Las Monjas Tambien Follan

heranlu

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Sor Remedios, veinteañera y guapa a rabiar, arrodillada delante del confesionario, le decía al cura:

-... He tenido un encuentro pecaminoso, padre.

-Cuente, sor Remedios, cuente.

-Ayer a la tarde, aprovechando que estábamos solas en el convento pequé con sor Caridad.

-¿Dónde pecó, hermana?

-En mi celda.

-¿Se corrió, hermana?

-Sí, padre, me corrí varias veces.

El viejo cura (70 años) levantó la sotana y cogió la tranca con la mano derecha, un pedazo de carne criminal, que no se le levantaba del todo por el peso que tenía, y masturbándola, le dijo:

-Déame detalles, hermana.

-¿Que detalles, padre?

-Desde el principio, cómo empezó, lo que pasó y cómo terminó.

La monja se extrañó de que el viejo cura le pidiera aquello.

-¿Es necesario, padre?

-Si, hija, es justo y necesario.

-¿Justo y necesario?

-Si, justo para Dios y necesario para mí.

-Esta bien, le cuento. Estaba echada sobre la cama y sin querer posé una mano sobre un pecho, comencé a acariciarlo y cuanto más lo acariciaba más me gustaba, mi otra mano bajó y acarició mi sexo. Me gustaba mucho. Acaricié el otro pecho. Los labios se me secaron. Mi lengua los humedeció y comencé a gemir. Sor Caridad, que duerme en la celda de al lado, oyó mis gemidos y entró en mi celda. Vio lo que estaba haciendo, y sin decir palabra se metió en mi cama, me levantó el hábito, me quitó las bragas y comenzó a acariciar mi sexo peludo con sus dedos. Yo estaba temblando. Me quitó el hábito y la cofia. Quedé completamente desnuda, con mis duros senos con pezones rosados y gordos pezones... ¿Eses son los detalles que quiere saber, padre?

-Todos, hija, todos.

La monja siguió hablando.

-Me agarró los senos con las dos manos y me dio un delicioso repaso, chupando, lamiendo y mordiendo los pezones. Llegó un momento en que mi ojete y mi sexo comenzaron a abrirse y a cerrarse al mismo tiempo, me subió de los pies a la cabeza un calor sofocante y sentí algo así cómo una explosión dentro de mí. Me corrí y casi me muero con el placer que sentí. Sí, padre, me corrí cómo un maldita puta, y...

El cura la interrumpió.

-Bendita, hija, bendita.

-Pero puta.

-La perra chica para ti, prosigue.

-Aún no acabara de correrme cando metió su cabeza entre mis piernas y me lamió el sexo, que abriéndose y cerrándose estaba expulsando flujos. Acabé de correrme y ella seguía comiéndome el sexo...

El cura, que estaba dale que te pego a la tranca, la volvió a interrumpir para decirle:

-El coño hermana, es coño y tetas, no pecho y sexo.

La monja prosiguió.

-Ella me comía el coño y yo acariciaba mis tetas con las dos manos. Su lengua entraba y salía de mí cómo si fuera un pe... Una polla. Lamía mis labios vaginales y lamía y chupaba mi clítoris. Me lamió el periné y el ojete. Me puse otra vez a mil. Me penetró el culo con un dedo, lamió mi clítoris de abajo arriba y le di lo que buscaba, mi esencia, calentita. Sentí tanto placer, tanto, tanto, tanto que acabé mordiendo la almohada. Es que yo cuando me corro, me corro cómo una perra, padre.

-¿Y no le devolvió el favor, hermana?

-No, no sabría. Fue ella la que me dio a mí más placer.

El cura seguía pelándola.

-Zas zas, zas zas zas, zas...

-¿Cómo?

-Me dijo:

-"Pon las manos sobre la mesa donde escribes -las puse-. Levanta el hábito -lo levante- Abre las piernas -las abrí-. Ahora cuenta."

-Cogió mi cordón y me dio con él en las nalgas, y yo conté: Una, ay, dos, ay, tres, ay, cuatro, ay, cinco, ay, seis, ay, siete, ay, ocho, ay, nueve, ay, diez, ay.

-"¿Quieres más?"

-Claro que quería más, mi coño se estaba mojando de nuevo. Le dije: Diez más.

-¿Tanto le gustaba que la azotara, hermana?

