Madre Rebelde - Capítulos 01 al 03

heranlu

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Madre Rebelde - Capítulo 01


Mi madre, Pilar, me recibió con alegría. Desde que se había separado de mi padre, cada quince días vivía con uno de ellos, y cada vez que la veía estaba más guapa y radiante. No me había hecho ninguna gracia que se separaran, pero he de reconocer que la sentaba muy bien. Al contrario que a mi padre, que se limitaba a ir del trabajo a casa y de casa al trabajo como un alma en pena. Y encima la culpa había sido suya, o al menos eso decía mi mamá, que ya no la cuidaba, que no la mimaba y que no la hacía ningún caso.

—Ven aquí, cariño.

Me atrajo a sus brazos y me apretó entre ellos. Correspondí a su abrazo con la barbilla en su cabeza, ya que mamá era más bien bajita. Cuando me separó para verme bien me fijé en que en estas últimas dos semanas había adelgazado, y no es que la hiciera mucha falta.

—¿Sigues yendo al gimnasio, mamá?

—Qué va, lo dejé.

—¿Y eso, mucho esfuerzo?

—Nada de eso, lo que pasa es que había muchos moscones. Lo he cambiado por salir a correr y hacer pilates aquí en casa.

No me lo había planteado, pero viendo a mi madre como pudiera verla un extraño, no me sorprendió lo de los moscones. Siempre había sido de pecho generoso, y ahora tenía una cintura estrecha y un culo respingón.

—Pues haber aprovechado con algún admirador que ya lleváis dos años separados.

—Lo pensé, pero la verdad es que todavía no me apetece.

Mi madre y yo teníamos mucha confianza y siempre habíamos hablado de todo. Incluso cuando le dijo a mi padre que se quería separar, luego vino a mí a pedirme opinión. Tampoco nos sacábamos muchos años, yo tenía diecinueve y ella treinta y ocho, con lo que se mantenía al día de las cosas que interesaban a un joven como yo y teníamos muchas cosas en común de las que hablar.

—Ven, Pablo, que te tengo un regalo.

—¿A mí? Qué bien.

Seguí a mi madre al salón, donde me entregó un paquetito envuelto en papel de colorines. Lo rompí con urgencia, si era lo que me imaginaba sería cojonudo.

—Ay mamá, muchas gracias. Eres la mejor — la abracé y la giré en el aire al ver que efectivamente, era el móvil detrás del que llevaba un par de meses.

—Ya sé que soy la mejor, pero suelta y no seas pelota. Tienes que llamar a tu padre para darle las gracias también, él ha pagado la mitad.

—Ahora mismo, voy a mi habitación para pasar los datos del viejo.

Salí a cenar con el móvil nuevo en la mano. Me costó, pero lo guardé hasta que terminamos. Para eso mi madre era inclemente, no nos podíamos sentar a la mesa con el móvil ni ver la tele, algo en lo que terminé dándole la razón, ya que en vez de estar cada uno a lo suyo se conversaba y aprovechábamos para contarnos nuestras cosas. Después de cenar, mientras mi madre se iba a su habitación a ponerse el pijama, busqué algo que ver en la tele. Teníamos costumbre de hacerlo todas las noches mientras no tuviera que estudiar. Pasábamos un rato juntos los dos viendo la tele tranquilamente.

Bajó con su pantaloncito corto y suelto y la camiseta de tirantes que usaba para dormir cuando hacía buen tiempo.

—Espera mamá, no te sientes que quiero probar la cámara.

La hice varias fotos. Probé distintas funciones y distancias. Mi madre posó encantada girándose, de espaldas con la cabeza hacia mí, de frente…

—Espero que me saques guapa, con lo que ha costado el móvil no tendrían que salir las arrugas.

—Pero si tú no tienes arrugas.

—Sí, hijo. Alguna me va saliendo.

Era cierto, tenía unos leves atisbos de arrugas en torno a los ojos.

—Ojalá esté yo así cuando tenga tu avanzada edad.

—¿Cómo que avanzada?

Nos reímos mientras la hacía algunas fotos más.

—Posa sexy que las subo al Tinder.

Mi madre, para mi sorpresa, juntó los brazos con una sonrisa atrapando los pechos entre ellos. Brutal. Luego, de espaldas, hizo que su trasero sobresaliera.

—Por cierto, Pablo —me dijo entre poses —, ¿qué es eso de Tinder?

—Es una aplicación de citas. Si gustas o te gusta alguien quedas con él para acostarte —me pareció feo decir “follar”.

—¿Qué? ¿Tú estás loco?

Me troché de risa al ver su cara, cuando entendió que era una broma bufó sonriente.

—Como se te ocurra poner mis fotos en eso te corto el pelo por la noche sin que te despiertes.

Divertidos nos sentamos en el sofá uno al lado del otro. Como teníamos delante una mesa de café bajita, poníamos un cojín y lo compartíamos apoyando los pies.

—¿Qué vamos a ver? — me preguntó.

—Una de explosiones y bombas, ya sabes mis gustos.

—Pues ponla cariño, que me levanto temprano para correr y ya voy teniendo sueño.

—Deben ser cosas de la edad.

—Ja, la edad. El sábado cuento contigo para correr, a ver quién es el viejecito aquí.

—Trato, tercera.

—¿Cómo tercera?

—Sí, tercera edad.

Me dio un manotazo cariñoso en el brazo mientras veíamos empezar la peli. Yo me abstraje en las imágenes, para ver que a la media hora o así mi madre se había quedado dormida. La di un empujoncito con el hombro, pero estaba totalmente frita. Mamá tenía el sueño muy pesado. Una vez que se dormía era difícil despertarla. Esperé a que la peli terminara antes de insistir e irnos cada uno a nuestra habitación.

Antes de meterme en la cama llamé a Ana, mi novia. Charlamos un ratito y finalmente me acosté. Con el móvil, claro. Enredé con él viendo las cosas nuevas que el anterior no tenía, terminando por ver las fotos en la galería. Tenía muchas fotos de mi novia, en ninguna estaba totalmente desnuda, ya que me lo tenía prohibido, pero sí que tenía algunas picantes, donde estaba muy sexy. “Las manos van al pan”, dicen, pues la mía fue a mi miembro mientras me deleitaba con las fotos. Pronto me estaba haciendo una paja pensando en mi chica viendo sus imágenes. ¡Qué guapa está en esta foto! pensaba y pasaba de imagen. ¡Qué culo tiene aquí! pasaba sin dejar de masturbarme. ¿Cuándo accederá a que follemos? ¡Mira el canalillo! ¡Joder, qué buena está! Mierda, eso lo pensé al ver la foto antes de darme cuenta de que era de mi madre, pero es que salía de perfil sacando pecho y culo y estaba de escándalo. Me quedé viendo la foto hasta que me corrí en los calzoncillos. ¡La leche! Nunca había pensado en mi madre para algo así, pero la paja fue cojonuda.

Tuve la mala suerte de que al salir para ir al baño a lavarme, me pilló mi madre. La mancha en mis calzones era obvia, tanto que de un vistazo se dio cuenta de lo que pasaba.

—Entra tú primero — me dijo avergonzada, aunque mucho menos que yo —. Te hace más falta.

—Gracias mamá — murmuré cerrando la puerta.

Me limpié deprisa pensando en mi madre. Se había quitado el sujetador, supongo que para acostarse, y sus tetas se veían enormes en la camiseta de tirantes. Podía ser bajita pero tenía unas curvas de órdago. Salí con una toalla rodeándome la cintura y me apresuré a entrar en mi habitación al ver el camino despejado.

Desayuné con ella antes de irme a la facultad. Había vuelto de correr y estaba con ropa de deporte, tengo que decir que los leggins la sentaban de miedo. Le hacían un culito estupendo. No hizo mención al incidente de la noche, así que yo tampoco dije nada. La di un beso al despedirme.

Esa noche mamá también se durmió frente a la tele. Estaba tan bonita dormida que la hice varias fotos. Luego, algo debió darme en la cabeza que se me ocurrió masturbarme. Iba a irme discretamente a la habitación cuando cambié de idea. Total, si a mamá no había quien la despertara. Así que, a su lado, me saqué el miembro por la bragueta y empecé a pajearme. Al principio miraba la peli, pero luego la miré a ella. Veía su bonita naricita, sus jugosos labios, el principio de canalillo que dejaba entrever la camiseta. Cuando estaba a punto de correrme pensé en irme al baño a terminar la faena, pero estúpidamente decidí quedarme. Con un frenético movimiento de la mano, llegué al punto de no retorno y me corrí en silencio. Chorros de semen mancharon mi camiseta mientras aguantaba los jadeos para no despertarla. Cuando terminé, la miré por última vez para comprobar que seguía dormida y me fui al baño a limpiar. Después, bajé a terminar de ver la peli y desperté a mi madre.

Al día siguiente, cenando, mi madre me confesó que desde que salía a correr por la mañana temprano se acostaba pronto, pero que al estar yo la apetecía estar conmigo, por eso se quedaba dormida.

—No te preocupes, mamá. Si quieres vete a acostar, ya tendremos tiempo el fin de semana.

—No, intentaré aguantar, y si me duermo pues me despiertas, jajaja.

A pesar del intento se volvió a dormir a mi lado, y yo volví a hacer la gilipollez de masturbarme a su lado. No sé por qué, pero mi madre me ponía mucho. Estaba tan concentrado en darle al manubrio que no me percaté de que mi madre se despertó cuando estaba a punto de correrme.

—¿Qué haces? — me interpeló con los ojos muy abiertos.

—Nada — intenté taparme, pero lo que había salido por la bragueta estando pequeño, ahora no entraba tan fácil estando grande.

—¿Te estás masturbando a mi lado? — me increpó a gritos —. ¿En mi puta cara?

—Perdona, mamá, pero es que no he podido…

—De perdona nada — se levantó —. Mañana después de clase te vuelves con tu padre.

—Pero mamá… — supliqué.

—He dicho que mañana te vas.

Indignada se fue a su habitación y cerró de un portazo. Yo, totalmente abochornado, me acosté insultándome mentalmente. Me había pasado, lo que había hecho no tenía nombre.

Desayuné solo, supongo que a mi madre no le apetecía verme. Cuando llegué a casa con mi padre me cayó una buena. Mi madre no le había contado exactamente lo que hice, pero desde luego algo le había dicho, porque mi padre demostró tener un extenso repertorio de insultos. Pasé con él hasta que me tocó volver con mi madre. Yo no me atreví a decir ni pío, no sabía si iba a ir o no, si mamá me perdonaría. Finalmente mi padre me dijo que preparara las cosas y me echó una mirada que me acojonó.

Cuando llegué a casa de mi madre, sin embargo, ésta estaba contenta, no parecía guardarme ningún rencor. Aliviado la besé y fui a mi habitación. Mamá se acostó pronto esa noche, no propuso ver la tele y yo tampoco, no me pareció correcto. Lo que no pude evitar al día siguiente fue admirar su culo en el desayuno. Como venía con la ropa ajustada de correr, se le marcaban unas pequeñas braguitas bajo los leggins y estaba estupenda. Encima, al haber adelgazado, las tetas resaltaban más sobre su estrecha cintura.

—¿Qué miras, hijo?

—A ti — le eché cara —, que cada vez que vengo estás más guapa.

Al principio puso una cara rara sin saber cómo responder, imagino que analizando mi actitud dado lo que habíamos pasado, pero enseguida sonrió, vino tras de mi silla y me besó en la mejilla.

—Al menos mi hijo me dice piropos, gracias, Pablo.

—De nada, mamá, pero es que te ves muy bien, no sé por qué no continuas tu vida y te buscas algún buen hombre.

—Ya te comenté que de momento no me apetece, pero gracias por subir el ego a tu madre. Ahora me voy a cambiar.

—Lástima — musité.

—¿Qué?

—Nada, nada. En cuanto acabe de desayunar me voy a la universidad — sabía que me había oído, pero ambos disimulamos.

En vez de irse mi madre enredó por la cocina. Flipé en colores cuando sacó una fuente de un armario bajo doblando la cintura mostrándome su culo redondo y prieto, perfecto. La muy cabrona la dejó sobre la encimera y se fue a cambiar con una peculiar sonrisa en su rostro. Yo me fui a la uni con preguntas sin respuesta en la cabeza y una erección en los pantalones.

Por la noche retomamos nuestra costumbre de ver la peli. Mi madre aguantó despierta y no paramos de comentar lo que veíamos en la pantalla. La siguiente noche se durmió, y la de después, pero me contuve de hacer nada indebido. De alguna manera no quería defraudarla. Sin embargo aproveché y la hice algunas fotos. Con su pantaloncito y su camiseta de tirantes estaba preciosa. No me gustó el sujetador, que supuse que se quitaba cuando se iba a la cama, si no, hubiera sido perfecto.

La tercera noche fue superior a mis fuerzas, mamá había salido de ponerse el pijama sin sujetador, con las tetas bailando en su camiseta. Intenté que no me pillara mirándolas, pero no pude evitar quedarme enganchado al movimiento balanceante. Mamá se sentó en el sofá con una sonrisita y vimos la peli. Cuando se durmió me masturbé mirándola. Era consciente de que era un error, que podía hacerlo perfectamente en la intimidad de mi habitación, pero me atraía sin medida poder verla al tiempo que me masturbaba. Su carita dulce y relajada, su cintura estrecha y sus piernas desnudas. Sobre todo, mis ojos se clavaron en sus pechos, que sobresalían algo por los lados. Como no lo había previsto antes de sentarnos me puse perdida la camiseta y me tuve que ir a limpiar y cambiar. Cuando desperté a mi madre, creo que se dio cuenta del cambio, pero no dijo nada y nos fuimos a dormir.

Dos noches más se repitió la jugada. Las dos noches vino sin sujetador y las dos noches me pajeé sin despertarla. Tengo que reconocer que disfrutaba mucho, incluso el peligro de que me pillara aumentaba la excitación de masturbarme a su lado. Saberla dormida junto a mí, ignorante de lo que hacía le daba un puntito extra de morbo.

La siguiente noche me pilló. Estaba empezando con mi tarea nocturna cuando se rebulló en su sitio y la vi clavándome la mirada. Me quedé paralizado, como un conejo frente a los faros de un coche. Mi madre se levantó tranquilamente y se fue a su habitación sin decir palabra.

Permanecí en el sofá intentando guardarme la polla en el pantalón y recriminándome por tonto. ¿Qué me hubiera costado ir a mi habitación a hacerlo? Armándome de valor fui a pedirla perdón, no quería dejarlo pendiente. Me acerqué a su puerta y tomando una respiración profunda llamé con los nudillos

—Pasa.

