las once mil vergas 2 (guillaume apollinaire)

jaimefrafer

Pajillero
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CapÃ*tulo III
Algunos dÃ*as después de la sesión, que el cochero del vehÃ*culo 3.269 y el agente
de policÃ*a habÃ*an acabado de manera tan singular, el prÃ*ncipe Vibescu apenas se
habÃ*a repuesto de sus emociones. Las marcas de la flagelación habÃ*an cicatrizado
y él estaba desmayadamente tendido en un sofá de una habitación del Grand-Hótel.
Para excitarse leÃ*a la sección de sucesos del Journal. Le apasionaba una
historia. El crimen era espantoso. El lavaplatos de un restaurante habÃ*a hecho
asar el culo de un joven pinche, luego, aún caliente y sangrante, lo habÃ*a
enculado y comido los trozos asados que se desprendÃ*an del trasero del efe-bo.
Los vecinos habÃ*an acudido a los gritos del Vatel y habÃ*an detenido al sádico
lavaplatos. La historia estaba contada con todos los detalles y el prÃ*ncipe la
saboreaba masturbándose lentamente el miembro que se habÃ*a sacado.
En ese momento, llamaron. Una criada complaciente, fresca y muy bonita con su
cofia y su delantal, entró con el permiso del prÃ*ncipe. SostenÃ*a una carta y
enrojeció viendo el aspecto descompuesto de Mony que se volvió a poner los
pantalones:
-No se vaya, bella y rubia señorita, tengo que decirle unas palabras.
Al mismo tiempo, cerró la puerta y, agarrando a la preciosa Mariette por la
cintura, la besó vorazmente en la boca. Al principio ella se defendió, apretando
fuertemente los labios, pero pronto, bajo el abrazo, comenzó a abandonarse,
luego su boca se abrió. La lengua del prÃ*ncipe penetró en ella, siendo mordida
inmediatamente por Mariette cuya hábil lengua empezó a cosquillear la punta de
la de Mony.
Con una mano, el joven le rodeaba la cintura; con la otra le levantaba las
faldas. No llevaba bragas. Su mano se colocó rápidamente entre dos muslos
redondos y grandes que nadie le hubiera supuesto, pues era alta y delgada. TenÃ*a
un coño muy peludo. Estaba muy enardecida, y la mano estuvo muy pronto en el
interior de una húmeda grieta, mientras que Mariette se abandonaba avanzando el
vientre. Su mano se paseaba por encima de la bragueta de Mony que al fin
consiguió desabrochar. Extrajo el soberbio florete que al entrar sólo habÃ*a
podido entrever. Se masturbaban mutua y suavemente; él le pellizcaba el
clÃ*toris; ella, apretando su pulgar sobre el orificio del pene. El le levantó
las piernas y se las puso sobre los hombros, mientras ella se desabrochaba para
hacer surgir dos soberbios pechos erectos que él se puso a chupar
alternativamente, haciendo penetrar su ardiente miembro en el coño.
Inmediatamente ella se echó a gritar:
-¡Qué bueno, qué bueno... qué bien lo haces!
En aquel momento ella dio unas desordenadas culadas, luego él la sintió
descargar diciendo:
-Toma... qué gusto... toma... tómalo todo.
Inmediatamente después, le agarró bruscamente el miembro diciendo:
-Por aquÃ* ya hay bastante.
Lo sacó del coño y se lo introdujo en otro agujero completamente redondo situado
un poco más abajo, como un ojo de cÃ*clope entre dos globos carnosos, blancos y
vigorosos. El miembro, lubrificado por los licores femeninos, penetró fácilmente
y, tras haber vivamente culeado, el prÃ*ncipe soltó todo su esperma en el culo de
la preciosa camarera. Enseguida sacó su miembro que hizo: "floc", como cuando se
descorcha una botella y sobre la punta aún quedaba algo de semen mezclado con un
poco de mierda. En este momento, en el corredor sonó una llamada y Mariette
dijo: "Debo ir a ver". Y se largó después de besar a Mony que le puso dos luises
en la mano. Cuándo hubo salido, él se lavó la cola, luego abrió la carta que
contenÃ*a esto:
"Mi hermoso rumano:
"¿Qué es de ti? Debes haberte repuesto de tus fatigas. Pero recuerda lo que me
dijiste: Si no hago el amor veinte veces seguidas, que once mil vergas me
castiguen. No lo hiciste veinte veces, peor para ti.
"El otro dÃ*a fuiste recibido en el picadero de Alexine, en la calle Duphot.
Ahora que te conocemos, puedes venir a mi casa. No puedes ir a casa de Alexine.
No puede recibirme ni siquiera a mÃ*. Por eso tiene un picadero. Su senador es
demasiado celoso. A mÃ* me da lo mismo; mi amante es explorador, debe estar a
punto de enfilar perlas con las negras de Costa de Marfil. Puedes venir a mi
casa, el 214 de la calle de Prony. Te esperamos a las cuatro.
Culculine d'Ancóne."
Tan pronto leyó esta carta, el prÃ*ncipe miró la hora. Eran las once de la
mañana. Llamó para hacer subir al masajista que le masajeó y le enculó
limpiamente. Esta sesión le vivificó. Tomó un baño y se sentÃ*a fresco y
dispuesto a llamar al peluquero que le peinó y le enculó artÃ*sticamente. El
pedicuro-manicura subió inmediatamente. Le hizo las uñas y le enculó
vigorosamente. El prÃ*ncipe, entonces, se sintió completamente a gusto. Bajó a
los bulevares, desayunó copiosamente, luego tomó un fiacre que le condujo a la
calle de Prony. Era un hotelito, habitado exclusivamente por Culculine. Una
vieja sirvienta le franqueó la entrada. La habitación estaba amueblada con un
gusto exquisito.
Enseguida le hicieron entrar en un dormitorio cuya cama, muy baja y de cobre,
era enorme. El entarimado estaba cubierto con pieles de animales que ahogaban el
ruido de las pisadas. El prÃ*ncipe se desvistió rápidamente y quedó completamente
desnudo cuando entraron Alexine y Culculine enfundadas en unos maravillosos
deshabillés. Se echaron a reÃ*r y lo besaron. El empezó por sentarse, luego
colocó a cada una de las muchachas encima de una de sus piernas, pero lo hizo
levantándoles la falda, de manera que ellas permanecÃ*an decentemente vestidas y
él sentÃ*a sus culos desnudos sobre los muslos. Luego empezó a masturbar a cada
una con una mano, mientras ellas le cosquilleaban el miembro. Cuando sintió que
estaban completamente excitadas les dijo:
-Ahora vamos a dar clase.
Las hizo sentar en una silla enfrente suyo y, después de reflexionar un
instante, les dijo:
-Señoritas, acabo de notar que no llevan bragas. DeberÃ*an avergonzarse. Corran a
ponerse una.
Cuando volvieron, comenzó la clase.
-Señorita Alexine Mangetout, ¿cómo se llama el rey de Italia?
