Las Sorpresas 2

heroher

Virgen
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Jul 31, 2012
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Lo prometido es deuda, y había prometido continuar el relato del trío entre Cristina, su hija Lucía y un servidor. Esto último dicho sin dobles intenciones.
El comentario de Cristina me dejo pasmado ya que estaba invitando a su hija a participar de una relación "sexual" con ella y a propósito no utilizo el término "lésbica" ya que este posee una connotación no sólo de relación carnal, sino también altamente afectiva de pareja. Pero ya fuera que el comentario implicara sólo la relación sexual la intención era muy fuerte.
Me quedé mirando a Lucía intentando prever su reacción, pensando en una demora en la cual sopesara las palabras de Cristina, pero su respuesta fue instantánea.
-Cristina, vamos a pasarla muy, muy bien.
Las dos me miraron, como sopesando el impacto que habían tenido en mí.
-Por supuesto, yo más que dispuesto-, me apresuré a intervenir.
-Lucía, acostate.
Cristina la tomó de los hombros y con suavidad la ayudó a tenderse en la cama. Se acostó a su lado y comenzó a acariciarle los pezones con dos dedos con suaves movimientos circulares. Los pezones respondieron al estímulo adquiriendo un tamaño considerable. Lucía cerró los ojos y emitió un sonoro suspiro. Cristina siguió entonces apretando con firmeza las tetas de Lucía quien se estremeció y gimió en una mezcla de dolor y placer. Ante esta reacción aflojó la presión y se detuvo.
-No, no pares, seguí, seguí-, dijo Lucía entreabriendo los ojos.
Cristina recomenzó su tarea, al mismo tiempo que comenzó a besarlas y chuparlas con energía. Lucía estaba estática dejándola hacer, gozando de cada caricia, de cada beso, de cada chupada.
Cristina comenzó a bajar por su pecho, sus costillas, se detuvo en el ombligo para seguir bajando luego hacia el vientre de su hija.
Yo contemplaba embelesado todos los movimientos de una y otra y no me animaba a intervenir temiendo que cualquier participación mía pudiera terminar con la magia erótica del momento.
Cristina se detuvo un instante, se incorporó y se colocó de rodillas a los pies de Lucía. Tomó uno de ellos y levantándolo empezó a introducirse dedo por dedo en la boca paladeándolos largamente. Los succionaba muy despacio y después les pasaba su lengua en punta. Terminó con un pie y siguió con el otro. Lucía se estremecía ante cada contacto, mientras no paraba de acariciarse las tetas, con lentos movimientos circulares. Cuando hubo pasado por cada uno de los diez dedos le separó las piernas levantadas y ubicó la vagina de Lucía comenzando a hurgar con la lengua en el interior. Sin dudas su clítoris respondió rápidamente porque comenzó un orgasmo que me pareció interminable, por lo menos sus gemidos así lo indicaban.
Cristina se tomó unos segundos mirando como su hija acababa; sonreía con placer conciente del acto que estaban protagonizando y disfrutándolo.
Me miró; sus ojos estaban brillantes.
-Preparate que ahora seguís vos.
Mientras Cristina estaba dedicada a satisfacer a Lucía yo no me perdí detalle de todo lo que estaba pasando y si no me metí entre ellas fue porque soy una persona paciente que sabe que todo tiene su tiempo y que hay que saber esperar. Lo difícil era que mi pija entendiera esta simple cuestión; estaba a punto de explotar después del show que acababa de presenciar.
Cristina me agarró de la mano y se la colocó sobre la concha. –Estoy pensando que Lucía y vos me van a hacer pasar un buen rato. Tengo algunas ideas.
-Cris, soy tu esclavo y obedezco.
Lucía seguía sin pronunciar palabra pero sin perder detalle de lo que pasaba, sus pechos se balanceaban con la agitación del momento que había pasado.
Cristina se acostó boca arriba esperando. –Ahora es mi turno-, dijo.
Lucía se levantó de la cama y caminó hasta una pequeña cómoda; abrió uno de los cajones y extrajo un pote dorado. -¿Esto es lo que estabas pensando?
Cristina sonrió y guiñándome un ojo dijo casi con orgullo: -Esos deben ser algunos de mis genes.
