Leonora una Madre 002

heranlu

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- ¡Ayaiay! - exclamó María - y yo que pensé que tú eras persona más interesada y que querrías saber más de los amantes.

Estaba desnuda y descansando, mientras fumaba un cigarrillo, satisfecha y orgullosa de haber encontrado puntos débiles en mi coraza vieja y sabia. Advirtió en mis ojos renovada curiosidad.

- ¿No pensaste acaso que Juanita no tardaría en descubrir a su hermano y madre, solía recorrer la casa y los gritos de los amantes descuidados, la dejaron contemplar parte del batallar de sus desenfrenados amores, Alfonso tenía sus labios en el pubis de su madre y la hacía retorcer de gozo con la lengua, ella elevaba las caderas una y otra vez, acompañando esos movimientos con la cabeza hacia los costados, extraviada la mirada y respirando con dificultad, abiertos los brazos con las manos digitando la llegada del orgasmo. No la vieron, no podían verla, nunca los había visto tan expuestos y desnudos, más a la madre que al hermano al que le espió esa herramienta que tan bien aprendió a usar, veía que le movía, fuerte, colorada y grande en su entrepierna mientas mamaba a Enriqueta. El corazón le saltó en el pecho pues siempre la había deseado una verga así sin verla.

-¿Pero qué edad tiene Juanita? – pregunté yo – cuando comprendí que no era meramente colegiala inocente.

- Tiene tres años menos que Alfonso, pero ya es señorita, lo es desde los ocho. Sabe y tiene muchos deseos insatisfechos porque ama a Alfonso. La contemplación transformó los sentimientos de la niña – agregó María - detestaba que su madre le hubiese ganado al hermano, pero pensaba que la visión del secreto le daba buenas oportunidades a ella, la volvía más fuerte. Muy triste se fue a su cuarto, tenía la calentura propia de quien le hubiese gustado estar en lugar de la madre, se fue a llorar a solas y a urdir algún plan que le diese provecho.

- Esa noche Juanita no bajó a comer. Enriqueta la llamó varias veces, pero no respondió.

- Sentimientos de adolescente, pensó Enriqueta. El hermano que la quería mucho, llamó a la puerta antes de irse a dormir, pero Juanita tampoco respondió.

- Muy entrada la noche, cuando Enriqueta dormía como una santa, se despertó Alfonso porque oyó correr el agua de una de las duchas de la casa. Se levantó para ver qué sucedía, la luz en un baño ulterior le hizo comprender que Juanita se estaba bañando. Golpeó suavemente la puerta.

-¿Quién es? – preguntó Juanita.

- Yo, Alfonso.

- ¿Qué quieres?

- ¿Me dejas pasar?

- ¿No comprendes que me estoy duchando? – dijo Juanita en voz baja, cómplice y haciéndose rogar.

- Vamos, déjame – dijo Alfonso, que después de tener a la madre cogió mucho coraje.

Juanita, cuando sintió la voz autoritaria sonrió, tenía al hermano esperando por ella para verla desnuda dijo:

- Entra pero no mires.

Alfonso entró al baño y no miró directamente a la cabina, en realidad no creía que le saliera tan fácil, aquello en que ya antes había pensado.

- No te quedes ahí entra, cierra la puerta y alcánzame la toalla – dijo Juanita.

- ¿Me dejas bañarme contigo como cuando éramos pequeños? – pidió Alfonso.

-¿No te he dicho que me alcances la toalla, que yo salgo? – explicó Juanita mordiéndose el labio pues sabía que perdió oportunidad.

-¿Te seco entonces?

- Bueno, dijo Juanita saliendo de espalda y mostrando su hermoso culito de púber adolescente. Temblaba, no de frío, sino por su temerario arrojo. El rubor cubrió su cara.

Alfonso extendió la toalla y la envolvió desde atrás, aprovechando el momento para apoyarla con su verga dura. En el cruce de sus brazos por delante tocó los pechitos de su hermana.

-¡Vaya qué duros están!- le dijo - Los siento igual que cuando te llevo en moto.

Juanita no sabía qué decir, ante su vista estaba aquella verga dura que le vio cuando chupaba a su madre y ahora le latía por detrás. El hermano comenzó a secarla frotando con sus manos el cuerpo, como si quisiera secarla, cuando en realidad deseaba tocarla toda. La levantó y le dijo:

