Las Chicas de mi Familia – Capítulos 05 al 08

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,327
Likes Recibidos
2,367
Puntos
113
 
 
 
Las Chicas de mi Familia – Capítulo 05

Llevé a mi primita Rocío a mi habitación mientras nos besábamos. Rocío mejoraba sus inexpertos besos a cada segundo, volviéndose progresivamente más apasionada, tomándome el rostro, abrazándome fuertemente, olvidándose de su desnudez e intentando torpemente dejarme en las mismas condiciones. Le ayudé y me quité los pantalones, dejando en evidencia mi erección detrás de mis calzoncillos.

—¿Puedo verlo? —me preguntó con la respiración entrecortada.

Por toda respuesta me quité el resto de la ropa, y la sonrisa de mi primita solo me excitó más. Sus ojos esmeraldas observaban mi hombría con curiosidad, como un juguete que deseaba quedarse, y con el que tenía muchas ganas de jugar. La zona de sus pecas se tornó todavía más roja, si eso era posible.

—¿Qué te parece?

—Me gusta, se ve lindo. —Rocío acercó tímidamente la mano a mi erección y tocó con un dedo el glande, lo que le causó una sonrisa—. ¿Te duele eso?

—Para nada, angelita. Puedes tocar más, si quieres. —¿Cuál era mi problema?, me pregunté. Si existía el infierno, ¿me iba a ir hacia allá? ¡Era mi propia prima! Era menor que yo, y ya me acostaba con su hermana y con su madre. Pero… tampoco podía evitarlo.

—Sí. Yo ya me s-sentí muy bien… e-en la ducha… sí. Te toca.

Con su adorable mano me tocó más, esta vez pasando los dedos por el largo del tronco de mi polla, de arriba hacia abajo y de vuelta, y luego de lograr que yo suspirara de gusto, se atrevió a usar la otra mano para acariciar mis bolas. Eso la hizo reír, de pura inocente curiosidad.

—Lo haces muy, muy bien.

—¿En serio? Eso me alegra… ¿P-puedo hacer otra cosa?

—¿Qué cosa quieres, angelita? —pregunté mientras ella se inclinaba

—Quiero saber el sabor…

Introdujo mi pene a su boca, abriéndola lo suficiente como para no morderme, y dejando la lengua quieta para servir como almohada. Lo chupó una vez y luego lo sacó. Pensé que quizás no le había gustado, y me asusté, pero el miedo desapareció cuando ella volvió a chuparlo. Esta vez intentó metérselo hasta la mitad, pero al no poder lograrlo, comenzó a chupar la cabeza de mi miembro. Aquella inexperiencia, aquella timidez, aquella curiosidad, y aquella sensualidad con la que besaba y chupaba la punta de mi polla me estaba volviendo loco.

—Lo haces muy bien… hmmm.

—¿Seguro? Es difícil, pero me está gustando hacerlo.

—Cada vez se hará más fácil… Hm. Eso, angelita, sigue…

—Me gusta cuando me dices así, ji, ji —dijo ella, antes de retomar su faena.

—¿Sí? No podría ser de otra forma, hmmm. Eres angelical…

Rocío llegó más adentro. De pronto, me miró, pareció sonreír con mi pene en su boca, y sin timidez comenzó a lamer mi miembro en círculos, logrando sacarme un estremecimiento. Al mismo tiempo, movió la cabeza desde adelante hacia atrás, y no descuidó mis testículos en sus manos ni un segundo.

—¿Qué…? ¿Dónde aprendiste eso?

—Hmmm… es que… —Rocío se sacaba mi polla para hablar, pero no era capaz de terminar ni la mitad de una oración antes de metérsela de nuevo y continuar chupando—. Películas y…

—Yo le enseñé.

Me volteé hacia la puerta y me topé con la colegiala más peligrosa de todas: mi propia hermana menor. Fernanda estaba allí disfrutando del espectáculo, con una mano bajo la cortísima minifalda y otra dentro de su camisa semiabierta, tal como la encontré más temprano, masturbándose en su cama. En ese preciso momento, tuve una revelación: mi hermanita, con sus endiabladas curvas, sus pícaros ojos avellana, sus cabellos dorados, sus tetas de infarto, su lascivia a pesar de su corta edad… Mi hermana menor era una zorra extremadamente sexy.

Pensando en ello abracé a Rocío y la arrojé sobre la cama. Ella miró indecisa a su prima, y ésta le sonrió con lujuria, sin dejar de masturbarse ante la escena.

—¿Le enseñaste? —pregunté, mientras abría las piernas de Rocío y comenzaba a tocar su empapadísimo chumino.

—Con una banana —contestó la putita—. Le enseñe a lamer, a chupar, a comer polla con una banana, siempre nos juntamos las chicas para jugar con alguna fruta, ja, ja, ja, pero también les dije que no era como las reales. Le había dicho a Chio que probara con chicos, como hago yo, pero parece que solo quería tu pene, hermanote. Y no la culpo…

—¿Feña? —inquirió Rocío, suplicando a Fernanda algo que yo no entendí, pues estaba muy ocupado en tocarle el clítoris, haciéndola suplicar y logrando que se abriera más de piernas.

—¿Recuerdas lo que hablamos la otra noche, Chio? Querías perder la virginidad.

—Pero…

—Y yo te dije que Felipe tenía experiencia, ya se acostó con tu hermana, tu mamá, la secretaria de mi papá… y todavía estoy sospechando que algo ocurrió con mi hermana también, pero aún no estoy segura de esa parte.

—¿Qué estás diciendo, puta de m…? —me exalté, a pesar de lo excitado que estaba. No. Si era sincero conmigo mismo, la verdad es que todo lo que estaba diciendo la chiquilla esa me estaba poniendo aún más caliente.

—Creo que mi hermanote te puede dar lo que necesitas, ¡un buen pene y un semen delicioso!

—¿Cómo es que…?