Con la cabeza baja entré. Mi madre estaba sentada en la cama apoyada en el cabecero con las piernas cubiertas por la sábana.

—Quería pedirte perdón, mamá — esperé su contestación, pero se mantuvo en silencio —. Lo siento mucho, no volverá a pasar. No me eches otra vez, por favor — silencio y una mirada fría —. Espero que me perdones.

Sin nada más que decir me quedé allí mirándome los pies, como un condenado esperando la sentencia.

—En fin, Pablo — me dijo después de suspirar —, supongo que estás en esa edad, y no, no te voy a echar otra vez. Ven siéntate — dio unas palmaditas en la cama, a su lado —. Quizá debimos hablar de ello en vez de mandarte de vuelta con tu padre, el caso es que ahora sí que tenemos que discutirlo. ¿Por qué lo has hecho?

—No sé, mamá. Me da mucha vergüenza hablarlo contigo, pero la verdad es que estoy todo el día salido — me acogí a lo de la edad que había mencionado ella, no se me ocurría otra cosa para que no pensara que era un degenerado.

—¿Pero no te desahogas con tu novia?

—Qué va, todavía no hemos llegado a eso. Aunque es muy abierta no quiere que nos acostemos todavía.

—Ya — suspiró y se quedó pensando —. Creo que no puedo recriminártelo, pero hacerlo ante mi vista es excesivo. Entiendo que necesitas desahogarte, y hasta me parece bien, pero que yo tenga que verlo no es correcto. Soy tu madre.

—¿Entonces me perdonas? — supliqué.

—Claro que te perdono, pero ten eso en cuenta. No te voy a regañar por masturbarte, pero hijo, que yo no te vea —estaba sorprendentemente tranquila y comprensiva.

—Gracias, mamá. Te quiero mucho — me incliné a besarla —. Solo para tenerlo claro, ¿puedo hacerlo si no me ves?

—Eso es — contestó extrañada por mi insistencia.

—Vale, mamá.

—Ahora vete y déjame dormir, que mañana me levanto temprano.

—Te quiero mamá — la besé otra vez —. Mi madre me empujó riéndose y llamándome zalamero.

En todo el día no pensé en otra cosa, esperaba la noche de tele como un concejal de urbanismo los maletines. Después de cenar preparé todo lo que se me ocurrió. Escondí una toalla pequeña bajo un cojín en mi lado y me cambié el pantalón por un chándal. Estaba más ilusionado que si hubiera quedado para follar con Cara Delevingne. La paciencia que demostré hasta que llegó mi madre se vio recompensada al verla. Llevaba el mismo pantaloncito corto de siempre, pero había sustituido la camiseta por otra algo más corta, dejando a la vista parte del abdomen e insinuando sus grandes pechos sin sujetador.

—¿Qué vamos a ver esta noche? — se sentó a mi lado con expresión divertida.

—¡Uy! Se me había olvidado buscar la peli. Enseguida encuentro algo.

Con tanta anticipación para todo y me falló la excusa para hacer lo que pretendía. Seleccioné la primera que me pareció y empezamos a verla.

—Pues hoy no tengo mucho sueño — dijo mi madre con una sonrisita.

—Mejor, a ver si así aguantas toda la peli.

Decepcionado a pesar de mis palabras, estuve un rato mirando la tele. Cada poco tiempo controlaba a mi madre, lamentando que no se durmiera. ¿Habría cloroformo en casa? Cuando ya había abandonado toda esperanza, como los condenados al infierno de Dante, la encontré dormida respirando suavemente. En un instante tenía el chándal por las rodillas, la mano en la polla y la toalla cubriéndome la zona en cuestión. Mamá me había dicho que no quería verlo, y así no lo vería. Cumplía sus instrucciones al pie de la letra.

Admiré el cuerpo de mi madre mientas me pajeaba despacio, pero al final el morbo me pudo y aceleré el movimiento. En un par de minutos me derramaba sobre la toalla sin dejar de recorrer la anatomía de mamá con la mirada.

Mi madre me despertó esa mañana. Era sábado y pretendía dormir hasta tarde, pero insistió.

—Vamos, Pablo. Me dijiste que correrías conmigo.

—Pero es que son las siete — protesté consultando el reloj de la mesilla.

—La mejor hora, venga gandul, arriba — me sacudió del hombro.

Terminé de abrir los ojos y me encontré en el cielo. Mi madre vestía los consabidos leggins y un sujetador deportivo que no podía ser más sugerente. De un golpe estaba despierto y despejado.

—Me cambio y te acompaño, un trato es un trato — le dije.

—Te espero en la cocina.

Creo que nunca antes había tenido tantas ganas de desayunar. Mi madre me recomendó que comiera ligero para no estar pesado más tarde y la hice caso. El tema es que hasta derramé el café al llevármelo a los labios por no dejar de mirar el cuerpo de mi madre. Ella tuvo que darse cuenta, claro, pero lo ignoró. Diría que incluso lo disfrutó por las risillas quedas que se le escapaban de vez en cuando.

Nada más salir de casa corrí al lado de mamá, pero aunque había poca gente a esas horas, era un verdadero incordio, así que me puse tras ella. La vista mejoró un montón. Tras un par de manzanas llegamos al parque que usaba mi madre, ahora sí tenía sitio a su lado, pero me mantuve a su estela. Obviamente.

A los veinte minutos o así de llegar al parque mi madre mantenía el ritmo y yo empezaba a resoplar. No sé si estaba en peor forma de lo que creía o el ir mirando continuamente el movimiento del culo de mamá estaba minando mis energías. El caso es que decidí aguantar, mi hombría estaba en juego y no pensaba darme por vencido. Mi madre terminaría bajando el ritmo, no tenía edad para machacarme corriendo. A los quince minutos supliqué piedad.

—Mamá — jadeé alcanzándola con un esfuerzo — ¿podemos ah… hacer un uf… descanso?

—¿Ya? Bueno, si lo necesitas andamos un rato, cuarta.

—¿Cuarta?

—Cuarta edad, so flojo.

La muy cabrita me la había devuelto. Con una enorme sonrisa y la respiración tranquila pasó su brazo bajo el mío.

—Caminemos ahora, pero deprisa, no bajemos el ritmo muy de golpe.

Hubiera disfrutado del paseo con su pecho derecho pegado a mi brazo si no estuviera a punto de echar el bofe. Y encima teniendo que mantenerme dignamente ante ella, cuando lo que yo quería era tumbarme en el suelo y morirme en paz. Por suerte, mi madre se percató de mi mal estado físico y volvimos a casa paseando, aunque antes tuvo un toque de humor que me dejó perplejo.

—¿Corremos otro poquito, cariño?

—Como quieras — contesté con la boca chica —, pero la verdad es que hace un día estupendo para pasear.

—Jajaja, si tuvieras los músculos de las piernas igual de trabajados que otro que yo me sé aguantarías mucho más —. Aguanté sus risas sonrojado acordándome de la madre que la parió, que por cierto era mi abuela —. Mañana vienes conmigo otra vez, necesitas ponerte en forma.

—Me temo que tienes razón, estoy más flojo de lo que creía.

—Si no vas a salir, esta tarde hacemos juntos gimnasia en casa, a ver si poco a poco te arreglamos un poco.

—Vale, mamá —. No es que me hiciera mucha gracia, pero quizá sí debería mejorar mi tono muscular, porque a pesar de tener buen aspecto estaba claro que lo necesitaba.

La sesión de gimnasia me gustó, hicimos ejercicios de fuerza, de flexibilidad y algo de cardio. Lo mejor de todo, evidentemente, fue el modelito de mamá, aunque ver sus pechos rebotando me desconcentraba un poco, jajaja.

Esa noche mi madre me agarró del brazo ante la tele. Entre ver sus bonitas piernas estiradas y su cálido pecho presionando contra mi brazo, mi erección no se hizo esperar. Por fortuna, tardó poco en dormirse, claro que ahora lo entendía mejor. El ejercicio a mí también me había dejado adormilado, si no fuera porque uno debe cumplir con sus obligaciones, me hubiera quedado dormido. En cuanto cayó me coloqué la toalla y empecé a darle al manubrio. Primero hice una recopilación de los mejores momentos del día, en la pantalla de mi imaginación emití su culito meneándose cuando corríamos, sus pechos rebotando al hacer gimnasia… Luego me fijé en su cuerpo apreciando sus curvas. Estaba embebido en su imagen con la mano frotando duramente mi miembro cuando mamá se despertó.

—¡Pablo! ¿Otra vez? ¿Es que no tienes vergüenza?

—Perdona, mamá, pero me dijiste que no querías verme. Como puedes comprobar estoy tapado — contesté sin dejar de masturbarme.

Por el rostro de mi madre fueron pasando sus sentimientos : indignación, confusión, resignación y creo que al final, aceptación. Con algo de timidez aparté los ojos de los suyos, sin embargo estaba resuelto y en ningún momento detuve mi mano. Bajo la toalla se adivinaba perfectamente mi mano subiendo y bajando.

—Esto no es lo que quise decir.

Me pareció que no lo decía muy convencida, que estaba más atenta a mi paja que a protestar. Aceleré el ritmo viendo cerca el final, no quería que se levantara antes de terminar. Sin contestarla apreté ligeramente el brazo contra su pecho y, dando los últimos vaivenes a mi polla, me corrí gimiendo y echando la cabeza hacia atrás.

Mamá se quedó paralizada, no la oía ni respirar. Su mirada clavada en la toalla y en la mancha de humedad que se empezaba a extender en su centro. Después de resoplar un poco disfrutando de los últimos coletazos de placer, me levanté para ir al baño.

—Espera, mamá, que enseguida vengo y terminamos de ver la peli.

Creo que con eso la dejé KO. Ella no esperaba que yo lo hiciera con tanta naturalidad y, después de intentar regañarme sin éxito, no supo reaccionar. Cuando regresé estaba viendo la tele y no me miró ni me dirigió la palabra cuando me senté a su lado. El reparo que me dio cuando mi pilló había desaparecido, sin embargo mi madre estaba como avergonzada, con las manos en el regazo y la mirada fija en la pantalla. Al terminar, nos levantamos los dos, la di el beso de buenas noches y cada uno nos fuimos a nuestro cuarto. Confesaré que me hice otra paja, pensándolo más despacio y en frio me pareció muy morboso lo que había pasado. Me volví a pajear con la imagen en la cabeza de mi madre mirando atentamente mi polla bajo la toalla.

Me despertó temprano al día siguiente la muy cabrona y esa mañana no me dio cancha. Aunque a mitad de recorrido bajó un poco el ritmo, no paramos de correr. Como siempre fui a su espalda, aunque a partir de un punto, ni siquiera tenía fuerzas para fijarme en su armonioso cuerpo. La novedad del día fue que me invitó a desayunar fuera de casa. En cuanto nos duchamos salimos y fuimos a una cafetería cercana. Estuvimos charlando cómodamente sin que saliera el tema de mis pajas. Mi madre lo había asumido, aunque saldría de dudas esa misma noche. ¿Se sentaría a mi lado normalmente sabiendo lo que iba a pasar? Porque estaba claro que me iba a pajear, después de lo ganado no pensaba retroceder ni un milímetro.

Así que eso hice, mi madre volvió a pasar su brazo bajo el mío y yo, en cuanto vi que mi madre cerraba los ojos aun sabiendo que no estaba dormida del todo, me cubrí y comencé la función. Mamá se mantuvo con los ojos cerrados, pero su respiración rápida la traicionaba. Yo me masturbaba despacio, sin ninguna prisa, vigilando sus reacciones. Llegué a presionarla el pecho con el brazo apreciando su blandura y calidez. Eso hizo que mi madre se removiera en el sitio, lo que ocasionó que la toalla empezara a desplazarse, pero me dio igual. Como mamá seguía cerrando los ojos no pensaba interrumpirme. En un momento me pareció que mi madre presionaba el cuerpo contra mí, así que moví el brazo dejando sitio. Efectivamente, mi madre pillada por sorpresa cayó un poco sobre mí.

Fue genial, salvo que con el movimiento la toalla terminó por caer y justo en ese momento abrió los ojos. Me detuve.

—Sigue, Pablo. No te quedes a medias o te dolerán los testículos.

—Vale, mamá.

Ahora sí que disfruté. Los ojos de mi madre estaban clavados en mi polla, que cada vez estaba más grande y oscura. Mi mano recorría toda la longitud y mi mirada recorría el cuerpo de mi madre y el canalillo que dejaba entrever al estar inclinada. Ella se daba cuenta, pero no pareció importarla. Cada vez sus dedos apretaban mi mano con más fuerza. ¿La estaría gustando verme? Fue pensar eso y no poder contenerme. El placer me pudo y empecé a correrme a chorros. Gemí sin cortarme mientras el semen caía en mi estómago. Mamá no quitaba ojo, con los labios entreabiertos y la respiración acelerada.

—Enseguida vengo — le dije cuanto terminé y fui al baño.

Al acostarnos besé a mi madre como siempre, y ya me iba a mi habitación cuando me dijo :

—Pablo, desde mañana vienes a correr conmigo a diario, tienes que equilibrar esos músculos — sonrió con malicia.

La noche siguiente yo tenía tanto sueño como mamá y miedo de dormirme antes incluso que ella, por lo que según nos sentamos me cubrí y me puse a pajearme directamente.

—¿Ya, hijo? ¿Ni siquiera vas a esperar a que me duerma? — me preguntó sorprendida.

—Es que ahora te entiendo, tengo mucho sueño y no quiero dormirme antes de… ya sabes.

—¿Por qué no lo dejas por hoy?

—No, mamá, que luego me despierto a medianoche con molestias.

—Ah, vale, pues dale venga.

Estupefacto por su respuesta y la naturalidad con la que me contestó, me puse a lo mío. Volví a entrelazar los dedos con mi madre y a darle a la manita. Sí me fijé en que mi madre se movía mucho, cosa que dejó de hacer cuando la toalla se cayó a un lado. ¡Ah, pillina!

Notaba que mi madre apretaba mi mano de vez en cuando, supe que la estaba encantando lo que veía. A los diez minutos o así, cuando me quedaba poco, le eché valor.

—Abrázame, mamá.

—¿Qué? — contestó en voz bajita.

—Abrázame.

No me lo esperaba, pero me obedeció, pasó sus brazos por mi cuello y pegó la cara con la mía y sus pechos contra el mío. Olía fenomenal. En unos segundos eyaculaba ante la hipnotizada mirada de mamá.

