Madre me Sorprende

heranlu

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Ago 31, 2007
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El agua de la ducha comenzó a caer refrescándola, resbalando su piel, donde formó surcos y meandros como si se tratase del delta de un gran río. Sus pezones se erizaron y se pusieron gordos y duros, a pesar de que el agua estaba templada. Era muy reconfortante ducharse tras el largo y caluroso día que había pasado junto a su hijo, quitándose el polvo del camino y el sudor de su piel.

El jabón hizo espuma y con su esponja fue recorriendo meticulosamente cada centímetro de su piel, desde la cabeza hasta los pies. Cuando llegó a su bajo vientre un pensamiento la detuvo. Aclaró su mano derecha de espuma y aproximándola a su flor depilada la sumergió en su gran surco, con la naturalidad de quien conoce su cuerpo hasta el último recoveco, un estremecimiento la recorrió poniéndole el vello de punta, tras esto un suspiro escapó de sus labios...

Estaba muy lubricada, sin duda recordó el incidente de la noche anterior y el recuerdo le trajo un mar de sensaciones prohibidas y de dudas que la envolvió. Recordó el tacto de su miembro, cómo éste chupó sus pezones, cómo le acarició su sexo, con la torpeza de un novio nuevo.

Y justo ahora este recuerdo afloraba, mientras sus dedos se escurrían por entre sus labios lubricados y su sexo palpitaba bajo su mano. ¡Estaba muy cachonda y le apetecía follar!

Mientras tanto en el sótano, Tom estaba desvelado y miraba al techo en la oscuridad mientras oía la respiración pausada y tranquila de su hermana. Cathy estaba muy cansada, extrañamente cansada y por más que se lo pidió, se negó a leer un capítulo más de las memorias y se quedó dormida en seguida.

Así que, insomne se levantó, deambuló como alma en pena por la casa, pasando por la cocina para picar algo y terminó en el porche, sentado admirando aquel precioso cielo cuajado de estrellas.

Únicamente llevaba puestos sus calzoncillos y la suave brisa acariciaba su piel barbilampiña produciéndole un suave cosquilleo. Sus padres, que dormían justo encima de donde se encontraba, aparentemente dormían. Digo aparentemente, porque cuando Tom cerró sus ojos y comenzó a escuchar los sonidos de la noche, oyó el ‘cric-cric’ de un grillo cercano, más allá a lo lejos, las hojas movidas por el viento, y en un momento dado escuchó un leve quejido, un quejido como el de la un alma en pena que ya le era familiar.

De un salto se puso de pie, alarmado ante lo que había oído, abandonó la vieja mecedora que hacía crujir las tablas del piso de madera del porche y, como pantera que caza de noche, se adentró en la negrura de la casa desapareciendo entre las sombras. Subió las escaleras descalzo, por lo que no hizo ningún ruido y sin prisa pero sin pausa se aproximó a la puerta del dormitorio conyugal.

Inmediatamente al asomarse furtivamente a la puerta, vio una escena ya conocida, como una buena película que se ve dos veces. Su madre, encima de la cama, desnuda con su melena cayéndole por la espalda, cabalgaba encima de su padre, sometido bajo el peso de su cuerpo, sometido por el yugo del sexo, su sexo poderoso, como una amazona que lo montaba con determinación, casi con desprecio hacia el macho al que sometía. Imperiosa y despreocupada, rítmicamente se movía arriba y abajo, para luego contonearlas en círculos de trescientos sesenta grados, regodeándose en este acto tan sensual como placentero.

Tom sintió una emoción parecida a la de la primera vez, la excitación corrió al momento por sus venas y tragó saliva mientras contemplaba la escena desde la penumbra del pasillo ante la excitación que ésta le producía. Se aproximó un poco más al marco de la puerta y al apoyar el pie sobre el parqué la madera crujió, fue un crujido leve pero lo suficiente como para que la pareja que se entregaba a los goces terrenales viese interrumpida su concentración.

— ¡Qué ha sido eso! —susurró Karen a su esposo.

— ¡Eh!, ¿qué? —preguntó él, que, abstraído como estaba en la fornicación no se había apercibido de nada—. Vendrá de fuera mujer, será un zorro que merodea en busca de algo que comer, ¡sigue moviéndote por favor! —el inquirió Richard.

La hembra dominante, siguió parada unos instantes más, con la verga de su esposo clavada hasta los huevos en su interior, miró a la puerta y auscultando el aire en busca del sospechoso sonido de nuevo. Por fin concluyó:

— Si, tal vez sea un zorro, un dulce zorrito... —asintió melosa mientras sus caderas volvieron a contonearse y luego comenzó a cabalgarlo con violencia, provocando sonoras palmadas al chocar piel contra piel, muslo contra cachete, esto hizo gruñir de placer al marido que se aferró a sus caderas con fuerza y apretó los dientes con desesperación.

