María entró aquella mañana por tercera vez en la habitación de su hijo. Abrió la puerta con ganas y vio que el joven seguía tumbado en la cama, hecho un verdadero bollo con las sabanas.
—¡Levántate ya, joder! —le vociferó como todos los días.
Eran las ocho y media de la mañana y ni siquiera había puesto un pie en el suelo. La habitación olía a cerrado y con cierto aroma fuerte que María sabía de donde vendría. El consumo de clínex era exagerado y el muy guarro no se le ocurría tirarlos a la basura. Los dejaba en la mesilla para que se secaran y que “alguien” los recogiera, por supuesto, siempre era su madre.
Javi hizo un sonido ronco como si todavía estuviera soñando, aunque bajo las sabanas tenía los ojos abiertos y esperaba que su madre se largase para estar tranquilo.
—Vas a llegar tarde a la universidad. —tiró de las sabanas y el joven, únicamente con sus calzoncillos, se acurrucó en posición fetal al notar que no tenía la protección de la manta— Siempre llegas tarde a la primera hora. ¡Levanta, vamos!
—Voy…
La voz de ultratumba dio unos segundos de paz al muchacho que vio cómo su madre se iba de la habitación con fuertes pasos. Nunca le dejaba dormir tanto como quería, ¿Qué más daba la primera hora? Lo que un joven necesitaba era dormir y bueno… las pajas, aunque eso nunca le faltaba.
Llegando a la cocina con el entrecejo torcido, Manuel levantó la vista del móvil viendo como su mujer llevaba el mismo cabreo que todos los días.
—Cálmate, cielo, es lo de siempre. Es un vago sin remedio.
—¿Y qué hacemos? ¿Dejamos que haga lo que quiera? Todos los días igual… no hace nada. —María se sentó al lado de su marido mirando el desayuno de su hijo que llevaba 20 minutos preparado. Lógicamente, estaba frío.
—Cuando tenga un trabajo, seguro que madurará. Al menos, cuando requiere, se pone las pilas, está sacando la carrera… ¿No?
—Saca la carrera con cincos de mierda porque no le apetece estudiar más, —el enfado mañanero todavía no se diluía— solo duerme, está frente al ordenador… —no quería añadir que también se masturbaba sin control— y sale de fiesta. ¡Esa es su vida!
—Cariño, como todos los adolescentes.
—Pero ¿y en casa qué? Ni siquiera hace la cama, ¡su puta cama! Y no la hace… —no la gustaba soltar palabras malsonantes, pero es que su hijo la sacaba de quicio.
—Ya te lo he dicho miles de veces, —Manu mantuvo un tono calmado, esperando que su mujer no la pagase con él— no le hagas su habitación.
—¡Claro, qué fácil! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? —su esposo casi podía sentir el sarcasmo golpeándole en la cara— Y que nos coma la mierda. Ya dejé de limpiar su cuarto durante una semana y no quiero volver a tener que limpiar semejante basurero como ese. —vio a su marido como movía la cabeza indicando que Javi llegaba.
—¡Coño! —María giró su cuello para ver, de que forma su pequeño entraba con pasos lentos— El bello durmiente. ¿Ya has dormido tus quince horas diarias para funcionar?
Levantó la mano como si quisiera pedir calma. Aquel pasotismo a María la encendía como pocas cosas y tuvo que levantarse para empezar a limpiar lo que había en el fregadero, así no pensaría tanto en el vago de su hijo.
—Mamá, —se dio la vuelta para mirar, como sujetaba la taza con ambas manos— está fría. ¿Me la calientas?
—¡Hazlo tú! —le aulló mientras Manuel se levantaba en dirección al baño para escapar, podía oler la dinamita a punto de explotar y él, quería conservar todos sus miembros— Tienes unas bonitas manos para hacerlo, ¡levanta el culo y mételo en el micro!
Javi no lo hizo, dejó la taza en la mesa y se tomó su desayuno totalmente congelado, menos mal que siendo verano y con el calor que hacía le venía bien algo fresquito. María, en cambio, se mordió el labio para no decir más y cuando terminó de fregar, salió de la cocina con paso acelerado, para hacer… la habitación de su hijo.
Al escuchar que los dos hombres de la casa se marchaban, uno para la universidad (llegando tarde) y otro al trabajo, María se dejó caer en el sofá. Tenía todo más o menos terminado, quizá después de un rato relajándose le tocaría planchar, pero lo complicado, que solía ser la habitación de su hijo, era una tarea que estaba finalizada.
Aprovechó la buena mañana para ir a comprar por el barrio, se enfundó sus mayas de yoga, las zapatillas deportivas y con su pelo moreno recogido en una coleta, salió de casa sonriente. Pasó por dos tiendas, haciendo caso omiso a las miradas lascivas que SIEMPRE le lanzaba el panadero.
Le visitaba desde hacía veinte años y el muy viejo verde no cambiaba ni un poco sus ojos de depredador. Aunque era normal, María se conservaba en una buena línea y el yoga la ayudaba a mantener un cuerpo esbelto y tenso. No como Manu, que, avanzados los cincuenta, cayó en picado, cuesta abajo y sin frenos. Ella todavía a mitad de la cuarentena se mantenía a las mil maravillas.
Mientras caminaba con las bolsas de la compra, pensó en como poder acercarse Javi. Dentro de una semana terminarían las clases y le tendría metido en casa… todo el día. Aquello derivaría en miles de discusiones para que estudiara, no lo podía evitar. Alguna vez había meditado sobre si era demasiado dura, sobre todo cuando su marido le decía que dejara más manga ancha al joven, pero… igual Manu era demasiado blando.
Volvió a casa con varias miradas clavadas en su trasero, el yoga lo mantenía en su sitio sin grasa y con mucha dureza. Principalmente, los ojos del panadero eran los que más sentía, incluso salía de la tienda para saludarla con una amable sonrisa y después… mirarla con tal descaro que no podía disimular.
Ordenó la compra en la nevera y los cajones, aprovechando el rato libre que le quedaba para ponerse una serie en la televisión y descansar de toda la mañana. Esta no había sido especialmente dura, pero con el calor que hacía, parecía que las tareas del hogar pesaran el doble.
Cogió el móvil, aprovechando para hablar con su marido, que sabía que estaría cerca de la pausa para comer. Desbloqueando la pantalla y moviendo sus gráciles dedos le mandó un mensaje.
—Este verano va a ser movido…
—¿Por qué? —Manu se había adelantado a la hora y ya estaba comiendo.
—Con Javi en casa, va a ser peor que los años anteriores. ¡Cada año que pasa es más vago!
—Mujer, relájate un poco. Es una fase, sigo creyendo que cuando tenga un trabajo seguro que se normaliza. —no confiaba en ello a pies juntillas, más bien, era su esperanza. La verdad que a Manu le sorprendía lo vago que podía ser su hijo.
—No estoy de acuerdo. Nació vago, es vago y está más que claro que seguirá siendo vago, Manu.
—María, te pasas, en serio. —a la mujer le molestaba mucho que no la apoyase, pero se lo calló— Tienes que ser más cercano a él, últimamente solo os escucho discutir. Lleváis un año que tela…
—Si me apoyases, seguro que no discutíamos tanto… —no se pudo reprimir, casi nunca le ayudaba cuando discutían, siempre la decía que no pasaba nada o no era para tanto. El punto de vista que no veía María en eso, era que tal vez no quería echar más leña al fuego.
—Bueno, no creo que sea mi culpa. Pero sea como sea, tienes que acercarte más a él. —en casa cada vez se veía más en mitad de una guerra que no le gustaba.
—Tú me dirás como me acerco a un adolescente que solo le gusta dormir y vaguear. —porque del tercer vicio que eran las pajas prefería olvidarse.
—No sé, le gusta mucho el ordenador, me suele hablar de juegos, de películas, de chicos que hablan en internet… los llamo algo así como youtubers o estimer.
—Stremers, sí. Estoy algo más a la moda que tú, carcamal… —Manu se rio sabiendo que su mujer también lo estaba haciendo al otro lado del móvil. Se conocían demasiado— Te dejo comer tranquilo, yo también voy a picar algo.
—Come un buen plato que te vas a quedar en los huesos. —estaba delgada, pero no para tanto.
—No tengo mucha hambre, tengo una ensalada preparada, dejaré la mitad para la cena.
—Al final, te vas a consumir. Va a quedar un esqueleto con dos tetas y nada más…
María rio en el sofá. Tenía unos buenos senos, que parecía hubieran agrandado a medida que adelgazaba, porque estos no habían decrecido con la perdida de varios kilos. Meditó sobre lo poco que lo hacían últimamente, el deseo sexual de Manu se estaba apagando por la edad, algo normal, aunque a ella todavía le quedaba una gran hoguera.
—No veo que te quejes mucho de eso —le añadió varios guiños y corazones mientras sonreía de forma coqueta delante de la televisión.
—De ese cuerpo tuyo… nunca. Eres preciosa, mi vida.
La esposa le acabó mandando un corazón y se levantó para dar buena cuenta de la ensalada. Cierto era, que no tenía mucha hambre, pero era hora de comer y se tenía que meter algo en el cuerpo.
Pasaron dos semanas y Javi ya se encontraba en casa estudiando. Aunque gran parte del tiempo la pasaba con el móvil, sobre todo hablando con sus amigos. María le veía sentado en el escritorio, pero nada más era una excusa para que su madre no estuviera echándole la bronca de continuo.
La mujer estaba hartándose, con solo una semana juntos, no le soportaba más. No aportaba nada, se tumbaba en el sofá, no hacía su cuarto, no ayudaba en casa… solo estaba en el ordenador, veía películas y estudiaba… esto último cuando le gritaba. Al menos, parecía que si leía los libros más que de costumbre, o eso pensaba la mujer, ya que no sabía todo lo que estaba con el móvil.
—Mamá, voy a salir un rato. —soltó Javi desde la puerta sin mirar a su madre, que estaba tumbada en la sala.
—¿Has estudiado? —le miró por encima de la revista, tratando de comprobar si le iba a mentir. El joven asintió, pero María no le pudo ver la cara— Vale, ¿vas a venir a cenar?
—No sé. —el tono de voz era de lo normal, sin ningún tipo de emoción, como si hablar con su madre no le importase.
—¿Te hago la cena? —el chico alzó los hombros sin saber muy bien que haría.
—Ya me haré yo algo cuando llegue.
—Javi… eso… nunca pasa. —levantó una ceja sorprendiéndose de la tontería que decía su pequeño. No pudo contener una leve sonrisa que nacía en su boca debido a la incredulidad de la frase— Anda… Avísame por el móvil y te hago algo.
Se despidió con la mano y María se quedó sola en la casa, su marido llegaría en breve, pero le apetecía disfrutar un poco de la soledad. En multitud de ocasiones y, principalmente, esa semana, los momentos en los que la casa estaba en completo silencio eran los mejores.
Aprovechó para levantarse y darse una buena ducha, sin que nadie entrara preguntando donde estaba el pan Bimbo o las llaves del coche. Quería una pequeña relajación… quizá una buena masturbación con gemidos y sin contenerse, de esas que tan poco se podía dar.
Pero al pasar por la habitación de su hijo, algo le picó en el cerebro. Fue como una llamada y atravesó la puerta abierta para adentrarse en los dominios de su pequeño. No pudo evitar fijarse un poco en cómo estaba todo, pese a haber hecho su cuarto a la mañana, el escritorio era claro ejemplo de su “organización”.
Los libros y papeles que tenía de la universidad se agolpaban sobre toda la longitud de la mesa, de un extremo a otro, casi sin dejar ver la madera que los sostenía.
—En el caos, hay orden —dijo para ella misma, sin recordar donde había podido escuchar esa frase. Aunque tampoco se la creía, más parecían unas palabras salidas de alguien que quiere dar validez a su desorden.
Al menos, le pareció que su hijo estaba hincando los codos, o por lo menos… su “estudio fingido” estaba bien orquestado. Esa llamada mental para entrar en el cuarto, había venido de la mano de las palabras de su marido por acercarse más a su hijo. Por lo que hizo memoria sobre sus gustos, lo que Manu le decía por el teléfono, ya que ella… no los conocía. La verdad que conocía muy poco de él, últimamente solo discutían y eso no era bueno, aquella reflexión la disgustó.
