memorias de una pulga 4

jaimefrafer

Pajillero
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CapÃ*tulo VII

BELLA TENÃ�A UNA AMIGA, UNA DAMITA SÓLO unos pocos meses mayor que ella, hija de un adinerado caballero, que vivÃ*a cerca del señor Verbouc. Julia, sin embargo. era de temperamento menos ardiente y voluptuoso. y Bella comprendió pronto que no habla madurado lo bastante para entender los sentimientos pasionales, ni comprender los fuertes instintos que despierta el placer.
Julia era ligeramente más alta que su joven amiga, algo menos rolliza, pero con formas capaces de deleitar los ojos y cautivar el corazón de un artista por lo perfecto de su corte y lo exquisito de sus detalles.
Se supone que una pulga no puede describir la belleza de las personas. ni siquiera la de aquellas que la alimentan. Todo lo que puedo decir, por lo tanto, es que Julia Delmont constituÃ*a a mi modo de ver un estupendo regalo, y algún dÃ*a lo serÃ*a para alguien del sexo opuesto. ya que estaba hecha para despertar el deseo del más insensible de los hombres, y para encantar con sus graciosos modales y su siempre placentera figura al más exigente adorador de Venus.
El padre de Julia poseÃ*a, como hemos dicho, amplios recursos; su madre era una bobalicona que se ocupaba bien poco de su hija, o de otra cosa que no fueran sus deberes religiosos, en el ejercicio de los cuales empleaba la mayor parte de su tiempo, asÃ* como en visitar a las viejas devotas de la vecindad que estimulaban sus predilecciones.
El señor Delmont era relativamente joven. De constitución robusta, estaba lleno de vida, y como quiera que su piadosa cónyuge estaba demasiado ocupada para permitirle los goces matrimoniales a los que el pobre hombre tenÃ*a derecho, éste los buscaba por Otros lados.
El señor Delmont tenÃ*a una amiga, una muchacha joven y linda que, según deduje, no estaba satisfecha con limitarse a su adinerado protector.
El señor Delmont en modo alguno limitaba sus atenciones a su amiga; sus costumbres eran erráticas, y sus inclinaciones francamente eróticas.
En tales circunstancias, nada tiene de extraño que sus ojos se fijaran en el hermoso cuerpo de aquel capullo en flor que era la sobrina de su amigo, Bella. Ya habÃ*a tenido oportunidad de oprimir su enguantada mano, de besar —desde luego con aire paternal— su blanca mejilla, e incluso de colocar su mano temblorosa —claro que por accidente— sobre sus rollizos muslos.
En realidad, Bella, mucho más experimentada que la mayorÃ*a de las muchachas de su tierna edad, se habÃ*a dado cuenta de que el señor Delmont sólo esperaba una oportunidad para llevar las cosas a sus últimos extremos.
Y esto era precisamente lo que hubiera complacido a Bella, pero era vigilada demasiado de cerca, y la nueva y desdichada situación en que acababa de entrar acaparaba todos sus pensamientos.
El padre Ambrosio, empero, se percataba bien de la necesidad de permanecer sobre aviso, y no dejaba pasar oportunidad alguna, cuando la joven acudÃ*a a su confesionario, para hacer preguntas directas y pertinentes acerca de su comportamiento para con los demás, y de la conducta que los otros observaban con su penitente.
AsÃ* fue como Bella llegó a confesarle a su guÃ*a espiritual los sentimientos engendrados en ella por el lúbrico proceder del señor Delmont.
El padre Ambrosio le dio buenos consejos, y puso inmediatamente a Bella a la tarea de succionarle el pene.
Una vez pasado este delicioso episodio, y borradas que fueron las huellas del placer, el digno sacerdote se dispuso con su habitual astucia, a sacar provecho de los hechos de que acababa de tener conocimiento.
Su sensual y vicioso cerebro no tardó en concebir un plan cuya audacia e inquietud yo, un humilde insecto, no sé que haya sido nunca igualada.
Desde luego, en el acto decidió que la joven Julia tenÃ*a algún dÃ*a que ser suya. Esto era del todo natural. Pero para lograr este objetivo, y divertirse al mismo tiempo con la pasión que indiscutiblemente Bella habÃ*a despertado en el señor Delmont, concibió una doble consumación, que debÃ*a llevarse a cabo por medio del más indecoroso y repulsivo plan que jamás haya oÃ*do el lector.
Lo primero que habÃ*a que hacer era despertar la imaginación de Julia, y avivar en ella los latentes fuegos de la lujuria.
Esta noble tarea la confiarÃ*a el buen sacerdote a Bella, la que, debidamente instruida, se comprometió fácilmente a realizarla.
Puesto que ya se habÃ*a roto el hielo en su propio caso, Bella, a decir verdad, no deseaba otra cosa sino conseguir que Julia fuera tan culpable como ella. AsÃ* que se dio a la tarea de corromper a su joven amiga. Cómo lo logró, vamos a verlo a su debido tiempo.

Fue sólo unos dÃ*as después de la iniciación de la joven Bella en los deleites del delito en su forma incestuosa que hemos ya relatado, y en los que no habÃ*a tenido mayor experiencia porque el señor Verbouc tuvo que ausentarse del bogar. A la larga, sin embargo, tenÃ*a que presentarse la nueva oportunidad, y Bella se encontró por segunda vez, sola y serena, en compañÃ*a de su tÃ*o y del padre Ambrosio.
La tarde era frÃ*a, pero en la estancia reinaba un calor–cito placentero por efecto de una estufa instalada en el lujoso departamento. Los suaves y mullidos sofás y otomanas que amueblaban la habitación proporcionaban a la misma un aire de indolencia y abandono. A la brillante luz de una lámpara exquisitamente perfumada los dos hombres parecÃ*an elegantes devotos de Baco y de Venus cuando se sentaron, ligeros de ropa, después de una suntuosa colación.