Lo tomamos como una costumbre. En cuanto nos sentábamos, me cubría la tripa con la toalla para no mancharme y me hacía una paja. Ya no tenía que decir nada a mamá. Cuando la cosa estaba mediada me abrazaba, cada vez más restregaba los pechos contra mí y alguna vez se la escapó algún beso en mi mejilla. Era fabuloso.

Pero todo lo bueno se acaba y llegó el día de volver con mi padre. Habían dejado a mi elección con quién quería vivir y elegí pasar la mitad del tiempo con cada uno, pero en este momento llegué a pensar quedarme con mi madre. Al final pudo la razón, mi padre me necesitaba después del abandono de mi madre y ella seguro que tampoco lo vería bien. Eso sí, cuando volví de clase y preparaba mis cosas para llevarme intenté algo que no estaba para nada seguro que fuera a funcionar.

—Mamá, ya tengo todo — la grité desde la habitación —. ¿Puedes venir un momento?

—Dime, Pablo, ¿no encuentras algo?

—No, mamá, no es eso. Es que verás, había pensado que como no te voy a ver en dos semanas, pues… quería que hicieras algo por mí, pero es que… no sé cómo decírtelo.

—Ven aquí, tonto del bote — me abrazó con cariño —. Después de la confianza que nos tenemos, ¿qué es lo que te da tanto apuro?

—Es que había pensado en que como no te voy a ver quería hacerte unas fotos — la dije con timidez.

—Claro, las que quieras.

—Sí, pero así no, eh… algo más picante.

—¿Desnuda? Ni hablar, ¿tú eres tonto o qué? — me cogió de los brazos y me miró indignada.

—No, tampoco es eso, pero ya sabes lo que hago todas las noches, me ayudaría mucho tener fotos tuyas. No hace falta que estés desnuda, pero sí un poquito sugerente, mamá.

—¿Te quieres masturbar con mis fotos? — mi madre no salía de su asombro.

—Sí — confesé.

—No lo entiendo, si tienes internet lleno de porno. Tienes todas las fotos y videos que quieras con mujeres mucho más guapas y jóvenes que yo.

—Pero no son tú. Yo quería tener alguna foto tuya — insistí viendo que se ablandaba —. Si no se me van a hacer muy largas estas dos semanas. No es igual estar con papá que contigo — peloteé descaradamente.

—En fin, hijo, tú ganas — claudicó ¡bieeeeeeen! —. ¿Qué me pongo? No tengo ropa muy sugerente, como tú dices.

—Yo creo que la ropa de correr está bien, mamá.

—¿A sí? ¿Esa ropa te gusta? — me miraba con media sonrisa.

—Te queda genial, mamá, te hace un cu... bueno, que te queda muy bien.

—Jajaja, vale enseguida vengo.

Volvió en un par de minutos con el sujetador deportivo que tanto resaltaba sus atributos y, en vez de los leggins de correr, otros parecidos pero muy cortitos, que dejaban ver el borde inferior de sus nalgas.

—¿Y esos pantalones? — pregunté con los ojos haciéndome chiribitas.

—¿Me quedan bien? Los pedí por internet y luego no me atreví a ponérmelos — me dijo sin abandonar la sonrisa maliciosa que últimamente me mostraba mucho —. Enseño mucho, sobre todo cuando me agacho, mira.

Me dio la espalda y se inclinó. No solo el pantaloncito subió dejando ver más nalgas, sino que le marcaba perfectamente los labios vaginales.

—¿No ibas a hacer fotos? No te quedes ahí con cara de pasmado.

—¿Así? — balbucí —. Sí, sí, espera.

Cogí el móvil, y empecé a hacer fotos. Hice varias de ella en esa posición. De escándalo. Me moví a su alrededor cogiendo varios ángulos. En el de perfil le colgaban los pechos. De flipar.

—Enderézate y sonríe, mamá.

—Claro, hijo.

La hice varias de cuerpo entero. Luego se apretó los pechos con los brazos sin que se lo pidiera. De perfil sacó el trasero y respiró profundo para que resaltaran sus estupendos senos.

—Parece que te lo pasas bien — la mujer no paraba de sonreír.

—Pues sí, Pablito. No imaginaba que me gustaría tanto.

—Vale, ahora levántate un poco el sujetador por abajo — arriesgué.

—Claro.

Si me hubieran pinchado no hubiera salido ni gota, pero seguí como si nada. Mamá se levantó el sujetador mostrando la parte inferior de los senos. Para comérsela. Al tiempo que posaba iba haciendo caritas, encantada con las fotos.

—Ahora bájate un poquito los leggins.

—A mandar — me saludó como un militar con una risita.

Creo que no se dio cuenta, pero se bajó los pantalones hasta la mitad del culito, y cada vez que se movía la cantidad de carne que enseñaba era un poco mayor.

—Muy bien, mamá. Eres una profesional.

—Jajaja, ¿lo hago bien?

—Genial.

Ya no sabía ni dónde apuntaba con el móvil. Estaba tan cachondo de tener a mi madre semidesnuda delante de mí que no atinaba. La erección en mis pantalones empezaba a ser dolorosa.

—Bueno, creo que tendrás suficientes fotos — terminó mi madre recomponiéndose la ropa —. ¿Te ha gustado que pose para ti, Pablito?

—Ha sido total, mamá. Has estado fantástica y has salido espectacular.

—Me lo creo, hijo, me lo creo — me miraba el paquete con su sonrisa malvada.

—Creo que me voy a masturbar por última vez antes de irme. Si no, no voy a poder andar.

—Jajaja, cómo eres.

Me senté al borde de la cama y me bajé los pantalones. Sin cortarme un pelo cogí el móvil con la mano izquierda pasando las fotos.

—Yo también quiero verlas — dijo mamá subiéndose a la cama y arrodillándose detrás de mí.

Estaba todavía con las primeras, con mi madre inclinada enseñando el trasero.

—¿Ves? — me dijo pegando los pechos a mi espalda —. No puedo salir con esos leggins.

—Pero puedes ponértelos en casa.

—¿Cuándo tú estés?

—Claro — seguí pasando fotos. Las manos de mi madre me recorrían los brazos y el cuello. Me estaba poniendo a tope.

—¿No tengo el culo muy gordo?

—Qué va, mamá. Es perfecto.

—¿Tú crees?

—Que sí, tonta, no es ni grande ni pequeño, es redondito y respingón y parece firme.

—Pues claro que es firme, para eso me cuido tanto.

—¡Uy! Enseño demasiado — dijo al ver en las que se había levantado el sujetador. Verás cuando veas las del culo, pensé.

—Estás preciosa.

Era un poco surrealista, estar hablando con mi madre tranquilamente mientras me hacía una paja, pero tuve que bajar el ritmo un montón para no correrme. Lo estaba pasando demasiado bien.

—Gracias, hijito — mi madre tenía la cara pegada a la mía y me besó en la mejilla —. Oye, ¿no vas un poco despacio?

—Es que quiero que veamos todas las fotos.

—Ah, vale. Pues sigue pasando.

Seguimos viendo las imágenes. Las manos de mi madre no se estaban quietas. Tan pronto me acariciaba los brazos, como me tocaba el pelo o el cuello y la cara. Notaba sus pechos clavando los pezones en mi espalda.

—¡Ala! — exclamó al ver las fotos con los leggins bajados —. Aquí sí que me he pasado. Luego las borras.

—Ni de coña. Estás estupenda y no pienso borrarlas.

—Pero se me ve casi todo el culo, hijo. ¿Y si las ve alguien?

—Tengo contraseña, y además voy a instalar algo para que sea imposible que las vea nadie.

—Bueno hijo, pero ten mucho cuidado. No me gustaría que circularan estas fotos por ahí.

—No te preocupes. Oye, ¿a lo mejor quieres que se las enseñe a papá para que vea lo que se está perdiendo?

—Jajaja, qué malo eres. Venga, Pablo, acaba que son las últimas.

—Vale, mamá, abrázame más fuerte.

—Claro. Echa todo, hijo, no dejes nada.

Con el nuevo entendimiento que teníamos mi madre pegó más su cuerpo al mío y me rodeó fuerte con los brazos. En esta postura era mucho mejor que estando sentados. Una de sus manos me acarició el pecho bajando por mi abdomen. ¿Llegaría más abajo, a zona peligrosa? Eso parecía, pero fue demasiado para mí. Mi resistencia terminó y me corrí salvajemente. De mi polla saltaron cuatro o cinco chorros de semen acompañados por mis gemidos de placer. Mamá me apretó más fuerte al verlo y me dio un beso largo y húmedo en la cara. Era el paraíso.

—Ahora te tienes que cambiar otra vez — me dijo al terminar —. Aprovecha mientras me lavo que salgo a despedirte.

Vi que salía con la mano extendida y un churretón de semen en ella. Debió ser la que tenía en mi tripa. En unos minutos me despedía con tristeza de ella en la puerta con un abrazo muy grande. Al volverse para entrar creí ver alguna lágrima colgando de sus pestañas.

-Continuará
 

heranlu

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Madre Rebelde - Capítulo 02

Los días fueron pasando en casa de mi padre. Si las fotos de mi madre hubieran estado en papel ahora estarían desgastadas y deterioradas por la cantidad de veces que las admiré. Hablaba con ella cada dos o tres días para contarnos nuestras cosas, y fue uno de esos días cuando decidí darle otro empujoncito.

—¿Qué tal estás, mami?

—Muy bien, cariño. ¿Y tú? Espero que estés estudiando mucho.

—Hago lo que puedo, mamá.

—¿Qué tal con tu novia?

—Lo hemos dejado, al final no funcionó — lo cierto es que no me apetecía estar con ella. Ya no apreciaba su compañía y, antes de terminar mal, la dejé. Se lo tomó bastante bien y quedamos en seguir siendo amigos.

—Vaya, lo siento, Pablo. ¿Lo llevas bien?

—Sí, muy bien, pero quería pedirte un favor.

—Dime.

—Es que al instalar el programa para proteger las imágenes de mi teléfono hice algo mal y se borraron todas. ¿Te importaría mandarme alguna foto tuya? — era mentira, pero así descubriría hasta dónde podía llegar con mamá.

—¿Se borraron? Qué faena, bueno, en todo caso nos lo pasamos bien haciéndolas.

—Eso es verdad, ¿me mandarás alguna foto?

—Claro, ahora mismo te la mando.

—Pero fotos de esa manera, ya sabes.

—No, no sé — estaba claro que me estaba tomando el pelo.

—Como las que hicimos, un poquito picantes.

—No sé si quiero repetir eso.

—Anda mamá — insistí con voz de niño pequeño —, me gustaría mucho tenerlas, sabes que las necesito.

—¿No puedes esperar a volver?

—No, todavía quedan siete días.

—Bueno, lo pensaré.

—Gracias mami, estaré atento al móvil.

Estaba cenando con mi padre cuando sonó una notificación en el móvil. Cualquier otro día no lo hubiera mirado, pero estaba esperando las fotos de mamá. Era ella. Al verla me atraganté y escupí la comida en la mesa.

—Hijo, ten cuidado — me dijo mi padre.

—Sí, papá, perdona. Me ha entrado por mal sitio.

Apagué el móvil y terminé de cenar a toda prisa. Quería ver la foto más despacio y tranquilamente, pero en mi cabeza permaneció la imagen que había visto : mi madre ante un espejo, desnuda y de espaldas enseñando desde la mitad del trasero hasta la cabeza. Recogí la mesa a toda velocidad y me fui a mi habitación.

—Voy a seguir estudiando, papá.

—Vale, Pablo.

Admiré la foto mucho rato. Mi madre sostenía el móvil en alto apuntando la cámara al espejo y posaba de espaldas dejando que se viera la parte superior de su culito. Estaba genial. Se me ocurrió que debería hacer una colección de fotos de mamá y la pasé al ordenador junto con las que ya tenía. Esperaba que fueran las primeras de muchas. Le mandé un mensaje.

—Gracias, mamá. Manda más.

Al ratito contestó.

—Hoy no. Mañana otra.

La muy cabrona las iba a racionar. Bueno, mejor eso que nada.

Los siguientes días esperé con anhelo el aviso del móvil, incluso le puso una notificación especial para ella sola, para reconocer a la primera sus mensajes. La siguiente imagen fue parecida, pero estaba un poco de lado y se veía la silueta de un pecho, aunque no llegaba a mostrar el pezón. La siguiente fue de frente en ropa interior, de cuello para abajo. ¿De dónde habría sacado ese conjunto tan sexy? Flipé con la siguiente, con las mismas minúsculas braguitas del día anterior pero sin sujetador. Tapaba sus grandes pechos con un brazo dejando ver gran parte de sus tetas. Estaba siendo más atrevida de lo que esperaba. Luego me envió una en la que salía solo su rostro con la pícara sonrisa que me dedicaba tanto últimamente. ¡Qué cabrona! La contesté entre carcajadas.

—La mejor, mamá.

—¿Te ha gustado?

—Mucho. Eres la mujer más guapa del mundo.

—Jajaja, y tú el hijo más zalamero.

Pasaron los días y volví a casa de mamá. Cuando entré nos dimos un abrazo como si lleváramos meses sin vernos.

—Deja tus cosas que nos vamos, y date prisa que no tenemos mucho tiempo.

—¿Dónde vamos? ¿Por qué tanta prisa? — corrí a dejar mis bolsas en la habitación.

—Ya lo verás. Pero rápido que cierran.

Salimos a paso ligero y recorrimos unas manzanas. Al llegar a una tienda de lencería mi madre entró y la seguí. Era de una conocida marca, con un montón de cosas para elegir. Mamá fue directa a la zona donde estaban las prendas más sugerentes.

—¿Me escoges algunos conjuntos, hijo? — me dijo al oído —. Para cuando te mande más fotos.

—¿Yo? Por supuesto.

Al principio me aturullé un poco. Braguitas, tangas, ligueros, bodys, uf. No sabía por dónde empezar. Por coger algo elegí un conjunto de tanga y sujetador negros minúsculos. Luego escogí otro conjunto de color rojo con liguero y un body blanco prácticamente transparente.

—¿Estos? — mi madre los examinaba tranquilamente.

—Sí, estos.

—Vale, espera.

Avisó a una señorita que le buscó las tallas correctas y se metió al probador. Esperé unos diez minutos hasta que salió. Me explicó que no estaba permitido que se probara las braguitas, pero que se había hecho una idea. Cambió la talla del body por uno más pequeño y pagó. De vuelta a casa fuimos hablando.

—¿Así que perdiste las fotos?

—Sí, mamá. No veas el disgusto que me llevé.