En ese momento recordé algo, no sé por qué. Aquella vez que me follé a mi tía Julia y a la secretaria de mi papá. Cuando acabé, mi tía se llevó la mano, cubierta de leche blanca, a la puerta de su habitación… y cuando regresó, estaba limpia. Mi mente lujuriosa, que aún no abandonaba del todo la adolescencia, había pensado que le había dado de mi corrida a otra persona, pero mi mente racional desechó la idea.

Ahora, me puse a pensar que quizás debí hacerle caso a mi líbido, y Fernanda me leyó la mente, a la vez que se abría más la camisa y me mostraba sus perfectos senos adolescentes, que masajeaba con fuerza con una de sus manos.

—Sí, mi tía Julia me dio a probar. Era primera vez que bebía algo así y me encantó. Desde ese momento me obsesioné con el semen y decidí probar el de todos los chicos en el colegio… Pero no fue suficiente. Ellos son niños, no hombres como tú, hermanote.

Sus palabras sucias me encendieron. Me volví hacia Rocío, que no había cerrado sus piernas a ambos lados de mi pelvis. Aún más, su coño chorreaba como loco, y su rostro enrojecido como tomate parecía invitarme a pesar de su temor. Además, no parecía molestarle la presencia de mi hermanita allí.

Coloqué mi polla en su rajita. Sabía que era virgen, así que debía ser cuidadoso para no hacerle daño. Comencé a penetrarla lentamente, a pesar de cuánto me moría por follarla con fuerza. Ella gimió, y luego realizó un gesto de dolor. Luego otro gritito, más intenso. Me detuve… ¿Estaba bien lo que estaba haciendo?

Mi hermanita se acercó a nosotros, se subió a la cama, y se inclinó sobre su desnuda primita.

—¿Recuerdas lo que hacíamos para que se mojara más, Chio?

—¿Debo… tocarme? —inquirió Rocío, Fernanda asintió, y comenzó a masajearse el clítoris a medida que yo la penetraba un poco más.

—¿Ustedes… se masturbaron juntas? —pregunté, mientras mi imaginación se disparaba como un cohete. También otra cosa se dispararía pronto si seguía escuchando cosas así.

—Sí, cuando hacemos pijamadas. A veces ponemos alguna película en el teléfono y vemos quién es la primera que empieza a tocarse. Casi siempre soy yo, ja, ja, ja.

—¡No le cuentes esas cosas, Feña! —exclamó Rocío, mientras yo seguía entrando en ella. Noté una ligera barrera y comencé a poner presión—. Hmm… hmmmmm, es muy grandeeeee, ah.

—Sí, lo es, por eso le digo “hermanote”. Y ufff, nunca he estado con otra chica antes, pero verte tocándote es… hmmm… —Fernanda se inclinó sobre el rostro de su prima, y con dudas impropias de la putita de mi hermana, le dio un beso en los labios—. Me pasan… cosas.

—...Fer...

Rocío le devolvió a Fernanda el beso, tal como había practicado conmigo. Sus labios se tocaban con fuerza, y ambas estaban rojas de excitación. En ese momento, empujé con fuerza y terminé de penetrar a Rocío, que se retorció completa.

—Estás… ohhh… apretadísima, angelita.

—Ahhhhhhhh, ahhhhhhhh, ay, ay, ay, ahhhhhhhhhhhhh.

—¿Te gusta, putita? —preguntó Fernanda, esta vez chupando los pezones duros de su prima.

—Está… ahhhhhh, bien… ahhhhhhhh, ay, ay, síiiii.

—Eres increíble, Rocío, ¡estás muy mojada!

—Ahhhhh, me gusta, aaaaay, ay, ay, ¡me gusta! ¡Se siente muy rico!

—¿Qué se siente tu primera vez, putita? —preguntó Fernanda.

—Bieeeeeeeen, quiero hacerlo más… me gusta, ¡me gusta, ay, me gusta, más!

La verdad no duraría mucho. Estaba follando con mi primita menor, que no paraba de gemir ante mis envites contra su conchita casi sin pelitos, a la vez que mi hermanita le besaba los pezones. La zorrita lo notó y se sentó sobre el estómago de nuestra prima.

—Si quieres correrte hazlo, hermanote, pero tienes que seguir, ¿sí?

—¿Seguir? —Me llené de valor y coraje. Estaba dispuesto a hacerlo todo, así que me aparté del coñito de Rocío y comencé a hacerme la paja frente a Fernanda. Noté pequeñas manchas de sangre en mi polla y en la entradita de Rocío, pero ella no pareció darle importancia—. ¿Acaso quieres que te folle a ti también, putita de mierda?

—¡Obvio que sí! ¿Crees que solo mi hermana puede desearte? Vamos, córrete sobre mis ropitas de escuela, que sé cuánto lo quieres.

Así lo hice. Tres chorros de semen fueron a parar a la camisa de mi hermanita, y uno más pequeño a su minifalda roja. Se veía absolutamente sexy, y Fernanda no tardó en intentar recoger mi semen con los dedos para llevárselos a la boca y saborearlos. No había sido demasiado abundante. Tenía aún demasiado guardado en mis testículos, estaba seguro.

—Oh, slurrp, slurp, no puedo con esto, ¡me fascinan demasiado tus mocos, Felipe!

—¿De verdad te gusta tanto el semen?

—¡Sí! No ha pasado una semana que no me haya bebido el chorro de alguno de mis compañeros, estoy completamente obsesionada… Aunque esto no es mucho, ahora nos tienes que dar más, ¡mucho más! ¡Chio, ven! —ordenó, y nuestra primita le obedeció en seguida, poniéndose de rodillas a la altura de Fernanda—. Bésame, putita. Esta vez, sin decirse nada, ambas se dieron su primer beso francés lésbico, masajeando y jugando mutuamente con sus lenguas, logrando excitarme una vez más, a pesar de que acababa de correrme. No había nada mas estimulante que ver a dos chicas de escuela tan hermosas y curvilíneas besándose y tocándose para mi deleite. Estaba en el cielo.