—¡Menuda mierda de relación que tengo con mi hijo! —murmuró mientras tocaba los papeles de encima de la mesa para apartarlos un poco.
Se sentó delante del ordenador, moviendo el ratón por la única parte del escritorio sin libros y sacando el teclado de la parte de abajo por si lo necesitase. La pantalla se encendió, comenzado a navegar con calma por las carpetas que encontraba. La gran mayoría eran juegos que, obviamente, María no conocía.
—Seguro que de matar… Este también… —viendo un rifle en el icono, no pudo evadir un comentario sarcástico— Toda la pinta de que es muy didáctico, sí…
Dejando a un lado esa parte de la pantalla, bajó el ratón para buscar en internet. Por supuesto, ese ordenador solo lo utilizaba su hijo, ella apenas se metía alguna que otra vez si quería imprimir una cosa y Manu… dudaba de que supiera encenderlo.
Las páginas que tenía de inicio tampoco decían nada, alguna de periódicos deportivos, la de la universidad donde miraba las notas y redes sociales, nada donde rascar. María meditó si sería buena idea abrir el historial de navegación, se imaginaba lo que podía encontrarse, pero también sacaría en claro los gustos de su hijo.
Pulsó el ratón y ante ella apareció una larga lista de páginas web. Era evidente lo que veía, su hijo no ponía pestañas ocultas porque nadie jamás le había espiado como ahora lo hacía su madre. Si lo hubiera sabido, se hubiera cuidado un poco.
El porno que consumía Javi parecía desmedido, al menos para una madre en mitad de la cuarentena que no estaba puesta en ello. Si las demás madres hablasen del mismo tema o vieran lo que había dentro de los móviles u ordenadores de sus hijos, todas llegarían a la conclusión, que pese a ser mucho… era lo normal entre los jóvenes.
Bajó y bajó por la gran lista, viendo que también alternaba el porno con otras búsquedas, viendo stremers en directo y videos de YouTube. Sin embargo, se sorprendió de la gran cantidad de páginas web que visitaba…
—¡Normal que me deje sin papel…! —dijo en voz baja sacando una pequeña sonrisa.
De pronto, una curiosidad nació en ella, algo que ni siquiera fue un pensamiento, únicamente una inquietud a la que todavía ni siquiera le había dado forma. El dedo que tenía encima del ratón pulsó de manera impulsiva, dándole “sin querer” a una de las páginas para adultos y, en un instante, se puso en la pantalla.
Antes de esa milésima de segundo en la que la página se cargó, María ya quería buscar el icono de la X para deshacerse de ella. Pero cuando sonó el primer gemido de un video que estaba a la mitad, sus manos soltaron el ratón como si la hubiera empezado a quemar, para dirigirse tan rápidas como torpes a bajar el volumen.
Quedó con los dedos pétreos en la pequeña ruleta que encontró en uno de los dos altavoces, con la mirada fija y casi hipnotizada en la mujer que cabalgaba como posesa a un hombre tumbado en el suelo. Le hizo gracia la estampa, porque la mujer, con unos pechos realmente grandes, vestía un pequeño disfraz de policía… o lo que quedaba de él.
—¿¡Es esto lo que le gusta a Javi!? —se preguntó con una ceja levanta y una sonrisa que no podía disimular.
Calmando su curiosidad, pulsó el anterior video que salía en la lista. Otra mujer vestida de policía salía a escena y María, esta vez, se tapó la boca para no reírse. No es que le fuera gracioso que a su pequeño le gustase “ese rollo”, pero la situación le era tan extraña… que la sacaba una ligera sonrisa. No todos los días se descubren los secretos sexuales de un hijo.
Descendió por la lista y seguía habiendo mujeres disfrazadas como agentes de la ley. Daba la impresión de que su hijo tenía un fetiche, no era nada extraño, quizá peculiar, pero a María no le asombró. Solamente se le pasó una broma por la cabeza, una pequeña frase que le hizo sonreír de la tontería que era y acabó brotando de sus labios.
—Si me vistiera de policía, seguro que recogía su habitación.
Cuando sus labios se volvieron a sellar, le pareció tal locura que volvió a reír, esta vez de manera estridente, porque en su cabeza de verdad le parecía de lo más gracioso. Aunque la idea de que consiguiera que Javi hiciera su habitación… la gustaba.
Pasó otra semana y aunque Javi seguía estudiando o eso parecía, las continuas broncas eran el pan nuestro de cada día. Manu solía escapar más temprano de lo habitual, dejando en el cuadrilátero a los otros dos miembros de la familia para que peleasen cuanto quisiesen.
Era la tónica de las mañanas, decirle veinte veces que se despertase, hacerlo a las tantas y después, ir al sofá a “estudiar” con el móvil al lado, porque hacerlo delante del ordenador, según sus palabras… le cansaba.
A María esa dejadez la ponía de los nervios, ella siempre había sido tan decidida y rutinaria para todo, odiaba cuando algo le quedaba sin hacer. En cambio, su hijo tan… tan… no sabía cómo calificarlo. “¡Esto es culpa de su padre, seguro!” pensó queriendo pagar su enfado con alguien más que con Javi.
—¿Ahí se vive bien? —le dijo mientras entraba en la sala recogiendo su desayuno. La miró y volvió a sus hojas, tenía el móvil con luz sobre su vientre, no estaba estudiando— ¿El cuarto? ¿Se hace solo?
—Voy en nada, esta página y ya hago la cama —contestó sin mucho entusiasmo.
—La cama, abre la persiana, tira esa basura llena de mocos, —clínex de semen para ser más exactos, pero María no lo iba a decir— la ropa que huela mal a lavar… ¿Sigo o te lo sabes?
—Te prometo que ahora voy. —eso olía a mentira.
María no pudo contener un bufido que trataba de ser una carcajada, aunque pareció más el sonido de una yegua rebuznando. Miró negando a su hijo y algo se le pasó por la cabeza. En un rayo de imaginación recordó todas las páginas porno con la que tenía el gusto de deleitarse. Sonrió de forma macabra, queriendo tirarle alguna pulla sobre todo ese contenido y quizá por la vergüenza que la hiciera caso, pero se serenó, solo dejando una pequeña frase.
—¿Sabes que debería hacer? —el joven no la miró, seguía con la vista fija en los papeles, no obstante, no movía los ojos— Voy a comprarme una porra. De policía, ¿eh? Nada de imitaciones. Real, de las negras que tienen madera por fuera y hierro por dentro, para cuando no me hagas caso, darte con ella. ¿Qué te parece?
En aquel preciso instante, en el que terminó de hablar, María contempló un milagro. Javi la observó detenidamente, apartando sus hojas de encima y se levantó del sofá, dejando todo allí, incluso el móvil. Pasó por donde estaba su madre sin ni siquiera mirarla, dejando un olor a semen y sudor que a María le hizo dar un paso disimulado alejándose de él. Era demasiado fuerte.
—Ya voy.
Fueron las dos únicas palabras que salieron de su boca mientras su madre le miraba tratando de contener la estupefacción que sentía. Parecía derrotado, vencido por una única frase que a María le había salido sin pensar. Y allí se quedó la mujer, con la boca abierta y escuchando los pasos de su pequeño, perdiéndose en la largura del pasillo.
María no se lo podía creer, se llevó la mano a la boca con los ojos abiertos como una lechuza en mitad de la noche. ¡Había vencido! Por primera vez había ganado a su hijo de forma clara. Solo había sido necesaria una alusión a la autoridad, nada más. Trató de ocultar su carcajada que se quería elevar por encima del sonido de la televisión y acabó por sentarse para tratar de calmar su euforia.
Al de un cuarto de hora, pasó algo temerosa por la habitación. Quizá su gran alegría ahora se convertiría en desesperación cuando viera que su hijo no había hecho nada. Sin embargo, menuda sorpresa cuando abrió la puerta y se encontró a Javi agachado bajo la cama sacando calcetines perdidos.
María se quedó parada en el umbral de la puerta, sin decir ni una palabra, ni tan siquiera querer respirar. Era como ver un fantasma o un cuerpo difunto levantarse de su tumba, algo tan imposible que por primera vez en su vida se preguntó si estaba despierta.
No sabía si entrar del todo o decir algo, cualquier movimiento pudiera romper ese halo de magia que cubría la mente de su pequeño. Al final, cuando el joven se levantó del suelo después de limpiar debajo de la cama, se decidió por decir algo.
—Muy bien… —no podía ocultar su asombro.
—Me falta el armario. —su tono era seco y casi avergonzado.
—No, no, no. —paró María a su hijo que afanosamente se encamina al armario para ordenarlo por completo— Tienes que estudiar, cielo.
Hubo un silencio, más por parte de María que por Javi. En su cabeza resonó una pregunta al haber escuchado semejante palabra cariñosa hacia su hijo. “¿Cuánto hacía que no le dedicaba una palabra amable?” No lo recordaba.
Pasó su mano con dulzura por el antebrazo del joven, sintiendo algo de humedad debido al sudor por tanta tarea mañanera y le añadió.
—Ya termino yo. Ponte a estudiar o… —no se creía lo que iba a decirle, pero tal vez su hijo se lo merecía— si te apetece, puedes descansar un poco.
—Mejor será estudiar, mañana tengo un examen y el viernes otro.
—Bien… muy bien. —no podía decir más, la expresión en su rostro tenía que ser un verdadero cuadro.
El joven se puso en el escritorio, abriendo de golpe un libro que contenía un buen puñado de papeles, mientras María cogía los calcetines desparejados que estaban sobre la cama.
Echó un vistazo rápido, estaba todo ordenado, más o menos de forma correcta, pero ¿qué se le podía pedir? Era su primera vez.
—Cariño, —qué raro sonaba en su boca, era como hablar otro lenguaje— te dejo mejor solo. Estudia mucho, ¿vale? —lo añadió en un tono dulce, conciliador, sin los gritos habituales. Una maravilla.
—Sí, mamá. Y, por favor, cierra la puerta.
María le hizo caso, arrimando la puerta mientras el joven se levantaba hacia la mesilla de noche y allí cogía algo. El sonido que la llegó a los oídos fue similar a un papel rasgándose. Supo al momento que su pequeño estaba cogiendo un trozo de papel de la caja de la mesilla, con toda seguridad para darse un momento de relajación y placer.
Por primera vez, no lo vio como algo asqueroso, sino como una situación normal. No la importaba, era de imaginar que en tales años la ebullición de sus hormonas le haría tener un ardor que ella apenas recordaba. “Que haga lo que quiera” se dijo María para acabar por añadir “se lo ha ganado”.
Anduvo la distancia que la separaba hasta la cocina, mirando extrañamente hacia atrás como si todavía estuviera soñando. No podía creerse que Javi… ¡Su Javi! La hubiera hecho caso a la primera, sin discutir y de manera tan eficiente. Solo por… decirle que le iba a dar con la porra policial.
Un extraño sentimiento afloró en ella, teniendo que agarrarse el pecho como si algo la estuviera oprimiendo desde dentro. No podía parar de sonreír y ya en la cocina, se dio cuenta de que el caso que le había hecho… esa posición de autoridad que había adquirido… la gustó. Tal vez, demasiado.
Toda aquella semana fue demasiado rara o, más bien, peculiar. Desde el día de la “porra” como ya lo llamaba María, Javier había estado totalmente servicial. Hacía su cama según se levantaba, desayunaba, estudiaba e incluso pedía permiso para salir.
No podía sentirse mejor, María había vuelto a sonreír a diario e incluso Manu le pregunto qué había pasado con el joven, porque no discutían. Únicamente tenía una respuesta para ello.
—Habrá madurado. —mientras ponía una sonrisa tonta que la hacía de lo más bella.
No era cierto y el poder de la porra era lo que había creado a un hijo del todo ordenado y responsable. Su madre estaba tan encantada que, sorpresivamente el sábado a la noche, mientras veía con su marido una película, un instinto sexual salvaje surgió de pronto.
Apenas lo hacían y la mujer ya se había acostumbrado, pero esa noche, con Javier lejos de casa, algo la picó entre sus piernas y despertó como un basilisco.
