-
Matilda y su hijo Pablito Madre – Capítulo 001
Pablo era hijo de soltera, moreno, de ojos negros, pelo rizado, delgado, alto, guapo, muy infantil, en lo que al sexo se refiere y un buen amigo.
Lo peor, "o lo mejor", que encontré en él era la obsesión que tenía por las tetas de su madre. No paraba de hablar de ellas. El pobre se mataba a pajas.
Aquel día estábamos robando cerezas de vino sentados en dos ramas de un cerezo. Después de escupir la pepita de una cereza y meter un puñado de ellas dentro de la camiseta, me dijo:
-Estuve otra vez cerca de comerle las tetas a mi madre, me faltó...
-¿Echarle huevos?
-Sí, me faltó eso, echarle huevos.
-Cómo siempre. ¿Qué pasó esta vez?
-Pasó que le dije que me dolía la cabeza, me sentó en sus rodillas y apoyó mi cabeza entre sus tetas.
Le dije, en tono jocoso:
-¡Graaaaaandes y blaaaaaaaaanditas!
-No te rías de mí. Hombre.
-Estaba de broma. ¿No te ofreció una aspirina?
-No.
-Claro, quería darte el biberón a ver si te pasaba.
A Pablo no le gustaba el cachondeo que me traía con él.
-¿Quieres parar de decir tonterías?
-¿Te volviste a empalmar al apoyar la cabeza en ellas?
-Si, y después me hice una paja.
-A ver, alma cándida. ¿Te crees que tu madre no ve el bulto en tu pantalón? ¿Te crees que al hacer la cama no ve el color amarillo que queda sobre las sábanas al secarse tu leche? Tu madre, cuando hace esas cosas quiere follar contigo. Lleva muchos años sola y es muy joven...
Me interrumpió.
-¿Tu madre cuándo te acaricia la cabeza quiere follar contigo, mal pensado?
-Mi madre no se pone escotes para andar por Casa que le llegan hasta el ombligo. Lo sé porque me lo dijiste tú.
-Sí, es verdad que te lo dije, pero eso es cuando tiene calor.
-¡Joder si tiene! ¿Y sabes donde, atontado? En el coño.
-¿A dónde quieres llegar, Quique?
-A que folles a tu madre. Te lo está pidiendo a gritos bueno, y si se puede, a follarla yo también.
Pablo, entró al trapo.
-Tú que sabes mucho de eso. ¿Cómo lo haríamos?
-Durmiendo yo un día en tu casa.
-¿Así de fácil?
-Tienes que dar tú el primer paso. Métele mano y dile que te enseñe las tetas.
-¿Quieres que me ponga en las rodillas y me ponga el culo rojo con la zapatilla?
Aquellas palabras hicieron que le contestara con otra pregunta.
-¡¿Aún te da con la zapatilla?!
-Cuando me porto mal, sí.
-Con el pantalón puesto, claro.
-No, a calzón quitado.
Allí había tomate y Pablo no lo sabía.
-¡Jooooooder! Dime una cosa. ¿Acabas empalmado?
-Siempre, es que...
-¿Qué?
-Que para castigarme aún más me mete un dedo en el culo, y a mí me gusta, sabes.
-Lo sé yo, lo sabes tú y lo sabe ella. ¿Te mira para la polla después de calentarte el culo con la zapatilla?
-Mira.
-¿Alguna vez se mordió el labio mirando para ella?
-Sí, varias veces. ¿Crees que le gusta?
-¿Qué sí le gusta? ¡Está deseando comerla!
-Me estás empalmando, Quique.
-No eres tú solo el que se está empalmando. ¿Y tu madre que hace después de darte en el culo?
-Sus cosas, lo que le toque hacer, coser, lavar, planchar... Pero por la noche le debe pesar por que llora en su habitación.
-¿La sientes llorar?
-La siento gemir y llorar.
-¿Y suspira?
-Suspira, gime, pero al final acaba llorando....
La madre de Pablo se excitaba con él y mataba a pajas. Ahora quien lo interrumpió a él fui yo.