—Pues podemos hacer dos cosas. Puedes hacerme fotos ahora o te esperas y te las voy mandando cuando vuelvas con tu padre.

—¡Qué difícil! —. Me parecía genial que me las fuera mandando cuando me fuera pero, por otro lado, me resultaba difícil resistirme a hacerla fotos ya, sin esperarme. Recordé lo bien que lo pasamos cuando posó para mí y tomé una decisión —. Ya sé, te hago fotos con uno de los conjuntos y luego tú me mandas más con los otros.

—Jajaja, me parece bien. Haremos eso, pero no hoy, mañana tranquilamente.

—Vale, mamá.

Por fin llegó el momento que llevaba dos semanas esperando. Después de cenar mi madre se cambió a la ropa de dormir, sin sujetador, y nos sentamos en el sofá con las piernas sobre la mesa a ver la tele. No tardé. A los diez minutos me bajé el chándal y me empecé a masturbar.

—¿Lo has hecho mucho en casa de papá? — me preguntó mirando cómo lo hacía.

—Casi a diario. Me ayudaron mucho tus fotos, mamá.

—Es que vaya edad tienes, estarás todo el día pensando en lo mismo.

Una de las cosas que me resultaban más satisfactorias de pajearme ante mi madre era que podíamos estar hablando tranquilamente mientras lo hacía. Me resultaba muy morboso. Por ser el primer día no quise forzar nada, así que seguí hasta que me corrí. Luego acabamos de ver la peli, aunque tuve que despertar a mi madre, que no había aguantado despierta.

Al día siguiente salimos a correr, luego desayuné y me fui a la universidad. Volví a casa pensando con qué conjunto de lencería haríamos las fotos. Sin embargo, al llegar y hablar con mi madre, mi gozo se hundió en el proverbial pozo.

—Hijo, tienes que volver con tu padre. Ha llamado diciendo que está enfermo y me ha pedido que vuelvas para no estar solo.

—¿Es grave, mamá? — a pesar del disgusto lo primero es lo primero.

—No, pero tiene una infección respiratoria. Le ha dicho el médico que guarde cama unos días hasta que la medicación le haga efecto.

—Pues entonces me voy a cuidarle.

—Estaba pensando, hijo, si no debería ir yo también, así no perderías clase. Después de todo somos su única familia aquí.

—Eso sería genial. Le darías una alegría.

—Eso es lo que me da miedo, no quiero darle falsas esperanzas — en la cara se veía que no estaba muy segura.

—Pues se lo aclaras desde el principio y listo.

—¿Tú crees?

—Que sí, mamá. Venga anda, prepara una bolsa con lo que necesites y vamos juntos.

—Espero no tener que arrepentirme.

—Oye, ¿papá va a estar en la cama?

—Eso le ha mandado el médico.

—Pues mete el conjunto con liguero, así aprovechamos estos días.

Se quedó pensativa hasta que le asomó una sonrisita.

—Voy a preparar la maleta.

Cuando llegamos al piso entré yo primero a ver a mi padre. Estaba en la cama con un aspecto horrible y tapado hasta la nariz, tosiendo con mucha frecuencia.

—¡Ay papá! No se te puede dejar solo.

—Lo siento, cof cof, te he hecho volver.

—Eso no importa, ahora concéntrate en recuperarte.

—Mira, ahí están las medicinas y, cof cof, cuándo tengo que tomarlas.

—Espera, que te tengo una sorpresa.

Salí de la habitación, cogí de la mano a mi madre, que esperaba nerviosa, y entramos en la habitación. La reacción de mi padre fue algo cómica. Se irguió en la cama apoyándose en el cabecero, se pasó las manos por el pelo y aparentó estar mejor de lo que estaba.

—Hola Pilar.

—Hola Ramón.

Era divertido verlos, ambos cohibidos a pesar de los años de convivencia. Les eché una mano.

—Me decía papá que estas son sus medicinas.

Mi padre nos explicó cuándo tenía que tomarlas, esperaba estar repuesto en diez días, pero se podría levantar en cuatro o cinco. Mi madre enseguida tomó las riendas, abrió la ventana para ventilar la habitación, le ahuecó la almohada y le trajo otra.

—¿Quieres que Pablo te traiga la tele para que estés entretenido?

—No, de momento no tengo ganas de ver nada.

—Yo os dejo unos minutos mientras organizo mis cosas — . Miré a mi madre dándole a entender que era el momento de aclarar las cosas —. Las tuyas las dejo en la habitación de invitados, mamá.

Cuando dejé las cosas me quedé escuchando en la puerta sin que me vieran.

—Gracias por venir — decía mi padre.

—No hace falta que me lo agradezcas. Todavía te quiero, no como antes, claro, pero siempre serás importante en mi vida.

—¿Podrías pensar en …

—Para, Ramón, no sigas. Estoy bien como estoy y eso no va a cambiar. Te atenderé unos días y luego volveré a mi piso.

—Vale, Pilar, muchas gracias en cualquier caso.

Se quedaron unos momentos en un silencio incómodo así que entré.

—Bueno, ya están tus cosas en la habitación, mamá. Papá, ¿seguro que no quieres la tele?

—Seguro, hijo. Si me animo te lo digo.

—Cuando quieras. ¿Necesitas algo?

—Nada, creo que voy a dormir un ratito.

—Pues te dejo. Llama si te hacemos falta. Nosotros vamos a cenar. ¿Te traemos algo?

—Algo ligero, pero después de que cenéis vosotros, ahora mismo no tengo apetito.

Se le veía un poco deprimido y seguro que prefería estar solo. Quizá se había hecho ilusiones al ver a mi madre dispuesta a cuidarlo. Mamá y yo cenamos en la cocina. Era curioso cómo recordaba dónde estaba todo, encontraba las cosas con naturalidad, como si no se hubiera ido hacía ya más de dos años. Cuando terminamos le preparó una tortilla con jamón a mi padre y se la llevamos. Estuvimos un par de horas haciéndole compañía, hasta que se quedó dormido.

Como se nos había hecho tarde nos fuimos derechos a acostar, pero yo no pensaba dejar pasar el día sin mi paja con mi madre. Me puse un pijama corto que usaba para dormir y esperé a oírla salir de la habitación. A los pocos minutos la escuché entrar en el baño y la esperé en mi puerta.

—Mamá, ¿puedes entrar un momento? — la dije cuando salió vestida con su habitual camiseta y pantaloncito.

—Claro, ¿qué quieres?

—¿Podrías quedarte conmigo mientras me masturbo? — le pregunté bajito.

—¿Aquí? ¿Con tu padre al lado?

—Si no se va a levantar, además la puerta tiene pestillo — lo eché antes de que contestara y me senté en la cama, me bajé los pantalones y me agarré el todavía flojo miembro —. ¿Te pones a mi espalda como la otra vez?

—Vale — suspiró haciéndose la reticente pero subiendo de rodillas a la cama.

—Me gusta que me abraces, ya sabes.

—Sí, lo sé. A mí también me gusta abrazarte.

En cuanto sentí sus brazos rodeándome la polla se puso firme. Estuve jalándomela un par de minutos y paré.

—¿Qué pasa, no puedes? — preguntó mamá.

—Sí, es que me gustaría probar una cosa — me saqué la camiseta —. ¿Te quitas la camiseta para que te sienta mejor?

—No pienso dejar que me veas desnuda.

—Yo no miro, solo quítatela y ponte a mi espalda.

Seguí masturbándome esperando su reacción. Al poco noté sus pechos desnudos en mi espalda. Sus manos me acariciaron los brazos y el abdomen. La sensación era incomparable. A mamá también le debió gustar, porque se meneaba frotándome las tetas, llegaba a sentir sus endurecidos pezones presionando mi piel.

—¿Mejor así, Pablo?

—Mucho mejor, mamá. Creo que no voy a aguantar mucho.

—Desahógate, cariño, échalo todo, y no te des la vuelta.

—Jajaja, eres la mejor, mamá.

—Las cosas que hago por ti…

—Ya, mamá… ya. Dame un beso.

Al tiempo que me besaba y me achuchaba en su abrazo llegué al límite y empecé a correrme. No quise hacer ruido, pero se me escapó algún gruñido al tiempo que expulsaba chorros de semen. Mi madre se aferró a mi espalda y no me soltó.

—Ya, mamá. He terminado — le dije para que me soltara.

—Vale, me voy a poner la camiseta. No te vuelvas.

—A la orden, mi generala.

—Sí, tu generala. Si estuvieras en el ejército no creo que ningún superior te tratara como hace tu madre.

—Si ganara medallas alguna superior seguro que me lo agradecía.

—Jajaja, la medalla te la voy a poner yo, te la voy a pinchar ya sabes dónde.

—Jajaja.

—Mañana te levanto temprano — me dijo ya vestida saliendo de la habitación —. Ya que estoy aquí te vienes a correr conmigo.

—En vez de medallas, tortura. ¿Tú conoces la convención de Ginebra?

—Mañana me la explicas cuando estemos corriendo. Hasta mañana, cariño.

—Hasta mañana, mamá, que duermas bien.

A las siete dejamos una nota a mi padre y salimos a correr. Me mantuve al lado de mamá, me apetecía más que ir mirándola el trasero. Creo que la sorprendió el cambio de actitud, lo que no me esperaba era que ella se retrasara en algunos tramos. Todavía menos me esperaba verla mirándome el culo cuando giraba la cabeza para ver si estaba bien. La pillé varias veces, ella se reía y seguíamos corriendo con una sonrisa. Siempre habíamos tenido mucha confianza, pero ahora teníamos una complicidad que me encantaba. Al despedirme para ir a la universidad le dije :

—Cuando vuelva hacemos las fotos con el liguero, ¿quieres?

—La verdad es que estoy deseando ponérmelo, nunca he llevado liguero.

—Seguro que te queda genial, mamá.

—¿Sugerente, como dices tú?

—Eso también. Hasta luego — nos dimos un abrazo y un beso y me marché.

—¿Qué tal papá? —me interesé al volver.

—Poco más o menos —mi madre leía en bata en el salón —. Creo que las medicinas le dan sueño porque se pasa casi todo el tiempo dormido. Aunque así no da guerra, jajaja.

—Parece que tengo padres dormilones.

—¿Tú qué tal en la universidad?

—Bien, como siempre.

—Anda, entra a ver a tu padre por si estuviera despierto. ¿Tienes hambre?

—No, mamá, ya he comido.

Mi padre estaba frito roncando sonoramente así que cerré su puerta y volví con mamá.

—¿Hacemos ahora las fotos?

—He estado pensando, Pablo, que no me apetece mucho, ¿por qué no estudias un rato?

—Oh, bueno, si no te apetece... —me cambió la cara, llevaba todo el día esperando con ilusión. Y con erección.

—Métete en tu habitación y estudia un poco — me acompañaba por el pasillo para convencerme.

Entré en mi cuarto resignado, escuché a mamá detrás de mí que cerraba la puerta y echaba el pestillo. Me volví para ver por qué y me quedé congelado. Tenía la bata a sus pies y llevaba el conjunto de lencería. Giró trescientos sesenta grados para que la viera. La muy cabrita era impresionante. El tanga dejaba todo su impresionante culo al descubierto, el sujetador apenas llegaba a tapar los pezones de sus magníficos pechos y el liguero realzaba su estrecha cintura y le daba un toque sofisticado y elegante. Y muy sugerente.

—¿No vas a decir nada? ¿Se te ha comido la lengua el gato? —me dijo con picardía con las manos en las caderas.

—Estás... estás...

—¿Si?

—¡Joder, mamá! Estás buenísima.

—Pero si soy tu madre.

—Sí, la madre que me parió, pero ya quisieran mis amigas o mi ex tener ese culo o esos pechos — me arrepentí en cuanto lo dije, pero no pude contenerme.

—Creo que exageras, pero gracias, hijo — por suerte se lo tomó bien.

—Espera que cojo el móvil y empezamos.

Jamás he sacado mejor partido al teléfono. Al principio posó de pie y saqué varios ángulos. Como prácticamente tenía el trasero desnudo temí que se cortara, pero no tuvo inconveniente en posar como le dije y enseñar el culo todo la que la pedí. Glorioso. Luego la dije que subiera a la cama, se pusiera de rodillas erguida y con las piernas abiertas. Estaba para comérsela. Posó como la sugerí siempre sonriente. Ella también disfrutaba. Me atreví a pedirla que se pusiera a cuatro patas y accedió sin pensarlo. Fueron fotos realmente calientes. Su culo redondito realzado por la postura y sus tetas colgando me provocaron una erección gigante que no le pasó desapercibida, pero reaccionó con una risita.

— Ahora de espaldas, mamá, pero quítate el sujetador — me aventuré a pedir.

Se le fue la sonrisa, pero solo unos segundos, hasta que se dio la vuelta sobre la cama y lo desabrochó. Lo echó a un lado y se tapó los pechos con un brazo.

—Así, mamá —la animé —, estás genial. Ahora levanta los brazos.

Me quedé a su espalda haciendo fotos. No sabía si accedería a quitarse el sostén, pero ahora quería más y fui rodeándola para estar de frente. Ella se tapó al verme sin dejar de posar. Saqué más fotos.

—Levanta otra vez los brazos, mamá.

—Creo que no, Pablo — me dijo dubitativa.

—Mamá, estas fotos las podemos vender a Playboy, estás increíble en todas. Venga dame el gusto y levanta los brazos.

Se lo pensó un poco más, con el rostro serio, pero finalmente transigió y reveló sus grandes y preciosas tetas. Las tenía muy redondas y verdaderamente firmes, con los pezones de color clarito. Yo no daba abasto a hacer fotos. Lo mejor fue que, aunque al principio estaba algo seria y poco convencida enseguida sonrió otra vez.

—Eres perfecta, mamá — la decía sin dejar de sacar fotos.

—Y tú un pelota, pero me estoy cansando, ¿lo dejamos ya?

—Como quieras, mami — si seguíamos iba a llenar la memoria del móvil.

—Aparte parece que necesitas desahogarte — señaló el bulto en mi pantalón.

—¿Quieres ir pasando las fotos mientras yo me alivio? — propuse.

—Vale.

—No, no te lo pongas todavía — se iba a volver a poner el sujetador, pero me hizo caso y lo echó sobre la cama.

Me quité los pantalones y me senté con ella a mi lado. No le dije que se pusiera a mi espalda, así podría disfrutar de la visión de sus pechos desnudos. Mientras yo me la jalaba despacio, ella iba pasando fotos y comentándolas. Pasé el brazo por su espalda y la agarré de la cintura, como no se opuso lo dejé ahí, apreciando la calidez y suavidad de su piel. Ella se apretó más contra mí presionado su pecho contra mi costado. O iba muy despacio o me correría en segundos.

