Lucía se Convierte en el Regalo Navideño

heranlu

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La primera Navidad juntos tenía algo mágico, como si el aire del pequeño apartamento que compartían estuviera cargado de una energía especial. Las luces del árbol recién decorado parpadeaban, iluminando los adornos que habían colgado entre risas y bromas. A pesar de lo modesto del lugar, habían puesto todo su empeño en hacer que se sintiera como un hogar.

—Creo que quedó perfecto —dijo él, dando un paso atrás para admirar el árbol.

—Falta la estrella —respondió ella, con una sonrisa traviesa mientras sacaba la última pieza de la caja.

Él la levantó por la cintura para que pudiera colocarla en la punta, riendo cuando sus manos temblaron un poco al estirarse. Cuando la estrella quedó en su lugar, ambos retrocedieron para mirar su creación.

—Ahora sí está perfecto —dijo ella, abrazándolo por la espalda.

Las luces del árbol parpadeaban, reflejándose en las paredes y creando un ambiente cálido e íntimo. Él la besó en la frente, sintiendo que no podía pedir más que este momento. Pero ella tenía otros planes.

—Espérame aquí, ¿sí? Tengo una última sorpresa para ti —susurró Lucía, alejándose con un brillo en los ojos que lo dejó intrigado, y se dirigió a la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Él obedeció, sentándose en el sofá y dejando que la calidez de la escena lo envolviera. El apartamento, aunque pequeño, estaba lleno de detalles que hablaban de ellos: las tazas a medio lavar en la cocina, una manta doblada sobre la silla, las fotos colgadas en una esquina del cuarto. Todo parecía cobrar vida bajo las luces navideñas, pero su atención estaba fija en la puerta por donde ella había desaparecido.

Dentro del cuarto, ella se miró en el espejo mientras se ajustaba el pequeño traje navideño rojo que había escogido semanas antes. El vestido, corto y ajustado, se adhería a su cuerpo como una segunda piel, destacando la curva de sus caderas y el volumen de sus pechos, que apenas quedaban cubiertos por el encaje blanco en el borde del escote pronunciado.

Se mordió el labio, acomodando las medias blancas de encaje que subían hasta lo alto de sus muslos, dejando un pequeño espacio de piel desnuda antes de encontrarse con el borde del vestido. Se colocó los tacones rojos que estilizaron aún más sus piernas, y, finalmente, ajustó la coqueta gorra navideña sobre sus ondas doradas.

—Maravilloso —susurró, sonriendo ante su reflejo.

Respiró hondo, sintiendo cómo la ansiedad le aceleraba el pulso. Tranquila, Lucía, no es para tanto... Se miró de arriba abajo en el espejo y sonrió, mordiéndose el labio. Bueno, sí lo es. La idea de ver la cara de Álvaro cuando la viera así le causaba un cosquilleo de puro placer.

—Te va a encantar, tontito —murmuró para sí misma, ajustando el borde del vestido una última vez.

Estaba nerviosa, claro, pero también emocionada. Le gustaba sentirse deseada, saber que podía volverlo loco con sólo aparecerse así.

Cuando Lucía regresó a la sala, Álvaro levantó la mirada y quedó congelado. Su aliento quedó atrapado en su garganta mientras la veía avanzar hacia él con una sensualidad que parecía estudiada y natural al mismo tiempo. El vestido rojo se movía con cada paso, ceñido a su cintura y apenas rozando la parte superior de sus muslos. Las medias blancas y los tacones resaltaban cada centímetro de sus piernas, haciéndolas parecer interminables.

El escote era más atrevido que cualquiera que le había visto usar desde que la conocía, dejando ver la plenitud de sus pechos, que subían y bajaban con cada respiro, atrapando por completo su atención. Con cada movimiento, la tela del vestido parecía deslizarse apenas, dejando entrever parte de su areola, un detalle fugaz pero imposible de ignorar. La insinuación de la dureza de sus pezones bajo el encaje lo desarmó por completo, un indicio claro de lo excitada que ella también estaba.

El suave brillo de su piel, iluminada por la luz cálida del árbol, la hacía parecer una fantasía envuelta en rojo y blanco. Sus labios, pintados de rojo intenso, formaron una sonrisa cargada de promesas mientras lo miraba directamente.

—¿Has sido un niño bueno este año? —preguntó Lucía con voz suave y traviesa, inclinando ligeramente la cabeza mientras se acercaba, dejando que su mirada lo recorriera de arriba abajo.

Álvaro tragó saliva, sin poder apartar los ojos de ella. Su cuerpo, perfecto y lleno de curvas que parecían diseñadas para tentar, lo dejó completamente desarmado. No sólo era lo que veía —esa imagen de Lucía tan atrevida, tan segura— sino lo que significaba. Ella, que solía ser más tímida, recatada en la intimidad, ahora estaba frente a él como si hubiera decidido romper todas las reglas que solía imponerse.

Por lo general, era él quien proponía, quien tomaba la iniciativa cuando se trataba de explorar en su vida sexual. No porque Lucía no disfrutara, sino porque ella parecía necesitar un pequeño empujón, un gesto que la sacara de su comodidad. Pero esta noche era distinta. Había una confianza en sus movimientos, en cómo se presentaba frente a él, que lo sorprendía y lo excitaba en partes iguales.

¿Dónde quedó la Lucía nerviosa que solía sonrojarse con un simple cumplido? pensó, aunque la respuesta le encantaba. Esta versión de ella —atrevida, provocadora— era como un regalo inesperado, uno que lo tenía completamente hipnotizado. Podía sentirlo en su cuerpo, en cómo su pulso se aceleraba, en la presión creciente en su entrepierna que no podía disimular.