-Si crees que me importa, ¡no tengo ni idea! -dijo Alexine.
-Tiéndase en la cama -gritó el profesor.
La hizo colocar de rodillas y de espaldas sobre la cama, le hizo levantar las
faldas y abrir la raja de los calzones de los que emergieron los globos
radiantes de blancura de las nalgas. Entonces empezó a golpearlas con la palma
de la mano; pronto el trasero empezó a enrojecer. Esto excitaba a Alexine que
hacÃ*a muy buen culo, pero enseguida el mismo prÃ*ncipe no pudo contenerse.
Pasando sus manos alrededor del busto de la joven, le agarró los pechos por
debajo del peinador, luego haciendo descender una mano, le acarició el clÃ*toris
y notó lo mojado que tenÃ*a el coño.
Las manos de ella no permanecÃ*an inactivas; habÃ*an agarrado el miembro del
prÃ*ncipe conduciéndolo por el angosto sendero de Sodoma. Alexine se inclinaba
para que su culo sobresaliera mejor y para facilitar la entrada a la verga de
Mony.
El glande estuvo dentro muy pronto, el resto le siguió y los testÃ*culos iban a
pegar contra la base de las nalgas de la joven. Culculine, que se aburrÃ*a,
también se echó sobre la cama y lamió el coño de Alexine que, festejada por los
dos lados, gozaba hasta llorar. Su cuerpo sacudido por la voluptuosidad se
retorcÃ*a como si estuviera sufriendo atrozmente. Estertores voluptuosos se
escapaban de su garganta. El enorme instrumento le llenaba el culo y yendo hacia
delante y hacia atrás, chocaba contra la membrana que lo separaba de la lengua
de Culculine que recogÃ*a el lÃ*quido provocado por este pasatiempo. El vientre de
Mony embestÃ*a el culo de Alexine. Luego el prÃ*ncipe culeó más deprisa. Empezó a
morder el cuello de Alexine. El miembro se hinchó. Alexine no pudo soportar
tanta felicidad; se dejó caer sobre la cara de Culculine que no cesó en sus
lámeteos, mientras que el prÃ*ncipe la seguÃ*a en su caÃ*da, la verga introducida
en su culo. Unas arremetidas más, luego Mony soltó su
semen. Ella permaneció tendida en la cama mientras Mony iba a lavarse y
Culculine se levantaba para orinar. Ella tomó un cubo, se sentó a horcajadas en
él, las piernas muy separadas, se levantó la falda y orinó copiosamente, luego,
para quitarse las ultimas gotas que habÃ*an quedado entre los pelos, soltó un
pedo pequeño, tierno y discreto que excitó considerablemente a Mony.
-¡Cágate en mis manos, cágate en mis manos! -exclamaba.
Ella sonrió; él se colocó detrás de ella, que bajaba un poco el culo y empezaba
a hacer esfuerzos. Llevaba unos diminutos calzones de batista transparente a
través de los cuales se entreveÃ*an sus bellos y vigorosos muslos. Unas medias
negras le llegaban hasta por encima de la rodilla y moldeaban dos maravillosas
pantorrillas de silueta incomparable, ni demasiado gruesas ni demasiado
delgadas. En esta posición el culo resaltaba, admirablemente encuadrado por la
abertura de los calzones. Mony observaba atentamente las dos morenas y rosadas
nalgas, vellosas, regadas por una sangre generosa. AdvertÃ*a la extremidad de la
espina dorsal, algo salida y, debajo, el comienzo de la raya del culo. Primero
ancha, luego estrechándose y haciéndose más profunda a medida que aumentaba el
espesor de las nalgas; se llegaba asÃ* hasta el orificio obscuro y redondo,
completamente arrugado. Los primeros esfuerzos de la joven consiguieron dilatar
el agujero del culo y hacer salir un poco de la piel
lisa y rosada que se encuentra en su interior y que parece un labio remangado.
-¡Caga ya! -gritaba Mony.
Enseguida apareció una puntita de mierda, picuda e insignificante, que mostró la
cabeza y se retiró inmediatamente a su caverna. Seguidamente reapareció, seguida
lenta y majestuosamente por el resto del salchichón que constituÃ*a uno de los
más bellos cagajones que un intestino haya producido jamás.
La mierda salÃ*a untuosa e ininterrumpidamente, hilada con cuidado como un cable
de navio. Oscilaba graciosamente entre las bellas nalgas que se separaban cada
vez más. Pronto se balanceó más briosamente. El culo se dilató aún más, se agitó
un poco y la mierda cayó, caliente y humeante toda ella, en las manos de Mony
que se tendÃ*an para recibirla. Entonces él grito: " ¡No te muevas! ", y,
agachándose, le lamió cuidadosamente el orificio del culo, amasando el cagajón
con sus manos. Luego lo aplastó con voluptuosidad y se embadurnó todo el cuerpo
con él. Culculine se desvestÃ*a para imitar a Alexine que se habÃ*a desnudado y
mostraba a Mony su voluminoso y transparente culo de rubia: " ¡Cágame encima! ",
gritó Mony a Alexine arrojándose al suelo. Ella se acuclilló encima, pero no del
todo. El podÃ*a gozar del espectáculo que ofrecÃ*a su ano. Los primeros esfuerzos
consiguieron hacer salir un poco del semen que Mony habÃ*a depositado allÃ*; luego
salió la mierda, amarilla y blanda, que
cayó en varias veces y, como ella reÃ*a y se meneaba, la mierda se desparramaba
por todo el cuerpo de Mony que pronto tuvo el vientre adornado con muchas de
estas fragantes babosas.
Al mismo tiempo Alexine habÃ*a orinado y el chorro, muy caliente, al caer sobre
el miembro de Mony, habÃ*a despertado sus instintos animales. Poco a poco el
pendolón se iba irguiendo, hinchándose hasta que, alcanzado su volumen normal,
el glande se atirantó, colorado como una enorme ciruela, ante los ojos de la
joven que, acercándose, se agachó cada vez más, haciendo penetrar la verga en
erección por entre los bordes peludos del coño ampliamente abierto. Mony gozaba
con el espectáculo. El culo de Alexine, al descender, mostraba cada vez más a
las claras su apetitosa rotundidad. Sus escalofriantes redondeces imponÃ*an y la
separación de las nalgas se acusaba cada vez más. Cuando el culo hubo descendido
completamente, cuando el miembro fue totalmente engullido, el culo se levantó de
nuevo y comenzó un bonito movimiento de vaivén que modificaba su volumen en
proporciones notables, y era un espectáculo delicioso. Mony, lleno de mierda,
gozaba profundamente: al cabo de poco tiempo
sintió como se apretaba la vagina y Alexine dijo con voz estrangulada:
-¡Puerco, ya viene... estoy gozando!
