[M-ho] Una madre deseada

kakaroto_9158

Virgen
Registrado
May 16, 2007
Mensajes
16
Likes Recibidos
0
Puntos
1
Quiero aclarar que el relato no es mio es de Ignacio y que me parecio interesante y muy real (mas que otros que e leido) y tambien un poco comico espero que les agrade y creditos al autor

La historia que voy a contar ocurrió hace muchos años, más de treinta, pero la vivÃ* con tal intensidad que puedo recordar sus detalles con mayor precisión que muchas cosas que me han ocurrido recientemente.

Yo tenÃ*a entonces 18 años y era virgen. Mi excitación sexual era la propia de la edad. Estaba obsesionado con todas las mujeres que veÃ*a. Una de ellas era mi madre, Paquita, una mujer de poquito más de cincuenta. No era especialmente atractiva fÃ*sicamente (pequeñas tetas, culo no demasiado notable), aunque tenÃ*a bonitas piernas y una piel muy blanca que despertaba mi voraz apetito. PoseÃ*a además una cara muy agradable.

Paquita era inteligente, sensible y muy religiosa. Aunque eso es algo que supe después, estaba completamente desatendida sexualmente por su marido, mi padre, no sé muy bien por qué, si porque él habÃ*a perdido todo interés en el sexo, o porque habÃ*a perdido todo interés en mi madre, o por ambas razones. Nunca lo he sabido. Mi madre no era el único objeto de mis pajas, sino una más en el abanico de mis obsesiones, pero tenÃ*a la ventaja de que la tenÃ*a cerca y la podÃ*a observar cuando habÃ*a suerte. Cada vez que tenÃ*a una oportunidad la escudriñaba por la cerradura del cuarto de baño mientras meaba, aunque la visión no era muy buena, pero en una ocasión, en que no habÃ*a bajado la cortina del baño, conseguÃ* verla con más detalle mientras se bañaba. En sÃ* mismos esos espectáculos no eran demasiado estimulantes, pero lo morboso de la situación conseguÃ*a excitarme todavÃ*a más de lo habitual.

Hasta ahÃ* habÃ*an llegado las cosas cuando un dÃ*a me habÃ*a hecho una herida en la parte superior del muslo. Era una rozadura muy dolorosa. TenÃ*a que darme una pomada y vendármelo para evitar las escoceduras. Mi madre se ofreció a hacerlo porque de soltera habÃ*a trabajado como enfermera. Nunca pude imaginar todas las consecuencias que tendrÃ*a esa cura.

Después de bajarme los pantalones y dejármelos en los tobillos me senté en la silla que me habÃ*a indicado mi madre. Entretanto ella preparaba la pomada y las gasas para la herida. Cuando todo estuvo dispuesto se agachó delante de mÃ* y empezó a extender suavemente la pomada con las yemas de los dedos a escasÃ*simos centÃ*metros de los calzoncillos, en el punto donde se apretaban los huevos. De forma automática y completamente imprevista la polla empezó a crecer de modo casi cómico. Me sentÃ* invadir por una vergüenza infinita: levantar la polla a escasa distancia de las narices de mi madre que seguÃ*a afanándose con la pomada era mucho más de lo que un joven que acababa de cumplir dieciocho años podÃ*a soportar sin querer que la tierra se lo tragara.

Intenté disimular pero era imposible. DebÃ*a estar completamente rojo. Miré con discreción y tuve la impresión de que mi madre trataba también de disimular el significado innegable de lo que tenÃ*a delante. La visión de la blancura de sus pequeños pechos a través del escote no mejoraba tampoco las cosas.

Cerré los ojos, pero fue en vano. El contacto de sus dedos cerca de la ingle era una sensación irresistible y mi erección se desplegaba sin ambigüedades. Trataba de pensar qué iba a decir si ella hacÃ*a algún comentario, pero de pronto tuve la sensación de que el masaje se prolongaba más de lo necesario, y de que quizás no era yo solo el único que lo estaba disfrutando. Estuve a punto de hacer un comentario sobre lo agradable que me resultaba aquello, pero no me atrevÃ*. Sin embargo sÃ* fuÃ* capaz de ir acercando lentamente mi otra rodilla, la izquierda, hacia su cuerpo. Tampoco encontré resistencia mientras presionaba suavemente sobre su hombro. AbrÃ* de nuevo los ojos y tuve la sensación de que se mordÃ*a con delicadeza el labio inferior. ¿Concentración?, ¿signo de placer? La sesión terminó sin otras novedades. En cuanto terminó el vendaje y salió de mi cuarto inicié una masturbación frenética que duró segundos antes de empezar a disparar interminables hilos blancos sobre mi vientre.

En los dÃ*as siguientes el ritmo de masturbaciones, habitualmente elevado, se disparó hasta cifras que resultaban insólitas para mi. A partir de ese momento mi madre se convertirÃ*a en mi objeto sexual obsesivo. El resto de las mujeres pasaron a un tercer plano. Una y otra vez repasaba mentalmente aquellos minutos de excitación absoluta. A veces pensaba que podÃ*a haber eyaculado ante ella. ¿Cómo habrÃ*a reaccionado?, ¿habrÃ*a mantenido entonces su silencio?

Un par de semanas después estábamos los dos solos en casa. Ella leÃ*a sentada en una silla del cuarto de estar. En esa ocasión nada, ni su modo de vestir, ni su gesto, ni comentario alguno justificaba mi deseo, pero éste era atroz. Era mero fruto de mi obsesión y de la soledad casual en que nos encontrábamos, Nervioso, sin saber qué hacer y descompuesto por la cercanÃ*a de su presencia, me movÃ*a continuamente de un sitio a otro. Finalmente me coloqué en otra silla a su espalda donde ella no podÃ*a verme sin volver la cabeza. Ahora la contemplaba sin que ella lo advirtiera con una lujuria incontenible. Sin pensarlo me abrÃ* la bragueta sin ruido y saqué la polla que alcanzaba entonces su máxima erección. Sin apartar la mirada de su cuello empecé a masturbarme suavemente. En ese momento me di cuenta de que el olor que despedÃ*a mi polla desplegada era inconfundible. Me asusté. Si ella se volvÃ*a no sabrÃ*a cómo explicar la situación.

Me quedé quieto mientras el olor a sexo se extendÃ*a por la habitación. Me pareció que mi madre estaba más inmóvil de lo que era natural. Quizás el olor le hacÃ*a adivinar lo que ocurrÃ*a a sus espaldas, y el recuerdo de nuestra sesión de masaje proporcionaba una pista inconfundible de lo que tenÃ*a detrás. Aparté la mano y durante un par de minutos continué allÃ* inmóvil con la polla enhiesta, deseando que efectivamente Paquita percibiera el tributo de admiración muda que le rendÃ*a su lujurioso hijo. La magia quedó interrumpida cuando se oyó el ruido de la puerta de la calle. Mi padre. Rápidamente recuperé un estado presentable y me refugié en el cuarto de baño para masturbarme con furor. Cuando estaba a punto de correrme mi madre llamó a la puerta. Le pedÃ* que esperara unos segundos y sabiéndola cerca me aticé un par de molinetes que abrieron de nuevo la puerta de un excelso orgasmo.

En ese punto tuve un momento de atrevimiento. En lugar de tirar de la cadena y hacer desaparecer todo rastro de la juerga Ã*ntima decidÃ* dejar allÃ* todo. Mi madre iba a entrar e iba a ver algo que quizás le resultara estimulante, sobre todo porque era ella la que se lo habÃ*a provocado. AsÃ* lo hice. Un poco colorado abrÃ* la puerta y la dejé pasar mientras yo salÃ*a. No me atrevÃ* a quedarme mirando por la cerradura. Mi padre andaba por casa, y por nada del mundo, ni siquiera por saber cómo reaccionaba mi madre al ver aquel acuario que acababa de dedicarle, estaba dispuesto a correr el riesgo de que me pillara observando a su mujer por el ojo de la cerradura.

En los dÃ*as siguientes nada en el comportamiento de mi madre hacia mi me permitió sacar conclusiones sobre cuál habÃ*a sido su reacción ante los restos de semen que le habÃ*a dejado en el cuarto de baño. Tampoco tuve otras oportunidades de transmitirle nuevas señales de mi deseo hasta que unos dÃ*as más tarde supe que mi padre iba a tener que pasar un par de semanas fuera de casa. TodavÃ*a eso no nos dejaba solos a mi madre y a mi porque estaban mis hermanas. Sin embargo, por las tardes ellas tenÃ*an que ir al colegio y yo durante aquel año no tenÃ*a clase por las tardes. Para aumentar mi excitación, mi madre tenÃ*a la costumbre de echarse la siesta por las tardes. Normalmente no dormÃ*a sino que descansaba leyendo el periódico. Eso me facilitaba una excelente disculpa para entrar a su cuarto. A veces querÃ*a leer alguna parte del periódico, y entraba y se lo pedÃ*a. AsÃ* hice el primer dÃ*a en que mi padre estaba fuera de casa.

Una vez en su cuarto, mientras ella leÃ*a las páginas locales le pedÃ* las páginas nacionales, pero en lugar de salir a leerlo a otra parte, me senté en una silla a la izquierda de su cama. Me sumergÃ* en el periódico con inusitada atención. La sensación de proximidad de su cuerpo semidesnudo unida a la soledad me provocaba un agradable hormigueo. Era verano y hacÃ*a bastante calor. Mi madre estaba en la cama bajo una sola sábana. Llevaba puestas las gafas y leÃ*a el periódico con la concentración habitual. De pronto levantó la rodilla izquierda, la más próxima al borde en el que yo estaba. Se levantó asÃ* la sábana dándome una visión perfecta de su maravillosa pierna hasta el borde del culo. Levanté la vista con disimulo y sentÃ* un vahÃ*do en el estómago. TenÃ*a a unos pocos centÃ*metros aquello que anhelaba más en este mundo. Bastaba con que estirase la mano para que tocara aquella piel que me enloquecÃ*a. Varias veces estuve a punto de hacerlo, pero no tuve suficiente valor.

Entonces mi madre dejó deslizar la sábana por encima de su rodilla, de manera que ahora quedaba toda la pierna y medio culo bien a la vista. La polla me dolÃ*a de la intensidad de la erección. Notaba los latidos hasta las orejas. Mi madre, al parecer ajena a lo que estaba provocando, seguÃ*a absorta en el periódico, sin mirarme. Por mi parte, mientras sujetaba el periódico con la izquierda inicié un cauto movimiento con la derecha hasta abrir un par de botones de la bragueta y sacar unos centÃ*metros de la polla. Me acaricié maquinalmente y empecé una lenta masturbación mientras mi mirada quedaba clavada en aquella parte indescriptiblemente hermosa del cuerpo de mi madre. Me di cuenta de que ahora Paquita sostenÃ*a también el periódico solo con la mano izquierda mientras tenÃ*a la derecha debajo de la sábana. ¿Se acariciaba? No podÃ*a decirlo, pero la posibilidad de que ocurriera multiplicó mi excitación. Esta empezaba a vencer al miedo y los movimientos de mi brazo se hicieron más marcados. Cualquier testigo que observara la escena habrÃ*a sabido que aquel muchacho estaba meneándosela y que la fuente de inspiración no provenÃ*a del periódico.

Mi madre continuaba absorta en la página que tenÃ*a adelante que, por cierto hacÃ*a demasiado tiempo que no habÃ*a pasado. Un detalle del que fui consciente a pesar de la excitación. DecidÃ* dar un paso más y bajé un poco el periódico protector. Ahora si Paquita mirase en mi dirección y levantara un poco la cabeza podrÃ*a ver lo que yo tenÃ*a en la mano, si es que no se lo decÃ*a el movimiento del brazo. La situación estaba clara de modo que fui yo quien movió la cabeza, inclinándola ligeramente para intentar ver un poquito más allá del muslo levantado de mi madre. Tuve que moverme todavÃ*a algo más hasta conseguir intuir la parte de las bragas que le tapaba el coño.

CreÃ* vislumbrar parte de la pelambrera que desbordaba la tela blanca. En ese momento mi madre giró hacia su derecha dándome la espalda. La visión no era tan estimulante, pero a cambio me facilitaba la parte mecánica de mi actividad. No tardé mucho en sentir la inmediatez del orgasmo. Traté de contener todo el semen posible en el pañuelo, que habÃ*a conseguido sacar a tiempo, pero supongo que desde el olor hasta ciertos ruidos le transmitÃ*an a mi musa la naturaleza de la composición que habÃ*a inspirado. Lancé un largo suspiro, y extraordinariamente relajado me levanté y salÃ* de la habitación donde acababa de disfrutar uno de los orgasmos más intensos de mi vida.

Todo aquello ocurrió un viernes, de manera que en los dÃ*as siguientes no pude repetir la visita a la hora de la siesta por la presencia de mis hermanas en la casa. En realidad podrÃ*a haber entrado en el cuarto de mis padres, pero siempre con el riesgo de verme interrumpido en mis actividades recreativas. Durante ese fin de semana el comportamiento de mi madre hacia mÃ* resultó normal salvo la impresión de que evitaba mi mirada. Esos dÃ*as los dediqué a reflexionar sobre todo lo que habÃ*a ocurrido. Mi madre no era nada tonta, al contrario era una mujer muy lista y además bastante desconfiada. Por tanto debÃ*a de ser consciente de lo que estaba pasando. Tampoco era alguien tan débil como para no detenerlo a tiempo si no deseaba que sucediera. Por tanto, si no decÃ*a o hacÃ*a nada para impedirlo era porque aquello le resultaba agradable, tanto como para permitir que ocurrieran a su lado hechos que vulneraban sus convicciones más profundas. Pero seguramente todo aquello no era lo bastante fuerte (¡todavÃ*a!) para que quisiera ir más allá, porque no le hubiera resultado difÃ*cil insinuármelo.