-¡A moco tendido! ¿Y nunca la viste desnuda?
-Casi.
-¿Cómo que casi?
-El mes pasado se compró una enagua de seda y me llamó desde su habitación para que fuera y le dijera cómo le quedaba.
-¿Y?
-Y no sé cómo le quedaba porque cómo era transparente me fijé en sus tetas y en el pelo rizado de su coño, la polla se me puso tiesa y tuve que taparla con la mano y volver a mi habitación. ¡Que vergüenza pasé!
-Estas cosas nunca me las habías contado.
-Es que mi madre dice que lo de lo azotes, los escotes, el camisón y otras cosas no lo debe saber nadie.
-¿Es que hay más cosas?
-Hay.
Seguí tirando de él.
-Oye. ¿Y la viste más veces así de provocativa, cómo cuando la viste con el camisón trasparente?
-Hace un mes la vi delante del espejo del armario de su habiación tocándose las tetas.Estaba desnuda, de espaldas. Pero eso fue normal.
-¿Normal?
-Si, hombre, fue cuando hubo aquella epidemia de pulgas.
Casi me da la risa, cuando le dije:
-¿Y crees que es normal que tu madre estuviera matando pulgas con las tetas?
-Y con los dedos, pues después también andaba con una mano en el coño. ¡¿No pensarás que se estaba masturbando?!
-¡Qué va! Estaba matando pulgas con las tetas y con el coño. Con las tetas las asfixiaba y con el coño, cómo las pulgas no saben nadar, las ahogaba en sus flujos vaginales.
Puso cara de pensar, esa cara en la que se pone una mano en el metón, se mira hacia arriba, se tuerce la boca, y después se emite el pensamiento:
-¡Quieres ver que sí, que se estaba masturbando!Tienes razón. Mi madre quiere follar conmigo.
-¿Al final caíste del burro abajo? Sin tiempo no era.
-Es que me acordé de algo que pasó antes de ayer.
-¿Que pasó?
-Que a eso de las dos de la mañana fui a mear y vi a mi madre desnuda sobre la cama iluminada por la luz de la luna que entraba por la ventana. Cogí un empalme de caballo. Saqué la polla y la machaqué mirando para sus tetas. Mi madre puso las manos detrás de la nuca, abrió las piernas, y dijo:
-¡Qué ganas tengo de una polla gordita dentro de mi coño!
-Me asusté, y antes de que me viera seguí mi camino y acabé la paja en el cagadero.
-Me mentiste. ¡La habías visto desnuda, cabrón!
-Una mentirijilla de nada. ¡A la mierda! Creo que debí ir a su lado y follarla.
-¡A la mierda vamos a ir los dos si no salimos pitando! ¡¡Ahí viene el loco!!
Pablo, miró para donde miraba yo y vio venir corriendo hacia el cerezo al dueño de la huerta con una escopeta en la mano. Estaría a unos trescientos metros de distancia. Bajamos del cerezo a toda mecha y pusimos pies en polvorosa atravesando huertas que llevaban a un robledal, donde acabaríamos de comer las cerezas que metiéramos dentro de las camisas.
Aquella tarde, Germán, un viejo que usaba boina y llevaba puesto un pantalón de pana y una camisa negra que se volviera casi marrón de tanto usarla, en la puerta de la casa de Matilda le estaba dando las quejas.
-... Me rompen las ramas y me joden el cerezo,
Matilda, la madre de Pablo, tenía 33 años y un cuerpo que quitaba el hipo... Tenía de todo y todo muy bien puesto. le preguntó:
-¿Estás seguro que era mi hijo?
-Sí, era tu hijo y Quique, el cabronazo ese que va de machito.
-Hablaré con Pablito cuando llegue a casa. ¿Hay algo que pagar?
-No, pero la próxima vez, si la hay, puede que tu hijo acabe con el culo lleno de sal de un cartucho de mi escopeta.
Matilde, tenía muy mala hostia. Poniendo una cara que metía miedo, le dijo:
-¡Y tú muerto! ¡¡Fuera de mi vista!!
