Las Fotos de Mama

heranlu

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Edorta se encontraba en el sofá, viendo un antiguo partido de futbol que estaban echando durante aquel aburrido domingo de verano. Tenía una leve resaca, no mucha, pero prefería pasar el día tumbado y no salir con sus amigos, levantarse del sofá, ya era una aventura.

El descanso le vendría de fábula, aunque tampoco iba a hacer nada al día siguiente, puesto que las vacaciones de la universidad habían comenzado y solo le quedó una asignatura para el año siguiente, todo un logro.

—Tu madre… —soltó de pronto Santi con el móvil en la mano.

Su hijo no miró, apenas tenía los ojos abiertos y el sueño acudía para acogerle en sus brazos mediante una dulce siesta. Iba a echar una ligera cabezada, pero el gruñido de su padre le hizo pausar esa idea. No se había enterado de la conversación telefónica, aunque sí que se percató de que se estaba levantando.

—Tengo que ir donde tu madre, que no sé lo que quiere… —soltó el hombre a regañadientes, para después, lanzarle una sonrisa algo confidente y añadir— Igual quiere su premio. Uno rapidito no estaría mal, eh.

Este se rio con su mal chiste y Edorta trató de imitarle, pero ni siquiera su cuerpo le permitía hacer ese mínimo esfuerzo para soltar una sonrisa complaciente a su padre. Giró la cabeza asintiendo levemente, tampoco es que esas bromas le hicieran especial gracia, aunque las oyó toda la vida, eran… típicas de su padre.

Antes de que se diera cuenta, Santi se calzó y salió de casa al encuentro de su mujer. El joven se quedó solo, pensando en hacerse una paja rápida antes de que el sueño le absorbiera por completo. Sin embargo, estaba agotado y ese placentero momento, lo dejaría para después, puesto que sus ojos… ya claudicaban.

Los abrió al cabo de un rato, cuando el móvil le vibró con fuerza sobre su vientre. Parpadeó en par de ocasiones, volviendo al mundo real y alejándose de esos sueños tan extraños que había tenido.

—Puto ron, no lo vuelvo a beber… —mintió en voz alta.

En el teléfono ponía el nombre de su progenitora y al verlo, frunció el ceño. Era raro que su madre le llamase y lo primero que se le pasó por la cabeza fue que, tal vez, su padre no hubiera llegado todavía. Marimar estaba cuidando de su padre en la residencia y no necesitaba a su hijo para nada, aunque por lo que parecía ese domingo, sí requería algo de Edorta.

—¿Mamá…? —la voz se le cortó debido a la sequedad de su garganta.

—A ver, mi rey, hazme un favor. —el joven se sentó en el sofá y escuchó el tono alegre de su madre. Siempre estaba contenta, el muchacho pocas veces recordaba haberla visto sin su inconfundible mueca de felicidad— Vete a mi cuarto, que quiero que me busques una cosa.

—Bien. —anduvo con el móvil en la oreja y por no mantenerse callado, preguntó— ¿Ha llegado papá?

—Sí, hace un rato. Más o menos, en una hora volveremos a casa. —Edorta ya estaba en el cuarto de sus padres y pidió más información.

—Ya estoy. ¿Dónde busco?

—Mira, mi vida. Vete a la puerta del medio del armario, pero coge antes la sillita del tocador. —el joven lo hizo, poniéndola delante del mueble y esperando por la siguiente instrucción— En esa parte, ¿ves la zona de arriba del todo?

Edorta se subió a la pequeña silla, esperaba no caerse y pegarse una leche de campeonato, era lo que le faltaba para como tenía el cuerpo. Abrió la puerta y echó un vistazo a la parte superior, apenas veía nada, estaba junto al techo y era una zona poco accesible.

—Vale. ¿Qué quieres?

—¿Ves una cajita? Así como de zapatos, algo más grande. —Edorta se puso de puntillas y alcanzó a divisarla en el fondo. Estiró la mano, aunque le costó un mundo alcanzarla— ¿La tienes?

—Creo que… —un poco de esfuerzo e hizo la pinza con dos dedos para sostenerla— Creo que sí.

Tiró un poco más, pero la caja golpeó contra una especie de libro que se fue hacia él. Era complicado de sacar, por lo que dejó el móvil en una balda, pulsando el botón del altavoz y pidiéndole a su madre calma.

—Espera un momento, a ver si lo agarro bien.

Con la otra mano sacó lo que parecía un libro, dejándolo delante de su cara y percatándose de que era un viejo álbum de fotos. Torció el rostro, porque tener algo como eso dentro de un armario era del todo absurdo. Los álbumes familiares estaban en el mueble de la sala y no escondidos en una zona tan poco visible.

Lo lanzó a la cama, eso sí, con cuidado, puesto que parecía que tenía bastantes años. Cogió de nuevo el móvil y con más libertad, pudo hacerse con esa caja que era algo más grande que una de zapatos.

—Ya la tengo.

—¡Qué bien, nene! Mira dentro a ver si está una foto del abuelo y la abuela cuando eran jóvenes.

—¡Ostras…! ¿Cómo voy a saber si son o no? —preguntó bajando de la silla.

—Es la única foto que debería haber.

La dejó sobre la cama con cuidado, junto al viejo álbum de fotos. Abrió la cajita, encontrando a la primera, la vieja foto que necesitaba su madre. Allí estaban sus abuelos, quizá con su edad… o menos, no podía calcularla, aunque por su apariencia, podría decir que tenían cincuenta años.

—Por favor…, qué serios vestían antes… —suspiró para sí mismo.

—¿Decías algo, Edorta?

—No, no… La tengo. ¿Quieres que te la lleve? —esperaba que le dijera que no, porque lo último que le apetecía era salir de casa.

—No es necesario, cariño, pero gracias. Necesitaba tenerla ubicada. Me imaginaba que estaba allí, pero por si acaso… —suspiró muy bajito—. Es que el abuelo apenas recuerda ya a mi madre y quería dársela. Así igual… le ayuda.

—Muy bien, mamá. —tapó la caja y se subió en la silla para dejarla en el mismo lugar— Luego nos vemos. Dale un beso al abuelo de mi parte.

—Sí, cielo, y muchas gracias. Hasta luego. Besitos.

El teléfono se colgó de la misma y Edorta lo depositó encima de la cama. Justo cayó al lado del álbum, ese libro de fotos que al joven le causó cierta curiosidad. Se sentó sobre el edredón, mirando con detalle la solapa de fuera, ya que no ponía nada. Ni un nombre, ni un año, nada que indicase de quién o de qué época era… Solo “Álbum”.

No le quedó más remedio que abrirlo, su curiosidad le mataba y necesitaba comprobar a quién pertenecían esas instantáneas olvidadas del armario. Supuso que serían fotos antiguas de los abuelos, más que nada, porque estaban al lado de la caja, sin embargo…, cuando vio la primera página, se quedó sin aliento.