Estaba seguro de que la posibilidad de contacto fÃ*sico quedaba descartada. De manera que de lo que se trataba era de aprovechar la situación todo lo que permitÃ*a, y de dedicar las tardes de la próxima semana a repetir momentos tan morbosamente deliciosos como los del viernes. Nadie podÃ*a decir adonde podÃ*a llegar todo aquello si seguÃ*a velando sus siestas con la polla en la mano.

Por fin llegó el lunes, y a la hora de la siesta acudÃ* a leer el periódico al cuarto de mis padres. Se repitió la escena del viernes, pero ahora cuando entré ella tenÃ*a ya alzada la rodilla. Me dio la sensación de que la acababa de levantar, que lo habÃ*a hecho en el momento en que me oyó llamar a la puerta. Sin decir una palabra me senté en la silla y cogÃ* la parte del periódico que ella me habÃ*a dejado en el suelo. La situación era la misma que el viernes. Ella abstraÃ*da en el periódico, la pierna maravillosamente expuesta, y yo con el corazón bombeando a toda potencia. Durante unos segundos no hice nada. Mi madre movÃ*a ligeramente la pierna, recogÃ*a y avanzaba alternativamente el pie, levantando y bajando la rodilla. No sabÃ*a si me querÃ*a indicar algo, si quizás eso significase que querÃ*a pasar a la acción. Finalmente decidÃ* sacar la polla.

Esta vez habÃ*a acudido con la bragueta desabrochada, de manera que la operación resultó sencilla. Inicié mis movimientos sin demasiado disimulo. Era evidente adonde se dirigÃ*a mi vista, y supongo que tampoco los movimientos del brazo permitÃ*an interpretaciones alternativas, incluso -no estaba seguro- con atención se podÃ*an escuchar ligeros ruidos muy expresivos. Tampoco esta vez Paquita pasaba las hojas del periódico, ni despegaba su mirada del artÃ*culo que parecÃ*a leer. Su pierna repetÃ*a a veces los mismos movimientos. Finalmente volvió a girarse dándome la espalda, pero esta vez la visión era mucho mejor que la del viernes. Su culo estaba tapado solo parcialmente por la tela de la braga que se habÃ*a insertado en la raja. El orgasmo fue inmediato. Otra vez el pañuelo me sirvió para recoger los chorretones de semen. Tuve que esforzarme mucho para levantarme de la silla y dejar un cuarto impregunado de un olor inconfundible.

Al dÃ*a siguiente mi excitación era mayor que nunca. No podÃ*a esperar a que llegara la hora de la siesta. Durante un tiempo pensé en entrar antes de tiempo, sin llamar, cuando mi madre se estuviera desnudando, pero comprendÃ* que era absurdo provocar esa brusquedad que tampoco me iba a permitir ver nada especial. Pero querÃ*a avanzar un poco más. DecidÃ* que me masturbarÃ*a sin taparme con el periódico para que ella pudiera verlo al menos por el rabillo del ojo.

Cuando entré en su cuarto me sentÃ* decepcionado. No habÃ*a levantado la rodilla. Salvo la cabeza y los brazos, todo el cuerpo se escondÃ*a bajo la sábana. Me senté a leer el periódico sin saber muy bien qué hacer. Al cabo de unos minutos Paquita levantó la rodilla dejando que el borde de la sábana cayera sobre la entrepierna. Recuperé toda la excitación que se habÃ*a evaporado en parte. CogÃ* el periódico con la mano izquierda, pero sin ponérmelo delante, sino dejándolo a mi izquierda, donde lo hubiera encontrado mi vista si hubiera girado la cabeza, cosa que no hacÃ*a. Era, supongo una imagen surrealista, alguien sosteniendo un periódico a su izquierda, que no miraba. En todo caso, eso le darÃ*a a mi madre una visión de mi cuerpo sin estorbos si se decidÃ*a a mirarlo. Con la mano derecha saqué la polla y empecé a acariciarme.

Aunque Paquita tenÃ*a la mirada fija en el periódico era casi imposible que no vislumbrara lo que hacÃ*a su hijo. El corazón me estallaba, pero la excitación era más fuerte que el miedo. Me detuve para sacar el pañuelo, pero todavÃ*a no lo coloqué sobre la polla. Ahora era el momento en que ella deberÃ*a darme la espalda para facilitar el remate de la faena, pero no lo hacÃ*a. Tampoco pasaba página alguna. Aquello era una locura. Empecé a sentir los deliciosos escalofrÃ*os que anunciaban lo que se avecinaba. En medio del placer pensé “Ahora. Ahora me va a llamar la atención justo cuando me estoy corriendo, ¿qué voy a decir?â€� Y claro no se me ocurrÃ*a ninguna respuesta. Tuve la lucidez necesaria para cubrirme con el pañuelo cuando el geyser empezó a dispararse. Paquita seguÃ*a imperturbable leyendo el periódico, mientras su muslo maravilloso me hacÃ*a guiños que se traducÃ*an en toneladas de placer.

El miércoles decidÃ* entrar solo con los calzoncillos y con un expresivo pañuelo en la mano. El calor era un argumento suficiente si es que mi madre me preguntaba por lo singular de mi atuendo, pero no me iba a preguntar y desde luego no me preguntó. Al dirigirme al asiento ella levantó la rodilla como para darme la bienvenida. Me senté, pero no cogÃ* el periódico. Contemplaba lo que tenÃ*a delante sin disimulo. Si Paquita me preguntaba le dirÃ*a claramente lo que me pasaba, que estaba enloquecido de deseo por ella y que harÃ*a cualquier cosa porque me dejara mirarla (devorarla con la vista) mientras me masturbaba, pero no me preguntó. Me saqué la polla sin ningún disimulo e inicié mi ejercicio cotidiano esta vez con mayor comodidad que nunca. La situación era escandalosa. De pronto, aparté la vista de su pierna y la miré a la cara.

Me quedé estupefacto. Ella habÃ*a girado la cabeza y me observaba fascinada. Nos miramos a los ojos. Ella dirigió de nuevo la vista hacia la polla. Retiré la mano para que pudiera contemplarla en todo su esplendor. ConseguÃ* levantarla un par de veces sin soporte manual, algo que yo creÃ*a muy excitante. Abrió la boca para decir algo, pero siguió callada. Era mi momento. Susurré. “Ayúdameâ€� mientras me acercaba y me sentaba al borde de la cama. No hizo nada. Entonces tomé su mano izquierda y la acerqué hasta la polla. No se resistió, pero se quedó inmóvil con los dedos sobre el tronco palpitante. Poco a poco empezó a moverlos muy suavemente.

La sensación era fastuosa. No me atrevÃ*a a hacer nada más por miedo a romper el hechizo, y que cesara en sus caricias. Poco a poco ella intensificó el ritmo. Entonces me atrevÃ* a acariciarle el brazo con las yemas de los dedos. Ella se incorporó ligeramente para poder darme el masaje con la intensidad que la situación requerÃ*a. Le dije que iba a correrme, pero no hizo nada. Cuando la polla comenzó a escupir los inmensos chorretones cayeron sobre la sábana, el camisón, el hombro y el brazo. Le ofrecÃ* el pañuelo que habÃ*a traÃ*do, pero no me dejó. Dijo solo: “Deja. Ya me encargo.â€� Susurré “Graciasâ€� y salÃ* del cuarto en medio de la confusión.

Ni esa noche ni a la mañana siguiente pude observar en el comportamiento de mi madre ningún signo extraño. Ni siquiera evitaba que nuestras miradas se encontraran, y cuando eso ocurrÃ*a no podÃ*a captar señas de complicidad. En algún momento llegué a pensar que habÃ*a imaginado todo lo ocurrido durante la siesta, pero sabÃ*a que no era asÃ*, y pensaba encontrarme con pruebas de que no habÃ*a soñado en la siesta del jueves. Por otro lado, a pesar de lo satisfactorio del recuerdo me atormentaba la duda de si deberÃ*a ser más atrevido y avanzar o si cualquier avance pondrÃ*a en peligro lo conseguido. Estaba casi seguro de que mi madre no iba a estar dispuesta a dejarme metérsela, pero no sabÃ*a si me dejarÃ*a acariciarle el coño o chuparle las tetas, o tan siquiera besarla en la boca.

Cuando conseguÃ*a ver las cosas con cierta frialdad creÃ*a haber alcanzado el lÃ*mite más allá del cual Paquita no se iba a aventurar. En algún momento pensé en la posibilidad de la coacción, la amenaza de contar lo ocurrido a mi padre presentándome a mi mismo como vÃ*ctima, como medio de despejar el camino hacia su vagina, la imagen de cuya gelatina hacÃ*a que mi polla babeara de modo enfermizo. Pero la mera idea de esa canallada me hacÃ*a despreciarme. Además el placer tan intenso que estaba sintiendo en todo aquello nacÃ*a justamente del deseo que advertÃ*a en ella. Al final no pude llegar a ninguna decisión clara, aunque tendÃ*a a conformarme con lo alcanzado.

La mañana del jueves me resultó tan interminable como la de los dÃ*as anteriores. Después, durante la comida hubo una llamada de una hermana de Paquita que querÃ*a quedar con ella nada más comer. Al oÃ*rlo me dio un vuelco el corazón. Pero mi madre insistió con mucha firmeza en que le venÃ*a mal en aquel momento y consiguió quedar a última hora de la tarde. Tuve la impresión de que mientras se negaba con tanta vehemencia mi madre me miraba de soslayo y se ruborizaba ligerÃ*simamente. Tal vez ella también esperaba con ansia la llegada de la siesta.

Después de comer fui a mi cuarto y me desnudé completamente. Esperé a que mis hermanas se fueran. Nada más oÃ*r que mi madre habÃ*a entrado en su cuarto tras salir del cuarto de baño, me dirigÃ* hacia allá. Esperé tras la puerta hasta que cesaron los ruidos que indicaban que se estaba desnudando. En cuanto oÃ* los muelles de la cama llamé a la puerta, y tras oÃ*r un suave “Pasaâ€� me dirigÃ* desnudo hacia el borde de la cama. Paquita habÃ*a cogido el periódico, pero todavÃ*a no lo habÃ*a abierto. Me senté muy cerca de ella en silencio, sin hacer ningún ademán de querer parte del periódico, sino tan solo que su atención se dirigiera hacia mi incipiente erección. “¿Otra vez?â€�, dijo sonriendo. AsentÃ* con la cabeza y me desplacé ligeramente hacia la cabecera. Sin apartar la mirada de mis ojos extendió la mano hasta tocarme suavemente el muslo, y después la deslizó hasta acariciarme los huevos con la yema de los dedos. La polla empezó a babear.

En aquel momento me fijé en el amasijo de ropas que se acababa de quitar y que reposaban sobre una silla y observé algo que casi me hace saltar. Encima de todo el montón se encontraban unas bragas blancas. ¡Paquita estaba sin bragas debajo de la sábana y me invitaba elocuentemente a que explorara un terreno nuevo! Deslicé la mano temblorosa bajo la sábana. Paquita volvió a sonreÃ*r. El roce de su muslo hizo que mi polla creciera medio centÃ*metro. Se puso seria, o eso me pareció, pero ahora yo estaba decidido. Llevé la mano hasta encontrar la suavidad de sus pelos. Me resultaron mucho más largos y abundantes de lo que imaginaba. Me aferró la polla por el tronco, pero no abrió las piernas. Forzando un poco conseguÃ* llevar la mano hasta la entrada de su vagina, completamente empapada. SentÃ* que me mareaba. La polla seguÃ*a creciendo. El glande habÃ*a adquirido un color más allá del morado. Pensé que me podÃ*a ocurrir algo, que quizás hubiera infartos de polla, y si los habÃ*a yo debÃ*a estar al borde. No sabÃ*a muy bien qué hacer.

ConseguÃ* introducir un dedo por la vagina acentuando asÃ* la sensación deliciosa. Ella me apretó con más fuerza y cerró los ojos. Empecé a mover el dedo acompasadamente, y ella siguió mi ritmo en la polla. Ahora dudaba nuevamente. No sabÃ*a si debÃ*a arrojar la sábana al suelo, echarme encima de ella y clavarle la polla, o mantenerme en el terreno de la doble paja. Una vez más el cobarde venció en mi y pospuse mentalmente para el dÃ*a siguiente el paso a la siguiente fase. Además, ahora estaba seguro de que serÃ*a ella misma la que, como hoy, me lo indicarÃ*a. Me concentré en su coño. Ella habÃ*a abierto los ojos y me miraba con lo que me pareció cierta timidez. Esbozó una sonrisa. Le dije: “Me está gustando muchoâ€�. “A mi tambiénâ€�, contestó. Bajé la voz: “Lo vamos a hacer muchas veces, ¿verdad?â€� Esta vez se limitó a sonreÃ*r. En ese momento me juré que mañana intentarÃ*a follarla. No solo por el placer que me prometÃ*a, sino porque se lo merecÃ*a.

TenÃ*a que darle todo el placer de que fuera capaz. De pronto sentÃ* que el dulcÃ*simo placer que me recorrÃ*a no era algo perverso, pecaminoso, ni nada parecido, sino una manifestación sobrenatural de lo más sublime. Con esa sensación de bondad empecé a notar la proximidad de la corrida. “Me parece que ya viene.â€� “Espera un pocoâ€�, me dijo, y sin detenerse intentó sacar un pañuelo de debajo de la almohada con la otra mano, pero en aquel momento se produjo la explosión y los churretazos esta vez aterrizaron en su cuello, pecho, y camisón. En ese momento noté en el dedo que le trabajaba la vagina lo que debÃ*a ser un orgasmo simétrico. “Perdona, no me he podido contener.â€� “No importa, Nacho. Pero ahora déjame un poco que necesito descansar.â€� Le di un beso en la mejilla, uno de los besos más filiales y más expresivos que le habÃ*a dado nunca, le dije “Graciasâ€�, y salÃ* de su habitación. Desde la puerta me volvÃ* y la vi sonrojarse.

Por la noche en mi cuarto me atormentaba la duda. ¿Presentarme o no en el cuarto de mi madre? Por una parte, sentÃ*a unas ganas enormes de volver a sentir la delicia de sus dedos, de tocarla, de correrme con ella, pero ahora en medio de la voluptuosidad sin prisas de la noche. Pero por otra parte debÃ*a descartar la tentación por el peligro de ser descubiertos, o al menos porque Paquita lo temiera: las chicas dormÃ*an cerca y podrÃ*an oÃ*r algo.