- Ven, te secaré sentado en el banquito. Y así lo hizo, se sentó y sobre su falda sentó a su hermana. Ella le volvía la cara y Alfonso le dio un beso en el cuello. ¿No había sido ella quien le pidió que cerrara la puerta? Le introdujo su mano izquierda en el pecho y jugó con duros pezones rosados. Juanita lo miró y se dejó besar, mientras abandonaba la toalla y su cuerpo, luciendo hermosa y desnuda. Alfonso buscó la almeja que le tocó sobresaltándola. Se recuperó cuando pensó en lo que Alfonso le hacía a su madre y ella quería lo mismo. Alfonso compresivo la deslizó hacia el fresco piso, le abrió las piernas y comenzó a besarla y chuparla. La niña-mujer tenía el pubis y la vulva muy blanco y rosado donde debía. El vello rubio poco cubría la delicada zona, parecía un campo de trigo deslizado por la brisa. Juanita ante los mimos y la novedad, se convulsionaba y tendía a incorporarse o se reía calladamente. Alfonso que mucho aprendió del uso de la lengua, la lamía con cuidado, excitándola. Luego comenzó a besarla traspasando el cerco de dientes, mientras le avivaba con la mano el clítoris que se endureció tentándolo. Juanita estaba decidida a dejarle hacer lo que él quisiera, porque hacía mucho que deseaba aquello y se cumplía como un sueño. De pronto, como si se acordara de algo, volvió en sí y buscó al ídolo que Alfonso aún guardaba en su trusa, tanteó y rodeó con su mano, lo sintió muy ardiente. Alfonso, subitamente, se sacó la trusa y exhibió su instrumento al desnudo. Juanita se acercó y lo tocó con curiosidad, lo hacía encabritar en cada movimiento y con los ojos muy brillantes miró al hermano, lo tomó con una mano y lo besó. Lo introdujo en su boca sin que Alfonso se lo pidiera, como algo natural, lo sacó y lo volvió a mirar sonriendo. Es lindo, es suave, le decía en voz muy baja. Y es tuyo le dijo Alfonso. Juanita comenzó a chuparlo con ganas introduciéndolo todo en la boca. Alfonso estimulado, movió sus dedos en la vulva de su hermana. Había notado el crecimiento de los pechos y pezones rosados y ahora la vulva se había vuelto flor, sexo ardiente y oloroso. Como él, ella estaba muy excitada, no tuvo que hacer ninguna pirueta para que Juanita estuviera sobre de él, buscando la penetración que instintivamente buscaban. No se dijeron palabras, se oían tan sólo los sonidos del amor, los latidos del corazón. Alfonso había introducido dos dedos en la bien lubricada vulva. Girando naturalmente estuvieron en posición inversa, chupando y lamiendo sus sexos. Alfonso, más sabio que ella, la levantó de las caderas y la colocó sobre su pene. Juanita sintió el escozor nervioso, palpitó que su hermano la penetraría, nada dijo, solamente echó la cabeza hacia atrás, su torso y con los ojos cerrados dijo el sí, sí, de consentimiento y deseo. Sabía qué pasaría, no le importó, era el momento y Alfonso la penetró arrebatándole la virginidad. La movía con cuidado de los glúteos y caderas, ella lo tomó del cuello y descansó la cabeza en el hombro, llorando de placer y felicidad. Su hermano la convertía definitivamente en hembra y mujer. Y qué placer sentía, no podía dejar de moverse de subir y bajar por el tronco de su hermano. El espejo le dejaba ver como entraba y salía aquel monstruo jabonoso de su organismo, la visión provocó el primer orgasmo en la vida de Juanita, la asaltó repentinamente, sin aviso, produciendo las contracciones nuevas de su cuerpo, tan placenteras. Le parecía un sueño. Alfonso que horas antes había tenido lo suyo, pudo resistir y no la llenó, por el contrario cuando su hermana se recuperó, le preguntó si se cuidaba. Juanita le dijo que sí que tomaba la píldora para regular sus periodos, que no se preocupara y libre de temor la siguió penetrando, hasta que ella comenzó a dar muestras de otro orgasmo, él duplicó sus movimientos y la poseyó como loco, la sentía tan estrecha, la vagina le latía, dándole sensaciones nuevas para él, como sin control y con mucha fuerza, cuando notó que ella se corría él, esta vez sí, la llenó de sus jugos abundantes, haciéndola gozar el placer de sentirse inundada y satisfecha a un tiempo.

Yo miré a los ojos a María y le pregunté si había visto todo eso. Ella me dijo que fue así que podía jurarlo.

Solamente la madre durmió esa noche – dije yo con sorna.

María dijo que todos estaban esperando ese momento. Alfonso era muy buen mozo y cualquiera hubiese gustada estar el lugar de Juanita. Vigilaban a los hermanos.

Pensé que María me mentía, pero lo hacía de corazón pues le gustaba relatar y ser escuchada.

¿Y qué pasó después con la niña? – pregunté yo para conocer el grado de observación e imaginación que podía alcanzar María.