Se acomodó ligeramente en el sofá, intentando procesar lo que tenía frente a él, pero su erección, evidente y cada vez más incómoda bajo sus jeans, le decía que no había tiempo para pensar. Lucía sonrió con picardía, como si pudiera leerlo, como si supiera exactamente lo que estaba provocando en él.

—Definitivamente... no me lo esperaba —murmuró finalmente, con voz entrecortada, mientras la admiraba por completo. Pero me encanta.

Lucía caminó hacia él con una sonrisa que mezclaba picardía y ternura, deteniéndose frente al sofá. Álvaro no se movió, como si estuviera atrapado entre la incredulidad y el deseo. Ella, segura de sí misma como nunca antes, se arrodilló a su lado en el sofá, sus rodillas hundiéndose en el cojín mientras sus manos subían lentamente hasta su pecho.

Sin decir una palabra, Lucía inclinó su rostro hacia el suyo, dejando que sus labios rozaran los de él con suavidad. Álvaro respondió al instante, sus manos posándose en las caderas de ella, pero Lucía tenía otros planes. Deslizó sus labios hacia su mandíbula y luego hacia su cuello, depositando pequeños besos húmedos, mientras sentía cómo el cuerpo de Álvaro se tensaba bajo su toque.

—Siempre me vuelves loca... pero esta noche quiero volverte loco a ti —susurró contra su piel, dejando que su aliento cálido lo estremeciera.

Sus labios se movieron hacia su clavícula mientras sus dedos empezaban a desabotonar su camisa, uno a uno, dejando al descubierto su pecho. Lucía sonrió al ver cómo su respiración se aceleraba, el movimiento de su torso haciéndose más evidente con cada beso. Pero no se detuvo ahí.

Su mano bajó con lentitud, recorriendo la línea de su abdomen hasta llegar al botón de sus jeans. Lo desabrochó con precisión, sus dedos tanteando la tela gruesa mientras sentía la presión creciente en su entrepierna. Álvaro soltó un suspiro entre dientes, sus manos apretando ligeramente las caderas de Lucía, incapaz de resistirse a lo que ella estaba haciendo.

—Parece que alguien está listo aquí abajo... —murmuró Lucía con una sonrisa traviesa, su mirada directa hacia él mientras sus manos comenzaban a bajar la cremallera de sus jeans.

Sin apartar la vista de su rostro, Lucía se inclinó más hacia abajo, dejando que su cabello rozara el torso de Álvaro. Deslizó los jeans hacia abajo, liberándolo de la presión, y se acomodó con elegancia entre sus piernas. La picardía en sus ojos se transformó en pura intención, mientras sus labios se acercaban más.

—Relájate, esta noche es todo para ti... —susurró, dejando que su voz cargada de intención lo envolviera. Posó un suave beso justo donde sabía que lo haría perder el control, pero su mirada, intensa y traviesa, prometía que esto era sólo el principio de lo que tenía planeado para él.

Lucía dejó que sus labios rozaran suavemente la longitud de su erección, comenzando desde la base hasta llegar a la punta, donde dejó que su lengua hiciera el primer contacto, lenta y calculada. Álvaro soltó un gemido bajo, profundo, cuando sintió la humedad y el calor de su boca, un sonido que la hizo sonreír internamente.

Con movimientos precisos, Lucía alternó entre pequeñas succiones en la cabeza, deteniéndose brevemente en la piel sensible justo debajo, y recorridos largos con su lengua a lo largo del tronco, explorándolo como sólo ella sabía hacerlo. Cada roce, cada presión estaba guiado por su experiencia, conociendo cada rincón que lo enloquecía y cómo llevarlo al borde con tan solo un toque.

Le encanta cuando hago esto, pensó mientras usaba su lengua para dibujar pequeños círculos, sintiendo cómo él se tensaba bajo sus caricias. No era sólo un acto de deseo físico; cada movimiento suyo estaba impregnado de intención, de un conocimiento íntimo que sólo se gana con el tiempo compartido.

Los gemidos de Álvaro, las pequeñas contracciones de su cuerpo eran un recordatorio de lo que estaba logrando. Pero mientras lo complacía, Lucía también se sorprendía a sí misma. Esta nueva faceta, más atrevida y segura, la empoderaba de una manera que nunca había sentido.

¿Cuándo dejé de ser esa chica que se ponía nerviosa sólo por quitarse la ropa frente a él? pensó mientras lo miraba brevemente a los ojos, disfrutando de la expresión perdida en su rostro. Esta noche era diferente. No estaba esperando ni dudando, estaba tomando la iniciativa, disfrutando de su propio deseo, explorando lo que significaba sentirse completamente cómoda en su piel y en su pasión.

Se inclinó más, intensificando el ritmo, dejando que sus labios y su lengua trabajaran en sincronía mientras sus manos lo sostenían con delicadeza. El control que sentía, el poder de ver cómo él se deshacía poco a poco bajo su toque, la encendía aún más.

—Dios, Lucía… no pares —jadeó Álvaro, su voz entrecortada, mientras sus dedos se hundían ligeramente en el sofá.

Lucía sonrió contra él, sus labios todavía en movimiento mientras escuchaban los gemidos ahogados de Álvaro. Su confianza estaba en su punto máximo, una mezcla de deseo y poder que la empujó a ir aún más lejos. Sin detener sus caricias, llevó sus manos al escote del pequeño vestido navideño y lo deslizó hacia abajo, liberando sus pechos. La sensación de frescura en su piel la excitó aún más, y la mirada de Álvaro, entre asombrada y completamente entregada, le arrancó una sonrisa traviesa.

—¿Esto está bien? —susurró Lucía, dejándole apenas tiempo para asentir antes de mover sus pechos hacia él.

