Mi Abuelo el Campesino

heranlu

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Mi abuelo es campesino y pícaro, lo que se dice “un viejito verde”, que me enseñó a manejar el tractor sentada encima de él para conducirlo; allí él aprovechaba para acariciarme las piernas y hasta a veces lo hacía con mis senos. Nunca le dije nada porque en el fondo eso también me gustaba, hasta me ponía un short corto para sentir sus caricias directamente sobre mi piel. Pero, aparte de esos toqueteos o de algunas otras caricias como al descuido, nunca había osado ir más lejos. Esos recuerdos me perseguían y excitaban, fue hasta que un día decidí que sería yo quien lo empujaría para ir más allá de sus manoseos.

Mamá preparó todas las cosas y nos fuimos a pasar el primer día del año al campo como era nuestra costumbre y, cuando íbamos en el auto por la ruta, yo iba leyendo un relato de incesto que me excitaba bastante. En realidad, lo que más me excitaba era lo que yo misma me había propuesto y que me venía imaginando desde hacía un tiempo atrás. Yo deseaba llegar rápido al campo para ver a mi abuelo.

Mi abuelo era cariñoso, pero debo reconocerlo que es un campesino brusco, hosco y bruto, medio flaco, alto y sus manos enormes parecían tenazas, que cuando tendía la mano te las estrujaba y te dejaba silbando de dolor. Recuerdo cuando entramos al campo, yo ya estaba exaltada, invadida por la lujuria de mis pensamientos, ansiosa y totalmente excitada.

Mi mamá estacionó nuestro auto debajo del árbol y al primero que vimos aparecer fue al abuelo que sonreía de vernos llegar. Después aparecieron mi tío y mi tía. Bajé del auto contenta y abracé con fuerza a mi abuelo que no veía desde hacía dos años, porque yo me había instalado en España. El respondió ese abrazo pegándome contra su cuerpo y me cerró tan fuerte que casi me rompió las costillas. Pero era esa brusquedad que tanto extrañaba y me excitaba.

Yo me había propuesto seducirlo desde el primer minuto y así comencé a hacerlo. Nos quedamos todos parados en la puerta de la casa y mi abuelo dijo que estaba muy linda, y todos estuvieron de acuerdo que mis 27 años me venían muy bien, inclusive mi madre asintió con una sonrisa. Enseguida preparamos la mesa para el almuerzo porque ya era mediodía pasado.

Mi abuelo se comportaba como siempre, me miraba con deseos y yo aproveché eso para acercarme muchas veces a él en forma de abrazos, de palmadas en la espalda y hasta usé una sonrisa seductora que lo desconcertaba un poco, y como siempre me senté a su lado. Yo pensaba en ese juego que me había propuesto con él y mis ansias aumentaban. Mi deseo sexual crecía a cada minuto, con solo imaginarme que iba a provocarlo hasta que él me deseara desesperadamente; entonces apoyaba mi pierna contras la suya, otras veces lo abrazaba refregando mis senos contra su cuerpo.

Cuando terminamos de comer, todos decidieron irse a dormir la siesta, inclusive mi abuelo. Le pedí que si veía que yo dormía mucho y mi mamá ya se había levantado, que fuera a despertarme. El asintió con la cabeza y se fue a su dormitorio. Yo tenía puestos un pantalón blanco con la cintura baja, una remera escotada color turquesa y debajo, una malla de baño de muchos colores. Antes de acostarme me saqué los pantalones y me quedé con la bombacha de la malla de baño y la remera, y así me fui a dormir.

A las 6 de la tarde él abrió la puerta del dormitorio y me miró desde allí con una sonrisa. Yo me senté en la cama, lo invité a pasar y le hice un lugar al lado mío para que también se sentara. Mi abuelo se sentó casi recostado en la cama y me hizo algunas preguntas, sobre mi viaje a España mientras me miraba las piernas y yo le aclaré que lo que tenía puesto era una malla.