En medio de mis cavilaciones me empecé a dar cuenta de que en el fondo lo que me detenÃ*a no era el peligro de ser descubiertos. El riesgo era mÃ*nimo, y el deseo era mucho más fuerte. Lo que me paralizaba era el miedo a enfrentarme con el cumplimiento de mi promesa, el paso a la acción, el intento de follármela. Pero lo más sorprendente era que lo que temÃ*a no era en realidad el rechazo de Paquita o que con mi atrevimiento hiciera peligrar tan placentera situación. Lo que me atemorizaba en el fondo era que ella me dejara que se la metiera. Me daba cuenta de que lo que me hacÃ*a dudar era la fuerza del tabú del incesto. Por eso en realidad estaba intentando elevar la presión en la caldera del deseo para que cuando llegara el momento de montarme a mi madre, los temores -¡sobre todo los mÃ*os!- se desvanecieran ante la energÃ*a incontenible de esa caldera cuyo manómetro avanzaba cada dÃ*a. O en todo caso no querÃ*a enfrentarme con esa eventualidad.

En los dÃ*as anteriores habÃ*a pasado los momentos más deliciosos de mi vida, pero no sabÃ*a cómo reaccionarÃ*a ante el cuerpo de mi madre expuesto para que se la clavara. Peor aún no sabÃ*a qué iba a ser de mi mismo después de follarme a mi propia madre, qué iba a pasar con todo el cariño que en medio de todas las peripecias sexuales seguÃ*a sintiendo por ella, quizás un cariño aun mayor que antes. Además, por lejano que estuviera mi padre, en todo el asunto gravitaba el temor ante su figura. Lo que habÃ*amos hecho era grave, pero follar podrÃ*a ser terrible. DecidÃ* esperar hasta la próxima siesta, que desdichadamente serÃ*a la última antes del fin de semana y el probable regreso del padre para la mañana del domingo.

Aquel viernes se presentaba como la última sesión antes de un perÃ*odo seguramente largo de abstinencia, sin la ilusión que en los últimos dÃ*as me habÃ*a dominado al acercarse la hora de la siesta. Además, a pesar de todos los temores, en ese dÃ*a iba a intentar follarme a Paquita. DecidÃ* forzar las cosas desde el principio. No iba a respetar los minutos de espera hasta que mi madre se desnudase y se metiera en la cama. Aguardé desnudo en mi cuarto hasta que oÃ* a mi madre entrar en su cuarto. Sin dudarlo me dirigÃ* hacia allá y abrÃ* la puerta sin llamar. Paquita se sorprendió y se puso nerviosa. Me pidió que esperara fuera cinco minutos mientras se metÃ*a en la cama. Le dije que preferÃ*a quedarme. Se negó. InsistÃ*. Le dije que no mirarÃ*a mientras se desnudaba. No sabÃ*a por qué, pero sentÃ*a que si la conseguÃ*a la aceptación de Paquita serÃ*a un paso definitivo. Al final me dijo que me volviera de espaldas. Di la vuelta a la silla desde donde se habÃ*a iniciado la aventura una semana atrás y esperé lleno de ansiedad.

Me resultó difÃ*cil no volver la cabeza mientras oÃ*a los ruidos de la ropa de mi madre. Una vez más me atormentaba la duda: ¿debÃ*a darme la vuelta o era preferible mostrarse obediente de momento? Mientras, trataba de imaginar lo que estaba ocurriendo a mis espaldas, qué prenda se quitaba, cómo lo hacÃ*a. Mi polla, ya muy estimulada, estaba adquiriendo aquel morado tumefacto que me habÃ*a hecho pensar dÃ*as atrás en la posibilidad de un infarto. QuerÃ*a que Paquita la viera. Me acaricié, y sin volver la cabeza giré un poco el tronco de manera que ella pudiera advertir con qué material se iba a encontrar en breve. En ese momento oÃ* los muelles de la cama. Me volvÃ* y la vi desnuda, tapándose con la sábana. Me acerqué sujetando la herramienta con la mano. Esta vez di la vuelta a la cama y me dirigÃ* al lado derecho, eso facilitarÃ*a el trabajo de los dos.

Sin preámbulos Paquita me aferró la polla y empezó a menearla con más Ã*mpetu que nunca. Por mi parte, deslicé la mano bajo la sábana hasta encontrar la pegajosa entrada de su vagina. Mejor colocado esta vez le metÃ* dos dedos, lo que fue recibido con un respingo. Pero habÃ*a hecho un pacto conmigo mismo y no podÃ*a pararme en el estado delicioso en que me adentraba. Me forcé a mi mismo a actuar. Con la mano izquierda empecé a retirar la sábana. Saqué la mano de la vagina de mi madre, que me miró un poco sorprendida. La sonreÃ*, y soltándome de la presión de su mano me incliné sobre ella con la visible intención de tumbarme encima.

Su reacción fue inmediata. Se tapó con la sábana. Dijo. “¡Eso no! ¡Ni hablar! ¡Ni se te ocurra!â€� Fui tan estúpido como para contestar: “Pero, ¿por qué?â€� “Porque no me da la gana. Además es un pecado terrible e irreparable. Es incesto. Acaso no lo sabes.â€� Recuperé la cordura. SabÃ*a que era inútil discutir con ella, y explicarle que lo que llevábamos haciendo desde hacÃ*a una semana era igualmente incesto, malsano, pecado, etc. y ella lo estaba disfrutando de lo lindo. “Vale. Está bien. Pero volvamos adonde estábamos.â€� “No sé. ¿Te vas a portar bien?â€� “SÃ*, de verdad. Anda.â€� Tomé su mano y la volvÃ*a a llevar hacia la polla. Sin mucha resistencia, conseguÃ* que volviera al meneo, mientras yo volvÃ*a a taladrar su vagina.

Al cabo de unos segundos estaba inmerso de nuevo en el trance, pero me di cuenta de la codicia con que Paquita me miraba la polla. VolvÃ* a decirle lo mucho que estaba disfrutando, que tenÃ*a unos dedos maravillosos y que querÃ*a seguir haciéndolo muchas veces. Me sonrió dulcemente, y me dijo que sÃ* con los ojos. Le dije que necesitaba apartar la sábana para verla. Se negó con la cabeza, mientras seguÃ*a con su labor. Le arreé a la vagina un envión con los dedos lo que le hizo soltar un respingo. “No es justo que tú disfrutes viéndomela y que yo no pueda mirarteâ€�. Me volvió a sonreÃ*r y me dejó retirar la sábana. Ahora tenÃ*a delante el espectáculo único de sus muslos blanquÃ*simos abiertos, las piernas un poco flexionadas, mientras una mano la taladradaba a través de la densa pelambrera, y esa mano era la mano de su querido hijo, que en aquel momento sentÃ*a cómo su polla babeante era acariciada magistralmente por la mano materna.

SentÃ*a que dentro de algunos dÃ*as conseguirÃ*a clavarle la polla en esa vagina cuyas deliciosas paredes trabajaban incansables mis dedos. Fue excesivo. En unos segundos aquello me provocó una eyaculación inmediata. Se lo advertÃ*. Esta vez ella apuntó la polla hacia sus pequeños pechos, que quedaron cruzados por churretones brillantes.

No estaba seguro de que ella se hubiera corrido por lo que volvÃ* a poner mis dedos en movimiento. Paquita me dejó hacer. A pesar de mi inexperiencia me daba cuenta de que follármela era cuestión de tiempo, no mucho. La notaba cada vez más caliente y sobre todo, más desinhibida. Sin embargo, tenÃ*amos por delante un paréntesis, que durante un tiempo imprevisible iba a impedir esas hermosas siestas materno-filiales. Con la izquierda empecé a acariciar los pequeños pechos de mi madre completamente pringados con el fruto de sus labores meneÃ*les.

Aparté un poco su brazo derecho, ahora inerte, para ver bien el sobaco que yo sabÃ*a muy peludo, y que era otro de los puntos de su cuerpo que me fascinaban. La visión de la espesa mata de pelo me provocó una extraña asociación lujuriosa. Me incliné hacia el sobaco y lo besé, a pesar de su ligera resistencia. Noté un gusto acre que no consiguió frenar mi excitación. Desde ese punto me dirigÃ* afanosamente hacia sus tetas, que sorbÃ* con pasión. En ese momento empecé a notar los apretones de su corrida, lo que hizo que recuperara una erección notable, y la ilusión de volver a intentar montarla, hasta tal punto la notaba entregada. Cuando iba a tumbarme a su lado sonó el teléfono. Maldije en mi interior a Graham Bell. Era mi tÃ*a, que querÃ*a salir de comprar con mi madre. La siesta habÃ*a terminado.

La perspectiva de los dos dÃ*as del fin de semana sin siesta y la ahora segura llegada de mi padre el mismo domingo me decidió a tentar la suerte ese viernes por la noche. AcudirÃ*a al cuarto de mi madre para darme un último atracón, y tratar de completar lo que esa tarde habÃ*a sido interrumpido. HabÃ*a notado además algunos signos que parecÃ*an invitarme a la aventura nocturna. No solo ciertas miradas y una caricia descuidada en el pelo mientras cenábamos. Más tarde, cuando veÃ*amos la televisión después de cenar, me senté en la butaca frente al sofá en el que se encontraba mi madre.
De forma disimulada, salvo para Paquita, habÃ*a estado dirigiendo miradas inflamadas a sus piernas.

Por su parte, ella habÃ*a dejado que la falda se deslizara un poco hacia arriba, mostrando una ración generosa de la blancura de sus muslos. En algún momento abrió liberalmente las piernas para facilitarme la visión interior, sin que mis hermanas lo advirtieran. No era necesario tanto estÃ*mulo. TenÃ*a a su hijo caliente como un perro en celo, y dada la situación, estaba decidido a intentar pasar parte de la noche en brazos de su madre; si era posible, entre sus muslos, que notaba cada vez más abiertos para él.

Sin embargo, la espera hasta estar seguro de que mis hermanas dormÃ*an me resultó insoportable, sobre todo porque solo dependÃ*a de mi acabarla cuando deseara. Quizás fue el rato más difÃ*cil de toda aquella aventura. Hacia la una y media decidÃ* que habÃ*a llegado el momento. ConseguÃ* recorrer el pasillo hasta su cuarto con la perfección silenciosa de un sioux. Tardé interminables segundos en hacer girar el abridor de la puerta, y después la empujé milÃ*metro a milÃ*metro. Aunque no conseguÃ* completarla operación con todo el silencio que pretendÃ*a, el resultado fue satisfactorio. Finalmente, repetÃ* el proceso a la inversa hasta cerrar la puerta a mis espaldas. OÃ* entonces el susurro de mi madre. “Echa el cerrojoâ€�. SonreÃ*, mientras obedecÃ*a su orden. Mi madre me habÃ*a esperado despierta. Por su voz parecÃ*a algo nerviosa, quizás con más deseo que yo mismo. Me di cuenta de que lo ocurrido hacÃ*a unas horas habÃ*a sido una meditada serie de provocaciones para asegurarse esta visita.

Sin preámbulos levanté la sábana y me tumbé a su lado. Ella llevaba puesto el camisón. No sabÃ*a muy bien cuál debÃ*a ser mi estrategia. Empecé a acariciarla y descubrÃ* con un vahÃ*do que no llevaba bragas. Mientras pasaba y repasaba el dedo por su vulva empecé a acercar mi cuerpo en busca del abrazo. “Hay una cosa que no vamos a hacer. Ya sabesâ€�, me dijo. Mientras asentÃ*a, mi polla estaba ya a pocos centÃ*metros de su pubis. “Valeâ€�, contesté. “No. Me tienes que prometer que no lo vas a intentar. Es incesto, Nacho. Es muy grave. Es irreparable. No podemos hacerlo.â€� “Si quieres, firmamos la promesa con un beso.â€� Mi cinismo ascendió varios escalones en ese momento. “Bueno, dame un beso.â€� Nuestras bocas se juntaron por primera vez. Ella la mantenÃ*a cerrada, mientras yo trataba de introducirle la lengua. Se resistió con tenacidad.

Me separé un poco. “No podemos firmar una promesa de esa forma. Si es un beso es un beso.â€� Con la mano izquierda acariciaba la suavidad de su culo, y empecé a acercar su cuerpo al mÃ*o. La polla entró en contacto con su vientre, ya a escasÃ*simos centÃ*metros de la entrada de su vagina. El contacto actuaba sobre sus miedos como la llama sobre la cera. Intenté besarla de nuevo. Esta vez ella dejó la boca entreabierta. No intenté meter la lengua. Nos quedamos asÃ* con las bocas abiertas unidas. Mientras, apretaba y movÃ*a la polla contra su vientre. Desde su culo mi mano intentaba alcanzar la entrada de la vagina. Paquita abrió un poco más la boca y dejó que insertara un centÃ*metro de lengua.

Aquel era el agujero en la muralla por el que iba a penetrar el ejército invasor. Uno tiende a minusvalorar la excitación sexual que puede llegar a producir un beso, y a veces -como en esa ocasión- su efecto es casi tan potente como un orgasmo. Mi madre empezó a sorber mi lengua con toda su alma, y yo le metÃ* por allÃ* la fuerza de todo mi deseo. Pero no perdÃ* la cabeza, habÃ*a conseguido llevar la punta de la polla hasta su vulva, y trazaba allÃ* lÃ*neas irregulares con mi capullo babeante. Paquita habÃ*a perdido la cabeza, me dejaba hacer casi inconsciente.