Fernanda acarició también el cuerpo desnudo de su prima, enfocándose en su maravilloso trasero, y ésta se limitó a abrazar delicadamente la cintura de mi hermana.

—Hmmm, Feña, hmmmmmm…

—Dame de tu lengua, putita, sí…

—¿Todavía tienes puesta tu ropita?

—Tienes razón, Chio, ¿podrías quitármela para que mi hermanote me folle?

Rocío desabrochó la minifalda de Fernanda, que cayó por sus piernas; luego, le quitó la camisa y la dejó también sobre la cama, antes de volverse a besar entre las dos. Mi hermana notó que yo estaba empalmado de nuevo, y sin dejar de morrearse con nuestra prima, me llamó con un dedo.

—¿Estás lista, pendeja de mierda? —le pregunté mientras ponía a mi hermana en cuatro patas. Sabía que a Fernanda le encantaría que la tratara así, como a una puta, con un montón de palabras sucias. Era algo que Paloma me había advertido que podía gustarle a algunas chicas, y habíamos practicado un poco para que no sonara ridículo, sino que erótico. Rocío se hizo a un lado y comenzó a tocarse la entrepierna ante la escena, mientras suspiraba intensamente.

—Sí, me cansé de acostarme con tantos chiquillos en la escuela, ahora quiero pene de hombre.

—¿Segura, Feña?

—Sí…

—¿Aunque sea el pene de tu hermano, diablita?

—Sí…

—¡Ruégame, zorra!

—¡Te lo ruego, dame pene, por favor! ¡Dame de tu pene, hermanote!

Penetré al demonio que era mi hermana menor sin ninguna piedad, y como esperaba, ninguna barrera se puso en medio. La agarré de las nalgas y comencé a bombear en su entrada con todas mis fuerzas, sudando intensamente mientras entraba y salía del cuerpo de mi propia hermana menor. Sus tetas, que tantas veces había visto en casa, por primera vez se me hacían irresistibles; sus curvas adolescentes y perfectas me volvían loco. Noté que empezó a derramar saliva sobre las sábanas…

—¡¡¡Ahhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!! Sí, ¡esto sí que es pene! ¡Dame más pene, por favor! ¡Me estoy volviendo locaaaaaaahhhhhhhhhh!

—¿Te gusta, perra?

—¡Sí! Sí, soy una perra… ¡soy tu diabla, hermano!

Rocío se masturbaba frenéticamente junto a mí. Sus ojos verdes se encontraron con los míos, me sonrió, encantada ante la escena (¿a quién no le gustaría ver a la malcriada que era mi hermana menor así de sometida?), y volvimos a besarnos. Su lengua se introdujo en mi boca y yo empecé a masajearla con la mía.

—¡Quiero… ahhhhhh, quiero hacer esto con las demás!

—¿Hm? ¿Qué dijiste, diablita?

—Me encantaría… oh, síiiii, me encantaría hacer esto con mi hermana, y con la tuya, Chio.

—¿Con Francisca y Paloma?

—Y con mamáaaaaaahhhh, y la tía Juliaaaaaahhhh, y ahhhhhhhhhhhh, todas juntas para ti, hermanote, ¡qué rico sería! ¡ME CORRO!

—Ayyyy, ay, ay, hmmmmmmmm.

Quizás lo decía solo para provocarme, o para calentarme… o quizás lo decía en serio. El caso es que logró encenderme a la vez que se corría. Rocío, a su vez, también se vino en sus dedos. Me aparté de ambas y miré a ambas adolescentes como si fueran al mismo tiempo figuras esculpidas por ángeles, y pedazos de carne puestos en la mesa por demonios.

—¿Qué quieres que haga ahora, hermanote?

—Apóyate contra la ventana, diablita. Levanta bien el culito. Quiero que todos los que pasen por la calle vean cómo te folla tu hermano.

—¿Qué? P-pero…

—¿Vas a desobedecerme, zorra?

—No. No… Hazme lo quieras, hermanote, soy toda tuya —dijo Fernanda, caminando con pasos de modelo hacia la ventana de mi habitación, que daba hacia la calle principal. Se apoyó en el borde de la ventana y dejó las tetas afuera, empinando el culito para que la penetrara mientras miraba hacia atrás con deseo, babeando de lujuria—. Pero no dejes de darme pene, por favor.

—¿Y yo? —preguntó mi angelita.

—Quiero que te morrees con tu prima, y que también te pongas en la misma posición que ella. Si la follo a ella, quiero que permitas que ella te meta los dedos, angelita… y si te follo a ti…

—¡Sí! —asintió ella, comprendiendo, y corrió hacia la ventana. Ambas se hicieron espacio y levantaron las pompas, a la vez que se besaban apasionadamente y mostraban su cuerpo a quien fuera que pasase. Una angelita y una diablita. Una experimentada putita y una inocente aprendiz. Ambas eran mi familia. Ambas eran mías.

Penetré a una y la otra, cuidando de ser siempre distinto con cada una. A Rocío la follaba dulcemente, acariciando sus senos y su trasero, cuidando de que mi pene rozara cada centímetro de su vagina recién estrenada; a Fernanda le daba con fuerza, tirando de su cabello hacia atrás y dándole nalgadas. Ambas fueron obedientes y masturbaron a la otra cuando no era su turno, como buenas primas que eran.

—Ayyy, ayyy, síiiiii…

—Ah, más, más, máaaaaahhhhhhh

—M-me gusta… me gusta mucho como lo haceeeen, ay, ay…

—Tu pene, hermanote… tus dedos, Chio… uffff, ¡no puedo más!

—H-hay… hay alguien viendoooh….

—¡Déjalo que mire! Que vea como somos las putitas de mi hermano. ¡Ah, ah, ah, ah!

—¿Van a acabar, chicas?

—¡Sí! V-voy a… voy a… hmmmmmmmmm.