Él hablaba y me miraba, y yo mostraba mis piernas completamente porque no tenía ninguna sábana que las cubriera. Pero no se animó a tocarme, ni siquiera como lo había hecho muchas veces casi al descuido y cuando dijo “Bueno, vamos a tomar unos mates”, para provocarlo más salté de la cama y delante suyo me puse el pantalón. El parecía un poco sorprendido de mi osadía, pero me miraba con deseos que ya no podía ocultar y yo disfrutaba de eso, quería lograr que él se abalanzara contra mí en cualquier momento, sin poder controlarlo y seguí toda la tarde con ese objetivo.

Después de tomar mates, traje mis fotos de España para mostrárselas. Yo me ubiqué frente suyo y tirada sobre la mesa, dejándole ver bien mis senos, le iba explicando cada foto. El tiernamente me tocó la cabeza como lo hacen los abuelos y me dijo que estaba contento que no me había olvidado de ellos y de que siga yendo a visitarlos cuando iba de vacaciones a la Argentina.

Luego fuimos al galpón donde guardaban los tractores y cada vez que me agachaba o me inclinaba él podía ver mis senos y se lo hacía cada cinco minutos. Entonces recordó cuando yo era chica y manejaba el tractor: “Eras un peligro” dijo. Entonces le dije: “Nooo, yo manejaba bien, además fuiste vos el que me enseñó a manejar!, ¿te acordás? yo iba sentada con vos en el asiento. Al final vos no me tenías fe”. Allí él respondió: “Si, como que no, mira ahora, te tomas esos aviones grandísimos y te vas a Europa. ¡Cómo no te voy a tener fe!” y reímos de eso.

De pronto, señalando mis tetas preguntó si me las había hecho reducir, a lo que le dije que no, que estaban como siempre; luego preguntó si estaba sola, si no tenía algún “candidato”. También respondí que no, que debería estar fea porque nadie me miraba desde que había vuelto de viaje. Entonces le pregunté: “y vos, que sos mi abuelo ¿qué opinas?, ¿no estoy linda?” y él solo atinó a decir : “ojalá yo tuviera 10 como vos” a lo que respondí : “¡Ehh, con una es suficiente!” Después retornamos donde estaba la familia, ya había transcurrido toda la tarde y mi tía y mi madre preparaban la cena.

Durante todo el día me había sentido excitada y mientras más pensaba en su rudeza, mientras más pensaba en sus antiguos manoseos sobre mi cuerpo, mientras más pensaba en lo prohibido de mis ideas incestuosas, más sentía en mi cuerpo la invasión del deseo y de una lujuria libidinosa, que hasta podría haber llegado a tener un orgasmo solo con mis pensamientos de endogamia.

Pensé que si no pasaba nada con mi abuelo, me iría al baño a masturbarme, porque ya no lo soportaría. Entonces me levanté de la mesa con la excusa de ver el cielo que estaba todo estrellado. Un minuto más tarde mi abuelo me seguía y yo comencé a caminar hacia el parque comentando lo linda que estaba la noche. El venía a mi costado y le propuse que siguiéramos caminando por el camino que entra al campo.

Era una noche espléndida, con una luna llena que parecía un farol y que nos permitía ver bien por donde caminábamos. Mi abuelo puso su brazo sobre mi espalda y yo le tomé la mano como para que no me soltara. El habló de lo lindo que sería tener una mujer para llevarla abrazada así, y le respondí que sí, seguramente, pero no una nieta sino una mujer, y también nos reímos de eso.

Luego le pregunté si le gustaría tener una mujer en su cama y respondió que si, que le gustaría mucho. Así llegamos hasta la tranquera y ahí nos quedamos parados frente a frente. Yo hice otra broma, riéndome le pregunté: ” ¿ y vos te lo aguantarías con tus 75 años?” y él respondió rápido: ” ¡Claro!… Yo estoy de diez” y volvimos a reír de eso.

De pronto se hizo un silencio entre nosotros, mi abuelo me había tomado de las manos y me miraba fijo a los ojos. Yo pensaba decirle que podía usar mi cuerpo para cumplir su deseo de tocar una mujer, pero no hizo falta. El volvió a hablar del tamaño de mis senos mientras los tocaba sobre mi remera con sus dos manos.