¿Pues no creerá usted que los hermanitos quisieron descansar? No, no, no. Juanita volvió a ducharse y Alfonso la siguió. Se enjabonaron y besaron, se disfrutaban el uno al otro sin miedo, el gran paso ya lo habían dado. Alfonso la levantó, por la pared, ella es muy liviana, para chuparla y se atrevió a meterle la lengua en el ano que quiso preparar para un segundo ataque. Juanita le dijo que no arruinara lo que tan bien habían hecho hasta el momento y tomándole el rabo lo dirigió hacia su cuevita indicándole que lo quería otra vez por allí, lo frotaba contra su raja y Alfonso comenzó a machacar, la alzó un poco y en un tris se la volvió a enterrar hasta la raíz, sin arrancarle ni un gritito de dolor, así de lubricada estaba la niña. Se la comía toda y si hubiese más, más se hubiese hundido. En este asalto, con mucha confianza, los dos hermanos se esmeraron. Juanita, se bajó y cumpliendo según sus fantasías, se asió con ambas manos al lavatorio, ofreciendo al hermano su cola, mientras lo miraba por encima del hombro con gran sonrisa, ahora Alfonso desechó en darle por el culo y prefirió continuar por la vagina que tan estrecha la había encontrado y tantas satisfacciones le seguiría dando, antes de recurrir al trasero que ella retractándose le ofrecía. Con una mano dirigió su miembro y frotó la urraquita para lubricarla bien desde atrás, lo hizo despacio, la introducía un poco, se la ponía otro, hasta que la tuvo toda dentro y comenzó el juego de las caderas, Juanita retrocedía mientras él avanzaba. La hermanita comenzó a retorcerse nuevamente de gozo y Alfonso con una mano la sostenía del hombro, la cabeza apoyada en la espalda y con el dedo mayor de la otra, le estimulaba el clítoris. Cuando se acercó el momento, ella soltó el lavatorio y Alfonso prefirió sentarse en el banquito e invitar a Juanita para que lo siguieran haciendo de frente, ella pasó una de sus muy bien torneadas y largas piernas por encima de Alfonso y con una mano se metió al ídolo en su vagina, pudiendo cabalgar a su hermano según su gusto, Alfonso la movía desde la cadera o los glúteos y la besaba con muchísima pasión. En determinado momento Juanita creyó que se volvía loca, pasó sus brazos por el cuello de Alfonso, unió sus labios fieramente con los de él, jugando con la lengua ardiente y sola buscó el orgasmo de su vida, que lo obtuvo fuerte, muy cálido, confundiendo los gozos de Alfonso con los suyos.

- María - le dije yo - sabes qué es lo que más me gusta de tus relatos, que no haces ruido con la boca reproduciendo lo que escuchas, y que no dices palabras feas.

En ese momento sentimos un grito descomunal al que siguieron gemidos y soplidos que no nos dejaron dudar provenían del dormitorio de Leonora, quien ahora se llevaba a sus dos hombres con ella.

María me dijo que Leonora comprendió que su marido Ramiro, se excitaba mirando como se la follaba su hijo Alberto. Desnudos en esta época estival para mitigar el calor, se contemplaban los cuerpos y tentaban las partes. Leonora había rejuvenecido mil años, se despidió de abstenciones puritanas y con mucho jolgorio disfrutaba de las pollas como si cada día fuese el último. A Rodrigo le comenzó a gustar follarla después del hijo, cuando su almeja rezumaba el semen de Alberto, el marido le metía la polla suavemente en el charco resbaladizo y Leonora lo disfrutaba como si Alberto no se hubiese retirado. Luego se lavaba cuidadosamente y sus hombres le comían el cuerpo hasta enardecerla nuevamente. Muchas veces Alberto se ubicaba por detrás para follarla y ella lo mamaba a Rodrigo hasta que llegara su turno. Ella repetía en voz alta: ¡Qué bien se porta mi chiquillo! ¡Cuánto le gusta su madre lozana! ¡Cuánto lo aman sus padres que lo alejan de los males de este mundo y lo apartan de las suciedades sexuales de la tierra! Y el gandul le daba más fuerte cuando escuchaba tanto estímulo por parte de su bella progenitora que lo secaba, apunto tal de que no miraba ninguna otra mujer de este mundo.

- Todo cuanto quieren mis hombres – decía palmeándose el pecho - se lo da esta mujer, que la tienen para rato y sin cansarse. Lo que más me gusta en mi vida lo he descubierto en mi familia - agregaba -¡Quién puede ser más feliz que yo!

Y después de este extraño interludio, María siguió su relato con lo acaecido en casa de Enriqueta, quien a la mañana siguiente, ignorando como jugaron sus niños, se dispuso para que desayunaran bien, dándole huevos pasados por agua a Alfonso y chocolate en rama para los dos. Mucho café y medialunas de manteca. Todos comieron pensando en lo que harían durante el día y la noche. A veces suspiraban como deseándolo ya.

La hermanita estaba radiante y sin que su madre la viera, echaba muchas miradas de fuego a su hermano, pues creía con razón que sacó fuerte ventaja.

Yo tendría que viajar a la casa esa misma mañana. Me vestí con ropas frescas, y paraguas en mano me dispuse a caminar los diez kilómetros que había entre la finca y la posada.