—¡Esta…! ¡Esta…!

Pasó una hoja y otra y después…, lo hizo de nuevo. No podía creer lo que veían sus ojos. Pudo reconocer a la mujer que protagonizaba todas y cada una de las fotos, sin embargo, era imposible que posara de aquella manera. Su cerebro no quería concebirlo, pero… era real, las pruebas estaban delante de sus ojos.

—¿¡Por qué sale mamá desnuda en estas fotos!?

****

Cuando llegó la noche, Edorta estaba tirado en el sofá igual que a la tarde. La resaca ya se había esfumado de su cuerpo, sin embargo, otra cosa se había metido en su cabeza, pegándosele con fuerza para no poder quitársela de encima.

El álbum lo había vuelto a dejar en su lugar, en la misma posición que recordaba haberlo visto de primeras, todo para que Marimar no sospechase nada. Supuso que aquello era un secreto y lo mantenía oculto, puesto que jamás escuchó ni a ella ni a su padre hablar de ello. Por el momento…, mejor no decir nada.

—¡Menudo día…! —suspiró la mujer al entrar en casa— ¿Has cenado, cielito?

Santi la dio un buen azote en el culo a su mujer cuando pasó por su lado y se fue al sofá de la misma, donde solía pasar más tiempo que en ningún otro lugar de la casa.

—No… —contestó el joven lleno de dudas, ya que según la miró, no vio a su cariñosa madre, sino a la mujer que vivía en el álbum.

—Vale, pues ahora hago algo. ¿Os lo traigo aquí? —preguntó ella y su marido, giró su cara decorada por un espeso bigote canoso.

—Si me haces el favor de traerme la cena, luego te tendré que dar yo a ti la tuya… —un sonido que debía ser erótico salió de la boca de Santi y su hijo, apartó la mirada sin que aquello le hiciera ni pizca de gracia.

—¡Cómo eres, Santi…! ¡Cómo eres!—soltó su madre entre risas y después, se percató de que su hijo se ponía en pie.

—Si no te importa, mamá, voy a prepararla contigo.

Sus padres se quedaron en silencio, aquello era raro, Edorta era un chico más bien vago, que apenas se movía para salir de fiesta y, por lo menos…, también para estudiar. Su madre conservó la sonrisa que siempre llevaba adherida a su rostro, aunque le golpeó en la cabeza una idea muy nítida sobre que a su hijo le ocurría algo.

—Bien, vale. Ven conmigo, mi rey —comentó dándose la vuelta y escuchando los pasos de su hijo al seguirla por el pasillo.

Sumidos entre las paredes oscuras del corto pasillo, Edorta no perdió su oportunidad. Quizá fue más por curiosidad que por un instinto lascivo, pero sin que él lo ordenase, sus ojos descendieron por la espalda de Marimar hasta que el vestido le llevó a un lugar muy concreto y… contactó con sus posaderas.

La mujer poseía unas anchas caderas, en las que un poderoso y grande trasero se alzaba con fuerza. La mirada de Edorta centelleó en la oscuridad, puesto que con ese vestido estampado de flores que le ceñía su estrecha cintura, su culo se veía imponente.

Siempre supo que su madre era voluptuosa, era algo que saltaba a la vista. Sin embargo, se imaginaba que todas esas curvas se deberían a la acumulación de grasa. Aunque contemplándola con detenimiento, con algo más de detalle, para nada podría decir que estaba viendo un mal cuerpo, es más… le gustaba.

Llegaron hasta la cocina y, en ese corto trayecto, el joven se percató de que no le había dejado de mirar el culo a su madre. Tuvo que alzar la vista, porque Marimar se estaba girando y llevaba su sonrisa habitual, pero también, el gesto un poco contrariado.

—¿Me has oído? —preguntó la mujer con sus preciosos ojos azules analizando su expresión.

—¡Eh…! —dudó y mucho— Sí, claro.

—¿¡Sí!? —no escondió su risa— Pues a ver… ¿Qué he dicho? —puso las manos en su cintura y esperó con cierta burla la respuesta de su chico que… no llegó.

—Pues… —usó un segundo para buscar algo que no encontraría en semanas— Ni idea.

—¡Siempre en las nubes…! —le dio un leve golpe en el brazo, sonriendo de manera amplia igual que hacía siempre, parecía que esa mueca de felicidad estaba tatuada en sus labios— ¡Ay…, tira para dentro, nene!

El joven se puso al lado de la encimera, mientras su madre empezaba a sacar unos cuantos ingredientes para preparar la cena. Sería algo rápido, unos sándwiches para todos que, la verdad, le quedaban de maravilla. A Edorta siempre le gustó ese plato, en especial, cuando le añadía espárragos, le daba un toque fabuloso.

—¿Cómo te ha dado por ayudarme hoy? —preguntó Marimar haciendo que los ojos de su hijo se esfumaran de su trasero.

—Siempre haces la comida tú sola y no sé, está bien tener ayuda, ¿no?

—No necesito, rey. Puedes ir a descansar si quieres, aunque si te apetece hacerme compañía… A eso jamás me podría negar. Me encanta pasar tiempo contigo.

La mujer se acercó igual que de costumbre, dándole un beso sonoro al hijo que tanto quería. Por raro que pareciera, a Edorta le agradó mucho más que en las anteriores ocasiones.

—¿Le vas a llevar la foto al abuelo?

—¡Ay, sí! —comentó sacando la lechuga— Le encanta y como la cabeza la tiene más para allá que para acá… igual le hace recordar.

—Normal, es una foto muy tierna…

Se quedó en silencio, escuchando que su madre empezaba a tararear una canción mientras continuaba preparando la cena. Sus ojos recorrieron el vestido de la mujer sin ningún tipo de vergüenza, parándose en cada curva que marcaba su silueta.

La mente le llevó al pasado, a uno cercano, nada más que par de horas atrás, donde sus ojos, no contemplaban a esa misma Marimar que tenía delante, sino a una mucho más joven. Un leve ardor le nació en el estómago, que bajó con rapidez a quemarle sus genitales y hacer que la sangre se dirigiera a un lugar específico de su anatomía.

Había estado meditando por un rato si sería buena idea decirla algo, destapar ese secreto de alguna forma y curiosear acerca del pasado de su progenitora. No sabía de qué manera hacerlo, no obstante, Edorta no era de pensar, sino de actuar, y para cuando se dio cuenta, su lengua se estaba moviendo.

—¿Sabes? —ella no le miró, siguió con sus ojos azules fijos en la cena— Me encantan las fotos.

—¿Cómo? —aquello sí que había captado la atención de la dama rubia— ¿Qué te gusta ver fotos, cariño? No comprendo.

