Mejor la madre que la hija

roman74

Pajillero
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Prefiero no aburrirles contando lo que me ocurrió en mi visita al director del colegio donde estudia mi hija. Traté de convencerle de que cambiara de clase a un chico que la estaba molestando pero al final nos liamos y no me quedó claro si se cumplió mi propósito inicial.
Los dÃ*as siguientes le pregunté sutilmente a mi hija por si se habÃ*an producido cambios en la clase. "¿Alguna compañera nueva?" le pregunté. "No, todo igual que siempre era su respuesta." "¿Estáis entonces los de siempre?" "SÃ*, claro mamá".

No querÃ*a que mi hija se diera cuenta de mi preocupación por un compañero de su clase que la pretendÃ*a. Ella era muy joven y el chico querrÃ*a aprovecharse de su ingenuidad para disfrutar de su ya apetecible cuerpo de mujercita. Cierto era lo que el director me habÃ*a dicho la última vez, que mi hija vestÃ*a muy provocativamente y que yo no hacÃ*a nada al respecto. Es más fácil decir que hacer cuando hoy en dÃ*a las chicas van todas muy ligeras y modernas. Mi hija tiene el problema del pecho, heredado de mÃ*, pues incluso usa algún sujetador de copa D lo cual me parece demasiado para su edad, y eso que es bastante delgada como yo.

Aquel dÃ*a se despidió tras el desayuno mientras meditaba su forma de vestir. Iba con zapatos de ligero tacón y unos jeans muy ajustados que para mi gusto eran de una talla menor a la suya. Luego llevaba un top de tirantes de los que se ajusta el escote con un lazo. Lo llevaba bastante descuidadamente anudado y mostraba mucho más que el nacimiento de sus pechos sino gran parte de la enormidad de sus encantos.

Era verdad que parte de la culpa era mÃ*a por dejarla ir asÃ*. Cualquier chico de su edad se volverÃ*a loco con sus tetas, no podrÃ*a limitarse a mirarlas, desearÃ*a tocarlas, apretarlas, morderlas y besarlas. Antes de dejarla marchar le rehice un poco el lazo, me sentÃ* culpable. Mientras se lo anudaba para que ocultara más sutilmente sus tetas sentÃ* la firmeza incierta de unos pechos que aún no tenÃ*an su forma definitiva, en continuo crecimiento.

SubÃ* a mi cuarto a vestirme por cuanto tenÃ*a que aclarar las cosas con el director del colegio. No podÃ*a permitir que ese alumno siguiera en la clase de mi hija, si fuera necesario la cambiarÃ*a de colegio pero no permitirÃ*a que se aprovechasen de ella a tan tierna edad. Mi anterior visita habÃ*a resultado infructuosa en parte porque el director se volvió loco con mis pechos y desviaron el centro de la conversación. Me dije a mi misma que vestirÃ*a con modestia. Para no tentarme le avisé a mi hija de que pasarÃ*a por clase a saludarla después de visitar al director. No querÃ*a verme envuelta en otro desliz. Me planté ante mi armario y sólo se me ocurrÃ*an prendas provocativas algunas en el borde mismo entre la ropa convencional y la lencerÃ*a. Siempre exhibiendo mis enormes pechos, incluso barajando la temeridad de no llevar sujetador.

Pero aquello no podÃ*a ser. TenÃ*a que comportarme, la educación de mi hija y su futuro estaban en juego. AsÃ*, elegÃ* un suéter de cuello alto, de la estación pasada. A juego elegÃ* unos jeans como los de mi hija, bien ajustados. No podÃ*a resignarme a ocultar toda mi belleza. Si bien mis pechos son los que más llaman la atención entre los hombres creo que tengo un trasero muy bien formado, respingón y firme.

A pesar de que la vez anterior habÃ*a acabado entregada a la lujuria realizándole una felación al director esta vez no iba con victimismo ni con la intención de volver a cometer ese error. Mientras esperaba para ver al director pude darme cuenta de que mi vestuario no era adecuado para el lugar. Y no por ser demasiado exótico sino por el calor que hacÃ*a allÃ*. No debÃ*a funcionar bien el aire acondicionado y el cuello alto me estaba empezando a molestar demasiado. Mi hija, pensé, habÃ*a ido tan fresca por razones de temperatura. Tras esperar un par de minutos pude acceder al despacho del director que no dudó en cerrar con llave tras de mi, incapaz de ocultar la alegrÃ*a que le ocasionaba mi presencia. Sin embargo yo misma volvÃ* a quitar la llave.

- He estado pensando sobre lo del otro dÃ*a...Estuve pensando en llamarle a su casa. - le dije al director - para hablar sobre ello.
- No creo que hiciera falta, lo más correcto es lo que ha hecho, venir aquÃ* y hablarlo, que lo veamos...
- SÃ*, pero quise hablar con usted antes y no pude venir. ConseguÃ* el teléfono de su casa pero cuando le llamé no estaba, me contestó una mujer...imagino que su esposa. - le dije con sangre frÃ*a.
- SÃ*, sÃ*. No tiene que llamar a mi casa, puede llamarme al colegio si lo desea. - dijo azorado mientras me extendÃ*a una tarjeta del colegio que no me digné a tomar.