Y dejó escapar su chorro. Pero Culculine, que habÃ*a asistido a esta operación y
parecÃ*a acalorada, la extrajo brutalmente del palo y, abalanzándose sobre Mony
sin preocuparse de la mierda que la ensució también, se introdujo la cola en el
coño exhalando un suspiro de satisfacción. Comenzó a dar terribles culadas
mientras decÃ*a: " ¡Han!" a cada arremetida. Pero Alexine, despechada por haber
sido desposeÃ*da de su bien, abrió un cajón y sacó de él unos zorros hechos con
tiras de cuero. Comenzó a azotar el culo de Culculine cuyos saltos se hicieron
aún más apasionados. Alexine, excitada por el espectáculo, golpeaba dura y
vigorosamente. Los golpes llovÃ*an sobre el soberbio trasero. Mony, ladeando
ligeramente la cabeza, veÃ*a, en un espejo que tenÃ*a enfrente, subir y bajar el
gran culo de Culculine. Al subir las nalgas se entreabrÃ*an y la roseta aparecÃ*a
por un breve instante para desaparecer al bajar cuando las bellas nalgas
mofletudas se estrechaban de nuevo. Debajo, los labios
peludos y distendidos del coño devoraban la enorme verga que, al subir, se veÃ*a
mojada y salÃ*a Casi totalmente. En un momento los golpes de Alexine habÃ*an
enrojecido completamente el pobre culo que ahora se estremecÃ*a de voluptuosidad.
Pronto un golpe dejó una marca sangrienta. Las dos, la que golpeaba y la
azotada, estaban frenéticas como bacantes y parecÃ*an gozar con idéntica
intensidad. El mismo Mony empezó a compartir su furor y sus uñas surcaron la
espalda satinada de Culculine. Alexine, para golpear cómodamente a Culculine,
se arrodilló junto al grupo. Su mofletudo culazo, sacudiéndose a cada golpe que
daba, quedó a dos dedos de la boca de Mony.
Su lengua no tardó en introducirse allÃ* dentro, luego animado por un furor
voluptuoso, empezó a morder la nalga derecha. La joven lanzó un grito de dolor.
Los dientes habÃ*an penetrado en su carne y la sangre roja y fresca vino a
aliviar el gaznate reseco de Mony. La bebió a lengüetadas, apreciando su sabor
de hierro ligeramente salado. En este momento los saltos de Culculine eran ya
completamente incontrolados. Sus ojos estaban en blanco. Su boca, manchada por
la mierda acumulada sobre el cuerpo de Mony. Lanzó un gemido y descargó al mismo
tiempo que Mony. Alexine cayó sobre ellos, agonizante y rechinando los dientes,
y Mony que colocó la boca en su coño no tuvo que dar más que dos o tres
lengüetazos para obtener una descarga. Luego, tras algunos sobresaltos, los
nervios se relajaron y el trÃ*o se tendió sobre la mierda, la sangre y el semen.
Se durmieron sin darse cuenta y se despertaron cuando las doce campanadas de
medianoche sonaron en el reloj de péndulo de la habitación.
-No nos movamos, he oÃ*do ruido -dijo Culculine-, y no es mi criada, está
acostumbrada a no preocuparse por mÃ*. Debe estar acostada.
Un sudor frÃ*o bañaba las frentes de Mony y de las jóvenes. Sus cabellos se
pusieron de punta y los escalofrÃ*os recorrÃ*an sus cuerpos desnudos y merdosos.
-¡Hay alguien! -añadió Alexine.
-¡Hay alguien! -confirmó Mony.
En este mismo momento se abrió la puerta y la poca luz que llegaba desde la
nocturna calle permitió vislumbrar dos sombras humanas envueltas en abrigos con
el cuello alzado y cubiertos con sombreros hongo.
Bruscamente, el primero de ellos hizo centellear una linterna que llevaba en la
mano. El resplandor iluminó la habitación, pero en el primer momento los
asaltantes no advirtieron el grupo tendido en el suelo.
-¡Esto huele muy mal! -dijo el primero.
-Entremos de todos modos, ¡debe haber guita en los cajones! -replicó el
segundo.
Entonces, Culculine, que se habÃ*a arrastrado hasta el interruptor de la luz,
iluminó bruscamente la habitación.
Los asaltantes quedaron boquiabiertos ante las desnudeces:
-¡Mierda! -dijo el primero-, a fe de Cornaboeux, tenéis buen gusto.
Era un coloso moreno cuyas manos eran extraordinariamente velludas. Su barba
enmarañada le hacÃ*a aún más feo de lo que era.
-Qué coña -dijo el segundo-, a mÃ* me va la mierda, trae buena suerte.
Era un bribón macilento y tuerto que mascaba una apagada colilla.
-Tienes razón, Chalupa -dijo Comaboeux-, ahora mismo acabo de pisarla y para
primera felicidad creo que voy a ensartar a la señorita. Pero primero pensemos
en el joven.
Y abalanzándose sobre el aterrorizado Mony, los asaltantes le amordazaron y le
ataron brazos y piernas. Luego volviéndose hacia las dos trémulas mujeres, algo
divertidas no obstante, Chalupa dijo:
-Y vosotras, muñecas, intentad ser amables; si no se lo diré a Prosper.
Llevaba un bastoncillo en la mano y se lo dio a Culculine ordenándole golpear a
Mony con todas sus fuerzas. Luego colocándose a su espalda, sacó un pene delgado
como un meñique, pero muy largo. Chalupa comenzó palmeándole las nalgas al
tiempo que decÃ*a:
-¡Bien!, mi grueso carigordo, vas a tocar la flauta, me gusta la tierra
amarilla.
Sobaba y palpaba ese culazo suave y, pasando una mano por delante, manoseaba el
clÃ*toris, luego bruscamente introdujo el delgado y largo pene. Culculine empezó
a menear el culo mientras golpeaba a Mony que, al no poder gritar ni defenderse,
se convulsionaba como un gusano a cada bastonazo, que le dejaba una marca roja
que pronto se volvÃ*a violácea. Luego, a medida que la enculada avanzaba,
Culculine, excitada, golpeaba más fuerte gritando:
-Puerco, toma, por tu sucia basura... Chalupa, éntrame tu palillo hasta el
fondo.
El cuerpo de Mony quedó ensangrentado en un momento.
Mientras tanto, Cornaboeux habÃ*a agarrado a Alexine y la habÃ*a tirado encima de
la cama. Comenzó por mordisquearle los pechos que empezaron a endurecerse. Luego
descendió hasta el coño y lo cubrió completamente con su boca, mientras
tironeaba los preciosos pelos rubios y rizados de la mota. Se incorporó y sacó
su miembro enorme, pero corto, con la cabeza violeta. Volteando a Alexine,
empezó a golpear su culazo rosado; de vez en cuando pasaba la mano por el surco
del culo. Luego se puso a la joven debajo del brazo izquierdo de manera que el
coño quedara al alcance de su mano derecha. Con la izquierda la agarraba por la
barba del coño... lo que le hacÃ*a daño. Ella se echó a llorar y sus gemidos
aumentaron cuando Cornaboeux empezó a pegarle en las posaderas con todas sus
fuerzas. Sus gruesos muslos rosados se estremecÃ*an y el culo temblaba cada vez
que se abatÃ*a sobre él la enorme manaza del salteador. Con sus manecitas libres
empezó a arañar la cara barbuda. Le estiraba los
pelos del rostro igual que él le estiraba los mechones del coño:
-¡Esto funciona! -dijo Cornaboeux, y le dio la vuelta.