En cuanto a Bella, estaba por asÃ* decirlo excedida en belleza. Vistiendo un encantador ‘negligie’, medio descubrÃ*a y medio ocultaba aquellos encantos en flor de que tan orgullosa podÃ*a mostrarse.
Sus brazos, admirablemente bien torneados, sus suaves piernas revestidas de seda, el seno palpitante, por el que asomaban dos manzanitas blancas, exquisitamente redondeadas y rematadas en otras tantas fresas, las bien formadas caderas, y unos diminutos pies aprisionados en ajustados zapatitos, eran encantos que, sumados a otros muchos, formaban un delicado y delicioso conjunto con el que se hubieran intoxicado las deidades mismas, y en las que iban a complacerse los dos lascivos mortales.
Se necesitaba, empero, un pequeño incentivo más para aumentar la excitación de los infames y anormales deseos de aquellos dos hombres que en dicho momento, con ojos inyectados por la lujuria, contemplaban a su antojo el despliegue los tesoros que estaba a su alcance.
Seguros de que no habÃ*an de ser interrumpidos, se disponÃ*an ambos a hacer los lascivos attouchernents que darÃ*an satisfacción al deseo de solazarse con lo que tenÃ*an a la vista.
Incapaz de contener su ansiedad, el sensual tÃ*o extendió su mano, y atrayendo hacia sÃ* a su sobrina, deslizó sus dedos entre sus piernas a modo de sondeo. Por su parte el sacerdote se posesionó de sus dulces senos, para sumir su cara en ellos.
Ninguno de los dos se detuvo en consideraciones de pudor que interfirieran con su placer, asÃ* que los miembros de los dos robustos hombres fueron exhibidos luego en toda su extensión, y permanecieron excitados y erectos, con las cabezas ardientes por efecto de la presión sanguÃ*nea y la tensión muscular.
—¡Oh, qué forma de tocarme! —murmuró Bella, abriendo voluntariamente sus muslos a las temblorosas manos de su tÃ*o, mientras Ambrosio casi la ahogaba al prodigarle deliciosos besos con sus gruesos labios,
En un momento determinado la complaciente mano de Bella apresó en el interior de su cálida palma el rÃ*gido miembro del vigoroso sacerdote.
—¿Qué, amorcito, no es grande? ¿Y no arde en deseos de expeler su jugo dentro de ti? ¡Oh, cómo me excitas, hija mÃ*a! Tu mano. .. tu dulce mano. .. ¡Ay! ¡Me muero por insertarlo en tu suave vientre! ¡Bésame, Bella! ¡Verbouc, vea en qué forma me excita su sobrina!
—¡Madre santa, qué carajo! ¡Ve, Bella, qué cabeza la suya! ¡Cómo brilla! ¡Qué tronco tan largo y tan blanco! ¡Y observa cómo se encorva cual si fuera una serpiente en acecho de su vÃ*ctima! ¡Ya asoma una gota en la punta! ¡Mira, Bella!
—¡Oh, cuán dura es! ¡Cómo vibra! ¡Cómo acomete! ¡Apenas puedo abarcarla! ¡ Me matáis con estos besos, me sorbéis la vida!
El señor Verbouc hizo un movimiento hacia adelante, y en el mismo momento puso al descubierto su propia arma, erecta y al rojo vivo, desnuda y húmeda la cabeza.
Los ojos de Bella se iluminaron ante el prospecto.
—Tenemos que establecer un orden para nuestros placeres, Bella —dijo su tÃ*o—. Debemos prolongar lo más que nos sea posible nuestros éxtasis. Ambrosio es desenfrenado. ¡Qué espléndido animal es! ¡Hay que ver qué miembro! ;Está dotado como un garañón! ¡Ah, sobrinita mÃ*a, mi criatura, con eso va a dilatar tu rendija. La hundirá hasta tus entrañas, y tras de una buena carrera descargará un torrente de leche para placer tuyo!
—¡Qué gusto! —murmuró Bella—. Anhelo recibirlo hasta mi cintura. SÃ*, sÃ*. No apresuremos el delicioso final; trabajemos todos para ello.
Hubiera dicho algo más, pero en aquel momento la roja punta del rÃ*gido miembro del señor Verbouc entró en su boca.
Con la mayor avidez Bella recibió el duro y palpitante objeto entre sus labios de coral, y admitió tanto como pudo de ella. Comenzó a lamer alrededor con su lengua, y hasta trató de introducirla en la roja abertura de la extremidad. Estaba excitada hasta el frenesÃ*. Sus mejillas ardÃ*an, su respiración iba y venÃ*a con ansiedad espasmódica. Se aferró más aún al miembro del lúbrico sacerdote, y su juvenil estrecho coño palpitaba de placer anticipado.
Hubiera querido continuar cosquilleando, frotando y excitando el henchido tronco del lascivo Ambrosio, pero el fornido sacerdote le hizo seña de que se detuviera.
—Aguarda un momento, Bella —suspiró—, vas a hacer que me venga.
Bella soltó el enorme dardo blanco y se echó hacia atrás, de manera que su tÃ*o pudo accionar despaciosamente hacia dentro y hacia fuera de su boca, sin que la mirada de ella dejara por un solo momento de prestar ansiosamente atención a las extraordinarias dimensiones del miembro de Ambrosio.
Nunca habÃ*a gustado Bella con tanto deleite de un pene, corno ahora estaba disfrutando el respetable miembro de su tÃ*o. Por tal razón aplicó sus labios al mismo con la mayor fruición, sorbiendo morbosamente la secreción que de vez en cuando exudaba la punta. El señor Verbouc estaba arrobado con sus atentos servicios.
A continuación el cura se arrodilló, y pasando la rasurada cabeza por entre las piernas de Verbouc, que estaba de pie ante su sobrina, abrió los rollizos muslos de ésta para apartar después con sus dedos los rojos labios de su vulva, e introducir su lengua hacia dentro, al tiempo que con sus gruesos labios cubrÃ*a sus juveniles y excitadas partes.