—Yo también, putita, hermanote, ahhhhh, me corroooooooooohhhhhh.

Me aparté de ellas, que cayeron de rodillas frente a la ventana, agotadas y corriéndose. Luego me miraron, vieron que me estaba masturbando, y Fernanda supo qué hacer. También guio a su prima a que se acercara a mí.

—¿Sabes qué es lo que viene, Chio?

—Sí, Fer. Como antes, ¿no?

—Sí, mi hermano se va a correr sobre nosotras, nos va a dar leche caliente, pegajosa y deliciosa sobre nuestros cuerpecitos.

Imaginé el escenario que había propuesto Fernanda antes: vi a ambas, y a Paloma y a mí tía Julia frente a mí, esperando mi eyaculación. También a mi amada hermana mayor… y, sin saber cómo ni por qué, a mamá, completamente desnuda, acariciándose con sus hijas mientras esperaba mi semen. Fue demasiado. Eyaculé como nunca sobre ambas. Estoy bastante seguro de que nunca me había corrido tanto antes.

Sus rostros, su cabello, sus tetas, sus bocas, derramé todo sobre ambas, que gimieron y soltaron un gritito de satisfacción.

—¡Qué rica leche! Calientita para nosotras, ¿cierto, Chio? ¿Qué te parece?

—Sabe muy bien —asintió Rocío, saboreando lo que había caído en sus mejillas y cuello—. Me gusta mucho, Fer.

—¿Pero qué están…?

Miramos hacia atrás de mí. Rocío soltó un gran chillido e intentó cubrirse. Fernanda quedó con la mandíbula en el suelo. Yo no sabía cómo reaccionar… ¿Acaso la había visto de reojo y la imaginé en medio de la vorágine de lujuria?. Nuestra madre estaba en la puerta, acababa de llegar del trabajo, y nosotros habíamos perdido el sentido del tiempo. Ella no podía creer lo que veía, y soltó las bolsas que llevaba en las manos; temblaba, y en su semblante había una mezcla de enfado y decepción. ¿Y ahora qué diablos iba a hacer yo?

Continuará
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,327
Likes Recibidos
2,367
Puntos
113
 
 
 
-
Las Chicas de mi Familia – Capítulo 06

Explicar a mi madre todo lo que yo había hecho, o lo que mi hermanita hacía, sería imposible. ¿Que me había follado a varias de mis familiares? ¿Que su preciosa hija menor se había cogido a la mitad de su clase? ¿Qué también fantaseamos con nuestra otra hermana? ¿Que habíamos involucrado a nuestra primita? No había nada que pudiéramos decir. Lo peor es que ni siquiera pudimos intentar discutirlo… Mamá nos declaró a Fernanda y a mí la ley del hielo después de vernos cometiendo incesto en casa, junto con nuestra primita Rocío. Y el hielo de mi madre era más frío que el infierno griego.

—¿Mamá? —pregunté llamando a su puerta, muy entrada la noche, a pesar de que tenía clases en la universidad al día siguiente. Necesitaba hablar con ella y explicarle. No me contestó. Decidí simplemente entrar…

Mamá se cubrió rápidamente con las sábanas, hasta arriba. Parecía alterada y acelerada, mientras yo estaba confundido. Algo vi. Dejó un objeto que no descifré en el suelo junto a su cama. En aquel momento no habría sabido explicarlo, no estaba preparado para ello, por lo que mi cabeza simplemente quiso bloquearlo. Pero vi.

También sentí un curioso y poderoso aroma en el aire que llamó mi atención y me hizo sentir cosas que tampoco supe explicar, y no entendería hasta más tarde (así como en este relato).

—Vete a dormir —me dijo.

—Pero…

—Largo —me ordenó, y así lo hice.

Como era de esperarse, durante todo el día estuve preguntándome qué era lo que había visto, y por qué no era capaz de recordarlo con claridad. También estuve casi todo el día erecto (sin relación alguna con lo otro, claro que no…). Después de las clases, a la tarde, mi prima Paloma me llamó por teléfono. Me invitó a salir a beber y bailar a un nuevo club nocturno, que me serviría para relajarme y olvidar el problema con mi mamá. Desde luego, no me sorprendió que Paloma supiera, Rocío probablemente le había dicho lo que había sucedido.

—¿Qué? ¿Y Eliseo?

—¿Cuántas veces te he dicho que no te preocupes por él, primito? No estamos pegados por la costilla, él sale con sus amigos y yo con los míos. ¡Vamos! Hay varias amigas mías a quienes les gustaría conocerte, te lo aseguro. Hasta mi mamá me dijo que iría con una amiga de ella.

—Está bien…

—Y ve bien apuesto, ¿sí? Si lo haces hasta te termino enseñando una cosa o dos, ja, ja.

Me arreglé con mi mejor vestuario de fiesta. Bien peinado, camisa oscura, jeans negros que no usaba en meses. Como les dije hace tiempo, era muy tímido, no era muy asiduo a las fiestas, la música fuerte y la compañía, a pesar de cuánto había mejorado y avanzado en mis problemas de inseguridad y timidez. Al menos ahora sí sabía que estaba bien divertirse de vez en cuando…

Llegué al bar a la hora acordada y mi prima me estaba esperando afuera con un par de amigas (ambas profesoras también, pero se conocían desde la adolescencia), diciéndome que el resto de “su gente” estaba ya adentro. Saludé a las tres de beso y después de compartir unas risitas tontas y cumplidos de cortesía (me gané un par, para mi sorpresa), entramos.

Mucha música. Mucho baile. Muchas luces. Muchísimo alcohol disponible. Un grupo de bailarinas con poca ropa bailando sobre una tarima. Sí. Sería más que suficiente para olvidarme del tema.