El viejo, escopeta en mano, se fue mascullando Dios sabe que barbaridades.
Cuando Pablo llegó a casa ya sabía que el viejo hablara con su madre y que si hacía lo que le había dicho Quique podría acabar caliente, aunque también podía ser que si lo hacía se cumpliera su sueño. Matilde estaba sentada en una silla de la cocina.
-¿Quieres merendar?
Parecía que no estaba enfadada.
-Ya vengo merendado.
-Harto de cerezas. ¿A que sí?
Pablo, fue junto a su madre, le quitó una zapatilla del pie derecho... Era una zapatilla negra, de felpa, con piso esponjoso, de las baratas, de las que se compraban en el mercado. Se la puso en la mano derecha. Quitó el cinturón, bajó la cremallera y bajó los pantalones. Ya estaba totalmente desarrollado. Una polla de unos quince centímetro, gorda y a media asta quedó colgando sobre unos huevos hinchados. Le levantó el vestido a su madre y se echó sobre las piernas desnudas, blancas cómo la leche y llenas de vello negro.
-Castígame, madre. Fui malo.
-Mala me estoy poniendo yo, hijo.
Pablo, se preocupó por su madre.
-¡¿Te mareas?!
-Casi, hijo, pero no es la clase de mareo que tú piensas.
Le dio.
-Zassssssssss. zaaaaaaaas, zaaaaaas, zasssss, zasssssss.
Matilda, nunca lo había azotado así. Sentía la cabeza de la polla de su hijo mojada rozando una de sus piernas y comenzó a mojarse.
-¿Quién te dijo que me provocaras, Pablito?
-Quique.
-¡Zassssssss, zassssss, zassssss, zasssssss, zasssssss!
-¿Le contaste lo de los escotes, lo de los azotes y otras cosas?
-Sí.
-¡Zassss, zasssss, zasssss. zassssss!
-No se le cuentan a nadie las intimidades.
-Es mi mejor amigo. Y sabe guardar secretos.
-¡Zasssss, zasssss, zasssss, zassss, zassssss!
-¿Qué busca? ¡Ay Dios como estoy poniendo!
-Follarte... Bueno que te follemos los dos. ¿Qué te pasa, madre?
-Estoy muy mojada, hijo.
-¿Allí abajo?
-Sí, hijo, sí. ¡Y ni te puedes imaginas cuánto!
-¡¡Zassss, zassss, zassssss, zasssss!!
La mujer azotaba al hijo con ganas, y su coño... ¡Ay su coño! Su coño se abría y se cerraba sin parar. Llevaba muchos años sin probar polla. Tiró con la zapatilla.
-¿Qué más te dijo que hicieras para seducirme?
-Esto.
Pablo, se puso en pie, le echó las manos a las esponjosas tetas. Las palpó con tanto mimo que parecía tener miedo a romperlas..
-Aprieta, hijo, aprieta.
La polla de Pablo se puso cómo un palo.
-¿Te gusta que te apriete las tetas, mamá?
-Sí, hijo, mucho. Mamá está muy cachonda. Dile a Quique cuando lo veas que te dejé jugar con mis tetas.
-Se lo diré cuando lo vaya a buscar. Está esperando en el monte. ¿Me dejas que te las chupe?
-Te aprendiste bien el guión de ese pícaro.
-Si, ese pícaro, cómo tú le llamas, es un buen maestro, se folló a casi todas las mujeres casadas de la aldea.
-¡¿Qué?!
-Lo que oyes. ¿Me dejas que te chupe las tetas?
-Llevas tiempo deseándolo, ¿verdad?
-Sí.
-Lo sabía. Tardaste mucho en decidirte.
-¿Debí pedirte antes que me dejaras tocártelas?.
-Mucho antes. Una cosa iba a llevar a la otra.
-Si, tú no quieres, no, madre.
-Voy a querer, hijo, voy a querer. ¿Folla bien Quique?
-Sí, folla, y come el coño cómo nadie.
-¿Seguro qué es de fiar?