Una moto, a mitad de camino zumbó a mi lado, la muy comedida María, montaba detrás del conductor, que no era otro que Alfonso, y me saludaba con la mano. ¿Acaso esta chiquilla se sumaría a los juegos familiares? ¿Qué sería de mí ante gente a la que no conocía, o mejor, de la que sus aptitudes para el amor que eran muy simpáticas pero no para lo que yo iba a buscar? Mejor que me concentrara en los antiguos ejemplares poéticos de Camoens a quien pretendía traducir al castellano. Mejor que pensara en la dama ideal que compartió con Garcilaso de la Vega o en las notas que Herrera hizo para éste. El soneto, divina forma no se podía componer más, pues como todo en este mundo, se agota.

En tanto que de rosa y azucena

Se muestra la color en vuestro gesto

Y vuestro mirar ardiente, honesto,

Enciende el corazón y lo refrena



Recité de memoria y caminé cómodamente por la gentil senda, hasta que divisé la finca de Enriqueta, me detuve para componer mi ropa y lentamente me acerqué a la casa. Me hice anunciar. En sala espaciosa y fresca esperé que llegara la dueña de casa, quien pidió disculpas por aparecer en pareo pues estaba tomando sol en la piscina con su bikini amarilla, se le transparentaba debido a la sutil tela que la cubría. Recogieron mi paraguas y mi jipijapa, y me ofreció asiento a su lado. Le pedí permiso para fumar un puro, accedió diciéndome que le agrada el aroma del buen tabaco.

Yo miraba sus deliciosas piernas y su agraciado escote, tratando de que no se diese cuenta, aunque lo aceptaba coqueta. No había escatimado halagos María, cuando describió a Enriqueta. Madura, sensible, saludable, hablaba sin parsimonia de los temas que más me gustaban. Y escuchaba los versos que yo le decía con atención.

De pronto, sin que Enriqueta los advirtiera, vi pasar saludándome y con un dedo en los labios llamándome a silencio, nada menos que a María y detrás, muy cerca, a Alfonso. Comprendí que María estaba haciendo de las suyas con el joven que todavía no conocía personalmente.
Enriqueta fue muy atenta conmigo, me dio los libros que le pedí, me los colocó en una bolsa y me retire con paso lento de su finca. Pesaba, aún embelesado por su pierna y el busto, que alguna vez tendría que invitar a esa mujer a tomar algunas copas.

Después de almorzar subía a mi habitación donde me puse a gusto pata soportar el calor del día.

Me desperté tarde cuando caía el sol. María estaba a mi lado con un té con masas. Me serví mientras la miraba extrañado.

- ¿Regresaste bien? – Pregunté – Pensé que tu aventura con Alfonso era más larga.

- Y lo fue. Hacía tiempo que tenía ganas de tener algo con él. Pero me quedé con ganas.

- ¿Por qué?

- Porque se interpuso su hermanita, que no le deja quieta la manguera.

- ¿No entiendo? – dije haciéndome el sonso.

- ¿Recuerdas cuando te saludé con la mano por el camino? Yo ya había transado con él, me moría por hacerlo. En la casa me interrumpió Juanita, estaba muy segura que la niña consentiría en compartirlo con su madre, mas no conmigo.

María no tuvo tiempo ni oportunidad esa noche para sacarse el gusto conmigo. Bajé a cenar. Esa noche noté que Rodrigo no estaba, que se había marchado de viaje. Leonora me atendía con muchísima dedicación, mientras me servía me hizo sonrisas desacostumbradas y yo interpretándola bien en determinado momento le tomé la mano y le agradó.

Aparentemente Leonora se había desatado los rulos para todos los hombres, como era de buen ver y por lo que me contó María estaba, a pesar de ser cuarentona, tan bien como si fuese muchacha. Se habían despertado en ella pasiones que creía dormidas, se habían despertado súbitamente, ahora era mujer seductora y dispuesta a correr aventuras. ¿Por qué había elegido a un viejo como yo? En María supe comprenderlo, era coartada y tiempo de duración en el goce, respeto. ¿En Leonor?

Me retiré del salón comedor haciéndole un guiño vivaz a la posadera, ella sonrió poniéndose colorada.

Por la noche estaba entregado a la corrección de los sonetos, cuando sentí golpecitos en mi puesta, abrí, todo estaba muy oscuro y, en bata, como una sombra, entró Leonora en mi habitación cerrando la puerta tras de sí.

Tendrás que perdonarme mi amor – dijo con voz desmayada – era el día y el momento. Mi hijo no está como tampoco mi marido y quería consultarte...

La interrumpí, estaba confuso, era la primera vez que Leonora me trataba de tú, tenía que imaginar algo para retenerla, tomándome confianza le dije:

Si mujer, siéntate, pues pareces agitada, toma un poco de cognac, acompáñame ¿quieres?

Ella con sorna y riendo bajito aceptó. Comprendí que se sentía pícara y arriesgada, le gustaba la aventura que estaba por vivir.

Es la primera vez en mi vida que...