—Bueno… más que verlas, hacerlas. Hace par de años, pensé en apuntarme a algún curso de fotografía, incluso me pillé una cámara. No sé si os lo dije… —todo mentira— Al final quedó en nada, aunque es cierto que me gusta mucho ese mundillo. Algo como un hobby, no de manera profesional, eh.

Ambos se quedaron en silencio y Edorta, puso sus ojos sobre el infinito, asombrado de que se le hubiera ocurrido semejante historia de un segundo a otro. No era muy imaginativo y aquello, se caía por su propio peso, sin embargo, sonó creíble.

—¿¡En serio…!? —su madre se giró para mirarle a la cara y este, asintió con la cabeza— ¿¡Y cómo no me cuentas nada, enanito!? Te hubiera acompañado a buscar un curso o te ayudaríamos a pagar la cámara…

—Ya… No sé…

Marimar volvió la vista a su tarea, momento que aprovechó su hijo para suspirar aliviado y dejar que sus ojos retomaran el trabajo anterior. Ojeó el vestido estampado, causándole especial interés, las curvas que se formaban tanto en sus senos como en su cadera. Sin quererlo, se apretó los labios y un pensamiento nació en su cabeza… “¡Menudas curvas…!”.

Meneó la cabeza con fuerza, queriendo que esa idea desapareciera de su mente y que, al igual que un dibujo animado, se le escapara por un agujero del oído. No obstante, era complicado, el cuerpo de su madre se había vuelto increíble en una sola tarde y eso… le dejaba loco.

—Algún secreto tengo que tener —comentó otra vez el chico con el culo apoyado en la encimera—. ¿Tú tendrás alguno también, no?

La mujer sacó una risa nasal y le miró con una ceja levantada. A Edorta le pareció guapa, incluso… sensual. Un cambio… demasiado drástico que tenía su epicentro en el descubrimiento de aquel dichoso álbum. Su madre pasó de una ama de casa corriente a… toda una mujer de revista.

—¡Por supuesto…! —respondió Marimar sin borrar su sonrisa— Aunque sea una ama de casa aburrida… también tengo algunos secretos. Si no… menudo aburrimiento de vida, ¿no crees?

—Ya… —murmuró el joven, cerrando los ojos y dejando que unas imágenes muy concretas llegaran a su mente.

El recuerdo de todas las fotos que vio esa tarde acudió a su llamada. Estaba tenso, algo nervioso y con un calor muy conocido que no quería aceptar. Apretó los puños, volviendo a contemplar el culo de su madre meneándose con ritmo mientras tarareaba la canción.

Tuvo que dar unos pasos, alejarse de la encimera y también de aquella mujer que, mágicamente, era la misma madre de siempre. Alcanzó a refugiar su entrepierna bajo la mesa y sentando en una de las sillas, recordó con gracia que le había pasado lo mismo horas atrás observando las fotos de Marimar. Sí, se le estaba poniendo dura.

—¡Mierda…! —murmuró para sí mismo.

Marimar había volteado su cuello, provocando que sus ondulados cabellos bailaran en el aire, creando una danza dorada sin igual. No pudo ver el leve bulto que se empezaba a alzar en el pantalón de su chico, aunque sí que se dio cuenta de que este se movía inquieto en el asiento.

—¿Se puede contar? —preguntó Edorta con una visión privilegiada. Desde la mesa de la cocina podía observar de espaldas a su madre, haciendo hincapié en su tremendo trasero.

—¿A ti? ¡Claro! —rio de manera contagiosa, y dio la vuelta al primer sándwich que ya estaba preparado— Te lo cuento, rey, porque es igual que el tuyo. Desde pequeña me han gustado las fotos. ¿Cómo te quedas? Igual eso se hereda. Podría ser, ¿no?

Otra de sus bonitas carcajadas recorrió la cocina, aunque Edorta no la copió, ya que estaba algo tenso y tuvo que cerrar los ojos para no perder la cordura. El motivo de privar a su visión de Marimar era muy simple, ella se había agachado para coger una fruta del cajón y sus nalgas quedaron a la perfecta vista de su hijo.

—¡Mamma mia…! —suspiró sin que se escuchase más lejos de sus labios.

—¿Qué? —la bella progenitora giró la vista, contemplándole entre dos hebras doradas.

—No, nada. Estaba pensando que menuda casualidad, tal vez, sí que lo haya heredado de alguna manera. —cuando se dio la vuelta, aprovechó a apretarse el paquete, estaba a nada de tenerla completamente dura, igual que en sus mejores noches— ¿Te gusta hacer fotos, a paisajes o así, o hacerte a ti misma?

—Ambas. Desde jovencita, siempre tuvimos cámara en casa y la disfruté mucho.

—¿Desde jovencita? —aparte de las fotos que espió en el álbum secreto, nunca vio a su madre en instantáneas en las que tuviera más de diez años— Creo que nunca he visto una foto tuya de adolescente.

—¡Aiba! Pues las tengo, claro que sí, cielo, y… —terminó el segundo sándwich y siguió con el último. Acto seguido, paró un momento, como si se hubiera percatado de algo, y giró para ponerse de frente a su hijo— Tengo fotos de todas las épocas de mi vida. —su sonrisa era enigmática y escondía algo, el joven lo sabía— Incluso de cuando tenía tu edad… ¿Te…?

Marimar acalló su voz al instante, sin dejar de observar a su vástago con una mirada que escondía demasiadas cosas. Edorta se mantuvo fuerte, sosteniendo esa lucha mental y creyendo que su madre estaba dándole vueltas a algo en su cerebro.

Ese silencio tan intrigante le estaba consumiendo, y también, la mueca que portaba la mujer en los labios y que no era igual a la habitual. Ahora tenía una media sonrisa del todo enigmática, la mueca de felicidad…, se había transformado en una más decisiva, ganadora… sensual.

“¿Me lo estoy imaginando o Marimar me mira de otra manera?”, se preguntó en ese breve impás en el que aprovechó para tomar una buena bocanada de aire. Antes de que pudiera exhalar el aliento ardiente de su pecho, su madre concluyó la pregunta.

—¿Te apetecería verlas, nene?

—Pues estaría bien. —salió de lo más normal posible, aunque en su cabeza estaba la viva imagen del excitante álbum.

—Vale, cariño. —seguía mirándole con fijeza y sus ojos azules parecían dos mares furiosos con intención de ahogarle— Si te parece bien, mañana mismo te las podría enseñar. —su sonrisa engordó sus mejillas al máximo— A la tarde, cuando acabe con todas las tareas. Tú no vas a salir, ¿verdad?

—No, no… —su cabeza le decía que ni loco lo hiciera, quería ver lo que tenía que mostrarle su madre.