Yo no comprendía de que me estaba hablando. Lucía volvió a la cama y destapó el frasco. Introdujo un par de dedos y los sacó con una buena cantidad de una crema del mismo color que el pote.
-¿Es esta, no es cierto?
-Sí, Lucía, es esa.
Cristina se estiró abriendo un poco las piernas; su hija comenzó a untarle las piernas con la crema dorada que despedía una fragancia encantadora. Iba subiendo desde las rodillas tiñendo el cuerpo de Cristina con ese fulgor. Lucía me aproximó la crema, tomé un poco y comencé a imitarla bajando desde el cuello de Cristina hacia sus senos lentamente. La crema tenía una untuosidad especial, era suave al tacto y emitía algo de calor. Me detuve un rato masajeando las tetas de Cristina notando como se iba apoderando de ella toda la voluptuosidad del momento. Sus pezones pasaron del rosa al dorado, sus areolas se tiñeron igual.
Lucía ya estaba introduciendo sus dedos en la concha de su madre y esta respondía al estímulo con suaves gemidos de placer. Yo por mi parte iba untando su abdomen, su vientre, su pubis depilado; por un instante mis manos se confundieron con las de Lucía; creo que recién en ese momento pareció darse cuenta de mi presencia, porque levantó su vista, me sonrió y dejando a Cris empezó a frotar mi pija con la crema. Yo frente a ella, hice lo mismo con sus tetas.
Cristina se dio vuelta en la cama sin una palabra, y sin embargo invitándonos a seguir en su espalda. Cambiamos nuestras posiciones y yo me dediqué a su parte baja mientras Lucía masajeaba su espalda, sus hombros y su nuca. Nuestras manos se encontraron en las nalgas y nuestras caricias se hicieron mas fuertes. Uno de mis dedos penetró en su culo.
Cristina se puso en cuatro patas apoyada en sus codos y en sus rodillas. No hacía falta decir una sola palabra. Antes de que me diera cuenta, Lucía se había colocado debajo de ella chupándole las tetas. Los gemidos de ambas apresuraron mi acción.
Me coloqué en posición y empecé a dársela por el culo. Un poco por la crema que habíamos untado en su orificio y otro poco por la que Lucía me había colocado, lo cierto es que la penetración fue de una suavidad increíble. Casi sin ningún esfuerzo me encontré con que la había penetrado por completo; la crema también la había lubricado convenientemente por lo que mis movimientos se transmitían con continuidad logrando un goce maravilloso para los dos.
A todo esto Lucía había salido de debajo de su madre y se había colocado detrás de mí y acompañaba mis movimientos en el vaivén, acariciando mis tetillas y mordisqueándome el hombro y la nuca.
En ocasiones he alcanzado algo así como un estado de gracia en que el tiempo parece detenerse. Alguien me dijo que tiene que ver con una sustancia que segrega el cuerpo humano, las endorfinas también llamadas la droga de la felicidad; eso con seguridad me estaba pasando, el tiempo se había detenido y yo seguía cogiéndome a Cristina con su hija detrás de mí.
No se cuanto estuve antes de acabar, lo cierto es que cuando nos tumbamos en la cama, casi al unísono ambas dijeron lo mismo.
-Por favor, que polvo.
Ambas habían alcanzado sus orgasmos; estábamos en total sintonía, descansando, mirando al techo sin hablar, sólo se escuchaba la respiración, cada uno con sus pensamientos, entrelazados, felices. Quizás pensando como terminaría esa noche o como seguiría.
Cristina interrumpió el momento con una pregunta: -¿qué hora será?
A lo que Lucía respondió: -¿a quién le importa?
-Me voy a dar una ducha-, dije.
-Yo también-, dijo Cris.
-Y yo-, remató Lucía.
-¿Todos juntos?, pregunté.
-¿Porqué no?.
Y allí fuimos. Era curioso y tentador ver nuestros cuerpos sudorosos dorados en parte; abrazados fuimos al baño en el cual en un rincón dominante había un gran sector con paneles de vidrio con varios rociadores en las dos paredes que formaban el ángulo. Lucía abrió las duchas y el vapor inundó el baño; reguló las canillas hasta moderar la temperatura; ingresamos los tres y la tibieza del agua fue una bendición. Bastó una mirada entre Cristina y Lucía para que sus sonrisas me indicaran que la noche no había terminado aún.
