Santiago acababa de despertarse de una larga siesta cuando Lena, su madre, entró en su habitación y se sentó en el borde de su cama. Santi se incorporó con las mantas cubriendo la mitad inferior de su cuerpo, tratando de que su madre no se diera cuenta de que estaba durmiendo desnudo.
–Santi, mi vida… Sé que esto va a sonar raro, pero deseo quedar embarazada.
“¿Por qué me dice esto?”, pensó el joven muchacho. Eran vacaciones de invierno, venía trasnochando cuatro días seguidos, no se había despertado del todo de una siesta y ahora su mamá estaba en su habitación diciéndole que quería quedar embarazada.
–Eh, está bien, mamá –respondió–. No tengo ningún problema con eso. Si quieres tener un bebé, es tu decisión.
Santi recostó la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos.
–Quiero tener tu bebé –dijo Lena.
Aarón abrió los ojos. Su mayor fantasía acababa de hacerse realidad. A menudo había soñado con tener relaciones sexuales con su madre y dejarla preñada.
–¿Quieres que, ejem, te deje embarazada?
–Sí –dijo su madre.
–¿Pero por qué quieres que te deje embarazada? ¿Por qué yo?
–Tengo muchísimas ganas de tener un bebé y se me está acabando el tiempo. En tres meses cumplo los cuarenta y cuatro años. Y tú eres el único hombre en mi vida que amo con seguridad –respondió Lena.
–Pero… ¿No es un poco enfermizo tener sexo con tu propio hijo? Báh, eso es lo que oí en la escuela, en la iglesia, en la televisión...
–Bueno, no está bien… Pero no tenemos que decírselo a nadie. Si alguien hace preguntas, podemos simplemente decir que quedé embarazada en una aventura de una noche y no puedo encontrar al tipo que me dejó embarazada –racionalizó Lena–. Estoy segura de que esa respuesta va a dejar incómodo a más de uno y ya no habrá más preguntas.
–Bueno, si realmente deseas tanto un bebé, supongo que podemos intentar dejarte embarazada –dijo Santi finalmente.
–Gracias, mi cielo. Te recompensaré con creces –dijo Lena, dándole a Santi un tierno beso lleno de amor maternal en la frente.
Lena se encaminó a la puerta del dormitorio, pero antes de que saliera, Santi le consultó:
–¿Cuándo vamos a empezar?
–Pronto lo descubrirás –dijo Lena con una sonrisa pícara en su rostro.
Lena salió por la puerta y bajó las escaleras. Santi recostó la cabeza sobre la almohada y, luego de una inevitable paja para bajar los nervios, volvió a quedarse dormido. Cuando despertó dos horas más tarde, un dulce aroma provenía del piso de abajo. Se levantó de la cama, se puso un par de boxers negros y bajó las escaleras. Encontró a Lena sentada elegantemente en el sofá vistiendo sólo un conjunto de lencería transparente negra, bebiendo una copa de vino blanco. Todas las luces estaban apagadas y lo único que iluminaba la habitación eran las tenues flamas de las velas encendidas en la mesa de café.
Santi se quedó allí admirando a su madre sentada en el sofá bebiendo su vino. Se le ocurrió que estaba muy parecida a La Venere Bianca, una de sus actrices porno preferidas.
No sabía qué decir ni qué hacer. ¡No era para menos! A su tierna edad, casi no tenía experiencia con el sexo opuesto. Eso sí: tan hermosa se veía su mamá, que le costaba controlarse. Su instrumento comenzó a cobrar vida y en un santiamén su glande asomó por borde superior de su ropa interior. Lena advirtió su presencia. Sonrió y dio unas palmaditas junto a ella en el sofá. Santi obedeció y se sentó junto a su mamá. Lena sirvió un poco de vino en un vaso que estaba sobre la mesa. A pesar de su edad, Santi había bebido en varias ocasiones vino con su madre. Recibió la copa y se recostó en el sofá mientras Lena se acercaba a él.