Puedo jurar que no fue en absoluto deliberado, aunque ningún tribunal me absolverÃ*a, supongo, pero de pronto mi polla entró en su vagina del modo más natural e imprevisto que se pueda imaginar. Cuando ambos fuimos conscientes de lo que habÃ*a ocurrido, Paquita tenÃ*a ya dentro dos tercios de mi instrumento, que no es ciertamente el monstruo de longitud habitual en un relato pornográfico, pero que es considerable. El placer era irresistible. Se desprendió del beso. “¿Pero qué haces? No puede ser. No puede ser. Esto es terrible.â€� Pero aparte de sus protestas verbales su cuerpo no se resistÃ*a. Si estaba sintiendo tan solo la mitad del placer que yo experimentaba no habÃ*a ninguna probabilidad de que aquello se viera interrumpido por su voluntad.

No contesté, sino que acabé de meterle la polla hasta que mi pubis sintió la caricia del suyo, pero con un significativo trozo de mi anatomÃ*a ya dentro de su vientre. “No puede ser. Sácala, Nacho, por favor. ¿Qué vas a pensar de mi?â€� Me mantuve inmóvil, respirando con fuerza, mientras abrazaba a mi madre, e intentaba besar su boca. Apartó la cabeza, pero no el coño, que seguÃ*a taladrado por mi instrumento, que habÃ*a alcanzado un tamaño y una dureza monstruosos. “Me habÃ*as prometido… Anda, sácala.â€� Por un momento, pensé en obedecerla solo por el placer de ver su reacción, pero el placer me lo impedÃ*a. ¡Estaba follándome a mi madre!

El sueño de felicidad más insensato que podÃ*a concebir, el que durante semanas me habÃ*a obsesionado hasta extremos absurdos. Tan solo con un puñado de movimientos me iba a correr e iba a inundar su útero con la semilla nacida de ella misma. Hubiera necesitado una fuerza de voluntad inhumana para renunciar en aquel momento al abrazo delicioso de su vagina. Necesité parte de esa voluntad para mantenerme tranquilo y no estallar en una especie de epilepsia.

Empecé a moverme. Primero con muchÃ*sima suavidad. Paquita abrió un poco más sus muslos. “No. No puede ser.â€� RepetÃ*a, pero ahora hablaba más consigo misma que conmigo. Los dos sabÃ*amos que aquello era irreversible, y sólo acabarÃ*a de la mejor manera posible. Por abajo se preparaba el orgasmo de nuestras vidas. SeguÃ* moviéndome suavemente, y conseguÃ* hacer girar nuestros cuerpos hasta que mi madre quedó tumbada sobre su espalda, conmigo encima. SentÃ* la intensidad del olor agridulce de sus sobacos, lo que consiguió excitarme todavÃ*a más.

Empecé a bombear la polla a un ritmo creciente. Ahora los cojones chapoteaban contra su culo. Noté el inicio del orgasmo de mi madre. Paquita me abrazó con las piernas y con los brazos, dejándose dominar por el placer sin ofrecer resistencia. La tapé la boca con un beso. Ahora temÃ*a que fuera ella quien despertara a mis hermanas. Me detuve. Me incorporé un poco y la miré. “¿Qué vas a pensar de mÃ* ahora?â€� “Que eres maravillosa. Te quiero más que nunca. Quiero follarte muchas, muchas veces, y hacer todo contigo.â€� Reanudé mis acometidas. Noté que no me quedaba mucho para que empezara a escupir semen a toda presión. “Me falta muy poco.â€� Ella se estaba dejando llevar, de nuevo. “Es buenÃ*simoâ€�, dijo. VolvÃ* a besarla con toda la boca, y aceleré el ritmo de mis movimientos notando la fuerza deliciosa del orgasmo en todo el cuerpo.

Paquita estaba corriéndose de nuevo conmigo, que rebuznaba de forma apagada, al borde del desmayo. Cuando las oleadas de placer se fueron apagando me di cuenta que en ese momento mi vida habÃ*a cambiado, que nada volverÃ*a ser igual, que en ese momento se iniciaba algo nuevo. VolvÃ* a besarla. SalÃ* de ella, y me eché a su lado. A los pocos segundos estaba profundamente dormido.

Cuando me desperté tardé un par de segundos en advertir que estaba en la cama de mi madre, y que ésta yacÃ*a a mi lado. Me incorporé ligeramente para ver la hora en el despertador de la mesilla. Las cuatro y cuarto. DisponÃ*a de más de dos horas para poner en práctica algunas de mis fantasÃ*as. El movimiento debÃ*a haber despertado a Paquita. La acaricié ligeramente el brazo. “Nacho, espera. Tenemos que hablar.â€� No era precisamente lo que más me apetecÃ*a en ese momento, pero sabÃ*a que tendrÃ*a que escuchar el sermón que se avecinaba. Aguardé en silencio. “Necesito explicarte algunas cosas. Es necesario que me entiendas.â€� Hizo una pausa.

Le costaba encontrar la manera de decirme lo que querÃ*a. “¿Sabes, tu padre y yo…? Bueno, el caso es que tu padre y yo hace mucho tiempo que no hacemos… Ya sabes.â€� “¿Quieres decir que no hay sexo entre vosotros?â€� “Eso es.â€� SentÃ* una mezcla de estupefacción y alivio. En realidad, aquella revelación no era del todo inesperada. Desde el momento en que todo aquello habÃ*a empezado sabÃ*a que mi madre se veÃ*a empujada por alguna carencia. Paquita no era una ninfómana, ni yo era tan imbécil como para pensar que mi cara bonita habÃ*a trastornado a una mujer de cincuenta años. No lo habÃ*a llegado a formular, pero la única explicación posible era la que acababa de oÃ*r de sus labios. “Para mi ha sido muy difÃ*cil. Por eso ha pasado. Además tenÃ*a miedo de que ocurriera fuera. Aunque te parezca mentira he pasado situaciones peligrosas.â€�

Ahora sÃ* que habÃ*a conseguido sorprenderme. “Me han hecho insinuaciones.â€� “¿Pero quién?â€�, no pude evitar preguntar. “El caso es que no querÃ*a que ocurriera. Uno de ellos ha sido el tÃ*o Federicoâ€� ¡Hostia! El marido de la pesada de mi tÃ*a Fuencisla, aquel ser distante y desagradable habÃ*a tratado de beneficiarse a mi madre. La polla se habÃ*a estirado como un resorte. Necesitaba saber detalles de aquella historia, pero eso debÃ*a esperar. Paquita siguió con su explicación. “Estaba muy asustada porque pudiera ocurrir algo con él. Me sentÃ*a débil porque tu padre no me hacÃ*a caso. Entonces empecé a notar cómo tú también me mirabas asÃ*. Eso era distinto. CreÃ* que podÃ*a manejarlo. Eres mi hijo. Me sentÃ*a excitada, me gustaba que me miraras. Era distinto, y además aquÃ* en casa. Sin peligros. Nunca pensé que pudiera llegar tan lejos. Al principio habÃ*a excluido cualquier contacto, y ya ves. Ahora estoy muy preocupada.

Me da miedo que nuestra relación se resienta. Me parece que deberÃ*amos dejarlo.â€� “Por favor, no seas absurda. Te sigo queriendo igual. No. Mucho más de lo que te querÃ*a antes, como madre. Desde hace unos dÃ*as tengo la sensación de estar más unido a ti que nunca. Es todo. Contigo he sentido la felicidad mayor. Es el secreto, el que sólo lo sepamos tú y yo. Saber que al recibir placer de ti te lo doy también. Es poder contarte lo que siento. Todo. No tienes que preocuparte por mi cariño.â€�

SentÃ* cómo mis palabras, susurradas más que dichas la penetraban por todos los poros. Empecé a acariciarle el brazo, luego el pecho. Quizás habÃ*a llegado el momento de contarle mi lado de la historia. “HacÃ*a mucho que me sentÃ*a atraÃ*do por ti. No sé si contarte una cosa que me da un poco de vergüenza.â€� “Cuéntamelo, Nacho.â€� “Verás. Algunas veces miraba por la cerradura del cuarto de baño cuando tú estabas dentro.â€� “¿SÃ*?â€� “SÃ*. Estaba obsesionado. Me masturbaba después recordando lo que habÃ*a visto.â€� “Hombre, habÃ*a notado cómo me mirabas a veces, pero no pensaba que eras tan sinvergüenza.â€�

Se rió. Ahora habÃ*a llevado la mano hacia su muslo. “Perdona, pero tenÃ*a muchas ganas. Hasta que el dÃ*a en que me pusiste la pomada no pensé que… Bueno, ya sabes. Desde ese dÃ*a solo he pensado en ti, todas las otras no me importaban. Y lo que ha pasado, bueno, me encanta. Ha habido momentos en que yo también tenÃ*a miedo de que pasara esto, pero ahora lo he superado. Estoy encantado. Me lo he pasado maravillosamente, y me lo pienso seguir pasando.â€� ReÃ* silenciosamente. Mientras llevaba la mano hasta su coño, completamente empapado.

HabÃ*a llegado el turno de las revelaciones de Paquita. Me contó que el viernes anterior ella era consciente de que me estaba excitando. Levantó la pierna de forma casual, pero al percibir mi reacción la mantuvo. Se dio cuenta de que me estaba tocando, y se excitó muchÃ*simo con todo el proceso. Se dio la vuelta para que pudiera completar mi propósito con más comodidad. Aquella siesta le proporcionó más bienestar sexual que todo lo experimentado en los últimos dos o tres años, incluidos los acosos de su cuñado, pero desgraciadamente le dejó con ganas de más. El lunes siguiente esperó ansiosamente mi aparición.

Luego el asunto se le fue escapando de las manos. En realidad, ella pensaba seguir haciéndose la despistada, fingir que no se enteraba de nada de lo que ocurrÃ*a a su lado, pero sin dejar de disfrutarlo, tal como habÃ*a hecho el primer dÃ*a. Todo se estropeó la tarde que aparecÃ* en calzoncillos y no me tapé con el periódico. “Fue automático. Miré y ya no pude apartar la vista. Y cuando me pediste ayuda y te acercaste no podÃ*a resistirme. No pensé. Fue todo reflejo. Luego ya no lo pude parar.â€� Entre el relato y el trabajo de mis dedos estaba a punto de correrse. No sabÃ*a si montarla o esperar. Opté por echar leña verbal al fuego: “Ha sido además mucho mejor de lo que habÃ*a esperado, desde las pajas que me hice ahÃ* en la silla hasta el polvo que echamos antes. ¿SabÃ*as que ha sido la primera vez que follaba?â€� Paquita inició un corridón oceánico.

Cuando empezó a recuperarse continué: “Lo malo es que ahora nos va a ser muy difÃ*cil hacer estas cosas, con papá por aquÃ*. Lo único seguro es que hay que tener todas las precauciones. Que se enterase alguien es lo realmente malo.â€� “Claro. Pero no te preocupes, tu padre tiene muchos viajes este año.â€� “En todo caso, yo voy a estar siempre dispuesto para ti. Cada vez que haya una oportunidad y a ti te apetezca te la voy a meter.â€� Se incorporó y nos dimos un profundo beso. Paquita no solo estaba muy caliente, se habÃ*a emocionado.

Me dijo: “Soy toda tuya. Quiero que hagas conmigo todo lo que quieras hacer.â€� “Pues tengo unas ideas malÃ*simas.â€� “Lo que quieras. Para mi lo importante es ahora saber que te doy placer a ti.â€� “Gracias. Una pregunta, ¿cómo quieres que te llame aquÃ*, ‘Mamá’ ó ‘Paquita’?â€� “De las dos formas me gusta. Lo que te apetezca en cada momento.â€� “Ahora vamos a follar un poco, pero para el futuro tengo planes. Quiero que me la chupes, y chuparte yo el coño, y quiero darte por el culo. Eso me hace mucha ilusión. También me apetece que nos meemos el uno al otro. No sé, todas esas cosas.â€�

La acaricié. Estaba aun más excitada. “Ponte de espaldas, que te la quiero meter desde atrás.â€� Se rió en silencio y se dio la vuelta. EncendÃ* la luz de la mesilla. Por nada del mundo querÃ*a perderme el espectáculo que venÃ*a ahora. Mi madre desnuda a cuatro patas, ofreciendo la vagina a su hijo, que sabÃ*a que también era dueño del culo. Me incorporé, y le amasé las tetas desde atrás. Tomé en la derecha la erección y traté de dirigirla hacia su agujero. Me costó ajustarla pero finalmente se deslizó con el ruido de un obsceno chapoteo. Paquita lanzó un gemido. “¿Te gusta?â€� “Mucho.â€� “A mi también mamá. ¿AsÃ* que el tÃ*o Federico querÃ*a hacerte esto?â€� Volvió a reÃ*rse. Asintió con un gruñido. “Pero no me dejé.â€� “¿Y te gustó que te hiciera proposiciones guarras?â€� “SÃ*. Me sentÃ*a muy mal porque tu padre ya no me hacÃ*a caso.

Una mujer necesita saber que todavÃ*a atrae a los hombres. No acepté, pero le dejé avanzar un poco …â€� “¿Ha sido hace mucho?â€� “La primera vez fue hace mucho, pero últimamente habÃ*a vuelto a la carga.â€� “No sigas contándolo que me voy a correr, y tengo que meterte mi semen y el del tÃ*o Federico que te has quedado sin él.â€� “Pues, córrete tonto.â€� “No me lo digas dos vecesâ€�, dije, mientras aceleraba los enviones, consciente de que aquello no tenÃ*a remedio y la iba a volver a llenar de semen. Para rematar el desaguisado, Paquita empezó a correrse con una fuerza bestial.
 

smlly

Virgen
Registrado
May 8, 2010
Mensajes
1
Likes Recibidos
0
Puntos
0
Muy real y muyyyyy bueno, enhorabuena! :thumbsup:
 

operacion

Virgen
Registrado
May 11, 2010
Mensajes
16
Likes Recibidos
0
Puntos
0
Me Gusta Leer Relatos De Incesto Entre Madres E Hijos. Mas Cuando Las Agarran Dormida

RELATO MUY BUENO, ME GUSTA LEER RELATOS DE INCESTOENTRE MADRES E HIJOS
Quiero aclarar que el relato no es mio es de Ignacio y que me parecio interesante y muy real (mas que otros que e leido) y tambien un poco comico espero que les agrade y creditos al autor

La historia que voy a contar ocurrió hace muchos años, más de treinta, pero la viv�* con tal intensidad que puedo recordar sus detalles con mayor precisión que muchas cosas que me han ocurrido recientemente.