Sí, pongo el culo en el fuego por él
-
Matilda y su hijo Pablito Madre – Capítulo 001
Pablo era hijo de soltera, moreno, de ojos negros, pelo rizado, delgado, alto, guapo, muy infantil, en lo que al sexo se refiere y un buen amigo.
Lo peor, "o lo mejor", que encontré en él era la obsesión que tenía por las tetas de su madre. No paraba de hablar de ellas. El pobre se mataba a pajas.
Aquel día estábamos robando cerezas de vino sentados en dos ramas de un cerezo. Después de escupir la pepita de una cereza y meter un puñado de ellas dentro de la camiseta, me dijo:
-Estuve otra vez cerca de comerle las tetas a mi madre, me faltó...
-¿Echarle huevos?
-Sí, me faltó eso, echarle huevos.
-Cómo siempre. ¿Qué pasó esta vez?
-Pasó que le dije que me dolía la cabeza, me sentó en sus rodillas y apoyó mi cabeza entre sus tetas.
Le dije, en tono jocoso:
-¡Graaaaaandes y blaaaaaaaaanditas!
-No te rías de mí. Hombre.
-Estaba de broma. ¿No te ofreció una aspirina?
-No.
-Claro, quería darte el biberón a ver si te pasaba.
A Pablo no le gustaba el cachondeo que me traía con él.
-¿Quieres parar de decir tonterías?
-¿Te volviste a empalmar al apoyar la cabeza en ellas?
-Si, y después me hice una paja.
-A ver, alma cándida. ¿Te crees que tu madre no ve el bulto en tu pantalón? ¿Te crees que al hacer la cama no ve el color amarillo que queda sobre las sábanas al secarse tu leche? Tu madre, cuando hace esas cosas quiere follar contigo. Lleva muchos años sola y es muy joven...
Me interrumpió.
-¿Tu madre cuándo te acaricia la cabeza quiere follar contigo, mal pensado?
-Mi madre no se pone escotes para andar por Casa que le llegan hasta el ombligo. Lo sé porque me lo dijiste tú.
-Sí, es verdad que te lo dije, pero eso es cuando tiene calor.
-¡Joder si tiene! ¿Y sabes donde, atontado? En el coño.
-¿A dónde quieres llegar, Quique?
-A que folles a tu madre. Te lo está pidiendo a gritos bueno, y si se puede, a follarla yo también.
Pablo, entró al trapo.
-Tú que sabes mucho de eso. ¿Cómo lo haríamos?
-Durmiendo yo un día en tu casa.
-¿Así de fácil?
-Tienes que dar tú el primer paso. Métele mano y dile que te enseñe las tetas.
-¿Quieres que me ponga en las rodillas y me ponga el culo rojo con la zapatilla?
Aquellas palabras hicieron que le contestara con otra pregunta.
-¡¿Aún te da con la zapatilla?!
-Cuando me porto mal, sí.
-Con el pantalón puesto, claro.
-No, a calzón quitado.
Allí había tomate y Pablo no lo sabía.
-¡Jooooooder! Dime una cosa. ¿Acabas empalmado?
-Siempre, es que...
-¿Qué?
-Que para castigarme aún más me mete un dedo en el culo, y a mí me gusta, sabes.
-Lo sé yo, lo sabes tú y lo sabe ella. ¿Te mira para la polla después de calentarte el culo con la zapatilla?
-Mira.
-¿Alguna vez se mordió el labio mirando para ella?
-Sí, varias veces. ¿Crees que le gusta?
-¿Qué sí le gusta? ¡Está deseando comerla!
-Me estás empalmando, Quique.
-No eres tú solo el que se está empalmando. ¿Y tu madre que hace después de darte en el culo?
-Sus cosas, lo que le toque hacer, coser, lavar, planchar... Pero por la noche le debe pesar por que llora en su habitación.
-¿La sientes llorar?
-La siento gemir y llorar.
-¿Y suspira?
-Suspira, gime, pero al final acaba llorando....
La madre de Pablo se excitaba con él y mataba a pajas. Ahora quien lo interrumpió a él fui yo.