En este preciso instante, ella se dio cuenta del espectáculo formado por Chalupa
enculando a Culculine que golpeaba a Mony, completamente ensangrentado, y esto
la excitó. La enorme verga de Cornaboeux chocaba contra su trasero, pero erraba
el golpe, pegando a derecha y a izquierda o bien algo más arriba o algo más
abajo, luego cuando encontró el agujero, colocó sus manos sobre las caderas
tersas y redondeadas de Alexine y la atrajo hacia sÃ* con todas sus fuerzas. El
dolor que le causó ese enorme miembro que le desgarraba el culo la hubiera hecho
aullar de dolor si no hubiera estado tan excitada por todo lo que acababa de
pasar. Inmediatamente de haber entrado el miembro en el culo, Cornaboeux volvió
a sacarlo, luego volteando a Alexine encima de la cama le hundió su instrumento
en el vientre. El útil entró a duras penas a causa de su enormidad, pero desde
que estuvo dentro, Alexine cruzó las piernas en torno a las caderas del
asaltante y lo mantuvo tan apretado contra sÃ* que
si él hubiera querido escaparse no hubiera podido. Las culadas se encarnizaron.
Cornaboeux le chupaba los pechos y su barba le raspaba, excitándola; ella
introdujo una mano dentro de los pantalones e introdujo un dedo en el ojo del
culo del asaltante. Enseguida empezaron a morderse como bestias salvajes,
pegando culadas. Descargaron frenéticamente. Pero el miembro de Cornaboeux,
constreñido en la vagina de Alexine, se endureció de nuevo. Alexine cerró los
ojos para saborear mejor este segundo abrazo. Descargó catorce veces mientras
Cornaboeux lo hacÃ*a tres. Cuando volvió en sÃ*, se dio cuenta de que su coño y su
culo estaban ensangrentados. HabÃ*an sido heridos por la enorme verga de
Cornaboeux. Vio a Mony convulsionándose en el suelo. Su cuerpo no era más que
una llaga.
Culculine, por mandato del tuerto Chalupa, le chupaba la cola, arrodillada ante
él:
-¡Vamos, de pie, golfa!-gritó Cornaboeux.
Alexine obedeció y él le pegó una patada en el culo que la hizo caer sobre Mony.
Cornaboeux la ató de brazos y piernas y la amordazó sin tener en cuenta sus
súplicas y, tomando el bastoncillo, empezó a rayarle a golpes su bonito cuerpo
falsamente enjuto. El culo se estremecÃ*a a cada bastonazo, luego fue la espalda,
el vientre, los muslos, los senos, quienes recibieron la paliza. Pataleando y
debatiéndose, Alexine dio con el miembro de Mony que se erguÃ*a como el de un
cadáver. Se acopló por casualidad al coño de la joven y se metió en él.
Cornaboeux redobló sus golpes que cayeron indistintamente sobre Mony y sobre
Alexine que gozaban de una manera atroz. Al poco rato la bonita piel rosada de
la rubia joven ya no era visible bajo los latigazos y la sangre que chorreaba.
Mony se habÃ*a desmayado, ella lo hizo un instante después. Cornaboeux, cuyo
brazo empezaba a cansarse, se volvió hacia Culculine que intentaba que Chalupa
descargara en su boca. Pero el tuerto no podÃ*a hacerlo.
Cornaboeux ordenó a la bella morena que separara los muslos. Tuvo grandes
dificultades para ensartarla a la manera de los perros. Ella sufrÃ*a mucho pero
estoicamente, sin soltar la verga de Chalupa que continuaba chupando. Cuando
Cornaboeux tomó posesión del coño de Culculine, le hizo levantar el brazo
derecho y le mordisqueó el pelo de los sobacos donde tenÃ*a unos mechones muy
tupidos. Cuando llegó el goce, fue tan intenso que Culculine se desvaneció
mordiendo violentamente la verga de Chalupa. El lanzó un terrible grito de
dolor, pero el glande ya estaba separado del cuerpo. Cornaboeux, que acababa de
descargar, sacó bruscamente su machete del coño de Culculine que, desvanecida,
cayó al suelo. Chalupa, desmayado, perdÃ*a toda su sangre. -Pobre Chalupa -dijo
Cornaboeux-, estás jodido, es mejor morir deprisa.
Y sacando un cuchillo, asestó un golpe mortal a Chalupa sacudiendo las últimas
gotas de semen que colgaban de su miembro sobre el cuerpo de Culculine. Chalupa
murió sin decir ni "uf".
Cornaboeux se volvió a poner los pantalones con todo cuidado, vació todo el
dinero de los cajones y de los vestidos; también se llevó los relojes, las
joyas. Luego miró a Culculine que yacÃ*a, desvanecida, en tierra.
-He de vengar a Chalupa -pensó.
Y sacando de nuevo su cuchillo, asestó un terrible golpe entre las dos nalgas de
Culculine que continuó desmayada. Cornaboeux dejó el cuchillo en el culo. En los
relojes sonaron las tres de la madrugada. Entonces se marchó como habÃ*a
entrado, dejando cuatro cuerpos tendidos en el suelo de la habitación llena de
sangre, de semen y de un desorden sin nombre.
Ya en la calle, se dirigió alegremente hacia Ménilmontant cantando: Un culo debe
oler a culo
Y no como agua de Colonia... y también:
Luz de gas Luz de gas Alumbra, alumbra, a mi pimpollo.
CapÃ*tulo IV
El escándalo fue enorme. Los periódicos hablaron de este asunto durante ocho
dÃ*as. Culculine, Alexine y el prÃ*ncipe Vibescu tuvieron que guardar cama durante
dos meses. Convaleciente, Mony entró una tarde en un bar, cerca de la estación
de Montparnasse. AllÃ* se bebe petróleo, que es una bebida deliciosa para los
paladares hastiados de los otros licores.
Mientras degustaba el infame matarratas, el prÃ*ncipe miraba de hito en hito a
los consumidores. Uno de ellos, un coloso barbudo, iba vestido de mozo de la
Halle y su inmenso sombrero polvoriento le daba el aspecto de un semidiós de
leyenda dispuesto a acometer un trabajo heroico.
El prÃ*ncipe creyó reconocer el simpático rostro del asaltante Cornaboeux. De
improviso, le oyó pedir un petróleo con voz atronadora. Era la voz de
Cornaboeux. Mony se levantó y se dirigió hacia él con la mano tendida:
-Hola, Cornaboeux, ¿está en los Halles, ahora?
-Yo -dijo, sorprendido-, ¿de qué me conoce usted?
-Le vi a usted en el 114 de la calle Prony -dijo Mony con tono desenfadado.