—Aquí tengo cara rara —dijo en una en que se la veía perfectamente el culo.

—La verdad es que no me había fijado en tu cara —respondí con cachondeo.

—¡Tú sí que tienes cara! —me dio un manotazo.

Nos reímos y seguimos cada uno a lo suyo. La mirada de mamá oscilaba entre el teléfono y mi polla, estaba seguro de que la encantaba verme. Al llegar a las fotos sin sujetador noté que se ruborizaba.

—Tienes unos pechos estupendos, mamá.

No me contestó, pero esbozó una sonrisa. Yo seguía con mi ritmo lento, sin prisa, y mi madre lo notó.

—Pablo, ¿no vas muy despacio?

—Estoy tan bien aquí contigo que no quiero apresurarme. ¿Te molesta?

—No, claro que no, hazlo como más te guste —el móvil había quedado olvidado a su lado.

—¿Quieres ayudarme?

—No puedo, soy tu madre — me miró con lo que me pareció tristeza y ¿anhelo? Insistí.

—Solo es algo que necesito, un imperativo de salud —los dos sabíamos que era una tontería, pero la di un achuchón y volví a insistir —. Anda, mama, sé buena.

Sin contestarme alargó tentativamente la mano, sin llegar a tocarme. Su rostro estaba sonrojado y entre sus labios entreabiertos asomaba la punta de la lengua. Estaba preciosa. Para acabar de animarla retiré mi mano. Mi polla, dura y congestionada, la esperaba. Dando un profundo suspiro terminó de acercar la mano y me agarró. Casi me corro cuando sentí sus dedos rodeando mi miembro. Estuvo quieta unos segundos hasta que empezó a mover la mano y recorrer toda mi longitud. ¡Por fin! Por fin lo había conseguido. Enseguida cogió ritmo y empezamos a disfrutar. Lo digo en plural porque la cara de mi madre reflejaba felicidad. Creo que lo había deseado mucho tiempo y hoy, finalmente, se había atrevido.

—¿Lo hago bien? ¿Te gusta? — me preguntó con timidez.

—Sí, mamá, eres perfecta. Tienes un amano muy suave.

—Jajaja, ya te digo que eres un zalamero. Si quieres que vaya más rápido me lo dices.

—No, mamá, despacito.

—Jajaja, vale, vale.

Deslicé la mano que tenía en su cintura hacia arriba, así, mientras mamá me masturbaba yo acariciaba el lateral de su pecho. Fue estupendo, pero todo lo bueno se acaba y, con tanto estímulo, no pude contenerme más.

—Ya, mamá, me voy a correr.

—Sí, Pablo, sí — aceleró su mano.

—Eres genial, sigue que me corro.

—Venga, cariño, córrete, no te contengas más.

—Ya, mamá, ya.

Al tiempo que empezaba a derramarme sobre la mano de mi madre estiré más el brazo y la agarré el pecho. Lo estrujé entre los dedos gimiendo de placer. No estoy seguro, pero me pareció que ella emitía algún gemido. Hábilmente mamá no paró de pajearme hasta que terminé del todo. Cuando me soltó con la mano llena de semen yo solté también su pecho.

—Gracias, mami, ha sido estupendo. ¿Te ha gustado a ti también?

—No, Pablo, yo lo he hecho por ti.

—Pues muchas gracias —ambos sabíamos que habíamos disfrutado los dos.

—Voy a lavarme —con la mano limpia recogió el sujetador y la bata.

—Espera mamá.

Me acerqué a ella y la di un abrazo sin llegar a apretarme contra ella y un beso en la mejilla.

—Te quiero mucho, mami.

—Ya lo sé trasto, yo también — me dio otro beso y salió por la puerta después de asomarse para comprobar que no había moros en la costa. Yo me quedé mirando su culito hasta que desapareció.

La tarde había sido perfecta, pensaba mientas me limpiaba con pañuelos de papel hasta que mi madre saliera del baño. Había superado todas mis expectativas. Tenía la esperanza de que mi madre se desnudara y lo había conseguido, pero no me imaginaba que fuera a pajearme. Eso había sido la enorme guinda del pastel. Recordé sus gemiditos, seguro que se había excitado. Lo raro hubiera sido que no lo hubiera hecho. ¿Estaría ahora masturbándose en el baño? Por lo que tardaba bien podría. Con el tiempo que llevaba sin catarlo debía tener ganas de sexo, por mucho que no quisiera ligues. Bueno, yo podría ser su pareja, pero paso a paso, reflexioné, poco a poco y sin retroceder ni un milímetro.

Ese día no pasó nada más entre nosotros, pero a la mañana siguiente mantuve un ritmo rápido en nuestra carrera matutina, quería que me sobrara algo de tiempo. A la vuelta mi madre comprobó a mi padre y cuando volvió a la cocina me encontró masturbándome con los pantalones bajados.

—Por dios, hijo, sí que estás salido.

—Ven mamá, ayúdame que me tengo que ir a la universidad.

Suspiró con resignación, pero los ojos brillantes la traicionaban. Acercó una silla y se sentó a mi derecha, me pasó un brazo por la espalda y me agarro la polla sin dudar. Yo también pasé un brazo por su cintura y me dediqué a disfrutar de la paja.

—¿Lo hago deprisa?

—Si, mamá, que no puedo tardar mucho o llegaré tarde.

Seguía maravillándome que charláramos tranquilamente en estas situaciones.

—Me da un poco de apuro hacerlo aquí, ¿y si se levanta tu padre?

—Seguro que de la impresión se le pasa la infección.

—Desde luego, le explotarían todos los microbios.

Nos reímos mientras mamá me pajeaba, como en veces anteriores una vez conseguido algo con ella lo asumía con naturalidad para las siguientes ocasiones. Su pequeña mano recorría arriba y abajo mi longitud.

—¿Sabes que lo haces muy bien, mami?

—Tu padre era muy soso para esto. Aparte del misionero lo único que le gustaba era que le masturbara cuando estaba muy cansado.

—¿No le gustaban las mamadas?

—¡Qué dices! Nunca me lo pidió, de hecho nunca lo he hecho —me dijo escandalizada.

—Me corro, mamá, me corro —hablar de estos temas me había llevado al límite.

—Muy bien, Pablo, muy bien.

Me corrí tan satisfactoriamente como siempre. Mamá me dio los últimos toques sin prisa y luego se lavó las manos en el fregadero. Yo me duché y me fui a la uni.

Al volver todo estaba tranquilo, acompañé un rato a mi padre y luego estuve estudiando. Sí noté que mi madre estaba más seria que de costumbre, más bien tristona. Cuando le pregunté lo negó, pero claramente algo le pasaba. Después de cenar insistí.

—Mamá, por favor, dime qué te pasa — negó con la cabeza —. ¿Es por mis pajas? ¿No te gusta? Si quieres lo dejamos, no quiero que te sientas mal por mi culpa — aunque por un lado disfrutaba como un enano de las pajas con mamá y esperaba conseguir más, mucho más, por otro lado la quería más que nunca. Nuestra nueva complicidad y confianza eran muy importantes. Renunciaría a las pajas y lo que viniera si a cambio nos seguíamos queriendo como ahora.

—Ven, Pablo — apartó su silla de la mesa dejando sitio — siéntate aquí.

—¿Encima de ti?

—Sí.

—Te voy a aplastar.

—Da igual, ven — me acomodé en sus rodillas y nos abrazamos.

—Me acuerdo de cuando eras pequeño — me acariciaba el pelo y la cara —. Todo era de otra manera, éramos más, no sé, más normales —apoyó su cabeza en mi pecho —. Hoy he discutido con tu padre, sigue insistiendo en que vuelva con él.

—¿Y tú quieres? — la rodeé con los brazos.

—Por supuesto que no, pero es que tu padre ha mencionado cosas del pasado y he estado recordando. Cuando éramos una familia feliz, cuando lo único que querías tú era un traje de Ironman. Eso me ha puesto triste, la verdad es que estoy un poco ñoña.

—¿Tú estás contenta con tu vida?

—Si, bastante.

—Pues no te comas el coco. Yo estoy bien, y papá y tú sois los suficientemente jóvenes para formar otra familia.

Estuvimos un rato abrazados en silencio, apoyándonos mutuamente, hasta que sentí a mi madre mover las piernas. Me levanté de golpe para que se irguiera y estirara las piernas.

—Perdona mamá, seguro que te he espachurrado.

—Jajaja, ven Pablito.

Nos volvimos a abrazar. Mamá me sorprendió dándome un beso rápido en los labios antes de apartarse.

—Me voy a la cama, revisa tú a tu padre.

—Vale, mami, descansa, que mañana será otro día.

—Te quiero, Pablo.

—Y yo, mamá. Y todavía estoy esperando el traje de Ironman.

Con una sonrisa tristona se fue a su habitación.

Por la mañana tenía otro ánimo, la noche de sueño la había sacado de la pequeña crisis de depresión y estaba más alegre. Corrimos, desayunamos y cuidamos de papá. Cuando me iba me abrazó cariñosa y me dio una palmada en el trasero. Se la devolví y la sorprendí con un pico en los labios.

—Adiós, mama, eres la mejor.

—Que tengas un buen día, Pablito

Yendo en autobús a la facultad me di cuenta de una cosa. Estaba sonriendo. Caí en que de un tiempo a esta parte estaba feliz, me sentía bien, realmente bien. Supe que todo se lo debía a mi madre, ella era la persona que me alegraba la vida. Al volver la levanté en brazos y giramos por toda la casa. Mamá gritó y se rio a carcajadas hasta que mi padre llamó preocupado por el jaleo. Aguantando las risas fuimos a tranquilizarle.

Esa noche, en cuanto le dimos las últimas medicinas del día y mi madre terminaba de recoger la cocina, me bajé los pantalones y me senté en la mesa. Esperé a que mamá me viera. Cuando lo hizo, sus labios se curvaron hacia arriba y me agarró el miembro poniéndose entre mis piernas.

—Mira qué chiquitito está.

—Enseguida crece, mamá.

—Ya lo veo, hijo. ¿Sabes que la tienes muy grande?

—La verdad es que no he comparado, ¿tú crees?

—Por lo menos más grande que tu padre, jajaja. ¿Hoy prefieres despacio?

—Si, mamá, ya me vas conociendo.

Como estaba justo delante de mí veía su cara concentrada, con excitación en la mirada. La dejé seguir un rato.

—Mamá, ¿por qué no te quitas la camiseta? Me gusta mucho verte — no sabía cómo reaccionaría, pero tampoco esperaba su respuesta.

—Claro, Pablo, todo por mi niño.

Y sin más se sacó la camiseta por arriba y se quitó el sujetador. Sus preciosas tetas quedaron expuestas para deleitar mi vista. Enseguida mamá siguió con la paja, el movimiento de sus pechos me tenía hipnotizado.

—Mamá, ¿puedo tocarlas?

—No sé si debemos, hijo —sus ojos no se separaban de mi dura polla.

—Anda, mami, déjame, me hace mucha ilusión.

—Desde luego consigues de mí lo que quieres. Luego no me eches la culpa si te corres demasiado pronto.

Se me escapó la risa. Mi madre tenía un curioso sentido del humor. Casi con miedo alcancé sus pechos con las manos. ¡Guau! Eran muy suaves y blanditos, y estaban cálidos al tacto. Gocé de su suavidad y su volumen al tiempo que mamá seguía con la paja.

—¿Te gustan, cariño?

—Son increíbles, a la vez son blandas y firmes, mami. Me encanta tocarlas.

Me miró a los ojos con una sonrisa y volvió a concentrarse en mi polla.

—Oye mamá, ¿te gustaría chuparla un poco?

—¿Qué? ¡No!

—¿Te da asco?

—No, cariño, de ti no me da asco.

—Como me dijiste que nunca lo habías hecho pensé que a lo mejor querías probar.

—¿Tú ya lo has probado? —me preguntó sin detener la mano sobre mi miembro.

—No, yo tampoco.

—Pues vaya dos nos hemos ido a juntar, jajaja.

—Tienes razón, pero ya sabes que si en algún momento quieres yo estaría encantado de permitírtelo, jajaja.

La conversación, imaginarme a mi madre haciéndome una mamada y el dulce tacto de sus tetas en mis manos me impulsaron al orgasmo.

—Ya, mamá, ya no aguanto más.

—Te lo dije, hijo. Venga, vacía esos testículos.

Me corrí con muchas ganas y apretujando sus tetas entre mis dedos. Esta vez sí, estuve seguro de escucharla un gemido ronco. Mi primer chorro salió disparado y la manché la barbilla, luego ella apuntó mi polla hacia la tripa y el semen cayó en mi camiseta y en su mano. Después de los últimos meneítos que tan bien hacía se apartó para lavarse.

—Espera, mamá —recogí con un dedo el semen de su barbilla —, ¿quieres probarlo?

Estoy seguro de que abrió la boca por lo singular de mi pregunta, pero aproveché y metí el dedo entre sus labios. Ella los cerró automáticamente y no le quedó más remedio que saborear mi semen. Su expresión sorprendida cambió a una pensativa.

—No sé si me gusta, primero es amargo y después dulce. No lo tengo claro.

—Prueba un poco más —recogí más semen y lo llevé a su boca. Creo que su carita con los labios entreabiertos y sus ojos clavados en los míos es lo más erótico que he visto nunca.

—No sé qué decir —dijo después de degustarlo —. No está malo, pero me gusta más el chocolate.

Nos partimos de risa mientras ella se lavaba y yo recogía su ropa. Antes de que se volviera a vestir la di un abrazo. Parecía que últimamente nos pasábamos el día abrazados, pero a mí me gustaba así y creo que a mamá también.

El día siguiente, viernes, mi padre había mejorado mucho y nos era difícil mantenerle confinado en la cama. Se encontraba mejor y le valía cualquier excusa para levantarse. Al volver de la uni, me bajé del autobús una parada antes para comprar un regalo a mamá. Sabía que la gustaría. Entré en casa con la caja en la espalda. Mamá salió a recibirme con el cariño que nos demostrábamos últimamente y enseguida lo notó.

—¿Qué escondes?

—Te he traído una cosa, pero si la quieres me tienes que dar un beso.

—¿A mí? Qué ilusión — me besó la mejilla.

—Esperaba el beso en otro sitio, pero toma, mami — le di la caja de bombones —. Como dijiste que te gustaba el chocolate...

—Jajaja, es verdad, me gusta mucho, aunque estoy abierta a probar sabores nuevos — y diciendo esto se puso de puntillas, me rodeó con los brazos y me besó en los labios.