Lucía tomó una esponja, la enjabonó con parsimonia, sin mirarnos, aún cuando sabía que estábamos pendientes de sus movimientos. Se me acercó y comenzó a frotarme lentamente el pecho, en parte con la esponja y en parte con su otra mano. Cristina hizo lo propio por detrás y sus manos enjabonadas en mi espalda me hicieron estremecer. Tomé algo de espuma y empecé a frotarle las tetas a Lucía; sus pezones respondieron como esperaba; Cristina desde atrás me la agarró y empezó a pajearme, mientras se refregaba contra mi espalda. Lucía se arrodilló y sacando la mano de Cristina empezó a chupármela. Cris se colocó a mi lado y me abrazó; empecé a frotarle la concha introduciendo mis dedos en su vagina. La sensación de suavidad de la espuma, la tibieza del agua, el calor de nuestros cuerpos, todo se unía para darnos una sensación incomparable. Lucía se incorporó y empezó a masturbarse mirando como Cristina y yo nos dábamos placer mutuamente. Rápidamente alcanzó su orgasmo, lo mismo hizo Cristina y yo acabé casi al mismo tiempo.
Salimos de la ducha, nos envolvimos en unos amplios toallones, y nos acostamos para descansar en perfecta armonía.
Ese fue el día en que conocí a la hija de Cristina.

El día que Julio me llamó por teléfono para pedirme que nos encontráramos a tomar un café, porque quería hablarme de un problema de su matrimonio, repasé mentalmente lo que sabía de su relación y me pareció extraño su pedido ya que los consideraba una pareja excelente.
Nos encontramos por la tarde en un lugar tranquilo del centro y no tardó en entrar en tema.
-Eduardo, vos sabés que Graciela y yo te estimamos y te consideramos un verdadero amigo.
-Gracias, Julio. Vos también sabés que es recíproco.
-Lo que tengo que decirte es importante. Mi relación con Graciela se mantuvo a pesar de la diferencia de edad porque el sexo fue un capítulo esencial en nuestras vidas; un poco por su juventud y otro poco por mis ganas lo cierto es que nuestro matrimonio funcionó todos estos años porque en la cama nos llevábamos muy bien, porque no teníamos límites, porque explorábamos todo lo imaginable y un poco más también.
-Julio, ¿porqué usás el pasado?.
-Porque desde hace un tiempo ya no es así. Te acordás que hace unos seis meses me operaron. El diagnóstico era de un cáncer de próstata y las consecuencias de la cirugía fueron la falta de erección y por lo tanto de deseo sexual, con lo cual mi vida con Graciela se está desbarrancando. Ella me quiere y yo a ella, pero tarde o temprano buscará un hombre que satisfaga sus necesidades sexuales. Y no la puedo culpar.
-Julio. Pará. Consulta otro médico, hoy en día hay tratamientos...
-Dejame terminar Eduardo. Lo mío es irremediable y si tengo esta conversación con vos es porque hice todas las consultas médicas posibles y analicé todas las opciones.
-No entiendo que papel juego en tu historia.
-Ya viene. Si hay alguien en quien yo confiaría esto es a vos.
-Explicate.
-Eduardo, quiero que mañana te acuestes con Graciela. Y sigas haciéndolo a partir de allí para poder mantener el matrimonio a pesar de mi condición.
-Julio, dejate de embromar.
-Eduardo, es en serio. Mañana te llamo para combinar. Chau.
Dejó unos pesos sobre la mesa en pago de los cafés, me saludó y se fue con rapidez. Me asombró su determinación; lo claro que tenía elaborado el tema; la solución que había imaginado.
Cuando llegué a lo de Cristina un rato después, no podía dejar de pensar en la conversación con Julio, me parecía totalmente ridícula, una broma.
Le conté a Cristina lo mejor que pude esperando que le pareciera tan alocada como a mí. Su respuesta me asombró.
-Es natural que Julio haya imaginado esa solución. La base de su relación fue el amor y el sexo. El amor sigue vigente y el sexo lamentablemente no. Entonces es lógico hacer ingresar en la pareja lo que falta por medio de un tercero. En este caso vos.
-Pero, eso sería mentiroso. Graciela estaría traicionándolo con otro hombre.