-¡A moco tendido! ¿Y nunca la viste desnuda?
-Casi.
-¿Cómo que casi?
-El mes pasado se compró una enagua de seda y me llamó desde su habitación para que fuera y le dijera cómo le quedaba.
-¿Y?
-Y no sé cómo le quedaba porque cómo era transparente me fijé en sus tetas y en el pelo rizado de su coño, la polla se me puso tiesa y tuve que taparla con la mano y volver a mi habitación. ¡Que vergüenza pasé!
-Estas cosas nunca me las habías contado.
-Es que mi madre dice que lo de lo azotes, los escotes, el camisón y otras cosas no lo debe saber nadie.
-¿Es que hay más cosas?
-Hay.
Seguí tirando de él.
-Oye. ¿Y la viste más veces así de provocativa, cómo cuando la viste con el camisón trasparente?
-Hace un mes la vi delante del espejo del armario de su habiación tocándose las tetas.Estaba desnuda, de espaldas. Pero eso fue normal.
-¿Normal?
-Si, hombre, fue cuando hubo aquella epidemia de pulgas.
Casi me da la risa, cuando le dije:
-¿Y crees que es normal que tu madre estuviera matando pulgas con las tetas?
-Y con los dedos, pues después también andaba con una mano en el coño. ¡¿No pensarás que se estaba masturbando?!
-¡Qué va! Estaba matando pulgas con las tetas y con el coño. Con las tetas las asfixiaba y con el coño, cómo las pulgas no saben nadar, las ahogaba en sus flujos vaginales.
Puso cara de pensar, esa cara en la que se pone una mano en el metón, se mira hacia arriba, se tuerce la boca, y después se emite el pensamiento:
-¡Quieres ver que sí, que se estaba masturbando!Tienes razón. Mi madre quiere follar conmigo.
-¿Al final caíste del burro abajo? Sin tiempo no era.
-Es que me acordé de algo que pasó antes de ayer.
-¿Que pasó?
-Que a eso de las dos de la mañana fui a mear y vi a mi madre desnuda sobre la cama iluminada por la luz de la luna que entraba por la ventana. Cogí un empalme de caballo. Saqué la polla y la machaqué mirando para sus tetas. Mi madre puso las manos detrás de la nuca, abrió las piernas, y dijo:
-¡Qué ganas tengo de una polla gordita dentro de mi coño!
-Me asusté, y antes de que me viera seguí mi camino y acabé la paja en el cagadero.
-Me mentiste. ¡La habías visto desnuda, cabrón!
-Una mentirijilla de nada. ¡A la mierda! Creo que debí ir a su lado y follarla.
-¡A la mierda vamos a ir los dos si no salimos pitando! ¡¡Ahí viene el loco!!
Pablo, miró para donde miraba yo y vio venir corriendo hacia el cerezo al dueño de la huerta con una escopeta en la mano. Estaría a unos trescientos metros de distancia. Bajamos del cerezo a toda mecha y pusimos pies en polvorosa atravesando huertas que llevaban a un robledal, donde acabaríamos de comer las cerezas que metiéramos dentro de las camisas.
Aquella tarde, Germán, un viejo que usaba boina y llevaba puesto un pantalón de pana y una camisa negra que se volviera casi marrón de tanto usarla, en la puerta de la casa de Matilda le estaba dando las quejas.
-... Me rompen las ramas y me joden el cerezo,
Matilda, la madre de Pablo, tenía 33 años y un cuerpo que quitaba el hipo... Tenía de todo y todo muy bien puesto. le preguntó:
-¿Estás seguro que era mi hijo?
-Sí, era tu hijo y Quique, el cabronazo ese que va de machito.
-Hablaré con Pablito cuando llegue a casa. ¿Hay algo que pagar?
-No, pero la próxima vez, si la hay, puede que tu hijo acabe con el culo lleno de sal de un cartucho de mi escopeta.
Matilde, tenía muy mala hostia. Poniendo una cara que metía miedo, le dijo:
-¡Y tú muerto! ¡¡Fuera de mi vista!!