Se lanzó sobre su marido, dejando que este se quejase sin cambiar la media sonrisa que portaba. Lo empezó a besar, sintiendo el sabor de la cerveza en su paladar, al tiempo que el hombre no daba crédito a lo que pasaba.
Todo fue rápido, demasiado para María, que al de tres minutos de cabalgar a su hombre en el sofá, sintió como un cálido esperma la llenaba por dentro sin que llegara al orgasmo.
Manu pidió perdón, le había pillado todo por sorpresa, y María dijo que no pasaba nada. Sin embargo, sí que pasaba, el fuego no se había apagado y con la excusa del sueño, tuvo que apagarlo en su cama, con la cabeza sobre la almohada y las venas del cuello a punto de estallar.
No pensó en nada en particular, mucho menos en su marido. Sin embargo, sí que recordó la sensación que tuvo con su hijo, ese sentimiento de autoridad y de obediencia que hizo que su mano, después de un movimiento frenético sobre su sexo, se acabara llenando de jugo pringoso.
Las cosas no duran eternamente, y esta situación, no iba a ser la excepción. El lunes por la mañana, María no fue a la habitación de Javier y este se levantó sobre el mediodía. Pese a que la mujer se imaginaba que esto volvería a pasar, no esperaba que fuera tan pronto.
La rutina anterior al día de la porra volvió como si nada hubiera pasado. No hizo la cama, no abrió la ventana, ni siquiera desayunó, directamente se fue al sofá a tumbarse.
María no dijo nada y permitió que hiciera lo que quisiera, se había ganado un poco de manga ancha después de los días tan buenos. Sin embargo, aquello duró todo aquel lunes y a la noche, después de estar toda la tarde con sus amigos en la calle, María le abordó en la sala mientras Manu cenaba en la cocina.
—¿Vas bien con los exámenes? —usó el tono conciliador que esos días imperó en sus cuerdas vocales.
—Creo que sí, los de la semana pasada los bordé —“normal” pensó María imaginando una porra golpeando a su hijo— Esta semana me queda uno el viernes, es bastante complicado, no creo que lo apruebe.
—¿Por qué no? —preguntó sin dejar de mirarle y acomodándose en el sofá.
—No sé —resopló con algo de desidia— estoy muy cansado de tanto estudio. No me entra más.
—¿Qué dices? —por poco le sale una sonrisa al suponer que era una broma, pero no lo parecía— Si has tenido dos exámenes, no es para tanto. ¿Cuántos te quedan?
—Este y dos más, aunque a uno de ellos no sé si me presentaré.
María le miró con los ojos bien abiertos, meditando sobre si le había oído bien o no. Si no había entendido mal, su hijo no se iba a presentar a un examen porque estaba cansado y reposaba en el sofá. Recobrando su antigua personalidad y dejando a un lado el entendimiento a su hijo, le comentó.
—¡Ah! ¿No vas a hacer ese examen? —Javi trató de decir que no, pero no le dio tiempo— Lo vas a hacer y mañana mismo te pondrás a estudiar todo el día. ¿Qué es eso de no aprobar porque estás cansado? —se levantó para no seguir discutiendo y se encaminó hacia la cocina— ¡Como no estudies…! ¡Ya verás…!
No sabía muy bien lo que le haría, era una amenaza vacía, pero por algún motivo sintió que Javi la tomaba muy en serio. Tenía un rostro plano, mientras su pelo, de forma graciosa, apuntaba en picos hacia miles de lados, contrastaba con lo que estaría pensando.
María se tiró en la cama, después de pasar por la cocina y no responder a las preguntas de su marido sobre lo que pasaba. Tampoco indagó mucho más, se quedó a un lado de la conversación como siempre hacía, no quería recibir también un grito como su hijo.
Miró el móvil con calma, sin ningún objetivo en particular, al tiempo que reflexionaba sobre cómo hacer cambiar el parecer a su pequeño. Lo de la porra había calado en él, solo unos días, pero bueno, había sido un inicio.
¿Qué podía hacer para que Javi siguiera con la buena actitud durante más tiempo? Rebuscó en su cerebro, pero no se le ocurría más que decirle que le iba a esposar. Una tontería y según lo que le decía su lógica, el efecto sería tan breve como el de la porra.
Siguió oteando el móvil, alguna que otra amiga la había escrito en el grupo de yoga, pero no la hizo mucho caso. Sin embargo, viendo ese grupo, una idea rocambolesca colocada por la gracia del universo le apareció en la mente.
Era demasiado atrevida, no obstante, podría suponer tal shock para su hijo que igual cambiaba para un año entero o… para siempre. La idea había nacido después de pensar que tenía que comprar otro pantalón de yoga, el que tenía estaba viejo y alguna que otra mancha de a saber qué, no desaparecía.
Debía comprarse uno nuevo, no obstante, la última vez no encontró ninguno de color negro, solo de colores llamativos. Lo que dijo en aquel momento, mientras se dirigía a pagarlo, es que parecería que estaba disfrazada de payasa. Todavía tirada en la cama, una frase hizo acto de presencia en su cabeza, alumbrada con luces de neón para darle muchísimo más énfasis. “Como si fuera disfrazada”.
Fue con eso último que apareció una imagen muy nítida de ella. Estaba detrás de Javi, mientras este estudiaba sentado de manera afanosa en su escritorio, casi como un reo picando piedras en el patio.
Ella tenía una porra en una mano que mecía hasta golpear la otra de forma amenazante. Aunque no era solo eso, vestía un uniforme policial, uno intimidante que no permitía a Javier ni siquiera virar el cuello para mirarla.
La imagen de su hijo estudiando día y noche por miedo a las represalias abordó su mente como un germen que lo infectó todo. La idea estaba en marcha, exclusivamente tenía que comprobar que no era tan descabellada. Lo haría a la mañana, mientras su marido no estaba y si Javi se reía solo tenía que decirle que sabía que se masturbaba con policías. Con aquel argumento tan directo ganaría cualquier discusión y haría cerrar la boca a su pequeño.
Navegó un poco por internet, todos los disfraces que encontraba eran… demasiado subidos de todo y unos cuantos, excesivamente provocativos. María no tenía mal cuerpo, pero una cosa era vestirse de policía y otra de policía “sexy” como rezaba un anuncio.
Lo que tenía en mente era un uniforme más recatado, más acorde a la realidad, aunque parecía que no había nada similar y lo que se acercaba a lo que ella veía en las calles, era demasiado caro. Tampoco iba a gastarse un dineral en una cosa que no sabía si funcionaria, de no ser así, tan solo sería un trapo viejo oculto en el armario.
Se metió bajo las sabanas con la idea de probar. No tenía nada que perder, si no funcionaba solamente quedaría como una anécdota, le diría a su hijo que no sabía que más hacer para que centrase un poco la cabeza y ya. ¿Qué tenía que perder?
Así se durmió, con una sonrisa que no se borraba del rostro y un raro escozor dentro de su cuerpo que no podía calmarse ni aunque se rascase. Soñó con varias cosas, de las que ninguna recordaría a la mañana siguiente, sin embargo, durante la noche su vagina llegó a humedecerse.
Caminó bajo el sol de verano con descarada alegría. En su cara, sin saber muy bien el motivo, no podría borrar la sonrisa que tenía dibujada desde que amaneció. Había tenido una buena noche y con un sueño bastante satisfactorio que, lamentablemente, no recordaba.
Javier parecía que tenía la intención de hacer cosas, se había levantado pronto, al menos, eso era positivo. Aunque María, tampoco había perdido el tiempo en comprobar qué hacía su hijo, tenía otras cosas preparadas.
El nerviosismo la entró cuando atisbó a lo lejos la tienda de disfraces. Tampoco hacía nada malo, o eso se decía una y otra vez para borrar el temblor que emergía de su interior. Suspiró una vez delante de la puerta, echando una rápida ojeada y cuando la dependienta quedó liberada, entró para acudir directamente a ella.
—Buenos días. —la mujer entrada en años se contagió de su sonrisa— ¿La puedo ayudar?
—Buenas, sí. —se frotó el pantalón vaquero, queriendo hacer desaparecer esos nervios tontos que tenía encima— Eh… mire… buscaba un disfraz en concreto. He mirado por internet, pero no lo encuentro, no sé si me puede ayudar.
—Veamos si juntas lo encontramos. —la dulce mueca de la mujer, a María le recordó a la de su abuela y aquello, templó un poco su cuerpo— Dime, ¿qué es lo que en concreto estás buscando?
—Pues…
Por un momento se mantuvo en silencio con los ojos fijos en la mujer. La idea parecía del todo descabellada, estaba yendo a comprar un disfraz en mitad de verano sin ninguna festividad presente. Además, lo picante del disfraz podría hacer que aquella mujer pensara algo que no era lo correcto. Sin embargo, una frase emergió en su cerebro como si fuera un chasquido de dedos y le dijo con total naturalidad, “¿Qué más da lo que opine?”.
—Un disfraz. Bueno, eso es obvio. —sacó una sonrisa muy bonita que la dependienta volvió a copiar— Había pensado algo de… un disfraz de la autoridad… de policía…
—Entiendo. Creo que tengo alguno en la parte del fondo. —la mujer comenzó a andar y la hizo un gesto con la mano— Vamos a mirar, ven conmigo.
Recorriendo la tienda, que no era pequeña, llegaron hasta dos filas de disfraces colgados en perchas, una encima de otra. La mujer comenzó a rebuscar en una zona específica, asintiendo la cabeza justo cuando sacaba uno de los disfraces. Siguió buscando entre la montonera de ropa que pendía de una barra de metal y otros dos acabaron en sus manos.
—Estos son los tres que tengo para mujer. —echó un vistazo rápido y María sintió los ojos de la mujer recorriéndola el cuerpo— Creo que te van a sentar de maravilla.
En la puerta, el sonido de la campanilla advirtió a la dependienta que otro cliente había llegado. Se acercó a una mesilla de cristal cercana y los depositó en esta con sumo tacto, mirando después a María que estaba tensa como un cable de acero.
—No te preocupes, tienes tiempo. —la regente de la tienda era de lo más amable. Se dio la vuelta para mirar a la puerta y acabó de añadir— Voy a atender a esa chica, si necesitas otro disfraz o cualquier cosa me llamas. Te dejo sola para que puedas decidir.
María tenía delante de ella las opciones, y antes de que la mujer se alejase con pasos lentos y acolchados por unas cómodas zapatillas, ya tenía uno como elección principal. Era el más caro, pero también el más completo. El disfraz era que más se acercaba a la realidad, con un pantalón largo, un polo de manga corta y los demás accesorios básicos, era el idóneo, la viva representación de lo que imaginó en la cama.
Sin embargo, no quería precipitar su elección, por lo que ojeó los otros dos por mera curiosidad. Uno de ellos, directamente, lo volvió a colgar en la larga barra de metal, aislado con los demás disfraces a la espera de ser comprado. Era demasiado explícito, con una camisa de pocos botones que dejaba al aire el escote de forma directa y, una falda tan pegada como pequeña que más parecía un cinturón.
Puso atención en el otro que tenía, no lo quería descartar con tanta rapidez. Parecía más moderado, un vestido de color azul marino algo ceñido, tenía una cremallera que podía abrirse hasta el pecho y terminaba en una falda plisada que, por lo menos, la cubría los muslos. La modelo que posaba en la foto de la esquina superior derecha, se veía realmente sensual, pero también poderosa y autoritaria. Tenía un cinturón pegado que portaba tanto la porra, como las esposas, además de una pistola que enseñaba amenazante.
Cogió los dos en el aire, mirándolos detenidamente y cedió a unos impulsos que nacían dentro de su alma y que, desde la noche anterior, no podía detener. Colgó de nuevo en la barra uno de los disfraces que la amable dependienta le había sacado y caminó por la tienda con el otro en la mano.
No levantó el rostro y esperó paciente a que la mujer la atendiese para cobrarle el nuevo disfraz que iría directamente a su casa. María no podía dejar de mirar la foto de la esquina superior, meditando sobre porque había elegido ese… el más sexi de los dos.