No fue un beso con lengua, pero lo hizo largo y cálido. Desde luego con mamá nunca sabía qué esperar. Nos separamos con las miradas prendidas y poco a poco nos sonreímos, diciéndonos todo con la mirada.

—Invítame al cine — la sorprendí.

—¿Tú y yo al cine?

—Sí, ¿no te apetece?

—Uy, claro. Es que la última vez que fuimos al cine vimos una de Percy Jackson. Debías tener diez u once años.

—Bueno, pues ya tengo edad de ver una porno, pero te dejo elegir a ti.

—¿Que elija yo peli? ¿Quién eres tú y dónde está mi hijo? — me pinchaba los costados con el dedo. Entre risas la cogí las manos y las llevé a su espalda. Nuestras bocas quedaron muy cerca. Nos miramos.

—Pablo, ¿ya estás en casa? — escuchamos a mi padre viniendo por el pasillo.

—Hola papá, veo que ya estás mejor — le dije separándome de mamá. Ciertamente tenía mejor aspecto.

—Sí, hijo, ya no toso tanto.

—No te confíes no vayas a recaer — dijo mamá.

—Es que me aburro en la cama todo el día.

—Claro que si ya estás bien puedo volver a mi casa — me dio un golpecito cómplice.

—No. Voy a beber agua y me vuelvo a acostar.

—Creo que es lo mejor.

Yo los miraba intentando que la hilaridad de la situación no se reflejara en mi cara. Quién se lo iba a imaginar, mi madre jugando con mi padre como con un niño. Cuando papá volvía a su habitación le seguimos por el pasillo. Yo iba al lado de mamá y aproveché para tocarla el culo. No fue una palmadita cariñosa, sino que la acaricié una nalga y la di un apretón. Mamá me miró cómo preguntándome qué hacía. La guiñé un ojo y volví a acariciarla. Me apartó la mano con un manotazo y pensé que se había enfadado por su mirada indignada, incluso retrocedí un paso, pero me miró con su sonrisa maliciosa y me devolvió el guiño. Jajaja, seguía jugando. Nos había vacilado con facilidad pasmosa a mi padre y a mí en menos de un minuto, estaba dejando salir un aspecto de su personalidad que desconocía. La caña.

Dejamos a mi padre acomodado y gruñendo por quedarse solo, pero prometimos volver pronto y nos fuimos al cine. A una media hora caminando había uno con varias salas y nos arriesgamos sin saber qué echaban. Por el camino agarré a mamá de la cintura, ella se arrimó a mí y fuimos andando como una pareja. Vimos la peli romántica que eligió mamá agarrados de la mano. Después del cine pedimos comida china para llevar, a mi padre le gustaba y así no estaría mucho rato solo. En casa, cenamos los tres en su habitación, haciéndole compañía. Al fregar los platos en la cocina mi madre me preguntó :

—¿Vas a querer masturbarte, cariño?

—Sí, mamá.

—Pues en cuanto acabemos vamos a tu habitación —seguía fregando hablando del tema como si nada.

—Estupendo, mami.

Y eso hicimos. Entramos, echamos el pestillo, me quité los pantalones y los bóxer y mi madre me volvió a sorprender quitándose directamente la blusa y el sostén.

—¿Te pones delante? — la pedí.

—Claro, ¿te gusta más?

—Sí, es más fácil para acariciar tus pechos con las dos manos.

—Jajaja, ya veo — me senté en la cama y se arrodilló entre mis piernas —. No te emociones mucho, que luego no duras nada y sé que te gusta disfrutarlo.

—Lo intentaré, mamá.

Cuando me agarró ya tenía la polla dura, esta vez lo hizo con las dos manos, primero una sobre otra, luego con una en el centro y la otra acariciando el glande. ¡Joder! Si seguí así desde luego no iba a durar nada. La vi muy concentrada, mordiéndose el labio inferior, como intentando decidir algo. Esperé que fuera lo que pensaba y la dejé que tomara ella la decisión. Mientras gozaba magreando sus pechos y recibiendo una estupenda paja de sus pequeñas manos.

Por fin se decidió, su deseo prevaleció sobre su timidez y agachó la cabeza acercándose. La costó dos intentos, se echó atrás en el primero y levantó otra vez la cabeza, pero en el segundo sacó la lengua y me lamio la cabeza del miembro. Pareció reflexionar sobre lo que había hecho, luego lo repitió, después separó los labios y se metió un tercio de la polla en la boca. Se quedó quieta jugando con la lengua, lamiendo mi glande. Yo no decía ni pío, atento a su labor, no queriendo interrumpir. Era tan erótico que iba a estallar. Había puesto sus manos en mis muslos y movía la cabeza arriba y abajo dándome un placer que no sabía ni que existía. Iba a explotar irremediablemente en su boca cuando se irguió.

—Está salada —me dijo mirándome. No sabía si matarla por parar o dar gracias por prolongar el momento.

—¿Te gusta? —conseguí pronunciar.

—Mmm prefiero el chocolate — y con una sonrisita volvió a engullir mi polla.

Solté una de sus tetas para posar la mano en su cabeza. No la dirigía, pero acompañaba sus movimientos, con la otra apretaba, puede que demasiado, su pecho. Estaba gozando tanto que en un par de minutos más llegué al límite.

—Me corro, mamá, no aguanto más, me corro.

Mamá me oyó porque apretó sus labios y profundizó un poco más. Yo, con un grito que no pude contener me derramé en su boca. Mi madre se detuvo, pero no se retiró. Rodeando mi glande con la lengua fue tragando el semen según brotaba. Me dejó seco. Al terminar me dejé caer en la cama y necesité unos minutos para recuperar el sentido.

—Bueno hijo, ¿qué tal? —estaba sentada a mi lado y se había vestido sin que me diera cuenta.

—¿Que qué tal? Ha sido brutal, mamá. ¿No decías que nunca lo habías hecho?

—Es que... —bajó la mirada tímidamente —. Tenía curiosidad y estuve investigando en internet. Además, quería ayudarte mejor —recordé que empezamos esto cuando le pedí ayuda a mi madre.

—¿Te ha dado asco?

—No, cariño, al contrario. Me gusta ayudarte con tus "cosas".

—Oye, una cosa —me senté a su lado y la cogí una mano entre las mías —, ¿tú no necesitas aliviarte?

—¡Qué dices, Pablo!

—Sí, mama, tú también tendrás tus necesidades. Necesitarás desahogarte de vez en cuando, como todos.

—Eso no se le pregunta a una madre —a pesar de lo que había conseguido con ella, seguía siendo tan timorata para algunas cosas.

—Como quieras, pero igual que tú me ayudas a mí, sabe que solo tienes que pedirlo, no tengo ningún problema en ayudarte. Aunque no es que sea un experto, jajaja —me reí para aligerar un poco el ambiente que se estaba poniendo muy serio.

—Gracias, Pablo —me acarició la mejilla —, pero no hace falta. Voy a ver cómo está tu padre.

—Te acompaño, todavía no tengo sueño.

—Vale, pero mejor guárdate el pajarito, jajaja —no me había dado cuenta y seguía sin pantalones.



-Continuará
 

heranlu

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Madre Rebelde - Capítulo 03

Todavía seguimos otros dos días con mi padre. Al final tuvo que reconocer que se encontraba mejor y que ya no necesitaba ayuda. Le costó mucho dejar marchar a mi madre. Esos dos días, mis acostumbradas pajas se trocaron por mamadas y llegué a pensar que mi madre las disfrutaba tanto como yo. Bueno, quizá tanto no, pero casi.

Al volver a su casa mi madre demostró que podía sorprenderme todavía. Era curioso cómo algunas veces superaba su timidez o inexperiencia con comportamientos atrevidos. Cuando nos sentamos a ver nuestra peli diaria vino con sus acostumbrados pantaloncitos, ¡y nada más¡

—Total —dijo al verme boquiabierto —, iba a quitarme la camiseta enseguida — se sentó tan tranquila a mi lado y me miró —. ¿Qué prefieres, paja o mamada? ¿O las dos?

—Las dos — respondí alucinando.

—Jajaja, ese es mi niño. Bájate los pantalones, nos lo quitamos de encima y así vemos al menos terminar la peli.

Mamá ya sabía perfectamente como hacerme disfrutar con sus pajas, y yo ya no me contenía. Enseguida estaba suspirando y gimiendo debido a su habilidad. Tuve que detenerla para no correrme antes de mi parte preferida.

—Ahora con la boca, mami, por favor.

—Claro, cariño.

Se tumbó en el sofá doblando las piernas y se metió mi polla en la boca. En unos instantes gemíamos los dos. Ya tenía claro que a mamá le calentaba mucho chupármela, se excitaba un montón haciéndolo. Por eso me atreví.

—Mamá, tócate tú también.

Su cabeza seguía el ritmo subiendo y bajando, no me había hecho caso.

—Mamá —le levanté la barbilla para mirar sus ojos. Estaban brillantes —no me siento bien si sólo yo disfruto con esto. Es genial, claro, pero me gustaría que tú también disfrutaras.

Mamá se incorporó y se sentó a mi lado.

—Pablo, tengo que confesarte una cosa —bajó la mirada como cada vez que hablábamos de algo de esto —, yo disfruto ayudándote, y no me refiero a que sea mi obligación como madre.

—¿Te excitas?

—Sí —confesó en un susurro.

—Pues entonces más a mi favor. Aunque no tengas mi edad y no estés salida todo el día como yo, también necesitarás desahogarte alguna vez. No me parece bien que tú te quedes siempre con las ganas y luego tengas que aliviarte sola.

—Pero hijo, es que soy tu madre y no quiero hacer esas cosas delante de ti —la tenía en el bote, había reconocido que se masturbaba.

—¿Es que no hay confianza entre nosotros, mamá? ¿No nos queremos lo suficiente? ¿Te avergüenza que sepa que tienes necesidades como todo el mundo?

—Hijo... —mis argumentos la dejaron poca salida.

—Mamá, te lo pido por favor —acuné su ruborizada carita en mi mano —, alíviate tú también.

Su rostro subió dos tonos de rojo y asintió con un gesto, rehuyendo mi mirada. Le daba mucho reparo, pero sabía por nuestros antecedentes que una vez que lo hiciera se soltaría y lo repetiría todas las veces.

—Gracias, mamá.

Creo que para terminar la conversación que tanto la avergonzaba se lanzó y engulló mi polla como si estuviera hambrienta. Tenía sus manos en mis muslos y parecía como si hiciera flexiones a toda velocidad. A los dos minutos se calmó un poco, bajó el ritmo y por fin, alabado sea dios, llevó una mano entre sus muslos. Yo no veía lo que hacía, pero sus gemidos que hacían reverberar mi polla fueron muy reveladores. Tuve el impulso de agarrar su culo, pero no quise estropear nada, eché la cabeza hacia atrás y me dediqué a disfrutar.

—Ya, mamá, ya —jadeé a los pocos minutos.

Mamá aceleró el ritmo y noté que movía las caderas. Cuando me vacié en su boca un gemido largo y ronco escapó de su garganta. Su cuerpo se estremeció como nunca antes había visto. Se estaba corriendo. Al liberar mi miembro de sus dulces labios, me abrazó con la cabeza en mi pecho. Creo que no quería que viera su rostro.

—Muy bien, mamá —le dije —, gracias por hacerlo, así no me siento tan egoísta.

Contestó con un gruñido y le costó un buen rato salir de su refugio. Nuestros ojos se encontraron, pero rápidamente esquivó mi mirada.

—Voy al baño.

A pesar de su avergonzada huida, cuando volvió estaba normal. Vimos la tele un rato y nos fuimos a acostar.

Regresé antes de la facultad al día siguiente, un profesor se puso enfermo a última hora y acabé una hora antes. Al llegar a casa mi madre me abrazó como acostumbraba. Yo la besé. No fue un piquito ni simplemente juntar los labios. Los juntamos, sí, pero dejé asomar la lengua y se los lamí. Mamá primero se tensó en mis brazos, pero insistí hasta que se acopló a mi cuerpo y entreabrió la boca. Mi lengua se adentró y encontró la suya. Y jugaron. Nos dejamos llevar y disfrutamos de nuestro sabor y nuestra pasión. Nuestras manos recorrían nuestros cuerpos al tiempo que mezclábamos nuestro aliento. Cuando la necesidad de respirar nos separó nos miramos y sonreímos con complicidad.

—¿Y eso, Pablo? — mamá seguía rodeándome con sus brazos y levantaba la cabeza para mirarme.

—Porque te quiero mucho, ¿necesito otra razón para besar a mi madre?

—No, esa razón me vale — su sonrisa iluminaba mi corazón.

—Como he venido antes, ¿quieres que hagamos algo? ¿Damos un paseo?

En la vida se me habría ocurrido salir a dar un paseo con mi madre, pero últimamente me apetecía estar con ella, hacer con ella cosas como las que haría con una pareja. Mamá corrió a cambiarse y pronto caminábamos por la acera sin rumbo cogidos de la mano. Le conté de mis cosas en la universidad, se acercaban los primeros parciales, ella me contó sobre sus amigas, dedicamos un par de horas solo a andar y conversar. Cuando volvimos a casa nos besamos otra vez.

Pasaron los días y me tocó volver con papá. Ante la tristeza de mi madre le recordé que esperaba sus fotos, lo que la animó algo. Durante las dos semanas que estuve con mi padre, cada día recibí la correspondiente foto. Estaba guapísima y muy sexy con la lencería que le faltaba por enseñarme. Ya no se cortaba en enseñar sus pechos desnudos, aunque nunca a la vez que la cara. El último día antes de volver con ella me envió la de su carita sonriente. Estaba deseando verla.

El beso que nos dimos fue genial, ni siquiera la dejé cerrar la puerta. Nos enzarzamos en un morreo húmedo y caliente, mis manos esta vez no se contuvieron y exploraron su trasero a conciencia. Mamá gemía en mi boca. Al separarnos empujé la puerta y me bajé los pantalones. Mi madre se arrodilló y directamente se metió mi miembro completamente en la boca. Enterito. Todo. Nunca había sido capaz, pero lo hizo con facilidad.

—He estado practicando —confesó orgullosa en un descanso para respirar que aproveché para quitarle la blusa y el sujetador.