Me decía, y comprendí que quería acostarse conmigo y vivir la ventura de la traición como si yo le fuera arrebatar la virginidad, casi me echo a reír, porque soy hombre viejo panzón y algo pelado. ¡Vaya partido que se buscó Leonora! La traté con cariño, hice que mirara la Luna mientras apagaba la luz. Yo estaba casi desnudo debajo de la bata que me puse para abrir la puerta. La dejé sobre la cama y tomé a Leonora por los hombros para

darle un ardiente beso.

No era mi intensión apurarla, le bajé un poco la bata para mirarle los blancos hombros que besé produciéndole escozor. Sin duda era la primera vez que se iría a la cama con un desconocido, que rompía el círculo familiar e incestuoso para abrirse a lo desconocido. Tomé todas las precauciones para que disfrutara lo que ella había iniciado con tanto regocijo, poder escaparse y vivir más libre y dichosa lo prohibido, más allá del incesto, el adulterio, la infidelidad.

Todo esto es tan verdadero como lo que conté para Amor Filial en tres relatos: Una madre fresca y lozana (1) y (2) y Alfonso, después de Enriqueta, busca a su hermana. La infidelidad era previsible.

Le bajé lentamente la bata y vi por primera vez el cuerpo blanco y hermoso tal como lo relató María, Leonora era mujer menuda de un metro sesenta de estatura, delgada, aparentemente frágil, con dos hermosos pechos, con buena caída para su edad, abotonados con preciosos pezones rosados ofensivos. El vientre liso y sin estrías, terminaba en el triángulo con generoso vello fino que apenas ocultaban las primeras protuberancias. Las proporciones de su cuerpo eran armoniosas y delicadas. No se imaginaban tras los pliegues de su ropa negra que parecían ocultarla, para que nadie la sospechara como en verdad era.

Con la excusa de servir más cognac, encendí la luz de noche, y la conduje a mi cama. Ella me dejaba hacer. Tomamos el cognac mientras la acariciaba, temblaba como una adolescente aquella mujer que conformaba a dos hombres a un tiempo, yo la traté como si nada supiera. Besé todo su cuerpo, hasta que su mano buscó mi pene, que sostuvo y movió de arriba a bajo poniéndolo a su gusto. La seguí besando hasta que llegué a su vulva donde jugué con mi lengua. Todo rastro de vergüenza había desaparecido entonces, comenzó a gozar tomando mi cabeza con fuerza y acariciándome, mientras movía gozosa su cabeza de un lado a otro. Se incorporó con visibles ganas de que nos ubicáramos de manera inversa y mamáramos mutuamente. Ella parecía una fiera mordisqueando mi pomo, besándolo, introduciéndolo y sacándolo de su boca. En un instante lo abandonó para dar lugar a su primera corrida de mujer infiel, yo tenía mi lengua en su vagina y sentí las contracciones como de mujer muy joven. No lo podía creer. Trató de descansar y la ensarté con mi bien dispuesta polla que entró en su lubricada vagina en dos tiempos. El primero la hizo saltar sorprendida, el segundo estuvo toda adentro. Se la moví buscando sus mejores reacciones y mi satisfacción. ¡Que bien me ajusté a ella!

Cuando de tanto meter y sacar lo creí oportuno la di vuelta, quedó sobre mí en posición dominante que le encantó, la movía de las caderas según mi gusto, hasta que ella, entusiasta, juntó sus talones y se introdujo entre mis piernas apretando mi miembro. Ambas manos a mis costados sostenían el torso, que yo ayudaba a sostener mientras le chupaba las tetas delicadamente, a veces jugaba presionando los pezones con el pulgar y el índice. Ella se buscaba el orgasmo frotándose donde más le gustaba, me besaba y besaba, tanto hizo que lo logró por segunda vez. Cayó sobre mí exhausta y resoplando los ah y repitiendo: ¡ay hijo de mi alma! ¡Qué bien me la has dado!

Yo me sentía inocente, nada había hecho que ella no se me hubiese adelantado. Su aventura, sus fantasías, las cumplía requetebién. Se repuso advirtiendo que aún le quedaba resto y cogió mi polla con tal ansia, la mamó con tal fuerza e interés que no tardé en correrme en su boca, tragó, paladeó, chupó y se quedó mirándome con una cara de felicidad tal, como no vi en mucho tiempo.

Descansábamos bebiendo más cognac, me comentó que ahora sabía por qué me había elegido María para darse los gustos.

Leonora había estado siguiendo los movimientos de mi muchacha y seguramente escuchó lo que hacíamos a solas. Había sido prudente en todo, en ña oportunidad que le dieron sus hombres, en el conocimiento de que María no vendría por mí.

El bobalicón ahora era yo, había caído en manos de mujeres sin darme cuenta. Nunca fui un ser superdotado, sino normalito. A veces decidor y algo mentiroso en los elogios, nada más.