-No, Graciela estaría cogiendo con otro, estaría sacándose la calentura, llamalo como quieras, pero no estaría traicionando la confianza de Julio. No le estaría siendo infiel. Yo en tu lugar estaría halagado de que hayan pensado en alguien a quien consideran un amigo.
Me fui rápido de su casa, necesitaba pensar y aclarar mis ideas. Quizás era cierto y Julio y Graciela necesitaban de mi colaboración para salvar su matrimonio. Y pensándolo bien no estaría mal cogerme a Graciela, aunque fuera una sola vez.
Todo sea por un amigo.
Graciela era una morocha de pelo lacio, flaca y bien formada, con un buen par de tetas, un culo redondito, vientre chato, en suma estaba más que bien. Y si era cierto que en su relación con Julio no existían los límites no estaría mal probar suerte.
A la mañana siguiente bien temprano llamé a Cris para pedirle ayuda.
-Cris, se me ocurrió que sería bueno invitarlos a tomar un café en tu casa, -que es un terreno neutral- y que después, Julio y vos desaparezcan con alguna excusa. Una vez solo con Graciela, pasará lo que tenga que pasar.
-Me parece bien. Preparo un café, unas masitas y después nos vamos con Julio a visitar a una tía anciana que desvaría y que intentó asesinar a mi primito.
-Cris, no me jodas. Estoy bastante preocupado con este asunto.
-A las siete, ¿está bien?.
-Muy bien. Nos vemos a las siete, chau.
Cuando Julio me llamó poco después le conté lo que había programado y le pareció excelente. Quedamos en encontrarnos a esa hora en la casa de Cristina.
Llegué un rato antes para supervisar todo. Revisé el dormitorio, el baño, la sala, el café, las masitas, hasta las servilletas. Me paseaba como un león enjaulado.
-Pará Eduardo, es una cogida con una mina que está muy apetecible, no es la coronación de la reina de Inglaterra. Lo único que tenés que hacer es cogértela. Y punto.
-Cristina para vos que estás afuera de la cuestión es fácil, pero para mí...
El timbre interrumpió nuestra discusión. Las siete en punto.
-Llegaron.
-Voy a abrir.
-Graciela, Julio, ¿qué tal?.
El primer vistazo fue como una patada en la mandíbula. Graciela estaba espléndida. Su pelo negro brillante, su cutis blanco, sus ojos negros con algo de pintura, sus labios rojos. Con un traje negro de pollera no muy corta y saco cruzado negro, un pañuelo rojo al cuello, unos zapatos negros de taco alto que estilizaban su figura. Quizás era buena la idea de Julio.
Las boludeces de rigor en las reuniones sociales; el estado del tiempo, la televisión, algo de política pero no mucho, etcétera, etcétera.
Terminamos el primer café y Julio anunció que tenía que salir por un par de horas para ir a ver a un pariente enfermo. Cristina ni lerda ni perezosa le pidió si la podía alcanzar hasta un lugar próximo.
-No, Cristina. Lo lamento pero voy para otro lado.
Nos miramos Cristina y yo, sin entender un carajo.
-Quédense ustedes con Graciela, que yo voy y vuelvo lo antes posible.
El cabrón había introducido una pequeña modificación al libreto original. Su idea era que Cris y yo atendiéramos a su mujer; antes de que pudiéramos articular palabra, escuchamos el ruido de la puerta cerrándose detrás de él.
Nos miramos Cristina y yo y la miramos a Graciela, quien no pareció darse cuenta de nuestra turbación.
Cristina reaccionó segura como siempre lo hace y levantándose de su silla, se acercó a Graciela que estaba sentada en un sillón; la tomó de las manos y tirando con suavidad la hizo parar.
Ella la miraba fijamente intentando adivinar sus próximos actos; se incorporó y quedó a escasos centímetros de Cristina. Cris le tomo la cara con las dos manos y le estampó un beso en los labios. Graciela entrecerró los ojos y comenzó a responder al beso. Cris dejó que sus manos bajaran por su cuello, siguió por sus hombros y sus brazos y con total naturalidad comenzó a acariciarle las tetas por sobre la ropa. Graciela que estaba con sus brazos caídos al costado del cuerpo, no tardó en imitarla y por unos minutos estuvieron besándose y acariciándose una a otra con gran intensidad. Los suspiros de las dos sobresalían por sobre la música suave de la radio. Ya estaba claro que no había vuelta atrás.
