una porra de gomaespuma.
—Sigue, sigue.
—Calla, no me interrumpas o no te lo cuento — hizo un gesto de echarse la llave en los labios —. El caso es que según llegué a casa le grité : “¡Alto, ladrón. Soy la policía!” — Eva se partía y a mí se me escapó una risita —. Yo llevaba unos pantalones azules ajustados y todos los accesorios. Incluso me puse una camisa suya azul marino con la placa en el pecho para darle realismo. Al principio me miró como si estuviera loca, aunque no se le escapó que no me había abrochado demasiados botones y se veía perfectamente que no llevaba sujetador. El caso es que se quedó mirándome como un pasmarote hasta que le amenacé con la porra : “contra la pared, le voy a cachear”.
—¿Ves? Lo tenías que haber grabado — Eva se trochaba golpeando la mesa —. Sigue hermanita.
—No te voy a contar más. Solo te digo que se puso contra la pared y procedí a efectuar un registro a fondo, le encontré un arma de ataque que tuve que desactivar — ahí fui yo la que se carcajeó y mi hermana me siguió en cuanto lo pilló. Terminamos las dos llorando de risa.
—Qué más, qué más — me exigió en cuanto nos recuperamos.
—La siguiente vez hice de Bella Durmiente. Le esperé tumbada desnuda en la mesa del salón con un cartel que detallaba el modo de despertarme. En fin, hemos hecho el médico y la paciente y el fin de semana de trogloditas.
—¿Trogloditas?
—Sí, no veas, lo mejor de todo. Se pone en modo salvaje y me hace de todo, pero no te voy a dar más detalles.
—Eres una corta rollos.
—Y tú una cotilla.
Nos reímos, hablamos de nuestras cosas y nos despedimos hasta la siguiente semana.
Estaba en el baño secándome de la ducha antes de que llegara Mario pensando en lo que habíamos disfrutado el día anterior. La idea de mi hermana había sido cojonuda y nos había dado un empuje espectacular. Estaba en eso cuando me asusté al abrirse la puerta del baño.
—¡Qué susto! — aliviada vi entrar a Mario, pero no entró de la forma habitual. Llevaba un taparrabos un poco cutre de estampado de leopardo —. ¡Ay, bruto! — me cogió sobre su hombro y me llevó al salón. Al llegar me tiró al sofá.
—¡Unga, unga! — fue todo lo que dijo.
Me senté como pude y el muy bestia se subió de pie de forma que su ingle estaba justo en mi cara. No tuve dificultad en percibir el bulto que se estaba formando bajo el taparrabos. Sonreí.
—¡Unga, unga! — repitió.
Entendiendo a la perfección su idioma le bajé el taparrabos hasta medio muslo. Tuve que dejarlo ahí porque me agarró del pelo con las dos manos y abrí la boca en un quejido. Tonta de mí. En cuanto tuvo acceso me metió el miembro hasta el fondo, hasta que mi nariz me cosquilleó al rozar el vello de su pubis.
—Ummpf — protesté no del todo molesta.
—¡Unga, unga!
Ante su insistencia no tuve más remedio que ceder. Era lo que pasaba con los trogloditas : el más fuerte hacía lo que quería con el débil.
Apoyé las manos en sus caderas y engullí todo lo que pude. Su polla ya estaba dura como el hierro y me costó recibirla entera. Suerte que ya lo habíamos hecho otra vez y tenía algo de experiencia. Agarrándome del pelo con las dos manos dirigió mi cabeza adelante y atrás como quiso, acompasando el vaivén de sus caderas. Me follaba la boca como el cavernícola que era. Curioso que hubiera tardado treinta y un años en averiguar lo cachonda que me ponía.
—¡Uy, perdón!
Desvié los ojos ya que no podía girar la cabeza y encontré a mi hermana mirándonos desde la puerta. ¡La llave! Miré a Mario, que se limitó a mirar a Eva de reojo y seguir follándome la boca. Bueno, parece que no pensaba detenerse así que mi hermanita tendría que irse. Ya la regañaría después.
Pero no. La muy zorra se acercó y se sentó a mi lado.