Bella se estremecÃ*a de placer. Su tÃ*o se puso aún más rÃ*gido, y empujó fuertemente dentro de la bella boca de la muchacha, la cual tomó sus testÃ*culos entre sus manos para estrujarlos con suavidad. Retiró hacÃ*a atrás la piel del ardiente tronco, y reanudó su succión con evidente deleite.
— Vente ya! —dijo Bella, abandonando por un momento la viscosa cabeza con objeto de poder hablar y tomar aliento—. ¡Vente, tÃ*o! ¡Me agrada tanto saborearlo!
—Podrás hacerlo, queridita, pero todavÃ*a no. No debemos ir tan aprisa.
—¡Oh, cómo me mama! ¡Cómo me lame su lengua! ¡Estoy ardiendo! ¡Me mata!
—¡Ah, Bella! Ahora no sientes más que placer: te has reconciliado con los goces de nuestros contactos incestuosos.
—De veras que sÃ*, querido tÃ*o. Ponme tu carajo de nuevo en la boca.
—TodavÃ*a no, Bella, amor mÃ*o.
—No me hagas aguardar demasiado. Me estáis enloqueciendo. ¡Padre! ¡Padre! ¡Oh, ya viene hacia mÃ*, se prepara para joderme! ¡Dios santo, qué carajo! ¡Piedad! ¡Me partirá en dos!
Entretanto Ambrosio, enardecido por el delicioso jugueteo con el que estuvo entretenido, devino demasiado excitado para permanecer como estaba, y aprovechando la oportunidad de una momentánea retirada de Verbouc, se puso de pÃ*e y tumbó sobre sus espaldas, en el blando sofá, a la hermosa muchacha.
Verbouc tomó en su mano el formidable pene del santo padre, le dio un par de sacudidas preliminares, retiro la piel que rodeaba su cabeza en forma de huevo, y encaminando la punta anchurosa y ardiente hacia la rosada hendidura, la empujó vigorosamente dentro del vientre de ella.
La humedad que lubricaba las partes nobles de la criatura facilitó la entrada de la cabeza y la parte delantera, y el arma del sacerdote pronto quedó sumida. Siguieron fuertes embestidas, y con brutal lujuria reflejada en el rostro, y escasa piedad por la juventud de su vÃ*ctima, Ambrosio la ensartó. La excitación de Bella superaba el dolor, por lo que se abrió de piernas hasta donde le fue posible para permitirle regodearse según su deseo en la posesión de su belleza.
Un ahogado lamento escapó de los entreabiertos labios de Bella cuando sintió aquella gran arma, dura como el hierro, presionando su matriz, y dilatándola con su gran tamaño.
El señor Verbouc no perdÃ*a detalle del lujurioso espectáculo que se ofrecÃ*a a su vista, y se mantuvo al efecto cerca de la excitada pareja. En un momento dado depositó su poco menos vigoroso miembro en la mano convulsa de su sobrina.
Ambrosio, tan pronto como se sintió firmemente alojado en el lindo cuerpo que estaba debajo de él, refrenó su ansiedad. Llamando en auxilio suyo el extraordinario poder de autocontrol con el que estaba dotado, pasó sus manos temblorosas sobre las caderas de la muchacha, y apartando sus ropas descubrió su velludo vientre, con el que a cada sacudida frotaba el mullido monte de ella.
De pronto el sacerdote aceleró su trabajo. Con poderosas y rÃ*tmicas embestidas se enterraba en el tierno cuerpo que yacÃ*a debajo de él. Apretó fuertemente hacia adelante, y Bella enlazó sus blancos brazos en torno a su musculoso cuello. Sus testÃ*culos golpeaban las rechonchas posaderas de ella, su instrumento habÃ*a penetrado hasta los pelos que, negros y rizados, cubrÃ*an por completo el sexo de ella.
—Ahora lo tiene. Observa, Verbouc, a tu sobrina. Ve cómo disfruta los ritos eclesiásticos. ¡Ah, qué placer! ¡Cómo me mordisquen con su estrecho coñito!
—¡Oh, querido, querido...! ¡Oh, buen padre, jodedme! Me estoy viniendo. ¡Empujad! ¡Empujad! Matadme con él, si gustáis, pero no dejéis de moveros! ¡AsÃ*! ¡Oh! ¡Cielos! ¡Ah! ¡Ah! ¡Cuán grande es! ¡Cómo se adentra en mÃ*!
El canapé crujÃ*a a causa de sus rápidas sacudidas.
—¡Oh. Dios! —gritó Bella—. ¡Me está matando.., realmente es demasiado... Me muero... Me estoy viniendo! Y dejando escapar un grito abogado, la muchacha se vino, inundando el grueso miembro que tan deliciosamente la estaba jodiendo.
El largo pene engruesó y se enardeció todavÃ*a más. También la bola que lo remataba se hinchó, y todo el tremendo aparato parecÃ*a que iba a estallar de lujuria. La joven Bella susurraba frases incoherentes, de las que sólo se entendÃ*a la palabra joder.
Ambrosio, también completamente enardecido, y sintiendo su enorme yerga atrapada en las juveniles carnes de la muchacha, no pudo aguantar más, y agarrando las nalgas de Bella con ambas manos, empujó hacia el interior toda la tremenda longitud de su miembro y descargó, arrojando los espesos chorros de su fluido, uno tras otro, muy adentro de su compañera de juego.
Un bramido como de bestia salvaje escapó de su pecho a medida que arrojaba su cálida leche.
—¡Oh, ya viene! ¡Me está inundando! ¡La siento! ¡Ah, qué delicia!
Mientras tanto el carajo del sacerdote, bien hundido en el cuerpo de Bella, seguÃ*a emitiendo por su henchida cabeza el semen perlino que inundaba la juvenil matriz de ella.
—¡Ah, qué cantidad me estáis dando! —comentó Bella, mientras se bamboleaba sobre sus pies, y sentÃ*a correr en todas direcciones, piernas abajo, el cálido fluido—. ¡Cuán blanco y viscoso es!