Una vez más Cris tomó la iniciativa y preguntó: -¿Vamos al dormitorio o nos quedamos acá?.
-Vamos-, fue la contestación.
Abrazadas iniciaron el camino, conmigo siguiéndolas detrás. Al entrar, Cristina comenzó a desprenderle el saco. Con un movimiento de hombros se desembarazó de la prenda mostrándonos sus tetas grandes y firmes debajo de un corpiño de encaje. Cristina siguió con su pollera que cayó al suelo con un murmullo. La tanga negra dejaba entrever un cuerpo joven y cuidado. No tardó más que unos segundos en quitarse los zapatos y las medias, sacarse el corpiño y bajarse la tanga, quedando totalmente desnuda sólo con su pañuelo rojo al cuello. Estaba cuidadosamente depilada, y todo su cuerpo era un monumento a la sensualidad que admiramos unos instantes.
Cris comenzó a quitarse el vestido de algodón que traía, siguió con los zapatos y las medias dejando al descubierto un conjunto de corpiño y tanga blanco de encaje que no le conocía pero que le sentaba de maravillas. De su cuerpo ya he comentado lo suficiente, pero hoy estaba magnífica; una verdadera diosa. También se quitó la ropa interior quedando desnuda por completo. Por unos segundos quedaron una frente a otra intentando decidir quien tomaría la iniciativa.
Las dos me miraron como invitándome a hacer lo mismo que ellas, y no me demoré en hacerlo. Un minuto después estábamos los tres abrazados besándonos, uniendo nuestros cuerpos, acariciándonos, entrelazándonos parados en el centro del dormitorio.
Como obedeciendo una orden anónima, cada una de ellas me tomó de una mano y me llevaron hasta la cama. Me empujaron hasta que quedé acostado en el centro con Cristina a un lado y Graciela al otro. Graciela se inclinó sobre mí y comenzó a besarme con su lengua abriéndose paso entre mis labios al tiempo que Cristina comenzó a acariciarme comenzando por el pecho y descendiendo hasta encontrar mi pija; empezó pajearme con la lentitud y fuerza que ya conozco muy bien y logró en un santiamén mi erección. Más pronto de lo que me hubiera gustado Cristina se desentendió de mí y se colocó detrás de nuestra invitada acariciándole con ambas manos el culo y las tetas, recorriéndola con la punta de los dedos con increíble suavidad. Graciela fue bajando lentamente hasta empezar a chuparme la pija y juguetear con mis huevos y puedo asegurar que era muy buena en ese trabajo Mientras tanto Cristina había empezado a besarle la espalda bajando hasta su culo; comenzó lamiendo sus nalgas hasta que ubicó su agujero; los gemidos de nuestra invitada me indicaban que la lengua de Cristina estaba haciendo una buena tarea. Un minuto después Graciela se incorporó y se sentó sobre mi pelvis; no tardó en metérsela comenzando suaves movimientos; subía y bajaba echándose un poco hacia atrás para que se frotara su clítoris. Cristina en tanto le acariciaba las tetas, pellizcando sus pezones, algunas veces creo con demasiada fuerza. Deben haber pasado tres o cuatro minutos cada una en su tarea; era fascinante ver la expresión de Graciela, se la notaba relajada y gozando plenamente, no emitía un solo sonido. Así en completo silencio llegó a su orgasmo con un largo y profundo suspiro.
Recién entonces pronunció sus primeras palabras desde que entramos al dormitorio. Fue para decir: -Gracias a los dos; lo necesitaba realmente.
Cristina tan oportuna y delicada en sus comentarios acotó: -Hermana, esto recién empieza. Por si no lo notaste ni Eduardo ni yo empezamos a gozar. Y buena falta nos hace.
Reaccioné intentando tranquilizar: -Cristina, por favor.
-Cristina las pelotas. Si no me equivoco, después de la dieta que tuvo, Graciela necesita algo más que un orgasmo para estabilizar su metabolismo.
-Podés tener la plena seguridad.-, le respondió.
El cambio en la actitud de Graciela fue notorio, de la callada y pasiva de la primera parte pasó a dominar la escena, por supuesto que con nuestro beneplácito. Tumbó a Cristina sobre la cama, le abrió las piernas y empezó a chuparle la concha con largos lengüetazos.