Yo ten�*a entonces 18 años y era virgen. Mi excitación sexual era la propia de la edad. Estaba obsesionado con todas las mujeres que ve�*a. Una de ellas era mi madre, Paquita, una mujer de poquito más de cincuenta. No era especialmente atractiva f�*sicamente (pequeñas tetas, culo no demasiado notable), aunque ten�*a bonitas piernas y una piel muy blanca que despertaba mi voraz apetito. Pose�*a además una cara muy agradable.

Paquita era inteligente, sensible y muy religiosa. Aunque eso es algo que supe después, estaba completamente desatendida sexualmente por su marido, mi padre, no sé muy bien por qué, si porque él hab�*a perdido todo interés en el sexo, o porque hab�*a perdido todo interés en mi madre, o por ambas razones. Nunca lo he sabido. Mi madre no era el único objeto de mis pajas, sino una más en el abanico de mis obsesiones, pero ten�*a la ventaja de que la ten�*a cerca y la pod�*a observar cuando hab�*a suerte. Cada vez que ten�*a una oportunidad la escudriñaba por la cerradura del cuarto de baño mientras meaba, aunque la visión no era muy buena, pero en una ocasión, en que no hab�*a bajado la cortina del baño, consegu�* verla con más detalle mientras se bañaba. En s�* mismos esos espectáculos no eran demasiado estimulantes, pero lo morboso de la situación consegu�*a excitarme todav�*a más de lo habitual.

Hasta ah�* hab�*an llegado las cosas cuando un d�*a me hab�*a hecho una herida en la parte superior del muslo. Era una rozadura muy dolorosa. Ten�*a que darme una pomada y vendármelo para evitar las escoceduras. Mi madre se ofreció a hacerlo porque de soltera hab�*a trabajado como enfermera. Nunca pude imaginar todas las consecuencias que tendr�*a esa cura.

Después de bajarme los pantalones y dejármelos en los tobillos me senté en la silla que me hab�*a indicado mi madre. Entretanto ella preparaba la pomada y las gasas para la herida. Cuando todo estuvo dispuesto se agachó delante de m�* y empezó a extender suavemente la pomada con las yemas de los dedos a escas�*simos cent�*metros de los calzoncillos, en el punto donde se apretaban los huevos. De forma automática y completamente imprevista la polla empezó a crecer de modo casi cómico. Me sent�* invadir por una vergüenza infinita: levantar la polla a escasa distancia de las narices de mi madre que segu�*a afanándose con la pomada era mucho más de lo que un joven que acababa de cumplir dieciocho años pod�*a soportar sin querer que la tierra se lo tragara.

Intenté disimular pero era imposible. Deb�*a estar completamente rojo. Miré con discreción y tuve la impresión de que mi madre trataba también de disimular el significado innegable de lo que ten�*a delante. La visión de la blancura de sus pequeños pechos a través del escote no mejoraba tampoco las cosas.

Cerré los ojos, pero fue en vano. El contacto de sus dedos cerca de la ingle era una sensación irresistible y mi erección se desplegaba sin ambigüedades. Trataba de pensar qué iba a decir si ella hac�*a algún comentario, pero de pronto tuve la sensación de que el masaje se prolongaba más de lo necesario, y de que quizás no era yo solo el único que lo estaba disfrutando. Estuve a punto de hacer un comentario sobre lo agradable que me resultaba aquello, pero no me atrev�*. Sin embargo s�* fu�* capaz de ir acercando lentamente mi otra rodilla, la izquierda, hacia su cuerpo. Tampoco encontré resistencia mientras presionaba suavemente sobre su hombro. Abr�* de nuevo los ojos y tuve la sensación de que se mord�*a con delicadeza el labio inferior. ¿Concentración?, ¿signo de placer? La sesión terminó sin otras novedades. En cuanto terminó el vendaje y salió de mi cuarto inicié una masturbación frenética que duró segundos antes de empezar a disparar interminables hilos blancos sobre mi vientre.

En los d�*as siguientes el ritmo de masturbaciones, habitualmente elevado, se disparó hasta cifras que resultaban insólitas para mi. A partir de ese momento mi madre se convertir�*a en mi objeto sexual obsesivo. El resto de las mujeres pasaron a un tercer plano. Una y otra vez repasaba mentalmente aquellos minutos de excitación absoluta. A veces pensaba que pod�*a haber eyaculado ante ella. ¿Cómo habr�*a reaccionado?, ¿habr�*a mantenido entonces su silencio?

Un par de semanas después estábamos los dos solos en casa. Ella le�*a sentada en una silla del cuarto de estar. En esa ocasión nada, ni su modo de vestir, ni su gesto, ni comentario alguno justificaba mi deseo, pero éste era atroz. Era mero fruto de mi obsesión y de la soledad casual en que nos encontrábamos, Nervioso, sin saber qué hacer y descompuesto por la cercan�*a de su presencia, me mov�*a continuamente de un sitio a otro. Finalmente me coloqué en otra silla a su espalda donde ella no pod�*a verme sin volver la cabeza. Ahora la contemplaba sin que ella lo advirtiera con una lujuria incontenible. Sin pensarlo me abr�* la bragueta sin ruido y saqué la polla que alcanzaba entonces su máxima erección. Sin apartar la mirada de su cuello empecé a masturbarme suavemente. En ese momento me di cuenta de que el olor que desped�*a mi polla desplegada era inconfundible. Me asusté. Si ella se volv�*a no sabr�*a cómo explicar la situación.

Me quedé quieto mientras el olor a sexo se extend�*a por la habitación. Me pareció que mi madre estaba más inmóvil de lo que era natural. Quizás el olor le hac�*a adivinar lo que ocurr�*a a sus espaldas, y el recuerdo de nuestra sesión de masaje proporcionaba una pista inconfundible de lo que ten�*a detrás. Aparté la mano y durante un par de minutos continué all�* inmóvil con la polla enhiesta, deseando que efectivamente Paquita percibiera el tributo de admiración muda que le rend�*a su lujurioso hijo. La magia quedó interrumpida cuando se oyó el ruido de la puerta de la calle. Mi padre. Rápidamente recuperé un estado presentable y me refugié en el cuarto de baño para masturbarme con furor. Cuando estaba a punto de correrme mi madre llamó a la puerta. Le ped�* que esperara unos segundos y sabiéndola cerca me aticé un par de molinetes que abrieron de nuevo la puerta de un excelso orgasmo.

En ese punto tuve un momento de atrevimiento. En lugar de tirar de la cadena y hacer desaparecer todo rastro de la juerga �*ntima decid�* dejar all�* todo. Mi madre iba a entrar e iba a ver algo que quizás le resultara estimulante, sobre todo porque era ella la que se lo hab�*a provocado. As�* lo hice. Un poco colorado abr�* la puerta y la dejé pasar mientras yo sal�*a. No me atrev�* a quedarme mirando por la cerradura. Mi padre andaba por casa, y por nada del mundo, ni siquiera por saber cómo reaccionaba mi madre al ver aquel acuario que acababa de dedicarle, estaba dispuesto a correr el riesgo de que me pillara observando a su mujer por el ojo de la cerradura.

En los d�*as siguientes nada en el comportamiento de mi madre hacia mi me permitió sacar conclusiones sobre cuál hab�*a sido su reacción ante los restos de semen que le hab�*a dejado en el cuarto de baño. Tampoco tuve otras oportunidades de transmitirle nuevas señales de mi deseo hasta que unos d�*as más tarde supe que mi padre iba a tener que pasar un par de semanas fuera de casa. Todav�*a eso no nos dejaba solos a mi madre y a mi porque estaban mis hermanas. Sin embargo, por las tardes ellas ten�*an que ir al colegio y yo durante aquel año no ten�*a clase por las tardes. Para aumentar mi excitación, mi madre ten�*a la costumbre de echarse la siesta por las tardes. Normalmente no dorm�*a sino que descansaba leyendo el periódico. Eso me facilitaba una excelente disculpa para entrar a su cuarto. A veces quer�*a leer alguna parte del periódico, y entraba y se lo ped�*a. As�* hice el primer d�*a en que mi padre estaba fuera de casa.

Una vez en su cuarto, mientras ella le�*a las páginas locales le ped�* las páginas nacionales, pero en lugar de salir a leerlo a otra parte, me senté en una silla a la izquierda de su cama. Me sumerg�* en el periódico con inusitada atención. La sensación de proximidad de su cuerpo semidesnudo unida a la soledad me provocaba un agradable hormigueo. Era verano y hac�*a bastante calor. Mi madre estaba en la cama bajo una sola sábana. Llevaba puestas las gafas y le�*a el periódico con la concentración habitual. De pronto levantó la rodilla izquierda, la más próxima al borde en el que yo estaba. Se levantó as�* la sábana dándome una visión perfecta de su maravillosa pierna hasta el borde del culo. Levanté la vista con disimulo y sent�* un vah�*do en el estómago. Ten�*a a unos pocos cent�*metros aquello que anhelaba más en este mundo. Bastaba con que estirase la mano para que tocara aquella piel que me enloquec�*a. Varias veces estuve a punto de hacerlo, pero no tuve suficiente valor.

Entonces mi madre dejó deslizar la sábana por encima de su rodilla, de manera que ahora quedaba toda la pierna y medio culo bien a la vista. La polla me dol�*a de la intensidad de la erección. Notaba los latidos hasta las orejas. Mi madre, al parecer ajena a lo que estaba provocando, segu�*a absorta en el periódico, sin mirarme. Por mi parte, mientras sujetaba el periódico con la izquierda inicié un cauto movimiento con la derecha hasta abrir un par de botones de la bragueta y sacar unos cent�*metros de la polla. Me acaricié maquinalmente y empecé una lenta masturbación mientras mi mirada quedaba clavada en aquella parte indescriptiblemente hermosa del cuerpo de mi madre. Me di cuenta de que ahora Paquita sosten�*a también el periódico solo con la mano izquierda mientras ten�*a la derecha debajo de la sábana. ¿Se acariciaba? No pod�*a decirlo, pero la posibilidad de que ocurriera multiplicó mi excitación. Esta empezaba a vencer al miedo y los movimientos de mi brazo se hicieron más marcados. Cualquier testigo que observara la escena habr�*a sabido que aquel muchacho estaba meneándosela y que la fuente de inspiración no proven�*a del periódico.

Mi madre continuaba absorta en la página que ten�*a adelante que, por cierto hac�*a demasiado tiempo que no hab�*a pasado. Un detalle del que fui consciente a pesar de la excitación. Decid�* dar un paso más y bajé un poco el periódico protector. Ahora si Paquita mirase en mi dirección y levantara un poco la cabeza podr�*a ver lo que yo ten�*a en la mano, si es que no se lo dec�*a el movimiento del brazo. La situación estaba clara de modo que fui yo quien movió la cabeza, inclinándola ligeramente para intentar ver un poquito más allá del muslo levantado de mi madre. Tuve que moverme todav�*a algo más hasta conseguir intuir la parte de las bragas que le tapaba el coño.

Cre�* vislumbrar parte de la pelambrera que desbordaba la tela blanca. En ese momento mi madre giró hacia su derecha dándome la espalda. La visión no era tan estimulante, pero a cambio me facilitaba la parte mecánica de mi actividad. No tardé mucho en sentir la inmediatez del orgasmo. Traté de contener todo el semen posible en el pañuelo, que hab�*a conseguido sacar a tiempo, pero supongo que desde el olor hasta ciertos ruidos le transmit�*an a mi musa la naturaleza de la composición que hab�*a inspirado. Lancé un largo suspiro, y extraordinariamente relajado me levanté y sal�* de la habitación donde acababa de disfrutar uno de los orgasmos más intensos de mi vida.

Todo aquello ocurrió un viernes, de manera que en los d�*as siguientes no pude repetir la visita a la hora de la siesta por la presencia de mis hermanas en la casa. En realidad podr�*a haber entrado en el cuarto de mis padres, pero siempre con el riesgo de verme interrumpido en mis actividades recreativas. Durante ese fin de semana el comportamiento de mi madre hacia m�* resultó normal salvo la impresión de que evitaba mi mirada. Esos d�*as los dediqué a reflexionar sobre todo lo que hab�*a ocurrido. Mi madre no era nada tonta, al contrario era una mujer muy lista y además bastante desconfiada. Por tanto deb�*a de ser consciente de lo que estaba pasando. Tampoco era alguien tan débil como para no detenerlo a tiempo si no deseaba que sucediera. Por tanto, si no dec�*a o hac�*a nada para impedirlo era porque aquello le resultaba agradable, tanto como para permitir que ocurrieran a su lado hechos que vulneraban sus convicciones más profundas. Pero seguramente todo aquello no era lo bastante fuerte (¡todav�*a!) para que quisiera ir más allá, porque no le hubiera resultado dif�*cil insinuármelo.

Estaba seguro de que la posibilidad de contacto f�*sico quedaba descartada. De manera que de lo que se trataba era de aprovechar la situación todo lo que permit�*a, y de dedicar las tardes de la próxima semana a repetir momentos tan morbosamente deliciosos como los del viernes. Nadie pod�*a decir adonde pod�*a llegar todo aquello si segu�*a velando sus siestas con la polla en la mano.

Por fin llegó el lunes, y a la hora de la siesta acud�* a leer el periódico al cuarto de mis padres. Se repitió la escena del viernes, pero ahora cuando entré ella ten�*a ya alzada la rodilla. Me dio la sensación de que la acababa de levantar, que lo hab�*a hecho en el momento en que me oyó llamar a la puerta. Sin decir una palabra me senté en la silla y cog�* la parte del periódico que ella me hab�*a dejado en el suelo. La situación era la misma que el viernes. Ella abstra�*da en el periódico, la pierna maravillosamente expuesta, y yo con el corazón bombeando a toda potencia. Durante unos segundos no hice nada. Mi madre mov�*a ligeramente la pierna, recog�*a y avanzaba alternativamente el pie, levantando y bajando la rodilla. No sab�*a si me quer�*a indicar algo, si quizás eso significase que quer�*a pasar a la acción. Finalmente decid�* sacar la polla.