Esa noche me había vestido de manera de gustarle. Llevaba un bermudas corto que dejaba ver bien mis piernas y una remera con breteles color piel adherida al cuerpo, sin corpiño. La noche estaba fresca y mis pezones se marcaban a través de la remera. Mi abuelo tocó el contorno de mi cintura varias veces con sus manos subiendo y bajando, después tomando los breteles de la remera los dejó caer mientras me preguntaba si hacía toples; le dije que no, pero que en España sí se hacía toples. Entonces preguntó “¿así?” y bajó mi remera dejando mis senos al aire.

Yo me quedé callada y dejé que mirara y tocara mis senos. El los apretaba con sus manos como quien toma dos pomelos, pero no acariciaba mis pezones como yo hubiera querido. Después me abrazó apoyando mis senos contra su pecho. Me abrazó tomándome por la cintura y allí sentí su sexo erguido y duro apoyado sobre mi pelvis. Yo respondí ese abrazo con una mano tomándolo por la espalda, sintiendo su respiración cerca de mi oído.

Pero eso no era suficiente para lo que me había imaginado y poder calmar mi excitación porque estaba sedienta de placer, y humedecí mis dedos y yo misma me toqué los pezones dándome pequeños pellizcos. El me preguntó si podía tocarme la vagina y le respondí que si. Enseguida quiso meter su mano por mi pantalón, pero como estaba prendido no podía, entonces yo lo desabroché y él pudo meter su mano para tocar mi cola, un poco mi clítoris y terminó metiendo su dedo en mi vagina con cuidado, casi como un chico que recién tiene su primera relación sexual y está temeroso.

Mi pantalón y mi bombacha se cayeron al piso, quedando agarrados entre mis pies. Yo estaba desnuda, al aire libre, en el medio del camino, mi remera estaba enrollada en mi estómago y mis senos también al aire. Era una sensación exquisita la que recibía mi cuerpo en esas condiciones y en ese momento.

El metió su dedo áspero y casi deformado por la artrosis en mi vagina como si estuviera penetrándome, apenas rozando mi clítoris. Mi abuelo dijo que él estaba como virgen porque hacía 40 años que no hacía eso con una mujer y seguía con su mano torpe y desordenadamente hurgando mi vagina. Entonces sacó su sexo del pantalón y dijo: “Mira, mira si no estoy bien todavía, tócalo” y me ofreció su pene para que lo tocara y lo masturbara.

Allí me sorprendí, porque esperaba encontrar un sexo flojo y dormido, pero me encontré con un sexo joven, erecto, duro, largo y grande, parecía la pija de un hombre joven. Entonces lo masturbé mientras él hacía los movimientos típicos de una penetración. Yo tomé su sexo con toda mi mano y lo sostuve haciendo movimientos de arriba hacia abajo, pero mi abuelo se movía tanto que yo no podía hacerlo bien y eso tampoco terminaba por satisfacerlo.

Me dio vueltas y me puso de espaldas, apoyando su sexo sobre la raya de mi cola ¡Qué sensación hermosa fue eso!… una especie de cosquilleo sentía por todo el cuerpo produciéndome pequeños espasmos; así tocó un poco mi panza, acarició torpemente mis senos y mi vagina, pero estaba preocupado con su propia excitación y no sabía tocarme. Yo pensé que así no tendría nunca mi orgasmo y le expliqué como tocarme para producirme placer, yo también pretendía disfrutar de ese acto. Él quería abrirme la cola para penetrarme por la vagina, y lo dejé jugar con su sexo entre mis nalgas y me apoyé más contra él.

Mi abuelo volvió a darme vuelta ubicándome de frente, siempre haciendo movimientos como simulando una penetración, y yo lo masturbaba con mis manos. Después nuevamente me dio vuelta y me pidió que le permitiera penetrarme, él me decía: “Déjame mojarlo un poquito y eyaculo, déjame meterlo un poquito y lo saco”. Entonces me incliné apoyándome sobre la tranquera, levantando mi cola para que pudiera penetrarme.