Santi bebió un sorbo de dulce vino y, apenas apartó el vaso de su boca, sus labios se encontraron con los de Lena. Ambos se fundieron en un romántico beso que no tardó nada en convertirse en un morreo digno de una película porno bien guarra. La polla de Santi adquirió la rigidez de una roca y de los quince centímetros de largo que tenía, seis ya estaban afuera del boxer. Lena dejó su copa sobre la mesa y luego se acercó aún más a Santi.
Le quitó el vaso de las manos con suavidad y lo dejó sobre la mesa. Empujó a Santi completamente hacia atrás en el sofá y luego se subió encima de él, sentándose a horcajadas sobre su regazo. Comenzó a depositar besos por todo el cuerpo de su hijo. Primero en su boca, y luego fue descendiendo. Cuando llegó a su entrepierna, deslizó sus largos dedos dentro del calzoncillo y los sacó con algo de dificultad, ya que estaba muy ceñido. La prometedora verga de Santi saltó como un resorte y le dio un golpecito en su cara. Volvió a repartir besos por el cuerpo de su hijo. Cuando llegó otra vez a su entrepierna, comenzó a besar y lamer su escroto. Santi estaba bien afeitado, lo cual hizo más agradable la tarea de Lena. Pasó la lengua por toda la zona púbica, pero no tocó el miembro. Todos los besos alrededor de su herramienta estaban volviendo loco al pobre Santi. En sus dieciséis años de vida, nunca una chica le había hecho una mamada. Nunca había estado tan cerca de recibir una, y la ansiedad lo estaba matando. Pero Lena siguió besando y lamiendo su cuerpo hasta que se incorporó y comenzó otra vez a depositar besos por todo su cuerpo. Cuando regresó una vez más a al pubis, tomó por fin la verga y comenzó a masturbar a su hijo muy suavemente. Justo cuando Santi estaba a punto de correrse, Lena introdujo el miembro en su boca e inició una mamada llena de amor maternal. Pero ya era demasiado tarde: no pasaron ni cinco segundos, que Santi soltó toda su leche. Disparó seis potentes chorros de cremoso semen blanco en la garganta de su madre. Lena hizo hasta lo imposible por no tragar ni una gota.
Santi se desplomó en el sofá y cerró los ojos, extasiado. Pero Lena estaba lejos de haber terminado. Tenía la boca llena de la leche de su hijo y sabía exactamente lo que quería hacer con ella. Se sentó en el sofá y puso a Santi encima de ella. Lena abrió la boca y le mostró a Santi todo el semen que había eyaculado. Eso lo excitó sobremanera y su pito empezó a volver a la vida. Lena, entonces, introdujo un dedo en su boca y sacó todo el esperma que pudo. Deslizó el dedo por su cuerpo dejando un rastro de semen que iba hasta su vagina. Volvió a meterse el dedo en la boca, sacó otro poco de semen y se lo metió en la vagina. Repitió la operación tres veces. Por último, le enseñó la lengua a su hijo: le quedaba una bolita de semen justo en la punta, como si de una perla se tratara. Santi captó la indirecta. Sacó su lengua y lamió su semen. Lo mantuvo en su boca un momento y luego bajó y lo escupió en la vagina velluda de Lena. Esto subió aún más la excitación de la madura hembra, que aferró la cabeza de su hijo y lo atrajo para romperle la boca de un beso.
Hacían años desde la última vez que había besado a alguien con tal intensidad.
Santi le indicó a su madre que se recostara en el sofá. Por instinto de macho, separó las piernas de su madre todo lo que pudo y, murmurando palabras de amor eterno, deslizó su pito profundamente en el apretado y húmedo coño de su progenitora. Comenzó un lento vaivén con sus caderas. Su verga se deslizaba dentro y fuera de la cueva materna muuuy fácilmente y sabía que no pasaría mucho tiempo para disparar otra carga. Redujo la velocidad para estirar este maravilloso momento todo el tiempo que fuera posible.
Santi le hizo el amor a su madre por casi media hora, durante la cual las palabras de cariño se mezclaron con las obscenidades más guarras de las que fueron capaces. A Santi le sorprendió que su madre pudiera decir cosas dignas de una buscona cualquiera, y a Lena la dejó asombrada lo guarras que fueron las cosas que su hijo le dijo en medio del éxtasis.