-Sí, me excitaba. Sor Caridad besó y acaricio mis nalgas doloridas, me lamió, y me folló el coño con la lengua, luego, con tres dedos follando mi coño, volví a contar: Uno, ay, dos, ay, tres, ay, cuatro, ay que me corro, cinco, ay que me corro, seiseiseiseis- ¡¡¡Me coooorro!! Y me corrí, padre. Después me dio los dedos a chupar. ¿Sabía qué mis flujos son blancos cómo la leche?

-¡Qué coño iba a saber!

-Cuide su vocabulario, padre.

-Si, cómo si tú estuvieses recitando poesía.

-¿Ya nos tuteamos?

-¿Estas caliente, Remedios?

Le respondió con otra pregunta.

-¿Te excité?

-¡Sí, y de un momento a otro me corro!

La monja se puso aún más cachonda de lo que estaba.

-¡¿Qué has estado haciendo, José ?!

-Pecando, bonita, pecando.

La monja se levantó, fue detrás del confesionario y vio al cura con la tremenda tranca en la mano. Se persignó.

-¡¿Son así de gordas y de largas las pollas?!

El cura le mintió.

-Esta es de las más pequeñas, chula. ¿Me la chupas un poquito?

La monja quería guerra, y le siguió la corriente al cura.

-No se hacerlo.

-¿Sabes chupar un dedo?

-Eso sí sé hacerlo.

-Pues es lo mismo.

La monja se arrodilló y metió la tranca en la boca, pero no era lo mismo chupar un dedo que una morcilla. Aunque ella chupó. De las comisuras de sus labios le salía aguadilla mezclada con saliva cuando el cura, la apartó, y le dijo:

-Siéntate sobre mi polla, Remedios.

La monja se asustó.

-¡Me reventarías con esa cosa!

-Ya verás cómo no.

La monja estaba asustada, pero caliente cómo una perra. Contar lo del día anterior la mojara bien mojada. Se quitó las bragas y se agachó dándole la espalda al cura, que agarró la tranca en la mano y se la llevó a la entrada del coño. Le metió la cabeza, la monja cogió el hábito y lo mordió. Le entrara, pero tan apretada que daba miedo, pero al rato, con toda dentro lo que le daba era un gusto tremendo. Follaba ella al cura con su culo y parecía la locomotora de un tren.

-"Chucu chucu, chucu chucu chucu, chucu chucu, chucu chucu chuucu chu..."

Tiempo después se corrió cómo una cerda bañando la tranca del viejo, que a pesar de estar la monja como un queso, no se corrió, y no se corrió por que se le fue bajando. Ya casi fofa, se volvió a correr la monja, sí, se corrió metiéndosela doblada, y es que era un pedazo de tranca, que aún baja llenaba cualquier coño.

Llamó el monaguillo por el cura. Se jodiera el invento, le preguntó la monja:

-¿Mañana a la misma hora?

-Trae contigo a Caridad. Os espero en la sacristía.

-Allí estaremos.

-------
Miguelito, el monaguillo, después de guardar el cáliz y el vino en la sacristía, le dijo al cura, que se estaba quitando la estola con que dijera misa:

-Lo dejo, padre.

-¿Ahora que te tenía una plaza guardada en el seminario?

-Es que me he dado cuenta que la abstinencia no es mi fuerte. No puedo estudiar para cura.

-¿A quién te follaste, MigueIito?

-Me follo, padre, me follo.

-¿A quién te follas?

-Unas veces a la hermana de la zurda y otras a la hermana de la derecha, soy ambidextro.

-Tú lo que necesitas es una buena mamada.

-Con eso no me va a convencer, pero si le apetece...

El cura le hablara de una mamada de una mujer, pero le siguió la corriente.

-¡Si naciste para cura, cabrón!

-¿Eso quiere decir que me la va a mamar o que no?

-Hombre, si me la mamas tú primero...

-Sáquela.

-Otro día, pero ya no me cabe duda. ¡Qué gran cura vas a hacer! Tienes que escuchar en confesión a una monja. Están más ricas que las pollas.

El monaguillo había descubierto un nuevo mundo.

-¡Soy todo oídos!

- Y nariz, cabronazo. ¡Mira qué eres feo! En fin. ¿Te quieres tirar una buena paja?

-¿Escuchando en confesión a una monja?

-Sí, solo tienes que meterte en el confesionario y hacerte pasar por mí.

Miguelito, que era delgadito, bajo de estatura y feo de cojones, y de cara, le dijo:

-¿Dónde hay que firmar?

El cura quería que sor Caridad trajera al monaguillo al "buen camino", pero sor Remedios y sor Caridad tardaron más de lo debido.