Leonora tenía música para rato, sus manos ya estaban jugando con mi polla y pronto lo estuvo su boca que logró resucitarla, cuando lo creyó oportuno se subió nuevamente a mí, con una mano se la introdujo moviéndose acompasadamente y con suavidad. Inspirada salió, giró sobre mí y se la ensartó por el agujero mas chico que dilató poco a poco. Yo la sostenía complacido y adoraba su espalda y los hoyitos sobre los glúteos. Se había aficionado muy bien al sexo anal, le propuse que se bajara de la cama y pusiera de rodillas, el torso sobre ella, mientras le daba suelto por atrás, accedió complacida pues comprendió que las arremetidas serían mas fuertes. Así lo hicimos, yo aproveché para meterme también por la vagina y azuzarle el clítoris en busca de que su placer fuera mayor, también le amasaba la teta y le besaba el cuerpo. Me decía: ¡Sigue tío! ¡Sigue! ¡Que yo me he corrido no sé cuántas veces y tú no más que una!

La multiorgásmica Leonora, capaz de cargase a dos hombres, estaba disfrutando muy bien con un viejo. Vaya uno a comprender a las mujeres. Yo le mordía suavemente la oreja, como podía le besaba en los labios y quería arrancarle la lengua juguetona. Estuvimos así un buen rato, yo cambiando de lugar y dándole infinidad de besos y ella contorcionándose, retorciéndose como niña. ¡Era feroz esta hembra Leonora!

Finalmente me vacié por atrás con un polvo sin precedente en mucho tiempo. Parecía mentira que lo hubiese encontrado en ella, que parecía mujer reventada y era pura dulzura y sensibilidad, suave el tacto de su piel como si fuera un querubín.

Traté de que no nos cansáramos, le pedí que durmiéramos pues teníamos toda la noche por delante. Dijo que sí mientras con agilidad saltaba hasta el retrete para higienizarse.

Cuando la esperaba pensé que no era menos bella que su cabellera oculta siempre por el pañuelo negro. ¿Por qué semejantes mujeres quieren ocultar su belleza como si monjas fuesen?

Leonora cumplió conmigo su plan de evasión, ahora era adúltera infiel, tenía un amante que no era del círculo vicioso del incesto, generalmente más cómodo y confianzudo que entrar en el misterio de un extraño.

Si prohibido estaba follarse un hijo, no menos prohibido follarse a una persona ajena, de paso. Tardó mucho más de cuarenta años en dar ese paso. Sus consideraciones no eran de mi incumbencia.

Volvió a la cama y acurrucó junto a mí, parecía que iba a dormir pero resultó todo lo contrario. Aquella noche vivificó mis apetitos.
Llegó el momento en que decidí devolverle a Enriqueta el libro de sonetos que me prestó con tanta amabilidad y cortesía. Dejé en su casa, a propósito, mi paraguas para que se cumpliera aquello de ‘el que se va sin que lo echen vuelve por el sombrero’. Yo regresaba a esa casa sin previo aviso y con dos motivos, devolver y recuperar lo que es mío. Sin que se dieran cuenta en la posada, me lancé a caminar seguro de que no me seguiría nadie, ni María ni menos Leonora.

Me hice anunciar, la señora estaba muy ocupada, en unas dos horas estaría conmigo, me dijeron, en cambio vi a la púber Juanita nadando en la piscina y distraídamente me acerqué a ella. Se sorprendió al verme mientras yo la observaba nadar con su dos piezas blanco, trasparente, el sostén sin rellenar casi y muy blanco en la zona del pubis. Bien podía bañase sin él.

- Tú debes ser Juanita le dije festivamente.

- Sí - contestó ella con cara de estar pensando ‘los viejos son los peores’, pues bien los conocía.

- Vengo a ver a tu madre, para recoger mi paraguas y devolverle un libro.

Salió del agua lentamente, tenía piernas preciosas y muy bien formadas, así como la cola firme y alzada. Se contoneaba mientras se acercaba a mí, seductora. Sus manos ya grandes, casi de mujer, tomaron la toalla con la que se secó cuidadosamente terminando en la punta de su hermoso cabellos rubio, que le caía por los hombros, se movió como un junco hacia los costados para secarlo bien. No me quitaba los ojos de encima, ni yo a ella.

- ¿Es usted quien tradujo los sonetos? – me preguntó interesada.

- Sí.

- Yo tengo algunos, los estuve leyendo anoche.

- ¿Te gustan los sonetos? – pregunté incrédulo mientras ella se sentaba bajándose los breteles del sostén y arreglando la tanguita.

- Sí, mucho. ¿Qué le dijeron de mamá?

- Que tardaría unas dos horas en bajar de su habitación.

- Ah, sí. ¿Quiere usted venir conmigo para recoger las páginas que tengo yo? Están en mi cuarto – me dijo pícaramente.

No supe que contestar. Me tomó de la mano y subimos la escalera, la seguí sin darme cuenta y entramos en su refugio. Me hizo pasar a esa amplia habitación, muy emocionada pues oscilaba entre la niña y la adolescente, y no estaba acostumbrada a estar en ella con hombres a solas.

- Aquí es donde duermo, sueño, estudio - me ilustró mirando unas fotos y dijo: éstas son mías, de este verano en Málaga y la Costa del Sol.