Por cierto, me sorprendí de lo espectaculares que las tres profesoras lucían cuando no llevaban su atuendo profesional… Paloma se había teñido las puntas de su cabello oscuro de rojo y lucía un vestido del mismo color, así como sus labios escarlata. El vestido tenía un escote pronunciado que resaltaba sus pequeños pero apetitosos y redondeados senos, llevaba un cinturón negro, y era lo suficientemente corto y ajustado como para no solo destacar la curva increíble de su espectacular culo (del que tan orgullosa estaba), sino que bastaba que se inclinara 10 grados para que se viera su ropa interior negra de encaje, como pude comprobar muchas veces durante el baile. Yo no era muy bueno bailando, pero la vista me ayudó mucho a disfrutarlo.

Sus amigas se llamaban Leona y Cleo, respectivamente una rubia salvaje que le hacía honor al nombre, y una mujer curvilínea de sensuales ojos verdes, cabello azabache y un sexy vestido negro, con la que compartí unas cuantas miradas, y un poco más cuando nos pusimos a bailar. Con una razonable, pero divertida cantidad de tragos encima, ambos estuvimos morreándonos un buen rato, y le manosee con pasión el culo, hasta que algo me llamó la atención.

Sobre la tarima había una joven bailarina que danzaba sensualmente usando una barra. Una falda negra cortísima y unas largas piernas de espanto; un bralette del mismo color que hacía destacar tanto su piel blanca, sus senos desarrollados y su llamativa y delgada cintura; ojos avellana heredados de nuestro padre, y cabello rubio-oscuro en dos coletas inocentes como si la diablita de mierda fuera una “niña buena”. Mi hermanita Fernanda bailaba en la tarima cual putita…

Corrí medio borracho hacia Paloma, que bailaba en medio de otros dos tipos que me echaron una mirada de odio cuando los interrumpí, y le pregunté si mi mirada me engañaba. Paloma, fiel a su estilo, con una sonrisa divertida (y algo ebria) me respondió que sí, que era mi hermana menor. Le pregunté cómo era posible, considerando que no tenía permitido entrar a un lugar así hasta unos cuantos años más, y me dijo que era amiga del dueño. ¿Qué clase de amiga? ¿Qué diría mi m…? Comencé a recordar cosas. Mi mam...

—¡Vamos, relájate, primito! No seas sobreprotector con la zorrita y déjala divertirse… —me dijo mientras bailaba conmigo, pegando su culo y su peligrosamente corto vestido contra mi bulto ya inflamado—. ¡Eh, Cleo! Voy a llevar a mi primo a una parte, ¿quieres ver?

—Espera, ¿era en serio? —preguntó la chica con la que me estuve besuqueando, con los ojos como platos y una sonrisa traviesa—. ¿No estabas de broma, Paloma?

—Nop.

—¡Vamos, necesito ver esto, que estoy súper cachonda!

Seguí a Paloma, mi “profesora particular”, hacia uno de los baños femeninos y Cleo corrió detrás de nosotros. Mis sentidos estaban afectados por el alcohol, pero juraría haber escuchado gemidos por allí y por allá. Cerramos la puerta de un cubículo y mi prima no perdió tiempo en comenzar a besarme, a la vez que me desabrochaba el cinturón del pantalón. Yo no me resistí, llevaba toda la noche anterior, el día, y lo que iba de esta noche caliente…

A nuestro lado, Cleo no perdía detalle. Estaba roja, compartía sonrisas pícaras con mi prima, y no era capaz de cerrar la boca. Sin ningún tipo de preámbulo, Paloma se inclinó sobre el lavabo y su vestido se levantó para revelar su trasero perfecto, cincelado por los dioses.

—No pierdas el tiempo, primito, haz lo que te he enseñado —me pidió.

Levanté su vestido, corrí hacia un lado su tanga negra, e introduje mi polla en su empapado chumino. ¿Han notado lo bien que se siente meter la verga en el coño después de mucho rato aguantándose? Es casi como si fuera una necesidad imperiosa. Mi prima me hizo notar algo parecido después de las primeras tres embestidas.

—¡Ohhh, primo, era como que me faltaba algo, qué ricooooo!

—Dios mío, amiga, te está follando tu primo, ¡qué morbo! —dijo Cleo, sobándose las tetas por encima del vestido.

—Síiii, me está llenando enteraaaa, sigue primo, ¡entra y sale, entra y sale, tal como te enseñé!

Le di algunas nalgadas mientras la follaba contra el lavabo. Ella se retorció de gusto y dijo un par de guarradas más, era muy buena para ello (cosa que había heredado de la puta de su madre). Miré a un lado y noté que Cleo se estaba masturbando, su mano estaba debajo de su vestido y sus dedos realizaban un ruido acuoso. La besé otra vez.

—¡Eso, cógete a la puta de tu prima! ¡Qué ricos se ven!

—Ahhh, sí, estás muy mojada, Paloma…

—¡Síiii, primo, dame más, dame más, mi culo entero es tuyoooo!

—¡Más rápido, Felipe! Paloma, ¿después me prestas a tu primo? —preguntó Cleo mientras yo le lamía el cuello.

—Claro que sí, para eso so... s-somos las a-amigas… hmmmmmmm… ¡la puta mad…!

—¡Gracias! Felipe, guarda un poco para mí, ¿eh? No te vayas a… ¡¡¡Ay, Paloma, joder!!!

El grito de Cleo se había debido a que, dicho de forma simple, Paloma se había enfermado de tanto beber (y el movimiento frenético de la follada), y había devuelto su almuerzo en el lavabo. Cleo, como una gran amiga, se quedó con ella y yo salí del baño con una erección de campeonato y una borrachera que me tenía mareado como nunca.

No recordaba hacía cuántas horas había llegado al bar. Mirar el teléfono o mi reloj de pulsera habría sido inútil, porque probablemente no habría confiado en mis ojos con lo mareado que estaba. Tampoco estaba muy seguro de cuántos tragos me habían hecho beber las amigas de Paloma, algunas de las cuales con quienes bailé y bebí para olvidarme de que mi hermanita estaba bailando semidesnuda en el escenario, y que… ¿Qué era eso? ¿Mis ojos me seguían jugando malas pasadas? De no ser así, ¿cómo era que veía, al otro lado del bar, a mi propia madre bebiendo con mi tía Julia en una mesa?