Entonces, Santi sintió el cosquilleo que anunciaba la eyaculación en su entrepierna.
Había llegado el gran momento.
No había vuelta atrás.
El momento que Lena había estado deseando durante tanto tiempo.
Finalmente, su hijo, el hombre que más amaba en todo el mundo, iba a depositar una carga de fresco esperma en sus entrañas.
Santí gritó “¡¡préñate, puta!!” y soltó una caliente carga de lefa adolescente en el coño empapado de su madre. Disparo tras disparo, gritó obscenidades de todo tipo. Y su mamá no se quedó atrás.
Santi se tumbó a un costado de su madre y allí se quedó, con su polla todavía medio metida en el coño de su propia madre. Besó a Lena en la mejilla y se quedaron dormidos en un abrazo perfecto.
Lena se despertó más o menos una hora después con la polla semidura de su hijo latiendo en el borde de su vagina. Haciendo un esfuerzo por no empezar otro round, se levantó del sofá, fue a la cocina y comenzó a preparar la cena para Santi. Un rato después, Santi subió al baño, se dio una ducha y luego regresó abajo completamente desnudo. La cena estaba sobre la mesa y Lena estaba sentada en el lado opuesto de la mesa, también desnuda, bebiendo más de su vino blanco. Er aun ambiente muy romántico ya que Lena había encendido las velas de los candelabros de la gran mesa del comedor. Terminaron de cenar y regresaron a la sala de estar. Madre e hijo se acurrucaron en el sofá y se arrebujaron uno en los brazos del otro. Santi se recostó encima de Lena de espaldas a ella y Lena le susurró al oído:
–Cumpliste mi deseo y también una de mis fantasías más salvajes, mi vida.
Santiago simplemente sonrió y se quedaron dormidos hasta que el sol de la mañana irrumpió a través de la ventana de la sala.
Continuaron con su vida diaria con normalidad.
Desde aquella fatídica noche de pasión no han vuelto a hacer el amor.
La fantasía de Lena consistía en que su hijo la dejara embarazada. Eso ya había ocurrido.
–Santi, mi vida… Sé que esto va a sonar raro, pero deseo quedar embarazada.
“¿Por qué me dice esto?”, pensó el joven muchacho. Eran vacaciones de invierno, venía trasnochando cuatro días seguidos, no se había despertado del todo de una siesta y ahora su mamá estaba en su habitación diciéndole que quería quedar embarazada.
–Eh, está bien, mamá –respondió–. No tengo ningún problema con eso. Si quieres tener un bebé, es tu decisión.
Santi recostó la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos.
–Quiero tener tu bebé –dijo Lena.
Aarón abrió los ojos. Su mayor fantasía acababa de hacerse realidad. A menudo había soñado con tener relaciones sexuales con su madre y dejarla preñada.
–¿Quieres que, ejem, te deje embarazada?
–Sí –dijo su madre.
–¿Pero por qué quieres que te deje embarazada? ¿Por qué yo?
–Tengo muchísimas ganas de tener un bebé y se me está acabando el tiempo. En tres meses cumplo los cuarenta y cuatro años. Y tú eres el único hombre en mi vida que amo con seguridad –respondió Lena.
–Pero… ¿No es un poco enfermizo tener sexo con tu propio hijo? Báh, eso es lo que oí en la escuela, en la iglesia, en la televisión...
–Bueno, no está bien… Pero no tenemos que decírselo a nadie. Si alguien hace preguntas, podemos simplemente decir que quedé embarazada en una aventura de una noche y no puedo encontrar al tipo que me dejó embarazada –racionalizó Lena–. Estoy segura de que esa respuesta va a dejar incómodo a más de uno y ya no habrá más preguntas.
–Bueno, si realmente deseas tanto un bebé, supongo que podemos intentar dejarte embarazada –dijo Santi finalmente.
–Gracias, mi cielo. Te recompensaré con creces –dijo Lena, dándole a Santi un tierno beso lleno de amor maternal en la frente.