Miguelito estaba en el confesionario cuando llegó la mujer del alcalde, una mujer con tetas cómo melones y un culo cómo un pandero, digamos que estaba entrada en carne, muy entrada en carnes, se arrodilló, y le dijo a quien ella pensaba que era el cura:

-Ave María purísima.

Miguelito, carraspeó.

-He pecado, padre, he pecado con dos viejos. Eran viejos. ¡Pero cómo follaban, padre! Me dejaron el culo y el coño cómo la pared de un tiro de pichón. Comenzaré desde el principio. Vinieron a pintar mi casa y cuando fui a ver que hacían oí que le decía uno al otro que si me pillaba hacía que me corriera seis veces, y el otro le decía que él me haría correr las veces que yo quisiera... Les dije que mucha lengua. El hijo... El cab... El Colillas me agarró por detrás y me rompió el vestido... El Culebras me bajó las bragas, se agachó y me lamió el coño, el Colillas también se agachó y me comió el culo. Me los comieron a conciencia. Mi culo al follármelo con la lengua, se abría y al cerrarse intentaba apretarla, pero la lengua se le escapaba. Al coño le pasaba lo mismo -el monaguillo sacó la polla y empezó a menearla-. Querían polla, o algo que los llenase y no se les escapasen. Cuando el Colillas rozó mi ojete con la polla, el ojete se cerró y después se abrió. Me clavó la cabeza, gordita. Ni un minuto tardé en correrme en la boca del Culebras. Luego me la metió el Culebras en el coño, y me follaron acompasadamente. Estaba en la gloria... Cuando me volví a correr creí que me iba a morir de gusto...

Del confesionario, por los agujeritos, salió leche que salpicó la cara de Eva. La mujer pasó un dedo por las salpicaduras, probó y le supo a semen. Miró para atrás y para los lados, y después le dijo:

-Coño, padre, haberme hecho un sitio en el confesionario cómo otras veces.

Eva, la esposa del alcalde, se levantó y se fue. Era perra vieja y sabía que con la edad que tenía el cura no se le iba a levantar en mucho tiempo, si se le levantaba ese día.

Miguelito, más contento que un cuco, fue a la sacristía a contarle al cura lo que pasara. El cuadro que se encontró le devolvió las ganas de ser sacerdote. Sor Caridad tenía la tranca del viejo cura en la boca y sor Remedios le lamía las pelotas. Las dos estaban en cuclillas, El cura, le dijo:

-Pásale la llave a la puerta y ven, Miguelito.

Al llegar junto a ellos, el cura, se sentó en una silla y se puso en plan maestro.

-Dejar a Caridad vestida solo con la cofia.

Miguelito, por delante y sor Remedios, por detrás, la dejaron cómo la madre la trajo al mundo, solo que cuando la trajo no venía con aquellas tetas, ni aquel coño peludo, ni traía cofia.

Al estar desnuda, el cura, le dijo:

-Ni se os ocurra tocarla. Caridad, haz lo mismo con Remedios.

Las dos monjas acabaron solo con las cofias puestas. Sus cuerpos eran espectaculares. Miguelito ya estaba empalmado otra vez. El cura, le dijo:

-Siéntate a mi lado, Miguelito.

El monaguillo no entendía nada.

-¡¿Qué?!

El cura quería hacer las cosas a su manera.

-¡Qué te sientes, coño!

-Vale, vale, ya me siento.

El cura, le dijo a las monjas:

-Jugar, hijas, jugar.

Miguelito vio cómo se besaban... Como sus tetas se esparraban unas contra las otras... Echó la mano a la polla. El cura le largo una palmada en ella.

-¡Ni se te ocurra tocarte! Aprende cómo le gusta a las mujeres que les coman la boca, las tetas y el coño.

Sor Caridad, que era la experta, le comió la boca, a sor Remedios y al acabar de besarla le escupió en ella. Sor remedios le devolvió el escupitajo. En vez de dos monjas parecían dos zorras. Sor Caridad le amasó las tetas, se las mordió y le mordió los pezones. Acabó ella y sor Remedios le hizo lo mismo, solo que mordió con más fuerza las bellas tetas de sor Caridad. Gemían la una y la otra. Sor Caridad, se puso en cuclillas, le abrió el coño con dos dedos y le escupió dentro media docena de veces, después lo lamió, se lo folló con la lengua y le lamió y le chupó el clítoris. Sor Remedios, dijo:

-Me voy a correr.

Eso no estaba en los planes del cura.

-¡Te corres y te breo, putona!