Por supuesto, buscó excusas en su mente, el precio era menor y, para usar una vez o ninguna… no iba a gastar una burrada. Aunque se acabó riendo de sí misma, sobre todo en el camino de vuelta, después de que la agradable mujer la deleitaría con una pícara mirada.
A cada paso que daba miraba la bolsa, mientras el sol de verano la picaba en la piel como un enjambre de mosquitos sedientos. Ese pequeño trozo de plástico la pesaba y apenas quería que nadie la viera con ello en la mano, lo agarró con fuerza, como si dentro tuviera un millón de euros y trató de darse una última excusa.
—La gorra es mucho más bonita… —murmuró con una carcajada contenida en su garganta. Malas excusas que ocultaban la verdad, quería verse tan espléndida como la modelo de la foto.
El día de la compra pasó por completo y también el posterior en el que María miró por más de diez veces su armario pensando en lo que hacer. Pero al día que siguió a esos dos… la mujer la se encontraba en el baño, con el atuendo en la mano y una pequeña intranquilidad que no le dejaba ponérselo. El plan del día anterior era el mismo que este, la única diferencia era que hoy, al menos, lo había podido sacar del armario.
Sin embargo, se levantó con unas ganas diferentes y con una intención muy profunda por poner firme a su hijo y, ¿quién mejor para hacerlo que una agente de la autoridad?
Javi todavía estaba dormido y Manu hacía unos cuantos minutos que se fue por la puerta directo al trabajo. El “NO” imperaba en su cabeza, pero con el recuerdo fijo de la actitud de su hijo después del “momento porra”, la valentía aumentó. Se comenzó a convencer a ella misma, lo hacía por su hijo, esto era bueno para él, pero ¿ella tenía algo que ver?
Para la mujer solo era un juego, un leve e inocente juego del cual no pensaba sacar nada más que buenas notas para el joven. Se comenzó a quitar el pijama, viendo que las clases de yoga parecían hacer un gran efecto en su cuerpo. La piel estaba tersa, flácida en algún que otro punto como los codos, no obstante, eso era imposible de evitar. Pese a eso, estaba casi como en la adolescencia, no pasaba el tiempo por ella, más que esos mínimos “colgajos” y alguna arruga que ya se marcaba alrededor de sus ojos.
Se metió el vestido por las piernas, subiéndolo con lentitud y sin dejar de mirarse en el espejo, la figura que se reflejaba la estaba encantando. Todo se pegó a las mil maravillas y después de meter ambos brazos, subió la cremallera para tapar su escote.
Viró su cuerpo noventa grados, quedándose de lado con respecto al espejo para completar la silueta que, de perfil, se vio perfecta. El disfraz era una segunda piel, sin ninguna arruga que lo estropease y… la tela era tan fina que al estirar su torso, pudo percibir sus costillas.
Como se imaginó por la foto del paquete, la falda sí que le tapaba la mitad de los muslos, con la del otro disfraz, hubiera ido enseñando sus bragas, mejor así. Iba más… recatada.
De pronto, en medio del silencio del baño, con la luz de encima del cristal del lavabo iluminando su figura, un pensamiento repentino la inundó. La frase era clara, junto con ese vestido, el cual enseñaba mucho, su parte más ardiente le dijo “igual a Javi le gusta mirar un poco”.
Aquello no… no estaba bien. Era todo por el bien de Javi, por su disciplina, no para su gusto, pero… pensando en que “momentos” veía su hijo a las mujeres vestidas de policía, dudó. Tal vez la gustase verla así, igual le… ponía… esa idea se asentó en la mente de la madre, que seguía negándola una y otra vez. Sin embargo, esta vez no era ella… eso era cierto… con ese disfraz no era María, sino la agente especial Bermúdez.
—Me debería hacer una placa con mi apellido… —soltó de pronto con una sonrisa sin dejar de contemplarse en el espejo.
Ya bastaba de suposiciones estúpidas, el juego era por y para Javier, no para ella. Por lo que con los labios apretados y llenos de decisión, cogió el coletero de su muñeca y se recogió la cabellera morena en una fuerte coleta.
La melena aprisionada colgaba hasta su nuca de forma tensa, girando el cuello en dos ocasiones para ver como bailaba tras su cabeza. Lo siguiente fue colocarse el cinturón, que le estrechaba el disfraz encina de las caderas, dejándola una figura de escándalo. María se dio cuenta y cualquiera que la hubiera visto opinaría lo mismo.
—¡Joder…! —la palabra se le escapó del alma en apenas un susurro, pero es que era cierto— ¡Estoy muy buena…!
Se estaba poniendo demasiado nerviosa, todo el plan quizá era un poco desproporcionado. Con una nueva charla como en el pasado o una nueva mención a un atributo policía, podrían funcionar, al menos, durante un tiempo.
Sin embargo, a María le venía a la mente la idea de que su hijo aprobase todo y además con nota, como era capaz de hacerlo, pero que su vagancia no permitía. Hubo un último atisbo de duda, no obstante, al recordar de manera voluntaria como su pequeño le decía que no se presentaría al examen, fue el empujón clave que necesitaba.
Se puso unas botas de color negro que eran de su propiedad y que le venían como anillo al dedo a su nuevo atuendo. Una vez bien atadas se volvió a alzar en medio del baño, con la cabeza sin ninguna otra cosa que la imagen de Javi diciendo que igual no se presentaba, era su combustible para ayudarla con el objetivo que tenía en mente.
Cogió la gorra con ganas, enfundándosela por encima de la coleta y después, añadió unas gafas de estilo aviador que tenía desde hacía años. Era el toque final y cuando vio el mundo a través del color de sus lentes, no se podía ver más perfecta.
—Vamos… —se dio los últimos ánimos para que la mano le dejase de temblar— No eres María, ni su madre. Eres la agente Bermúdez que necesita poner en cintura a un maleante. Métete en tu papel o esto va a ser el mayor ridículo de tu vida. —volvió a mirarse en el espejo, si Manu la viera de esa guisa… no la daría tregua en mucho tiempo. Eso era bueno, el disfraz tendría un segundo uso— Igual me he pasado.
Recorrió la fina tela con sus dedos, podía notar su piel vibrando de la emoción. Estaba exaltada por lo que iba a hacer, sin saber muy bien si era por lo raro de la situación o por… la propia excitación.
Resopló con fuerza delante del espejo y salió del baño con una decisión como nunca antes. Tenía todo el equipo listo, vestido (con su placa y logos), cinturón con esposa y porra, gorra, gafas, botas y… unas ganas de lucirse por completo que no eran normales.
Anduvo por el pasillo con fuertes pisadas, como si se tratase de un desfile y ella fuera la que marcara el paso. Llegó hasta la puerta de su hijo y teniendo un leve instante de duda, detuvo la mano a unos milímetros del pomo. No era tiempo de dudar, el personaje que se había cultivado en su interior había tomado el mando de su cuerpo y con fuerza entró en el cuarto de su hijo.
Todo estaba oscuro, apenas unas líneas de luz entraban por las rendijas de las persianas que dibujaban extraños rectángulos en la alfombra. Javier estaba dormido, siempre lo estaba y aquello calentó más a una mujer que ya venía con un enfado preparado.
Dio zancadas poderosas, que resonaron en la habitación debido al peso de las botas. Con gran fuerza y sin reparar en el bienestar de la ventana, alzó la persiana dejando que el caluroso sol de verano inundase la habitación. Javier se despertó de golpe, aunque más bien, se tapó con la manta para que el sol no le desintegrara al igual que a un vampiro.
—¡Despierta! —gritó con la autoritaria voz que parecía concederle aquel disfraz.
Javi apenas reaccionó, solo se hizo una bola en la cama, totalmente cubierto por las sabanas, debajo de las cuales, se creía a salvo. Para nada iba a escapar de la agente especial Bermúdez, su especialidad eran los chicos díscolos y este no era más singular que los otros. Con gesto torcido y los mismos pasos sonoros que al entrar se colocó al lado de la cama.
Dio un fuerte tirón, hasta tal punto que si Javier las hubiera tenido aferradas con más ganas se hubieran desgarrado a la mitad. No fue el caso y la tela voló como un fantasma por encima de la cabeza de María hasta caer en un rincón al que nadie le importaba.
Javier estaba con su calzoncillo, colocado en posición fetal y tratando de volver a dormir o, al menos, simulándolo. María no quería que la engañara, sacó su porra del cinturón, meciéndola en su mano y obviando ese fuerte olor que de seguro nacía en el calzoncillo de su hijo. Un sentimiento fuerte, de poder… que nunca antes probó recorrió su alma, aunque también, una excitación que la abrasaba.
Levantó tras su cabeza el trozo de plástico, tenía cierta dureza y podía hacer daño a alguien si se lo proponía. María, o más bien la agente Bermúdez, después de alzar la porra en el aire, justo en el momento que la empezó a bajar, esperó provocarle un leve dolor a su hijo.
Le golpeó con fuerza en el muslo, emitiendo un sonido de choque que rápido se colapsó por el quejido de Javier, que abrió los ojos con una estupefacción completa sin tener ni idead de lo que estaba ocurriendo.
No le dio tiempo a asimilar por qué su madre la había golpeado, cuando se sentó en su cama y vio a María, no dio crédito. La sorpresa era tal que reptó por encima del colchón, escapando de esa figura que le era desconocida hasta que sin encontrar más donde apoyarse, cayó al suelo de forma torpe.
María en ese segundo que su hijo se encontraba con la cabeza en el suelo y las piernas en el aire tratando de levantarse, se llevó una mano a la boca de manera coqueta y evitó reírse.
—¡Vamos, sabandija! ¡Levántate ahora mismo! ¡No me hagas perder el tiempo! —exigía la progenitora en un tono alto.
A Javier le costó reconocer la voz de su madre, no era su grito habitual, parecía más cargado de autoridad real que, además, parecía incontestable.
—¿¡Qué haces, mamá!? —en su voz hubo duda y un leve carraspeo debido al levantamiento tan brutal. Pero María, recibió algo con agrado, porque también tenía un tono de… respeto.
—¿Mamá? ¿Acabas de llamar mamá? —su enfado fingido estaba siendo digno de un Óscar— ¡Cómo te atreves a llamarme así! ¡Soy la autoridad! —golpeó con fuerza la cama logrando un sonido amortiguado— ¡Ahora mismo, haz la cama! O si no… ¡Prepárate para las consecuencias!
Javier se puso de pie con la agilidad de la juventud. En un lado de la cama, estaba María vestida de policía y, al otro lado, su hijo con calzoncillos y un gesto de sorpresa que no le dejaba cerrar la boca.
Hubo dos segundos de duda, nadie dijo nada, el silencio lo inundó todo como el sol de verano al subir la persiana. Era el momento que se decidiría todo, si María podría seguir con aquello o no. Javier no sabía qué hacer, solo esperaba acontecimientos, el shock de la mañana había sido demasiado duro. La madre se dio cuenta de que su hijo iba a mover los labios, seguramente pondría un nuevo impedimento a todo aquello, debía detenerle, ese era su nuevo oficio.
Con rapidez y fuerza volvió a golpear la cama, haciendo que las sabanas se levantaran del colchón y que su hijo cerrara esa boca de vago que estaba empezando a abrir. Incluso se alegró cuando le vio dar un paso atrás.
—¿¡No tienes odios, jovencito!? ¡La cama…! ¡YA!
Otro segundo de duda, pero que se solucionó más rápido de lo esperado. Con gesto impaciente, Javier se agachó, comenzando a meter la bajera por su lugar y buscando las sabanas sin poder levantar la cabeza para mirar a su madre.
La cama estuvo hecha en un periquete y el poder que parecía ir creciendo en su interior, la hacía esbozar una sonrisa.
—Hazte el desayuno y luego ven a estudiar, estaré esperando. —su hijo escapó por la puerta obediente, aunque justo en el umbral, la voz de su madre le detuvo— ¡Si tardas…! —le apuntó con la porra y Javier tragó saliva— ¡Prepárate…!
No tardó, ¡vaya si no tardó! En menos de cinco minutos se preparó él solo el desayuno y se lo tomó a la carrera. María esperó sentada en la cama recién hecha, con las piernas cruzadas y los muslos medio desnudos, gozando de la sensación por la obediencia de su vástago.