Con el corazón encogido por el susto que se había llevado, Tom se ocultó detrás del muro del pasillo. Respiró unos segundos y aplacó su corazón que bombeaba la sangre a no menos de ciento sesenta pulsaciones por minuto. Se maldijo por su suerte, por ver a su madre gozar con su padre al otro lado, sobre su cama, se arrepintió de estar allí mirando como un pasmarote cuando ella estaba gozando. Ni la idea de hacerle una casta pajilla lo motivó para quedarse, pudo más su rabia que su deseo de seguir espiando. Así que saltó escaleras abajo precipitadamente, ahogándose en la amargura de su libido malograda.

Se apoyó en la barandilla del porche y su mirada se fijó de nuevo en el cielo negro. El Camino de Santiago estaba sobre su cabeza, allí habría miles de millones de estrellas y tal vez miles de mundos habitados, mundos donde almas no muy distintas tal vez a la suya se atormentaban a causa de los deseos frustrados provocados por el sexo, ¿o tal vez ésta era sólo una pasión humana, no presente en ninguna otra raza? ¿Cómo se reproducirían en aquellos mundos y de qué placeres gozarían? Sin duda pensamientos estúpidos para una mente atormentada como la suya.

Ensimismado en aquellos pensamientos, de repente una caricia le erizó el vello, una mano se deslizó por su cintura, desde sus riñones desnudos hasta su calzoncillo, metiéndose bajo la tela elástica y alcanzando su engurruñido instrumento. Cuando intentó girarse para ver quién era, otra mano se alzó por encima de su hombro izquierdo y lo atenazó contra su pecho fuertemente. Entonces sintió el contacto de unos pechos sobre su espalda, mullidos y blanditos, poderosos y suaves, mientras unos brazos lo rodeaban e inmovilizaban desde atrás. Él quedó paralizado por la sorpresa, incapaz de mover un sólo músculo.

Entonces en su oído unos labios sisearon, ordenándole callar, ¡pero si ni siquiera había hablado! Mientras una mano de las que lo abrazaban bajó por su vientre, acariciando su abdomen y como una serpiente se deslizó bajo el elástico de sus calzoncillos para terminar estrechando su asustado pene y allí lo movió despacio hasta recuperar su deseo perdido.

Éste despertar fue como una súbita explosión, en cuestión de segundos su dureza se hizo total y éste apuntó al frente presionando la suave licra. Entonces la mano lo extrajo de su apretada estancia, liberándolo, bajándole los calzoncillos por el centro y comenzó a masturbarlo, con suavidad primero y luego con determinación.

Unos labios traicioneros chuparon el lóbulo de su oreja derecha, unos dientes maliciosos lo mordieron, su cuello fue chupado con pasión, su clavícula mordida con suavidad para no hacer daño, el brazo que lo atenazaba por el pecho le acariciaba al mismo tiempo su torso desnudo y se detenía en sus tetillas erizadas por el frío mientras con la otra mano no paraba de menear su dura estaca.

Sin capacidad de reacción Tom se mantenía quieto, con las manos apoyadas en la barandilla, mientras sentía el cálido contacto del cuerpo femenino a su espalda, aquellos pechos turbadores en los que se apoyaba, aquella barriguita que se pegaba a su culito, aquellos muslos que se pegaban a los suyos. Sin duda todo el conjunto no le hizo dudar ni un momento de quién estaba detrás.

El contacto más íntimo que anhelaba con locura estaba en su pelvis, allí donde él sabía que nacía el deseo, ella movía como si le fuese a embestir con una verga que no tenía y esto lo volvía loco. Por un momento la mano soltó la presa y le acarició sus testículos, palpándolos, tan suaves, tirando de ellos, luego esta mano se fue a sus glúteos, donde los pellizcó suavemente, metiéndose bajo ellos le produjo escalofríos cuando tomó su verga desde atrás y se lo masturbó en tal posición. Luego volvió a rodearlo y tomó de nuevo su dura presa meneándola de nuevo con pasión.

Ahora ella levantó una pierna y la cruzó por arriba de su rodilla poniéndola delante, esto hizo que su sexo se apoyara en sus glúteos y rozándose con estos los impregnara con su humedad lúbrica, ¡oh, tan ansiado contacto con aquella raja de la que manaba tan dulce néctar! De nuevo Tom quiso girarse, pero el abrazo del pecho se lo impidió.

Pero lo mejor eran aquellos labios, que chupaban su oreja y besaban su cuello y espalda. Cuando comenzaron a bajar por ella y se pusieron a la altura de su culo, allí siguieron besándolo, provocándole un mar de cosquillas y placer, al tiempo que la mano más turbadora no se detenía en ningún momento en su empeño de extraer de él los cálidos jugos del sexo.