—No habéis abierto y pensé que no estaríais. ¿Puedo quedarme a verlo? — dijo tan tranquila, como si estuviera hablando de un partido de tenis en la tele.
Mario gruñó sin bajar el ritmo. Yo alucinaba con la situación, sentía mis ojos llorosos y la saliva escurrir por mi barbilla y la jodida Eva tan pancha a nuestro lado. Tuve que olvidarme de ella y hacer como si no estuviera, y más cuando deslicé una mano entre mis muslos para tocarme. Estaba tan caliente que si no me corría pronto iba a explotar.
—Estoy por coger apuntes — se rio Eva con el rostro arrebolado.
Mi marido seguía en su papel ultrajando mi boca y yo me frotaba el clítoris a lo bestia a punto de conseguir mi orgasmo. Pero no. El jodido troglodita me empujó violentamente a un lado y me tuve que quejar. No protesté por la violencia. A pesar de lo inesperado del empujón, notaba que Mario siempre me trataba con cuidado. No dejaba que su papel llegara al extremo de hacerme daño. No, por lo que me quejé fue porque estaba a punto y me había quedado a puntito.
Me incorporé refunfuñando justo a tiempo de ver a mi marido desplazarse en el sofá. Puso un pie a cada lado de mi hermana y la cogió del pelo. Como una repetición de la anterior jugada recibió su polla en cuanto abrió la boca para quejarse.
¡Joder, joder! Esto no puede estar pasando. Acudí en ayuda de Eva que se resistía empujando a Mario de los muslos.
—Grrrrr — me gruñó mi marido.
Ni gruñidos ni hostias — pensé —. No puedo permitirlo. Empujé también a Mario, pero parecía soldado al sofá y no había forma de moverlo. Su polla entrando y saliendo violando la boca de mi hermana. Cuál sería mi sorpresa cuando las manos de Eva pasaron de empujar los muslos a agarrar las nalgas de mi marido y tirar de ellas para que profundizara más en su garganta.
¡La muy zorra! Suspirando confirmé lo que ya sabía. Mi hermana y yo teníamos los mismos gustos en todo. Resignada me quedé a su ladito haciéndome un dedo.
—¡Unga!
Mario me hacía señas hacia mi hermana y tardé un rato en descifrar lo que quería, no ayudó a mi claridad mental el gustito que me estaba dando a mí misma ni la excitación que me causaba ver a mi hermana tan entregada.
—Grrrrrr.
Finalmente comprendí los gestos hacia arriba de mi marido. ¡De perdidos al rio! Cogí la camiseta de Eva por abajo y se la subí hacia arriba. La pedazo de golfa levantó los brazos y se la saqué por la cabeza. En un milisegundo volvía a mamar como una campeona. Ahora era ella la que babeaba.
—Grrrrr.
La quité el sujetador y dejé sus preciosos pechos al aire. Y digo preciosos porque eran exactamente igual que los míos, jajaja. Me estremecí al ver el movimiento de su cabeza. Mi chico se la movía a su antojo como si tuviera el cuello de goma. Me maravillé de que cuando me lo hizo a mí no me rompiera una vértebra o me dislocara el cuello. Sin embargo era tremendamente morboso cómo la manejaba y cómo ella, al igual que yo antes, lo consentía.
—Grrrrrr. Unga.
El gruñido y el gesto con la cabeza de Mario me impulsaron a hacer algo que jamás me había planteado, pero en ese momento no dudé en coger las tetas de Eva y magrearlas a conciencia tirando ocasionalmente de los pezones. Mi hermana me miró sorprendida. Y cachonda, a juzgar por el recorrido que hizo su mano bajo su falda.
¡Ah, no! ¡Eso sí que no! Yo era la jefa de la tribu y nadie se iba a correr antes que yo. Empujé a mi hermana a un lado y me apoyé sobre el respaldo, de rodillas en el sofá, ofreciendo mi trasero a Mario. Ni siquiera tuve que menear el culo.
—¡Unga, unga!
Al instante la polla de mi marido me empaló con fuerza y me empezó a follar. Sollocé de placer y excitación.