Sor Caridad dejó de comer coño y puso el suyo a disposición de sor Remedios. El cura, sacando su verga, le dijo al monaguillo:

-Sácala y tócate, pero no te corras.

Las monjas miraban para la polla y la verga y se ponían negras. El cura, cuando vio que sor Caridad no aguantaba más, le dijo:

-Tomad y comed las dos de nuestras pollas, hermanas.

Sor Remedios iba a comer mierda. Estaba demasiado perra para más juegos. Se sentó sobre la polla del monaguillo, e iba a follar como una posesa, eso sí, sin darle un solo beso.

Sor Caridad fue junto al viejo cura, le plantó una hostia en la cara, y le preguntó:

-¿Quieres comulgar otra vez?

El cura se tocó la mejilla, y le dijo:

-Das fuerte, cabrona.

La monja le puso las peras a cuartos.

-¡¿Me siento o me voy, hijo de Satanás?!

-Sienta, hija, sienta. Sienta, ángel de amor.

La monja cogió un cabreo criminal.

-¡A que te meto otra hostia y te dejo tonto cómo la primera vez que follamos!

El cura estaba muy viejo para la guerra.

-Sin violencia, hija, sin violencia.

Seis veces se corrieron las monjas, una el viejo cura y dos el monaguillo, todas ella dentro de los coños de las monjas.
 

heranlu

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Sor Anabel, una monja jovencita, natural de Cuba, se había torcido un tobillo bajando una de las escaleras que daban al altar de una iglesia parroquial gallega. Esperando para oír misa estaba Pilar, la hermana del cura del pueblo, una rubia, de estatura mediana (cómo Anabel) y con un cuerpo de escándalo. Llevaron a la monja a la sacristía entre Pilar y el cura. La sentaron en una silla, y le dijo el cura a su hermana, que era enfermera y curandera:

-¿Podrás curarla tú, Pilar?

-Sí, Matías, sí. Vete a decir misa.

El cura se fue. Pilar cogió un frasco con aceite consagrado, lo abrió, se untó las manos con él, le quitó la sandalia a la monja y comenzó a frotar el tobillo. Sor Anabel, le dijo:

-Me estoy mareado.

-Es normal que se maree, hermana.

La monja, con la frente sudorosa, se desmayó. Pilar, que le gustaban las mujeres más que a los niños los caramelos, después de poner el tendón en su sitio, le levantó un poquito el hábito y fue masajeando su pierna. La piel negra de la monja brillaba al ser oleada. Pilar le levantó el hábito hasta que las blancas bragas quedaron al descubierto. Le separó las dos piernas y se las masajeó. La monja seguía desmayada. Tiempo después le apartó las bragas hacia un lado y le abrió el coño peludo. Estaba llena de babas. Las lamió, miró y vio que sor Anabel era virgen. Quería que se corriera estando inconsciente... Lamió de abajo a arriba el clítoris de la monja, que comenzó a gemir en bajito. Pilar ya tenía las bragas encharcadas. Lamía mientras oía cómo su hermano, el cura decía:

-Pedid, y se os dará, buscad, y hallaréis, llamad, y se os abrirá...

Pilar le dijo a la monja:

-¿Me la das, Anabel?

Anabel, inconsciente, le respondió:

-¿Quien eres?

-Tu angelito de la guarda, dámela.

Anabel, abrió las piernas de par en par, Pilar lamió con celeridad, y la monja, tocándose las tetas por encima de hábito, echó la cabeza hacia atrás, y al más puro estilo Beata Ludovica Albertoni, jadeando cómo una perra le dio, le dio una corrida celestial, una corrida inmensa.

Al acabar de correrse la monja, Pilar, le bajó el hábito, Sor Anabel abrió los ojos, y le dijo a Pilar:

-Creo que acabo de pecar con una diablesa.

Pilar, le mintió.

-Debió ser el dolor al poner el tendón en su sitio el que la hizo delirar.

-¿Usted cree?

Pilar, siguió a lo suyo,

-Sí. ¿Se lo pasó bien con esa diablesa, hermana?

-Mucho. Necesito confesarme.

-¿Que quiere confesar?

-Lo que sentí. Lo que sentí tiene que ser pecado.

Pilar siguió enredando con ella.

-¿Y que sintió, hermana?

La monja se tapó la cara con las manos.

-Sentí. ¡Ay, no lo puedo decir! Me da vergüenza.

-Soy mujer, seguro que... A ver. ¿Sintió que se le mojaba el sexo?

Sor Anabel, se abrió.