—Perfecto, entonces… —lanzó esa mirada felina a su hijo por última vez y Edorta supuso que Marimar conocía todos sus secretos— Será mejor cenar aquí. ¿No te parece, mi rey? Seguro que no tienes ganas de levantarte de la silla… —el chico contuvo el aliento con la polla más dura que el diamante y sin dejar de mirarse a los ojos, la mujer abrió la boca para alzar la voz— ¡Santi, ven a cenar a la cocina!

****

Era la tarde del lunes y Edorta había estado metido en su cuarto buena parte del día. La culpa la tenía el calor, pero también una cosa que guardaba en su móvil, igual que un tesoro. Las fotos de aquel álbum eran demasiado golosas como para olvidarlas así sin más y antes de dejarlas en su lugar, por supuesto… tomó unas cuantas fotografías con su teléfono.

Tumbado en su cama, las observaba igual que a la mañana y también… la noche anterior, donde no pudo reprimir masturbarse mientras se deleitaba con unas en concreto. Eran sorprendentes e increíbles, tanto como para notar una efervescencia sexual poderosa, suponía que eso sentiría su padre cuando miraba una de esas revistas porno de las que tanto hablaba. Para Edorta, aquello era la prehistoria.

—¡Dios…! ¡Cómo he estado tan ciego! —murmuró encima de su edredón con el pantalón corto como única prenda que tapase su vibrante cuerpo— ¡Es que está tremenda…!

Pasó el dedo, volviendo al inicio y contemplando la primera de las fotos. Allí estaba Marimar, de rodillas en la playa y con un rostro angelical. Ni de broma sería mayor de edad, o eso pensó su hijo, pero es que el cuerpo… parecía de toda una mujer.

Poseía una cadera ancha y unos pechos que debían pesar bastante por lo grandes que eran. Todo ello sostenido por un pequeño bañador que desafiaba la lógica y la decencia de esa época entre los años ochenta y noventa.

Otra vez movió la pantalla, donde tuvo que morderse el labio de puro erotismo. Era su madre la que salía en la foto, no había duda, su pelo rizado y rubio era su seña de identidad, además de aquellos relucientes ojos azules.

Sin embargo, no miraba eso, sino que estaba más pendiente de otra cosa. Conocía el lugar donde se encontraba Marimar, sin duda era el jardín de la casa de sus abuelos, donde la mujer se crio, aunque eso no era lo principal, sino el par de pechos desnudos que coronaban dos duros pezones.

Con aquella imagen se le empezó a poner dura. Pese a que les unía la sangre, Marimar estaba demasiado buena para sus ojos. Quería que se fuera de su mente, por lo obvio… ¡Era su madre! Y contemplar aquello con su mente lasciva, era un pecado.

En la fotografía, la mujer apenas tendría veinte años, quizá su edad, y una pregunta muy seria se alzó entre sus labios al contemplar su completa desnudez.

—¿Me la follaba? —murmuró imaginándose con la mujer del retrato en esa misma cama. Obtuvo una rápida respuesta— Por supuesto…

Su mano libre se dirigió al bulto de sus pantalones, donde la anaconda clamaba por salir de su jaula para ver la luz del día. Según pasó a la siguiente foto, Edorta dejó que su polla se libraba de la tela del pantaloncito corto y se elevara con todos sus centímetros.

—¡Dios…, mamá…! —suspiró deseoso al contemplar su otra instantánea “robada”.

Marimar se mantenía joven, tal vez en la treintena, no lo podía saber, sin embargo, poco importaba. Se encontraba en un sofá, quizá en el de su propia casa… o tal vez… en el de otra. La mujer estaba sentada, con gesto travieso en su rostro y una camisa blanca abierta.

El chico clavó su mirada en la pantalla de su teléfono, admirando a su joven madre y a la vez, haciendo un movimiento de su muñeca que bajó toda la piel y descubrió el capullo de su rugiente pene. De la misma manera que la primera vez, el placer le atizó con fuerza, haciendo que sus ojos se perdieran en la ropa interior blanca que portaba su madre.

—¡Ah…! —un sollozo de placer que por poco se le queda en la garganta— ¡Está tremenda…!

Pasó el dedo libre por la pantalla y con la otra mano, aumentó la velocidad de fricción sobre su miembro. El pene subía y bajaba, con una lubricación natural sensacional que nunca antes ninguna otra mujer le produjo en su vida. Solo una. Ella. Marimar.

Otra foto se puso en su móvil, una que no mostraba apenas nada de su madre, no obstante, ocultaba un erotismo sin igual. Marimar se encontraba de rodillas, en lo que parecía la mitad de un pasillo, con un vestido estampado de flores muy similar al del día anterior.

Sin embargo, cambiaba en que el escote que portaba era imponente y sus pechos… querían salir para dejar los pezones a la vista de cualquiera. Edorta no dudó en azuzar su miembro con violencia, mientras la mujer de la foto le miraba a través del cristal como si estuviera presente.

“Toc, toc, toc”.

El corazón se le detuvo al escuchar la manilla de su puerta y se giró hacia el lado de la pared, ocultando el móvil y también esa polla dura y brillante por su lubricación natural. Miró por encima del hombro, fingiendo una normalidad que no encontraba.

Marimar era una sombra en la puerta con los dientes blancos y relucientes en una sonrisa eterna. Conocía muy bien el sentido de las puertas cerradas y esa manera de abrir su cuarto, como si fuera un vendaval, le hizo pensar al chico una única cosa: “¿Ha ido a pillarme?”.

—Mi rey, ¿quieres ver las fotos que te dije?

Su madre portaba la misma alegría de siempre, aunque también añadía esa mirada tan fija que le dedicó el día anterior en la cocina. El joven trató de girarse, guardándose el miembro lo mejor que pudo para contestarla.

—Bien… —apenas fue un silbido timorato.

—Te espero en la sala.

No dijo nada más, la mujer salió de la visión del joven, provocando que sus duras pisadas fueran el único sonido que se escuchara en la casa. El chico se levantó de un salto, con el pene escondido y una efervescencia que jamás sintió por ninguna otra. Como un canto de sirena, siguió el ruido de los pies de su madre.

Para cuando llegó a la sala, esta estaba esperándole sentada en el sofá, con esas mallas negras tan pegadas a sus piernas y el jersey del mismo color de sus ojos que realzaba su figura. Edorta tragó saliva, contemplando el ligero movimiento de su madre al golpear el cojín para que se sentara a su lado.

Lo hizo, aunque no prestó mucha atención a los cinco dedos que se movían con aquel anillo tan brillante de matrimonio en el anular, puesto que en su regazo, había una cosa mucho más importante.

—¿Quieres verme de jovencita?

Asintió despacio, oliéndose que aquello no era un viaje al pasado común y corriente. Reconoció el álbum a la primera, era el mismo que estaba escondido en el armario y que, algunas de sus fotos, estaban a buen recaudo inmortalizadas en su móvil.