El viejo, escopeta en mano, se fue mascullando Dios sabe que barbaridades.
Cuando Pablo llegó a casa ya sabía que el viejo hablara con su madre y que si hacía lo que le había dicho Quique podría acabar caliente, aunque también podía ser que si lo hacía se cumpliera su sueño. Matilde estaba sentada en una silla de la cocina.
-¿Quieres merendar?
Parecía que no estaba enfadada.
-Ya vengo merendado.
-Harto de cerezas. ¿A que sí?
Pablo, fue junto a su madre, le quitó una zapatilla del pie derecho... Era una zapatilla negra, de felpa, con piso esponjoso, de las baratas, de las que se compraban en el mercado. Se la puso en la mano derecha. Quitó el cinturón, bajó la cremallera y bajó los pantalones. Ya estaba totalmente desarrollado. Una polla de unos quince centímetro, gorda y a media asta quedó colgando sobre unos huevos hinchados. Le levantó el vestido a su madre y se echó sobre las piernas desnudas, blancas cómo la leche y llenas de vello negro.
-Castígame, madre. Fui malo.
-Mala me estoy poniendo yo, hijo.
Pablo, se preocupó por su madre.
-¡¿Te mareas?!
-Casi, hijo, pero no es la clase de mareo que tú piensas.
Le dio.
-Zassssssssss. zaaaaaaaas, zaaaaaas, zasssss, zasssssss.
Matilda, nunca lo había azotado así. Sentía la cabeza de la polla de su hijo mojada rozando una de sus piernas y comenzó a mojarse.
-¿Quién te dijo que me provocaras, Pablito?
-Quique.
-¡Zassssssss, zassssss, zassssss, zasssssss, zasssssss!
-¿Le contaste lo de los escotes, lo de los azotes y otras cosas?
-Sí.
-¡Zassss, zasssss, zasssss. zassssss!
-No se le cuentan a nadie las intimidades.
-Es mi mejor amigo. Y sabe guardar secretos.
-¡Zasssss, zasssss, zasssss, zassss, zassssss!
-¿Qué busca? ¡Ay Dios como estoy poniendo!
-Follarte... Bueno que te follemos los dos. ¿Qué te pasa, madre?
-Estoy muy mojada, hijo.
-¿Allí abajo?
-Sí, hijo, sí. ¡Y ni te puedes imaginas cuánto!
-¡¡Zassss, zassss, zassssss, zasssss!!
La mujer azotaba al hijo con ganas, y su coño... ¡Ay su coño! Su coño se abría y se cerraba sin parar. Llevaba muchos años sin probar polla. Tiró con la zapatilla.
-¿Qué más te dijo que hicieras para seducirme?
-Esto.
Pablo, se puso en pie, le echó las manos a las esponjosas tetas. Las palpó con tanto mimo que parecía tener miedo a romperlas..
-Aprieta, hijo, aprieta.
La polla de Pablo se puso cómo un palo.
-¿Te gusta que te apriete las tetas, mamá?
-Sí, hijo, mucho. Mamá está muy cachonda. Dile a Quique cuando lo veas que te dejé jugar con mis tetas.
-Se lo diré cuando lo vaya a buscar. Está esperando en el monte. ¿Me dejas que te las chupe?
-Te aprendiste bien el guión de ese pícaro.
-Si, ese pícaro, cómo tú le llamas, es un buen maestro, se folló a casi todas las mujeres casadas de la aldea.
-¡¿Qué?!
-Lo que oyes. ¿Me dejas que te chupe las tetas?
-Llevas tiempo deseándolo, ¿verdad?
-Sí.
-Lo sabía. Tardaste mucho en decidirte.
-¿Debí pedirte antes que me dejaras tocártelas?.
-Mucho antes. Una cosa iba a llevar a la otra.
-Si, tú no quieres, no, madre.
-Voy a querer, hijo, voy a querer. ¿Folla bien Quique?
-Sí, folla, y come el coño cómo nadie.
-¿Seguro qué es de fiar?
Sí, pongo el culo en el fuego por él
-