-Sí, sentí cómo me mojaba, cómo mi sexo se abría y cerraba, era cómo si quisiera ser boca para comer algo. Me empezó a latir y a picar, mucho, mucho, mucho, y de repente algo explotó dentro de mi y sentí un placer tan grande que es algo indescriptible.

-Le he oído decir a mi hermano que usted en Cuba nunca saliera del convento. ¿Es cierto eso o salió alguna vez?

-Es cierto, nunca salí del convento. Cuando era un bebé me abandonaron en sus puertas.

-¿Y cómo fue que acabó en España en otro convento?

-El convento en que estaba cerró por falta de recursos y me enviaron a España.

-¿Quiere saber cómo se llama lo que sintió antes?

-Pecado, se llama pecado

-No, lo que antes sintió fue un orgasmo.

-¿Y no es pecado tenerlo?.

-No, un pecado es no tenerlo. ¿Cómo está ese tobillo?

-Ya no me duele.

-Póngase en pie y apóyelo.

Al apoyar el pie se quedaron cara a cara, Pilar le plantó un beso en la boca. La monja, temblando, le dijo:

-¡Eso es pecado!

Pilar le acarició la cabeza.

-¿Por eso tiembla, por que le gustó el pecado?

-¡Es usted mala, muy mala! He hecho voto de castidad.

Pilar, se quitó la careta.

-Pues te acabas de correr en mi boca.

La monja se llevó una gran sorpresa.

-¡¿Qué?! ¿Me provocó usted el orgasmo?

-Sí, soy una diablesa usando la lengua.

La monja se persignó. Pilar le metió otro morreo, esta vez con lengua.

Sor Anabel se limpió la boca con el dorso de la mano, y muy seria, le dijo:

-Es usted una asquerosa.

Pilar no quiso perder el tiempo.

-¿Follamos o no follamos? Tenemos unos veinte minutos antes de que vuelva mi hermano.

La monja puso las manos en posición de orar, se arrodilló, y mirando al techo dijo:

-Dios mío, ¿por qué me tientas de esta manera?

Pilar le quitó la cofia. La monja tenía un corte de pelo al dos.

-A ver, cabrona. ¿Quieres o no quieres?

Ya la tuteó.

-Eres el demonio en forma de mujer.

-Un demonio que te quiere comer la boca, las tetas, el coño, el culo, que te lo quiere comer todo.

Sor Anabel estaba otra vez cachonda. Se levantó. Pilar le quiso meter otro morreo, Pero fue la monja la que se lo metió a ella. Al acabar de comerle la boca, le dijo:

-¡Has despertado el monstruo que llevaba dentro!

Pilar ya la tenía donde quería.

-Cómeme, monstruo mío!

¡Joder! Se pusieron tan calientes que sus vestimentas desaparecieron de sus cuerpos en segundos. Normal era sacar en segundos un hábito, un sostén, unas bragas y una sandalia, lo que no fue normal fue la rapidez con que le quitó la blusa, la falda, el sujetador, las bragas y los zapatos la monja a Pilar. Creo que se moría por sentir el calor del cuerpo de la muchacha junto al suyo.

Si Pilar tenía un cuerpo de escándalo, la monja era una diosa de ébano.... Tetazas, culazo respingón... Labios gruesos... Estaba para follarla, repetir, repetir y repetir.

En la sacristía había una alfombra azul. Sor Anabel se sentó sobre ella. Pilar se sentó a su lado y le quiso comer aquellas tetas con grandes areolas negras y gordos pezones. La monja la empujó, se echó sobre ella, le sujetó las muñecas con las manos, y poniéndole una teta en la boca, le dijo:

-¡Mama, cariño!

Pilar no estaba para palabras dulces.

-Puta, llámame puta.

A Sor Anabel se llenó la boca cuando dijo:

-¡Mama, puuuuuta!

Pilar abrió la boca, la monja, le apretó la teta contra ella, se la mamó, después le dio la otra y acto seguido el coño. Pilar era caliente, pero la monja aún le ganaba. Le quitó el coño de la boca y le mamó las tetas, lamió sus areolas... Luego le soltó las manos, se metió entre sus piernas y le comió en coño. No sabía donde lamer y chupar, pero Pilar, la iba a escolar.

-El clítoris, guarrilla, lame y chupa el clítoris.

La monja, lamió y chupó... En unos minutos se corrió cómo una cerda. Pilar, al acabar de correrse, le dijo:

-¿Te gustó beber de una mujer?

-Mucho, pero me siento sucia.

-¿Nunca bebiste la leche de un hombre?