Aunque las infidelidades nos afectan más a las mujeres, son los hombres los que tienen más que perder asÃ* que tras poner las cartas sobre la mesa continué con mi idea inicial.
- El otro dÃ*a hablamos de que usted retirarÃ*a a su hijo de la clase de mi hija pero no ha hecho nada al respecto... - le dije.
- Bueno, entiéndalo, las cosas requieren un tiempo. - dijo el director.
- Quizás deberÃ*a hablar con su esposa, las mujeres somos más comprensivas en estos aspectos. - le dije de nuevo.
- No se preocupe, su problema se arreglará, es solo que ahora no tenemos plazas en las otras clases. - repuso el director.
- No me parece más que una mala excusa. - le dije enfadada.
- Verá, estoy haciendo todo lo que puedo. - dijo bastante preocupado el director. - En clase se comportan muy bien todos los alumnos, se lo puedo asegurar. Si mi hijo es molesto con su hija lo seguirá siendo aunque le cambiemos de clase.

La verdad es que tenÃ*a razón en lo que decÃ*a. No se podÃ*a luchar contra la naturaleza. Pero tampoco podÃ*a resignarme. Al menos querÃ*a sentir que habÃ*a hecho lo que estaba en mi mano por mi propia niña querida.
AhÃ* estábamos los dos, sentados donde casi una semana antes habÃ*a cometido mi pecado de lujuria con él. Pero no me sentÃ*a excitada, el calor era bastante molesto y estaba empezando a sudar lo cual me molestaba enormemente. No querÃ*a que el director se diera cuenta. No tenÃ*amos forma de acercar nuestras posturas. Entonces él propuso:

- Verá, quiero que los vea en clase. - Y tras consultar su reloj - Hace unos minutos que han empezado la clase. Vaya a verlos por la puerta de detrás, discretamente. Verá como la clase es el lugar más seguro del colegio. A diferencia de otros centros aquello no es una jungla. Compruébelo.

Y se levantó para acompañarme a la puerta. En parte tenÃ*a razón y era lo más que podrÃ*a conseguir de esta segunda visita. Si al menos me tranquilizaba un poco mi conciencia descansarÃ*a.

- Son pocos alumnos por clase. Hay mucho respeto. No se interrumpe al profesor. - continuó. - Los chicos atienden y no hablan entre sÃ*.
- SÃ* claro. - le dije como protesta. - cuando le vean a usted en la puerta se pondrán todos firmes como soldados.
- No nos verán. - dijo el director que insistÃ*a en acompañarme a la puerta. - Verá como atienden al profesor. La puerta está detrás y nadie se fijará en nada.
- Pero seguro que el profesor nos ve. - le dije con algo de enfado. - Y se pondrá más estricto con los alumnos en ese momento.
- Se lo estoy poniendo fácil- dijo el profesor con muestras de haber perdido su paciencia. - Vaya usted sola, pero véalos, observará que aquello es un remanso de paz.

La verdad es que no estaba muy conciliadora. En parte lo achacaba al molesto calor. QuerÃ*a ajustarme el cuello del suéter, subirme las mangas. El director tenÃ*a razón y salÃ* de allÃ* tras despedirme e indicarle que echarÃ*a un vistazo.

Ya sola por los pasillos del colegio tuve oportunidad de remangarme un poco. Quise entrar en unos baños a refrescarme un poco pero me sentÃ*a ridÃ*cula de pensar en encontrarme compartiendo el lavabo con unas niñas. SabÃ*a donde estaba la clase de mi hija. Aquello estaba desierto y no se oÃ*a un ruido salir de las aulas pero era porque estaban muy bien aisladas. Me acerqué a la clase y miré por la puerta de atrás.

Era cierto lo que decÃ*a el director de que no podÃ*an verme, tal vez el profesor y tal vez los alumnos de la última fila si se giraban pero no tenÃ*an pinta de hacerlo. Mi hija estaba en las primeras filas, a su lado estaba su amiga MarÃ*a y un chico de cabello largo. "Tal vez fuera ese el temido hijo del director" pensé. Me quedé mirándolo un buen rato y me extrañó porque no parecÃ*a nada atractivo. Además, tenÃ*a pinta de crÃ*o.

Desde luego no serÃ*a él. Al menos no se habÃ*a sentado al lado de mi hija, como presagiaba su compañera, el que serÃ*a el primer paso de la conquista hacia ella. Miré el resto de asientos, eran pocos no llegarÃ*a a veinte. Por algo pago un colegio caro, para que tenga buenas instalaciones. La excusa de que no habrÃ*a sitio en otras aulas no me acabó de convencer. Repasé el resto de asientos sin encontrar a ningún posible candidato que concordara con Carlos, el hijo del director. Cierto era que habÃ*a un par de sillas vacÃ*as.