—Vamos a ver entonces, mi rey… —apenas fue un suspiro y sus ojos se quedaron clavados en los de Edorta mientras abría la primera página.

Cuando su mirada se quedó fija en el libro, ni siquiera parpadeó. Los sonidos del exterior se acallaron por completo y solo pudo escuchar el paso de la hoja para descubrir las primeras fotos.

Allí estaba una que tenía en su teléfono, sería de las primeras que se hizo Marimar, en la playa y con aquel bikini tan sugerente. La mujer supo hacia dónde miraba su hijo y, con un dedo largo de uña rosada, señaló la foto.

—¿Te gusta?

—Está bien… —llegó a decir con un audible tono de timidez en su voz.

—Estoy guapa, ¿a qué sí, mi amor? —el chico asintió tontamente, de la misma forma que lo haría un autómata— Fue un día normal de playa. Fuimos todos, tus abuelos y también tu tía Leticia. Creo que ella me hizo la foto… Tendría… No sé… —acarició el plástico que protegía la instantánea, pasando su dedo por sus senos igual que si los palpase— Quince o dieciséis años.

—¿¡Solo!? —al muchacho le salió del alma.

—Eso es, nene. —aguantó su mirada y el joven tuvo que quitarla. Desde la pasada tarde, su madre le imponía demasiado— Aunque ya parecía una mujer, no veas la de chicos que intentaban ligar conmigo. Si tú vieras a una chica así, seguro que también intentarías llevártela a la cama… —un guiño muy confidente acabó la frase.

—Puede que sí… —lo dijo con demasiada vergüenza, aunque su lengua no podía estar quieta— Ahora entiendo que papá siempre esté con las mismas bromas sobre sexo. —Marimar soltó una carcajada que se escuchó en el rellano.

—¡Ay, tu padre…! —negó con la cabeza mientras mantenía la sonrisa y pasó de página— Es mucho de boca, no te creas que luego… Ya sabes lo que se dice: Perro ladrador, poco mordedor.

—¿¡De verdad!? —no se lo creía, aunque el lento asentimiento de su madre concluyó la frase.

—Dime una cosa, mi niño. —puso el dedo sobre la siguiente página y deslizó la yema del índice por las cuatro fotos— ¿Cuál te gusta más? Si me lo dices, te puedo contar su pequeña historia…

—Pues…

Supo cuál elegiría en el momento en que su mirada se centró en ella, aunque pausó un poco su lengua para hacerse el dubitativo. Tenía en sus ojos la instantánea de ella en el jardín de los abuelos y desnuda. Las demás eran similares, quizá del mismo día o de un año similar, aunque en las otras, siempre portaba alguna prenda, aunque fuera una.

—Esta… —posó el dedo en la misma que estuvo contemplando antes de que su madre le abriera la puerta sin previo aviso.

—Gran elección. Estas me las saqué solita. Mis padres se fueron con Leticia al médico o a no sé dónde y, mientras no estaban, me hice una sesión de fotos. ¿Por qué te gusta esta? ¿Es por qué se me ve todo, cariño?

Dejó el álbum en el sofá, justo entre ambos, mirándole fijamente mientras se cruzaba de brazos y sus pechos parecían aumentar dos tallas más. Estaba sonriendo de la manera que siempre lo hacía y Edorta… sentía un calentón en sus partes nobles que solo quería decir una cosa, estaba empalmado.

—Voy a por agua, qué hace un calor… ¡Dichoso verano…!

Marimar se levantó del sofá y, de la misma, se subió las mallas tanto como le fue posible, dejando que su trasero se viera como si no llevara nada. Las nalgas se marcaron con una presión que ni el fondo del océano. Estaban delante del muchacho y este… miró sin disimulo, algo de lo que la mujer… se percató.

—Pasa las hojas y elige otra —añadió ella sin mirarle—. La que más te guste. Ahora vengo.

El joven esperó a que su madre se fuera, escuchando los pasos por el pasillo, y entonces, fue que puso atención en el álbum. Lo tenía al lado, casi le rozaba y su mano, visiblemente temblorosa, llegó a palpar una de las páginas.

Era como si la propia foto le fuera a morder o como si empezase a gritar para chivarle a su madre todo lo que había imaginado con aquellas imágenes. Tuvo que tomar aire y decidirse a mover la mano, con la intención de pasar dos hojas y encontrar una de las que tenía dentro de su teléfono.

Había otras en la que las grandes tetas de Marimar estaban al aire, sin embargo, aquella instantánea tenía una fuerza increíble. Todo era por su mirada, por esos ojos azules tan intensos que devoraban almas allí por donde pasasen. Era una tontería, pero Edorta, sentía que esas cuencas tan brillantes, traspasaban la realidad.

—¿Has elegido?

El muchacho dio un respingo en el sofá, viendo que su madre se ponía a su lado y dejaba el vaso en la mesa. Estaba esperando por una respuesta, pero el joven tenía la garganta atorada y ese poco de agua, le hubiera venido muy bien. Aunque ni siquiera se atrevió a pedirla, con su madre allí delante… se veía enano, un pequeño cervatillo asustado en mitad del bosque.

—Sí.

Puso el dedo encima de la foto que contempló esa tarde, al mismo tiempo que la otra mano amasaba su polla. Era la que Marimar estaba sentada en el sofá, con un rostro del todo erótico y la camisa abierta, dejando que se viera tanto su sujetador blanco como sus bragas de idéntico color.

—¡Gran elección, nene! ¡Me encanta…!

De pronto, la mujer tomó asiento, sin embargo, no lo hizo en el sofá al igual que en su retrato, sino que retiró una de las manos de su hijo que le molestaba y con su tremendo trasero, se acomodó en las piernas del muchacho.

Edorta olió el perfume que le golpeó, incluso sintió el calor de las posaderas contra sus muslos. Tuvo que tensarse a la fuerza y esperar, que no notara la dureza de su polla encerrada en la cárcel en la que se convirtió su pequeño pantaloncito.

—Pues esta… —señaló de manera normal, como si no estuviera haciendo nada raro— es la primera foto que me hice en esta casa. Es más, es aquí, en esta sala, lo que pasa que no teníamos este sofá. Cuando naciste tú y lo dejaste hecho unos zorros, lo cambiamos. ¡Ya te vale…!

A modo de reprimenda, votó en una ocasión sobre sus piernas, cayendo un poco más atrás, donde el pene de Edorta esperaba endurecido. El joven soltó todo el aire que tenía en los pulmones y se quedó de piedra cuando su madre… restregó su trasero contra su dura polla y… no dijo nada.

—¿Otra más, mi cielo?

Su sonrisa era impecable, la misma que ponía cada día que se levantaba de la cama. Edorta lo sabía y pese a que la situación era la más extraña de su vida, su pene dio un respingo golpeando el culo de su madre. Marimar contestó de la única manera posible, propinando un nuevo golpe con sus nalgas.