-¡Noooooo!

-¿Se la quieres mamar a mi hermano? Yo se la mamo.

-¡¿Tienes relaciones carnales con tu hermano?!

-Si, follamos cuando tenemos ganas.

-¡Ese es un pecado capital!

Pilar le quitó hierro al asunto.

-En todo caso sería un pecado de pueblo.

-¡Con esas cosas no se juega!

-¿Te apetece un trago, guarrilla?

Sor Anabel ya estaba liada.

-¡¿De leche?!

Pilar, rompió a reír.

-No, mal pensada, ese trago si te apetece lo tomas más tarde.

Se levantó. De una alacena quitó una botella de vino quinado, y medió dos cálices de plata con él. Se volvió a sentar sobre la alfombra y le dio uno:

-Toma.

-Gracias.

Ya estaban contentas cuando llegó el cura y las encontró en pelota picada.

-¡Vaya, vaya, vaya! Ganaste, Pilar. ¿Cómo la sedujiste?

Pilar miró para su hermano, un treintañero, más largo que un día de mayo y feo cómo una polla arrugada, y le dijo:

-Me debes el vestido, los zapatos y el bolso que yo elija.

La monja, molesta, dijo:

-Solo era una apuesta entre dos pecadores. ¡Qué bajo he caído!

El cura, se acercó a ellas y le dijo a la monja:

-Perdone, sor Anabel, pero la deseaba tanto que tuve que emplear a mi hermana.

-¿Le gusto, padre Matías?

-Más que al obispo los culos.

A la monja la sorprendió la comparación.

-¡¿El obispo...?!

-Sí, hermana, sí. En la Iglesia el que no se corre vuela.

-No lo entiendo.

-Que el que no folla se droga, o hace ambas cosas. Son muy pocos los puros y somos muchos los putos y las putas.

-¿Hay mucha monja pecadora?

El cura ya se pusiera cachondo. ¡Cualquiera no se ponía cachondo teniendo aquelllos dos monumentos delante! Le respondió:

Mucha, hermana, mucha

El cura se quitó la sotana. Su piel era blanca cómo la leche, y para que engañarnos, cuerpo de gimnasio no tenía, y su polla, su polla era una birria. La tenía salchichona, sí, salchichona, pues era cómo una de esas salchichas que vienen en paquetes de seis y son delgadas cómo dedos. A la monja le pareció un pollón.

-¡Jesús, qué grande!

El cura se dio cuenta de que era la primera que veía.

Pilar, se calló la boca, es más, cogió la polla y se la mamó a su hermano metiéndo todo dentro de su boca, polla y pelotas.

Al cura le encantaba. Al rato la sacó de la boca de su hermana y se la dio a mamar a la monja, que hizo lo mismo que le viera hacer a Pilar. El cura, le dijo:

-¡Ordeñe, hermana, ordeñe que este toro da muy buena leche!

¿Toro? No llegaba a becerro... Lo que sí era es un cabronazo vicioso y un cerdo de mucho cuidado.

-Levantaros, hijas mías.

Pilar, sabía lo que venia. Le dijo a la monja:

-Prepárate que te va a comer el culo para que yo te lo folle.

La monja la miró extrañada, y le dijo:

-¿Con qué? Tú no tienes pene.

Ya lo descubrirás a su debido tiempo.

-¿Me va a doler?

-No más de lo que te va a doler cuando te rompa el coño.

-¿Tú?

-El pichín, pero a ti te va a sobrar.

Ya de pie se metieron un morreo. Morreándose estaban cuando la monja sintió la lengua del cura lamer su ojete. A sor Anabel le hacía falta muy poco para ponerse a mil.

-¡Que sensación más agradable!

Pilar, le comió las tetas y después bajó lamiendo hasta llegar al coño mojado. Le hicieron un trabajo de lame y lame cojonudo. La monja, acabó diciendo:

-¡Esto si que es estar en el cielo!

No, aún no estaba, pero comenzó a volar hacia el cielo en el momento que el cura le metió un dedo en el culo y Pilar le chupó el clítoris.

-¡¡¡Vueeeeeeelo!!!

Echó una corrida inmensa... Pilar dejo que bajase por el interior de los muslos y llegase a los tobillos, después la lamió de abajo a arriba por las dos piernas y acabó lamiendo de nuevo su coño.