Esta vez hab�*a acudido con la bragueta desabrochada, de manera que la operación resultó sencilla. Inicié mis movimientos sin demasiado disimulo. Era evidente adonde se dirig�*a mi vista, y supongo que tampoco los movimientos del brazo permit�*an interpretaciones alternativas, incluso -no estaba seguro- con atención se pod�*an escuchar ligeros ruidos muy expresivos. Tampoco esta vez Paquita pasaba las hojas del periódico, ni despegaba su mirada del art�*culo que parec�*a leer. Su pierna repet�*a a veces los mismos movimientos. Finalmente volvió a girarse dándome la espalda, pero esta vez la visión era mucho mejor que la del viernes. Su culo estaba tapado solo parcialmente por la tela de la braga que se hab�*a insertado en la raja. El orgasmo fue inmediato. Otra vez el pañuelo me sirvió para recoger los chorretones de semen. Tuve que esforzarme mucho para levantarme de la silla y dejar un cuarto impregunado de un olor inconfundible.

Al d�*a siguiente mi excitación era mayor que nunca. No pod�*a esperar a que llegara la hora de la siesta. Durante un tiempo pensé en entrar antes de tiempo, sin llamar, cuando mi madre se estuviera desnudando, pero comprend�* que era absurdo provocar esa brusquedad que tampoco me iba a permitir ver nada especial. Pero quer�*a avanzar un poco más. Decid�* que me masturbar�*a sin taparme con el periódico para que ella pudiera verlo al menos por el rabillo del ojo.

Cuando entré en su cuarto me sent�* decepcionado. No hab�*a levantado la rodilla. Salvo la cabeza y los brazos, todo el cuerpo se escond�*a bajo la sábana. Me senté a leer el periódico sin saber muy bien qué hacer. Al cabo de unos minutos Paquita levantó la rodilla dejando que el borde de la sábana cayera sobre la entrepierna. Recuperé toda la excitación que se hab�*a evaporado en parte. Cog�* el periódico con la mano izquierda, pero sin ponérmelo delante, sino dejándolo a mi izquierda, donde lo hubiera encontrado mi vista si hubiera girado la cabeza, cosa que no hac�*a. Era, supongo una imagen surrealista, alguien sosteniendo un periódico a su izquierda, que no miraba. En todo caso, eso le dar�*a a mi madre una visión de mi cuerpo sin estorbos si se decid�*a a mirarlo. Con la mano derecha saqué la polla y empecé a acariciarme.

Aunque Paquita ten�*a la mirada fija en el periódico era casi imposible que no vislumbrara lo que hac�*a su hijo. El corazón me estallaba, pero la excitación era más fuerte que el miedo. Me detuve para sacar el pañuelo, pero todav�*a no lo coloqué sobre la polla. Ahora era el momento en que ella deber�*a darme la espalda para facilitar el remate de la faena, pero no lo hac�*a. Tampoco pasaba página alguna. Aquello era una locura. Empecé a sentir los deliciosos escalofr�*os que anunciaban lo que se avecinaba. En medio del placer pensé “Ahora. Ahora me va a llamar la atención justo cuando me estoy corriendo, ¿qué voy a decir?” Y claro no se me ocurr�*a ninguna respuesta. Tuve la lucidez necesaria para cubrirme con el pañuelo cuando el geyser empezó a dispararse. Paquita segu�*a imperturbable leyendo el periódico, mientras su muslo maravilloso me hac�*a guiños que se traduc�*an en toneladas de placer.

El miércoles decid�* entrar solo con los calzoncillos y con un expresivo pañuelo en la mano. El calor era un argumento suficiente si es que mi madre me preguntaba por lo singular de mi atuendo, pero no me iba a preguntar y desde luego no me preguntó. Al dirigirme al asiento ella levantó la rodilla como para darme la bienvenida. Me senté, pero no cog�* el periódico. Contemplaba lo que ten�*a delante sin disimulo. Si Paquita me preguntaba le dir�*a claramente lo que me pasaba, que estaba enloquecido de deseo por ella y que har�*a cualquier cosa porque me dejara mirarla (devorarla con la vista) mientras me masturbaba, pero no me preguntó. Me saqué la polla sin ningún disimulo e inicié mi ejercicio cotidiano esta vez con mayor comodidad que nunca. La situación era escandalosa. De pronto, aparté la vista de su pierna y la miré a la cara.

Me quedé estupefacto. Ella hab�*a girado la cabeza y me observaba fascinada. Nos miramos a los ojos. Ella dirigió de nuevo la vista hacia la polla. Retiré la mano para que pudiera contemplarla en todo su esplendor. Consegu�* levantarla un par de veces sin soporte manual, algo que yo cre�*a muy excitante. Abrió la boca para decir algo, pero siguió callada. Era mi momento. Susurré. “Ayúdame” mientras me acercaba y me sentaba al borde de la cama. No hizo nada. Entonces tomé su mano izquierda y la acerqué hasta la polla. No se resistió, pero se quedó inmóvil con los dedos sobre el tronco palpitante. Poco a poco empezó a moverlos muy suavemente.

La sensación era fastuosa. No me atrev�*a a hacer nada más por miedo a romper el hechizo, y que cesara en sus caricias. Poco a poco ella intensificó el ritmo. Entonces me atrev�* a acariciarle el brazo con las yemas de los dedos. Ella se incorporó ligeramente para poder darme el masaje con la intensidad que la situación requer�*a. Le dije que iba a correrme, pero no hizo nada. Cuando la polla comenzó a escupir los inmensos chorretones cayeron sobre la sábana, el camisón, el hombro y el brazo. Le ofrec�* el pañuelo que hab�*a tra�*do, pero no me dejó. Dijo solo: “Deja. Ya me encargo.” Susurré “Gracias” y sal�* del cuarto en medio de la confusión.

Ni esa noche ni a la mañana siguiente pude observar en el comportamiento de mi madre ningún signo extraño. Ni siquiera evitaba que nuestras miradas se encontraran, y cuando eso ocurr�*a no pod�*a captar señas de complicidad. En algún momento llegué a pensar que hab�*a imaginado todo lo ocurrido durante la siesta, pero sab�*a que no era as�*, y pensaba encontrarme con pruebas de que no hab�*a soñado en la siesta del jueves. Por otro lado, a pesar de lo satisfactorio del recuerdo me atormentaba la duda de si deber�*a ser más atrevido y avanzar o si cualquier avance pondr�*a en peligro lo conseguido. Estaba casi seguro de que mi madre no iba a estar dispuesta a dejarme metérsela, pero no sab�*a si me dejar�*a acariciarle el coño o chuparle las tetas, o tan siquiera besarla en la boca.

Cuando consegu�*a ver las cosas con cierta frialdad cre�*a haber alcanzado el l�*mite más allá del cual Paquita no se iba a aventurar. En algún momento pensé en la posibilidad de la coacción, la amenaza de contar lo ocurrido a mi padre presentándome a mi mismo como v�*ctima, como medio de despejar el camino hacia su vagina, la imagen de cuya gelatina hac�*a que mi polla babeara de modo enfermizo. Pero la mera idea de esa canallada me hac�*a despreciarme. Además el placer tan intenso que estaba sintiendo en todo aquello nac�*a justamente del deseo que advert�*a en ella. Al final no pude llegar a ninguna decisión clara, aunque tend�*a a conformarme con lo alcanzado.

La mañana del jueves me resultó tan interminable como la de los d�*as anteriores. Después, durante la comida hubo una llamada de una hermana de Paquita que quer�*a quedar con ella nada más comer. Al o�*rlo me dio un vuelco el corazón. Pero mi madre insistió con mucha firmeza en que le ven�*a mal en aquel momento y consiguió quedar a última hora de la tarde. Tuve la impresión de que mientras se negaba con tanta vehemencia mi madre me miraba de soslayo y se ruborizaba liger�*simamente. Tal vez ella también esperaba con ansia la llegada de la siesta.

Después de comer fui a mi cuarto y me desnudé completamente. Esperé a que mis hermanas se fueran. Nada más o�*r que mi madre hab�*a entrado en su cuarto tras salir del cuarto de baño, me dirig�* hacia allá. Esperé tras la puerta hasta que cesaron los ruidos que indicaban que se estaba desnudando. En cuanto o�* los muelles de la cama llamé a la puerta, y tras o�*r un suave “Pasa” me dirig�* desnudo hacia el borde de la cama. Paquita hab�*a cogido el periódico, pero todav�*a no lo hab�*a abierto. Me senté muy cerca de ella en silencio, sin hacer ningún ademán de querer parte del periódico, sino tan solo que su atención se dirigiera hacia mi incipiente erección. “¿Otra vez?”, dijo sonriendo. Asent�* con la cabeza y me desplacé ligeramente hacia la cabecera. Sin apartar la mirada de mis ojos extendió la mano hasta tocarme suavemente el muslo, y después la deslizó hasta acariciarme los huevos con la yema de los dedos. La polla empezó a babear.

En aquel momento me fijé en el amasijo de ropas que se acababa de quitar y que reposaban sobre una silla y observé algo que casi me hace saltar. Encima de todo el montón se encontraban unas bragas blancas. ¡Paquita estaba sin bragas debajo de la sábana y me invitaba elocuentemente a que explorara un terreno nuevo! Deslicé la mano temblorosa bajo la sábana. Paquita volvió a sonre�*r. El roce de su muslo hizo que mi polla creciera medio cent�*metro. Se puso seria, o eso me pareció, pero ahora yo estaba decidido. Llevé la mano hasta encontrar la suavidad de sus pelos. Me resultaron mucho más largos y abundantes de lo que imaginaba. Me aferró la polla por el tronco, pero no abrió las piernas. Forzando un poco consegu�* llevar la mano hasta la entrada de su vagina, completamente empapada. Sent�* que me mareaba. La polla segu�*a creciendo. El glande hab�*a adquirido un color más allá del morado. Pensé que me pod�*a ocurrir algo, que quizás hubiera infartos de polla, y si los hab�*a yo deb�*a estar al borde. No sab�*a muy bien qué hacer.

Consegu�* introducir un dedo por la vagina acentuando as�* la sensación deliciosa. Ella me apretó con más fuerza y cerró los ojos. Empecé a mover el dedo acompasadamente, y ella siguió mi ritmo en la polla. Ahora dudaba nuevamente. No sab�*a si deb�*a arrojar la sábana al suelo, echarme encima de ella y clavarle la polla, o mantenerme en el terreno de la doble paja. Una vez más el cobarde venció en mi y pospuse mentalmente para el d�*a siguiente el paso a la siguiente fase. Además, ahora estaba seguro de que ser�*a ella misma la que, como hoy, me lo indicar�*a. Me concentré en su coño. Ella hab�*a abierto los ojos y me miraba con lo que me pareció cierta timidez. Esbozó una sonrisa. Le dije: “Me está gustando mucho”. “A mi también”, contestó. Bajé la voz: “Lo vamos a hacer muchas veces, ¿verdad?” Esta vez se limitó a sonre�*r. En ese momento me juré que mañana intentar�*a follarla. No solo por el placer que me promet�*a, sino porque se lo merec�*a.

Ten�*a que darle todo el placer de que fuera capaz. De pronto sent�* que el dulc�*simo placer que me recorr�*a no era algo perverso, pecaminoso, ni nada parecido, sino una manifestación sobrenatural de lo más sublime. Con esa sensación de bondad empecé a notar la proximidad de la corrida. “Me parece que ya viene.” “Espera un poco”, me dijo, y sin detenerse intentó sacar un pañuelo de debajo de la almohada con la otra mano, pero en aquel momento se produjo la explosión y los churretazos esta vez aterrizaron en su cuello, pecho, y camisón. En ese momento noté en el dedo que le trabajaba la vagina lo que deb�*a ser un orgasmo simétrico. “Perdona, no me he podido contener.” “No importa, Nacho. Pero ahora déjame un poco que necesito descansar.” Le di un beso en la mejilla, uno de los besos más filiales y más expresivos que le hab�*a dado nunca, le dije “Gracias”, y sal�* de su habitación. Desde la puerta me volv�* y la vi sonrojarse.

Por la noche en mi cuarto me atormentaba la duda. ¿Presentarme o no en el cuarto de mi madre? Por una parte, sent�*a unas ganas enormes de volver a sentir la delicia de sus dedos, de tocarla, de correrme con ella, pero ahora en medio de la voluptuosidad sin prisas de la noche. Pero por otra parte deb�*a descartar la tentación por el peligro de ser descubiertos, o al menos porque Paquita lo temiera: las chicas dorm�*an cerca y podr�*an o�*r algo.

En medio de mis cavilaciones me empecé a dar cuenta de que en el fondo lo que me deten�*a no era el peligro de ser descubiertos. El riesgo era m�*nimo, y el deseo era mucho más fuerte. Lo que me paralizaba era el miedo a enfrentarme con el cumplimiento de mi promesa, el paso a la acción, el intento de follármela. Pero lo más sorprendente era que lo que tem�*a no era en realidad el rechazo de Paquita o que con mi atrevimiento hiciera peligrar tan placentera situación. Lo que me atemorizaba en el fondo era que ella me dejara que se la metiera. Me daba cuenta de que lo que me hac�*a dudar era la fuerza del tabú del incesto. Por eso en realidad estaba intentando elevar la presión en la caldera del deseo para que cuando llegara el momento de montarme a mi madre, los temores -¡sobre todo los m�*os!- se desvanecieran ante la energ�*a incontenible de esa caldera cuyo manómetro avanzaba cada d�*a. O en todo caso no quer�*a enfrentarme con esa eventualidad.