Esta era exactamente la situación que más ansiosamente esperaba el tÃ*o, y por lo tanto procedió sosegadamente a aprovecharla. Miró sus lindas medias de seda empapadas, metió sus dedos entre los rojos labios de su coño, embarró el semen exudado sobre su lampiño sexo. Seguidamente, colocando a su sobrina adecuadamente frente a él, Verbouc exhibió una vez más su tieso y peludo campeón, y excitado por las excepcionales escenas que tanto le habÃ*an deleitado, contempló con ansioso celo las tiernas partes de la joven Bella, completamente cubiertas como estaban por las descargas del sacerdote, y exudando todavÃ*a espesas y copiosas gotas de su prolÃ*fico fluido.
Bella, obedeciendo a sus deseos, abrió lo más posible sus piernas. Su tÃ*o colocó ansiosamente su desnuda persona entre los rollizos muslos de la joven.
—Estate quieta, mi querida sobrina. MÃ* carajo no es tan gordo ni tan largo como el del padre Ambrosio, pero sé muy bien cómo joder, y podrás comprobar sÃ* la leche de tu tÃ*o no es tan espesa y pungente como la de cualquier eclesiástico. Ve cómo estoy de envarado.
..—¡Y cómo me haces esperar! —dijo Bella—. Veo tu querida yerga aguardando turno. ¡Cuán roja se ve! ¡Empújame, querido tÃ*o! Ya estoy lista de nuevo, y el buen padre Ambrosio te ha aceitado bien el camino.
El duro miembro tocó con su enrojecida cabeza los abiertos labios, todavÃ*a completamente resbalosos, y su punta se afianzó con firmeza. Luego comenzó a penetrar el miembro propiamente dicho, y tras unas cuantas embestidas firmes aquel ejemplar pariente se habÃ*a adentrado hasta los testÃ*culos en el vientre de su sobrina, solazándose lujuriosamente entre el tufo que evidenciaba sus anteriores e impÃ*as venidas con el padre.
—Querido tÃ*o —exclamó la muchacha—. Acuérdate de quién estás jodiendo. No se trata de una extraña, es la hija de tu hermano, tu propia sobrina. Jódeme bien, entonces, tÃ*o. Entrégame todo el poder de tu vigoroso carajo. ¡Jódeme! ¡Jódeme hasta que tu incestuosa leche se derrame en mi interior! ¡Ah! ¡Oh! ¡Oh!
Y sin poderse contener ante el conjuro de sus propias ideas lujuriosas, Bella se entregó a la más desenfrenada sensualidad, con gran deleite de su tÃ*o.
El vigoroso hombre, gozando la satisfacción de su lujuria preferida, se dedicó a efectuar una serie de rápidas y poderosas embestidas. No obstante lo anegada que se encontraba, la vulva de su linda oponente era de por sÃ* pequeña, y lo bastante estrecha para pellizcarle deliciosamente en la abertura, y provocar asÃ* que su placer aumentara rápidamente.
Verbouc se alzó para lanzarse con rabia dentro del cuerpo de ella, y la hermosa joven se asió con el apremio de una lujuria todavÃ*a no saciada. Su yerga engrosó y se endureció todavÃ*a más.
El cosquilleo se hizo pronto casi insoportable. Bella se entregó por entero al placer del acto incestuoso, hasta que el señor Verbouc, dejando escapar un suspiro, se vino dentro de su sobrina, inundando de nuevo la matriz de ella con su cálido fluido. Bella llegó también al éxtasis, y al propio tiempo que recibÃ*a la poderosa inyección, placenteramente acogida, derramaba una no menos ardiente prueba de su goce.
Habiéndose asÃ* completado el acto, se le dio tiempo a Bella para hacer sus abluciones, y después, tras de apurar un tonificante vaso lleno de vino hasta los bordes, se sentaron los tres para concertar un diabólico plan para la violación y el goce de la bella Julia Delmont.
Bella confesó que el señor Delmont la deseaba, y que evidentemente estaba en espera de la oportunidad para encaminar las cosas hacia la satisfacción de su capricho.
Por su parte, el padre Ambrosio confesó que su miembro se enderezaba a la sola mención del nombre de la muchacha. La habÃ*a confesado, y admitió jocosamente que durante la ceremonia no habÃ*a podido controlar sus manos, ya que su simple aliento despertaba en él ansÃ*as sensuales incontenibles.
El señor Verbouc declaró que estaba igualmente ansioso de proporcionarse solaz en sus dulces encantos, cuya sola descripción lo enloquecÃ*a. Pero el problema estaba en cómo poner en marcha el plan.
—Si la violara sin preparación, la destrozarÃ*a —exclamó el padre Ambrosio, exhibiendo una vez más su rubicunda máquina, todavÃ*a rezumando las pruebas de su último goce, que aún no habÃ*a enjugado.
—Yo no puedo gozarla primero. Necesito la excitación de una copulación previa —objetó Verbouc.
—Me gustarÃ*a ver a la muchacha bien violada —dijo Bella—. ObservarÃ*a la operación con deleite, y cuando el padre Ambrosio hubiese introducido su enorme cosa en el interior de ella, tú podrÃ*as hacer lo mismo conmigo para compensarme el obsequio que le harÃ*amos a la linda Julia.
—SÃ*, esa combinación podrÃ*a resultar deliciosa.
—¿Qué habrá que hacer? —inquirió Bella—. ¡Madre santa, cuán tiesa está de nuevo vuestra yerga, querido padre Ambrosio!
—Se me ocurre una idea que sólo de pensar en ella me provoca una violenta erección. Puesta en práctica serÃ*a el colmo de la lujuria, y por lo tanto del placer.
—Veamos de qué se trata —exclamaron los otros dos al UnÃ*sono.
—Aguardad un poco —dijo el santo varón, mientras Bella desnudaba la roja cabeza de su instrumento para cosquillear el húmedo orificio con la punta de su lengua.
