LucÃ*a en el autobús

roman74

Pajillero
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Sales otra vez a trabajar vestida con las ropas que te exige tu labor de recepcionista en el restaurante-bar de la ciudad de México. Pero esta vez has querido ir más allá.
Los otros dÃ*as has usado pantalones súper entallados y blusitas ombligueras, algunas veces has llevado minifaldas pero con un gabán que te dejas puesto mientras usas el transporte colectivo y que sólo te atreves a quitarte cuando llegas a tu trabajo en el restaurante.
Has empezado a descubrir lo interesante que se ponen los recorridos al tener que usar dos transportes (micros o peseras). En cada una sueles tener que ir de pie, rodeada por hombres que te devoran con la mirada y que si la situación lo permite no dudan en pasar sus manos o su cuerpo por la parte de tu cuerpo que puedan rozar. Por supuesto, la parte de tu cuerpo que más acarician son tus nalgas, no en balde estás tan orgullosa de tu lindo y firme culito. Esbelta como eres y no muy alta, te encanta cómo la delgadez de tu cintura se acentúa por las curvas de tu cadera.
En un principio te molestaba, y te apartabas cada vez que sentÃ*as que un atrevido empezaba con lo mismo de siempre, pero ahora te sientes especialmente sensual. Has decidido dejar que se te acerquen esas manos anónimas, a ver qué pasa. Te punes tus jeans a la cadera de tela suave y delgada, que te quedaban súper entallados, unas botas y una blusita que dejaba ver tu ombligo. Para tu desconcierto, en el primer micro nadie se te acerca, sólo te miraban ansiosos, pero no sientes nada.
La diferencia está en el segundo micro. Debido a la espera se juntan varios hombres que suben contigo. Todo el trayecto dos de ellos permanecen a tu lado; sientes cómo el de la izquierda trata de acercar su mano y rozar como casualmente tu pantalón, mientras que el de la derecha de plano encima su costado en ti tratando de pegar su miembro a cualquier parte de tu cuerpo. Esto último no te está gustando mucho, pero sÃ* el hecho de estar entre dos hombres que se dan gusto contigo. Después de un rato, lo que más te empieza a calentar son los avances del hombre a tu izquierda, quien notando que no te apartas, sus roces van siendo más atrevidos, hasta que de plano sientes cómo la palma de su mano acaricia de lleno tu nalga, con eso descubres aquella parte de tu cuerpo mucho más viva y sensible, tanto que de repente, sin apenas ser consciente, empiezas a moverte para sentir más plenamente sus caricias, hasta que te das cuenta de que prácticamente lo estás invitando a que te acaricie el lado de tus nalgas que debido a su posición no alcanza.
También notas que el tipo de la derecha ha aprovechado tus movimientos para ponerse más a modo, lo que para ti significa otra dosis de sentimientos confusos. No es tanto que te excite sentir al tipo a tu derecha, sino esa sensación de "acorralada", como si fueras un objeto de placer, y un objeto de placer que se siente sexy, cachonda. Cuando el hombre de la izquierda ya se atreve a pasar su mano por tu talle, a la altura en que los pantalones revelan tus caderas, tienes que desplazarte en busca de la puerta de salida y bajar del micro. Tienes que reconocer que la experiencia te gusta tanto como para buscar más veces las caricias de individuos al subirte al transporte público.
Con el tiempo ha aumentando la excitación que te provoca —junto con el placer sensual de las caricias— sentirte usada como un objeto de placer a disposición de cualquiera. Por supuesto, cada vez has sido más atrevida en tu vestir (tienes el pretexto de que tu trabajo de recepcionista en el bar te lo exige), pero también has añadido algunos accesorios que aumentan esa sensación tan embriagadora de entrega: pulseras algo grandes, una gargantilla, zapatillas especialmente altas.
... Hoy sales otra vez a trabajar y te preparas para abordar el primer autobús.
Pero esta vez has querido ir más allá. Toda tú eres la viva imagen de lo que un hombre —y más los hombres perversos— querrÃ*a de una linda chica como tú.