Combinó los movimientos de su boca con la presión suave de sus pechos, deslizándolos a lo largo de su erección mientras lo rodeaba con una calidez única. Álvaro dejó caer la cabeza hacia atrás, gimiendo con una intensidad que jamás había mostrado antes. Sus manos, instintivamente, se posaron sobre los hombros de Lucía, buscando un punto de anclaje mientras ella lo llevaba al borde una y otra vez.

—Dios, Lucía… no sabía que… —jadeó, incapaz de terminar la frase, completamente abrumado por la mezcla de sensaciones que ella le regalaba.

Para Lucía, cada movimiento era una reafirmación de esta nueva versión de sí misma: segura, desinhibida, completamente dueña de su cuerpo y su placer. Ver a Álvaro perder el control bajo sus caricias era un placer en sí mismo, un recordatorio de lo mucho que podían explorar juntos.

—Eres increíble… —murmuró él, con una respiración entrecortada, mientras su mano temblorosa bajaba para rozar su cabello. Hubo un momento de duda, un segundo en el que sus ojos buscaron los de ella antes de decir:

—¿Te molestaría si…? Quiero grabarte. Sólo para mí. Quiero recordar esto siempre.

Lucía levantó la cabeza con una sonrisa que mezclaba picardía y ternura. Había algo en su propuesta que la sorprendía, pero que también la hacía sentir profundamente deseada.

—¿Te gusta tanto? —preguntó con un tono travieso, deteniéndose un momento para buscar su teléfono. Álvaro asintió con rapidez, todavía jadeando.

—No puedes ni imaginarlo.

Ella sonrió mientras volvía a él, esta vez aún más decidida a dejar una marca en su memoria, y quizás en algo más.

Álvaro respiró hondo, intentando recuperar el control mientras alargaba la mano hacia el teléfono que había quedado olvidado sobre el sofá. Cada movimiento de Lucía lo hacía estremecer, pero reunió toda su templanza para desbloquear la pantalla y activar la cámara. Sus dedos temblaban, tanto por el deseo como por el esfuerzo de mantener el enfoque, mientras veía a través de la pantalla cómo ella continuaba con una mezcla de maestría y sensualidad.

Lucía no perdió un segundo. Notó cómo Álvaro la grababa y, lejos de intimidarse, lo miró directamente a la cámara con una sonrisa coqueta. Sus ojos brillaban bajo la tenue luz del árbol navideño mientras sus manos apretaban sus pechos contra él con firmeza, alternando movimientos con su lengua, que seguía explorando con precisión.

—¿Así? —preguntó en un susurro, sus palabras dirigidas tanto a Álvaro como a la lente, dejando claro que estaba completamente cómoda con el momento.

Álvaro jadeó, incapaz de responder con palabras, y mantuvo el teléfono lo más estable que pudo mientras ella intensificaba sus movimientos. Lucía, aun sosteniendo sus pechos, dejó que sus dedos acariciaran su piel, mezclando la suavidad con la presión exacta que sabía lo volvería loco. La cámara capturaba cada detalle: la delicadeza de su lengua, el contraste entre el encaje del vestido caído y su piel desnuda, y la manera en que su cabello rubio caía en ondas desordenadas sobre sus hombros.

Cuando la tensión en su cuerpo alcanzó el punto de no retorno, Álvaro apenas tuvo tiempo de advertirle.

—Lucía… voy a… —jadeó, pero ella sólo lo miró de nuevo, con esos ojos llenos de picardía que lo desarmaban por completo.

Álvaro liberó todo su placer en un clímax que lo recorrió de pies a cabeza. Su respiración se entrecortó mientras sentía cómo su cuerpo se tensaba y luego se relajaba bajo las caricias de Lucía. Parte de la descarga cayó sobre su rostro, su cuello y sus mechones dorados, mientras ella lo miraba sin apartar la vista, completamente entregada al momento.

Lucía dejó escapar una risa suave, todavía sosteniéndolo entre sus pechos, mientras pasaba los dedos por su cabello húmedo, con movimientos lentos y sensuales que parecían decirle que no tenía prisa. Su rostro, ligeramente manchado, brillaba bajo la luz cálida del árbol, pero no parecía importarle.

—Creo que este será tu mejor regalo de Navidad —dijo ella, con una sonrisa traviesa, mientras la cámara seguía capturando cada segundo.

Álvaro dejó el teléfono a un lado, la grabación olvidada, y tomó el rostro de Lucía entre sus manos. Sus pulgares acariciaron con suavidad sus mejillas mientras sus ojos, cargados de emoción, buscaban los de ella.

—Lucía… no tienes idea de lo hermosa que eres.

Ella sonrió, aun respirando con dificultad, mientras con un gesto rápido intentaba limpiarse la cara y el cuello con el borde del vestido. Pero antes de que pudiera moverse demasiado, Álvaro la detuvo.

—Déjame. —Su voz era suave, cargada de ternura, mientras usaba su propia camiseta abandonada en el sofá para ayudarla.

Cuando terminó, la rodeó con sus brazos y la levantó con facilidad, colocándola sobre su regazo. Lucía dejó escapar un suave suspiro al sentir su calor envolviéndola, mientras él la abrazaba con firmeza, pero sin apuro. Con sus labios, Álvaro comenzó a besarla despacio: primero su frente, luego sus mejillas, y finalmente encontró sus labios en un beso profundo, lleno de algo que iba más allá del deseo.

—Gracias —susurró contra sus labios, su tono quebrado por la emoción. —Gracias por esto… por ser tú. No sabes cuánto te amo.

Lucía sintió un nudo en la garganta. Cuando había planeado esta sorpresa, su intención había sido simple: darle placer, demostrarle cuánto lo valoraba. Pero ahora, escuchándolo, sintiendo sus caricias suaves en su espalda y en sus costados, se daba cuenta de que esto era mucho más que algo físico. Había algo profundo, intenso, que palpitaba en su interior, algo que la llenaba de una calidez indescriptible.