Pensé que el chico que me encontré el otro dÃ*a y que desde lejos me pareció hacer alguna señal podrÃ*a ser Carlos. Concordaba con las descripciones y parecÃ*a conocer a mi hija. Sin nada que ver más tuve que estar de acuerdo con el director, las clases eran muy organizadas y los chicos no se descontrolaban. Harta de tanto calor, decidÃ* marcharme a casa sin esperar a saludar a mi hija.

Dudé sobre si saludar al director pero tenÃ*a que mantener un tono cordial con él. Seguramente tendrÃ*a que volver por allÃ*. QuerÃ*a que todo fuera breve. Fui directamente a su despacho. La puerta estaba abierta y el director hablaba con un chico que resultó ser el que me pareció que me miraba el otro dÃ*a. DebÃ*a ser Carlos. Me sentÃ* cohibida pues la vez anterior salÃ* un poco descocada del despacho y no me sentÃ*a cómoda.

Carlos era un chico alto, debÃ*a medir más de un metro ochenta, era muy moreno de piel y de complexión fuerte y deportiva. Y era muy atractivo, para nada tenÃ*a cara de adolescente. Sus maneras eran tranquilas y reposadas y sabÃ*a comportarse. El director me miró con cara de miedo, se ve que no habÃ*a puesto al tanto a su hijo sobre nuestras conversaciones y mis miedos de que Carlos se aprovechara de mi frágil hija.

- ¿Verdad que lo ha visto todo en orden? - dijo nervioso el director. - Es un instituto modélico. No tiene de qué preocuparse.
- ¿Preocuparse? - dijo Carlos extrañado.
- SÃ*...la señora es una ... periodista que ha venido a hacer un reportaje sobre los...estudiantes problemáticos. - mintió el director.

En principio no quise dejarlo por mentiroso pero me molestó que no le dijera la verdad a su hijo. Aunque me resultaba violento hablar de que querÃ*a que lo cambiaran de clase delante de él. AsÃ* que dije:
- SÃ*, todo bien. Ya me pondré en contacto con usted. Espero que salga bien el reportaje, de lo contrario quizás haya que hacer algunos cambios. - fue mi respuesta.
- No se preocupe. - dijo el director. - Tiene mi teléfono para lo que lo necesite.
- SÃ*. - respondÃ*. - Pero no me ha dejado el de su casa. Me gustarÃ*a tenerlo por si no le localizo aquÃ*. - le dije para recordarle que podÃ*a contarle a su esposa lo que habÃ*a pasado en el despacho entre nosotros.
- Tome. - aceptó a regañadientes.

Mientras escribÃ*a el número en la tarjeta, Carlos habló:
- ¿A quién ha entrevistado para su reportaje?
- Bueno, a nadie...todavÃ*a. - dije como pude.
El director me extendió la tarjeta. Hice por marcharme pero Carlos me retuvo suavemente con la mano. SentÃ* la fuerza contenida de sus brazos poderosos.
- Puede entrevistarme a mÃ* si quiere. - dijo Carlos.
- SÃ*, serÃ*a una buena idea. - dijo el director entusiasmado. - asÃ* verá de primera mano cómo son los chicos repetidores de clase. No son para nada conflictivos.
- No creo que haga falta. - les dije mientras me marchaba. - Pero gracias.
Me marché finalmente. Estaba asfixiada por el calor que me provocaba el suéter. También estaba nerviosa por haber conocido a Carlos de primera mano. Era un chico muy maduro para su edad. Se le notaba mucha seguridad en sÃ* mismo. PodrÃ*a ligarse a mi hija cuándo y cómo quisiera y no podrÃ*a hacer nada al respecto. Eso me hacÃ*a preocuparme demasiado.

Estaba ya fuera del colegio acercándome a mi coche aparcado cuando oÃ* que me llamaba Carlos.
- Espere, espere.
Me paré para ver qué querÃ*a decir.
- ¿Está segura de que no quiere una entrevista? Tengo muchas cosas interesantes que contar. Y conozco el instituto mejor que otros alumnos porque llevo mucho tiempo en él.
- EstarÃ*a encantada. -le dije - pero ahora tengo otros compromisos. Además, no traje la grabadora.
- No hace falta, puede tomar notas si quiere. - dijo Carlos. - Me apetece mucho que me haga una entrevista.

Todo el tiempo me hablaba mirándome a los ojos, tenÃ*a algo su voz, su mirada que te hacÃ*a hacerle caso, querer agradarle. Por otro lado veÃ*a que hablarÃ*a asÃ* a mi hija. SentÃ*a un enorme descontento por ello. Esa mezcla de placer y desagrado, de atracción y disgusto es en cierto modo el morbo. No sabÃ*a que decirle pero me costaba darle una respuesta cortante.