- De mi tierra - dije orgulloso, mientras pensaba que en la playa la niña debió mezclarse entre mujeres casi desnudas.

- Sí - yo también nadé desnuda – agregó como leyéndome el pensamiento.

- La niña desapareció tras la puerta del escusado, abrió la ducha. Me quedé solo revisando el cuarto con la mirada, de pronto oí voces que provenían de otra habitación.

- Dame más papito. Sí, sí, así.

- ¡Qué bien estás, mamá! ¡Me vuelves loco!

- Mas fuerte querido, más fuerte amorcito. Ah, así, así

Los gritos y jadeos se oían cada vez más fuertes, no cabía duda de que Enriqueta se estaba dando el gusto con su hijo Alfonso y ambos se estaban quitando la gana, que debía se mucha para demorar mi espera.

- No, no me la saques, no.

- ¡Vamos, madre, chúpamela un poco, despacio, no quiero correrme tan pronto!

Se hizo silencio.

- ¡Ay que me corro! – gritó Alfonso.

- Sí querido, en la cara, en la cara de tu madre, en su pecho, en su boca. ¡Cuánta leche tiene mi bebé! ¡Toda para su mami! ¡Venga, que te la como toda!

Yo me revolvía en mi asiento y sentía que toda mi sexualidad se alborotaba. En ese momento reapareció Juanita, no advertí que había dejado de bañarse, reapareció en camisa y short, el pelo reacondicionado y se sentó a mi lado tomándome de la mano,

Escuchaste – me dijo – son mamá y mi hermano Alfonso – confirmando mis sospechas – me da tanta rabia dijo alejándose de mí e instalándose casi sentada sobre la cómoda y mirándome con los ojos brillantes. Los viejos son los peores, parecía repetir.

- Tienes una linda habitación – le dije para distraerla.

- ¿Te gusta? Es para una niña.

- ¿Tú no eres una niña?

- ¡Qué va! Soy una mujer. Y sonrió llevándose un dedo a la boca.

De la otra habitación se oyó claramente:

- ¡Ay, que me haces cosquillas!

- Es Alfonso – dijo Juanita - la hace reír mientras prepara el segundo asalto, juguetea con sus chichis buenas, que yo no tengo. Me da tanta rabia.

Las voces siguieron escuchándose perfectamente. El hablar juguetón se incrementaba paulatinamente, incrementando la relación altamente erótica entre la madre y el hijo.

Juanita se sentó casi sobre la cómoda, la camisa la tenía entreabierta, se puso una mano en el vientre y la deslizó dentro del short acariciándose la valva

- ¡Ten cuidado! –se escuchó desde la habitación – sabes que por ahí duele al principio. Evidentemente Enriqueta se había aficionado a que Alfonso se la diera por el agujerito más chico, como Leonora con Alberto. A continuación hubo quejidos de goces y dolor confusos, hasta que se encontraron en pleno mete y saca, con fuerza, que tanto deleitaba a la madre.

Juanita me miró mientras sacaba la mano del pantalón y se chupaba un dedo. Yo había acumulado mis deseos de ninfólepto, ahora veía nada más que a la ninfa de los poetas, a la vírgula preciosa que me estaba llamando cantarinamente, sus sonidos me sonaban al susurro de las abejas, al revoloteo de los pájaros en celo.

La nínfula se me acercó muy caliente por lo que se escuchaba en el otro cuarto, se restregó contra mí sensualmente, me tomó la mano y me la puso sobre su chochita. Sin darme cuenta se la comencé a tocar por fuera. Ella se quitó el short y la camisa y desnuda se sentó en mis piernas, deseando que la acariciara, le metí un dedo, sabía que ya no era virgen pero me gustaba tratarla como si lo fuera, la besé, la besé toda deseando ese cuerpo abandonado. Juanita temblaba de calentura, se contraía riendo. Yo le pasaba mi lengua por su raja que le producía cosquilleo y, finalmente, el estertor. Todo lo hice suavemente dejándome llevar por la dulzura de la niña. Sentimos el grito feroz de la corrida de Enriqueta, sus jadeos y bufidos finales.

- En la boca – pedía – pónmela en la boca y acaba en ella. Enriqueta estaba verdaderamente perdida y delirante.

Juanita aprovechó ese momento para salirse de mis brazos. Guiada por el amor de su hermano, me condujo a la habitación de la pasión, entramos y sorprendimos a Enriqueta mamando a su hijo. Alfonso estaba de pié en la cama y ella de rodillas pasándole la lengua por los huevos. El hijo fue el primero en vernos y advirtió que Juanita pretendía que yo la poseyera delante de él y de su madre. Ésta se dio vuelta y sonrió regalona para ocultar ante mí su delito. Alfonso aprovechó para sacar con un manotón a Juanita de mi lado, la tocaba y sabía que estaba jugosa, ardiente. Comenzó a besarla en la boca y a revolcarse con ella por el lecho. Como eran muy jóvenes, Alfonso, excitado por su hermana, comenzó a levantar el ardor de su miembro que la hermana, ni lenta ni perezosa, se metió en la boca para tragárselo casi todo.