El chico pasó dos páginas, llegando a una que le volvía loco pese a que no se le veía nada. Estiró su dedo, sintiendo la presión en su miembro y el gran culo de su madre, apretándole sin parar.

—Esta me gusta mucho.

—¡Uy…, normal…! —soltó la mujer posando sus manos en cada una de las rodillas de su niño— No es que tenga una historia peculiar, pero me gustó el momento… ¿Lo quieres saber?

Su trasero se alzó un poco y bajó de la misma, golpeando sin ningún tipo de vergüenza la polla de su hijo. El chico apretó los dientes, poniendo una mano en la estrecha cintura de su madre que se volteó a mirarle. Sin decir ni una palabra, cogió la muñeca de la otra y se la llevó al lado opuesto de su cuerpo.

—Fue un fin de semana que nos fuimos con tu tía Leticia y Roberto de vacaciones. —su trasero se empezó a restregar con fuerza y la malla parecía querer prender un fuego contra sus pantalones cortos— Esa fue una de las noches. ¡Ah…! —soltó un leve gemido que apenas fue un suspiro, eso sí, excitó demasiado al joven— Me vestí para bajar a cenar y delante del espejo, me vi demasiado sensual. Era una verdadera diosa…

Sus dedos se clavaron en las rodillas del chico que tuvo que apretar los dientes cuando ese gran culo se restregó dos veces más. Por mucho que le pareciera increíble, las nalgas de su madre le estaban dando un tremendo placer.

—¿Y…? —pudo reclamar Edorta sintiendo el movimiento de su polla.

—Salí de mi habitación… —el chico dio un espasmo, sin creerse que la paja cortada de antes se iba a quedar en nada en comparación con esto— Con ese vestido y… antes de llegar al ascensor, vi que era demasiado. Aun así, no me quería ir de vacío, me puso muy cachonda verme con esas pintas…

Estiró la palabra hasta que quedó en un silbido en su boca, para, acto seguido, tensarse debido al gusto que le producía el roce de la polla entre sus nalgas.

—Me puse de rodillas, mi rey, como me ves ahí. Saqué la foto y tuve que entrar de nuevo en el cuarto. Estaba muy caliente… —su cuerpo se elevó y cayó con fuerza, sintiendo el gran falo chocar contra la abertura de su ano— Me puse una camiseta interior para que no se vieran las tetas. Aunque antes…

Su ritmo se aceleró haciendo que la fricción fuera mayor y las piernas de Edorta tensasen tanto como cables de acero. Marimar sabía lo que iba a ocurrir y llenó sus pulmones para dar el último esfuerzo. Cuando propinó varios roces más, pude contarle un secreto.

—Antes de bajar… Me masturbé en la cama del hotel…

—¡Mamá…! —sollozó el joven, clavándole los dedos en la cintura y ayudando con el roce— ¡No pares…!

Marimar no lo hizo y con unos cuantos movimientos más de su cadera, frotó sus nalgas abiertas contra la herramienta de su hijo. Lo hicieron en silencio, mientras los dedos del chico se convertían en las garras de un águila y sus ojos tornaron blanquecinos debido al exceso de placer.

Nunca le había pasado, pero, como decía su padre, para todo había una primera vez. Con par de sollozos, su madre lo entendió y Edorta… manó toda su abundante esencia sobre su calzoncillo.

—¡Ay, cielo…! —dijo Marimar poniéndose en pie con una visible rojez en sus mejillas— Me encanta que te gusten tanto las fotos. Eso sí, ¿te puedo proponer algo? —Edorta no asintió porque le era imposible, aún gozaba de los coletazos del orgasmo— Si consigues una cámara, me puedes sacar unas fotos. ¿Qué te parece? ¿Trato hecho?

—Tra… —tragó saliva, sintiendo su semen caliente pasar las telas de su ropa y dejar un gran lago de humedad. Cuando pudo, contestó a su preciosa madre— Trato hecho.

****

Edorta preguntó los dos días posteriores a todos sus conocidos si disponían de una cámara. Todos le decían que no, añadiendo la evidente frase de para qué querrían algo como eso si ya tenían móvil.

Al final tiró por lo más sencillo, fue al centro de su pueblo, donde había una tienda de segunda mano y allí, se hizo con una por cincuenta euros. Era un buen dinero y, seguramente, la cámara valiera menos, aunque le importaba poco. Lo único que tenía en mente era a su madre.

—Tengo la cámara —le comentó mediante un mensaje cuando salió de la tienda.

—¿Te parece bien que mañana me hagas una sesión, mi rey? —el chico asintió a su propia pantalla y después mandó un icono de aceptación— A la tarde, para las cuatro, que luego viene tu padre.

Apenas pudo dormir aquella noche, levantándose a mirar cada poco las fotos que guardaba con esmero en su móvil y de paso…, a masturbarse con salvajismo. Lo hizo en tres ocasiones, al tiempo que sus ojos contemplaban una cosa y su mente recordaba a Marimar rozándole con su culo.

A la mañana siguiente se despertó tarde y no había nadie en casa. El reloj marcó las tres de la tarde y allí no aparecía nadie. Tuvo que comer solo, su padre estaba en el trabajo y su madre no había llegado. Obviamente, empezó a preocuparse, porque quizá… se había olvidado de su cita.

Al final, antes de las cuatro, escuchó el tintineo de llaves en la puerta y, acto seguido, una voz muy alegre que seguro que salía por unos labios sonrientes.

—¡Ya estoy aquí! —el joven asomó la cabeza por la sala y contempló a su madre— ¡Hola, mi rey! En cinco minutos, ven a mi cuarto, cielo. Me he comprado una cosita…

No la respondió, ya que antes de que lo hiciera, la mujer se perdió en el pasillo hasta desaparecer en su cuarto. El joven se encaminó a su cuarto, sosteniendo la cámara entre sus manos y esperando los cinco minutos que se hicieron una eternidad. Cuando su móvil dijo que habían transcurrido seis… se levantó y llegó hasta la puerta de la habitación de sus padres, donde… tocó tres veces la madera.

—Pasa, nene.

Edorta abrió la puerta, contemplando el interior en una semi-oscuridad demasiado lasciva. Su madre copó toda su atención, puesto que se encontraba sentada a los pies de la cama, con sus piernas cruzadas y… solamente llevando un pequeño tanga.

—Pasa, no te quedes ahí, te he dejado listo tu sitio. —señaló una silla delante de la cama y el joven, con pasos lentos y temblorosos, tomó asiento— Bien… Comencemos.

Se puso en pie, separando un poco las piernas y mostrando una lencería de color azul cielo que iba a conjunto con sus ojos. Sus tetas cayeron plomo, con todo ese peso que debían tener, pues parecía que las hubieran hinchado de la misma manera que a una rueda.