- Es que ahora mismo no tengo tiempo. He olvidado enviar un fax y tengo que hacerlo de inmediato. - mentÃ* una vez más.
- Si quiere le acompaño, usted hace ese encargo y luego me entrevista. ¿De acuerdo? - dijo mirándome francamente. Y como no dijera nada rápido. - No acepto un no por respuesta.
Me fastidió su prepotencia pero aún asÃ* pensé que si hablaba un poco con él podrÃ*a tranquilizarme respecto a mi hija. AsÃ* que le dije que me esperara allÃ* y que volverÃ*a en un rato.
- No se preocupe, voy detrás de usted con el coche. Ahora no tengo nada que hacer. - dijo Carlos.
- ¿No tienes más clases? - le pregunté.
- No, las asignaturas que quedan ya las tengo aprobadas. - dijo en lo que claramente era una mentira.

Me sorprendió que tuviera coche siendo tan joven. Quise quitármelo de encima pero no supe cómo. ConducÃ* hasta mi casa. Estaba deseando cambiarme de ropa. Aparqué el coche y el hizo lo propio. Me acerqué a su coche y le dije que me esperara ahÃ*.

- No se preocupe, la acompaño a enviar el fax.- me dijo con descaro.
- No. - le dije con rotundidad. - Me esperas aquÃ*.

Y subÃ* a mi casa, angustiada por la respuesta tan brusca que le habÃ*a dado pero molesta por su impertinencia. Me alegré de haberle puesto las cosas claras pero también me molestó no haberlo sabido hacer mejor. Entré en casa. De inmediato me quité el suéter. Me refresqué en el lavabo de casa. Qué alivio tan grande después de tanto calor.
Antes de que pudiera quitarme los jeans llamaron a la puerta. Ignoré la primera llamada pero siguió una segunda. Avisé de que ya abrÃ*a. Miré por la mirilla y era Carlos el que estaba esperando. Me molestó infinitamente. Pensé en ignorarlo pero siguió llamando.
Me puse lo primero que pude del armario. Resultó ser un top de tirantes algo escotado.
- Sé qué estás aquÃ* asÃ* que ya tardas en abrir. - dijo Carlos desde fuera.
Ese idiota va a molestar a los vecinos, pensé. Fui a abrirle. Antes oculté las fotografÃ*as de familia del salón, no fuera a reconocer a mi hija. Las oculté en el trastero. Finalmente le abrÃ*.

Si esperar invitación alguna, pasó dentro. Su prepotencia me irritaba demasiado. Pero antes de que pudiera decir nada me enseñó mi teléfono móvil.
- Lo debiste dejar caer al salir del coche. - me dijo Carlos con su tranquilo hablar. - Pensé dártelo cuando bajaras pero es que ha estado sonando y quizás fuera importante.
Tomé nerviosa mi teléfono. Miré las últimas llamadas y eran de mi hija. Me asusté y la llamé de inmediato. Carlos se quedó en el recibidor sin pasar asÃ* que entré al salón para hablar con un poco de intimidad.

- Hola Teresa. - le dije a mi hija. - ¿Todo bien? ¿Me has llamado antes, no?
- SÃ*, mamá, todo muy bien. - dijo ella dejándome tranquila de golpe - Nada, te llamaba para decirte que me quedaré a comer en el instituto.
- ¿Y eso? - le pregunté sabiendo que no tenÃ*a más clases ni trabajos que hacer.
- Nada, es que he quedado con ... un amigo...-me dijo con sÃ*ntomas de nervios. - Para comer y luego estudiar un poco.
Mi primera reacción fue defensiva pero luego pensé que si habÃ*a quedado con un chico desde luego no podrÃ*a ser Carlos que estaba en mi casa y que desde luego no habrÃ*a mejor medida para evitar el acoso de este que otro chico más honrado y decente.
- ¿Y ese amigo tuyo es de tu clase? - le dije.
- SÃ*, es un compañero de clase. - dijo Teresa.
- ¿Es de tu edad? - dije estúpidamente pero para confirmar que no fuera Carlos.
- SÃ*, claro mamá. - dijo ella.
- De acuerdo, perfecto hija mÃ*a. - le dije como quitándome un peso de encima. - Pero no vuelvas muy tarde.
- Gracias, mamá. Chao!

De repente me di cuenta cómo habÃ*a hecho una montaña de un grano de arena y hasta qué punto habÃ*a sido injusta con Carlos que habÃ*a demostrado ser un chico estupendo en todo momento. Le di las gracias por darme el móvil y lo invité a que se sentara en el sofá. Me traté de tranquilizar después de tantos dÃ*as preocupada por mi hija. Seguramente tenÃ*a uno de esos novios inocentes de su edad, alguno de los chicos que habÃ*a visto en su clase. Le dije a Carlos que me esperara en el sofá que me cambiarÃ*a y le harÃ*a la entrevista.

Enfrente del armario pensamientos morbosos comenzaron a invadirme. TenÃ*a a un jovencito estupendo en el salón de mi casa esperándome. Mi marido no llegarÃ*a hasta bien entrada la noche. Mi hija se quedarÃ*a a comer. TenÃ*a ganas de disfrutar después de tanta tensión. Pero no se me pasaba por la cabeza acostarme con un compañero de clase de mi hija. Menuda barbaridad.