Prosiguió con la felación con entusiasmo, se notaba que lo deseaba. Yo estaba en la gloria, sintiendo más y más placer cada vez que su naricita chocaba con mi abdomen. Reconoceré que fui un poco malo, pero me pudo el morbo y cuando estaba a punto de eyacular en su boca me retiré y lo hice en su cara. A mamá la sorprendió, pero aguantó con una sonrisa y los ojos cerrados los chorros de semen que la impactaron y escurrieron por su rostro. La noté tan cachonda que quise aprovechar la ocasión. Ella no se había corrido y era mi oportunidad.

—¿Y tú? —le pregunté cuando terminé.

—No hace falta, cariño.

—Si hace falta, mamá. Ven.

La llevé de la mano hasta el sofá y la senté encima de mí, dándome la espalda. Con eso conseguía dos cosas : que le diera menos apuro al no vernos las caras y tener acceso a sus tetas y coño. Con una mano la acaricié la tripa y con otra un pecho.

—Venga, mamá, hazlo.

—No puedo, me da vergüenza —se tapó la cara con las manos.

—O lo haces tú o lo hago yo.

Eso la convenció, llevó una mano bajo la falda y se empezó a acariciar. Yo me dediqué a sus pechos y a pellizcar con dulzura sus durísimos pezones. Quizá estaba avergonzada, pero enseguida gemía y meneaba las caderas en mi regazo. Cuando presentí que le quedaba poco, deslice mi mano con la suya y sustituí sus dedos y sus propias caricias. Mi madre cerró las piernas sorprendida, pero ante mi insistencia las separó otra vez. Su coñito estaba completamente encharcado y mis dedos se deslizaron con facilidad. Su clítoris estaba duro y congestionado y no me costó encontrarlo. En cuanto empecé a acariciarlo suavemente mamá descansó la cabeza en mi hombro y volvió a mover las caderas, abandonada al placer.

Fue glorioso sentirla correrse en mis dedos. Atrapó mi mano entre sus muslos, emitió un gemido largo y profundo y todo su cuerpo pareció vibrar. Rocé un poquito más su clítoris y dejé que gozara de su merecido orgasmo.

Cuando recuperó el aliento supe que se iba a ir corriendo y no lo permití. La rodeé el cuerpo con mis brazos y pegué mi cara a la suya.

—No te vayas, mamá. Quédate un momento.

—Tengo que lavarme.

—Solo un momento, por favor. Te he echado mucho de menos.

—Yo a ti también, Pablo.

—Me ha encantado lo que me has hecho, ¿cómo has aprendido?

—Practiqué con el estuche de un puro —se le escapó una risilla —. Cuando le coges el truco no es difícil.

—Lo has hecho genial, y a ti ¿te ha gustado que acabara de masturbarte?

Dijo algo que no llegué a entender. Le daba una vergüenza enorme.

—Sí —confesó cuando insistí.

—No sabes la alegría que me das. Sabes que me siento muy egoísta a veces, así es más justo.

—No necesito que sea justo.

—Tú a lo mejor no, pero yo me siento mejor.

—Mira Pablo, no te voy a decir que soy tu madre y que no está bien, pasamos ese punto hace mucho, pero sabes que soy bastante mojigata en este tema y… suéltame la teta que no me concentro.

—Perdona mamá, la tentación.

—Como te decía no tengo mucha experiencia y todo me da reparo. Así que el que me toques ahí es difícil para mí, pero te confesaré que me ha gustado mucho. Hacía mucho tiempo que nadie me tocaba así y ha sido estupendo.

—Me alegro mucho por ti, mamá.

—Y ahora deja que me levante. Esto se está secando y hoy no pensaba llevar mascarilla facial.

—Claro, arriba —la di un empujoncito.

—Bien pensado — me dijo según se iba —, me voy a ahorrar una pasta en mascarilla desde ahora, jajaja.

Mi madre y su humor. Riéndome entre dientes recogí mis cosas olvidadas en la puerta y los pantalones y me fui a mi habitación.

—¿Qué te apetece cenar, Pablo? — me madre se asomó por la puerta mientras estaba estudiando.

—Lo que sea, me da igual.

—¿Luego vamos a ver una peli?

—No, mamá, lo siento. He empezado los exámenes y voy un poco retrasado — era cierto, y la culpa era de ella. Bueno, no es que ella fuera la responsable, ése era yo, pero si no estuviera tan buena no me hubiera distraído tanto con nuestros juegos. Perdía poco tiempo en las pajas de mamá, pero luego estaba todo el tiempo pensando en ella y no me concentraba para estudiar. En vez de centrarme en lo mío me pasaba las horas pensando en el siguiente “empujoncito” a nuestra relación o rememorando “los mejores momentos” como en los resúmenes de los partidos de fútbol.

—Entonces céntrate en estudiar — dijo con un pequeño mohín y cerrando la puerta.

Y eso hice. Tenía tres exámenes seguidos y estuve cuatro días casi sin salir de la habitación. Corría con mamá por la mañana, eso sí. Me gustaba mucho hacerlo. No hablábamos mucho, pero me parecía un rato entrañable que pasaba con ella. Aparte de eso solo salía para ir al baño y para comer. Por suerte el esfuerzo estaba dando sus frutos e iba recuperando el tiempo perdido.

Lo que sí noté esos días es que mi madre estaba cada día más rara. Ella generalmente tenía buen carácter, pero se iba volviendo arisca y cascarrabias. Lo dejé pasar pensando que se le pasaría, pero un día en que apenas me habló le pregunté.

—Oye, mami, ¿te pasa algo que últimamente estás un poco gruñona?

—¿A mí? Nada. No me pasa nada.

Incluso para mi corta experiencia con mujeres eso era una señal de alarma. Gigante.

—Mami, no me mientas — la llevé a mis brazos. Se resistía pero no la solté —. Sé que algo te pasa, cuéntamelo, por favor.

—Si no es nada — contestó cediendo y dejándose abrazar.

—Anda, venga, dime qué te preocupa.

—Si es que tú no tienes la culpa — levantó la carita para mirarme y acariciarme el rostro.

—Cuéntame — la besé en la frente.

—Es culpa mía, es que tenía tanta ilusión porque vinieras que me siento sola. Estás todo el día estudiando y no me haces caso.

—Serán solo unos días, hasta que termine los exámenes.

—Lo sé, cariño. Ya te digo que son tonterías mías, además, está muy bien que te dediques a estudiar, es tu obligación. No te preocupes que ya se me pasará — puso las manos sobre mi pecho y me empujó suavemente —. Venga, vete a estudiar.

Me besó en la mejilla y me fui a la habitación. Intenté concentrarme en los apuntes, pero fue inútil. Mamá estaba disgustada y no pensaba en otra cosa. Si no lo arreglaba ni mi madre ni yo íbamos a estar bien. Cogí el móvil y repasé algunas fotos de ella. Bastaba verla tan guapa y sexy para que mi miembro reaccionara. Me bajé los pantalones y, con los bóxer puestos, hice una foto de mi paquete y se la envié con el texto : “¿Podrías ayudarme con una cosita?”.

Esperé hasta pensar que no había visto el mensaje o que no quería venir, pero finalmente se abrió la puerta y entró. ¡Guau! Únicamente vestía el liguero y el tanga rojos. Estaba increíble.

—Cierra la boca que te va a entrar algún bicho — me dijo contoneándose hacia mí.

Yo estaba en la silla de espaldas a la mesa de estudio. Congelado. Mi madre se acercó y con dos dedos me subió la mandíbula, entonces recordé cerrar la boca. Sin preliminares se arrodilló ante mí.

—Levanta el culito.

Obedecí y mis calzoncillos volaron. Creí que me haría una felación directamente, pero me asió la polla con las dos manos y comenzó una lenta masturbación mirándome a los ojos intensamente.

—¿Esto es lo que necesitabas, cielo?

—Sí, mamá, gracias — conseguí balbucir provocando su risa.

Me masturbó despacio largo tiempo, recreándose en la suerte, por una vez yo no había echado mano a sus pechos, sino que me dejaba hacer con las manos en los brazos de la silla y las piernas abiertas. Cuando bajó la cabeza para lamer el glande se me escapó un gritito de anticipación. Mamá, al escucharlo, me miró, me dedicó una sonrisa traviesa y volvió a bajar para meterse la polla en la boca. Duré quizá dos minutos, me puso tan cachondo su nueva actitud caliente como el infierno que me derramé en su boca mucho antes de lo que hubiera querido. Mamá se tragó el semen con gusto, diría que le encantaba por los ruiditos satisfechos que hacía. Cuando terminé de vaciarme no se apartó. Levantó la cara para mirarme y siguió pajeándome muy despacio.

—Llevas muchos días sin desahogarte, vamos a hacerlo otra vez.

—Lo que tú digas, mamá — respondí alucinado.

Mi polla, morcillona, tardó poco en reaccionar a la manipulación y a la excitante vista de mamá y enseguida estuvo en forma nuevamente. Esta vez tomé la iniciativa.

—Ven, vamos a la cama — la cogí de la mano y me tumbé en la cama. Obligué a mi madre a que se pusiera sobre mí a cuatro patas, con la cara encima de mi miembro y las piernas abiertas a los lados de mi cabeza. Perfectamente veía la humedad de su tanga.

En cuanto atrapó mi polla entre sus labios, aparté el tanga y, después de apreciar la belleza de su coñito lamí su rajita. Mi madre respingó y miró hacia mí.

—¿Qué haces, hijo?

—Lo mismo que tú, mamá, sigue.

Me miró unos momentos antes de retornar a su tarea. En cuanto volvió a tener mi polla en su boca reanudé el ataque. Compensé mi falta de experiencia con pasión. Lamí sus labios y metí la lengua en su agujerito, busqué el clítoris y lo lamí en círculos también. Sabía si lo estaba haciendo bien por el temblor en sus nalgas, que estaban en mis manos, y los gemidos que se transmitían a mi polla desde su garganta. Lamí como un condenado y tragué todos sus fluidos con deleite.

A pesar de mi empeño, fui el primero en correrme. El placer que me daba mi madre era tan grande que levanté mis caderas metiéndola el miembro hasta el fondo y eyaculando otra vez. Perdí el hilo unos momentos, pero enseguida lo retomé. Avasallé el dulce coñíto de mamá hasta que conseguí que la alcanzara un fortísimo orgasmo. Gritó como una condenada con el cuerpo estremecido sobre mí. No dejé de lamer su interior hasta que le fallaron las piernas y cayó sobre mí. Me quedé debajo, acariciando su espalda y su trasero y con su rajita a centímetros de mi nariz. Por mí me hubiera quedado así para siempre. Al menos fueron unos minutos, luego mi madre se dio la vuelta y, en vez de irse como esperaba, se puso a mi lado y me abrazó.

—Nunca me habían hecho eso — me susurró al oído dándome besitos en la cara y pasando su mano por mi pecho.

—Yo tampoco lo había hecho, pero creo que te ha gustado por los gritos que dabas —me reí entre dientes pasando un brazo bajo su cabeza y acercándola más.

—Calla, tonto — me dio un manotazo —. No te rías de tu madre.

—No me rio, mami, bueno, un poco sí, jajaja. Es que ha sido tan bonito hacerte disfrutar a ti que todavía no me lo creo.

—¿Sabes qué creo yo? Que ha sido el mejor orgasmo de mi vida.

—¿De verdad? — me incorporé un poco para ver su cara.

—Ajá, creo que sí.

—No sabes lo feliz que me haces.

—No, tú me haces feliz a mí, y ahora vamos a dejar de decir ñoñerías y ponte a estudiar. Creo que ya estarás relajado, jajaja.

Con todo el dolor de mi corazón me levanté y me vestí. Intenté concentrarme otra vez en mis estudios pero era imposible.

—Mamá — me miraba sonriente desde la cama con solo el tanga y el liguero —,o te vistes o te vas, es imposible que haga nada si te quedas así ahí.

—¿Yo? Si no estoy haciendo nada, no sabía que te molestaba mi presencia, hijo.

—No es eso, mamá, tú nunca me moles…

Paré al escuchar sus carcajadas. La muy bruja me había vuelto a vacilar. Tan modosita para unas cosas y luego tenía más picardía que nadie. Se levantó muerta de risa, se inclinó para darme un suave beso en los labios y salió de la habitación meneando las caderas. Tardé otros diez minutos en que me bajara la inoportuna erección y poder hacer algo de provecho.

Pasaron los días y los exámenes, volví con papá y otra vez con mi madre. Me había hecho el propósito de follar con ella en esta quincena, aunque había pensado varias estrategias de ataque las deseché todas. Ya surgiría como tuviera que surgir, lo único que tenía claro era que iba a pasar. Como había terminado los exámenes adelanté un día la vuelta para llegar el domingo. Me apetecía pasar un día entero con mamá. Pensé en qué hacer, pero al final lo dejé en sus manos, lo que a ella le apeteciera estaría bien para mí. En el autobús a su casa recibí la foto que me seguía enviando todos los días. Como era el último día fue su carita sonriente.

Al llegar, casi ni me dejó entrar.

—¿Necesitas algo? Si no, vámonos.

—Voy, voy, solo dejo la bolsa y las cosas en la habitación.

Cogimos un autobús e hicimos un recorrido de unos veinte minutos, en los que me percaté de lo guapa que se había puesto mi madre. Llevaba una faldita a medio muslo, como una adolescente, y una blusa finita y ceñida que realzaba sus atributos. Estaba para comérsela.

Nos bajamos y me llevó a un sitió que desconocía. Mientras sacaba unas entradas inspeccioné el entorno. ¡Estábamos en el teleférico! Nunca había subido, pero sabía que llevaba por el aire al mayor parque de la ciudad. Esperamos en la cola un rato hasta que nos tocó subir. Me fijé en que en cada cabina subían cinco o seis personas, pero cuando nos tocó el turno mi madre habló con el operario, le pasó algo sin que se viera y en cuanto entramos ella y yo el señor cerró la puerta. Miré a mi madre con sospecha. Algo tramaba. Lo desveló en cuanto nos pusimos en marcha y la cabina se elevó.

Íbamos sentados juntos en el sentido de la marcha, viendo el paisaje cada vez desde más arriba. Mamá tardó poco en bajar mi cremallera.

—Tenemos diez minutos. ¿Me has echado de menos?

¡Es que yo flipaba! Había creado un monstruo.

—Muchísimo, mamá.

—Pues deja que te cuide, cariño.

Terminamos justo a tiempo, en esos diez minutos me hizo una paja fenomenal, sin dejar de bombear mi polla y acariciar mis testículos me lamía el glande y me animaba con frases calientes : “venga, mi niño, dámelo”, “quiero que me llenes la boca”, “córrete en tu mami”.

Justo cuando la cabina paraba en el destino me subía la cremallera después de que mi madre se tragara mi semilla.