Ella, con los pechos aún desnudos, se dejó envolver por sus brazos, acurrucándose contra su pecho. Su oído quedó sobre su corazón, escuchando los latidos que se acompasaban lentamente con los suyos. Cerró los ojos, disfrutando de ese momento que era más íntimo que cualquier regalo que hubiera imaginado.

—No fue sólo para ti —murmuró finalmente, con una sonrisa tímida, levantando la cabeza para mirarlo. —Lo hice pensando en cuánto me das cada día. Eres tan bueno conmigo, siempre. Quería devolvértelo… pero creo que no sabía que me haría sentir tan bien.

Álvaro la miró en silencio por unos segundos antes de besarla de nuevo, esta vez con más intensidad, pero sin apuro. Sus manos acariciaron su cintura, subiendo lentamente por su espalda, deteniéndose para acariciar sus pechos desnudos con una ternura que le hizo estremecerse.

Lucía sonrió, acomodándose sobre Álvaro, pero esta vez con algo más que ternura en su mirada. Sabía lo que él quería, lo que había confesado en sus noches más íntimas, y estaba lista para dárselo. Hoy se entregaría completamente, pero quería que fuera él quien tomara la iniciativa al principio. Quería sentirlo liderar, sentir su deseo y perderse en lo que compartían.

Álvaro, ajeno a los pensamientos de Lucía, comenzó a moverse para ponerse más cómodo en el sofá. Con cuidado, se recostó hacia atrás, dejando que ella quedara a horcajadas sobre él, su vestido rojo cayendo apenas a lo largo de sus muslos. Su respiración se aceleró cuando sus manos comenzaron a recorrer su cuerpo de nuevo, bajando desde sus costados hasta posarse en su cadera.

—Eres tan hermosa… —murmuró, mientras sus dedos trazaban círculos suaves en la tela del vestido.

Lucía inclinó la cabeza hacia él, respondiendo con un beso profundo que parecía contener todas las palabras que no quería decir. Álvaro, sin romper el contacto, dejó que una de sus manos se deslizara lentamente bajo el borde del vestido, subiendo por la cara interna de su muslo. El calor de su piel bajo sus dedos lo hizo detenerse por un momento, mientras su mente procesaba lo que acababa de descubrir.

—No llevas nada… —dijo en un susurro, con una mezcla de sorpresa y deseo en su voz.

Lucía sonrió contra sus labios, rozándolos ligeramente.

—Lo sé. Es parte del regalo —respondió, su voz suave, pero cargada de intención.

Eso fue todo lo que Álvaro necesitó para perderse de nuevo en ella. Sus dedos continuaron explorando, acariciándola lentamente, sintiendo la suavidad de su piel y el calor que emanaba de su cuerpo. Lucía cerró los ojos, dejando escapar un suave gemido mientras sus caderas se movían instintivamente contra su mano.

—Quiero que esta noche sea tuya, completamente tuya —murmuró ella, inclinándose para susurrar al oído de Álvaro. Sus palabras eran como un permiso, una invitación que él no pensaba rechazar.

Con una firmeza que lo caracterizaba, Álvaro tomó sus caderas, guiándola lentamente para que se acercara aún más a él. Sus movimientos eran lentos, deliberados, disfrutando del momento y del control que ambos compartían.

Álvaro cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo el calor de Lucía lo envolvía, incluso antes de estar completamente juntos. Sus caderas se movieron instintivamente contra las de ella, dejando que sus sexos se rozaran a través de la fricción suave de su piel. Era un juego de anticipación que los hacía temblar a ambos, la tensión acumulándose con cada movimiento lento.

Abría los ojos de vez en cuando, sólo para mirar a Lucía. Su cabello dorado caía en cascada sobre sus hombros desnudos, sus labios entreabiertos mientras dejaban escapar suaves suspiros. Era perfecta, la mujer con la que siempre había soñado. No sólo por su belleza, sino por todo lo que representaba para él: ternura, pasión, y un amor tan profundo que a veces le parecía imposible de expresar con palabras.

Pero había una pequeña espina en su corazón, una que lo había acompañado desde que comenzaron a construir su vida juntos. La quiero más empoderada, pensó mientras guiaba sus movimientos con las manos sobre sus caderas. Quiero que tome las riendas, no sólo en esto, sino en todo. Que confíe en lo increíble que es, que sepa que puede darme tanto como yo quiero darle a ella.

Esa noche, sin embargo, algo había cambiado. Lucía no sólo estaba dejándose llevar; estaba liderando en su propia forma, explorando, entregándose con una seguridad que lo desarmaba y lo llenaba de esperanza al mismo tiempo.

Álvaro deslizó sus manos por su espalda, presionándola más contra él mientras continuaban con ese roce lento e íntimo que los mantenía al borde. Su respiración era pesada, susurrando su nombre entre jadeos.

—Lucía… no puedo más —murmuró, su voz cargada de deseo.

Ella asintió suavemente, su frente rozando la de él, mientras él tomaba una de sus manos y la guiaba para alinear sus cuerpos. Con un movimiento lento, deliberado, la penetró, sintiendo cómo ella lo recibía por completo. Ambos soltaron un gemido profundo al unísono, un eco que llenó la habitación.

Por un momento, Álvaro se quedó quieto, dejando que la sensación de estar completamente unidos lo invadiera. Su mente estaba un caos: el placer, el amor, y la intensidad de lo que Lucía estaba haciendo por él. Esto es lo que siempre quise, pensó, mientras sus manos se aferraban a su cintura, marcando el ritmo con suavidad al principio.

Lucía comenzó a moverse, sus caderas girando en un vaivén que lo hacía perder el control. Sus manos la guiaban, pero cada vez era menos necesario; ella había encontrado su propio ritmo, moviéndose con una confianza que lo dejaba sin palabras.