Que sí, que Paloma me había dicho que su mamá quizás iba a ir también allí con una amiga, pero yo no había pensado que era verdad, ni menos que la amiga era mi mamá. Mamá no es de fiestas ni música, aunque sí bebe de vez en cuando, o así pensaba yo… Sin duda, ambas se veían tan jóvenes y bellas como todas las mujeres que estaban allí en el antro.

Mi tía Julia llevaba su cabello en una cola de caballo, lucía joyas y gemas, y un vestido tan corto como el de su hija mayor, de similar diseño, pero sin tirantes y de color azul oscuro en vez de rojo.

Mi mamá estaba maquillada como a mí me gustaba en las mujeres maduras: solo un poco, sin exagerar, pero lo suficiente como para resaltar sus ya bellos rasgos. Su cabello, castaño como el mío, caía en bucles bien preparados sobre sus hombros y espalda. Llevaba pantalones de jeans ajustados, una cadena en el cuello, y un top blanco con tirantes que dejaba al descubierto su esbelta cintura y evidenciaba gimnasia semanal en lugar de haber parido 3 niños en el pasado.

Sin saber cómo ni por qué me acerqué a ellas medio bailando para escuchar lo que hablaban desde el anonimato que otorgaba la cantidad de gente reunida.

—Tengo que parar, Julia…

—Si paras no te olvidarás completamente. Sigue, unas cuantas copas más, querida.

—¡No hablo del trago, Julia! Hablo de Felipe y Fernanda, y lo sabes.

—Lo sé, lo sé. Vas a tener que ser un poquito más honesta contigo misma, Andrea.

—¿Qué quieres que diga?

—¿Que acabaste la relación con mi hermano, entre otras muchas razones, porque eres una zorra incestuosa calie…?

—¡Julia! —exclamó mi mamá, terminándose otra copa, antes de empezar con otra. ¿Qué había dicho? Algunos recuerdos comenzaron a regresar a mi cabeza, poco a poco.

—No te hagas la beata que sabes que digo la verdad, querida. Son muy lindas tus hijas, ¿eh?

—Son hermosaaaaas —dijo mi mamá, arrastrando la última sílaba.

—Más que hermosas, son sexys, Andrea, igual que las mías, heredaron lo mejor de sus madres. ¿Y tu hijo? Ufff, qué apuesto se puso mi sobrinito, ¡hasta más apuesto que mi hermano!

—¡Por supuesto que más que él! Por eso me puse tan mal cuando me vio tocánd... ¡Hijo, ¿qué haces aquí?!

Por supuesto que mi tía me había descubierto, y ahora parecía muerta de la risa por una broma que a nadie le había contado, en tanto mi erección se negaba a desaparecer. ¿Y saben qué? En el momento me importó un país y medio.

Fueron unos minutos incómodos y silenciosos los que transcurrieron hasta que mi madre y yo empezamos a discutir mientras yo bebía y bebía agua, y mi madre bebía y bebía licor. Así como yo al principio del día ella quería olvidar, pero yo ya no quería eso. Ya había recordado demasiado, como que había visto a mi madre, semidesnuda, tocándose entre las piernas cuando entré a su habitación, mirando una foto familiar de mí y mis hermanas… hasta que se cubrió con las sábanas y mi cerebro decidió simplemente entrar en modo anti-Freud y bloquear mis recuerdos.

—¡No entiendo cómo se te ocurre hacer algo así!

—Creo que tengo la edad suficiente, mamá…

—¡Pero es tu hermana! ¡E involucraron a su primita!

—Oh, a mi niña le gustó, dada su carita toda la semana... —dijo mi tía Julia, risueña y por lo bajo, aunque mi mamá y yo preferimos ignorarla.

—¿Qué hay de malo? ¡Los tres quisimos eso! —Aún tenía mucho alcohol en el cuerpo, las inhibiciones definitivamente habían montado una huelga—. ¿Tan malo es que nos divirtamos como tú anoche?

—¡No me hables así, soy tu madre! ¿Qué viene después, Francisca también?

—Uhh, esto se está poniendo bueno —dijo mi tía, mordiéndose el labio seductoramente.

—Si ella lo quiere… —sugerí, sin culminar la oración.

Otro silencio, interrumpido por un nuevo grito de mi madre, acallado por la música estridente.

—¡Te follaste a tu hermanita menooooor! ¡Fernanda es todavía una niñita!

—¿¡Todavía no te das cuenta que tu niñita es la zorra que está bailando allá arriba, mamá!?

Mi madre miró en su dirección, se le cayó la mandíbula al suelo, se agarró la cabeza, tomó sus cosas y salió. Desde luego, la seguí, dejando atrás a mi tía, que se había ido a vitorear a su bailarina sobrina. Mi mamá estaba demasiado ebria para tomar el carro… bueno, yo también, así que pedí un taxi para ambos y ya veríamos al día siguiente qué hacer.

Fue un viaje muy silencioso… hasta que llegamos a casa. Estando solos, tuve un tonto impulso de lascivia, dándome cuenta de lo sexy que era mi madre a pesar de estar en sus cuarentas. La miré desvergonzadamente de arriba a abajo.

—¿Todavía no te das cuenta de nada, hijo? —me dijo con pesar, mientras intentaba con torpeza abrir la puerta. La ayudé.

—Mamá… perdón. No puedo imaginar cuánto tuviste que aguantar por culpa de mi papá.

—Pfff, no sabes cuaaaaantas cosas me llevo aguantaaando… todas las noches tengo que liberar algo de tensión… ¿Q-qué acabo de decir?

—Nada, mamá —dije, haciéndome el tarado. Abrí la puerta y juntos entramos. Ella me miró en el corredor frontal, sus ojos castaños brillaban como estrellas, y estaba ruborizada. No solo era sexy como Fernanda, sino que también tan preciosa como Francisca.