El cura, al acabar de correrse la monja y después de olear su polla, la cogió en alto en peso... En vez de metérsela despacito, se la metió de un golpe de riñón. Ni aceite ni hostias benditas. La rompió, literal, el coño de la monja sangraba y ella le mordió en el cuello con el dolor que sintió. Tanto el cura cómo la hermana eran unos cabronazos, ya que Pilar cogió en un cajón una vela, de esas que parecen que tienen rosca, la oleó y se la fue metiendo en el culo. La monja las estaba pasando putas... Pero tiempo después le empezó a gustar, los gemidos de dolor se volvieron de placer... Ya iba el cura cansado de tenerla en brazos y de follarla, cuando lo besó, y le dijo:

-¡Me voy, me voy, me voy! ¡¡Me voooooy!!

Y se fue la monja y se fue el cura dentro de su coño. Hasta ahí llegaba su maldad. Al sacar la polla del coño de la monja, que ahora tenía las piernas muy abierta, cayó una gran plasta mucosa, lechosa y sanguinolenta que le jodió la alfombra al cura.

Sor Anabel, después de correrse, y ya en el piso de la sacristía, le preguntó a Pilar:

-¿Y tú no lo quieres pasar bien?

-Claro que sí. A mí me encanta la doble penetración, con una polla y una vela.

La monja ya estaba desatada.

-¡Con dos velas te follaba yo a ti, puta!

Pilar, la retó.

-¡A qué no tienes coño para hacerlo!

-Claro que lo tengo, roto, pero lo tengo.

-Antes vamos a hacer una cosa. ¿Prefieres mamársela a mi hermano o meterle la vela en el culo?

La monja, sonrió con maldad, y le respondió:

-La vela, la vela, prefiero meterle la vela en el culo.
 

heranlu

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El obispo, sentado en un sofá con su sotana negra con botones dorados, su fajín morado, su solideo morado y sus zapatillas negras con franjas doradas, miraba para Anastasio, que estaba en pelotas y sentado en un taburete que había a los pies de la cama de una habitación del obispado. Vio cómo Débora, se acercó a Anastasio, cómo se puso en cuclillas, cómo agarró con su pequeña y blanca mano la polla desempalmada, una polla que no mediría más de siete centímetros, cómo la metió en la boca y cómo comenzó a mamarla, (la monja no tenía ni idea de cómo se chupaba una polla). Vio cómo en menos de un minuto se la puso gorda y húmeda y cómo de los siete centímetros pasara a los veintiuno. Débora, le dijo a Anastasio:

-Es muy gorda y muy larga.

Anastasio, un monaguillo, delgado, rubio, de ojos azules, y muy guapo, le preguntó:

-¿Eres virgen?

-Lo soy.

-El obispo, un viejo feo y mal encarado, les dijo:

-¡Dejaros de cháchara y id al tema!

Débora, era una monja de 19 años, albina. Ni Anastasio ni el obispo sabía cómo eran sus encantos, ya que el hábito que llevaba los tapaba.

La monja se quitó las bragas, mojadas, se levantó el habitó y se sentó sobre las rodillas de Anastasio. Después cogió la polla y la puso en la entrada de su virginal coño, y dijo:

-¡Qué sea lo que Dios quiera!

Bajó el culo y se rompió el coño, literal, pues empezó a sangrar. La monja comenzó a llorar. El obispo, que era un cabrón, rompió a reír. Luego le dijo:

-Abofetea al cabrón que te rompió el coño, Blanca.

Débora, limpiando las lágrimas de sus mejillas, le dijo:

-Nuestra religión me impide ejercer la violencia.

-¡Y fornicar! Y está fornicando. ¡¡Abofetéalo!!

La monja le metió al monaguillo una bofetada con tantas ganas que el chasquido se oyó fuera del obispado. El obispo se excitó:

-¡Pegas fuerte, Blanca! Dale más.

-Que Dios me perdone por lo que voy a hacer.

La monja le dio media docena de bofetadas seguidas mientras metía la polla hasta el fondo del coño. El cabrón del obispo se seguía riendo.

-No te olvides de mirarme cuando te corras, Blanca. Quiero ver iu cara llena de placer.

La monja se persignó. Se persignó porque le había gustado pegarle a Anastasio y porque le gustaba que el obispo la mirara mientras follaba.

Anastasio se levantó del taburete, la llevó al lado de la cama, una cama cubierta y con cortinas de seda a ambos lados, y la dejó de pie al lado de ella.