—Eres increíble… —murmuró él, sus palabras saliendo entre jadeos mientras la miraba, incapaz de apartar los ojos de su rostro, de sus pechos que se movían al compás de sus caderas.

Lucía lo miró con una sonrisa que mezclaba ternura y deseo, inclinándose para besarlo profundamente mientras aceleraba el ritmo. Álvaro, extasiado, la rodeó con sus brazos, tirándola más cerca, como si necesitara sentir cada parte de ella para creer que todo esto era real.

Lucía comenzó a acelerar el ritmo, sus caderas moviéndose con una intensidad casi frenética que desarmó a Álvaro por completo. Cada embestida lo llevaba más cerca del límite, su control tambaleándose con cada giro y presión que ella ejercía sobre él. La expresión de Lucía, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, le decía que estaba completamente perdida en su propia fantasía, entregada al placer que ambos estaban creando.

Para Lucía, este momento iba más allá del simple deseo. Mientras sus caderas chocaban contra las de Álvaro, su mente volaba hacia imágenes que no había compartido con él: la veía como la madre de sus hijos, llevando en su vientre una parte de él, el fruto de este amor que ahora se desbordaba entre sus cuerpos. Esa idea la excitaba aún más, haciendo que sus movimientos se volvieran más intensos, más desesperados.

Álvaro jadeó, su respiración errática mientras luchaba por mantener el control. El ritmo desenfrenado de Lucía estaba acabando con su templanza, y sabía que no podría aguantar mucho más. Su mano bajó instintivamente hacia sus nalgas, aferrándose a ellas con fuerza antes de soltar un azote que resonó en la habitación.

Lucía soltó un gemido agudo, su cuerpo estremeciéndose, pero no disminuyó la intensidad. Álvaro repitió el gesto, esta vez más fuerte, tratando de imponer algo de control mientras sus propios gemidos se entremezclaban con los de ella.

—Eres insaciable… —gruñó entre dientes, sus palabras cargadas de deseo mientras otro azote caía sobre su piel, dejando una marca rojiza que sólo lo encendía más.

Pero Lucía no cedía. Cada golpe parecía empujarla más allá, sus movimientos volviéndose más erráticos, más urgentes. Álvaro sintió cómo su cuerpo alcanzaba su límite, el placer acumulándose hasta un punto de no retorno.

Con un rugido grave, casi animal, Álvaro se inclinó hacia adelante, apoderándose de su cuello con su boca. Mordió suavemente su piel mientras sus manos subían hacia sus pechos, apretándolos con fuerza mientras el clímax lo invadía por completo.

Lucía se arqueó sobre él, su propio cuerpo alcanzando el éxtasis al mismo tiempo. Sus gemidos se mezclaron con los de Álvaro, resonando juntos en un crescendo que llenó el pequeño apartamento. Se dejó llevar, sin resistencia, aguantando cada embestida, cada gruñido, cada apretón. Su mente y su cuerpo estaban en perfecta sincronía con él, y cuando finalmente sintió que todo se calmaba, una sensación de satisfacción absoluta la envolvió.

El apartamento estaba en completo silencio, excepto por las respiraciones entrecortadas de ambos y el suave zumbido de las luces navideñas. Lucía seguía acomodada sobre Álvaro, sus cuerpos aún entrelazados mientras el sudor enfriaba su piel. Ella dejó caer su cabeza sobre el pecho de él, escuchando el ritmo acelerado de su corazón mientras sus manos se deslizaban suavemente por su abdomen, disfrutando del calor que todavía emanaba de su piel.

—Creo que te sobrepasaste un poco —murmuró él con una sonrisa cansada, rompiendo el silencio. Sus manos subieron para acariciar su espalda con ternura, trazando pequeños círculos en su piel desnuda.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Lucía, levantando la cabeza lo justo para mirarlo a los ojos.

Álvaro soltó una risa suave, pasándose una mano por el cabello desordenado antes de devolverle la mirada.

—Digo que dejé… bueno, bastante en ti. —El comentario salió con una mezcla de picardía y un leve rubor que le coloreaba las mejillas.

Lucía lo miró por un momento antes de reírse, escondiendo su rostro en su cuello para que no pudiera ver el rubor que ahora subía por el suyo. Pero algo en esa risa dio paso a una emoción más profunda, y decidió hablar.

—Quizá eso no sea un problema.

Álvaro la miró, confundido al principio, hasta que el significado de sus palabras comenzó a asentarse en su mente.

—¿A qué te refieres? —preguntó, su tono suave, pero lleno de curiosidad.

Lucía se enderezó un poco, aún sobre su regazo, y lo miró con una mezcla de nervios y determinación. Sus dedos juguetearon con el borde del vestido rojo que aún colgaba a medias sobre sus caderas, mientras buscaba las palabras.

—A que… cuando pensaba en esta noche, no sólo quería darte placer. —Su voz era baja, pero sincera. —Pensaba en nosotros, en todo lo que hemos construido, en cómo me haces sentir tan amada, tan segura… y no pude evitar imaginar algo más.

Álvaro la escuchaba con atención, sus ojos fijos en los de ella mientras su corazón latía con fuerza.

—¿Algo más?

Lucía asintió, tomando aire antes de continuar.

—Te imaginé como el padre de mis hijos. No sé, fue una fantasía, pero… se sintió tan real.

Álvaro parpadeó, sorprendido por la revelación, pero no de la manera que ella temía. Sintió que su pecho se llenaba de calidez al escucharla, mientras las palabras se asentaban en su mente.

—¿De verdad pensaste eso? —preguntó, su tono bajo, como si temiera romper la magia del momento.