Estrenas la minifalda tableada tipo escocesa que compraste especialmente para este dÃ*a, y al decir minifalda te solazas en pensar que sólo tiene veintitantos centÃ*metros de largo... apenas lo suficiente para tapar tus bien formados glúteos. Te pones los zapatos de tacón alto con pulsera, que te gustan porque piensas que son como dos grilletes en tus tobillos. Como top, te has puesto una especie de camisetita con tirantes que encontraste en la sección de ropa interior de jovencitas. No llevas brassiere, tu única ropa interior son unas juveniles braguitas que dejan al descubierto la mitad de cada glúteo.
Por accesorios te has puesto un collar largo, similar a una cadena que se ajusta a tu cuello y queda colgando lo suficiente para perderse entre tus pechos. En las muñecas llevas pulseras que hacen juego con la cadena del cuello.
La noche anterior te masturbaste largamente imaginándote en el micro, con las ropas que habÃ*as preparado, con las pulseras y el collar-cadena, rodeada de hombres hambrientos de tu cuerpo. Ahora, en la calle, de lo que más eres consciente, es de tus muslos desnudos al aire libre. Sabes que tus piernas son hermosas, aunque no eres alta estás muy bien formada, y tu piel apiñonada tiene un tono envidiable. Sin duda eres el foco de atención. No puedes bajar la minifalda porque es tan chica que si tratas de cubrir más de la parte inferior, entonces destapas demasiado la parte superior de tus caderas.
Poco antes de subir al camión reconoces a uno de los hombres que te has encontrado más de una vez y que se ha acercado a ti, la última vez con más descaro.
Llamas poderosamente la atención de los automovilistas que te alcanzan a ver; algunos tocan de manera inútil su claxon. Los que ahora no te quitan los ojos de encima son los que se arremolinaron tras de ti para subir al mismo autobús que tú. Ya adentro, los pasajeros te miran primero con gran sorpresa, y luego las miradas se dividen. Las mujeres te observan con desapruebo y envidia; los hombres con admiración y lujuria.
Casi estás a punto de arrepentirte de lo provocativa que te has atrevido a subir al transporte público, y más en esta ciudad tan machista en la que una mujer guapa, vestida como sea, recibe todo tipo de piropos o groserÃ*as en la calle. Casi te arrepientes, cuando el hombre al que habÃ*as reconocido poco antes se acomoda a tu lado y acariciando tu hombro te pregunta si vas para tu trabajo. Ante la sorpresa tú respondes un "SÃ*" con una sonrisa que te parece más amable de lo que debÃ*as. Y sin darte oportunidad de poder hacer nada, en un santiamén él extiende su brazo por detrás de ti tomándote de la cintura para decirte "Respóndeme bien. Me vas a decir 'Señor', si no, no te va gustar lo que haré contigo, ¿entendido?". Con un balbuceo atinas a responder un sÃ* vacilante... sin el "Señor", entonces él te da un fuerte tirón con la mano que te tiene asida por la cintura y dices "SÃ*, señor".
—AsÃ* me gusta, linda. ¿Cómo te llamas?
—LucÃ*a… —y otro tirón…—. Señor.
Entre el ruido del camión y la música que el conductor lleva, es obvio que nadie más escuchará su conversación
Ahora su mano acaricia confiadamente tu piel desnuda entre el borde superior se tu minifalda y la camisetita.
—Eres muy guapa, LucÃ*a. ¿Qué edad tienes?
—19, señor. Me voy a bajar en la próxima parada... —Le dices tratando de escapar de su brazo que te vuelve a sujetar firmemente.
—Nada de eso, LucÃ*a. Tú te vas a quedar aquÃ* conmigo y nos vamos a bajar cuando yo quiera. Mientras dice esto te suelta la cintura y con la otra mano toma el extremo de la cadena que cuelga de tu cuello.