—¿Por qué tu hermanita? ¿Ella te… sedujo?

—Hm, algo así. Creo que fue algo compartido.

—Entiendo. No soy ciega ni tonta, no me sorprende de ella… Supongo que es amor de madre, hijo… te quiero solo para mí, ¿entiendeeeees?

—Sí.

—¿Has tenido esa erección toda la noche? —me preguntó de pronto, mientras comenzaba a desabrocharse el pantalón, justo frente de mí. No intenté evitarlo ni por un segundo. Como ella, yo no era ni ciego ni tonto, sabía lo que estaba ocurriendo.

—No lo puedo evitar, mamá.

—Claro. ¿Te ayudo?

Dos segundos después, estaba besando a mi propia madre, el beso francés más candente que había dado en mucho tiempo, mientras la estampaba contra el muro, acariciándola de arriba a abajo. Mi mamá derribó un jarrón de una mesa con un brazo, pero no le dio importancia y me agarró el trasero. Hice lo mismo con ella y noté lo agradable que era el tacto, así como su curvatura, que tanto me encendió.

—Felipe… —me dijo, apartándose de mi beso.

—Mamá. ¿Me detengo?

—No. No, por favor.

—Pero estás eb…

—¡Si no lo hago ahora no me atreveré cuando se me pase!

La tomé e impactamos contra el muro del otro lado mientras nos besábamos. Esta vez le agarré sus tetas, bellas e impresionantes; le bajé el escote de la camiseta que llevaba, así como el sujetador, para poder mordisquearle y chuparle un pezón. Luego lamí el otro, mientras mi madre gemía de placer.

—Felipe…

—¿Sí?

—Te amo.

—Yo también, ma.

—Amo a tus hermanas también, hmmmm.

—Sí, lo sé.

—En serio no imaginas cuánto… hmmmmm, hijo, hazme lo que le hiciste a Fernandaaaaa.

Le bajé el pantalón. Me puse de rodillas. Vi sus bragas, blancas y con encaje. Llevado por la pasión, olí su entrepierna mientras la desnudaba en esa zona, y cuando tuve la vía libre, comencé a besarla allí. Las piernas de mi madre temblaron a medida que lamía en su zona erógena y me llenaba la boca y la barbilla con sus deliciosos jugos, que no tuve pudor de saborear. Mi madre me acarició el cabello mientras gemía más y más, convirtiendo un gesto usual de madre e hijo en uno de lujurioso incesto entre amantes. Era algo díficil de definir y describir…

—Sí, sí, hijo… de ahí naciste, mi vida…

Sus palabras me enloquecieron, a pesar de que cuando era joven me hubiera dado asco escuchar algo así. Era algo loco. Algo prohibido, completamente tabú. Introduje mi lengua en su coño pensando en ello, en que ella me había parido, la moví de arriba a abajo, de lado a lado, y en círculos, ganándome apasionados agarrones de cabello.

Pronto, mi madre tuvo un escalofrío y sentí un familiar gusto en la lengua cuando un hilillo de líquido cayó desde su coño hasta el fondo de mi garganta. Me puse de pie, volví a besarla y agarrarle las tetas, tiré al suelo unas figuras de madera y un teléfono que había sobre una mesita cercana, y la senté allí. Mi madre se abrió de piernas, me bajó el pantalón y tomó mi polla entre las manos, que mi prima Paloma no había sido capaz de llevar al éxtasis, y que por lo tanto estaba muy cerca de estallar.

Mi madre me empujó hacia ella y en el acto la penetré. Sentí que había cometido el más grande de los pecados, pero considerando lo bien que se sentía, y que no me cayó ningún rayo, comprendí que nada sería igual desde ahora en adelante.

Nunca más me preocuparía por los tabúes. Nunca más sería inseguro de mí mismo. Me follaría a todas las mujeres de mi familia cada vez que quisiera y haría que me desearan. Mi tía Julia, mis primas Paloma y Rocío, mi madre, mi hermana… y también mi otra hermana. Todo había servido para llegar a cometer mi máximo cometido. Me acostaría con mi hermana mayor, el amor de mi vida, y también con todas las demás. Ya nada me importaba.

Penetré el coño de mi mamá con todas mis fuerzas, mientras la besaba y abrazaba muy distintamente a como lo hacía cuando niño. Esto era salvaje, casi violento… animal. Le tomé de la cintura para llegar más adentro y mamá me mordisqueó sensualmente el lóbulo de la oreja.

—¡Síii, más, máaaaaaaaaas!

—¿Te gusta, ma?

—¡Me encanta! ¡Hacía tantos años que no me hacían algo así! ¡Tantos años que necesitaba esto, no pares, hijooooooo!

—¿Segura?

—Sí, nunca pares de hacérmelo…. no me importa compartirte con ellas, pero sigue haciéndomelo, hijo de mi corazón, soy toda tuyaaaaa.

—¿Incluso con ellas dos?

—Si es que no llego yo primero, hijo, ahhhhhh, hmmmmm, máaaaaaaaaaaaaaaas.

De pronto caímos en el suelo, no recuerdo cómo ni cuándo. En la posición de misionero la penetré un rato hasta que me hizo a un lado, se sentó sobre mí, se acomodó mi polla en la entrada de su vagina, se dejó caer, y comenzó a cabalgarme como una verdadera experta. Sonreí. Puse mis manos detrás de la cabeza y me dejé montar, mi mamá parecía estarlo disfrutando mucho. Además, conociendo a mi padre, quizás no era el amante más empático y servicial tampoco, así que no había nada de malo en dejar que mi mamá disfrutara un poco de sí misma.

Se movía de adelante hacia atrás, como si mi pelvis fuera el lomo de un corcel. También saltaba de vez en cuando, como en pleno galope, pero definitivamente prefería el movimiento de avance y retroceso, y parecía encantarle cuando se inclinaba hacia atrás y mi polla tocaba un punto que parecía gustarle mucho.