Jadeaba recibiendo las fuertes embestidas de Mario cuando sentí un fuerte azote en el culo. La cabrona de Eva me había pegado justo antes de coger mis dos tetas y espachurrarlas con sus manos. La verdad es que fue bastante raro, no me acababa de convencer esta interacción entre nosotras, pero no puedo negar el gustito que me dio.
Gemí como una gatita. Quizá mejor como una tigresa dientes de sable. El caso es que poco a poco sentí crecer el orgasmo en mi interior. Tanto Mario como Eva se empleaban a fondo y finalmente exploté en un monumental estallido de placer.
—Me corro, cabrones… me corroooooooooooo…
—¡Unga!
Ambos siguieron dándome caña hasta que caí desmadejada sobre el respaldo del sofá intentando respirar. Suavizaron sus caricias durante unos instantes dejándome disfrutar del orgasmo.
Pero fue eso : unos instantes. Mario cogió a Eva sobre su hombro como antes hizo conmigo y la depositó sobre la mesa del comedor. Suerte que desde que hice de la Bella Durmiente la mantenía despejada por lo que pudiera pasar. Las piernas de mi hermana colgaban del borde y mi marido se puso entre ellas metiendo las manos bajo la falda. Eva intentó cerrarlas y sujetó sus manos.
—Grrrrrr — la gruñó Mario y me miró. Me di cuenta de que ambos me miraban y asentí con la cabeza — ¡Unga, unga! — exclamó mi chico y arrancó prácticamente las bragas de mi hermana.
Sin perder un instante se cogió la polla y se la metió a Eva. Luego levantó sus piernas en V y la obsequió con una follada igual de intensa que a mí. Mi pobre hermana, quizá mejor mi afortunada hermana, se deslizaba adelante y atrás sobre la mesa al ritmo de las salvajes penetraciones de Mario gimiendo sin parar.
Me levanté con las rodillas temblorosas y me acerqué. Me hubiera gustado pegarla en el culo como hizo ella conmigo, pero como no podía ser me subí a la mesa rogando por que aguantar la intensa actividad sin partirse en dos y la mordí un pezón. La muy zorra gritó y me apretó la cabeza contra su pecho. Alterné entre sus tetas chupando y mordiendo hasta que llegó su turno y gritó su orgasmo como una condenada.
Lo que no me terminaba de cuadrar era la increíble resistencia que estaba demostrando mi maridito. Aunque lo entendí cuando supe el final que nos tenía reservado. Dejó que Eva terminara de estremecerse de placer y la cogió en brazos. La puso de rodillas en el suelo y me llevó del brazo para que me pusiera a su lado.
—¡Unga, unga!
Nos juntó y se empezó a masturbar ante nuestras caras. Las dos acercamos nuestras manos a su amoratado miembro, pero nos cogió y con un gruñido de acompañamiento nos hizo ponerlas a nuestras espaldas. Nos juntó las caras, nos hizo abrir las bocas y siguió masturbándose.
—¡Unga, Unga!
No tardó mucho en gruñir como un oso cavernario y rociarnos abundantemente con su semen mientras nosotras gemíamos de excitación. Chorro tras chorro nos fue llenando las caras del ardiente líquido, acertando en alguna ocasión en nuestras bocas hasta que se vació con un profundo gruñido. Al parecer no le resultó suficiente, es lo que tienen los trogloditas. Nos obligó a lamernos las caras para limpiarnos la una a la otra y luego dejarle la polla reluciente con nuestras lenguas.
Tola la experiencia me resultó, para qué negarlo, realmente excitante. Incluso la intervención de mi hermana Eva fue increíblemente morbosa. Ni siquiera me planteé pensar en celos ni nada parecido. Confiaba en Mario y en mi hermana tanto que no hubo lugar. Había surgido así y me parecía bien. De hecho me pareció tan bien que dejamos que mi marido nos follara todo lo que quiso hasta que se agotó y no pudo más. Indudablemente fue la mejor experiencia sexual de mi vida
Como hacíamos una vez por semana tomaba café con Eva, mi hermana, y me estaba desahogando.
—A ver, Ana ¿cuánto lleváis casados, cuatro años?