—¡Levántate ya, joder! —le vociferó como todos los días.
Eran las ocho y media de la mañana y ni siquiera había puesto un pie en el suelo. La habitación olía a cerrado y con cierto aroma fuerte que María sabía de donde vendría. El consumo de clínex era exagerado y el muy guarro no se le ocurría tirarlos a la basura. Los dejaba en la mesilla para que se secaran y que “alguien” los recogiera, por supuesto, siempre era su madre.
Javi hizo un sonido ronco como si todavía estuviera soñando, aunque bajo las sabanas tenía los ojos abiertos y esperaba que su madre se largase para estar tranquilo.
—Vas a llegar tarde a la universidad. —tiró de las sabanas y el joven, únicamente con sus calzoncillos, se acurrucó en posición fetal al notar que no tenía la protección de la manta— Siempre llegas tarde a la primera hora. ¡Levanta, vamos!
—Voy…
La voz de ultratumba dio unos segundos de paz al muchacho que vio cómo su madre se iba de la habitación con fuertes pasos. Nunca le dejaba dormir tanto como quería, ¿Qué más daba la primera hora? Lo que un joven necesitaba era dormir y bueno… las pajas, aunque eso nunca le faltaba.
Llegando a la cocina con el entrecejo torcido, Manuel levantó la vista del móvil viendo como su mujer llevaba el mismo cabreo que todos los días.
—Cálmate, cielo, es lo de siempre. Es un vago sin remedio.
—¿Y qué hacemos? ¿Dejamos que haga lo que quiera? Todos los días igual… no hace nada. —María se sentó al lado de su marido mirando el desayuno de su hijo que llevaba 20 minutos preparado. Lógicamente, estaba frío.
—Cuando tenga un trabajo, seguro que madurará. Al menos, cuando requiere, se pone las pilas, está sacando la carrera… ¿No?
—Saca la carrera con cincos de mierda porque no le apetece estudiar más, —el enfado mañanero todavía no se diluía— solo duerme, está frente al ordenador… —no quería añadir que también se masturbaba sin control— y sale de fiesta. ¡Esa es su vida!
—Cariño, como todos los adolescentes.
—Pero ¿y en casa qué? Ni siquiera hace la cama, ¡su puta cama! Y no la hace… —no la gustaba soltar palabras malsonantes, pero es que su hijo la sacaba de quicio.
—Ya te lo he dicho miles de veces, —Manu mantuvo un tono calmado, esperando que su mujer no la pagase con él— no le hagas su habitación.
—¡Claro, qué fácil! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? —su esposo casi podía sentir el sarcasmo golpeándole en la cara— Y que nos coma la mierda. Ya dejé de limpiar su cuarto durante una semana y no quiero volver a tener que limpiar semejante basurero como ese. —vio a su marido como movía la cabeza indicando que Javi llegaba.
—¡Coño! —María giró su cuello para ver, de que forma su pequeño entraba con pasos lentos— El bello durmiente. ¿Ya has dormido tus quince horas diarias para funcionar?
Levantó la mano como si quisiera pedir calma. Aquel pasotismo a María la encendía como pocas cosas y tuvo que levantarse para empezar a limpiar lo que había en el fregadero, así no pensaría tanto en el vago de su hijo.
—Mamá, —se dio la vuelta para mirar, como sujetaba la taza con ambas manos— está fría. ¿Me la calientas?
—¡Hazlo tú! —le aulló mientras Manuel se levantaba en dirección al baño para escapar, podía oler la dinamita a punto de explotar y él, quería conservar todos sus miembros— Tienes unas bonitas manos para hacerlo, ¡levanta el culo y mételo en el micro!
Javi no lo hizo, dejó la taza en la mesa y se tomó su desayuno totalmente congelado, menos mal que siendo verano y con el calor que hacía le venía bien algo fresquito. María, en cambio, se mordió el labio para no decir más y cuando terminó de fregar, salió de la cocina con paso acelerado, para hacer… la habitación de su hijo.
Al escuchar que los dos hombres de la casa se marchaban, uno para la universidad (llegando tarde) y otro al trabajo, María se dejó caer en el sofá. Tenía todo más o menos terminado, quizá después de un rato relajándose le tocaría planchar, pero lo complicado, que solía ser la habitación de su hijo, era una tarea que estaba finalizada.
Aprovechó la buena mañana para ir a comprar por el barrio, se enfundó sus mayas de yoga, las zapatillas deportivas y con su pelo moreno recogido en una coleta, salió de casa sonriente. Pasó por dos tiendas, haciendo caso omiso a las miradas lascivas que SIEMPRE le lanzaba el panadero.
Le visitaba desde hacía veinte años y el muy viejo verde no cambiaba ni un poco sus ojos de depredador. Aunque era normal, María se conservaba en una buena línea y el yoga la ayudaba a mantener un cuerpo esbelto y tenso. No como Manu, que, avanzados los cincuenta, cayó en picado, cuesta abajo y sin frenos. Ella todavía a mitad de la cuarentena se mantenía a las mil maravillas.
Mientras caminaba con las bolsas de la compra, pensó en como poder acercarse Javi. Dentro de una semana terminarían las clases y le tendría metido en casa… todo el día. Aquello derivaría en miles de discusiones para que estudiara, no lo podía evitar. Alguna vez había meditado sobre si era demasiado dura, sobre todo cuando su marido le decía que dejara más manga ancha al joven, pero… igual Manu era demasiado blando.
Volvió a casa con varias miradas clavadas en su trasero, el yoga lo mantenía en su sitio sin grasa y con mucha dureza. Principalmente, los ojos del panadero eran los que más sentía, incluso salía de la tienda para saludarla con una amable sonrisa y después… mirarla con tal descaro que no podía disimular.
Ordenó la compra en la nevera y los cajones, aprovechando el rato libre que le quedaba para ponerse una serie en la televisión y descansar de toda la mañana. Esta no había sido especialmente dura, pero con el calor que hacía, parecía que las tareas del hogar pesaran el doble.
Cogió el móvil, aprovechando para hablar con su marido, que sabía que estaría cerca de la pausa para comer. Desbloqueando la pantalla y moviendo sus gráciles dedos le mandó un mensaje.
—Este verano va a ser movido…
—¿Por qué? —Manu se había adelantado a la hora y ya estaba comiendo.
—Con Javi en casa, va a ser peor que los años anteriores. ¡Cada año que pasa es más vago!
—Mujer, relájate un poco. Es una fase, sigo creyendo que cuando tenga un trabajo seguro que se normaliza. —no confiaba en ello a pies juntillas, más bien, era su esperanza. La verdad que a Manu le sorprendía lo vago que podía ser su hijo.
—No estoy de acuerdo. Nació vago, es vago y está más que claro que seguirá siendo vago, Manu.
—María, te pasas, en serio. —a la mujer le molestaba mucho que no la apoyase, pero se lo calló— Tienes que ser más cercano a él, últimamente solo os escucho discutir. Lleváis un año que tela…
—Si me apoyases, seguro que no discutíamos tanto… —no se pudo reprimir, casi nunca le ayudaba cuando discutían, siempre la decía que no pasaba nada o no era para tanto. El punto de vista que no veía María en eso, era que tal vez no quería echar más leña al fuego.
—Bueno, no creo que sea mi culpa. Pero sea como sea, tienes que acercarte más a él. —en casa cada vez se veía más en mitad de una guerra que no le gustaba.
—Tú me dirás como me acerco a un adolescente que solo le gusta dormir y vaguear. —porque del tercer vicio que eran las pajas prefería olvidarse.
—No sé, le gusta mucho el ordenador, me suele hablar de juegos, de películas, de chicos que hablan en internet… los llamo algo así como youtubers o estimer.
—Stremers, sí. Estoy algo más a la moda que tú, carcamal… —Manu se rio sabiendo que su mujer también lo estaba haciendo al otro lado del móvil. Se conocían demasiado— Te dejo comer tranquilo, yo también voy a picar algo.
—Come un buen plato que te vas a quedar en los huesos. —estaba delgada, pero no para tanto.
—No tengo mucha hambre, tengo una ensalada preparada, dejaré la mitad para la cena.
—Al final, te vas a consumir. Va a quedar un esqueleto con dos tetas y nada más…
María rio en el sofá. Tenía unos buenos senos, que parecía hubieran agrandado a medida que adelgazaba, porque estos no habían decrecido con la perdida de varios kilos. Meditó sobre lo poco que lo hacían últimamente, el deseo sexual de Manu se estaba apagando por la edad, algo normal, aunque a ella todavía le quedaba una gran hoguera.
—No veo que te quejes mucho de eso —le añadió varios guiños y corazones mientras sonreía de forma coqueta delante de la televisión.
—De ese cuerpo tuyo… nunca. Eres preciosa, mi vida.
La esposa le acabó mandando un corazón y se levantó para dar buena cuenta de la ensalada. Cierto era, que no tenía mucha hambre, pero era hora de comer y se tenía que meter algo en el cuerpo.
****
Pasaron dos semanas y Javi ya se encontraba en casa estudiando. Aunque gran parte del tiempo la pasaba con el móvil, sobre todo hablando con sus amigos. María le veía sentado en el escritorio, pero nada más era una excusa para que su madre no estuviera echándole la bronca de continuo.
La mujer estaba hartándose, con solo una semana juntos, no le soportaba más. No aportaba nada, se tumbaba en el sofá, no hacía su cuarto, no ayudaba en casa… solo estaba en el ordenador, veía películas y estudiaba… esto último cuando le gritaba. Al menos, parecía que si leía los libros más que de costumbre, o eso pensaba la mujer, ya que no sabía todo lo que estaba con el móvil.
—Mamá, voy a salir un rato. —soltó Javi desde la puerta sin mirar a su madre, que estaba tumbada en la sala.
—¿Has estudiado? —le miró por encima de la revista, tratando de comprobar si le iba a mentir. El joven asintió, pero María no le pudo ver la cara— Vale, ¿vas a venir a cenar?
—No sé. —el tono de voz era de lo normal, sin ningún tipo de emoción, como si hablar con su madre no le importase.
—¿Te hago la cena? —el chico alzó los hombros sin saber muy bien que haría.
—Ya me haré yo algo cuando llegue.
—Javi… eso… nunca pasa. —levantó una ceja sorprendiéndose de la tontería que decía su pequeño. No pudo contener una leve sonrisa que nacía en su boca debido a la incredulidad de la frase— Anda… Avísame por el móvil y te hago algo.
Se despidió con la mano y María se quedó sola en la casa, su marido llegaría en breve, pero le apetecía disfrutar un poco de la soledad. En multitud de ocasiones y, principalmente, esa semana, los momentos en los que la casa estaba en completo silencio eran los mejores.
Aprovechó para levantarse y darse una buena ducha, sin que nadie entrara preguntando donde estaba el pan Bimbo o las llaves del coche. Quería una pequeña relajación… quizá una buena masturbación con gemidos y sin contenerse, de esas que tan poco se podía dar.
Pero al pasar por la habitación de su hijo, algo le picó en el cerebro. Fue como una llamada y atravesó la puerta abierta para adentrarse en los dominios de su pequeño. No pudo evitar fijarse un poco en cómo estaba todo, pese a haber hecho su cuarto a la mañana, el escritorio era claro ejemplo de su “organización”.
Los libros y papeles que tenía de la universidad se agolpaban sobre toda la longitud de la mesa, de un extremo a otro, casi sin dejar ver la madera que los sostenía.
—En el caos, hay orden —dijo para ella misma, sin recordar donde había podido escuchar esa frase. Aunque tampoco se la creía, más parecían unas palabras salidas de alguien que quiere dar validez a su desorden.
Al menos, le pareció que su hijo estaba hincando los codos, o por lo menos… su “estudio fingido” estaba bien orquestado. Esa llamada mental para entrar en el cuarto, había venido de la mano de las palabras de su marido por acercarse más a su hijo. Por lo que hizo memoria sobre sus gustos, lo que Manu le decía por el teléfono, ya que ella… no los conocía. La verdad que conocía muy poco de él, últimamente solo discutían y eso no era bueno, aquella reflexión la disgustó.