Lucía asintió de nuevo, ahora sin desviar la mirada.

—Sí… Y no puedo dejar de pensar en lo felices que podríamos ser, cómo sería ver una parte de ti y de mí en alguien más.

Álvaro no respondió al instante. En lugar de eso, la abrazó con fuerza, apretándola contra su pecho mientras un suspiro profundo escapaba de sus labios.

—Lucía… no tienes idea de cuánto significa eso para mí. —Su voz estaba cargada de emoción, y cuando ella lo miró, vio un brillo en sus ojos que no esperaba. —Tú eres todo lo que siempre quise. Si eso es algo que también quieres… yo estoy listo.

Ella sonrió, conmovida, y lo besó con suavidad, dejando que sus labios transmitieran lo que las palabras no podían.

—Definitivamente… no olvidaré esta Navidad —murmuró él, con la voz todavía rota por la intensidad.

—Y eso que todavía falta el postre… —respondió Lucía, sonriendo, su mirada brillante mientras lo abrazaba con más fuerza.

Antes de que Álvaro pudiera preguntar a qué se refería, Lucía se levantó de su regazo con un movimiento ágil y desapareció rápidamente en dirección al cuarto. Álvaro, aún sentado en el sofá, la observó correr, su mirada siguiéndola como si no pudiera apartarse de ella. El vestido rojo subía con cada paso apresurado, dejando al descubierto sus nalgas, aún rojas y marcadas por los azotes de sus propias manos. Sus pechos desnudos rebotaban con cada movimiento, completamente liberados del escote, y la naturalidad con la que se movía lo dejó hipnotizado.

—¿Qué está tramando ahora? —murmuró Álvaro para sí, con una sonrisa que mezclaba intriga y deseo.

Lucía entró al cuarto y, casi de inmediato, regresó con algo en la mano: una pequeña botella de lubricante que había preparado de antemano. Sus ojos brillaban con una mezcla de nervios y determinación mientras se acercaba de nuevo al sofá, sosteniendo el frasco como si fuera la pieza final de su regalo.

—¿Es esto… lo que creo que es? —preguntó Álvaro, levantando una ceja, con una sonrisa que intentaba disimular la sorpresa.

Lucía se detuvo frente a él, colocando la botella sobre la mesa con toda la intención de que la viera.

—Siempre has sido claro con lo que te gusta. Y esta noche es para ti, ¿no? —dijo con un tono juguetón, pero había algo más profundo en su mirada. Una promesa de que estaba completamente entregada a este momento, a lo que significaban como pareja.

Álvaro la miró con los ojos brillando de emoción y deseo, pero también con una pizca de nerviosismo. Se inclinó hacia adelante, tomando su rostro entre las manos, y la besó profundamente. Sus labios se movieron con una mezcla de gratitud y ansias contenidas, como si el gesto fuera su forma de procesar lo que ella acababa de ofrecerle.

—Lucía… no sé qué decir. Esto significa mucho para mí, pero… —sus palabras se cortaron mientras buscaba su mirada—. No quiero lastimarte.

Ella sonrió suavemente, colocando una mano sobre la suya, todavía apoyada en su rostro.

—No me harás daño, Álvaro. Confío en ti. Sé que serás cuidadoso. —Sus palabras eran firmes, llenas de una tranquilidad que él necesitaba escuchar.

Pero no se quedó ahí. Con una mirada decidida, Lucía se levantó con elegancia, girándose lentamente mientras subía al sofá. Apoyó sus rodillas sobre los cojines y sus manos en el reposabrazos, dejando que su espalda se arqueara naturalmente. Su vestido rojo, aún caído sobre sus caderas, se subió con el movimiento, dejando su trasero completamente expuesto frente a Álvaro.

—Estoy lista —murmuró, con un tono que combinaba ternura y desafío—. Pero tómate tu tiempo.

Álvaro tragó saliva nuevamente, sintiendo cómo su respiración se volvía más pesada mientras admiraba la escena frente a él. Las marcas rojizas de los azotes que le había dado antes aún destacaban en su piel, contrastando con la suavidad de sus curvas. Era una visión que lo tenía al borde, pero sabía que necesitaba mantener la calma.

Se inclinó hacia ella, dejando un beso suave sobre la base de su espalda mientras sus manos comenzaban a recorrerla con lentitud, trazando pequeños círculos sobre su piel.

—Eres increíble, Lucía. Gracias por confiar en mí… —murmuró contra su piel, dejando que sus labios siguieran su recorrido hacia la curva de sus caderas.

Con cuidado, Álvaro tomó el lubricante que Lucía había traído, dejando que un poco del líquido frío cayera entre sus dedos, disfrutando de la sensación viscosa mientras lo calentaba entre sus manos. Se inclinó hacia ella, con su mirada fija en las curvas expuestas frente a él, y dejó que un pequeño hilo de lubricante descendiera lentamente entre sus nalgas, trazando un camino brillante que resaltaba bajo la luz del árbol navideño.

Sus dedos siguieron ese rastro con movimientos lentos y calculados, masajeándola suavemente mientras la escuchaba suspirar. La sensación del frío inicial se transformó rápidamente en una calidez que parecía encenderlos a ambos. Con cada toque, Álvaro aseguraba que ella estuviera cómoda, introduciendo primero un dedo con una presión delicada, luego añadiendo más conforme notaba que su cuerpo se relajaba.

Lucía dejó escapar un suspiro profundo, arqueando ligeramente la espalda mientras sus caderas se movían casi de manera instintiva contra su mano. Su respiración se volvió más pesada, entrecortada, mientras sentía cómo Álvaro la preparaba con una paciencia que sólo aumentaba su deseo. Volteó el rostro hacia él, sus labios curvados en una sonrisa que mezclaba seguridad y una chispa de desafío.