—Va a hacer cinco en septiembre.
—Pues es un poco pronto para que os aburráis, no sé, hacer cosas nuevas. Ir al teatro, por ahí de fin de semana, cómprate una tortuga — se rio la cabrona.
—Eres muy graciosa, pero no, no me refería a eso — le dije apurando la taza.
—¿Pues a qué te referías?
Eva era mi hermana gemela y siempre habíamos sido como una sola persona. Nos gustaba la misma comida, teníamos los mismos gustos y éramos como dos gotas de agua. Salvo porque yo me había dejado el pelo con mi moreno natural y ella se había teñido de negro éramos igualitas. Compartimos todo hasta que fuimos a la universidad. Yo me decanté por estudiar Económicas y ella por Psicología. Teníamos tanta confianza que ni me planteé ocultarla mis preocupaciones.
—Al sexo, coño, al sexo.
—Ah — me miró con una media sonrisa —. ¿Pero no me contabas que era como Tarzán en la cama?
—Justo eso : era. Desde que le dieron el proyecto del estadio trabaja muchas horas. Le veo poco y cuando podemos siempre está cansado. Él se esfuerza, no te lo voy a negar, pero digamos que la calidad ha bajado mucho, y no quiero hablar de la cantidad.
—Eso te pasa por casarte con un ingeniero, si te hubieras buscado un funcionario no te pasaría eso.
—Si, hija. Para que estuviera todos los días tocándose los huevos en vez de tocarme a mí — nos partimos de risa.
—Pues yo qué sé. Hay varios recursos para animar a las parejas, si quieres te explico algunos — Eva se puso más seria, casi me imaginaba sentada en un diván en su consulta.
—¿Tú crees que hemos llegado a ese punto? — me fastidiaba mucho necesitar ayuda después de solo cuatro años de matrimonio.
—¡Qué más da! — me espetó resuelta —. Mira, vas a probar lo siguiente, es bastante inocuo y muy divertido. No es como si fuera un tratamiento para parejas con problemas.
—Dime.
—Vais a hacer juegos de rol — me hizo un gesto con la mano al ver mi extrañeza —. Le das un martillo y que haga de Thor y tú de princesa, claro que te tienes que vestir un poco para la ocasión. O que se ponga una gorra y haga de piloto y tú de azafata buenorra, o te vistes de policía y le detienes cacheándole a conciencia — se rio la muy golfa.
—¿Eso funciona?
—Te lo garantizo, ya me contarás. De hecho, creo que me gustaría grabaros y usaros de ejemplo en la consulta.
Nos volvimos a reír con sus tonterías.
—Que sí, Ana. Con el buen humor que tenéis Mario y tú ya verás lo bien que os lo pasáis.
—Pues lo pienso probar — le dije decidida. Ya me veía como una princesa de las mil y una noches vestida solo con gasas transparentes.
—Que no se nos olvide, ¿me has traído la llave?
—Uy, es verdad. Toma.
Me había pedido la llave de mi casa para recoger unas cosas suyas. Antes de casarme vivíamos allí juntas y todavía tenía un montón de trastos en su antigua habitación. Charlamos otro rato y luego nos despedimos.
—Bueno, ¿qué? ¿Cómo ha ido la cosa? — me espetó Eva nada más sentarnos. Ya habían pasado siete días y volvíamos a juntarnos.
—Bien, ha ido bien ¿qué vas a tomar? — le dije haciéndome la loca.
—Déjate de tomar, cuéntame todo — se inclinó para acercarse.
—¿Es necesario?
—Por supuesto, y quiero detalles.
—En fin — suspiré sabiendo que terminaría por contarle todo —. No quiero agotarle, ya te dije que llegaba cansado a casa, pero esta semana lo hemos hecho cuatro veces.
—¿Y la calidad, te ha dado muchos orgasmos? — es que no se cortaba un pelo.
—Sí — confesé —. No tengo queja, gracias por tu idea.
—Ni gracias ni nada, cuenta.
Hicimos una pausa mientras el camarero nos servía el café y le empecé a contar.