—¡Menuda mierda de relación que tengo con mi hijo! —murmuró mientras tocaba los papeles de encima de la mesa para apartarlos un poco.
Se sentó delante del ordenador, moviendo el ratón por la única parte del escritorio sin libros y sacando el teclado de la parte de abajo por si lo necesitase. La pantalla se encendió, comenzado a navegar con calma por las carpetas que encontraba. La gran mayoría eran juegos que, obviamente, María no conocía.
—Seguro que de matar… Este también… —viendo un rifle en el icono, no pudo evadir un comentario sarcástico— Toda la pinta de que es muy didáctico, sí…
Dejando a un lado esa parte de la pantalla, bajó el ratón para buscar en internet. Por supuesto, ese ordenador solo lo utilizaba su hijo, ella apenas se metía alguna que otra vez si quería imprimir una cosa y Manu… dudaba de que supiera encenderlo.
Las páginas que tenía de inicio tampoco decían nada, alguna de periódicos deportivos, la de la universidad donde miraba las notas y redes sociales, nada donde rascar. María meditó si sería buena idea abrir el historial de navegación, se imaginaba lo que podía encontrarse, pero también sacaría en claro los gustos de su hijo.
Pulsó el ratón y ante ella apareció una larga lista de páginas web. Era evidente lo que veía, su hijo no ponía pestañas ocultas porque nadie jamás le había espiado como ahora lo hacía su madre. Si lo hubiera sabido, se hubiera cuidado un poco.
El porno que consumía Javi parecía desmedido, al menos para una madre en mitad de la cuarentena que no estaba puesta en ello. Si las demás madres hablasen del mismo tema o vieran lo que había dentro de los móviles u ordenadores de sus hijos, todas llegarían a la conclusión, que pese a ser mucho… era lo normal entre los jóvenes.
Bajó y bajó por la gran lista, viendo que también alternaba el porno con otras búsquedas, viendo stremers en directo y videos de YouTube. Sin embargo, se sorprendió de la gran cantidad de páginas web que visitaba…
—¡Normal que me deje sin papel…! —dijo en voz baja sacando una pequeña sonrisa.
De pronto, una curiosidad nació en ella, algo que ni siquiera fue un pensamiento, únicamente una inquietud a la que todavía ni siquiera le había dado forma. El dedo que tenía encima del ratón pulsó de manera impulsiva, dándole “sin querer” a una de las páginas para adultos y, en un instante, se puso en la pantalla.
Antes de esa milésima de segundo en la que la página se cargó, María ya quería buscar el icono de la X para deshacerse de ella. Pero cuando sonó el primer gemido de un video que estaba a la mitad, sus manos soltaron el ratón como si la hubiera empezado a quemar, para dirigirse tan rápidas como torpes a bajar el volumen.
Quedó con los dedos pétreos en la pequeña ruleta que encontró en uno de los dos altavoces, con la mirada fija y casi hipnotizada en la mujer que cabalgaba como posesa a un hombre tumbado en el suelo. Le hizo gracia la estampa, porque la mujer, con unos pechos realmente grandes, vestía un pequeño disfraz de policía… o lo que quedaba de él.
—¿¡Es esto lo que le gusta a Javi!? —se preguntó con una ceja levanta y una sonrisa que no podía disimular.
Calmando su curiosidad, pulsó el anterior video que salía en la lista. Otra mujer vestida de policía salía a escena y María, esta vez, se tapó la boca para no reírse. No es que le fuera gracioso que a su pequeño le gustase “ese rollo”, pero la situación le era tan extraña… que la sacaba una ligera sonrisa. No todos los días se descubren los secretos sexuales de un hijo.
Descendió por la lista y seguía habiendo mujeres disfrazadas como agentes de la ley. Daba la impresión de que su hijo tenía un fetiche, no era nada extraño, quizá peculiar, pero a María no le asombró. Solamente se le pasó una broma por la cabeza, una pequeña frase que le hizo sonreír de la tontería que era y acabó brotando de sus labios.
—Si me vistiera de policía, seguro que recogía su habitación.
Cuando sus labios se volvieron a sellar, le pareció tal locura que volvió a reír, esta vez de manera estridente, porque en su cabeza de verdad le parecía de lo más gracioso. Aunque la idea de que consiguiera que Javi hiciera su habitación… la gustaba.
****
Pasó otra semana y aunque Javi seguía estudiando o eso parecía, las continuas broncas eran el pan nuestro de cada día. Manu solía escapar más temprano de lo habitual, dejando en el cuadrilátero a los otros dos miembros de la familia para que peleasen cuanto quisiesen.
Era la tónica de las mañanas, decirle veinte veces que se despertase, hacerlo a las tantas y después, ir al sofá a “estudiar” con el móvil al lado, porque hacerlo delante del ordenador, según sus palabras… le cansaba.
A María esa dejadez la ponía de los nervios, ella siempre había sido tan decidida y rutinaria para todo, odiaba cuando algo le quedaba sin hacer. En cambio, su hijo tan… tan… no sabía cómo calificarlo. “¡Esto es culpa de su padre, seguro!” pensó queriendo pagar su enfado con alguien más que con Javi.
—¿Ahí se vive bien? —le dijo mientras entraba en la sala recogiendo su desayuno. La miró y volvió a sus hojas, tenía el móvil con luz sobre su vientre, no estaba estudiando— ¿El cuarto? ¿Se hace solo?
—Voy en nada, esta página y ya hago la cama —contestó sin mucho entusiasmo.
—La cama, abre la persiana, tira esa basura llena de mocos, —clínex de semen para ser más exactos, pero María no lo iba a decir— la ropa que huela mal a lavar… ¿Sigo o te lo sabes?
—Te prometo que ahora voy. —eso olía a mentira.
María no pudo contener un bufido que trataba de ser una carcajada, aunque pareció más el sonido de una yegua rebuznando. Miró negando a su hijo y algo se le pasó por la cabeza. En un rayo de imaginación recordó todas las páginas porno con la que tenía el gusto de deleitarse. Sonrió de forma macabra, queriendo tirarle alguna pulla sobre todo ese contenido y quizá por la vergüenza que la hiciera caso, pero se serenó, solo dejando una pequeña frase.
—¿Sabes que debería hacer? —el joven no la miró, seguía con la vista fija en los papeles, no obstante, no movía los ojos— Voy a comprarme una porra. De policía, ¿eh? Nada de imitaciones. Real, de las negras que tienen madera por fuera y hierro por dentro, para cuando no me hagas caso, darte con ella. ¿Qué te parece?
En aquel preciso instante, en el que terminó de hablar, María contempló un milagro. Javi la observó detenidamente, apartando sus hojas de encima y se levantó del sofá, dejando todo allí, incluso el móvil. Pasó por donde estaba su madre sin ni siquiera mirarla, dejando un olor a semen y sudor que a María le hizo dar un paso disimulado alejándose de él. Era demasiado fuerte.
—Ya voy.
Fueron las dos únicas palabras que salieron de su boca mientras su madre le miraba tratando de contener la estupefacción que sentía. Parecía derrotado, vencido por una única frase que a María le había salido sin pensar. Y allí se quedó la mujer, con la boca abierta y escuchando los pasos de su pequeño, perdiéndose en la largura del pasillo.
María no se lo podía creer, se llevó la mano a la boca con los ojos abiertos como una lechuza en mitad de la noche. ¡Había vencido! Por primera vez había ganado a su hijo de forma clara. Solo había sido necesaria una alusión a la autoridad, nada más. Trató de ocultar su carcajada que se quería elevar por encima del sonido de la televisión y acabó por sentarse para tratar de calmar su euforia.
Al de un cuarto de hora, pasó algo temerosa por la habitación. Quizá su gran alegría ahora se convertiría en desesperación cuando viera que su hijo no había hecho nada. Sin embargo, menuda sorpresa cuando abrió la puerta y se encontró a Javi agachado bajo la cama sacando calcetines perdidos.
María se quedó parada en el umbral de la puerta, sin decir ni una palabra, ni tan siquiera querer respirar. Era como ver un fantasma o un cuerpo difunto levantarse de su tumba, algo tan imposible que por primera vez en su vida se preguntó si estaba despierta.
No sabía si entrar del todo o decir algo, cualquier movimiento pudiera romper ese halo de magia que cubría la mente de su pequeño. Al final, cuando el joven se levantó del suelo después de limpiar debajo de la cama, se decidió por decir algo.
—Muy bien… —no podía ocultar su asombro.
—Me falta el armario. —su tono era seco y casi avergonzado.
—No, no, no. —paró María a su hijo que afanosamente se encamina al armario para ordenarlo por completo— Tienes que estudiar, cielo.
Hubo un silencio, más por parte de María que por Javi. En su cabeza resonó una pregunta al haber escuchado semejante palabra cariñosa hacia su hijo. “¿Cuánto hacía que no le dedicaba una palabra amable?” No lo recordaba.
Pasó su mano con dulzura por el antebrazo del joven, sintiendo algo de humedad debido al sudor por tanta tarea mañanera y le añadió.
—Ya termino yo. Ponte a estudiar o… —no se creía lo que iba a decirle, pero tal vez su hijo se lo merecía— si te apetece, puedes descansar un poco.
—Mejor será estudiar, mañana tengo un examen y el viernes otro.
—Bien… muy bien. —no podía decir más, la expresión en su rostro tenía que ser un verdadero cuadro.
El joven se puso en el escritorio, abriendo de golpe un libro que contenía un buen puñado de papeles, mientras María cogía los calcetines desparejados que estaban sobre la cama.
Echó un vistazo rápido, estaba todo ordenado, más o menos de forma correcta, pero ¿qué se le podía pedir? Era su primera vez.
—Cariño, —qué raro sonaba en su boca, era como hablar otro lenguaje— te dejo mejor solo. Estudia mucho, ¿vale? —lo añadió en un tono dulce, conciliador, sin los gritos habituales. Una maravilla.
—Sí, mamá. Y, por favor, cierra la puerta.
María le hizo caso, arrimando la puerta mientras el joven se levantaba hacia la mesilla de noche y allí cogía algo. El sonido que la llegó a los oídos fue similar a un papel rasgándose. Supo al momento que su pequeño estaba cogiendo un trozo de papel de la caja de la mesilla, con toda seguridad para darse un momento de relajación y placer.
Por primera vez, no lo vio como algo asqueroso, sino como una situación normal. No la importaba, era de imaginar que en tales años la ebullición de sus hormonas le haría tener un ardor que ella apenas recordaba. “Que haga lo que quiera” se dijo María para acabar por añadir “se lo ha ganado”.
Anduvo la distancia que la separaba hasta la cocina, mirando extrañamente hacia atrás como si todavía estuviera soñando. No podía creerse que Javi… ¡Su Javi! La hubiera hecho caso a la primera, sin discutir y de manera tan eficiente. Solo por… decirle que le iba a dar con la porra policial.
Un extraño sentimiento afloró en ella, teniendo que agarrarse el pecho como si algo la estuviera oprimiendo desde dentro. No podía parar de sonreír y ya en la cocina, se dio cuenta de que el caso que le había hecho… esa posición de autoridad que había adquirido… la gustó. Tal vez, demasiado.
****
Toda aquella semana fue demasiado rara o, más bien, peculiar. Desde el día de la “porra” como ya lo llamaba María, Javier había estado totalmente servicial. Hacía su cama según se levantaba, desayunaba, estudiaba e incluso pedía permiso para salir.
No podía sentirse mejor, María había vuelto a sonreír a diario e incluso Manu le pregunto qué había pasado con el joven, porque no discutían. Únicamente tenía una respuesta para ello.
—Habrá madurado. —mientras ponía una sonrisa tonta que la hacía de lo más bella.
No era cierto y el poder de la porra era lo que había creado a un hijo del todo ordenado y responsable. Su madre estaba tan encantada que, sorpresivamente el sábado a la noche, mientras veía con su marido una película, un instinto sexual salvaje surgió de pronto.
Apenas lo hacían y la mujer ya se había acostumbrado, pero esa noche, con Javier lejos de casa, algo la picó entre sus piernas y despertó como un basilisco.