Aunque estaba cachonda perdida. QuerÃ*a excitar al pobre chico que seguro se sentirÃ*a apabullado ante una mujer de verdad, no una de esas niñas de instituto. QuerÃ*a jugar con él y sabÃ*a cómo hacerlo. Cambié mi discreto vestuario de visita de colegio por el provocador con falda corta y top bien ajustado. ElegÃ* uno de los tops más excitantes que tenÃ*a. El pecho se agolpaba contra la tela y ante la presión buscaba espacio subiendo hacia el escote de forma descarada, si me movÃ*a demasiado podÃ*an salÃ*rseme del top. Huelga decir que no me puse sujetador.

Mi pecho se veÃ*a espectacular. Tuve alguna duda de salir asÃ* vestida. Era escandaloso. AsÃ* que me puse una blusa por encima, con varios botones desabrochados.

Al entrar de nuevo en el salón Carlos me repasó de arriba abajo pero sin babear ni demasiado descaro. Eso me gustó. Llevaba un cuaderno y un bolÃ*grafo para tomar notas. Me senté en el sillón enfrente de Carlos; aunque estaba un poco más alejada de él podrÃ*a verme mucho mejor. Ver pero no tocar pensé.

- A ver Carlos. - le dije. - ¿Es cierto que en los institutos hay mucha violencia y agresividad?
- No, no es cierto. - dijo con su cálida voz. - Depende del sitio pero en el que yo estudio no es asÃ*.
Hice como que anotaba pero sólo puse un "1: No", no me apetecÃ*a escribir pero no querÃ*a ser demasiado falsa.
- Carlos. - le pregunté de nuevo. - ¿Crees que los chicos recibÃ*s una buena educación?
- SÃ*, más o menos. -dijo Carlos.
- ¿Mejor que la de vuestros padres? - volvÃ* a preguntar.
- No creo, quizás más superficial pero también más amplia.

No se me ocurrÃ*a que preguntar. El chico no me quitaba ojo pero no veÃ*a lascivia en sus ojos, sólo tranquilidad. Mis piernas desnudas en la falda se veÃ*an estupendas pero quizás hubiera resultado más adecuado unos pantalones ajustados. Me arrepentÃ*a por haber llevado la blusa encima. Quise quitármela sin ser muy evidente asÃ* que le pregunté:

- ¿Quieres tomar algo? Perdona que haya sido tan descortés.
- Una coca-cola. - Y con una amplia sonrisa. - Gracias.

Aproveché para quitarme la blusa sobre el sofá e inmediatamente fui a la cocina sin que pudiera verme el enorme escote.

AllÃ* en la cocina le preparé su bebida. Por los nervios no me atrevÃ*a a salir, estaba casi desnuda. Mis pechos se exhibÃ*an y amenazaban con saltar por el ostentoso escote. Esperé a propósito. Entonces destapé el tapón del fregadero. Mi casa es antigua y por un sistema de tuberÃ*as se oye perfectamente lo que se habla en el salón aunque es un truco que sólo yo conozco. Carlos estaba hablando con alguien por teléfono.
- SÃ*, no creo que me demore mucho. En un rato voy para allá. SÃ*, quedamos para comer. Un beso.

Me sentÃ*a decepcionada. A pesar de mis esfuerzos Carlos se iba a marchar. Tal vez mi escote le frenara, pensé. Sin embargo relacioné su salida a comer con la quedada de mi hija. Pensé que tal vez él fuera el que iba a verla y mis motivos de tranquilidad desaparecÃ*an.

Quise retenerlo por mi propio orgullo de mujer y por el honor de mi hija. Noté que por tratar con las bebidas frÃ*as mis pezones se habÃ*an puesto muy duros. Se notaban debajo del top, casi a la altura del escote. No me importó y salÃ* con las bebidas. Me contoneé en el trayecto hacia la mesa como una puta de carretera y le dÃ* a Carlos su bebida.

Noté que me miraba con mayor claridad que antes. Mis pechos eran el objetivo de sus ojos. Me alegré de atraerle.