—Tranquilo, Álvaro. Estoy lista. —Sus palabras eran un susurro, pero cargadas de un deseo palpable que lo hizo perder la poca calma que le quedaba.

Mientras sentía cómo los dedos de Álvaro la exploraban con una mezcla de delicadeza y firmeza, Lucía cerró los ojos. Su cuerpo, aunque expuesto y vulnerable, no se sentía indefenso. Todo lo contrario. Había algo en este momento que la hacía sentir más fuerte, más conectada consigo misma y con Álvaro.

Había deseado esto, no por presión ni por curiosidad pasajera, sino porque quería entregarse por completo a él, sin reservas. Había sido ella quien tomó la decisión, quien planificó esta noche para que fuera inolvidable. Y ahora, con cada caricia, sentía cómo su cuerpo y su mente se alineaban con ese propósito.

El recuerdo de lo que había confesado minutos antes aún vibraba en su mente. Había hablado en voz alta de su deseo de ser madre, algo que llevaba tiempo anidando en su interior. La forma en que Álvaro había respondido, con ternura y aceptación, la llenaba de una seguridad que nunca había experimentado. Este hombre, su hombre, era con quien quería compartirlo todo.

Mientras sus dedos se movían dentro de ella, suaves pero cada vez más decididos, su mente divagó hacia un futuro que había imaginado en secreto. Se vio a sí misma caminando hacia un altar, con un vestido blanco que ondeaba suavemente mientras sus pasos la llevaban hacia Álvaro, quien la esperaba con esa sonrisa cálida que siempre la hacía sentir como en casa.

La idea la hizo sonreír incluso ahora, mientras sus mejillas ardían y su respiración se volvía más pesada. Pero su imaginación no se detuvo ahí. Se vio también en su luna de miel, entregándose a él de la misma forma, con la misma pasión, pero ahora como su esposa. Imaginó a Álvaro montándola con esa mezcla de deseo y amor que sólo él podía darle, llamándola su mujer mientras la hacía suya una y otra vez.

Este momento no era sólo un acto físico; era un reflejo de algo mucho más grande. Estaba construyendo una vida con Álvaro, una que ya no se limitaba a lo que tenían, sino que miraba hacia lo que podían ser juntos.

—Te amo —murmuró para sí misma, en un susurro casi inaudible, aunque él pareció escucharlo. Sus palabras, cargadas de sinceridad, parecieron disipar cualquier rastro de duda que aún quedara en su mente.

Álvaro se colocó detrás, su cuerpo encajando perfectamente contra el de ella. Sus manos firmes en las caderas la guiaron hacia atrás con una delicadeza que contrastaba con la intensidad que sentía crecer dentro de él. El calor que emanaba del cuerpo de Lucía lo envolvía por completo, una mezcla de deseo y conexión que lo hacía temblar.

Se inclinó hacia adelante, dejando un beso en la base de su cuello, mientras posicionaba cuidadosamente su cuerpo. La punta de él la rozó suavemente, provocando un estremecimiento que recorrió a ambos. Lucía dejó escapar un suspiro entrecortado, sus manos aferrándose con fuerza al reposabrazos mientras sus piernas temblaban por los nervios.

—Relájate, mi amor —murmuró Álvaro, su voz ronca pero llena de ternura.

Lucía asintió, cerrando los ojos mientras exhalaba profundamente. Lo sintió avanzar lentamente, el primer contacto arrancándole un gemido bajo que no pudo contener. El ardor inicial se mezcló con una presión intensa, pero soportable, mientras Álvaro se detenía en cada avance para asegurarse de que estuviera bien.

El cuerpo de Lucía se adaptaba a él con cada movimiento, el lubricante ayudando a suavizar la fricción mientras el placer comenzaba a superar cualquier incomodidad inicial. Sus gemidos se volvieron más regulares, mezclándose con la respiración pesada de Álvaro, quien luchaba por controlar su propio ritmo.

Para él, cada segundo era un acto de pura devoción. La sensación de estar dentro de Lucía de esa manera tan íntima lo sobrecogía. Cada contracción de su cuerpo, cada pequeño jadeo que escapaba de sus labios, era un recordatorio de cuánto confiaba en él. Su mente estaba inundada de sensaciones, su control tambaleándose con cada centímetro que avanzaba.

—Mierda, Lucía… —jadeó, mientras sus manos se apretaban en sus caderas, tratando de mantener el control.

Ella, perdida en el momento, comenzó a moverse contra él, lenta pero firme, marcando un ritmo que hizo que ambos se estremecieran. La vulnerabilidad que sentía al estar tan expuesta no la asustaba; la fortalecía. Había algo profundamente liberador en dejarse llevar, en entregarse completamente al hombre que amaba.

—Eres tan perfecta... —murmuró él, inclinándose para besar su espalda, sus manos deslizándose hacia sus pechos, apretándolos suavemente mientras seguía moviéndose dentro de ella.

Lucía arqueó la espalda, su cuerpo vibrando con la intensidad de las sensaciones. Cada embestida lenta, pero decidida, la hacía gemir más alto, su mente perdida entre el placer físico y la conexión que compartían. Pero Álvaro, sobrepasado por el deseo contenido, sintió cómo el control que había intentado mantener comenzaba a desmoronarse.

Con un movimiento decidido, llevó una mano a su cabello rubio, enredando los dedos en las suaves ondas antes de jalarlo hacia atrás con firmeza. Lucía dejó escapar un grito que no era de dolor, sino de puro placer, su cuello arqueándose mientras su respiración se cortaba en jadeos.

—Eres mía… —gruñó Álvaro, su voz profunda y cargada de deseo.