Lena se encaminó a la puerta del dormitorio, pero antes de que saliera, Santi le consultó:
–¿Cuándo vamos a empezar?
–Pronto lo descubrirás –dijo Lena con una sonrisa pícara en su rostro.
Lena salió por la puerta y bajó las escaleras. Santi recostó la cabeza sobre la almohada y, luego de una inevitable paja para bajar los nervios, volvió a quedarse dormido. Cuando despertó dos horas más tarde, un dulce aroma provenía del piso de abajo. Se levantó de la cama, se puso un par de boxers negros y bajó las escaleras. Encontró a Lena sentada elegantemente en el sofá vistiendo sólo un conjunto de lencería transparente negra, bebiendo una copa de vino blanco. Todas las luces estaban apagadas y lo único que iluminaba la habitación eran las tenues flamas de las velas encendidas en la mesa de café.
Santi se quedó allí admirando a su madre sentada en el sofá bebiendo su vino. Se le ocurrió que estaba muy parecida a La Venere Bianca, una de sus actrices porno preferidas.
No sabía qué decir ni qué hacer. ¡No era para menos! A su tierna edad, casi no tenía experiencia con el sexo opuesto. Eso sí: tan hermosa se veía su mamá, que le costaba controlarse. Su instrumento comenzó a cobrar vida y en un santiamén su glande asomó por borde superior de su ropa interior. Lena advirtió su presencia. Sonrió y dio unas palmaditas junto a ella en el sofá. Santi obedeció y se sentó junto a su mamá. Lena sirvió un poco de vino en un vaso que estaba sobre la mesa. A pesar de su edad, Santi había bebido en varias ocasiones vino con su madre. Recibió la copa y se recostó en el sofá mientras Lena se acercaba a él.
Santi bebió un sorbo de dulce vino y, apenas apartó el vaso de su boca, sus labios se encontraron con los de Lena. Ambos se fundieron en un romántico beso que no tardó nada en convertirse en un morreo digno de una película porno bien guarra. La polla de Santi adquirió la rigidez de una roca y de los quince centímetros de largo que tenía, seis ya estaban afuera del boxer. Lena dejó su copa sobre la mesa y luego se acercó aún más a Santi.
Le quitó el vaso de las manos con suavidad y lo dejó sobre la mesa. Empujó a Santi completamente hacia atrás en el sofá y luego se subió encima de él, sentándose a horcajadas sobre su regazo. Comenzó a depositar besos por todo el cuerpo de su hijo. Primero en su boca, y luego fue descendiendo. Cuando llegó a su entrepierna, deslizó sus largos dedos dentro del calzoncillo y los sacó con algo de dificultad, ya que estaba muy ceñido. La prometedora verga de Santi saltó como un resorte y le dio un golpecito en su cara. Volvió a repartir besos por el cuerpo de su hijo. Cuando llegó otra vez a su entrepierna, comenzó a besar y lamer su escroto. Santi estaba bien afeitado, lo cual hizo más agradable la tarea de Lena. Pasó la lengua por toda la zona púbica, pero no tocó el miembro. Todos los besos alrededor de su herramienta estaban volviendo loco al pobre Santi. En sus dieciséis años de vida, nunca una chica le había hecho una mamada. Nunca había estado tan cerca de recibir una, y la ansiedad lo estaba matando. Pero Lena siguió besando y lamiendo su cuerpo hasta que se incorporó y comenzó otra vez a depositar besos por todo su cuerpo. Cuando regresó una vez más a al pubis, tomó por fin la verga y comenzó a masturbar a su hijo muy suavemente. Justo cuando Santi estaba a punto de correrse, Lena introdujo el miembro en su boca e inició una mamada llena de amor maternal. Pero ya era demasiado tarde: no pasaron ni cinco segundos, que Santi soltó toda su leche. Disparó seis potentes chorros de cremoso semen blanco en la garganta de su madre. Lena hizo hasta lo imposible por no tragar ni una gota.