-No era yo -respondió muy asustado Cornaboeux-, yo no le conozco a usted, soy
mozo de carga en los Halles desde hace tres años y bastante conocido allÃ*.
¡Déjeme tranquilo!
-Basta de tonterÃ*as -replicó Mony-. Cornaboeux, eres mÃ*o. Puedo entregarte a la
policÃ*a. Pero me gustas y si quieres venir conmigo serás mi ayuda de cámara, me
seguirás por todas partes. Te asociaré a mis placeres. Me ayudarás y me
defenderás si ello es preciso. Además, si me eres completamente fiel, te haré
rico. Contesta enseguida.
-Es usted un hombre de pelo en pecho y sabe hablar. Chóquela, soy su hombre.
Unos dÃ*as después, Cornaboeux, ascendido al grado de ayuda de cámara, cerraba
las maletas. El prÃ*ncipe Mony era llamado con toda urgencia a Bucarest. Su
Ã*ntimo amigo, el vicecónsul de Servia, acababa de morir, dejándole todos sus
bienes, que eran considerables. Se trataba de minas de estaño, muy productivas
desde hacÃ*a algunos años, pero que era necesario vigilar de muy cerca so pena de
ver bajar inmediatamente su rendimiento. El prÃ*ncipe Mony, como hemos visto, no
amaba el dinero por él mismo; deseaba el máximo de riquezas posibles, pero tan
sólo por los placeres que únicamente el oro puede procurar. TenÃ*a continuamente
en la boca esta máxima, pronunciada por uno de sus antepasados: "Todo se vende;
todo se compra; basta con ponerle precio".
El prÃ*ncipe Mony y Cornaboeux habÃ*an ocupado sus plazas en el Orient-Express; la
trepidación del tren no tardó mucho en producir sus efectos. Mony entró en
erección como un cosaco y lanzó miradas inflamadas sobre Cornaboeux. Fuera, el
paisaje admirable del Este, de Francia, desplegaba ante la vista sus bellezas
limpias y tranquilas. El compartimento estaba casi vacÃ*o; un vejestorio,
espléndidamente vestido, gimoteaba mientras babeaba sobre el "FÃ*garo" que
intentaba leer.
Mony, que estaba envuelto en un amplio raglán, se apoderó de la mano de
Cornaboeux y, haciéndola pasar por la abertura que hay en el bolsillo de esta
cómoda vestimenta, la llevó hasta su bragueta. El colosal ayuda de cámara
comprendió el deseo de su amo. Su manaza era velluda, pero regordeta y más
suave, de lo que nadie habrÃ*a sospechado. Los dedos de Cornaboeux desabrocharon
delicadamente los pantalones del prÃ*ncipe. Agarraron la verga delirante que
justificaba en todos sus aspectos el famoso dÃ*stico de Alphonse Aliáis:
La trepidación excitante de los trenes
Nos introduce deseos en la médula de los riñones.
Pero un empleado de la Compagnie des Wagons-Lits entró y anunció que era hora de
comer y que numerosos viajeros se hallaban ya en el vagón-restaurante.
-Excelente idea -dijo Mony-. ¡Cornaboeux, vamos a comer primero!
La mano del antiguo descargador salió de la abertura del raglán. Los dos se
dirigieron hacia el comedor. La verga del prÃ*ncipe permanecÃ*a erecta, y como no
se habÃ*a abrochado los pantalones, una protuberancia se destacaba en la
superficie de su vestimenta. La comida empezó sin tropiezos, arrullada por el
ruido de chatarra del tren y por los tintineos variados de la vajilla, de la
cuberterÃ*a y de la cristalerÃ*a, turbada a veces por el salto brusco de un tapón
de Apollinaris.
En una mesa, en el extremo opuesto a la de Mony, se encontraban dos mujeres
rubias y bonitas. Cornaboeux, que las tenÃ*a enfrente, las señaló a Mony. El
prÃ*ncipe se volvió ,y reconoció en una. de ellas,, vestida mas modestamente que
la otra, a Mariette, la exquisita criada del Grand-Hotel. Se levantó
inmediatamente y se dirigió hacia las damas. Saludó a Mariette y se dirigió a la
otra joven que era bonita y acicalada. Sus cabellos decolorados con agua
oxigenada le daban un aspecto moderno que encantó a Mony:
-Señora -le dijo-, le ruego que me disculpe. Me presento yo mismo, en vista de
la dificultad de encontrar en este tren relaciones que nos sean comunes. Soy el
prÃ*ncipe Mony Vibescu, hospodar hereditario. Esta señorita, es decir, Mariette,
que, sin duda, ha dejado el servicio del Grand-Hótel por el suyo, me dejó
contraer hacia ella una deuda de gratitud de la que quiero liberarme hoy mismo.
Quiero casarla con mi ayuda de cámara y dotarlos con cincuenta mil francos a
cada uno.
-No veo ningún inconveniente para ello -dijo la dama-, pero he aquÃ* algo que no
tiene aspecto de estar mal constituido. ¿A quién la destina usted?
La verga de Mony habÃ*a encontrado una salida y mostraba su rubicunda cabeza
entre dos botones, en la parte anterior del cuerpo del prÃ*ncipe que enrojeció
mientras hacÃ*a desaparecer el aparato. La dama se echó a reÃ*r.
-Afortunadamente se halla usted colocado de tal modo que nadie le ha visto...
hubiera sido bonito... Pero conteste, ¿para quién es este temible instrumento?
-PermÃ*tame -dijo Mony galantemente- ofrecérselo como homenaje a su soberana
belleza.
-Veremos -dijo la dama- mientras esperamos y ya que usted se ha presentado, voy
a presentarme yo también... Estelle Romange...
-¿La gran actriz del Française -preguntó Mony.
La dama asintió con la cabeza.
Mony, loco de alegrÃ*a, exclamó:
-Estelle, hubiera debido reconocerla. Soy un apasionado admirador suyo desde
hace mucho tiempo. ¿No habré pasado tardes enteras en el Théátre Français,
admirándola en sus papeles de enamorada? Y para calmar mi excitación, al no
poder masturbarme en público, me hurgaba la nariz con los dedos, sacaba un moco
consistente y me lo comÃ*a. ¡Estaba tan bueno! ¡Estaba tan bueno!
-Mariette, ve a comer con tu prometido -dijo Estelle-. PrÃ*ncipe, coma conmigo.
Sentados el uno frente al otro, el prÃ*ncipe y la actriz se miraron amorosamente:
-¿Dónde va usted? -le pidió Mony.
-A Viena, para actuar ante el Emperador.
-¿Y el decreto de Moscú?
-El decreto de Moscú me importa un pimiento; voy a enviar mi dimisión a
Claretie... Me están marginando... Me hacen representar embolados... me rehusan
el papel de Eoraká en la nueva obra de nuestro Mounet-Sully... Me voy... Nadie
ahogará mi talento.
-RecÃ*teme algo... unos versos -le pidió Mony.