Le mostraba mi cola abierta abriendo mis piernas en compás. Mi abuelo desde detrás mío quiso penetrarme, pero no podía hacerlo, su sexo estaba erecto, pero sin consistencia. Yo traté de ayudarlo con mis manos por debajo de mis piernas, también sin éxito. Ante la imposibilidad de que su verga entrara en mi vagina él volvió a meter su dedo bien adentro; luego metió dos dedos juntos y eso me excitó enormemente porque sus dedos eran largos y parecían lijas de ásperos que eran.

El movía sus dedos entrando y saliendo de mi vagina con fuerza, como si tuviera rabia por no poder penetrarme con su sexo, allí yo friccioné mi clítoris y sentía que mi orgasmo podía venir de un momento a otro. Yo gemía de placer y eso excitaba a mi abuelo, también sentía su respiración agitada. Pero el sacó sus dedos repentinamente de mi vagina y quiso volver a meter su pene sin poder hacerlo de nuevo, entonces abandonó y dijo: “bueno, no importa, por lo menos te toqué un poco”. Sin embargo, yo no quería abandonar y me quedé en esa posición pidiéndole que continuara, entonces él preguntó: “¿eso te excita?” y ya sin recado le respondí que sí.

En ese momento no me sentía ya su nieta, yo era una mujer sedienta de regocijos que buscaba complacer mis instintos más vehementes. Todo mi cuerpo pedía una penetración del sexo que él no podía darme y con bronca le grité: “¡méteme el dedo en el culo!” y metió su dedo en mi cola con miedo de hacerme mal, por eso le volví a decir ” ¡Todo el dedo, por favor abuelo, todo el dedo!”. Su dedo entró seco en mi ano hurgando el interior de mi vientre, apenas lubricado por mi propia excitación, pero era una sensación deliciosa que yo misma aumentaba tocándome el clítoris, y en esa conjunción de movimientos, yo sentí que podía llegar un orgasmo.

Yo ya me imaginaba gritando el placer de la amazona que triunfaba delante de su rival macho. Pero mi abuelo no quiso seguir y dijo: “¡bueno, basta!” y sacó su dedo de mi cola. Mi placer de nuevo se volaba y perdía el orgasmo que estaba naciendo desde el interior de mi cuerpo y me quedé con bronca, desilusionada, pero no podía obligar a mi abuelo a seguir tocándome, era la segunda vez que abandonaba.

Sin embargo, como lo vi todavía excitado me dio pena. Le pregunté si quería que lo ayudara a eyacular y, sin esperar su respuesta, bajé hasta su sexo y lo metí en mi boca para chuparlo, succionando su pene al mismo tiempo que tocaba sus testículos con mi mano izquierda y con la derecha lo masturbaba. Era un pene grande y largo y su glande estaba hinchada, pero a pesar que lo masturbaba y lo chupaba al mismo tiempo, no lograba endurecerse como para permitirle una penetración.

Continué hacerlo metiéndomelo todo en la boca, con movimientos suaves de adentro hacia afuera, de afuera hacia adentro, hasta que él dijo que ya estaba bien. El agarró su sexo con su mano y se masturbó un poco solo y dijo: “tendría que escupirlo”, le respondí “si” creyendo que hablaba de eyacular, pero él escupió entre sus dedos y tocó su sexo, luego lo metió de nuevo en su pantalón y satisfecho dijo: “me lo guardo para esta noche”, haciendo referencia a que se masturbaría después al acostarse.

Yo me vestí y él arregló su pantalón. Después le dije que no contara nada a nadie de todo eso, y casi riéndome: agregué “es el favor de una nieta al abuelo” y él dijo: “Siii, nunca en mi vida me voy a olvidar de esto”. Cuando regresábamos a la casa comentó :”Hoy no vas a tener que tomar la pastilla” a lo que le respondí, “pero yo tomo siempre pastillas”. Él se sorprendió : “¡Ah mierda, entonces quiere decir que lo haces a cada rato!”.

Yo me tenté de la risa y le expliqué “No abuelo, las pastillas se toman siempre, lo hagas o no, es un tratamiento”. Entonces él dijo, “¡No sabía, pensaba que tomabas una el día que lo hacías!”. Después me preguntó qué otras cosas se podían hacer, y le aclaré que yo tampoco sabía tantas cosas.