—Oye, mamá, ¿has estado “investigando” más en internet? — le pregunté mientras salíamos de las instalaciones para dar un paseo por el parque.

—Sí, espero que te hayan gustado las frasecitas.

—Jajaja, mucho. No me lo esperaba de ti, pero me ha encantado.

—¿Me he pasado? — me preguntó preocupada.

—Claro que no — la agarré de la cintura recorriendo una de la veredas —. Si ha sido genial, pero no dejo de pensar en lo que has cambiado en estos meses.

—Oh — se quedó pensativa.

—No me estás entendiendo. Lo que quiero decir es que antes eras una madre estupenda, igual que ahora, pero creo que estabas un poco reprimida y que estás mejorando muy deprisa. Pienso que es muy bueno, tonta — la besé cariñosamente.

—Ah, pensé que te había escandalizado — me reí —. Es que he estado pensando después de la enfermedad de tu padre. Sin ti el pobre hubiera estado solo. Me veo a mí misma algo más mayor, tú volando del nido y sin nadie con quien compartir las cosas, las buenas y las malas.

—Mamá, yo no te voy a dejar.

—Eso dices ahora, pero te harás mayor, terminarás la carrera y te independizarás. Por eso he estado pensando en abrirme a encontrar a alguien.

—Eso es genial, te lo he dicho varias veces — a pesar de que la apoyaba en eso y me parecía lo mejor, en el fondo me escocía. No quería verla con nadie más que conmigo.

—Sí, creo que voy a volver a salir y a conocer gente.

—Muy bien, mamá.

Ni el bonito paisaje ni ir junto a mi madre me consolaron. Era muy egoísta, pero no quería que ningún gilipollas la tocara.

—Te noto muy callado — me dijo después de un rato de silencio.

—No, mami, estoy muy contento pasando el día contigo.

—Yo también, ven.

Se puso ante mí y levantó la carita ofreciéndome los labios. La besé con fuerza, casi con desesperación. Me sentía como si la hubiera perdido antes de tenerla. La abrumé con mis ansias pero respondió adhiriendo su cuerpo al mío y devolviéndome el beso con la misma pasión. No me quitó la preocupación, pero sí que me consoló y menguó mi pena.

Después de hartarnos de pasear, nos sentamos en la terraza de una cafetería para comer. Mi ánimo había mejorado mucho y lo estábamos pasando bien, charlando y riendo de tonterías. Por la tarde mi madre tenía otro plan que no me quiso decir. Después de volver en el teleférico, esta vez solo nos besamos, y coger otro autobús, me metió en un Escape Room. Me alegré un montón. Nunca había estado y tenía ganas de probar. Al entrar nos hicieron algunas recomendaciones y nos dijeron que si en una hora no habíamos conseguido salir nos abrirían la puerta.

Al principio nos volvimos locos buscando pistas y resolviendo acertijos, pero en un momento en que vi a mi madre inclinada leyendo no sé qué, con la faldita dejando ver casi su culito, me olvidé de salir de allí y la abracé por detrás aferrando sus tetas, presionando mi miembro contra su trasero.

—Aquí no creo que encuentres ninguna pista, cariño — se reía.

—Pistas no, pero justo aquí está lo mejor de todo.

Sin dejar que se irguiera metí la mano bajo su falda y acaricié su rajita. Mamá se apoyó con los brazos en una desvencijada mesa y separó un poco más las piernas, accediendo a mi intrusión.

—Espero que no tengan cámaras — susurró.

—Si las tienen van a ver a una mujer preciosa.

Tardé muy poco en meter los dedos bajo sus braguitas y tocar directamente su intimidad. Poco a poco se iba humedeciendo, facilitando que le introdujera un dedo. Mamá no decía nada, no hacía ni un ruidito, al menos hasta que con el pulgar le di unos toquecitos al clítoris. Yo también había estado investigando.

Cuando la escuché gemir bajito, bombeé con el dedo en su coñito y rocé con más fuerza su clítoris. Luego me serené, me había lanzado por un impulso y si seguía así acabaría demasiado pronto, y no quería eso. Refrené los dedos en su interior y le acaricié el pecho, escuchando sus jadeos, que eran como cantos de ángeles para mí. Sin embargo necesitaba más, así que tiré de ella para que se enderezara y bajé la cabeza para besarla sin dejar de acariciar su intimidad.

En cuanto nuestros labios se unieron nuestras lenguas se acariciaron mutuamente y sentí sus gemidos en mi boca. Ya no pude contenerme. Moví más deprisa mis dedos hasta que la sentí contraer la vagina y llenar mi mano de humedad. Tuve que sostenerla con una mano en su abdomen porque se le doblaron las piernas cuando disfrutó del orgasmo. Ella gozaba enormemente y yo también, pensando que era mía, que era yo el que le daba placer y no algún imbécil.

Al final nos tuvieron que abrir, porque después de eso nos estuvimos besando hasta que pasó la hora. Nos echamos a reír cuando el señor que nos abrió nos preguntó si había sido demasiado difícil.

Aprovechamos el resto del día regresando a casa caminando. Era un recorrido largo, pero nos íbamos parando según nos parecía. En un par de bares picamos algo con una cervecita. Mi madre entró a curiosear en alguna tienda que no conocía. Durante el recorrido decidí mi estrategia. Era algo que no podía fallar.

Llegamos tarde y exhaustos a casa. El día había sido genial, ambos habíamos disfrutado muchísimo, pero estábamos rotos. Mamá se fue a dar una ducha y a ponerse el pijama. Yo esperé a que saliera y me duché también. En calzoncillos únicamente me la encontré en mi habitación.

—Quería darte las buenas noches, hijo, y darte las gracias por pasar el día con tu madre. No recuerdo un día tan bueno en mucho tiempo.

Me abrazó con ternura. !Qué bien olía!

—Gracias a ti, tú lo has organizado y ha sido perfecto, y no me des las buenas noches. Vamos a la cama —la cogí de la mano y la llevé a su habitación. Una vez dentro me metí en la cama y me tapé con la sábana.

—¿Mi niñito quiere dormir con su mamaíta? — bromeaba, pero la intensidad de su mirada me decía que le gustaba la idea.

—Sí, mamá. Quiero abrazarte toda la noche y despertarme contigo a mi lado.

—¿Me vas a dejar dormir?

—Seguramente no.

—Bien —con una sonrisa que iluminaba la habitación se tumbó a mi lado.

Estábamos de lado, mirándonos a los ojos. Los dos sabíamos lo que iba a pasar, que había llegado el momento, pero una repentina timidez nos hizo ir despacio. Mamá acarició mi cara y yo su brazo, pasó su mano por mi pecho y acaricié sus hombros. No pude aguantar más y busqué sus labios, que salieron feroces a mi encuentro. En cuanto hicimos contacto nuestra timidez desapareció como si nunca hubiera existido y nuestras lenguas y nuestras manos volaron explorando nuestros cuerpos, recorriendo nuestra piel. La escasa ropa que llevábamos terminó enredada entre las sábanas. Cuando mis labios y dientes se apoderaron de uno de sus pezones gritó y me aferró con las manos, apretándome contra su pecho. Tracé un camino de besos hasta sus muslos y lamí y mordisqueé hasta llegar a su centro, donde bebí su miel hasta provocarla el primer orgasmo de la noche.

Volví a su lado, apreciando el rápido subir y bajar de su pecho recuperando el aliento. La acaricié suavemente y acuné sus pechos en mis manos.

—Me vas a matar cariño —se giró para darme un dulce beso en los labios.

—Mamá, ha llegado el momento — no dije nada más, no hizo falta. Asintió con una sonrisa nerviosa — Ven.

Me senté al borde de la cama y ella en mi regazo. Nos besamos y abrazamos con la anticipación de lo que estaba por venir, con el deseo de verlo realizado. Cuando sujeté con ambas manos el trasero de mi madre y la icé sobre mi enhiesto miembro, se aferró a mi cuello y bajó poco a poco dejándolo entrar en su intimidad. Cada pocos centímetros subía para volver a bajar, adaptándose a mi tamaño. Eché mano de toda mi voluntad para no empalarla de un golpe, tantas ganas tenía de hacerla mía. Finalmente descansó sobre mi regazo. Mi polla completamente enterrada en su apretado coño. Nos miramos a los ojos intensamente, sabiendo que era un momento importante, luego mamá balanceó las caderas como jugando, provocándome. Aferré su trasero en mis manos y la hice subir y bajar, su vagina apretaba placenteramente mi polla.

—Eres mía —le dije.

Me besó. Nuestras lenguas se enredaron al tiempo que me cabalgaba ayudada por mis manos. Nos separamos para respirar, jadeando al unísono. Sus caderas cogieron ritmo, haciendo un curioso balanceo que estaba poniendo en un aprieto mi resistencia.

—Joder, mamá, cómo te mueves —suspiré.

—¿Te gusta, Pablo? —su sonrisa era malvada —. Córrete cuando quieras, pero no puedes hacerlo dentro.

—De eso nada, te voy a llenar de mi semen. Te voy a marcar como mía —llevé una mano a una de sus tetas y apreté con fuerza. Gimió.

—Pues lléname, cariño. Hazme tuya —hizo una cosa con la vagina que estrujó mi polla. La abracé con fuerza y me corrí en su interior, una vez, y otra, y otra. Mamá, al sentir mi semen, se corrió también. Echó la cabeza hacia atrás y gimió de placer.

—Aaaaaaaahhhhhggggggghjj...

No la solté, estaba atrapada en mis brazos y así nos quedamos, con las cabezas juntas, cada uno jadeando en el oído del otro. Al final caí sobre la cama con ella encima, lentamente mi miembro se escurrió de su interior. Su cabeza se irguió para bajar sobre mí y besar mis labios.

—¿Otra ronda? —preguntó.

—Enseguida, dame unos minutos.

—No te preocupes que yo me encargo.

Bajó por mi cuerpo para lamerme la polla.

Esa noche lo hicimos muchas veces. Menos el misionero probamos muchas posturas. Después de la primera lo hicimos de perrito. Me encantó poder disfrutar del culo de mamá mientras follábamos. Luego ella me cabalgó. Ver el movimiento acompasado de sus grandes tetas fue apoteósico. Quizá con mi padre fuera remilgada, conmigo demostró ser apasionada y muy, muy caliente. Finalmente hicimos la cucharita. Fue la postura más tranquila, pero de alguna manera me pareció la más íntima y cariñosa.

Luego hablé con mamá. Mientras la acariciaba con dulzura derrame todos mis sentimientos con sinceridad sobre ella. Le dije que la quería, que la amaba no como a una madre sino como a una amante, como a una pareja. Que quería estar con ella como si fuera su amor.

Creo que no se lo tomó del todo bien. Con su espalda en mi pecho no podía ver su cara, pero su entonación, sus silencios, me dijeron mucho.

—Yo también te quiero, Pablo, y no solo como a un hijo, pero no puedo aceptar eso —se volvió para que estuviéramos de frente —. Sé lo que ahora sentimos los dos, pero eres muy joven, en pocos años tú serás todo un hombre, fuerte e independiente. Yo seré una mujer de más que mediana edad, y no sería justo para ti. No, espera —me interrumpió cuando iba a protestar —. Ya he pensado en esto y tengo una idea de lo que tenemos que hacer. Yo voy a estar abierta a conocer a alguien y a llegar a quererlo, alguien que pueda ser mi pareja el resto de mi vida —se me hacía un nudo en la garganta al escucharla —. Sé que nunca le voy a querer como a ti, pero es lo correcto. Y tú, tú... —sus ojos se llenaron de lágrimas — tú te buscaras una chica de tu edad que tenga contigo muchas más cosas en común que yo.

—Pero mamá —lloriqueé —, yo solo te quiero a ti.

—Ya lo sé, cariño mío, pero eso cambiará, no lo dudes —me acunaba el rostro con la mano —. Eso sí, mientras cambia, soy toda tuya. Mi cuerpo es tuyo, ya llevo tu marca —se rio entre dientes —. Pensándolo bien, creo que mi cuerpo será tuyo siempre, aunque tenga pareja, o tú, o los dos, si quieres estaré para ti, porque nadie será más importante para mí que tú, Pablo.

Hablamos durante mucho tiempo, nos prometimos amor eterno, nos reímos de cómo había empezado todo : “¿Te estás masturbando en mi puta cara?”, y seguimos hablando hasta que nos quedamos dormidos. Por la mañana me desperté con una sensación extraña y muy agradable. Al abrir los ojos vi a mi madre, que seguía perfectamente desnuda, con mi polla en la boca, subiendo y bajando por mi longitud. No hice nada. Me dejé querer.

Después de correr, desayunando en la cocina, mi madre me sorprendió nuevamente con sus palabras.

—Pablo, ya sabes que no he experimentado mucho en el sexo, espero que eso cambie — su mirada me lo decía todo.

—¿Qué quieres probar? — pregunté notando que mi amiguito se despertaba.

—Todo, ahora que tengo la oportunidad con un hombretón joven y guapo quiero probar todo, jajaja.

—Vale, bájate los pantalones y sube una pierna a la mesa. Te vas a enterar.

Me obedeció con una risita alegre y follamos en la cocina. Ese fue el principio de dos semanas repletas de sexo. En esos días follábamos tres o cuatro veces diarias, mamá recuperando el tiempo perdido y yo disfrutando del cuerpo magnífico de la mujer que me había enamorado. Creo que, por primera vez, cuando volví con mi padre los dos sentimos algo de alivio. Necesitábamos un descanso.

Ahora ya estoy en el último curso de la carrera. Mi madre va por el segundo novio y yo he tenido varias relaciones, aunque ninguna ha durado. Ambos hicimos un trato. No llevaríamos a casa a ninguna de nuestras parejas salvo que la cosa fuera muy en serio. Nos funciona. Intentamos llevar una vida amorosa normal fuera de casa, pero dentro mi madre es mía y yo soy suyo. Seguimos follando a menudo, no tanto como al principio o se me hubiera caído a cachos, pero prácticamente todos los días hacemos el amor. Sigo durmiendo con ella, creo que es lo mejor que ha salido de nuestra incestuosa relación. Por la noche, justo antes de dormirme abrazado a mi madre, quizá agotado por el sexo, mientras disfruto de su olor y calidez, no puedo dejar de pensar en lo afortunado que soy. No solo tengo una madre que me quiere, sino que a la vez es una amante incomparable, llena de vitalidad y cariño. Sé que esto acabará, he terminado por entender y dar la razón a mi madre, pero mientras dure pienso disfrutarlo, pienso darle todo mi amor y compromiso a cambio del suyo. La quiero.


-Fin
 
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