—Bueno, según me fui de aquí me metí en una tienda de juguetes enorme que hay camino de mi casa y me compré un disfraz de policía, como sugeriste. Tenía de todo, gorra, cinturón con una pistola de plástico, placa y hasta una porra de gomaespuma.
—Sigue, sigue.
—Calla, no me interrumpas o no te lo cuento — hizo un gesto de echarse la llave en los labios —. El caso es que según llegué a casa le grité : “¡Alto, ladrón. Soy la policía!” — Eva se partía y a mí se me escapó una risita —. Yo llevaba unos pantalones azules ajustados y todos los accesorios. Incluso me puse una camisa suya azul marino con la placa en el pecho para darle realismo. Al principio me miró como si estuviera loca, aunque no se le escapó que no me había abrochado demasiados botones y se veía perfectamente que no llevaba sujetador. El caso es que se quedó mirándome como un pasmarote hasta que le amenacé con la porra : “contra la pared, le voy a cachear”.
—¿Ves? Lo tenías que haber grabado — Eva se trochaba golpeando la mesa —. Sigue hermanita.
—No te voy a contar más. Solo te digo que se puso contra la pared y procedí a efectuar un registro a fondo, le encontré un arma de ataque que tuve que desactivar — ahí fui yo la que se carcajeó y mi hermana me siguió en cuanto lo pilló. Terminamos las dos llorando de risa.
—Qué más, qué más — me exigió en cuanto nos recuperamos.
—La siguiente vez hice de Bella Durmiente. Le esperé tumbada desnuda en la mesa del salón con un cartel que detallaba el modo de despertarme. En fin, hemos hecho el médico y la paciente y el fin de semana de trogloditas.
—¿Trogloditas?
—Sí, no veas, lo mejor de todo. Se pone en modo salvaje y me hace de todo, pero no te voy a dar más detalles.
—Eres una corta rollos.
—Y tú una cotilla.
Nos reímos, hablamos de nuestras cosas y nos despedimos hasta la siguiente semana.
Estaba en el baño secándome de la ducha antes de que llegara Mario pensando en lo que habíamos disfrutado el día anterior. La idea de mi hermana había sido cojonuda y nos había dado un empuje espectacular. Estaba en eso cuando me asusté al abrirse la puerta del baño.
—¡Qué susto! — aliviada vi entrar a Mario, pero no entró de la forma habitual. Llevaba un taparrabos un poco cutre de estampado de leopardo —. ¡Ay, bruto! — me cogió sobre su hombro y me llevó al salón. Al llegar me tiró al sofá.
—¡Unga, unga! — fue todo lo que dijo.
Me senté como pude y el muy bestia se subió de pie de forma que su ingle estaba justo en mi cara. No tuve dificultad en percibir el bulto que se estaba formando bajo el taparrabos. Sonreí.
—¡Unga, unga! — repitió.
Entendiendo a la perfección su idioma le bajé el taparrabos hasta medio muslo. Tuve que dejarlo ahí porque me agarró del pelo con las dos manos y abrí la boca en un quejido. Tonta de mí. En cuanto tuvo acceso me metió el miembro hasta el fondo, hasta que mi nariz me cosquilleó al rozar el vello de su pubis.
—Ummpf — protesté no del todo molesta.
—¡Unga, unga!
Ante su insistencia no tuve más remedio que ceder. Era lo que pasaba con los trogloditas : el más fuerte hacía lo que quería con el débil.
Apoyé las manos en sus caderas y engullí todo lo que pude. Su polla ya estaba dura como el hierro y me costó recibirla entera. Suerte que ya lo habíamos hecho otra vez y tenía algo de experiencia. Agarrándome del pelo con las dos manos dirigió mi cabeza adelante y atrás como quiso, acompasando el vaivén de sus caderas. Me follaba la boca como el cavernícola que era. Curioso que hubiera tardado treinta y un años en averiguar lo cachonda que me ponía.
—¡Uy, perdón!
Desvié los ojos ya que no podía girar la cabeza y encontré a mi hermana mirándonos desde la puerta. ¡La llave! Miré a Mario, que se limitó a mirar a Eva de reojo y seguir follándome la boca. Bueno, parece que no pensaba detenerse así que mi hermanita tendría que irse. Ya la regañaría después.