En los d�*as anteriores hab�*a pasado los momentos más deliciosos de mi vida, pero no sab�*a cómo reaccionar�*a ante el cuerpo de mi madre expuesto para que se la clavara. Peor aún no sab�*a qué iba a ser de mi mismo después de follarme a mi propia madre, qué iba a pasar con todo el cariño que en medio de todas las peripecias sexuales segu�*a sintiendo por ella, quizás un cariño aun mayor que antes. Además, por lejano que estuviera mi padre, en todo el asunto gravitaba el temor ante su figura. Lo que hab�*amos hecho era grave, pero follar podr�*a ser terrible. Decid�* esperar hasta la próxima siesta, que desdichadamente ser�*a la última antes del fin de semana y el probable regreso del padre para la mañana del domingo.

Aquel viernes se presentaba como la última sesión antes de un per�*odo seguramente largo de abstinencia, sin la ilusión que en los últimos d�*as me hab�*a dominado al acercarse la hora de la siesta. Además, a pesar de todos los temores, en ese d�*a iba a intentar follarme a Paquita. Decid�* forzar las cosas desde el principio. No iba a respetar los minutos de espera hasta que mi madre se desnudase y se metiera en la cama. Aguardé desnudo en mi cuarto hasta que o�* a mi madre entrar en su cuarto. Sin dudarlo me dirig�* hacia allá y abr�* la puerta sin llamar. Paquita se sorprendió y se puso nerviosa. Me pidió que esperara fuera cinco minutos mientras se met�*a en la cama. Le dije que prefer�*a quedarme. Se negó. Insist�*. Le dije que no mirar�*a mientras se desnudaba. No sab�*a por qué, pero sent�*a que si la consegu�*a la aceptación de Paquita ser�*a un paso definitivo. Al final me dijo que me volviera de espaldas. Di la vuelta a la silla desde donde se hab�*a iniciado la aventura una semana atrás y esperé lleno de ansiedad.

Me resultó dif�*cil no volver la cabeza mientras o�*a los ruidos de la ropa de mi madre. Una vez más me atormentaba la duda: ¿deb�*a darme la vuelta o era preferible mostrarse obediente de momento? Mientras, trataba de imaginar lo que estaba ocurriendo a mis espaldas, qué prenda se quitaba, cómo lo hac�*a. Mi polla, ya muy estimulada, estaba adquiriendo aquel morado tumefacto que me hab�*a hecho pensar d�*as atrás en la posibilidad de un infarto. Quer�*a que Paquita la viera. Me acaricié, y sin volver la cabeza giré un poco el tronco de manera que ella pudiera advertir con qué material se iba a encontrar en breve. En ese momento o�* los muelles de la cama. Me volv�* y la vi desnuda, tapándose con la sábana. Me acerqué sujetando la herramienta con la mano. Esta vez di la vuelta a la cama y me dirig�* al lado derecho, eso facilitar�*a el trabajo de los dos.

Sin preámbulos Paquita me aferró la polla y empezó a menearla con más �*mpetu que nunca. Por mi parte, deslicé la mano bajo la sábana hasta encontrar la pegajosa entrada de su vagina. Mejor colocado esta vez le met�* dos dedos, lo que fue recibido con un respingo. Pero hab�*a hecho un pacto conmigo mismo y no pod�*a pararme en el estado delicioso en que me adentraba. Me forcé a mi mismo a actuar. Con la mano izquierda empecé a retirar la sábana. Saqué la mano de la vagina de mi madre, que me miró un poco sorprendida. La sonre�*, y soltándome de la presión de su mano me incliné sobre ella con la visible intención de tumbarme encima.

Su reacción fue inmediata. Se tapó con la sábana. Dijo. “¡Eso no! ¡Ni hablar! ¡Ni se te ocurra!” Fui tan estúpido como para contestar: “Pero, ¿por qué?” “Porque no me da la gana. Además es un pecado terrible e irreparable. Es incesto. Acaso no lo sabes.” Recuperé la cordura. Sab�*a que era inútil discutir con ella, y explicarle que lo que llevábamos haciendo desde hac�*a una semana era igualmente incesto, malsano, pecado, etc. y ella lo estaba disfrutando de lo lindo. “Vale. Está bien. Pero volvamos adonde estábamos.” “No sé. ¿Te vas a portar bien?” “S�*, de verdad. Anda.” Tomé su mano y la volv�*a a llevar hacia la polla. Sin mucha resistencia, consegu�* que volviera al meneo, mientras yo volv�*a a taladrar su vagina.

Al cabo de unos segundos estaba inmerso de nuevo en el trance, pero me di cuenta de la codicia con que Paquita me miraba la polla. Volv�* a decirle lo mucho que estaba disfrutando, que ten�*a unos dedos maravillosos y que quer�*a seguir haciéndolo muchas veces. Me sonrió dulcemente, y me dijo que s�* con los ojos. Le dije que necesitaba apartar la sábana para verla. Se negó con la cabeza, mientras segu�*a con su labor. Le arreé a la vagina un envión con los dedos lo que le hizo soltar un respingo. “No es justo que tú disfrutes viéndomela y que yo no pueda mirarte”. Me volvió a sonre�*r y me dejó retirar la sábana. Ahora ten�*a delante el espectáculo único de sus muslos blanqu�*simos abiertos, las piernas un poco flexionadas, mientras una mano la taladradaba a través de la densa pelambrera, y esa mano era la mano de su querido hijo, que en aquel momento sent�*a cómo su polla babeante era acariciada magistralmente por la mano materna.

Sent�*a que dentro de algunos d�*as conseguir�*a clavarle la polla en esa vagina cuyas deliciosas paredes trabajaban incansables mis dedos. Fue excesivo. En unos segundos aquello me provocó una eyaculación inmediata. Se lo advert�*. Esta vez ella apuntó la polla hacia sus pequeños pechos, que quedaron cruzados por churretones brillantes.

No estaba seguro de que ella se hubiera corrido por lo que volv�* a poner mis dedos en movimiento. Paquita me dejó hacer. A pesar de mi inexperiencia me daba cuenta de que follármela era cuestión de tiempo, no mucho. La notaba cada vez más caliente y sobre todo, más desinhibida. Sin embargo, ten�*amos por delante un paréntesis, que durante un tiempo imprevisible iba a impedir esas hermosas siestas materno-filiales. Con la izquierda empecé a acariciar los pequeños pechos de mi madre completamente pringados con el fruto de sus labores mene�*les.

Aparté un poco su brazo derecho, ahora inerte, para ver bien el sobaco que yo sab�*a muy peludo, y que era otro de los puntos de su cuerpo que me fascinaban. La visión de la espesa mata de pelo me provocó una extraña asociación lujuriosa. Me incliné hacia el sobaco y lo besé, a pesar de su ligera resistencia. Noté un gusto acre que no consiguió frenar mi excitación. Desde ese punto me dirig�* afanosamente hacia sus tetas, que sorb�* con pasión. En ese momento empecé a notar los apretones de su corrida, lo que hizo que recuperara una erección notable, y la ilusión de volver a intentar montarla, hasta tal punto la notaba entregada. Cuando iba a tumbarme a su lado sonó el teléfono. Maldije en mi interior a Graham Bell. Era mi t�*a, que quer�*a salir de comprar con mi madre. La siesta hab�*a terminado.

La perspectiva de los dos d�*as del fin de semana sin siesta y la ahora segura llegada de mi padre el mismo domingo me decidió a tentar la suerte ese viernes por la noche. Acudir�*a al cuarto de mi madre para darme un último atracón, y tratar de completar lo que esa tarde hab�*a sido interrumpido. Hab�*a notado además algunos signos que parec�*an invitarme a la aventura nocturna. No solo ciertas miradas y una caricia descuidada en el pelo mientras cenábamos. Más tarde, cuando ve�*amos la televisión después de cenar, me senté en la butaca frente al sofá en el que se encontraba mi madre.
De forma disimulada, salvo para Paquita, hab�*a estado dirigiendo miradas inflamadas a sus piernas.

Por su parte, ella hab�*a dejado que la falda se deslizara un poco hacia arriba, mostrando una ración generosa de la blancura de sus muslos. En algún momento abrió liberalmente las piernas para facilitarme la visión interior, sin que mis hermanas lo advirtieran. No era necesario tanto est�*mulo. Ten�*a a su hijo caliente como un perro en celo, y dada la situación, estaba decidido a intentar pasar parte de la noche en brazos de su madre; si era posible, entre sus muslos, que notaba cada vez más abiertos para él.

Sin embargo, la espera hasta estar seguro de que mis hermanas dorm�*an me resultó insoportable, sobre todo porque solo depend�*a de mi acabarla cuando deseara. Quizás fue el rato más dif�*cil de toda aquella aventura. Hacia la una y media decid�* que hab�*a llegado el momento. Consegu�* recorrer el pasillo hasta su cuarto con la perfección silenciosa de un sioux. Tardé interminables segundos en hacer girar el abridor de la puerta, y después la empujé mil�*metro a mil�*metro. Aunque no consegu�* completarla operación con todo el silencio que pretend�*a, el resultado fue satisfactorio. Finalmente, repet�* el proceso a la inversa hasta cerrar la puerta a mis espaldas. O�* entonces el susurro de mi madre. “Echa el cerrojo”. Sonre�*, mientras obedec�*a su orden. Mi madre me hab�*a esperado despierta. Por su voz parec�*a algo nerviosa, quizás con más deseo que yo mismo. Me di cuenta de que lo ocurrido hac�*a unas horas hab�*a sido una meditada serie de provocaciones para asegurarse esta visita.

Sin preámbulos levanté la sábana y me tumbé a su lado. Ella llevaba puesto el camisón. No sab�*a muy bien cuál deb�*a ser mi estrategia. Empecé a acariciarla y descubr�* con un vah�*do que no llevaba bragas. Mientras pasaba y repasaba el dedo por su vulva empecé a acercar mi cuerpo en busca del abrazo. “Hay una cosa que no vamos a hacer. Ya sabes”, me dijo. Mientras asent�*a, mi polla estaba ya a pocos cent�*metros de su pubis. “Vale”, contesté. “No. Me tienes que prometer que no lo vas a intentar. Es incesto, Nacho. Es muy grave. Es irreparable. No podemos hacerlo.” “Si quieres, firmamos la promesa con un beso.” Mi cinismo ascendió varios escalones en ese momento. “Bueno, dame un beso.” Nuestras bocas se juntaron por primera vez. Ella la manten�*a cerrada, mientras yo trataba de introducirle la lengua. Se resistió con tenacidad.

Me separé un poco. “No podemos firmar una promesa de esa forma. Si es un beso es un beso.” Con la mano izquierda acariciaba la suavidad de su culo, y empecé a acercar su cuerpo al m�*o. La polla entró en contacto con su vientre, ya a escas�*simos cent�*metros de la entrada de su vagina. El contacto actuaba sobre sus miedos como la llama sobre la cera. Intenté besarla de nuevo. Esta vez ella dejó la boca entreabierta. No intenté meter la lengua. Nos quedamos as�* con las bocas abiertas unidas. Mientras, apretaba y mov�*a la polla contra su vientre. Desde su culo mi mano intentaba alcanzar la entrada de la vagina. Paquita abrió un poco más la boca y dejó que insertara un cent�*metro de lengua.

Aquel era el agujero en la muralla por el que iba a penetrar el ejército invasor. Uno tiende a minusvalorar la excitación sexual que puede llegar a producir un beso, y a veces -como en esa ocasión- su efecto es casi tan potente como un orgasmo. Mi madre empezó a sorber mi lengua con toda su alma, y yo le met�* por all�* la fuerza de todo mi deseo. Pero no perd�* la cabeza, hab�*a conseguido llevar la punta de la polla hasta su vulva, y trazaba all�* l�*neas irregulares con mi capullo babeante. Paquita hab�*a perdido la cabeza, me dejaba hacer casi inconsciente.

Puedo jurar que no fue en absoluto deliberado, aunque ningún tribunal me absolver�*a, supongo, pero de pronto mi polla entró en su vagina del modo más natural e imprevisto que se pueda imaginar. Cuando ambos fuimos conscientes de lo que hab�*a ocurrido, Paquita ten�*a ya dentro dos tercios de mi instrumento, que no es ciertamente el monstruo de longitud habitual en un relato pornográfico, pero que es considerable. El placer era irresistible. Se desprendió del beso. “¿Pero qué haces? No puede ser. No puede ser. Esto es terrible.” Pero aparte de sus protestas verbales su cuerpo no se resist�*a. Si estaba sintiendo tan solo la mitad del placer que yo experimentaba no hab�*a ninguna probabilidad de que aquello se viera interrumpido por su voluntad.

No contesté, sino que acabé de meterle la polla hasta que mi pubis sintió la caricia del suyo, pero con un significativo trozo de mi anatom�*a ya dentro de su vientre. “No puede ser. Sácala, Nacho, por favor. ¿Qué vas a pensar de mi?” Me mantuve inmóvil, respirando con fuerza, mientras abrazaba a mi madre, e intentaba besar su boca. Apartó la cabeza, pero no el coño, que segu�*a taladrado por mi instrumento, que hab�*a alcanzado un tamaño y una dureza monstruosos. “Me hab�*as prometido… Anda, sácala.” Por un momento, pensé en obedecerla solo por el placer de ver su reacción, pero el placer me lo imped�*a. ¡Estaba follándome a mi madre!

El sueño de felicidad más insensato que pod�*a concebir, el que durante semanas me hab�*a obsesionado hasta extremos absurdos. Tan solo con un puñado de movimientos me iba a correr e iba a inundar su útero con la semilla nacida de ella misma. Hubiera necesitado una fuerza de voluntad inhumana para renunciar en aquel momento al abrazo delicioso de su vagina. Necesité parte de esa voluntad para mantenerme tranquilo y no estallar en una especie de epilepsia.

Empecé a moverme. Primero con much�*sima suavidad. Paquita abrió un poco más sus muslos. “No. No puede ser.” Repet�*a, pero ahora hablaba más consigo misma que conmigo. Los dos sab�*amos que aquello era irreversible, y sólo acabar�*a de la mejor manera posible. Por abajo se preparaba el orgasmo de nuestras vidas. Segu�* moviéndome suavemente, y consegu�* hacer girar nuestros cuerpos hasta que mi madre quedó tumbada sobre su espalda, conmigo encima. Sent�* la intensidad del olor agridulce de sus sobacos, lo que consiguió excitarme todav�*a más.

