Historias el macho
Virgen
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Lupita, 32 años y casada con el buen David, un tipo buena onda pero un poco soso, estaba hasta la coronilla de su vida monótona. Su escape, inconfesable incluso para ella misma, eran las visitas mensuales al ginecólogo, el Dr. Carlos, un negrito con una verga que te dejaba sin aliento. Mientras David, ajeno a todo, esperaba pacientemente afuera, Lupita y Carlos tejían una complicidad secreta y apasionada.
“Ya casi, mi amor,” decía Lupita por celular a David, mientras el Dr. Carlos, con dedos expertos le exploraba el coño. "Se alargó un poco la revisión".
“Ay, Lupita, no te preocupes, ya me voy a dormir. No tardes mucho, ¿sí?” respondía David, su voz llena de cariño, ignorante del revolcón que su mujer estaba a punto de recibir.
Las revisiones ginecológicas eran una coartada perfecta para sus encuentros sexuales. El doctor, con una maestría que la dejaba sin aliento, la tocaba, la besaba, la excitaba hasta el límite. Le metía los dedos en la concha, le acariciaba el clítoris con una precisión que la hacía gemir, y le hacía una mamada que la dejaba temblando. "Estás tan buena, Lupita," susurraba Carlos al oído, entre besos apasionados. "Tu coño está delicioso."
Con cada encuentro, la química entre ellos se intensificaba. El riesgo de ser descubiertos, la emoción del secreto compartido, intensificaba el placer. Una vez, casi los atrapan; David se asomó por la puerta, pero Lupita logró disimular a tiempo. En otra, el celular de David sonó justo en el momento en que Carlos le estaba follando el coño.
Cuando descubrieron que estaba embarazada, ambos, Lupita y David, se regocijaron. David, un tipo religioso, lo vio como un milagro. Lupita, sin embargo, guardaba un secreto: el padre del bebé era el Dr. Carlos. El embarazo no enfrió su pasión, más bien, la intensificó. Los encuentros clandestinos continuaron, más apasionados y urgentes que nunca. A Carlos ya no solo le gustaba follarle el coño; también empezó a meterle los dedos en el culo. "¡Ay, Dios mío!", gemía Lupita, "eres un pervertido delicioso".
“Cariño, ya voy,” decía Lupita a David, su voz trémula, disimulando la excitación. Mientras hablaba por teléfono, el doctor la besaba con fervor, sus manos explorando su vientre en crecimiento. David seguía esperando pacientemente, ajeno a la intensa follada que su esposa estaba recibiendo.
Las visitas al ginecólogo se convirtieron en un ritual de doble significado, una mezcla de rutina médica y encuentros furtivos. Carlos la examinaba, la tocaba, pero entre las exploraciones, se daban espacio para la intimidad. A veces, Carlos la follara directamente en el sillón de exploración, metiéndole su verga hasta el fondo de su coño caliente.
A medida que avanzaba el embarazo, la tensión era más palpable. Lupita sentía la culpa carcomérsela, pero el deseo hacia Carlos era innegable. El miedo de ser descubierta se mezclaba con el placer, una mezcla adictiva y peligrosa. David, ajeno a todo, acunaba su barriguita con el cariño y la inocencia de un futuro padre, sin saber la verdad.
Lupita trataba de encontrar un equilibrio, el afecto por David y la pasión por Carlos luchaban en su interior. La follada con Carlos se convirtió en una necesidad, una dependencia sexual y emocional que la atormentaba día a día.
El día del parto, la tensión era máxima. David estaba en la sala de espera, radiante y nervioso. Carlos estaba a su lado. Al final, el parto fue una experiencia intensa para Lupita: el dolor físico mezclado con la satisfacción de la culminación de su aventura.
Los meses posteriores fueron una mezcla de rutina diaria y remordimientos. Lupita trataba de ser una buena madre y esposa, pero la sombra del secreto estaba siempre presente. El encuentro con Carlos era una necesidad, una dependencia sexual y emocional que la atormentaba.
“Ya casi, mi amor,” decía Lupita por celular a David, mientras el Dr. Carlos, con dedos expertos le exploraba el coño. "Se alargó un poco la revisión".
“Ay, Lupita, no te preocupes, ya me voy a dormir. No tardes mucho, ¿sí?” respondía David, su voz llena de cariño, ignorante del revolcón que su mujer estaba a punto de recibir.
Las revisiones ginecológicas eran una coartada perfecta para sus encuentros sexuales. El doctor, con una maestría que la dejaba sin aliento, la tocaba, la besaba, la excitaba hasta el límite. Le metía los dedos en la concha, le acariciaba el clítoris con una precisión que la hacía gemir, y le hacía una mamada que la dejaba temblando. "Estás tan buena, Lupita," susurraba Carlos al oído, entre besos apasionados. "Tu coño está delicioso."
Con cada encuentro, la química entre ellos se intensificaba. El riesgo de ser descubiertos, la emoción del secreto compartido, intensificaba el placer. Una vez, casi los atrapan; David se asomó por la puerta, pero Lupita logró disimular a tiempo. En otra, el celular de David sonó justo en el momento en que Carlos le estaba follando el coño.
Cuando descubrieron que estaba embarazada, ambos, Lupita y David, se regocijaron. David, un tipo religioso, lo vio como un milagro. Lupita, sin embargo, guardaba un secreto: el padre del bebé era el Dr. Carlos. El embarazo no enfrió su pasión, más bien, la intensificó. Los encuentros clandestinos continuaron, más apasionados y urgentes que nunca. A Carlos ya no solo le gustaba follarle el coño; también empezó a meterle los dedos en el culo. "¡Ay, Dios mío!", gemía Lupita, "eres un pervertido delicioso".
“Cariño, ya voy,” decía Lupita a David, su voz trémula, disimulando la excitación. Mientras hablaba por teléfono, el doctor la besaba con fervor, sus manos explorando su vientre en crecimiento. David seguía esperando pacientemente, ajeno a la intensa follada que su esposa estaba recibiendo.
Las visitas al ginecólogo se convirtieron en un ritual de doble significado, una mezcla de rutina médica y encuentros furtivos. Carlos la examinaba, la tocaba, pero entre las exploraciones, se daban espacio para la intimidad. A veces, Carlos la follara directamente en el sillón de exploración, metiéndole su verga hasta el fondo de su coño caliente.
A medida que avanzaba el embarazo, la tensión era más palpable. Lupita sentía la culpa carcomérsela, pero el deseo hacia Carlos era innegable. El miedo de ser descubierta se mezclaba con el placer, una mezcla adictiva y peligrosa. David, ajeno a todo, acunaba su barriguita con el cariño y la inocencia de un futuro padre, sin saber la verdad.
Lupita trataba de encontrar un equilibrio, el afecto por David y la pasión por Carlos luchaban en su interior. La follada con Carlos se convirtió en una necesidad, una dependencia sexual y emocional que la atormentaba día a día.
El día del parto, la tensión era máxima. David estaba en la sala de espera, radiante y nervioso. Carlos estaba a su lado. Al final, el parto fue una experiencia intensa para Lupita: el dolor físico mezclado con la satisfacción de la culminación de su aventura.
Los meses posteriores fueron una mezcla de rutina diaria y remordimientos. Lupita trataba de ser una buena madre y esposa, pero la sombra del secreto estaba siempre presente. El encuentro con Carlos era una necesidad, una dependencia sexual y emocional que la atormentaba.