Cristina jadeaba por el tratamiento y la alentaba: -Más adentro, Graciela, más adentro. Así, así.
Mientras tanto yo y para no quedar fuera del juego, me dediqué a las tetas de Cris; mis manos y mi boca completaban la tarea de Graciela.
En poco tiempo Cris acabó en la boca de ella y tal es su costumbre con sonoras exclamaciones de placer.
Cada una había tenido su satisfacción, el único que restaba era yo, que a esa altura era un incendio.
Graciela me sondeó: -¿Te viene bien por atrás?
Cristina respondió por mí: -Cualquier agujero es bueno. Hasta por la oreja si entra.
-¿Tenés alguna crema?
-De variados colores y con sabores diferentes. En casa nunca faltan los artículos de primera necesidad.
-Traéla por favor.
Cristina no tardó en regresar con un pote de crema; prolijamente se dedicó a untarle el ano aprovechando para meterle un dedo. Cosa de no perder la ocasión. Estuvo varios minutos en la tarea, cosa que Graciela disfrutaba sonriendo.
Imitándola tomó una buena porción y se dedicó a embadurnármela, haciéndolo con lentitud. Me concentré en sus caricias y si hubiese querido seguir pajeándome toda la noche no me hubiera negado.
-Listo. Ahora sí.
Se puso en cuatro patas sobre Cristina quien le empezó a chupar las tetas; me coloqué en posición y empecé a empujar introduciéndosela. Poco a poco, por una parte se fue distendiendo y por la otra seguí empujando hasta que mi vientre chocó con sus nalgas. Primero con suavidad y luego con algo más de energía empecé a bombearla; la crema cumplía su función perfectamente haciendo que mi movimiento fuera fluido y suave.
Al cabo de unos minutos dijo: -Más rápido, Eduardo. Más rápido.
Obedecí como un autómata incrementando la cadencia; mi pija entraba y salía a un ritmo ideal.
Sabía que en poco tiempo más iba a acabar; intenté demorar la eyaculación, pero no lo logré más que en unos segundos. Aflojé un poco y casi simultáneamente la escuchamos decir: -Estoy acabando. Ahhh. Que delicia.
Nos recostamos boca arriba uno al lado del otro, satisfechos.
Cristina le preguntó: ¿Estuvo bien para vos?
-Sensacional. Dos polvos en una noche después de tanto tiempo. La verdad que me hacía falta. ¿Qué hora es?
Miré el reloj en la mesa de luz. –Las ocho y media pasadas.
-Julio debe estar por llegar. ¿Me puedo dar una ducha?
-¿Y si no le abrimos y seguimos cogiendo?- preguntó Cristina.
-Cris, sensatez por favor.
-Bueno, por lo menos lo intenté. Pero cuanto menos nos podemos duchar juntas. ¿Sí?
Y allí fueron las dos; la puerta del baño se cerró y mi imaginación empezó a trabajar estimulada por los murmullos que llegaban apagados y las risas que destacaban por sobre el sonido del agua.
No tardaron demasiado en regresar desnudas y sonrientes; se vistieron con lentitud dejándome admirarlas. Incluso creo que eso era parte de un show que habían preparado; los resultados sobre mi aparato fueron inmediatos. Ambas lo notaron riéndose con picardía. Se me acercaron desde ambos lados, se agacharon sobre mí y cada una depositó un beso sobre mi erección.
Graciela dijo: -Mejor lo conservamos para otro día.
Y Cristina agregó: -Que va a ser muy pronto.
Se incorporaron invitándome a hacer lo mismo; a regañadientes me levanté y me vestí.
Regresamos a la sala y no deben haber pasado más de un par de minutos cuando sonó la chicharra del portero eléctrico. Atendió Cristina y la escuché decir: -Sí, pasá.
Volviéndose hacia nosotros y dirigiéndose a Graciela: -Tu marido.
Fue hasta la puerta y la abrió esperando la llegada de Julio.
Cuando él entró nos miró con curiosidad intentando ratificar lo que debía haber pasado.
Graciela se le acercó sonriendo y le dio un beso en los labios, lo que fue la confirmación que él esperaba.
-Bueno, nos vamos. Espero que pronto nos reunamos en casa para tomar otro café.
Se cerró la puerta y pensé: -Bueno, todo sea por un amigo.
 
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