Mientras cambiaban los platos, ella le recitó L'Invitation au Voy age. Mientras
se desarrollaba el admirable poema en el que Baudelaire ha puesto un poco de su
tristeza amorosa, de su nostalgia apasionada, Mony sintió que los piececitos de
la actriz subÃ*an a lo largo de sus piernas: bajo el raglán alcanzaron el miembro
de Mony que pendÃ*a tristemente fuera de la bragueta. AllÃ*, los pies se pararon
y, tomando delicadamente el miembro entre ellos, comenzaron un movimiento de
vaivén bastante curioso. Súbitamente endurecido, el miembro del joven se dejó
acariciar por los delicados zapatos de Estelle Romange. Pronto, empezó a gozar e
improvisó este soneto, que recitó a la actriz cuyo trabajo pedestre no cesó
hasta el último verso:
EPITALAMIO
Tus manos introducirán mi bello miembro asnil
En el sagrado burdel abierto entre tus muslos
Y quiero confesarlo, a pesar de Avinain,
¡Qué me importa tu amor con tal que alcances gozo!
Mi boca a tus pechos blancos como petits suisses
Hará el abyecto honor de chupadas sin veneno
De mi verga masculina en tu coño femenino
El esperma caerá como el oro en los moldes
¡Oh, mi tierna puta! tus nalgas han vencido
De todos los frutos pulposos el sabroso misterio,
La humilde rotundidad sin sexo de la tierra,
La luna, cada mes, tan orgulloso de su culo
Y de tus ojos surge aunque les veles
Esta obscura claridad que de las estrellas cae. 2
Y como el miembro habÃ*a llegado al lÃ*mite de la excitación, Estelle bajó los
pies diciendo:
-Mi prÃ*ncipe, no lo hagamos escupir en el vagón-restaurante; ¿qué pensarÃ*an de
nosotros?... Déjeme agradecerle el homenaje rendido a Corneille en la punta de
su soneto. Aunque esté a punto de abandonar la Comedie Française, todo lo que
afecta a la Casa forma parte constantemente de mis preocupaciones.
-Pero -dijo Mony-, después de actuar ante Francisco-José, ¿qué piensa hacer?
-Mi sueño -dijo Estelle- es llegar a ser estrella de café-concierto.
-¡Tenga cuidado! -replicó Mony-. El obscuro señor Claretie que cae de las
estrellas le pondrá un juicio detrás de otro.
-No pienses en ello, Mony, hazme unos cuantos versos más antes de ir a la
piltra.
-Bueno -dijo Mony, e improvisó estos deliciosos sonetos mitológicos.
HERCULES Y ONFALA 3
El culo De Onfala Vencido Sucumbe
-" ¿Sientes
Mi falo
Punzante?
-"¡Qué macho!...
El perro ¡Me mata!...
¿Qué sueño?...
-...¿Aguantas?."
Hércules
Le encula
PIRAMO Y TISBE 4
La señora Tisbe
Se pasma:
"¡Bebé!"
PÃ*ramo
Inclinado
La ataca
"¡Hebé!"
La bella
Dice:
"¡SÃ*!, Luego ella
Goza,
Igual que
Su hombre.
-¡Exquisito! ¡Delicioso! ¡Admirable! Mony, eres un poeta archidivino, ven a
joderme al coche-cama, tengo el ánimo follador.
Mony pagó las cuentas. Mariette y Cornaboeux se miraban lánguidamente. En el
pasillo Mony deslizó cincuenta francos al empleado de la Compagnie des Wagons-
Lits que permitió que las dos parejas se introdujeran en la misma cabina:
-Usted se arreglará con la aduana -dijo el prÃ*ncipe al hombre de la gorra-, no
tenemos nada que declarar. Antes de pasar la frontera, dos minutos antes por
ejemplo, llame a nuestra puerta.
Una vez en la cabina, se desnudaron los cuatro. Mariette fue la primera en
quedar desnuda. Mony no la habÃ*a visto nunca asÃ*, pero reconoció sus grandes
muslos redondeados y el bosque de pelos que sombreaban su rechoncho coño. Sus
pechos estaban tan duros y tiesos como los miembros de Mony y de Cornaboeux.
-Cornaboeux -dijo Mony-, encúlame, y mientras me limpiaré esta linda muchacha.
Estelle se desvestÃ*a más lentamente y cuando quedó desnuda, Mony se habÃ*a
introducido a la manera de los perros en el coño de Mariette, que, mientras
empezaba a gozar, agitaba su grueso trasero y lo hacÃ*a restallar contra el
vientre de Mony. Cornaboeux habÃ*a introducido su corta y gruesa nuez en el
dilatado ano de Mony que berreaba:
-¡Puerco ferrocarril! No vamos a poder mantener el equilibrio.
Mariette cloqueaba como una gallina y vacilaba como un tordo en las viñas. Mony
habÃ*a pasado los brazos a su alrededor y le aplastaba los pechos. Admiró la
belleza de Estelle cuya tiesa cabellera revelaba la mano de un hábil peluquero.
Era la mujer moderna en toda la acepción de la palabra: ondulados cabellos
aguantados por peinetas de concha cuyo color combinaba perfectamente con la
sabia decoloración de la cabellera. Su cuerpo era de una encantadora belleza. Su
culo era vigoroso y provocativamente respingón. Su rostro maquillado con
habilidad le daba el aspecto picante de una prostituta de lujo. Sus pechos eran
un poco caÃ*dos, pero esto le sentaba muy bien; eran pequeños, menudos y en forma
de pera. Al manosearlos, se notaban suaves y sedosos, tenÃ*an el tacto de las
ubres de una cabra lechera y, cuando se giraba, brincaban como un pañuelo de
batista arrugado como una bola al que se hiciera saltar en la palma de la mano.
En la mota, no tenÃ*a más que un pequeño mechón de pelos sedosos. Se echó encima
de la litera y, haciendo una cabriola, colocó sus largos y vigorosos muslos
alrededor del cuello de Mariette que, al tener el gato de su señora ante la
boca, empezó a sorberlo con glotonerÃ*a, hundiendo la nariz entre las nalgas, en
el ojo del culo. Estelle ya habÃ*a introducido su lengua en el coño de la
doncella y chupaba a la vez el interior de un coño inflamado y la enorme verga
de Mony que se meneaba ardorosamente en sú interior. Cornaboeux gozaba
beatÃ*ficamente de este espectáculo. Su gruesa verga que ardÃ*a en el peludo culo
del prÃ*ncipe, iba y venÃ*a lentamente. Dejó escapar dos o tres buenos pedos que
apestaron la atmósfera aumentando los goces del prÃ*ncipe y de las dos mujeres.