Se lanzó sobre su marido, dejando que este se quejase sin cambiar la media sonrisa que portaba. Lo empezó a besar, sintiendo el sabor de la cerveza en su paladar, al tiempo que el hombre no daba crédito a lo que pasaba.
Todo fue rápido, demasiado para María, que al de tres minutos de cabalgar a su hombre en el sofá, sintió como un cálido esperma la llenaba por dentro sin que llegara al orgasmo.
Manu pidió perdón, le había pillado todo por sorpresa, y María dijo que no pasaba nada. Sin embargo, sí que pasaba, el fuego no se había apagado y con la excusa del sueño, tuvo que apagarlo en su cama, con la cabeza sobre la almohada y las venas del cuello a punto de estallar.
No pensó en nada en particular, mucho menos en su marido. Sin embargo, sí que recordó la sensación que tuvo con su hijo, ese sentimiento de autoridad y de obediencia que hizo que su mano, después de un movimiento frenético sobre su sexo, se acabara llenando de jugo pringoso.
****
Las cosas no duran eternamente, y esta situación, no iba a ser la excepción. El lunes por la mañana, María no fue a la habitación de Javier y este se levantó sobre el mediodía. Pese a que la mujer se imaginaba que esto volvería a pasar, no esperaba que fuera tan pronto.
La rutina anterior al día de la porra volvió como si nada hubiera pasado. No hizo la cama, no abrió la ventana, ni siquiera desayunó, directamente se fue al sofá a tumbarse.
María no dijo nada y permitió que hiciera lo que quisiera, se había ganado un poco de manga ancha después de los días tan buenos. Sin embargo, aquello duró todo aquel lunes y a la noche, después de estar toda la tarde con sus amigos en la calle, María le abordó en la sala mientras Manu cenaba en la cocina.
—¿Vas bien con los exámenes? —usó el tono conciliador que esos días imperó en sus cuerdas vocales.
—Creo que sí, los de la semana pasada los bordé —“normal” pensó María imaginando una porra golpeando a su hijo— Esta semana me queda uno el viernes, es bastante complicado, no creo que lo apruebe.
—¿Por qué no? —preguntó sin dejar de mirarle y acomodándose en el sofá.
—No sé —resopló con algo de desidia— estoy muy cansado de tanto estudio. No me entra más.
—¿Qué dices? —por poco le sale una sonrisa al suponer que era una broma, pero no lo parecía— Si has tenido dos exámenes, no es para tanto. ¿Cuántos te quedan?
—Este y dos más, aunque a uno de ellos no sé si me presentaré.
María le miró con los ojos bien abiertos, meditando sobre si le había oído bien o no. Si no había entendido mal, su hijo no se iba a presentar a un examen porque estaba cansado y reposaba en el sofá. Recobrando su antigua personalidad y dejando a un lado el entendimiento a su hijo, le comentó.
—¡Ah! ¿No vas a hacer ese examen? —Javi trató de decir que no, pero no le dio tiempo— Lo vas a hacer y mañana mismo te pondrás a estudiar todo el día. ¿Qué es eso de no aprobar porque estás cansado? —se levantó para no seguir discutiendo y se encaminó hacia la cocina— ¡Como no estudies…! ¡Ya verás…!
No sabía muy bien lo que le haría, era una amenaza vacía, pero por algún motivo sintió que Javi la tomaba muy en serio. Tenía un rostro plano, mientras su pelo, de forma graciosa, apuntaba en picos hacia miles de lados, contrastaba con lo que estaría pensando.
María se tiró en la cama, después de pasar por la cocina y no responder a las preguntas de su marido sobre lo que pasaba. Tampoco indagó mucho más, se quedó a un lado de la conversación como siempre hacía, no quería recibir también un grito como su hijo.
Miró el móvil con calma, sin ningún objetivo en particular, al tiempo que reflexionaba sobre cómo hacer cambiar el parecer a su pequeño. Lo de la porra había calado en él, solo unos días, pero bueno, había sido un inicio.
¿Qué podía hacer para que Javi siguiera con la buena actitud durante más tiempo? Rebuscó en su cerebro, pero no se le ocurría más que decirle que le iba a esposar. Una tontería y según lo que le decía su lógica, el efecto sería tan breve como el de la porra.
Siguió oteando el móvil, alguna que otra amiga la había escrito en el grupo de yoga, pero no la hizo mucho caso. Sin embargo, viendo ese grupo, una idea rocambolesca colocada por la gracia del universo le apareció en la mente.
Era demasiado atrevida, no obstante, podría suponer tal shock para su hijo que igual cambiaba para un año entero o… para siempre. La idea había nacido después de pensar que tenía que comprar otro pantalón de yoga, el que tenía estaba viejo y alguna que otra mancha de a saber qué, no desaparecía.
Debía comprarse uno nuevo, no obstante, la última vez no encontró ninguno de color negro, solo de colores llamativos. Lo que dijo en aquel momento, mientras se dirigía a pagarlo, es que parecería que estaba disfrazada de payasa. Todavía tirada en la cama, una frase hizo acto de presencia en su cabeza, alumbrada con luces de neón para darle muchísimo más énfasis. “Como si fuera disfrazada”.
Fue con eso último que apareció una imagen muy nítida de ella. Estaba detrás de Javi, mientras este estudiaba sentado de manera afanosa en su escritorio, casi como un reo picando piedras en el patio.
Ella tenía una porra en una mano que mecía hasta golpear la otra de forma amenazante. Aunque no era solo eso, vestía un uniforme policial, uno intimidante que no permitía a Javier ni siquiera virar el cuello para mirarla.
La imagen de su hijo estudiando día y noche por miedo a las represalias abordó su mente como un germen que lo infectó todo. La idea estaba en marcha, exclusivamente tenía que comprobar que no era tan descabellada. Lo haría a la mañana, mientras su marido no estaba y si Javi se reía solo tenía que decirle que sabía que se masturbaba con policías. Con aquel argumento tan directo ganaría cualquier discusión y haría cerrar la boca a su pequeño.
Navegó un poco por internet, todos los disfraces que encontraba eran… demasiado subidos de todo y unos cuantos, excesivamente provocativos. María no tenía mal cuerpo, pero una cosa era vestirse de policía y otra de policía “sexy” como rezaba un anuncio.
Lo que tenía en mente era un uniforme más recatado, más acorde a la realidad, aunque parecía que no había nada similar y lo que se acercaba a lo que ella veía en las calles, era demasiado caro. Tampoco iba a gastarse un dineral en una cosa que no sabía si funcionaria, de no ser así, tan solo sería un trapo viejo oculto en el armario.
Se metió bajo las sabanas con la idea de probar. No tenía nada que perder, si no funcionaba solamente quedaría como una anécdota, le diría a su hijo que no sabía que más hacer para que centrase un poco la cabeza y ya. ¿Qué tenía que perder?
Así se durmió, con una sonrisa que no se borraba del rostro y un raro escozor dentro de su cuerpo que no podía calmarse ni aunque se rascase. Soñó con varias cosas, de las que ninguna recordaría a la mañana siguiente, sin embargo, durante la noche su vagina llegó a humedecerse.
****
Caminó bajo el sol de verano con descarada alegría. En su cara, sin saber muy bien el motivo, no podría borrar la sonrisa que tenía dibujada desde que amaneció. Había tenido una buena noche y con un sueño bastante satisfactorio que, lamentablemente, no recordaba.
Javier parecía que tenía la intención de hacer cosas, se había levantado pronto, al menos, eso era positivo. Aunque María, tampoco había perdido el tiempo en comprobar qué hacía su hijo, tenía otras cosas preparadas.
El nerviosismo la entró cuando atisbó a lo lejos la tienda de disfraces. Tampoco hacía nada malo, o eso se decía una y otra vez para borrar el temblor que emergía de su interior. Suspiró una vez delante de la puerta, echando una rápida ojeada y cuando la dependienta quedó liberada, entró para acudir directamente a ella.
—Buenos días. —la mujer entrada en años se contagió de su sonrisa— ¿La puedo ayudar?
—Buenas, sí. —se frotó el pantalón vaquero, queriendo hacer desaparecer esos nervios tontos que tenía encima— Eh… mire… buscaba un disfraz en concreto. He mirado por internet, pero no lo encuentro, no sé si me puede ayudar.
—Veamos si juntas lo encontramos. —la dulce mueca de la mujer, a María le recordó a la de su abuela y aquello, templó un poco su cuerpo— Dime, ¿qué es lo que en concreto estás buscando?
—Pues…
Por un momento se mantuvo en silencio con los ojos fijos en la mujer. La idea parecía del todo descabellada, estaba yendo a comprar un disfraz en mitad de verano sin ninguna festividad presente. Además, lo picante del disfraz podría hacer que aquella mujer pensara algo que no era lo correcto. Sin embargo, una frase emergió en su cerebro como si fuera un chasquido de dedos y le dijo con total naturalidad, “¿Qué más da lo que opine?”.
—Un disfraz. Bueno, eso es obvio. —sacó una sonrisa muy bonita que la dependienta volvió a copiar— Había pensado algo de… un disfraz de la autoridad… de policía…
—Entiendo. Creo que tengo alguno en la parte del fondo. —la mujer comenzó a andar y la hizo un gesto con la mano— Vamos a mirar, ven conmigo.
Recorriendo la tienda, que no era pequeña, llegaron hasta dos filas de disfraces colgados en perchas, una encima de otra. La mujer comenzó a rebuscar en una zona específica, asintiendo la cabeza justo cuando sacaba uno de los disfraces. Siguió buscando entre la montonera de ropa que pendía de una barra de metal y otros dos acabaron en sus manos.
—Estos son los tres que tengo para mujer. —echó un vistazo rápido y María sintió los ojos de la mujer recorriéndola el cuerpo— Creo que te van a sentar de maravilla.
En la puerta, el sonido de la campanilla advirtió a la dependienta que otro cliente había llegado. Se acercó a una mesilla de cristal cercana y los depositó en esta con sumo tacto, mirando después a María que estaba tensa como un cable de acero.
—No te preocupes, tienes tiempo. —la regente de la tienda era de lo más amable. Se dio la vuelta para mirar a la puerta y acabó de añadir— Voy a atender a esa chica, si necesitas otro disfraz o cualquier cosa me llamas. Te dejo sola para que puedas decidir.
María tenía delante de ella las opciones, y antes de que la mujer se alejase con pasos lentos y acolchados por unas cómodas zapatillas, ya tenía uno como elección principal. Era el más caro, pero también el más completo. El disfraz era que más se acercaba a la realidad, con un pantalón largo, un polo de manga corta y los demás accesorios básicos, era el idóneo, la viva representación de lo que imaginó en la cama.
Sin embargo, no quería precipitar su elección, por lo que ojeó los otros dos por mera curiosidad. Uno de ellos, directamente, lo volvió a colgar en la larga barra de metal, aislado con los demás disfraces a la espera de ser comprado. Era demasiado explícito, con una camisa de pocos botones que dejaba al aire el escote de forma directa y, una falda tan pegada como pequeña que más parecía un cinturón.
Puso atención en el otro que tenía, no lo quería descartar con tanta rapidez. Parecía más moderado, un vestido de color azul marino algo ceñido, tenía una cremallera que podía abrirse hasta el pecho y terminaba en una falda plisada que, por lo menos, la cubría los muslos. La modelo que posaba en la foto de la esquina superior derecha, se veía realmente sensual, pero también poderosa y autoritaria. Tenía un cinturón pegado que portaba tanto la porra, como las esposas, además de una pistola que enseñaba amenazante.
Cogió los dos en el aire, mirándolos detenidamente y cedió a unos impulsos que nacían dentro de su alma y que, desde la noche anterior, no podía detener. Colgó de nuevo en la barra uno de los disfraces que la amable dependienta le había sacado y caminó por la tienda con el otro en la mano.
No levantó el rostro y esperó paciente a que la mujer la atendiese para cobrarle el nuevo disfraz que iría directamente a su casa. María no podía dejar de mirar la foto de la esquina superior, meditando sobre porque había elegido ese… el más sexi de los dos.