Empecé a bombear la polla a un ritmo creciente. Ahora los cojones chapoteaban contra su culo. Noté el inicio del orgasmo de mi madre. Paquita me abrazó con las piernas y con los brazos, dejándose dominar por el placer sin ofrecer resistencia. La tapé la boca con un beso. Ahora tem�*a que fuera ella quien despertara a mis hermanas. Me detuve. Me incorporé un poco y la miré. “¿Qué vas a pensar de m�* ahora?” “Que eres maravillosa. Te quiero más que nunca. Quiero follarte muchas, muchas veces, y hacer todo contigo.” Reanudé mis acometidas. Noté que no me quedaba mucho para que empezara a escupir semen a toda presión. “Me falta muy poco.” Ella se estaba dejando llevar, de nuevo. “Es buen�*simo”, dijo. Volv�* a besarla con toda la boca, y aceleré el ritmo de mis movimientos notando la fuerza deliciosa del orgasmo en todo el cuerpo.

Paquita estaba corriéndose de nuevo conmigo, que rebuznaba de forma apagada, al borde del desmayo. Cuando las oleadas de placer se fueron apagando me di cuenta que en ese momento mi vida hab�*a cambiado, que nada volver�*a ser igual, que en ese momento se iniciaba algo nuevo. Volv�* a besarla. Sal�* de ella, y me eché a su lado. A los pocos segundos estaba profundamente dormido.

Cuando me desperté tardé un par de segundos en advertir que estaba en la cama de mi madre, y que ésta yac�*a a mi lado. Me incorporé ligeramente para ver la hora en el despertador de la mesilla. Las cuatro y cuarto. Dispon�*a de más de dos horas para poner en práctica algunas de mis fantas�*as. El movimiento deb�*a haber despertado a Paquita. La acaricié ligeramente el brazo. “Nacho, espera. Tenemos que hablar.” No era precisamente lo que más me apetec�*a en ese momento, pero sab�*a que tendr�*a que escuchar el sermón que se avecinaba. Aguardé en silencio. “Necesito explicarte algunas cosas. Es necesario que me entiendas.” Hizo una pausa.

Le costaba encontrar la manera de decirme lo que quer�*a. “¿Sabes, tu padre y yo…? Bueno, el caso es que tu padre y yo hace mucho tiempo que no hacemos… Ya sabes.” “¿Quieres decir que no hay sexo entre vosotros?” “Eso es.” Sent�* una mezcla de estupefacción y alivio. En realidad, aquella revelación no era del todo inesperada. Desde el momento en que todo aquello hab�*a empezado sab�*a que mi madre se ve�*a empujada por alguna carencia. Paquita no era una ninfómana, ni yo era tan imbécil como para pensar que mi cara bonita hab�*a trastornado a una mujer de cincuenta años. No lo hab�*a llegado a formular, pero la única explicación posible era la que acababa de o�*r de sus labios. “Para mi ha sido muy dif�*cil. Por eso ha pasado. Además ten�*a miedo de que ocurriera fuera. Aunque te parezca mentira he pasado situaciones peligrosas.”

Ahora s�* que hab�*a conseguido sorprenderme. “Me han hecho insinuaciones.” “¿Pero quién?”, no pude evitar preguntar. “El caso es que no quer�*a que ocurriera. Uno de ellos ha sido el t�*o Federico” ¡Hostia! El marido de la pesada de mi t�*a Fuencisla, aquel ser distante y desagradable hab�*a tratado de beneficiarse a mi madre. La polla se hab�*a estirado como un resorte. Necesitaba saber detalles de aquella historia, pero eso deb�*a esperar. Paquita siguió con su explicación. “Estaba muy asustada porque pudiera ocurrir algo con él. Me sent�*a débil porque tu padre no me hac�*a caso. Entonces empecé a notar cómo tú también me mirabas as�*. Eso era distinto. Cre�* que pod�*a manejarlo. Eres mi hijo. Me sent�*a excitada, me gustaba que me miraras. Era distinto, y además aqu�* en casa. Sin peligros. Nunca pensé que pudiera llegar tan lejos. Al principio hab�*a excluido cualquier contacto, y ya ves. Ahora estoy muy preocupada.

Me da miedo que nuestra relación se resienta. Me parece que deber�*amos dejarlo.” “Por favor, no seas absurda. Te sigo queriendo igual. No. Mucho más de lo que te quer�*a antes, como madre. Desde hace unos d�*as tengo la sensación de estar más unido a ti que nunca. Es todo. Contigo he sentido la felicidad mayor. Es el secreto, el que sólo lo sepamos tú y yo. Saber que al recibir placer de ti te lo doy también. Es poder contarte lo que siento. Todo. No tienes que preocuparte por mi cariño.”

Sent�* cómo mis palabras, susurradas más que dichas la penetraban por todos los poros. Empecé a acariciarle el brazo, luego el pecho. Quizás hab�*a llegado el momento de contarle mi lado de la historia. “Hac�*a mucho que me sent�*a atra�*do por ti. No sé si contarte una cosa que me da un poco de vergüenza.” “Cuéntamelo, Nacho.” “Verás. Algunas veces miraba por la cerradura del cuarto de baño cuando tú estabas dentro.” “¿S�*?” “S�*. Estaba obsesionado. Me masturbaba después recordando lo que hab�*a visto.” “Hombre, hab�*a notado cómo me mirabas a veces, pero no pensaba que eras tan sinvergüenza.”

Se rió. Ahora hab�*a llevado la mano hacia su muslo. “Perdona, pero ten�*a muchas ganas. Hasta que el d�*a en que me pusiste la pomada no pensé que… Bueno, ya sabes. Desde ese d�*a solo he pensado en ti, todas las otras no me importaban. Y lo que ha pasado, bueno, me encanta. Ha habido momentos en que yo también ten�*a miedo de que pasara esto, pero ahora lo he superado. Estoy encantado. Me lo he pasado maravillosamente, y me lo pienso seguir pasando.” Re�* silenciosamente. Mientras llevaba la mano hasta su coño, completamente empapado.

Hab�*a llegado el turno de las revelaciones de Paquita. Me contó que el viernes anterior ella era consciente de que me estaba excitando. Levantó la pierna de forma casual, pero al percibir mi reacción la mantuvo. Se dio cuenta de que me estaba tocando, y se excitó much�*simo con todo el proceso. Se dio la vuelta para que pudiera completar mi propósito con más comodidad. Aquella siesta le proporcionó más bienestar sexual que todo lo experimentado en los últimos dos o tres años, incluidos los acosos de su cuñado, pero desgraciadamente le dejó con ganas de más. El lunes siguiente esperó ansiosamente mi aparición.

Luego el asunto se le fue escapando de las manos. En realidad, ella pensaba seguir haciéndose la despistada, fingir que no se enteraba de nada de lo que ocurr�*a a su lado, pero sin dejar de disfrutarlo, tal como hab�*a hecho el primer d�*a. Todo se estropeó la tarde que aparec�* en calzoncillos y no me tapé con el periódico. “Fue automático. Miré y ya no pude apartar la vista. Y cuando me pediste ayuda y te acercaste no pod�*a resistirme. No pensé. Fue todo reflejo. Luego ya no lo pude parar.” Entre el relato y el trabajo de mis dedos estaba a punto de correrse. No sab�*a si montarla o esperar. Opté por echar leña verbal al fuego: “Ha sido además mucho mejor de lo que hab�*a esperado, desde las pajas que me hice ah�* en la silla hasta el polvo que echamos antes. ¿Sab�*as que ha sido la primera vez que follaba?” Paquita inició un corridón oceánico.

Cuando empezó a recuperarse continué: “Lo malo es que ahora nos va a ser muy dif�*cil hacer estas cosas, con papá por aqu�*. Lo único seguro es que hay que tener todas las precauciones. Que se enterase alguien es lo realmente malo.” “Claro. Pero no te preocupes, tu padre tiene muchos viajes este año.” “En todo caso, yo voy a estar siempre dispuesto para ti. Cada vez que haya una oportunidad y a ti te apetezca te la voy a meter.” Se incorporó y nos dimos un profundo beso. Paquita no solo estaba muy caliente, se hab�*a emocionado.

Me dijo: “Soy toda tuya. Quiero que hagas conmigo todo lo que quieras hacer.” “Pues tengo unas ideas mal�*simas.” “Lo que quieras. Para mi lo importante es ahora saber que te doy placer a ti.” “Gracias. Una pregunta, ¿cómo quieres que te llame aqu�*, ‘Mamá’ ó ‘Paquita’?” “De las dos formas me gusta. Lo que te apetezca en cada momento.” “Ahora vamos a follar un poco, pero para el futuro tengo planes. Quiero que me la chupes, y chuparte yo el coño, y quiero darte por el culo. Eso me hace mucha ilusión. También me apetece que nos meemos el uno al otro. No sé, todas esas cosas.”

La acaricié. Estaba aun más excitada. “Ponte de espaldas, que te la quiero meter desde atrás.” Se rió en silencio y se dio la vuelta. Encend�* la luz de la mesilla. Por nada del mundo quer�*a perderme el espectáculo que ven�*a ahora. Mi madre desnuda a cuatro patas, ofreciendo la vagina a su hijo, que sab�*a que también era dueño del culo. Me incorporé, y le amasé las tetas desde atrás. Tomé en la derecha la erección y traté de dirigirla hacia su agujero. Me costó ajustarla pero finalmente se deslizó con el ruido de un obsceno chapoteo. Paquita lanzó un gemido. “¿Te gusta?” “Mucho.” “A mi también mamá. ¿As�* que el t�*o Federico quer�*a hacerte esto?” Volvió a re�*rse. Asintió con un gruñido. “Pero no me dejé.” “¿Y te gustó que te hiciera proposiciones guarras?” “S�*. Me sent�*a muy mal porque tu padre ya no me hac�*a caso.

Una mujer necesita saber que todav�*a atrae a los hombres. No acepté, pero le dejé avanzar un poco …” “¿Ha sido hace mucho?” “La primera vez fue hace mucho, pero últimamente hab�*a vuelto a la carga.” “No sigas contándolo que me voy a correr, y tengo que meterte mi semen y el del t�*o Federico que te has quedado sin él.” “Pues, córrete tonto.” “No me lo digas dos veces”, dije, mientras aceleraba los enviones, consciente de que aquello no ten�*a remedio y la iba a volver a llenar de semen. Para rematar el desaguisado, Paquita empezó a correrse con una fuerza bestial.
 

Sabate

Virgen
Registrado
Jul 10, 2010
Mensajes
40
Likes Recibidos
0
Puntos
0
Re: Me Gusta Leer Relatos De Incesto Entre Madres E Hijos. Mas Cuando Las Agarran Dor

Muy bueno, estas historias son enervantes
 

alberti111

Virgen
Registrado
Ago 24, 2009
Mensajes
6
Likes Recibidos
0
Puntos
0
Re: Me Gusta Leer Relatos De Incesto Entre Madres E Hijos. Mas Cuando Las Agarran Dor

excitante hoistoria sigue asi!!!!!!!!!
 

osmoba1

Virgen
Registrado
Mar 23, 2011
Mensajes
2
Likes Recibidos
0
Puntos
0
Re: Me Gusta Leer Relatos De Incesto Entre Madres E Hijos. Mas Cuando Las Agarran Dor

Me he quedao pegado a la pantalla del PC. Muy bueno.
 

kroonos11

Virgen
Registrado
Oct 16, 2010
Mensajes
444
Likes Recibidos
0
Puntos
0
Re: Me Gusta Leer Relatos De Incesto Entre Madres E Hijos. Mas Cuando Las Agarran Dor

buena historia:clap:
 

rixi12

Virgen
Registrado
Oct 24, 2011
Mensajes
1
Likes Recibidos
0
Puntos
1
Re: Me Gusta Leer Relatos De Incesto Entre Madres E Hijos. Mas Cuando Las Agarran Dor

QUOTE=osmoba1;2328907]Me he quedao pegado a la pantalla del PC. Muy bueno.[/QUOTE]QUOTE=osmoba1;2328907]Me he quedao pegado a la pantalla del PC. Muy bueno.[/QUOTE]QUOTE=osmoba1;2328907]Me he quedao pegado a la pantalla del PC. Muy bueno.[/QUOTE]QUOTE=osmoba1;2328907]Me he quedao pegado a la pantalla del PC. Muy bueno.[/QUOTE]QUOTE=osmoba1;2328907]Me he quedao pegado a la pantalla del PC. Muy bueno.[/QUOTE]QUOTE=osmoba1;2328907]Me he quedao pegado a la pantalla del PC. Muy bueno.[/QUOTE]QUOTE=osmoba1;2328907]Me he quedao pegado a la pantalla del PC. Muy bueno.[/QUOTE]QUOTE=osmoba1;2328907]Me he quedao pegado a la pantalla del PC. Muy bueno.[/QUOTE]
Me he quedao pegado a la pantalla del PC. Muy bueno.
 

METHERO

Virgen
Registrado
Nov 9, 2011
Mensajes
7
Likes Recibidos
0
Puntos
0
Re: Me Gusta Leer Relatos De Incesto Entre Madres E Hijos. Mas Cuando Las Agarran Dor

:icon_cool: nice XD
 

guelbatron

Virgen
Registrado
Ago 4, 2007
Mensajes
21
Likes Recibidos
0
Puntos
1
Re: Me Gusta Leer Relatos De Incesto Entre Madres E Hijos. Mas Cuando Las Agarran Dor

me dormi, igual gracias.
 

guio

Virgen
Registrado
Dic 24, 2011
Mensajes
12
Likes Recibidos
0
Puntos
0
Re: Me Gusta Leer Relatos De Incesto Entre Madres E Hijos. Mas Cuando Las Agarran Dor

Como me ha puesto la historia que gustraria que me hubiese ocurrido a mi
 
Arriba Pie