Te sientes confundida. La mezcla de sensaciones se agolpa en tu cuerpo y mente. Sientes miedo, sabes que no quisieras que ese hombre te fuerce a nada; y te sientes confundida, primero, porque el hecho de que él se te acercara y te tratara con tal familiaridad borró esa desagradable sensación de arrepentimiento que estabas sintiendo al notar cómo te estaban mirando las mujeres y los hombres al abordar, era como si en su compañÃ*a tuvieras a un cómplice que avalara tu "indecencia". Pero lo más confuso era la excitación que te causaron sus caricias en tu hombro, tu cadera, y ahora que te tenÃ*a tomada de la cadena, sentiste como un choque directo a tu entrepierna.
Piensas fugazmente en la posibilidad de gritar, forcejear... estás a plena luz de dÃ*a y rodeada de gente, ¿qué puede pasar? Pero dudas y pasa el momento de coraje. No te puedes enfrentar al escándalo, menos vestida asÃ* y sujeta del cuello por una cadena... además está esa humedad en la entrepierna... Decides tratar de sobrellevar la situación, decides obedecerlo.
—¿Entendiste, LucÃ*a? —te pregunta mientras da un suave tirón a tu cadena.
—SsÃ*, señor.
Ahora vuelve a tomarte por detrás y pasa su brazo por tu hombro y brazo, roza tu seno, juega con un tirante de tu blusita, acaricia lentamente tu brazo. Inclinándose para acercar su boca a tu oÃ*do te pregunta:
—¿Por qué vienes tan coqueta, linda?
Sientes el cosquilleo que producen sus labios en tu oreja. Recuerdas que las otras veces que él y tú habÃ*an coincidido en el transporte. Te gustó en especial que él se acercara a ti. Te gustó que fuera alto, que no fuera panzón como tantos otros; te gustó que fuera esbelto a pesar de que no fuera joven, y también te gustó su manera de vestir, informal pero no descuidada. Recordaste que la segunda vez que te tocó estar a su lado hiciste todo lo posible para que tus nalgas le quedaran a modo y pudiera acariciarte a través de tu entallado pantalón de mezclilla. Esa vez pudo ser algo obvio que tú querÃ*as tener contacto, pues no habÃ*a tanta gente en el micro, y aunque tenÃ*as espacio para recorrerte, estabas pegada a él. De pronto, el tirón de la cadena en tu cuello te regresó de tus recuerdos.
—Te hice una pregunta, nenita. Respóndeme.
HabÃ*a tomado la cadena y pasándola por detrás de tu cuello tiraba ligeramente de ella dificultando un poco tu respiración. ¿Que por qué tan coqueta? Tendrás que responder cualquier cosa, una vez que afloje tu collar y puedas hablar sin dificultad.
—Es que tengo que ir asÃ* a mi trabajo —dijiste mientras te arrepentÃ*as del "es que...", que parecÃ*a una disculpa.
—Se te olvida algo, tontita.
—Tengo que ir asÃ* al trabajo, señor —y pensaste en objetar el "Tontita", pero no le viste mayor caso.
—Bien, habrá que pensar en un castigo para cuando se te olvide esto, pequeña. Por lo pronto quiero que pases tu brazo izquierdo por mi cintura, agárrate de mi cinturón.
No lo piensas mucho. No quieres pensarlo. Lo obedeces y te sostienes de su cadera. Ahora parecen una pareja de novios, algo cachondos, porque él no ha dejado de acariciarte... y ahora tú abrazada a él...
—Mmmh, ya sé. La próxima vez que se te olvide decirme "Señor", tendrás que darme un beso. En la boca, claro.
Al acabar de decir esto tira otra vez de tu cadena. Estás aprendiendo que eso implica una respuesta.
—SÃ* señor.
—¿Tienes que ir asÃ* a tu trabajo, a estas horas? ¿De qué trabajas?
Sientes su mano recorrer la tela de tu minifalda. Sin dificultad llega al borde y acaricia la piel de tus piernas.
—Soy recepcionista en un restaurante bar. Señor.
Su mano cálida recorre detenidamente cada cachete de tu trasero. Sin dificultad toma tus braguitas y las jala hacia arriba para metértelas entre tus nalgas, que ahora acaricia por completo bajo la tela de tu faldita.
—Señor, me tengo que bajar dentro de dos paradas.
—SÃ*. No te preocupes, tontita.