—Escuchadme bien —dijo Ambrosio—. El señor Delmont está enamorado de Bella. Nosotros lo estamos de su hija, y a esta criatura que ahora me está chupando el carajo le gustarÃ*a ver a la tierna Julia ensartada en él hasta lo más hondo de sus órganos vitales, con el único y lujurioso afán de proporcionarse una dosis extra de placer. Hasta aquÃ* todos estamos de acuerdo. Ahora prestadme atención, y tú, Bella, deja en paz mÃ* instrumento. He aquÃ* mi plan: me consta que la pequeña Julia no es insensible a sus instintos animales. En efecto, ese diablito siente ya la comezón de la carne.
Un poco de persuasión y Otro poco de astucia pueden hacer el resto. Julia accederá a que se le alivien esas angustias del apetito carnal. Bella debe alentarÃ*a al efecto. Entretanto la misma Bella inducirá al señor Delmont a ser más atrevido. Le permitirá que se le declare, si asÃ* lo desea él. En realidad, ello es indispensable para que el plan resulte. Ese será el momento en que debo intervenir yo. Le sugeriré a Delmont que el señor Verbouc es un hombre por encima de los prejuicios vulgares, y que por cierta suma de dinero estará conforme en entregarle a su hermosa y virginal sobrina para que sacie sus apetitos.
—No alcanzo a entenderlo bien —comentó Bella.
—No veo el objeto —intervino Verbouc—. Ello no nos aproximará más a la consumación de nuestro plan.
—Aguardad un momento —continuó el buen padre—. Hasta este momento todos hemos estado de acuerdo. Ahora Bella será vendida a Delmont. Se le permitirá que satisfaga secretamente sus deseos en los hermosos encantos de ella. Pero la vÃ*ctima no deberá verlo a él, ni él a ella, a.—fin de guardar las apariencias. Se le introducirá en una alcoba agradable, podrá ver el cuerpo totalmente desnudo de una encantadora mujer, se le hará saber que se trata de su vÃ*ctima, y que puede gozarla.
—¿Yo? —interrumpió Bella—. ¿Para qué todo este misterio?
El padre Ambrosio sonrió malévolamente.
—Ya lo sabrás, Bella, ten paciencia. Lo que deseamos es disfrutar de Julia Delmont, y lo que el señor Delmont quiere es disfrutar de tu persona. Únicamente podemos alcanzar nuestro objetivo evitando al propio tiempo toda posibilidad de escándalo. Es preciso que el señor Delmont sea silenciado, pues de lo contrario podrÃ*amos resultar perjudicados por la violación de su hija. Mi propósito es que el lascivo señor Delmont viole a su propia hija, en lugar de a Bella, y que una vez que de esta suerte nos haya abierto el camino, podamos nosotros entregarnos a la satisfacción de nuestra lujuria. Si Delmont cae en la trampa, podremos revelarle el incesto cometido, y recompensárselo con la verdadera posesión de Bella, a cambio de la persona de su hija, o bien actuar de acuerdo con las circunstancias.
—¡Oh, casi me estoy viniendo ya! —gritó el señor Verbouc—. ¡Mi arma está que arde! ¡Qué trampa! ¡Qué espectáculo tan maravilloso!
Ambos hombres se levantaron, y Bella se vio envuelta en sus abrazos. Dos duros y largos dardos se incrustaban contra su gentil cuerpo a medida que la trasladaban al canapé.
Ambrosio se tumbó sobre sus espaldas, Bella se le montó encima, y tomó su pene de semental entre las manos para llevárselo a la vulva.
El señor Verbouc contemplaba la escena.
Bella se dejó caer lo bastante para que la enorme arma se adentrara por completo; luego se acomodó encima del ardiente sacerdote, y comenzó una deliciosa serie de movimientos Ondulatorios.
El señor Verbouc contemplaba sus hermosas nalgas subir y bajar, abriéndose y cerrándose a cada sucesiva embestida.
Ambrosio se habÃ*a adentrado hasta la raÃ*z, esto era evidente. Sus grandes testÃ*culos estaban pegados debajo de ella, y los gruesos labios de Bella llegaban a ellos cada vez que la muchacha se dejaba caer.
El espectáculo le sentó muy bien a Verbouc. El virtuoso tÃ*o se subió al canapé, dirigió su largo y henchido pene hacia el trasero de Bella, y sin gran dificultad consiguió enterrarlo por completo hasta sus entrañas.
El culito de su sobrina era ancho y suave como un guante, y la piel de las nalgas blanca como el alabastro. Verbouc, empero, no prestaba la menor atención a estos detalles. Su miembro estaba dentro, y sentÃ*a la estrecha compresión del músculo del pequeño orificio de entrada como algo exquisito. Los dos carajos se frotaban mutuamente, sólo separados por una tenue membrana.
Bella experimentaba los enloquecedores efectos de este doble deleite. Tras una terrible excitación llegaron los transportes finales conducentes al alivio, y chorros de leche inundaron a la grácil Bella.
Después Ambrosio descargó por dos veces en la boca de Bella, en la que también vertió luego su tÃ*o su incestuoso fluido, y asÃ* terminó la sesión.
La forma en que Bella realizó sus funciones fue tal, que mereció sinceros encomios de sus dos compañeros. Sentada en el canto de una silla, se colocó frente a ambos de manera que los tiesos miembros de uno y otro quedaron a nivel con sus labios de coral, Luego, tomando entre sus labios el aterciopelado glande, aplicó ambas manos a frotar, cosquillear y excitar el falo y sus apéndices.
De esta manera puso en acción en todo el poder nervioso de los miembros de sus compañeros de juego, que, con sus miembros distendidos a su máximo, pudieron gozar del lascivo cosquilleo hasta que los toquecitos de Bella se hicieron irresistibles, y entre suspiros de éxtasis su boca y su garganta fueron inundadas con chorros de semen.
La pequeña glotona los bebió por completo. Y lo mismo habrÃ*a hecho con los de una docena, si hubiera tenido oportunidad para ello.