—Fotografíame… —pidió la mujer en un tono demasiado ardiente.

El chico puso la mira y lanzó la primera instantánea. Marimar la sintió sobre su piel y, con la rapidez de un felino, se arrodilló en el suelo, apretando sus senos con ambos bíceps y dejando que su pequeño le tirase otra foto.

Acto seguido, se puso a gatear por la alfombra, acercándose con ganas y un rostro lascivo entre las piernas del muchacho. Edorta se dejó hacer, separándolas cuanto pudo y sacando otra foto a ese rostro diabólico con sus enormes senos.

—Nunca he tenido un fotógrafo… —sus manos se posaron con calma en los muslos de su hijo y apretó con unas uñas tintadas de un rojo muy vivo— me imagino que… habrá que pagarles.

Comenzaron a ascender, al tiempo que Edorta pulsaba el botón de su cámara sin parar. Cuando llegaron a la entrepierna, la mujer notó la dureza en su palma y apretó sin vergüenza.

—¿No crees, mi amor?

—Lo creo… —asintió con frenesí el joven, sintiendo que dos dedos se colaban entre su pantalón y su piel— Cóbrate cuanto quieras…

—¡Uy…! —soltó en una risa, accediendo al interior de la prenda y sacando un mástil que estaba duro como una piedra— ¡Ese es mi niño…! Ahora, recuerda. Hazme muchas fotos.

De forma veloz, abrió la boca y la punta de su hijo desapareció entre sus labios. El cuerpo se le tensó y apretó tanto los dientes que se imaginó partiéndose algún incisivo. Se repuso cuando un baño de saliva lubricó y su polla. Con el objetivo en dirección a su madre… empezó a sacar tantas fotografías como le fue posible.

La mamada fue rápida y apasionada, Marimar tenía ganas y el joven… ardía en deseos de que le vaciaran sus pelotas. El movimiento de su mano bajando y subiendo la piel fue rítmico, y su lengua hizo especial hincapié en la parte trasera del prepucio, dándole un placer sin igual.

—¡Qué bien lo haces! —se soltó Edorta de la tensión que lo mataba— ¡Qué suerte tiene papá, joder!

—¿Quieres tenerme como él? —sonrió su madre, pasándose por los labios la punta húmeda de Edorta.

—Sí. A diario.

—Pues sácame esas fotos y me lo pienso, mi amor.

El chico clicó el botón, mientras que en la pequeña pantalla, su madre aparecía chupándosela sin descanso. Sus bucles amarillos se movían en el aire y sus pechos desnudos se mecían al son de su cuello.

Edorta no lo podía soportar más, sacaba fotos a la vez que sus músculos se endurecían y los sollozos se escapaban del interior de su alma. Estaba a punto, con un ansia por explotar que no era normal y Marimar… lo supo.

—No me falles ahora, bebé… —comentó sin dejar de masturbarle. Abrió la boca, sacando la legua y dejando la punta en dirección a la abertura— ¡Quiero que llueva! ¡Dame mi zumo de plátano!

—¡La puta, eres la mejor! ¡Ah…! ¡Ah…! ¡Sí, mamá, me lo sacas!

—¡A ver si es cierto! ¡Aaaaa…! —terminó por decir de la misma manera que en la consulta del médico.

Todo fluyó con el duro movimiento de Marimar, que no paró la paja hasta que salió todo. Primero fue un chorro poco espeso, casi como si fuera agua, que dejó un reguero intenso en su lengua hasta resbalar por la barbilla.

Le precedieron unos cuantos más, algunos cayeron dentro de la boca y otros, la mujer giró su cara para que fueran golpeando sus mejillas. Estaba adornada por la reluciente esencia de su hijo, sin haber quitado la sonrisa ni un solo segundo y con un tanga que ardía de lujuria.

—Buena cosecha que me has soltado… ¿Hiciste las fotos? —el chico asintió medio muerto y su madre se alzó para buscar un pañuelo. Cuando lo encontró, se limpió el rostro caliente— Van a quedar de maravilla, ¿a qué sí, cariño?

—Sí… —soltó en un murmullo que apenas escapó de su garganta.

—Y menuda sorpresa, nene, no me esperaba que tuvieras esa buena polla. Me ha dado… ¿Qué haces?

El joven se había puesto en pie, con la saliva de su madre todavía caliente sobre su polla y algún que otro líquido rezumante en su punta. Sin mediar palabra, soltó la cámara, permitiendo que rodara por su pierna hasta caer a la mullida alfombra. Acto seguido, se abalanzó hacia su madre rodeándola por la cintura.

—¡Edorta! —chilló ella cuando la elevó en el aire, para, después, lanzarla contra la cama y que allí diera dos botes— ¿¡Qué haces, fiera!?

—Quítate eso… —rugió apuntando con un dedo al bonito tanga. La mujer puso una cara muy pícara y esperó un segundo eterno, aunque al final… hizo caso.

—¿Qué piensas hacerme? —el joven cayó sobre ella, poniendo su cuerpo contra el par de tetas y agarrando su miembro con una mano— ¿Tienes ganas de mami…? ¡Jesús!

Aulló cuando se la metió de golpe, cierto que Marimar estaba lubricada, pero aquello fue una acometida digna de un toro salvaje y cuando notó que le tocaba en lo más profundo, abrió las piernas para recibir la segunda.

—¡Sí, mi rey! ¡Sí! ¡Dame otra! ¡Métemela…! —el cuello se le trabó, y al sentir la potencia de su hijo, se quedó sin aire. Hacía mucho que no se la follaban de ese modo, mejor dicho… hacía mucho que no la follaban— Te voy a querer más de lo que te quiero.

—¡Estás tremenda, mamá! ¡No sabes todo lo que me pones!

Otra embestida que le hizo tocar el cielo, el joven se tiró por completo encima de ella, depositando su boca en el cuello de la mujer y soltando sus jadeos calientes en su delicada piel. Marimar estaba en la gloria y bien abierta, mientras los sonidos de chapoteo en su vagina aumentaban sin parar.

—Dime una cosa…, cariño…, —le estaba costando hablar— ¿Cuándo viste el álbum? Cuando te llamé, ¿verdad?

—Eso es… ¡Qué coño tan rico, me la atrapa entera! —Edorta se alzó sobre sus manos, poniéndose cara a cara con su madre y dio una buena ojeada a cómo se movían sus duras mamas arriba y abajo— Lo cogí y eché un vistazo. Se me puso dura al momento.

—Me gusta mucho hacerme ese tipo de fotos… ¡Ah…! ¡Ah…! No pares… No pares… ¡Qué gusto! ¡Qué rico le das a mami!