De golpe, Estelle empezó a gemir aterradoramente; su culo comenzó a bailar ante
la nariz de Mariette cuyos cloqueos y culadas se hicieron más fuertes. Estelle
lanzaba sus piernas enfundadas en seda negra y calzadas con
zapatos de talón Luix XV a derecha y a izquierda. Agitándose de este modo, dio
un golpe terrible a la nariz de Cornaboeux que quedó aturdido y empezó a sangrar
copiosamente. "¡Puta!" aulló Cornaboeux y, para vengarse, pellizcó violentamente
el culo de Mony. Este, enfurecido, pegó un terrible mordisco en el hombro de
Mariette que descargó berreando. Bajó el efecto del dolor, plantó sus dientes en
el coño de su señora que apretó histéricamente los muslos alrededor de su
cuello.
-¡Me ahogo! -articuló Mariette con dificultad.
Pero nadie la escuchó. El abrazo de los muslos se hizo más fuerte. El rostro de
Mariette se tornó morado, su boca llena de espuma permanecÃ*a pegada al coño de
la actriz.
Mony, aullando, descargaba en un coño inerte. Cornaboeux, los ojos fuera de sus
órbitas, lanzaba su semen en el culo de Mony exclamando con voz exangüe:
-¡Si no quedas encinta, no eres hombre!
Los cuatro personajes se habÃ*an derrumbado. Tendida en la litera, Estelle
rechinaba los dientes y pegaba puñetazos en todas direcciones mientras pataleaba
furiosamente. Cornaboeux meaba por la portezuela. Mony trataba de retirar su
verga del coño de Mariette. Pero no habÃ*a manera. El cuerpo de la doncella
estaba completamente inmóvil.
-Déjame salir -le decÃ*a Mony, y la acariciaba, luego la pellizcó en los muslos,
la mordió, pero no hubo nada que hacer.
-¡Ven a separarle los muslos, se ha desmayado! -dijo Mony a Cornaboeux.
Con grandes dificultades Mony consiguió sacar su miembro del coño que se habÃ*a
estrechado terriblemente. Enseguida trataron de hacer volver en sÃ* a Mariette,
pero no hubo nada que hacer.
-¡Mierda!, ¡ha estirado la pata!-dijo Cornaboeux.
Y era cierto, Mariette habÃ*a muerto estrangulada por las piernas de su señora,
estaba muerta, irremediablemente muerta.
-¡Estamos frescos! -dijo Mony.
-Esta marrana es la causa de todo -opinó Cornaboeux señalando a Estelle que
comenzaba a calmarse.
Y tomando un cepillo del neceser de viaje de Estelle, empezó a golpearla
violentamente. Las cerdas del cepillo la pinchaban a cada golpe. Este castigo
parecÃ*a excitarla extraordinariamente.
En este momento, llamaron a la puerta.
-Es la señal convenida -dijo Mony-, dentro de unos instantes pasaremos la
frontera. Es preciso, lo he jurado, dar un golpe, medio en Francia, medio en
Alemania. Agarra a la muerta.
Mony, con la verga tiesa, se arrojó sobre Estelle que, con los muslos separados,
le recibió en su coño ardiente gritando:
-¡Métemela hasta el fondo, toma!... ¡toma!...
Las sacudidas de su culo tenÃ*an algo de demonÃ*aco, su boca dejaba resbalar una
baba que¿ mezclándose con los afeites, goteaba infecta sobre el mentón y sobre
el pecho; Mony le metió la lengua en la boca y le hundió el mango del cepillo en
el ojo del culo. Bajo el efecto de esta nueva voluptuosidad, ella mordió tan
violentamente la lengua de Mony que él tuvo que pellizcarla hasta hacerla
sangrar para conseguir que la soltara.
Entretanto, Cornaboeux habÃ*a dado vuelta el cadáver de Mariette cuya cara
amoratada era horrorosa. Le separó los muslos e hizo entrar dificultosamente su
enorme miembro en la abertura sodómica. Entonces dio rienda suelta a su
ferocidad natural. Sus manos arrancaron mechón a mechón los rubios cabellos de
la muerta. Sus dientes desgarraron la espalda de una blancura polar y la sangre
roja que brotó, tenÃ*a el aspecto de estar expuesta sobre nieve.
Un instante antes del goce, introdujo su mano en la vulva aún tibia y haciendo
entrar completamente su brazo en ella, empezó a tirar de las tripas de la
desgraciada doncella. En el momento del goce, ya habÃ*a sacado dos metros de
entrañas y se habÃ*a rodeado la cintura con ellos como quien se coloca un
salvavidas.
Descargó vomitando su comida tanto por las trepidaciones del tren como por las
emociones que habÃ*a experimentado. Mony acababa de descargar y contemplaba con
estupefacción a su ayuda de cámara que hipaba repulsivamente mientras vomitaba
sobre el cadáver destrozado. Los intestinos y la sangre se mezclaban con los
vómitos, entre los cabellos ensangrentados.
-Puerco infame -exclamó el prÃ*ncipe-, la violación de esta joven muerta con la
que debÃ*as casarte según mi promesa, pesará duramente sobre ti en el valle de
Josafat. Si no te quisiera tanto, te matarÃ*a como a un perro.
Cornaboeux se levantó, ensangrentado, expulsando las últimas boqueadas de su
vómito. Señaló a Estelle cuyos ojos dilatados contemplaban con horror el inmundo
espectáculo:
-¡Ella tiene la culpa de todo! -manifestó.
-No seas cruel -dijo Mony- te ha dado ocasión para satisvacer tus gustos de
necrófilo. Y como pasaban sobre un puente, el prÃ*ncipe se asomó a la portezuela
para contemplar el romántico panorama del Rhin que desplegaba sus esplendores
verdosos y se extendÃ*a en largos meandros hasta el horizonte. Eran las cuatro de
la mañana, algunas vacas pacÃ*an en los prados, unos niños bailaban bajo los
tilos germánicos. Una música de pÃ*fanos, monótona y fúnebre, anunciaba la
presencia de un regimiento prusiano y la melopea se mezclaba tristemente al
ruido de chatarra del puente y al sordo acompañamiento del tren en marcha. Unos
pueblos felices animaban las orillas dominadas por los burgos centenarios y las
viñas renanas exponÃ*an hasta el infinito su mosaico regular y precioso. Cuando
Mony se giró, vio al siniestro Cornaboeux sentado sobre el rostro de Estelle. Su
culo de coloso cubrÃ*a la cara de la actriz. Se habÃ*a cagado y la mierda hedionda
y blanduzca caÃ*a por todos lados.
AsÃ*a un enorme cuchillo y araba con él en el vientre palpitante. El cuerpo de la
actriz tenÃ*a breves sobresaltos.
-Espera -dijo Mony- permanece sentado.
Y, acostándose sobre la moribunda, hizo entrar su erecto miembro en el coño
expirante. Gozó asÃ* de los últimos espasmos de la asesinada, cuyos postreros
dolores debieron ser horribles, y empapó sus brazos con la sangre cálida que
brotaba del vientre. Cuando hubo descargado, la actriz ya no se movÃ*a. Estaba
rÃ*gida y sus ojos trastornados estaban llenos de mierda.
-Ahora -dijo Cornaboeux- tenemos que salir por piernas.