CapÃ*tulo VIII

BELLA SEGUIA PROPORCIONANDOME EL MAS delicioso de los alimentos. Sus juveniles miembros nunca echaron de menos las sangrÃ*as carmesÃ* provocadas por mis piquetes, los que, muy a pesar mÃ*o, me veÃ*a obligada a dar para obtener mi sustento. Determiné, por consiguiente, continuar con ella, no obstante que, a decir verdad, su conducta en los últimos tiempos habÃ*a devenido discutible y ligeramente irregular.
Una cosa manifiestamente cierta era que habÃ*a perdido todo sentido de la delicadeza y del recato propio de una doncella, y vivÃ*a sólo para dar satisfacción a sus deleites sexuales.
Pronto pudo verse que la jovencita no habÃ*a desperdiciado ninguna de las instrucciones que se le dieron sobre la parte que tenÃ*a que desempeñar en la conspiración urdida. Ahora me propongo relatar en qué forma desempeñó su papel.
No tardó mucho en encontrarse Bella en la mansión del se–flor Delmont, y tal vez por azar, o quizás más bien porque asÃ* lo habÃ*a preparado aquel respetable ciudadano, a solas con él.
El señor Delmont advirtió su oportunidad y cual inteligente general, se dispuso al asalto. Se encontró con que su linda compañera, o estaba en el limbo en cuanto a sus intenciones, o estaba bien dispuesta a alentarÃ*as.
El señor Delmont habÃ*a ya colocado sus brazos en torno a la cintura de Bella y, como por accidente la suave mano derecha de ésta comprimÃ*a ya bajo su nerviosa palma el varonil miembro de él.
Lo que Bella podÃ*a palpar puso de manifiesto la violencia de su emoción. Un espasmo recorrió el duro objeto de referencia a todo lo largo, y Bella no dejó de experimentar otro similar de placer sensual.
El enamorado señor Delmont la atrajo suavemente necia sÃ*, y abrazó su cuerpo complaciente. Rápidamente estampó un cálido beso en su mejilla y le susurró palabras halagüeñas para apartar su atención de sus maniobras. Intentó algo más: frotó la mano de Bella sobre el duro objeto, lo que le permitió a la jovencita advertir que h excitación podrÃ*a ser demasiado rápida.
Bella se atuvo estrictamente a su papel en todo momento :era una muchacha inocente y recatada.
El señor Delmont, alentado por la falta de resistencia de parte de su joven amiga, dio otros pasos todavÃ*a más decididos. Su inquieta mano vagó por entre los ligeros vestidos de Bella, y acarició sus complacientes pantorrillas. Luego, de repente, al tiempo que besaba con verdadera pasión sus rojos labios, pasó sus temblorosos dedos por debajo para tentar su rollizo muslo.
Bella lo rechazó. En cualquier otro momento se hubiera acostado sobre sus espaldas y le hubiera permitido hacer lo peor, pero recordaba la lección, y desempeñó su papel perfectamente.
—¡Oh, qué atrevimiento el de usted! —gritó la jovencita—. ¡Qué groserÃ*as son éstas! ¡No puedo permitÃ*rselas! Mi tÃ*o dice que no debo consentir que nadie me toque ahÃ*. En todo caso nunca antes de...
Bella dudó, se detuvo, y su rostro adquirió una expresión boba.
El señor Delmont era tan curioso como enamoradizo.
—¿Antes de qué. Bella?
—¡Oh, no debo explicárselo! No debÃ* decir nada al respecto. Sólo sus rudos modales me lo han hecho olvidar.
—¿Olvidar qué?
—Algo de lo que me ha hablado a menudo mi tÃ*o —contestó sencillamente Bella.
—¿Pero qué es? ¡DÃ*melo!
—No me atrevo. Además, no entiendo lo que significa.
—Te lo explicaré si me dices de qué se trata.
—¿Me promete no contarlo?
– Desde luego.
—Bien. Pues lo que él dice es que nunca tengo que permitir que me pongan las manos ahÃ*, y que sÃ* alguien quiere hacerlo tiene que pagar mucho por ello.
~¿Dijo eso, realmente?
—SÃ*, claro que sÃ*. Dijo que puedo proporcionarle una buena suma de dinero, y que hay muchos caballeros ricos que pagarÃ*an por lo que usted quiere hacerme, y dijo también que no era tan estúpido como para dejar perder semejante oportunidad.
—Realmente, Bella, tu tÃ*o es un perfecto hombre de negocios, pero no creÃ* que fuera un hombre de esa clase.
—Pues sÃ* que lo es —gritó Bella—. Está engreÃ*do con el dinero, ¿sabe usted?, y yo apenas si sé lo que ello significa, pero a veces dice que va a vender mi doncellez.
—¿Es posible? —pensó Delmont—. ¡Qué tipo debe ser ése! ¡Qué buen ojo para los negocios ha de tener!
Cuanto más pensaba el señor Delmont acerca de ello, más convencido estaba de la verdad que encerraba la ingenua explicación dada por Bella. Estaba en venta, y él iba a comprarla. Era mejor seguir este camino que arriesgarse a ser descubierto y castigado por sus relaciones secretas.
Antes, empero, de que pudiera terminar de hacerse estas prudentes reflexiones, se produjo una interrupción provocada por la llegada de su hija Julia. y, aunque renuentemente, tuvo que dejar la compañÃ*a de Bella y componer sus ropas debidamente.
Bella dio pronto una excusa y regresó a su hogar, dejando que los acontecimientos siguieran su curso.
El camino emprendido por la linda muchachita pasaba a través de praderas, y era un camino de carretas que salÃ*a al camino real muy cerca de la residencia de su tÃ*o.
En esta ocasión habÃ*a caÃ*do ya la tarde, y el tiempo era apacible. El sendero tenÃ*a varias curvas pronunciadas, y a medida que Bella seguÃ*a camino adelante se entretenÃ*a en contemplar el ganado que pastaba en los alrededores.