Entonces aquella boca rodeó sus caderas y colocándose delante buscó la verga en la oscuridad con sus labios y se la tragó. Tom tuvo que sujetarse a la baranda de madera que había en el porche y aun así no pudo apenas controlar las sensaciones que aquella boca le provocaban al succionar tan íntima y delicada parte de su cuerpo.

La mujer se esmeró en sus caricias, chupó con fuerza y ardientemente se entregó a tragar aquella verga joven y poderosa, suave y deliciosa que en su boca entraba y salía mientras sus labios la envolvían con maestría.

Sensaciones tan intentas precipitaron su eyaculación y alcanzó un deseado orgasmo, que llegó en forma de cálido torrente. Este fue a parar a la boca no paraba de chupar, esta de repente dejó de moverse y se concentró en su glande, suavemente lo acarició con sus labios mientras recogía todo su semen con cada latigazo que le llegaba y finalmente abrió sus labios y lo dejó resbalar hasta caer al suelo del porche, pero a pesar de ello pudo saborearlo en su boca y melosa se relamió los labios cuando todo hubo acabado ya.

A pesar de que todo había acabado, aquella boca siguió chupando ahora más suavemente, degustando las últimas gotas de placer del joven, pudiendo oír sus quejidos ante las caricias en tan sensible zona ahora. Hasta que terminó sacándosela de la boca y liberándolo de tal martirio, lamiendo con su lengua, a modo de despedida, la última gota de néctar que se asomó a su glande.

Tom se sintió mareado, enajenado por las mieles del orgasmo, tuvo que agarrarse más fuerte a la barandilla de madera para no caer de bruces, la figura que lo había capturado se levantó de nuevo y lo abrazó por la espalda sujetándolo y tras unos segundos con un cálido beso en su mejilla se despidió de él.

— ¡Mi zorrito, mi dulce zorrito ha alcanzado ya su orgasmo! —le susurró al oído y lo soltó para ocultarse en las sombras.

Tom tardó un segundo en reaccionar, aún estaba aturdido por tan intensas sensaciones y cuando se dio la vuelta, la figura ya se adentraba en casa, sólo la leve claridad de la noche le hizo entrever la figura de su hermoso culo redondo e inconfundible, terso y suave perdiéndose en la oscuridad tras atravesar el vano de la puerta. El deseo de haberlo acariciado inundó su mente, pero la oportunidad ya estaba perdida, así que se volvió y de nuevo se apoyó en la barandilla del porche.

Sólo entonces fue consciente de los sonidos de la noche, los grillos, el canto de los pájaros cercanos y lejanos, fue como si la naturaleza hubiese contenido la respiración durante los fugaces momentos de intensa lujuria que allí se vivieron, y ahora, terminado ya el acto, la vida siguiese su curso allí afuera.

Tras un momento de asueto, Tom decidió volver a la casa y se bajó al sótano donde Cathy seguía durmiendo profundamente. Se tendió junto a ella y rememoró el fresco recuerdo del súbito encuentro en el porche, pensó en su madre y deseó masturbarse de nuevo con el sólo recuerdo de lo que había acontecido momentos antes.

Por la mañana, cuando los rayos del sol entraban a raudales por la única ventana del sótano Tom y este despertó sólo en el saco de dormir. Desperezándose se giró en dirección opuesta a la claridad y decidió remolonear unos minutos más. En la primera planta de la casa ya olía a café y los ruidos de platos y tazas se oían como campanillas que llamaban a reponer fuerzas.

Finalmente se levantó, sin camiseta y vestido únicamente con sus calzoncillos subió hasta la cocina, donde la escena familiar lo esperaba. Su padre y su hermana estaban sentados a la mesa afanándose por untar mantequilla sobre unas tostadas. Su madre, vestida con un ligero camisón semitransparente llevaba un delantal para no mancharse, estaba de espaldas apoyada sobre al encimera mientras su taza de café terminaba de salir de la cafetera expreso.

— Buenos días —dijo Tom aún embotado por el sueño.

— Buenos días hermanito, ¿a ti te parece decente deambular por la casa en calzoncillos? —le preguntó su hermana jocosamente despertando una sonrisa en los demás.

Karen estaba radiante y su amplia sonrisa fue como una bien venida, pero ni corta ni perezosa, se acercó a él y le estampó un cálido beso en la mejilla.

— Buenos días Tom, ¿has dormido bien? —le preguntó su madre ante la mirada de padre y hermana que no parecieron comprender aquel acto de cariño con su pequeño, pero tampoco le dieron más importancia.