Enriqueta estaba sorprendida, si bien sabía los de sus niños, nunca lo habían hecho los tres. Tampoco parecía resignarse a quedar fuera de la ronda de placer y me hizo una seña para que me acercara que no supe desatender. Me quité la poca ropa que llevaba y estuve junto a la hermosa mujer en un instante, antes de que se arrepintiera. Enriqueta poseía todo un cuerpo preparado para el amor y la lujuria, ninguna de sus partes desencajaba del conjunto sensual en que se crió, era una golosina para los labios, una delicia al tacto, emanaba el olor ala perfección en la hembra terminada, redonda, voluptuosa, sus cabellos los manejaba con coquetería sin par, pues los sabía delicados, parte de su orgullo de mujer. Se había depilado toda, su sexo, enrojecido por la faena con su hijo, estaba hinchado, y todavía manaban los jugos del amor. Me tendió los brazos y no pude resistirme a ubicarme entre sus piernas que estaban tan abiertas como acogedoras. Miraba al hijo con despecho, Alfonso estaba al mete y saca con su estrecha hermana, que gozaba con toda clase de penetraciones que festejaba con sonidos articulados, sin cuidarse de los demás. Sabía que estábamos en una orgía, pero todo ocurría normalmente, éramos parejas separadas aunque dependientes de la calentura unas de la otras. La madre, me sacó y me ofreció el culo para ofender al hijo, yo lo tomé pues me lo daba bien empinado, ella descansaba la cara en el colchón.

Juanita, para no ser menos, hizo lo mismo que su madre, colocó la cara muy cerca de ella. Enriqueta, lejos de ofenderse,, comenzó a besarla, besos de lengua apasionados que obligaban a Alfonso a arremeter con furia, acercando la cara de Juanita a la de su madre. Alfonso le estaba haciendo muy bien el culo y yo pretendía lo mismo con Enriqueta moviendo mis dedos en su clítoris como estímulo aleatorio y con la mano libre, le amasaba las tetas hasta donde podía. Alfonso, que estaba un poco más arriba, sincronizó todos los movimientos, deguíamos su ritmo. Juanita, por ser más joven, o por variar, porque en ello va el verdadero gusto de las cosas, hizo señas de querer ir boca arriba y recibir a su hermano por delante, este le dio el gusto. Yo aproveché la oportunidad para hacer lo mismo.

Cuando se avecindaba el final, Enriqueta más sabia, prefirió que su hijo se descabalgara de Juanita y se las arregló para volcar a Alfonso de manera tal que ella permaneciese ensartada arriba, moviéndose muy bien, tan bien como para saber detenerse oportunamente y aprovechar más a su hijo. Juanita, sorprendida por la maniobra rápida de su madre, no perdió un segundo, me empujó para disponer de mí igual que su madre. ¡Qué gloria sentir a aquella chiquilla! Se movía de acuerdo a la virtud de su peso, era menuda como Leonora pero parecía más sabía por la pasión sin límites que ponía en la faena.

Alfonso y la madre se corrieron de manera descomunal. Era digno de ver cómo aquellos lazos consanguíneos se cruzaron para amarse hasta lo más profundo de sus almas, sus gritos resonaban y parecían estar muy alejados de allí. Yo aproveché el desconcierto para trabajar seriamente a Juanita y producirle la corrida con la que recordaría siempre, luego la dí vuelta, la levante del vientre y la penetré por detrás, ella había quedado muy fláccida después de su orgasmo y mi mete y saca lo soportaba con deleite y sin participación de su cuerpo. Había quedado a mi merced por unos minutos en que le hice saber qué es canela fina, se daba cuenta y me sonreía porque no esperaba tanto y lo gozaba perfectamente. Alfonso, destartalado al lado de su madre, nos miraba como un tonto, bien le hubiese gustado estar en mi lugar. Estaba probando un cuerpo de hurí y lo disfrutaba a más no poder. Juanita, que no era tonta para nada, se dejaba hacer, aunque causara el despecho de su hermano y a Enriqueta le hubiese gustado cambiarse por su hija. Terminé con ella, sin saber el tiempo, cuando escuché los bufidos y resoplos de su nueva corrida, entonces, recién entonces, podía ponerle fin a la fiesta, aunque por lo que veía en los ojos de Enriqueta, había sido admitido en el círculo de sus pasiones, sabían que era un trashumante viajero y que me iría mientras que ellos estarían unidos siempre, pero quizá volvería para renovar los ánimos y cambiar los humores.

En la posada, María se dio cuenta que estaba nuevamente mi paraguas en su lugar y que el libro no estaba. Me miró y con toda confianza me preguntó:

- ¿Se puede saber dónde has estado?

- Pasé por lo de Enriqueta, hice los cambios y luego observé cómo los hortelanos le cambian el agua salada a las aceitunas – dije con displicencia.​
 
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