Llegó a un punto en el que el camino estaba bordeado por árboles, y donde tina serie de troncos en lÃ*nea recta separaba la carretera propiamente dicha del sendero para peatones. En las praderas próximas vio a varios hombres que cultivaban el campo, y un poco más lejos a un grupo de mujeres que descansaba un momento de las labores de la siembra, entretenidas en interesantes coloquios.
Al otro lado del camino habÃ*a una cerca de setos, y como se le ocurriera mirar hacia allá, vio algo que la asombró. En la pradera habÃ*a dos animales, un garañón y una yegua. Evidentemente el primero se habÃ*a dedicado a perseguir a la segunda, hasta que consiguió darle alcance no lejos de donde se encontraba Bella.
Pero lo que más sorprendió y espantó a ésta fue el maravilloso espectáculo del gran miembro parduzco que, erecto por la excitación, colgaba del vientre del semental, y que de vez en cuando se encorvaba en impaciente búsqueda del cuerpo de la hembra.
Esta debÃ*a haber advertido también aquel miembro palpitante, puesto que se habÃ*a detenido y permanecÃ*a tranquila, ofreciendo su parte trasera al agresor.
El macho estaba demasiado urgido por sus instintos amorosos para perder mucho tiempo con requiebros, y ante los maravillados ojos de la jovencita montó sobre la hembra y trató de introducir su instrumento.
Bella contemplaba el espectáculo con el aliento contenido, y pudo ver cómo, por fin, el largo y henchido miembro del caballo desaparecÃ*a por entero en las partes posteriores de la hembra.
Decir que sus sentimientos sexuales se excitaron no serÃ*a más que expresar el resultado natural del lúbrico espectáculo. En realidad estaba más que excitada; sus instintos libidinosos se habÃ*an desatado. Mesándose las manos clavó la mirada para observar con todo interés el lascivo espectáculo, y cuando, tras una carrera rápida y furiosa, el animal retiró su goteante pene, Bella dirigió a éste una golosa mirada, concibiendo la insanÃ*a de apoderarse de él para darse gusto a sÃ* misma.
Obsesionada con tal idea, Bella comprendió que tenÃ*a que hacer algo para borrar de su mente la poderosa influencia que la oprimÃ*a. Sacando fuerzas de flaqueza apartó los ojos y reanudó su camino, pero apenas habÃ*a avanzado una docena de pasos cuando su mirada tropezó con algo que ciertamente no iba a aliviar su pasión.
Precisamente frente a ella se encontraba un joven rústico de unos dieciocho años, de facciones bellas, aunque de expresión bobalicona, con la mirada puesta en los amorosos corceles entregados a su pasatiempo. Una brecha entre los matorrales que bordeaban el camino le proporcionaba un excelente ángulo de vista, y estaba entregado a la contemplación del espectáculo con un interés tan evidente como el de Bella.
Pero lo que encadenó la atención de ésta en el muchacho fue el estado en que aparecÃ*a su vestimenta, y la aparición de un tremendo miembro, de roja y bien desarrollada cabeza. que desnudo y exhibiéndose en su totalidad, se erguÃ*a impúdico.
No cabÃ*a duda sobre el efecto que el espectáculo desarrollado en la pradera habÃ*a causado en el muchacho, puesto que éste se habÃ*a desabrochado los bastos calzones para apresar entre sus nerviosas manos un arma de la que se hubiera enorgullecido un carmelita. Con ojos ansiosos devoraba la escena que se desarrollaba en la pradera, mientras que con la mano derecha desnudaba la firme columna para friccionarÃ*a vigorosamente hacia arriba y hacÃ*a abajo, completamente ajeno al hecho de que un espÃ*ritu afÃ*n era testigo de sus actos.
Una exclamación de sobresalto que involuntariamente se le escapó a Bella motivó que él mirara en derredor suyo. y descubriera frente a él a la hermosa muchacha, en el momento en que su lujurioso miembro estaba completamente expuesto en toda su gloriosa erección.
—¡Por Dios! —exclamó Bella tan pronto como pudo recobrar el habla—. ¡Qué visión tan espantosa! ¡Muchacho desvergonzado! ¿Qué estás haciendo con esta cosa roja?
El mozo, humillado, trató de introducir nuevamente en su bragueta el objeto que habÃ*a motivado la pregunta, pero su evidente confusión y la rigidez adquirida por el miembro hacÃ*an difÃ*cil la operación. por no decir que enfadosa.
Bella acudió solÃ*cita en su auxilio.
—¿Qué es esto? Deja que te ayude. ¿Cómo se salió? ¡Cuán grande y dura es! ¡Y qué larga! ¡A fe mÃ*a que es tremenda tu cosa, muchacho travieso!
Uniendo la acción a las palabras, la jovencita posó su pequeña mano en el erecto pene del muchacho, y estrujándolo en su cálida palma hizo más difÃ*cil aún la posibilidad de poder regresarlo a su escondite.

Entretanto el muchacho, que gradualmente recobraba su estólida presencia de ánimo, y advertÃ*a la inocencia de su nueva desconocida, se abstuvo de hacer nada en ayuda de sus loables propósitos de esconder el rÃ*gido y ofensivo miembro. En realidad se hizo imposible, aun cuando hubiera puesto algo de SU parte, ya que tan pronto corno su mano lo asió adquirió proporciones todavÃ*a mayores, al mismo tiempo que la hinchada y roja cabeza brillaba como una ciruela madura.
—¡Ah, muchacho travieso! —observó Bella—. ¿Qué debo hacer? —siguió diciendo, al tiempo que dirigÃ*a una mirada de enojo a la hermosa faz del rústico muchacho.
—¡Ah, cuán divertido es! —suspiró el mozuelo—. ¿Quién hubiera podido decir que usted estaba tan cerca de mÃ* cuando me sentÃ* tan mal, y comenzó a palpitar y engrosar hasta ponerse como está ahora?
—Esto es incorrecto —observó la damita–, apretando más aún y sintiendo que las llamas de la lujuria crecÃ*an cada vez mas dentro de ella—. Esto es terriblemente incorrecto, picaruelo.