Al día siguiente, en el momento que estábamos ya por regresar con mi mamá, me preguntó si volvería al campo antes de irme de viaje y le respondí que no, que tenía mucho por hacer y que no tendría tiempo de volver.
 

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Me desperté mil veces mientras dormía y a la mañana, cuando me levanté, me miré al espejo y sonreí pensando que podía ser un buen día. No estaba dispuesta a regresar a Europa con un fracaso. Además, las imágenes que tenía de lo sucedido en la tranquera con mi abuelo, en vez de atenuar mis fantasías y la ebullición de mi sangre, mis deseos se habían agrandado y todo mi cuerpo me solicitaba concluir bien lo que había allí comenzado. Era un cosquilleo permanente entre mis piernas lo que estaba sintiendo y por eso le dije a mi madre que antes de retornar a España me gustaría saludar de nuevo al abuelo y a los tíos.

Cuando íbamos en el auto con mi madre, yo sentía mi vagina caliente y me daba cuenta que mis pensamientos danzaban enloquecidos de excitación. Lo que podía pasar con mi abuelo era la idea que me ponía en ese estado. Yo deseaba que todo transcurriera bien, pero estaba un poco nerviosa, la idea de la familia en la casa esta vez me daba miedo, porque si se enteraban, el escándalo que se armaría sería monumental. Sin embargo, era esa sensación con el peligro, de temor y de estar transgrediendo las reglas sociales aumentaban mi adrenalina y mis deseos sexuales casi como una obsesión.

Mi abuelo no era muy discreto y varias veces tuve que hacerle señas de que hablara más bajo, porque desde que me vio llegar comenzó a excitarse con mi presencia, daba vueltas por toda la casa, me miraba todo el tiempo y me hablaba de él, de todo estos días que había pensado en mí, en lo que había pasado y, hasta me dijo en la cocina: “Me acuerdo de ese chupón que me diste” y aproveché para decirle que debía buscarse una novia. El movía sus manos nervioso, me tocaba la cabeza y los brazos, y de a ratos se perdía en la casa, en las habitaciones o por el jardín, como si no soportara mi presencia en el campo o eso lo alterara demasiado.

Así pasó toda la mañana, yo aproveché para charlar con la familia y tomar mates con facturas. A las 12 horas ya estábamos comiendo un asado y yo me ocupaba de servir la comida, como lo había hecho siempre desde chica, también me ocupaba de servirles el postre a todos. Pero cuando le servía a mi abuelo, yo lo miraba y le hacía una sonrisa y él se inquietaba. Él estaba sentado frente mío y yo disfrutaba con eso, casi me divertía de verlo cuando lo rozaba con mi mano expresamente.

Cuando terminamos de comer ayudé a levantar la mesa, sabía que mi abuelo vendría detrás mío como lo había hecho toda la mañana y así fue. Entramos a la casa hablando de un pullover que tenía puesto y que yo le había dicho que le quedaba lindo. El aire era raro entre nosotros, los dos ya sabíamos que nos esperaba algo más ese día, y cuando volvimos al comedor, le pregunté si se iría a dormir la siesta.

El me respondió que si, que se acostaría un ratito, entonces aproveché para decirle que traía algo para él y metí la mano en el bolsillo de mi pantalón sacando una pastilla azul de viagra. El me miró sorprendido y dijo: “Esa es la pastilla que dicen…” entonces le dije, “Si ¿queres tomarla? ¡Te dará energías!” y el asintió rápido con la cabeza. Pero antes habíamos estado hablando de los medicamentos que tomaba habitualmente porque yo quería asegurarme que no tuviera problemas de corazón.

El me habló de su presión arterial y que estaba muy bien desde siempre. Mi abuelo se tomó la pastilla con una botella de agua fría que sacó de la heladera, se lo veía entusiasmado y hasta me hizo reír porque la daba vueltas en la boca, la mordía y no la tragaba, y tuve que decirle : “¡Pero trágala de una vez o te hará efecto en la lengua!” y así la tragó. Yo estaba tentada de la risa.