Pero no. La muy zorra se acercó y se sentó a mi lado.
—No habéis abierto y pensé que no estaríais. ¿Puedo quedarme a verlo? — dijo tan tranquila, como si estuviera hablando de un partido de tenis en la tele.
Mario gruñó sin bajar el ritmo. Yo alucinaba con la situación, sentía mis ojos llorosos y la saliva escurrir por mi barbilla y la jodida Eva tan pancha a nuestro lado. Tuve que olvidarme de ella y hacer como si no estuviera, y más cuando deslicé una mano entre mis muslos para tocarme. Estaba tan caliente que si no me corría pronto iba a explotar.
—Estoy por coger apuntes — se rio Eva con el rostro arrebolado.
Mi marido seguía en su papel ultrajando mi boca y yo me frotaba el clítoris a lo bestia a punto de conseguir mi orgasmo. Pero no. El jodido troglodita me empujó violentamente a un lado y me tuve que quejar. No protesté por la violencia. A pesar de lo inesperado del empujón, notaba que Mario siempre me trataba con cuidado. No dejaba que su papel llegara al extremo de hacerme daño. No, por lo que me quejé fue porque estaba a punto y me había quedado a puntito.
Me incorporé refunfuñando justo a tiempo de ver a mi marido desplazarse en el sofá. Puso un pie a cada lado de mi hermana y la cogió del pelo. Como una repetición de la anterior jugada recibió su polla en cuanto abrió la boca para quejarse.
¡Joder, joder! Esto no puede estar pasando. Acudí en ayuda de Eva que se resistía empujando a Mario de los muslos.
—Grrrrr — me gruñó mi marido.
Ni gruñidos ni hostias — pensé —. No puedo permitirlo. Empujé también a Mario, pero parecía soldado al sofá y no había forma de moverlo. Su polla entrando y saliendo violando la boca de mi hermana. Cuál sería mi sorpresa cuando las manos de Eva pasaron de empujar los muslos a agarrar las nalgas de mi marido y tirar de ellas para que profundizara más en su garganta.
¡La muy zorra! Suspirando confirmé lo que ya sabía. Mi hermana y yo teníamos los mismos gustos en todo. Resignada me quedé a su ladito haciéndome un dedo.
—¡Unga!
Mario me hacía señas hacia mi hermana y tardé un rato en descifrar lo que quería, no ayudó a mi claridad mental el gustito que me estaba dando a mí misma ni la excitación que me causaba ver a mi hermana tan entregada.
—Grrrrrr.
Finalmente comprendí los gestos hacia arriba de mi marido. ¡De perdidos al rio! Cogí la camiseta de Eva por abajo y se la subí hacia arriba. La pedazo de golfa levantó los brazos y se la saqué por la cabeza. En un milisegundo volvía a mamar como una campeona. Ahora era ella la que babeaba.
—Grrrrr.
La quité el sujetador y dejé sus preciosos pechos al aire. Y digo preciosos porque eran exactamente igual que los míos, jajaja. Me estremecí al ver el movimiento de su cabeza. Mi chico se la movía a su antojo como si tuviera el cuello de goma. Me maravillé de que cuando me lo hizo a mí no me rompiera una vértebra o me dislocara el cuello. Sin embargo era tremendamente morboso cómo la manejaba y cómo ella, al igual que yo antes, lo consentía.
—Grrrrrr. Unga.
El gruñido y el gesto con la cabeza de Mario me impulsaron a hacer algo que jamás me había planteado, pero en ese momento no dudé en coger las tetas de Eva y magrearlas a conciencia tirando ocasionalmente de los pezones. Mi hermana me miró sorprendida. Y cachonda, a juzgar por el recorrido que hizo su mano bajo su falda.
¡Ah, no! ¡Eso sí que no! Yo era la jefa de la tribu y nadie se iba a correr antes que yo. Empujé a mi hermana a un lado y me apoyé sobre el respaldo, de rodillas en el sofá, ofreciendo mi trasero a Mario. Ni siquiera tuve que menear el culo.