Otra vez "Tontita". Recapacitas en el hecho de que lo que más te molesta no es que te esté manoseando a su voluntad, o que te tenga sujeta, o que te jale de la cadena de tu cuello, lo que no soportas es que te diga "Tontita". No lo puedes creer.
—Yo creo que nadie te obliga a vestirte asÃ*. Yo creo que te gusta provocar a los hombres y que se arrimen a ti. ¿No es asÃ*?
—No, de veras, me piden vestir asÃ* —dijiste mientras recordabas cómo te le pegaste hace unos dÃ*as y que la verdadera razón de vestir asÃ* no es tanto por tu trabajo…
Cuando sientes un nuevo tirón en tu cuello te percatas de que omitiste el "Señor".
—Pequeña, otro olvido... ¿qué haré contigo? ¿O lo hiciste a propósito para tener tu primer castigo?
—No señor.
—Bueno, no importa. Sabes lo que tienes que hacer, no lo repetiré.
Su mano regresó a tu trasero. Y se estaba aventurando por donde tal vez sintiera la humedad de tu entrepierna. Supiste que lo tendrÃ*as que hacer, que lo tendrÃ*as que besar por tu olvido. Sin querer pensarlo más te aferras a su cinturón y mientras dices "SÃ* señor" te estiras hacia él, para alcanzar su rostro, su boca, sus labios. No puedes creerlo, él casi no hace nada, eres tú la que lo está besando; él sólo responde a tus movimientos, al movimiento de tus labios y lengua. Por fin un enfrenón brusco del micro los separa.
—Bien, tenemos que bajar.
Tomándote nuevamente de tu cadena, por detrás de tu cuello, te indica que te recorras hacia la puerta. Ya sin sostenerte de él caminas vacilante hacia la puerta y él toca el timbre para indicar la parada. Sin que él suelte cadena bajan del micro y te conduce unos metros hacia donde sueles tomar el segundo transporte. Piensas que él ya conoce tu ruta.
—Eres muy hermosa LucÃ*a, me encantas. Quisiera poseerte en este momento, pero no lo haré... De momento sólo te acompañaré a tu trabajo. No quiero que te pase nada, y vestida asÃ* como vienes no sé que te podrÃ*an hacer. LucÃ*a, tu nombre me gusta, pero quiero llamarte de otra manera. ¿Cómo te gustarÃ*a?
—¿Por qué de otra manera, señor?
—Quiero hacer cosas sucias contigo, y quiero llamarte de alguna manera especial, que revele tu condición —te alcanzó a decir antes de abordar el segundo transporte. Pagó por ambos y te llevó hasta el final del autobús, que al ir casi vacÃ*o tenÃ*a asientos disponibles. Al pasar, los pocos pasajeros que habÃ*a te devoraron con sus miradas incrédulas al ver a la bella jovencita que pasaba a su lado vestida como para ir a bailar a algún antro.
Te sientas del lado de la ventanilla, donde él te indica. Sin perder tiempo, él comienza a acariciar la suave piel de tus muslos, que ahora tiene a su alcance. Verdaderamente intrigada por lo que él te dijera hace un momento, le preguntas:
—¿Por qué "Mi condición", señor? ¿A qué se refiere?
—De eso hablaremos después, pequeña. Y después pensaremos en un nombre para ti. Ahora dime, ¿tienes novio?
—No señor
—Dime la verdad, ¿por qué te has vestido asÃ*? —preguntó mientras ya recorrÃ*a a plenitud tu entrepierna, excitándote terriblemente.
—Yo.... sólo querÃ*a excitar un poco a los hombres... —ibas a decir la palabra "señor", pero te callaste.
—Eres una verdadera putita. Cumple con tu castigo, niñita.
Otra vez te estiras, esta vez girando tu torso lo suficiente para alcanzar su boca con tu boca, que comienzas a besar mientras tu mano se desliza para tomar el dorso de la suya. Su mano te acaricia aprisionada entre tus piernas y tu mano.
—Señor, llámeme como usted quiera —dices sin separar tus labios de su boca, a punto de venirte.
 
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