El calor era muy fuerte y todos se fueron hacer la siesta, salvo yo que me senté debajo de la parra para leer un relato sobre incesto que me agradaba mucho, humedeciendo siempre mi vagina , pero no tuve que esperar demasiado mi abuelo había ya terminado su siesta y venia caminado en mi dirección. Estaba bien peinado y con una camisa a cuadros, parecía que se iba a una fiesta; entonces le dije: “¿Y abuelo, vamos a caminar o no?”

Íbamos caminando cuando me dijo preocupado que estaba nervioso porque la pastilla no le había hecho efecto; entonces le expliqué que se quedara tranquilo, que la pastilla actuaba en el momento en que él lo necesitara y cuando estuviera bien excitado vería sus efectos. Eso lo calmó.

El me llevaba tomada del brazo y me preguntó si no tenía algún pretendiente en el pueblo y le dije bromeando: “¡Noo para qué si dentro de tres días me voy y lo tengo que dejar!” Y nos reímos por eso. Luego dimos media vuelta y volvimos sobre nuestros pasos cuando le dije: “¡Abuelo, en el medio del camino no podremos probar tu pastilla!” y él dijo que estaba buscando el lugar, y yo le sugerí que fuéramos al galpón donde guardaban ellos los tractores y las herramientas.

Entramos al galpón, cerramos el portón y nos dirigimos directamente al fondo hasta atrás de último tractor. Allí mi abuelo se paró frente mío y me quitó la campera que colgamos sobre una herramientas contra la pared. Me tomó la cara con sus manos, sonrió y me dio un beso en la mejilla izquierda y después en la derecha, yo lo único que no quería era que me besara en la boca y no lo intentó. El me abrazó contra su cuerpo y yo le respondí con mi brazo derecho por la espalda, mientras comenzaba a sentir su sexo duro sobre mi vientre cuando me apretaba. Enseguida comenzó a tocarme el cuerpo, levantó mi pullover y me acariciaba desordenadamente, como lo había hecho la primera vez.

Yo le pedí que se calmara, que de esa manera podríamos disfrutar más de ese momento. Tuve que repetirle varias veces que lo tomara con calma porque estaba muy nervioso desde la mañana. De todas maneras, se mostró cuidadoso con lo que yo iba diciéndole, como un chico obediente. Le expliqué que teníamos tiempo, que todos dormían la siesta y que no saldrían hasta que el sol no aflojara.

Intentó meter la mano por mi pantalón, pero como no podía hacerlo yo misma me lo desprendí y él me lo bajó hasta las rodillas. Después de acariciar un poco mis nalgas con movimientos circulatorios y tocar mi vagina sobre la bombacha me la terminó bajando totalmente, dejándome desnuda. Yo sentía el ambiente caliente del galpón en mis nalgas, en mi vulva y sobre todo mi cuerpo que ya sudaba, eso me excitó bastante. Enseguida él desprendió su pantalón y un bulto enorme sobresalió de su calzoncillo azul y exclamó: “¡Uy, creo que funciona!”.

Mi abuelo sacó su sexo afuera y yo lo miré asombrada del tamaño que tenía, no había pensado que hubiera sido tan grande. Su glande parecía una flor abierta y su pene era extremadamente largo, grueso, duro, y rosado, descomunal, casi como el sexo de un caballo. Era una verga tentadora que pensé rápidamente en llevármelo a la boca para saborearla entera, pero solo le toqué sus testículos, que estaban redondos y duros y después tomé el sexo entre mis dedos y le dije: “Si, claro que hizo efecto, mira como estas”.

Yo le propuse que si quería podía tocar mis senos; entonces mi abuelo metió de nuevo su manaza debajo de mi pullover y yo me levanté la remera que llevaba y dejé mis tetas al aire, porque no tenía corpiño. El las acarició y chupó mi seno izquierdo con su boca mientras apoyaba su sexo sobre mi vulva. Yo estaba radiante de gozo y sentía el primer espasmo de tanta excitación, estaba contenta y feliz de ese placer que invadía todo mi cuerpo. Le pregunté si quería que lo chupara y cuando me dijo que si, me agaché enfrente de su sexo y me lo metí entero en la boca.