Se limpiaron y se vistieron. Eran las seis de la mañana. Saltaron por la
portezuela y valientemente se acostaron sobre los estribos del tren lanzado a
toda velocidad. Luego, a una señal de Comaboeux, se dejaron caer suavemente
sobre el balasto de la vÃ*a. Se levantaron algo aturdidos, pero sin ningún daño,
y saludaron con un estudiado gesto al tren que ya se empequeñecÃ*a al alejarse.
-¡Ya era hora! -dijo Mony.
Alcanzaron el pueblo más cercano, reposaron dos dÃ*as en él, luego volvieron a
tomar el tren para Bucarest.
El doble asesinato en el Orient-Express alimentó los periódicos durante seis
meses. No encontraron a los asesinos y el crimen fue cargado en la cuenta de
Jack el Destripador, que tiene unas espaldas muy anchas.
En Bucarest, Mony recogió la herencia del vice-cónsul de Servia. Sus relaciones
con la colonia servia le hicieron recibir, una tarde, una invitación para pasar
la velada en casa de Na-tacha Kolowitch, la esposa del coronel encarcelado por
su hostilidad a la dinastÃ*a de los Obrenovitch.
Mony y Cornaboeux llegaron hacia las ocho de la tarde. La bella Natacha estaba
en un salón tapizado en negro, iluminado con velas amarillentas y adornado con
tibias y calaveras:
-PrÃ*ncipe Vibescu -dijo la dama-, vais a asistir a una sesión secreta del comité
antidinástico de Servia. Esta noche se votará, no me cabe la menor duda, la
muerte del infame Alejandro y de Draga Machine, su puta esposa; se trata de
restablecer al rey Pedro Karageorgevitch en el trono de sus antepasados. Si
reveláis lo que veréis y oiréis, una mano invisible os matará, estéis donde
estéis.
Mony y Cornaboeux se inclinaron. Los conjurados llegaron de uno en uno. André
Bar, el periodista parisino, era el alma del complot. Llegó, fúnebre, envuelto
en una capa española.
Hicieron entrar a una extraña pareja: un muchachito de diez años vestido de
gala, el sombrero bajo el brazo, acompañado por una niña encantadora que no
tendrÃ*a más de ocho años; estaba vestida de novia; su traje de satén blanco
estaba adornado con ramilletes de flores de naranjo.
El pope les dio un sermón y les casó haciéndoles intercambiar los anillos.
Enseguida, les exhortaron a fornicar. El muchachito sacó una colita parecida a
un dedo meñique y la recién casada, arremangando su emperifollada falda, mostró
sus pequeños muslos blancos en lo alto de los cuales miraba con la boca abierta
una pequeña abertura imberne y rosada como el interior del pico abierto de un
grajo que acaba de nacer. Un silencio religioso planeaba sobre la asamblea. El
muchachito se esforzó para penetrar a la niña. Como no podÃ*a conseguirlo, le
quitaron los pantalones y, para excitarlo, Mony le dio una graciosa azotaina,
mientras que Natacha, con la punta de la lengua, le cosquilleaba su pequeño
glande y sus cojoncillos. El muchachito comenzó la erección y asÃ* pudo desvirgar
a la niña. Cuando hubieron cruzado sus espadas durante diez minutos, les
separaron, y Cornaboeux agarrando al muchachito le desfondó el ano por medio de
su potente machete. Mony no pudo aguantar sus ganas de
joder a la niña. La cogió, la sentó a horcajadas encima de sus muslos y le
hundió su viviente bastón en la minúscula vagina. Los dos niños lanzaban gritos
aterradores y la sangre chorreaba alrededor de los miembros de Mony y de
Cornaboeux.
Inmediatamente, colocaron a la niña sobre Natacha y el pope que acababa de
terminar la misa le levantó las faldas y empezó a azotar su blanco y encantador
culito. Natacha se levantó entonces, y montando a André Bar sentado en un
sillón, se penetró con el enorme miembro del conjurado. Comenzaron un brioso San
Jorge, como dicen los ingleses.
El muchachito, arrodillado ante Cornaboeux, le chupaba el dardo mientras lloraba
a lágrima viva. Mony enculaba a la niña que se debatÃ*a como un conejo que van a
degollar. El resto de los conjurados se enculaban con terribles ademanes.
Natacha se levantó enseguida y, girándose, tendió su culo a todos los conjurados
que se acercaron a fornicarla por riguroso turno. En este momento, hicieron
entrar a una nodriza con cara de madona y cuyas enormes ubres estaban llenas
hasta reventar de una leche generosa. La hicieron ponerse a cuatro patas y el
pope empezó a ordeñarla como a una vaca, en los vasos sagrados. Mony enculaba a
la nodriza cuyo culo de una resplandeciente blancura estaba tan tenso que
parecÃ*a a punto de reventar. Hicieron mear a la niña hasta llenar el cáliz.
Entonces los conjurados comulgaron bajo las especies de leche y de orines.
Luego, agarrando las tibias, juraron dar muerte a Alejandro Obrenovitch y a
Draga Machine, su esposa.
La velada se acabó de una manera infame. Hicieron subir a varias viejas, la más
joven de las cuales tenÃ*a setenta y cuatro años, y los conjurados las jodieron
de todas las formas posibles. Mony y Cornaboeux se retiraron hastiados hacia las
tres de la mañana. Una vez en casa, el prÃ*ncipe se desnudó y tendió su bello
culo al cruel Cornaboeux que le enculó ocho veces seguidas sin desencular. Daban
un nombre a estas sesiones cotidianas: su disfrute penetrante.
Durante algún tiempo, Mony llevó esta vida monótona en Bucarest. El rey de
Servia y su mujer fueron asesinados en Belgrado. Este crimen pertenece a la
historia y ya ha sido juzgado de diversas maneras. La guerra entre el Japón y
Rusia estalló inmediatamente.
Una mañana, el prÃ*ncipe Mony Vibescu, completamente desnudo y bello como el
Apolo de Belvedere, hacÃ*a un 69 con Cornaboeux. Los dos chupaban golosamente sus
respectivos jarabes y sopesaban con voluptuosidad unos discos que no tenÃ*an nada
que ver con los de fonógrafo. Descargaron simultáneamente y el prÃ*ncipe tenÃ*a la
boca llena de semen cuando un ayuda de cámara inglés y muy correcto entró,
tendiéndole una carta en una bandeja roja."
La carta anunciaba al prÃ*ncipe Vibescu que habÃ*a sido nombrado teniente en
Rusia, a tÃ*tulo de extranjero, en el ejército del general Kuropatkin.
El prÃ*ncipe y Cornaboeux manifestaron su entusiasmo con recÃ*procas enculadas. Se
equiparon inmediatamente y se dirigieron a San Petersburgo antes de reunirse con
su cuerpo de ejército.
-La guerra me va -declaró Cornaboeux- y los culos de los japoneses deben ser muy
sabrosos.
-Los coños de las japonesas son realmente deliciosos -añadió el prÃ*ncipe
retorciéndose el bigote.
CapÃ*tulo V
 
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