- ¿Qué tal es estudiar en el instituto tan mayor?- fue mi siguiente pregunta.
- Es un poco frustrante. Pero también tiene numerosas ventajas. - dijo Carlos.
- ¿Y cuáles son estas ventajas?
- Bueno, sabes de qué va todo. Y con las chicas tienes éxito garantizado.
Esa respuesta me hizo de nuevo pensar en mi pobre hija.
- También habrá chicas que prefieran chicos de su edad, ¿no te parece?- le pregunté.
- Bueno, no sé. Puedo hablar por mi propia experiencia. A mi no se me ha resistido nunca ninguna. - dijo Carlos sin pestañear.
- ¿Ahora mismo tienes novia? - le pregunté.
- A mi edad el concepto de novia no creo que tenga sentido. - dijo - Salgo con algunas durante algún tiempo. Ahora voy detrás de una chica, luego cambiaré por otra cuando me harte de esa.
Me sentÃ*a preocupada por mi hija. Casi olvidaba que iba vestida enseñando todo mi cuerpo. Mi falda corta mostraba sin pudor mis piernas hasta bien subida la rodilla. Mis pechos se bamboleaban cuando hacÃ*a notas en el cuaderno y Carlos podÃ*a ver mis tetas mientras respondÃ*a.
- Ante tantas relaciones supongo que tomarás medidas...de protección. ¿No? - dije.
- Eso es cosa de las chicas. La que se acuesta conmigo sabe a lo que voy. Yo no fuerzo a nadie. Pero no uso preservativos si es lo que quiere saber.
“Menudo chulazoâ€Â� pensé pero aunque por una parte me molestaba mucho por otra me daba mucho morbo oÃ*rle.
- Perdona, pero tengo que marcharme. - dijo Carlos. - Disculpa si no puedo terminar la entrevista pero he quedado para comer.

Casi sin pensarlo traté de reternelo a toda costa. No podÃ*a propasarme más en mi exhibición. Era evidente que le gustaba pero no lo suficiente. RecurrÃ* al viejo truco de tirarle la bebida encima. Pero lo hice tan burdamente que se notó lo forzado del gesto.
- Me has tirado la bebida encima a propósito. - me dijo mirándome a los ojos.
No supe qué decir.
Carlos se puso de pie junto a mi. Volvió a decirme lo mismo. Le aparté la mirada.
- ¿Te parecerÃ*a bien si yo hiciera lo mismo? - dijo Carlos. Y ante mi silencio. - Levántate, ahora voy a hacer lo mismo yo.
Le hice caso. Tomó mi blusa que estaba junto al sofá y me dijo:
- Pon las manos atrás y no te retires cuando te tire la bebida. ¿De acuerdo? - dijo Carlos
No era una pregunta que buscaba contestación pero le dije que sÃ*. Me recordaba lo que vivÃ* con el director una semana antes. De nuevo mis enormes pechos iban a ser el objetivo de los hombres. Esperé a que lanzase el resto de su bebida. Los hielos impactarÃ*an contra mis pechos. El frÃ*o y la humedad endurecerÃ*an mis pezones que clarearÃ*an a través de la fina tela del top. Empapada, mis pechos se mostrarÃ*an con mayor claridad. Además temÃ*a que el impacto de la bebida me hiciera moverme demasiado con lo que algún pecho podrÃ*a escapar del prieto top mostrándose en su rotunda desnudez.

Ajeno a mis preocupaciones, Carlos se lo tomaba con tranquilidad. ParecÃ*a más preocupado por sus pantalones que se habÃ*an mojado. Impasible, esperaba la ejecución de su amenaza.
- No te importa que te tire la bebida. - dijo Carlos. - Claro, estás en tu casa. Te podrás cambiar y ya está. Pero yo he quedado y no puedo ir asÃ* mojado.
- Lo siento Carlos. - le dije. - Pero tampoco es para tanto.
- ¿Cómo que no es para tanto? - dijo enfadado. - Me has tirado la bebida a propósito. ¿Por qué lo has hecho?
No era capaz de decir nada pero como me moviera un poco repuso:
- Deja las manos en la espalda como te he dicho.
Y le obedecÃ*.
-¿Por qué me has tirado la bebida? ¿Acaso no querÃ*as que me marchara? - Y ante mi silencio. - ¿Qué, era ese el problema?
- SÃ*, querÃ*a que te quedaras a terminar la entrevista. - le dije.

No acababa de tirarme la bebida. Finalmente dijo.

- Está bien, entonces me marcharé. - dijo Carlos. - He quedado para comer con una chica.

Y comenzó a marcharse. No podÃ*a dejar las cosas asÃ*. Lo agarré por el hombro. Se giró. Estábamos tan cerca que nuestras respiraciones se entremezclaban.
- ¿Quién es esa persona con la que vas a comer tan importante? - le dije en tono conciliador.
- Es una chica con la que tengo algo. - dijo Carlos.
- ¿Es de tu instituto? - le pregunté.
- SÃ*, sÃ* que lo es.
- ¿Tu novia?
- No es mi novia pero seguramente me la tiraré esta tarde.
Podéis imaginar la tensión que tenÃ*a hablando a escasos centÃ*metros de Carlos. Estaba claro que serÃ*a mi hija. Era mi última oportunidad.
- ¿Y sólo te gustan las chicas jóvenes?
- A mi me gustan las chicas que están buenas. - dijo Carlos con seguridad.
- ¿Y yo no te lo parezco? - pregunté lo más seductoramente que pude. - Y como no dijera nada le tomé de su mano derecha y la puse sobre mi pecho. - ¿No crees que mis pechos aún están firmes?