Su glande era tan grande que cuando tocaba mi garganta me daba arcadas, pero yo seguía chupándolo de afuera hacia adentro, succionando con fuerza para aumentar su placer mientras mi abuelo gemía con una respiración agitada. El hacía movimientos suaves como si me penetrara por la boca. Yo estaba agachada y sentía mi cola desnuda casi rozar el piso de tierra lo que aumentaba mi sensación exquisita de placer.

Estar con el cuerpo desnudo en aquel galpón caluroso por el sol de enero, escondidos para que no nos descubran, chupándole el sexo a mi abuelo de 75 años que estaba por eyacular en cualquier momento, sin remordimientos ni culpas y dispuesta a disfrutar al máximo de ese encuentro, era algo tan intenso y emocionante, que solamente las mujeres que han vivido algo parecido pueden comprenderlo. Ningún novio podría ofrecerme ese estado de excitación.

Mi abuelo me tomó de la cabeza y me levantó hacia arriba, entonces yo me di vueltas para que el metiera su pene en la raya de mi cola, que tanto me gustaba que lo hiciera. Yo no iba a parar hasta tener mi orgasmo y esta vez yo sabía que iba a lograrlo. Él quiso penetrarme en esa posición y me acomodé frente a la rueda grande del tractor, abriendo en compás bien mis piernas, mostrándole la cola a mi abuelo. El abrió más mis nalgas y apoyó ahí su sexo, y después de tocar apenas mi vulva con sus dedos, metió su enorme sexo duro en mi vagina totalmente mojada por el flujo que me emanaba desde el interior y comenzó a bombear.

Yo sentía esa verga grande que entraba y salía potente en mi vagina, yo sentía como me iba perforando cada vez con mayor violencia y, en esa posición, era como si me estuviera haciendo una penetración anal porque repercutía a cada movimiento en el fondo de mi vientre. Su sexo llegaba hasta el fondo de mi hueco que era chico para el tamaño de su pene. Yo sentía como ese trozo de carne me entraba apasionadamente mientras miraba de reojo su cuerpo presionando contra el mío. Siempre me gustó mirar cuando me penetran, eso aumenta mi excitación.

Yo estaba apoyada con mi cabeza sobre el hierro de la rueda para sostenerme y aunque los golpes de mi abuelo me hacían mal, no me importaba y sentía como su pene atravesaba mi cuerpo abandonado al placer, taladrándome las paredes internas de mi vagina. Mientras tanto, yo me acariciaba con fuerzas el clítoris y con la mano izquierda pellizcaba mis pezones humedeciéndome los dedos.

Él no hacía un simple movimiento interno de bombeo, sacaba el sexo hasta casi salir su glande, como tomando impulso, y luego lo empujaba con todo su cuerpo fuertemente. Fue hasta que a mi abuelo se le escapó su sexo afuera, y yo aproveché para decirle que si quería meterlo en mi cola podía hacerlo y él me dijo que sí Yo escuché como se chupó su dedo que apenas rozó mi ano y enseguida apoyó su sexo sin encontrar el orificio de mi recto; entonces yo misma, tomando su pija con mi mano derecha, lo guie hasta la entrada de mi cola.

Le expliqué que fuera metiéndola lentamente porque su cabeza era demasiada grande, pero él no me escuchó y, bruto como era, me la metió de un solo golpe. Yo sentí los tejidos de mi ano romperse, sentí algunas lágrimas que saltaron de mis ojos y mi cabeza que dio de golpe contra la rueda del tractor. Luego sentí como su palo de carne empujaba hacia adentro mis excrementos, como me venía una repentina ganas de hacer caca y, de golpe, el dolor se fue transformando en placer, una enorme sensación agradable y de delicia parecía nacer desde el fondo de mi útero reventado.

Mi abuelo me culeaba con fuerza, sosteniéndome con sus dos manos por las caderas y tirándome hacia atrás al mismo tiempo que él empujaba con todo hacia adentro mío para que su sexo entrara más profundamente. A cada golpe que me daba en el culo, yo sentía que me repercutía en lo mas profundo de mi recto, hasta el duodeno parecía recibirlo. Y al mismo instante, sentía sobre cada centímetro de mi piel el gozo que me invadía.