—¿Vio usted lo que hacÃ*an los caballos en la pradera?
—preguntó el muchacho, mirando con aire interrogativo a Bella, cuya belleza parecÃ*a proyectarse sobre su embotada mente como el sol se cuela al través de un paisaje lluvioso.
—SÃ*, lo vi. —replicó la muchacha con aire inocente—. ¿Qué estaban haciendo? ¿Qué significaba aquello?
—Estaban jodiendo —repuso el muchacho con una sonrisa de lujuria—. Él deseaba a la hembra y la hembra deseaba al semental, asÃ* es que se juntaron y se dedicaron a joder.
—¡Vaya, qué curioso! —contestó la joven, contemplando con la más infantil sencillez el gran objeto que todavÃ*a estaba entre sus manos, ante el desconcierto del mozuelo.
—De veras que fue divertido, ¿verdad? ¡Y qué instrumento el suyo! ¿Verdad, señorita?
—Inmenso —murmuró Bella sin dejar de pensar un solo momento en la cosa que estaba frotando de arriba para abajo con su mano.
—¡Oh, cómo me cosquillea! —suspiró su compañero—. ¡Qué hermosa es usted! ¡Y qué bien lo frota! Por favor, siga, señorita. Tengo ganas de venirme.
—¿De veras? —murmuró Bella—. ¿Puedo hacer que te vengas?
Bella miró el henchido objeto, endurecido por efecto del suave cosquilleo que le estaba aplicando; y cuya cabeza tumefacta parecÃ*a que iba a estallar. El prurito de observar cuál serÃ*a el efecto de su interrumpida fricción se posesionó por completo de ella, por lo que se aplicó con redoblado empeño a la tarea.
—¡Oh, si, por favor! ¡Siga! ¡Estoy próximo a venirme! ¡Oh! ¡Oh! ¡Qué bien lo hace! ¡Apriete más. . ., frote más aprisa. . . pélela bien. . .! Ahora otra vez.. . ¡Oh, cielos! ¡Oh!
El largo y duro instrumento engrosaba y se calentaba cada vez más a medida que ella lo frotaba de arriba abajo.
—¡Ah! ¡Uf! ¡Ya viene! ¡Uf! ¡Oooh! —exclamó el rústico entrecortadamente mientras sus rodillas se estremecÃ*an y su cuerpo adquirÃ*a rigidez, y entre contorsiones y gritos ahogados su enorme y poderoso pene expelió un chorro de lÃ*quido espeso sobre las manecitas de Bella, que, ansiosa por bañarlas en el calor del viscoso fluido, rodeó por completo el enorme dardo, ayudándolo a emitir hasta la última gota de semen.
Bella, sorprendida y gozosa. bombeó cada gota —que hubiera chupado de haberse atrevido— y extrajo luego su delicado pañuelo de Holanda para limpiar de sus manos la espesa y perlina masa.
Después el jovenzuelo, humillado y con aire estúpido, se guardó el desfallecido miembro, y miró a su compañera con una mezcla de curiosidad y extrañeza.
—¿Dónde vives? —preguntó al fin, cuando encontró palabras para hablar..
—No muy lejos de aquÃ* —repuso Bella—. Pero no debes seguirme ni tratar de buscarme, ¿sabes? Si lo haces te irÃ*a mal —prosiguió la damita—, porque nunca más volverÃ*a a hacértelo, y encima serias castigado.
—¿Por qué no jodemos como el semental y la potranca?
—sugirió el joven, cuyo ardor, apenas apaciguado, comenzaba a manifestarse de nuevo.
—Tal vez lo hagamos algún dÃ*a, pero ahora, no. Llevo prisa porque estoy retrasada. Tengo que irme enseguida.
—Déjame tentarte por debajo de tus vestidos. Dime, ¿cuándo vendrás de nuevo?
—Ahora no —dijo Bella, retirándose poco a poco—, pero nos encontraremos otra vez.
Bella acariciaba la idea de darse gusto con el formidable objeto que escondÃ*a tras sus calzones.
—Dime —preguntó ella—. ¿Alguna vez has. .. has jodido?
—No, pero deseo hacerlo. ¿No me crees? Está bien, entonces te diré que. .. si, lo he hecho.
—¡Qué barbaridad! —comentó la jovencita.
—A mi padre le gustarÃ*a también joderte —agregó sin titubear ni prestar atención a su movimiento de retirada.
—¿Tu padre? ¡Qué terrible! ¿Y cómo lo sabes?
—Porque mi padre y yo jodemos a las muchachas juntos. Su instrumento es mayor que el mÃ*o.
—Eso dices tú. Pero ¿será cierto que tu padre y tú hacéis estas horribles cosas juntos?
—SÃ*, claro está que cuando se nos presenta la oportunidad. DeberÃ*as verlo joder. ¡Uyuy!
Y rió como un idiota.
—No pareces un muchacho muy despierto —dijo Bella.
—Mi padre no es tan listo como yo —replicó el jovenzuelo riendo más todavÃ*a, al tiempo que mostraba otra vez la yerga semienhiesta—. Ahora ya sé cómo joderte, aunque sólo lo haya hecho una vez. DeberÃ*as yerme joder.
Lo que Bella pudo ver fue el gran instrumento del muchacho, palpitante y erguido.
—¿Con quién lo hiciste, malvado muchacho?
—Con una jovencita de catorce años. Ambos la jodimos, mi padre y yo nos la dividimos.
—¿Quién fue el primero? —inquirió Bella.
—Yo, y mi padre me sorprendió. Entonces él quiso hacerlo también y me hizo sujetarla. Lo hubieras visto joder... ¡Uyuy!
Unos minutos después Bella habÃ*a reanudado su camino, y llegó a su hogar sin posteriores aventuras.

 

atila32

Virgen
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Gracias por Publicar esta novela, la estuve bus:icon_cool:cando varias veces
 
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