—Son fotos de verdadera perra. —sonrió de manera lasciva y succionó un pezón con avaricia— De auténtica guarra, mamá… Y que sepas que me he pajeado con ellas estos días…

—¡Sí…! ¡Qué guarrete…! ¡Oohh…! ¡Oohh…! —abrió los ojos de par en par y sus labios dibujaron un círculo eterno— ¡Haz que me corra! ¡Haz lo que tu padre no llega…!

Aquello le envalentonó e hizo que su fuerza se duplicara, metiéndosela a una velocidad de vértigo y sacando fluidos sin parar del interior de su madre. La mujer curvó su espalda, al mismo tiempo que su hijo se la clavaba al completo y atrapaba el otro pezón entre sus labios.

—¡¡MI AMOR!! —aulló con fuerza en el instante en el que la visión se le puso borrosa y el orgasmo explotó en el interior de su sexo— ¡¡SÍÍÍÍ!!

Marimar se quedó allí tirada, con los pezones duros y el pene saliéndose de sus adentros. Se sintió liberada cuando lo sacó del todo, puesto que su calibre era de una buena magnitud y, pese a que le gustaba, todavía debía acostumbrarse.

—Edorta, mi rey… Me has pillado con muchas ganas… ¡AH! —gritó de la impresión.

Su hijo no estaba para escucharla y, de la misma, la sujetó de las caderas para darla la vuelta. Ahora se encontraba con la cara sobre el edredón y, de un segundo para otro, su hijo le separó sus enormes nalgas para volver a perforar su vagina.

—¡Puto culazo que tienes…! —estaba muy cachondo, sacando su verdadero ser. Cuando le metió la punta, su madre gimió de puro gusto— ¡Te lo follaba a diario! ¡A todas horas!

La subió la cadera, colocándola a cuatro patas sobre la cama que compartía con su marido y volviendo a tener un frenético sexo. El chico no estaba dispuesto a dejar pasar esa oportunidad y, con un pene bien grande, la azotó su vagina sin descanso.

—¿Me lo vas a hacer más días, rey? —el muchacho alzó la mano y la propinó un buen azote en la gran nalga derecha. Pese a sentirlo, su culo ni siquiera se movió— ¡Esto es lo que siempre quise, un buen semental! ¡Ahh…! ¡Edorta, fóllame…!

No paró en ningún momento, su cadera era un motor a reacción con el combustible lleno. El cuerpo de su madre se mecía como un papel en el viento y solo lo sostenía el duro agarre de su hijo. Las piernas le empezaron a temblar y supo lo que se avecinaba. En menos de cinco minutos…, iba por el segundo…

—¡Ay…, no me lo creo!

—¿Qué? —otro azote que a Marimar la maravilló.

—¡Me voy a correr, mi rey! ¡Gracias a ti! —el erotismo la salía por los poros y la garganta se le atoraba debido al éxtasis— ¡Gracias a tu polla, cielo…!

—Espera…

Sacó su pene de golpe, prohibiéndole a su madre el orgasmo, para salir de la cama con la rapidez de un guepardo y cogerla de la muñeca. El chico se sentó en la silla, en la misma que Marimar se la había chupado instantes atrás.

Ella entendió lo que buscaba su pequeño y de la misma, se sentó sobre él. Sus piernas se abrieron y el muchacho tuvo que cerrar los ojos por semejante disfrute. De nuevo, su pene volvía a estar a buen recaudo en el interior de su madre.

—Cómeme las tetas… —pidió la mujer, empezando a botar y clavándose la polla hasta lo más profundo.

El joven lo hizo, devorando y apretando ambos senos sin dejar ni un milímetro de piel que no hubiera probado. Eran los mejores del mundo, gordos, duros y con unos pezones bien grandes que parecían galletas.

Apenas pasaron allí un minuto, Marimar estaba más excitada que en toda su vida y Edorta no le iba a la zaga. Sus manos apretaron el enorme culo de su madre, dándola todavía más placer y haciéndola saber que estaba por terminar.

—Suéltalo…, ¿vale? —pidió la progenitora entre jadeos— Que… Que yo también lo voy a hacer.

—¿¡Dentro de ti!? —para Edorta era raro, siempre que lo hacía sin condón, se corría fuera.

—¿Dónde sino mi amor? No me vas a embarazar… Aunque igual te pone…

—¡Joder…, es la primera vez que me corro dentro de un coño! —apretó el ritmo y movió sus piernas con inquietud, se avecinaba el final— ¡Eres todo lo que soñé!

—¡Ay, mi rey! ¡Eso es! ¡Eso es! —sintiendo el infinito placer, tuvo que aullar sus deseos al mundo— ¡Trátame como a una reina, pero fóllame como a una puta!

Aquella confesión le provocó al joven semejante erotismo, que mordió la piel del pecho de su madre, con la intención de contener un grito que hubiera alterado al vecindario. Sus huevos hirvieron y, en el mismo instante en que Marimar se paraba con todo su poder dentro, la rellenó el interior con su nata ardiente.

—¡Lo noté! ¡Lo noté! ¡¡AAHH!! —soltó eufórica tras un gemido que resonó en la casa— ¡Eres único, mi amor!

Ambos se quedaron muertos, respirando pesadamente y vibrando de manera tremenda por culpa de un orgasmo que no les abandonaba. Con el paso de los minutos, poco a poco fueron rompiendo la unión. Las fotos estaban hechas y la mujer no podía hacer más que ir a darse una relajante ducha, puesto que en media hora… llegaría su marido.

Así fue, Santi apareció cuando estaba previsto y no vio nada sospechoso, solo una madre y su hijo que hablaban tranquilamente en el sofá. Por supuesto, no se dio cuenta de que, mientras pasaban la tarde cenando y viendo una película, a su preciosa mujer, todavía le manaba leche de Edorta por su vagina.

El joven llegó a su cama realmente extenuado, esperando repetir aquello cuanto antes, sin embargo, cuando iba a cerrar los ojos para dejar que los sueños revivieran esa dulce película junto a su madre, le sonó el móvil.

—Tenemos que ir a revelar las fotos. —era Marimar la que le envió un mensaje.

—Cuando quieras, mamá.

—Y, ¿qué te parece? Si ya de paso… volvemos a echar un buen polvo, cariño. —unos cuantos iconos de risa precedieron esa frase.

—Me encantaría. Tengo ganas de ver las fotos con mi semen en tu cara.

—¡Y yo! —un icono con amplia sonrisa terminó la frase— Aunque lo mejor es que con los móviles de hoy en día, te puedo pasar una cuando quiera. Igual que esta.

Le envió una instantánea, donde la mujer salía en el espejo del baño, con sus bragas celestes como única ropa. Sus grandes pechos estaban al aire y su sonrisa era inconfundible. Antes de poder decir nada más, Edorta se la sacó de los pantalones, dispuesto a hacerse la mejor de las pajas. Como si su madre lo supiera… terminó por añadirle.

—¡Mi rey, disfruta a mi salud…!
 
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