Mi abuelo no me culeaba como un ser humano, él me copulaba como los animales, desesperado por sus deseos de tantos años contenido y de pronto mi cuerpo se quedó tenso, mis piernas temblaron ante una especie de descarga eléctrica se deslizó por todo mi cuerpo, como si fueran golpes epilépticos que subían desde mis pies hasta la cabeza, desde mi ano hasta mis senos, desde mis tripas hasta mis sienes y mi orgasmo reventó con tanta fuerza que creí desvanecerme. La mezcla de miedo y de prohibido me había vuelto loca y yo quería que mi abuelo continuara porque mis orgasmos no se detenían, iban reventando unos tras otros.

Por primera vez yo tenía orgasmos múltiples que saturaban de placer hasta en mis sienes. Fue recién cuando se cansó de perforar mi culo que mi abuelo se detuvo sacando su sexo de adentro y se apoyó fatigado sobre mi espalda. En ese momento, sentir el peso de mi abuelo apoyado sobre mi espalda y su sexo, aún duro porque todavía no había eyaculado, pegado por el sudor y los flujos sobre la raya de mi cola era una sensación divina donde yo hubiera querido detener el tiempo.

Yo pensé que allí abandonaría, pero volvió a penetrarme por la vagina, siempre con más fuerza, como si le hubiera dado rabia no haber eyaculado en mi cola. Allí yo experimenté de nuevo su sexo y sus manos que hurgaban entre mis nalgas para abrirlas más y meter más profunda su pija que ya no encontraba lugar en mi vagina llena de su carne. Mi abuelo seguía tomándome de las caderas y me penetraba fuerte; entonces yo me corrí para apoyar la cabeza sobre la goma de la rueda y poder soportar los golpes contra mi cuerpo, hasta que exploté en otro orgasmo que sentí venir desde el interior de mi estómago.

No tenía necesidad de tocarme el clítoris ni de pellizcarme mis pezones. Hubiera querido gritar ese orgasmo del incesto que ya no me asustaba y me estaba dando tanta satisfacción que el cuerpo mío me parecía chico para tanto deleite, pero tuve miedo de que me escucharan desde afuera y gemí con una respiración fuerte y ahogada que mi abuelo también sintió y respondió con un bombeo mayor y con su propio gemido de placer, hasta que sacó su sexo medio muerto de mi vagina.

Yo me paré y volví a chupar su sexo sucio de su esperma, de mi flujo y de mis propios excrementos, limpiándolo con mi lengua, mientras que él continuaba haciendo movimientos de penetración en mi boca y me decía que creía que ya había “escupido”. Lo chupé mucho, por todos lados, hasta que quedó bien limpio, y mi abuelo sacó su sexo de mi boca para ponerse el calzoncillo y terminar de vestirse. El volvió a acariciar mi vagina toda mojada, que comenzó a hacer ruidos extraños, eructando llena de aire, producto de ese sexo que venía de abandonarla, como si se quejara por eso…

Él se sentó sobre una bolsa de soja y se puso a armar un cigarrillo. Yo lo hice en el piso, apoyándome en el tractor porque estaba casi desvanecida, todo mi cuerpo temblaba aún de dolor y de placer y sentía la sangre que latía por todas mis venas. Nunca en mi vida había tenido un polvo con esa intensidad; entonces yo también me vestí y los dos nos reímos cuando cada uno sacó de su bolsillo una toallita blanca para limpiarnos las manos. Después salimos del galpón y caminamos hasta la tranquera charlando de todo y de nada, y volvimos a la casa.

Recuerdo que las marcas de esos orgasmos me quedaron pegado a la piel durante muchos días y mientras regresaba en el avión, cuando todos dormían, yo pensaba en mi abuelo, en el campo y en el galpón y, debajo de la manta que nos habían dado para cubrirnos, yo me acariciaba tiernamente la vagina por encima del pantalón. Esas vacaciones habían sido inmemorables para mí, tenía la sensación de un viaje perfectamente terminado. Yo retornaba contenta y feliz.
 
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