Por supuesto, buscó excusas en su mente, el precio era menor y, para usar una vez o ninguna… no iba a gastar una burrada. Aunque se acabó riendo de sí misma, sobre todo en el camino de vuelta, después de que la agradable mujer la deleitaría con una pícara mirada.
A cada paso que daba miraba la bolsa, mientras el sol de verano la picaba en la piel como un enjambre de mosquitos sedientos. Ese pequeño trozo de plástico la pesaba y apenas quería que nadie la viera con ello en la mano, lo agarró con fuerza, como si dentro tuviera un millón de euros y trató de darse una última excusa.
—La gorra es mucho más bonita… —murmuró con una carcajada contenida en su garganta. Malas excusas que ocultaban la verdad, quería verse tan espléndida como la modelo de la foto.
****
El día de la compra pasó por completo y también el posterior en el que María miró por más de diez veces su armario pensando en lo que hacer. Pero al día que siguió a esos dos… la mujer la se encontraba en el baño, con el atuendo en la mano y una pequeña intranquilidad que no le dejaba ponérselo. El plan del día anterior era el mismo que este, la única diferencia era que hoy, al menos, lo había podido sacar del armario.
Sin embargo, se levantó con unas ganas diferentes y con una intención muy profunda por poner firme a su hijo y, ¿quién mejor para hacerlo que una agente de la autoridad?
Javi todavía estaba dormido y Manu hacía unos cuantos minutos que se fue por la puerta directo al trabajo. El “NO” imperaba en su cabeza, pero con el recuerdo fijo de la actitud de su hijo después del “momento porra”, la valentía aumentó. Se comenzó a convencer a ella misma, lo hacía por su hijo, esto era bueno para él, pero ¿ella tenía algo que ver?
Para la mujer solo era un juego, un leve e inocente juego del cual no pensaba sacar nada más que buenas notas para el joven. Se comenzó a quitar el pijama, viendo que las clases de yoga parecían hacer un gran efecto en su cuerpo. La piel estaba tersa, flácida en algún que otro punto como los codos, no obstante, eso era imposible de evitar. Pese a eso, estaba casi como en la adolescencia, no pasaba el tiempo por ella, más que esos mínimos “colgajos” y alguna arruga que ya se marcaba alrededor de sus ojos.
Se metió el vestido por las piernas, subiéndolo con lentitud y sin dejar de mirarse en el espejo, la figura que se reflejaba la estaba encantando. Todo se pegó a las mil maravillas y después de meter ambos brazos, subió la cremallera para tapar su escote.
Viró su cuerpo noventa grados, quedándose de lado con respecto al espejo para completar la silueta que, de perfil, se vio perfecta. El disfraz era una segunda piel, sin ninguna arruga que lo estropease y… la tela era tan fina que al estirar su torso, pudo percibir sus costillas.
Como se imaginó por la foto del paquete, la falda sí que le tapaba la mitad de los muslos, con la del otro disfraz, hubiera ido enseñando sus bragas, mejor así. Iba más… recatada.
De pronto, en medio del silencio del baño, con la luz de encima del cristal del lavabo iluminando su figura, un pensamiento repentino la inundó. La frase era clara, junto con ese vestido, el cual enseñaba mucho, su parte más ardiente le dijo “igual a Javi le gusta mirar un poco”.
Aquello no… no estaba bien. Era todo por el bien de Javi, por su disciplina, no para su gusto, pero… pensando en que “momentos” veía su hijo a las mujeres vestidas de policía, dudó. Tal vez la gustase verla así, igual le… ponía… esa idea se asentó en la mente de la madre, que seguía negándola una y otra vez. Sin embargo, esta vez no era ella… eso era cierto… con ese disfraz no era María, sino la agente especial Bermúdez.
—Me debería hacer una placa con mi apellido… —soltó de pronto con una sonrisa sin dejar de contemplarse en el espejo.
Ya bastaba de suposiciones estúpidas, el juego era por y para Javier, no para ella. Por lo que con los labios apretados y llenos de decisión, cogió el coletero de su muñeca y se recogió la cabellera morena en una fuerte coleta.
La melena aprisionada colgaba hasta su nuca de forma tensa, girando el cuello en dos ocasiones para ver como bailaba tras su cabeza. Lo siguiente fue colocarse el cinturón, que le estrechaba el disfraz encina de las caderas, dejándola una figura de escándalo. María se dio cuenta y cualquiera que la hubiera visto opinaría lo mismo.
—¡Joder…! —la palabra se le escapó del alma en apenas un susurro, pero es que era cierto— ¡Estoy muy buena…!
Se estaba poniendo demasiado nerviosa, todo el plan quizá era un poco desproporcionado. Con una nueva charla como en el pasado o una nueva mención a un atributo policía, podrían funcionar, al menos, durante un tiempo.
Sin embargo, a María le venía a la mente la idea de que su hijo aprobase todo y además con nota, como era capaz de hacerlo, pero que su vagancia no permitía. Hubo un último atisbo de duda, no obstante, al recordar de manera voluntaria como su pequeño le decía que no se presentaría al examen, fue el empujón clave que necesitaba.
Se puso unas botas de color negro que eran de su propiedad y que le venían como anillo al dedo a su nuevo atuendo. Una vez bien atadas se volvió a alzar en medio del baño, con la cabeza sin ninguna otra cosa que la imagen de Javi diciendo que igual no se presentaba, era su combustible para ayudarla con el objetivo que tenía en mente.
Cogió la gorra con ganas, enfundándosela por encima de la coleta y después, añadió unas gafas de estilo aviador que tenía desde hacía años. Era el toque final y cuando vio el mundo a través del color de sus lentes, no se podía ver más perfecta.
—Vamos… —se dio los últimos ánimos para que la mano le dejase de temblar— No eres María, ni su madre. Eres la agente Bermúdez que necesita poner en cintura a un maleante. Métete en tu papel o esto va a ser el mayor ridículo de tu vida. —volvió a mirarse en el espejo, si Manu la viera de esa guisa… no la daría tregua en mucho tiempo. Eso era bueno, el disfraz tendría un segundo uso— Igual me he pasado.
Recorrió la fina tela con sus dedos, podía notar su piel vibrando de la emoción. Estaba exaltada por lo que iba a hacer, sin saber muy bien si era por lo raro de la situación o por… la propia excitación.
Resopló con fuerza delante del espejo y salió del baño con una decisión como nunca antes. Tenía todo el equipo listo, vestido (con su placa y logos), cinturón con esposa y porra, gorra, gafas, botas y… unas ganas de lucirse por completo que no eran normales.
Anduvo por el pasillo con fuertes pisadas, como si se tratase de un desfile y ella fuera la que marcara el paso. Llegó hasta la puerta de su hijo y teniendo un leve instante de duda, detuvo la mano a unos milímetros del pomo. No era tiempo de dudar, el personaje que se había cultivado en su interior había tomado el mando de su cuerpo y con fuerza entró en el cuarto de su hijo.
Todo estaba oscuro, apenas unas líneas de luz entraban por las rendijas de las persianas que dibujaban extraños rectángulos en la alfombra. Javier estaba dormido, siempre lo estaba y aquello calentó más a una mujer que ya venía con un enfado preparado.
Dio zancadas poderosas, que resonaron en la habitación debido al peso de las botas. Con gran fuerza y sin reparar en el bienestar de la ventana, alzó la persiana dejando que el caluroso sol de verano inundase la habitación. Javier se despertó de golpe, aunque más bien, se tapó con la manta para que el sol no le desintegrara al igual que a un vampiro.
—¡Despierta! —gritó con la autoritaria voz que parecía concederle aquel disfraz.
Javi apenas reaccionó, solo se hizo una bola en la cama, totalmente cubierto por las sabanas, debajo de las cuales, se creía a salvo. Para nada iba a escapar de la agente especial Bermúdez, su especialidad eran los chicos díscolos y este no era más singular que los otros. Con gesto torcido y los mismos pasos sonoros que al entrar se colocó al lado de la cama.
Dio un fuerte tirón, hasta tal punto que si Javier las hubiera tenido aferradas con más ganas se hubieran desgarrado a la mitad. No fue el caso y la tela voló como un fantasma por encima de la cabeza de María hasta caer en un rincón al que nadie le importaba.
Javier estaba con su calzoncillo, colocado en posición fetal y tratando de volver a dormir o, al menos, simulándolo. María no quería que la engañara, sacó su porra del cinturón, meciéndola en su mano y obviando ese fuerte olor que de seguro nacía en el calzoncillo de su hijo. Un sentimiento fuerte, de poder… que nunca antes probó recorrió su alma, aunque también, una excitación que la abrasaba.
Levantó tras su cabeza el trozo de plástico, tenía cierta dureza y podía hacer daño a alguien si se lo proponía. María, o más bien la agente Bermúdez, después de alzar la porra en el aire, justo en el momento que la empezó a bajar, esperó provocarle un leve dolor a su hijo.
Le golpeó con fuerza en el muslo, emitiendo un sonido de choque que rápido se colapsó por el quejido de Javier, que abrió los ojos con una estupefacción completa sin tener ni idead de lo que estaba ocurriendo.
No le dio tiempo a asimilar por qué su madre la había golpeado, cuando se sentó en su cama y vio a María, no dio crédito. La sorpresa era tal que reptó por encima del colchón, escapando de esa figura que le era desconocida hasta que sin encontrar más donde apoyarse, cayó al suelo de forma torpe.
María en ese segundo que su hijo se encontraba con la cabeza en el suelo y las piernas en el aire tratando de levantarse, se llevó una mano a la boca de manera coqueta y evitó reírse.
—¡Vamos, sabandija! ¡Levántate ahora mismo! ¡No me hagas perder el tiempo! —exigía la progenitora en un tono alto.
A Javier le costó reconocer la voz de su madre, no era su grito habitual, parecía más cargado de autoridad real que, además, parecía incontestable.
—¿¡Qué haces, mamá!? —en su voz hubo duda y un leve carraspeo debido al levantamiento tan brutal. Pero María, recibió algo con agrado, porque también tenía un tono de… respeto.
—¿Mamá? ¿Acabas de llamar mamá? —su enfado fingido estaba siendo digno de un Óscar— ¡Cómo te atreves a llamarme así! ¡Soy la autoridad! —golpeó con fuerza la cama logrando un sonido amortiguado— ¡Ahora mismo, haz la cama! O si no… ¡Prepárate para las consecuencias!
Javier se puso de pie con la agilidad de la juventud. En un lado de la cama, estaba María vestida de policía y, al otro lado, su hijo con calzoncillos y un gesto de sorpresa que no le dejaba cerrar la boca.
Hubo dos segundos de duda, nadie dijo nada, el silencio lo inundó todo como el sol de verano al subir la persiana. Era el momento que se decidiría todo, si María podría seguir con aquello o no. Javier no sabía qué hacer, solo esperaba acontecimientos, el shock de la mañana había sido demasiado duro. La madre se dio cuenta de que su hijo iba a mover los labios, seguramente pondría un nuevo impedimento a todo aquello, debía detenerle, ese era su nuevo oficio.
Con rapidez y fuerza volvió a golpear la cama, haciendo que las sabanas se levantaran del colchón y que su hijo cerrara esa boca de vago que estaba empezando a abrir. Incluso se alegró cuando le vio dar un paso atrás.
—¿¡No tienes odios, jovencito!? ¡La cama…! ¡YA!
Otro segundo de duda, pero que se solucionó más rápido de lo esperado. Con gesto impaciente, Javier se agachó, comenzando a meter la bajera por su lugar y buscando las sabanas sin poder levantar la cabeza para mirar a su madre.
La cama estuvo hecha en un periquete y el poder que parecía ir creciendo en su interior, la hacía esbozar una sonrisa.
—Hazte el desayuno y luego ven a estudiar, estaré esperando. —su hijo escapó por la puerta obediente, aunque justo en el umbral, la voz de su madre le detuvo— ¡Si tardas…! —le apuntó con la porra y Javier tragó saliva— ¡Prepárate…!
No tardó, ¡vaya si no tardó! En menos de cinco minutos se preparó él solo el desayuno y se lo tomó a la carrera. María esperó sentada en la cama recién hecha, con las piernas cruzadas y los muslos medio desnudos, gozando de la sensación por la obediencia de su vástago.