La monja le quitaba una cabeza de altura (Anastasio mediá un metro sesenta y cinco). Le quitó la cofia y vio su pelo blanco y cortito. Después le quitó el cordón y el hábito. La monja no llevaba ropa interior. Sus tetas eran medianas, duras cómo piedras y casi piramidales, tenían areolas rosadas echadas hacia fuera y sus peones eran pequeñitos cómo lentejas. Su pequeño coño estaba rodeado de pelos blancos. La empujó y la monja cayó boca arriba sobre la cama. El obispo se acercó a la cama para ver aquella belleza angelical, y allí se iba a quedar, de pie y mirando de cerca cómo follaban.

Anastasio puso a la monja a lo largo de la cama. El obispo, le dijo:

-Hazle lo del hielo cómo le hiciste a las otras monjas.

Anastasio se fue a la cubitera, dónde descansaba el vino, cogió un cubito de hielo, volvió a la cama y se lo pasó suavemente por los labios. La besó. Hizo círculos con el cubito por la areola y el pezón de la teta derecha. Se la chupó. Hizo lo mismo en la teta izquierda. La chupó. La volvió a besar. Jugó con el cubito de hielo en su vientre y su ombligo. Al pasarlo por los labios vaginales a la monja la recorrió un escalofrío. Con el cubito acariciándolos comenzó a gemir. Anastasio le dio al obispo lo que quedaba del cubito, el viejo se lo metió en la boca. Luego, Anastasio, metió la cabeza entre las piernas de Débora, y le lamió el coño. Con la primera lamida, la monja, se puso a rezar. El obispo echó la mano a su flácida polla y la acarició por encima de la sotana. La monja intentaba aislarse y volver a su mundo. Pero el placer que sentía al follarle la vagina con la lengua, al lamer y chupar su clítoris, al lamer su periné y su ojete levantando su firme culo con las dos manos, al subir y comer sus pétreas tetas, al besarla con lengua y al regresar al coño volviendo a él mamando y chupando pezones y areolas, la traían de vuelta a este mundo de vicios y perversiones. Iba por su cuarto Ave María, cuando sintió que algo iba a reventar dentro de ella. Le cogió la cabeza con las dos manos a Anastasio, y le dijo:

-¡Siga, hermano, se lo suplico, siga!

El obispo, caliente cómo un perro, le dijo:

-¡Mírame, Blanca, mírame!

Anastasio no paró y la monja, mirando para el obispo, le llenó la boca de babas espesas y blancas mientras se retorcía de placer y jadeaba cómo una perra.

Al obispo viendo la cara de gozo de la monja al correrse, sintiendo sus gemidos y viendo cómo temblaba, se le puso la polla a media asta.

Al acabar de correrse, Anastasio, le dio la vuelta, le separó las blancas nalgas con las dos manos y le lamió el periné y el ojete multitud de veces... La monja cuando sintió la polla del monaguillo acariciar su ojete comenzó a rezar de nuevo. Anastasio le metió la puntita en el culo. Se sintió:

-¡¡¡Ayyyyyyyy!!!

La sacó y le metió el glande en el coño. El obispo, le ordenó:

-¡En el culo! ¡¡Rómpele el culo!!

El monaguillo obedeció. La polla entraba ajustadísima y a Débora le hacía ver las estrella. El obispo se empalmó al sentir los quejidos de dolor de la monja. Se la metió hasta el fondo. A la monja le escocía y le dolía el culo, y le escoció y le dolió, y le escoció y le dolió, hasta que tiempo después el escozor dio paso al placer... De su coño comenzaron a salir babas espesasy blancas y de su garganta gemidos de placer. A punto de correrse de nuevo, la monja, le dijo al obispo:

-¡Es usted un demonio, excelentísimo!

-¿No le decía a su confesor que a veces sentía la llamada de la carne?

La monja se escandalizó.

-¡El secreto de confesión ha muerto!

Al monaguillo le estaban aguando la fiesta. Le preguntó a la monja:

-¿Quieres que pare, Blanca?

Le respondió el obispo.

-¡Sigue, sigue hasta elevarla a las alturas de nuevo!

La monja ya estaba demasiado cachonda cómo para que la dejara a medias.

-Sí, siga, hermano, siga.

-Bésalo, Blanca.

-No debo, reverendísimo.

-¡Que lo beses, coño!

La monja le comió la boca al monaguillo. Anastasio le llenó el culo de leche. A Débora también le vino. Al correrse se aferró con las manos a la sábana y mordió la almohada. Sacudiéndose ella y con temblor de piernas él disfrutaron cómo dos condenados... Volando por las más altas cimas del placer sus corridas se mezclaron en el segundo de los cinco orgasmos que iba a tener la monja esa velada.
 
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