No podéis imaginar lo sucia que me sentÃ*a. Pero era una suciedad atractiva, me sentÃ*a como una prostituta que no sólo lo hace por el dinero. QuerÃ*a seducir a ese chico. QuerÃ*a demostrarle que yo valÃ*a más que mi propia hija.

Carlos no se dejó rogar más y con sus manos apretó mis pechos, con sabia delicadeza y perversión causándome un estremecimiento de placer por todo mi cuerpo. Me miraba a los ojos y eso me hacÃ*a sentir más frágil, más suya.
- Tus tetas aún están bien firmes. - y no dejaba de masajearme, apretando y rozando con ritmos estudiados. - Pero la chica a la que voy a ver las tiene aún más duras y bien formadas.
Me sentÃ* insultada y forzada a continuar.
- ¿Pero esa chica tiene unas pezones tan duros como los mÃ*os? - y me quité el top, tirándolo en el suelo y mostrándole en su plenitud todos mis pechos.
Carlos se abalanzó sobre ellos. Me los besaba y lamÃ*a, a veces hasta mordÃ*a causándome un morboso dolor. Con un chico tan joven entre mis pechos sentÃ*a que estuviera amamantándolo de nuevo. Estaba disfrutando tanto que sólo querÃ*a más y el banquete que se estaban dando a mi costa me tenÃ*a totalmente húmeda y ansiosa de más. Mis jadeos descontrolados le hacÃ*an ver que sus esfuerzos no resultaban vanos. HacÃ*a muchos años que no me comÃ*an los pechos tan bien y estaba abandonándome a la lujuria.
- Tus pezones saben deliciosos. - interrumpió Carlos. - Pero los de la chica joven son más dulces.

Olvidándome por completo de mi hija, ya sólo pensaba en mi propio placer. Le desnudé cuidadosamente, dejándole los calzones para el final. La tenÃ*a bien dura a través de la ropa.
- Pero seguro que la chica esa no tiene una boca como la mÃ*a. - le dije.
Y en un movimiento que domino a la perfección le quité los calzones con mi boca, dejando mis manos para tocar sus musculosas piernas de deportista. Le retiré la inútil prenda y me deleité con su perfecto paquete. Estaba totalmente depilado y el pene tenÃ*a una textura y color que llamaban a ser besado y adorado. Era de considerable tamaño aunque se notaba que no habÃ*a alcanzado toda su plenitud. Sin esperar mayor invitación comencé a chupar lo que allÃ* se me ofrecÃ*a. Traté de poner toda mi experiencia en darle el mayor placer posible. Con lametones certeros en los puntos más sensibles, ensalivándole el glande, forzando mi garganta hasta su lÃ*mite y más allá. Carlos disfrutaba y sus continuos empujones hacÃ*an que más que una mamada parecÃ*a que me estaba follando por la boca.
- La chupas estupendamente. - dijo Carlos. - Se nota que estabas bien hambrienta.
Y yo seguÃ*a tragando de su sabrosa polla, disfrutando con la presión de su miembro entre mis labios, con sus vaivenes sobre mi boca. Con mis manos tocaba su fibroso cuerpo, masajeandole los huevos que encerraban el néctar de su hombrÃ*a.
- Tus labios son muy buenos, pero la chica con la que he quedado a comer se la traga hasta el fondo. - dijo Carlos.
Traté de esforzarme. La saqué entera y me pareció que habÃ*a crecido varias pulgadas. De un empujón me la metÃ* toda de golpe, el último trozo me costó demasiado, grandes cantidades de saliva lo llenaron todo. Fue un esfuerzo fÃ*sico pero noté que le gustó. Al final tenÃ*a todo aquello dentro de mi garganta y él seguÃ*a follándome la boca sin piedad. Me costaba respirar pero estaba encantada con lo que me hacÃ*a.

Carlos tenÃ*a una resistencia infinita a las mamadas. Aunque jadeaba y aumentaba el ritmo de sus acometidas no parecÃ*a cerca de terminar. No querÃ*a aburrirlo asÃ* que se la saqué con cuidado. Me desnudé completamente mostrándole todo mi cuerpo. Mi coño siempre está muy cuidado, si no depilado completamente sÃ* con un buen trabajo de tijera. Me puse a cuatro patas sobre el sofá. Y le dije:
- Pero esa chica seguro que no tiene unas nalgas tan firmes.