Su ritmo se volvió más intenso, más frenético, las embestidas haciéndose más fuertes con cada movimiento. Podía sentirla completamente, su cuerpo envolviéndolo con una calidez que lo llevaba al borde de la locura. Con cada empuje, su pelvis chocaba contra las nalgas suaves de Lucía, provocando un sonido húmedo y rítmico que se mezclaba con sus gemidos.

Cada vez que empujaba más profundo, la escuchaba gritar, sus gemidos ahora transformados en sonidos entrecortados y desesperados que llenaban la sala, marcando el ritmo de la pasión que los consumía.

—¡Sí, Álvaro! No pares… más fuerte —jadeó ella, su voz entrecortada pero llena de entrega.

Álvaro obedeció, inclinándose hacia adelante para cubrir su espalda con su cuerpo, su pecho rozando la piel húmeda de ella mientras su otra mano se aferraba a sus caderas con una fuerza casi desesperada. Su único pensamiento era profundizar, llegar más lejos, asegurarse de que Lucía sintiera cada parte de él.

Lucía se aferró al reposabrazos del sofá con fuerza, su cuerpo estremeciéndose con cada embestida. Su mente estaba en blanco, su única realidad eran las sensaciones que Álvaro le provocaba. Gritó de nuevo, perdida en la intensidad del momento, mientras su cuerpo se tensaba, sintiendo que el placer la consumía por completo.

—Eres perfecta… eres mía… —murmuró Álvaro contra su oído, su respiración errática mientras continuaba moviéndose, queriendo grabar este momento en su memoria para siempre.

Cada movimiento era una mezcla de fuerza y pasión, una declaración física de lo que sentía por ella. Su mente se nubló cuando alcanzó el clímax, gruñendo su nombre con una intensidad casi salvaje mientras la penetraba con toda la fuerza que su cuerpo podía ofrecer.

Lucía, sin resistencia, lo aceptó todo. Sus propios gritos de placer se mezclaron con los de él, su cuerpo sacudido por el éxtasis mientras sentía cómo la llenaba por completo. Se dejó llevar por la oleada de sensaciones, su mente y su cuerpo completamente sincronizados con los de Álvaro, mientras alcanzaba su propio clímax con una explosión que la dejó temblando.

Cuando sus respiraciones finalmente comenzaron a estabilizarse, Álvaro dejó caer la frente contra la espalda de Lucía, su cuerpo aun temblando por la intensidad de lo que acababan de compartir. Lucía, con los brazos apoyados en el reposabrazos del sofá, permanecía inmóvil, su piel brillante por el sudor, sus cabellos rubios desordenados cayendo como una cortina sobre su rostro.

—Eso fue… —murmuró Álvaro, sin encontrar las palabras, mientras deslizaba una mano por su cadera en un gesto suave y posesivo.

Lucía sonrió débilmente, sin girarse aún, dejando que su respiración se normalizara mientras sus piernas temblaban por el esfuerzo.

—Inolvidable —susurró, su voz ronca pero satisfecha.

Fue entonces cuando Álvaro notó el teléfono en el borde del sofá, aun grabando. Sus ojos brillaron con una chispa de picardía mientras lo tomaba y revisaba la pantalla. La grabación había capturado todo: la intensidad de sus movimientos, los gemidos de Lucía, y los momentos de puro desenfreno que habían compartido.

—Parece que tenemos un recuerdo bastante gráfico de nuestra Navidad… —dijo, sosteniendo el teléfono para que Lucía pudiera verlo.

Ella giró ligeramente la cabeza, sus ojos brillando de emoción y atrevimiento.

—¿Lo grabaste todo? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y morbo en su tono.

—Cada segundo. —Álvaro sonrió, pasando el video para detenerse en un momento donde Lucía, con el cabello alborotado y la mirada perdida de placer, gritaba su nombre mientras él la sostenía con fuerza. —Mira esto. Dime si no eres lo más hermoso que he visto en mi vida.

Lucía, aún apoyada en el sofá, soltó una pequeña risa nerviosa, pero su mirada se llenó de curiosidad. Observó la pantalla, viendo cómo sus cuerpos se movían sincronizados, cada sonido y cada gesto capturado con una nitidez que la hacía sentir vulnerable pero extrañamente poderosa.

—Esto es… muy intenso —admitió, mordiendo su labio mientras apartaba la mirada de la pantalla hacia Álvaro.

—Es perfecto, como tú. —Álvaro dejó el teléfono sobre la mesa, apagando la pantalla, antes de inclinarse hacia ella para besar su hombro con suavidad.

Lucía se enderezó lentamente, girándose para sentarse en el sofá, su cuerpo aún cubierto por las marcas del momento que acababan de compartir. Sus ojos se encontraron con los de Álvaro, y una sonrisa cómplice se formó en sus labios.

—Bueno, supongo que este video será nuestro pequeño secreto… —murmuró ella, acomodándose en su regazo, su voz aún cargada de picardía.

Álvaro la abrazó con fuerza, riendo suavemente mientras la apretaba contra su pecho.

—Definitivamente. Aunque si alguna vez tengo un mal día, creo que ya sé cómo solucionarlo.

Ambos rieron, y mientras las luces del árbol parpadeaban a su alrededor, se dieron cuenta de que habían creado no sólo un recuerdo inolvidable, sino algo que siempre los haría volver el uno al otro, una conexión que ningún regalo material podría igualar.

—Feliz Navidad, Álvaro. —Lucía susurró contra sus labios antes de besarlo suavemente.

Lucía sonrió, acomodándose en el regazo de Álvaro mientras acariciaba su pecho, con la luz cálida del árbol reflejándose en sus ojos. Luego, giró ligeramente el rostro, como si supiera algo que nadie más podría imaginar.

—Feliz Navidad —susurró con una sonrisa traviesa, mirando hacia un punto invisible, como si pudiera atravesar la pantalla de tu móvil o tu computadora.
 
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