—¡Unga, unga!
Al instante la polla de mi marido me empaló con fuerza y me empezó a follar. Sollocé de placer y excitación.
Jadeaba recibiendo las fuertes embestidas de Mario cuando sentí un fuerte azote en el culo. La cabrona de Eva me había pegado justo antes de coger mis dos tetas y espachurrarlas con sus manos. La verdad es que fue bastante raro, no me acababa de convencer esta interacción entre nosotras, pero no puedo negar el gustito que me dio.
Gemí como una gatita. Quizá mejor como una tigresa dientes de sable. El caso es que poco a poco sentí crecer el orgasmo en mi interior. Tanto Mario como Eva se empleaban a fondo y finalmente exploté en un monumental estallido de placer.
—Me corro, cabrones… me corroooooooooooo…
—¡Unga!
Ambos siguieron dándome caña hasta que caí desmadejada sobre el respaldo del sofá intentando respirar. Suavizaron sus caricias durante unos instantes dejándome disfrutar del orgasmo.
Pero fue eso : unos instantes. Mario cogió a Eva sobre su hombro como antes hizo conmigo y la depositó sobre la mesa del comedor. Suerte que desde que hice de la Bella Durmiente la mantenía despejada por lo que pudiera pasar. Las piernas de mi hermana colgaban del borde y mi marido se puso entre ellas metiendo las manos bajo la falda. Eva intentó cerrarlas y sujetó sus manos.
—Grrrrrr — la gruñó Mario y me miró. Me di cuenta de que ambos me miraban y asentí con la cabeza — ¡Unga, unga! — exclamó mi chico y arrancó prácticamente las bragas de mi hermana.
Sin perder un instante se cogió la polla y se la metió a Eva. Luego levantó sus piernas en V y la obsequió con una follada igual de intensa que a mí. Mi pobre hermana, quizá mejor mi afortunada hermana, se deslizaba adelante y atrás sobre la mesa al ritmo de las salvajes penetraciones de Mario gimiendo sin parar.
Me levanté con las rodillas temblorosas y me acerqué. Me hubiera gustado pegarla en el culo como hizo ella conmigo, pero como no podía ser me subí a la mesa rogando por que aguantar la intensa actividad sin partirse en dos y la mordí un pezón. La muy zorra gritó y me apretó la cabeza contra su pecho. Alterné entre sus tetas chupando y mordiendo hasta que llegó su turno y gritó su orgasmo como una condenada.
Lo que no me terminaba de cuadrar era la increíble resistencia que estaba demostrando mi maridito. Aunque lo entendí cuando supe el final que nos tenía reservado. Dejó que Eva terminara de estremecerse de placer y la cogió en brazos. La puso de rodillas en el suelo y me llevó del brazo para que me pusiera a su lado.
—¡Unga, unga!
Nos juntó y se empezó a masturbar ante nuestras caras. Las dos acercamos nuestras manos a su amoratado miembro, pero nos cogió y con un gruñido de acompañamiento nos hizo ponerlas a nuestras espaldas. Nos juntó las caras, nos hizo abrir las bocas y siguió masturbándose.
—¡Unga, Unga!
No tardó mucho en gruñir como un oso cavernario y rociarnos abundantemente con su semen mientras nosotras gemíamos de excitación. Chorro tras chorro nos fue llenando las caras del ardiente líquido, acertando en alguna ocasión en nuestras bocas hasta que se vació con un profundo gruñido. Al parecer no le resultó suficiente, es lo que tienen los trogloditas. Nos obligó a lamernos las caras para limpiarnos la una a la otra y luego dejarle la polla reluciente con nuestras lenguas.
Tola la experiencia me resultó, para qué negarlo, realmente excitante. Incluso la intervención de mi hermana Eva fue increíblemente morbosa. Ni siquiera me planteé pensar en celos ni nada parecido. Confiaba en Mario y en mi hermana tanto que no hubo lugar. Había surgido así y me parecía bien. De hecho me pareció tan bien que dejamos que mi marido nos follara todo lo que quiso hasta que se agotó y no pudo más. Indudablemente fue la mejor experiencia sexual de mi vida