Carlos se colocó tras de mi. De nuevo apretaba mi cuerpo, esta vez mi culo. Ahora lo hacÃ*a con mucho menos cuidado pero causándome más placer. Sus dedos estaban tan cerca de mi coño que sentÃ*a como si el lÃ*quido de mi interior saliera en su búsqueda. De repente me dio un enorme tortazo en una nalga.
- Ah! - grité sorprendida y dolorida.
- Perdona. - dijo Carlos. - Es que la chica con la que habÃ*a quedado disfruta mucho con los azotes.
Su respuesta no me hizo ninguna gracia pero sabÃ*a cual era mi obligación. EsgrimÃ* la mejor de mis sonrisas y movÃ* mi trasero ante sus ojos, como pidiendo más.
Plas. Llegó un nuevo golpetazo que me dolió pero mucho menos que el anterior. Plas. Otra vez. Plas. Carlos se tomaba su tiempo entre azote y azote. Eso lo hacÃ*a aún más excitante para él pero más doloroso para mÃ*. Pero al poco rato del dolor surgió el placer. Me veÃ*a a mi misma desnuda, de espaldas, totalmente ofrecida a un chico joven, forzada a ceder en todas sus perversiones. Cada azote me hacÃ*a sentir más perversa, más sucia, a él más hombre, más fuerte, más dueño de la situación. Estaba abandonada a lo que quisiera hacer conmigo.

Al cabo llegó lo que tenÃ*a que llegar, con suma facilidad Carlos me penetró desde atrás. Estaba tan lubricada que Carlos se sorprendió de metérmela con tanta facilidad. TenÃ*a una complexión mágica, perfecta, tocaba cada punto sensible de mi interior. Ahora me dejé llevar por él y por su sabidurÃ*a. Mis jadeos eran incontrolables.
- Oh, oh, mmmm. A que esa otra, mmmmmmmmmm, chica joven, ¡Oh, oh! - dije como pude - No se pone tan mojadaaaaaaaaaaaa.
Carlos no respondió pero siguió centrado en lo que tenÃ*a que hacer. Darme más y más fuerte con su enorme instrumento. Su mano apareció en mi boca y le chupé los dedos que me ofrecÃ*a. Estos dedos volvieron atrás, y empezaron a tocarme el culito. Metódicamente iban hacia delante y hacia atrás, hasta que pudo introducirme en el ano uno de ellos. Fue entonces cuando tuve mi orgasmo, una explosión que me hizo caer de bruces sobre el sofá, destrozada. Mis gritos fueron aterradores y en ningún momento Carlos dejó de bombearme con su polla.

Mi cuerpo estaba vencido por el placer pero Carlos no estaba dispuesto a dejarlo asÃ*.
- La otra chica tiene más de un orgasmo cuando hacemos el amor.
Sin dudarlo me recuperé, con las piernas temblorosas. VolvÃ* a ponerme a cuatro patas, él volvió a buscar su sitio, pero ahora lo hizo directamente en mi culito. Pero su polla era demasiado grande y no estaba tan lubricado como él creÃ*a. Me giré para que no me hiciera daño y atrapé su polla entre mis enormes pechos. Entre ellos se la masajeé, llevándomela hasta los labios donde recibÃ*a mis besos y lametones. Carlos me apretaba los pechos, incapaz de abarcarlos con sus solas manos tan grandes que son.
- Puedes correrte en mis pechos. - le dije. - Te prometo que me beberé toda tu leche. - Y al tiempo me relamÃ*.
- Claro que puedo correrme en tus pechos. Puedo hacer lo que quiera contigo. - dijo Carlos.
- SÃ*. - le dije sonriente. Era la verdad.
- Hoy y siempre que quiera, eres mÃ*a. ¿Verdad? - dijo Carlos sin cesar de apretar su polla entre mis tetazas.
- Soy toda tuya.

Y como prueba me puse de nuevo de espaldas, esperando aguantar toda su polla por donde quisiera. Y Carlos lo entendió. Volvió a meterme los dedos en los labios, volvÃ* a lubricarle y volvió a intentar introducÃ*rmela. Aquello era enorme y tuve que morder el sofá para no gritar de dolor. Pero acabó entrando. Carlos sabÃ*a lo que hacÃ*a. Se quedaba quieto y pasaba un trozo más. Yo estaba mareada entre el dolor y el placer. Tuvo mucho cuidado, en pocos minutos estaba de nuevo gozando. Me encantaba tener una polla tan grande llenándome todo mi culito.
- ¿A que la otra chica no tiene un culito tan estrecho como el mÃ*o?
- No, tienes razón, bien estrecho que lo tienes, pero ya me encargaré yo de ensanchártelo.
Y con esas comenzó un vaivén frenético que poco a poco me llevó a un orgasmo desconocido, hipnótico, casi me desmayo de lo que sentÃ* en ese momento. Carlos tenÃ*a una resistencia sobrehumana y las piernas no me soportaban el peso.

Finalmente noté que no era capaz de resistir más. Sus empujones se hacÃ*an más y más fuertes. Su cuerpo temblaba todo. Mi cuerpo se preparó para el orgasmo inminente. Calientes chorros de semen inundaron mi agujero más secreto. Carlos gritaba de placer mientras se deshacÃ*a en una interminable corrida. Acabamos tirados sobre el sofá como animales, sin decirnos nada hasta varios minutos después.
- ¿He sido lo suficientemente puta para ti? - le pregunté nerviosa.
- Lo has sido, pero tendrás que serlo más veces. - dijo Carlos que se vistió, se levantó y se fue, dejándome exhausta pero con más ganas de él.
 
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