— ¡Sí muy bien mamá! —exclamó Tom bostezando.

— Anda siéntate, ¿quieres tostadas? —preguntó.

— ¡Oh sí, una montaña de tostadas! —exclamó estirando los brazos hacia el techo tras sentarse y provocando de nuevo las risas de los demás.

Desayunaron en familia y poco a poco cada uno de ellos fue abandonando la cocina. Primero el padre, Richard, que tenía cosas que hacer en los establos y Cathy decidió ir con él para ayudarlo. Entonces se quedaron solos él y su madre. Ésta empezaba ya a recoger los platos de la mesa para llevarlos al fregadero, mientras Tom la miraba en silencio, intentando adivinar sus curvas bajo aquel camisón ligero y vaporoso, que dejaba entrever sus braguitas y sus curvas bajo la suave tela. Distraído seguía comiéndose sus tostadas y deleitándose con la deliciosa visión.

Al terminarla, apuró su cacao y se levantó. Sin que su madre fuese consciente de que se acercaba la abrazó desde atrás mientras esta fregaba los platos. Pegó su pelvis al hermoso culo de su madre y la abrazó por la cintura oliendo sus cabellos rubios desde atrás.

— ¡Buenos días mamá! —le dijo mientras la estrujaba.

— ¡Buenos días cariño! ¿Y este abrazo? —preguntó su madre gratamente sorprendida.

— ¿No te gusta? —respondió el con otra pregunta.

— ¡Oh claro que sí! Es sólo que me has sorprendido —afirmó ella dejándose abrazar.

— Como tú anoche, ¡qué buena sorpresa me diste! —exclamó Tom que mantenía su cara pegada a su espalda y sus manos en su cintura.

— ¿Yo, si dormí toda la noche, no sería otra? —dijo Karen sonriendo.

— Tal vez, pero olía como tú, era tan suave como tú y tenía unos pechos tan grandes como los tuyos... —exclamó Tom mientras subía sus manos hasta coger sus hermosos pechos desde atrás.

Su madre los despegó de su cuerpo mojando sus antebrazos con sus manos de jabón y protestó por su atrevimiento.

— ¡Oh mamá, cómo me gustó lo que me hiciste! —le confesó Tom sin cejar en su empeño de abrazarla.

— Por fin tuviste tu orgasmo, ¿no? ¿Ya conseguiste lo que querías?

— ¿Qué quieres decir? —preguntó Tom poniéndose en alerta, su madre sabía algo.

— Vamos Tom, al principio me engañaste lo admito, hasta me llegué a preocupar, pero tras lo de anoche sé que estabas fingiendo, porque ningún hombre puede resistirse a lo que te hice y tú no pudiste tampoco.

— ¡Mamá yo no podía…!

Karen puso un dedo en sus labios y le hizo callar.

— Está bien Tom, no pasa nada, lo de anoche fue un regalo que confirmó mis sospechas, tómalo así y no le des más vueltas, ¡ah y no vuelvas a espiarnos a tu padre y a mi cuando lo hacemos en el cuarto! ¿Entendido? —le dijo con la severidad de una agente de la autoridad.

— Está bien mamá, no lo volveré a hacer —refunfuñó Tom mientras se iba de nuevo a su asiento y se desplomaba sobre la silla.

Karen lo miraba divertida, Tom estaba desarmado, descubierto y sin palabras.

En ese momento un ruido los alertó, de un respingo Karen se separó de Tom y este se despabiló apoyándose en la mesa. Cantando alegremente Cathy entró en la cocina pillándolos casi ‘in fraganti’.

— ¿Aún estás aquí Tom? Dice papá que vengas a ayudarnos que hay mucho que limpiar en los establos.

— ¡Ok hermanita, ahora voy! —respondió él algo molesto por la interrupción.

— ¡Vale, no tardes! —dijo la dulce Cathy mientras tomaba una botella de agua fresca de la nevera para llevársela a su padre.

Ambos se miraron tras la marcha de Cathy y sin saber que decir Tom cayó mientras Karen, lo animaba a irse a ayudar a su padre.

— Anda cariño, ve con ellos —le dijo con su blanca sonrisa—. Luego si quieres seguiremos esta conversación.

Tom se quedó mirándola, en un segundo los intensos recuerdos llenaron su mente mientras ella le devolvía una mirada cálida, introspectiva, afable y satisfecha. Finalmente se giró y salió de la cocina con la cabeza baja, no pudiendo ocultar en parte su abatimiento.

Karen se quedó allí en silencio, pensando en lo que había pasado, su hijo le había mentido para forzarla a cruzar una frontera prohibida, pero ella le había descubierto, había tenido que llegar muy lejos, pero eso, lejos de atormentarla, la complacía.
 
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