Santi se desplomó en el sofá y cerró los ojos, extasiado. Pero Lena estaba lejos de haber terminado. Tenía la boca llena de la leche de su hijo y sabía exactamente lo que quería hacer con ella. Se sentó en el sofá y puso a Santi encima de ella. Lena abrió la boca y le mostró a Santi todo el semen que había eyaculado. Eso lo excitó sobremanera y su pito empezó a volver a la vida. Lena, entonces, introdujo un dedo en su boca y sacó todo el esperma que pudo. Deslizó el dedo por su cuerpo dejando un rastro de semen que iba hasta su vagina. Volvió a meterse el dedo en la boca, sacó otro poco de semen y se lo metió en la vagina. Repitió la operación tres veces. Por último, le enseñó la lengua a su hijo: le quedaba una bolita de semen justo en la punta, como si de una perla se tratara. Santi captó la indirecta. Sacó su lengua y lamió su semen. Lo mantuvo en su boca un momento y luego bajó y lo escupió en la vagina velluda de Lena. Esto subió aún más la excitación de la madura hembra, que aferró la cabeza de su hijo y lo atrajo para romperle la boca de un beso.
Hacían años desde la última vez que había besado a alguien con tal intensidad.
Santi le indicó a su madre que se recostara en el sofá. Por instinto de macho, separó las piernas de su madre todo lo que pudo y, murmurando palabras de amor eterno, deslizó su pito profundamente en el apretado y húmedo coño de su progenitora. Comenzó un lento vaivén con sus caderas. Su verga se deslizaba dentro y fuera de la cueva materna muuuy fácilmente y sabía que no pasaría mucho tiempo para disparar otra carga. Redujo la velocidad para estirar este maravilloso momento todo el tiempo que fuera posible.
Santi le hizo el amor a su madre por casi media hora, durante la cual las palabras de cariño se mezclaron con las obscenidades más guarras de las que fueron capaces. A Santi le sorprendió que su madre pudiera decir cosas dignas de una buscona cualquiera, y a Lena la dejó asombrada lo guarras que fueron las cosas que su hijo le dijo en medio del éxtasis.
Entonces, Santi sintió el cosquilleo que anunciaba la eyaculación en su entrepierna.
Había llegado el gran momento.
No había vuelta atrás.
El momento que Lena había estado deseando durante tanto tiempo.
Finalmente, su hijo, el hombre que más amaba en todo el mundo, iba a depositar una carga de fresco esperma en sus entrañas.
Santí gritó “¡¡préñate, puta!!” y soltó una caliente carga de lefa adolescente en el coño empapado de su madre. Disparo tras disparo, gritó obscenidades de todo tipo. Y su mamá no se quedó atrás.
Santi se tumbó a un costado de su madre y allí se quedó, con su polla todavía medio metida en el coño de su propia madre. Besó a Lena en la mejilla y se quedaron dormidos en un abrazo perfecto.
Lena se despertó más o menos una hora después con la polla semidura de su hijo latiendo en el borde de su vagina. Haciendo un esfuerzo por no empezar otro round, se levantó del sofá, fue a la cocina y comenzó a preparar la cena para Santi. Un rato después, Santi subió al baño, se dio una ducha y luego regresó abajo completamente desnudo. La cena estaba sobre la mesa y Lena estaba sentada en el lado opuesto de la mesa, también desnuda, bebiendo más de su vino blanco. Er aun ambiente muy romántico ya que Lena había encendido las velas de los candelabros de la gran mesa del comedor. Terminaron de cenar y regresaron a la sala de estar. Madre e hijo se acurrucaron en el sofá y se arrebujaron uno en los brazos del otro. Santi se recostó encima de Lena de espaldas a ella y Lena le susurró al oído:
–Cumpliste mi deseo y también una de mis fantasías más salvajes, mi vida.
Santiago simplemente sonrió y se quedaron dormidos hasta que el sol de la mañana irrumpió a través de la ventana de la sala.
Continuaron con su vida diaria con normalidad.
Desde aquella fatídica noche de pasión no han vuelto a hacer el amor.
La fantasía de Lena consistía en que su hijo la dejara embarazada. Eso ya había ocurrido.