—¡Te amo, hijo!

—¡Y yo a ti, ma!

—¡Ah, me corro otra vez! —Creo que, de todas las parejas que había tenido, no había estado con una que se viniera tan frecuente y fácilmente. No llevábamos mucho tiempo follando, pero parecía incapaz de acabar de… bueno, de acabar. ¿Era algo natural de ella, o era que llevaba mucho tiempo guardando demasiada líbido?

Le agarré las tetas con fuerza, me sentí y las lamí de nuevo. No sé qué diría el pesado de Freud al respecto, pero me estaba gustando mucho aquello de comerle los pezones a mi madre. Como dije, no iba a complicarme demasiado con el asunto… era riquísimo.

Di vuelta a mi madre, la dejé de panza sobre el suelo y la penetré otra vez, apreciando la belleza de su espalda desnuda, su cabello, su cintura tan juvenil… Mi mamá no paraba de gritar. Sus nalgas se movían a un ritmo vertiginoso, su rajita estaba húmeda de pasión… Yo sentía que no estaba lejos del final.

—¡Mamá, mamá…!

—Oh, sí, hijooooo, hazlo yaaaaa.

—¿Segura? No puedo parar…

—¡Sí, adentro, lléname completa, lléname con tu semen, hijo de mi corazóoooon!

No pensé que aprendería algo nuevo con alguien como mi madre a esas alturas de mi vida, pero esto lo sería. Siempre me corría en el cuerpo de la otra persona, Paloma me había acostumbrado a ello y así lo hacía con todas, en sus rostros, tetas, bocas… ¿pero adentro? Siempre sentí que sería surreal. Siempre hay cierto grado de insatisfacción en detener la follada y masturbarse sobre la otra persona.

Como lo esperaba, fue impresionante. Lancé un grito gutural que no conocía de mi mismo mientras vaciaba mis testículos al interior de mi madre, tal como cuando yo mismo había sido concebido. El morbo detrás de aquel pensamiento me hizo hacerlo con más intensidad, tuve una satisfacción sin igual mientras llenaba el coño de aquella mujer maravillosa llamada Andrea, con mi semilla. La de su único hijo varón, con quien acababa de tener el mejor sexo posible…

Caí rendido en el suelo del corredor junto a mi madre. Ambos estábamos sudorosos y permanecimos en silencio por un rato. ¿Han notado cómo después de una corrida abundante a los hombres nos viene una oleada de culpa, vacío y profundo cansancio físico y espiritual? Bueno, yo sentí lo primero al instante. ¡Me había follado a mi mismísima madre! ¿Qué diablos tenía que decir uno después de algo así? ¿Disculparse? ¿Rogar por perdón? ¿Simplemente huir sin decir una palabra?

Ella fue la primera que abrió la boca.

—Así que mi niñita era la putita que bailaba, ¿eh? ¿Quién diablos le enseñó eso?

—Eh… um, ¿no fuiste tú? —intenté bromear, incómodo, pero la risa jovial de mi madre me calmó de inmediato.

—Noooo, no, no sé si mi hijita ha visto demasiadas películas o anduvo viendo a su tía Julia o qué. ¿Qué voy a hacer con ella, la pobrecita? ¿Se sentía mal después de que no le hablé?

—Sí, un poco. Sabes que es reservada en lo emocional, pero se notaba de todos modos.

—Bueno… —mi madre me tomó la verga, ya desprovista de fuerzas, y la meneó un poco—, si tengo que hacer esta clase de cosas para hacer las paces con mis hijos, no tendré elección, ja, ja.

—¿Hablas en serio?

—Ustedes saben que son mis adoraciones. Siempre lo han sido, siempre he estado orgullosa de mis dos niñas y mi niño, y siempre los he encontrado hermosos. Con los años, los empecé a ver con otros ojos, supongo. Tanta exposición a tanta cosa que hacía tu papá fue de alguna manera positiva. Y después de lo que acabo de hacer contigo, no hay vuelta atrás ni razón para negarlo.

—Oh. —Comencé a imaginar cosas… ¿mis dos hermanas y mi madre? ¿Estaba soñando?

—Por cierto, Julia dijo algo de que irían a la playa. ¿Es cierto?

—Sí, me lo dijo ayer. El último amante de mi tía le dejó una casa para que se divierta con “la familia” unos cuantos días, así que iremos él y mi tía, mis primas, el novio de Paloma, Fran, Fer y yo. ¿Tú no vas?

—No. Me abriste los ojos con esto, hijo… Creo que aprovecharé el tiempo a solas para divertirme como me merezco, y como tu padre nunca me lo permitió. Nunca es tarde.

—Con el cuerpo que te traes, ma, diría que es más que temprano —le dije, y ella me dio un beso en los labios para corresponderme el cumplido.

—Ay, mi hijo galante… Y ya veo: ¿tú y Fran, eh? Siempre tuvieron algo muy lindo ustedes dos, que acabó de pronto. ¿Ustedes han…?

—¡No! ¡Nunca!

—No te pongas a la defensiva…, no me opondría, mientras no me dejes de lado tampoco. Ya es momento de que ustedes dos hagan las paces como corresponde. Aprovechen ese tiempo juntos. Por una vez, hablen. Ya estás más que listo, Felipe.

Continuará
-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,327
Likes Recibidos
2,367
Puntos
113
 
 
 
-
Las Chicas de mi Familia – Capítulo 07

Era ya verano. El sol brillaba por encima de nuestras cabezas, las arenas eran cálidas, el mar era bello, y las mujeres usaban menos ropa que nunca, un tiempo de ensueño para los lujuriosos, como en el que yo me estaba convirtiendo. ¡Había llegado el día en que iríamos a la playa! Tres hombres y cinco mujeres, en una cabaña grande que pertenecía al último novio/amante de mi tía Julia. No podía aguantar más, no solo porque vería mujeres preciosas en traje de baño, sino porque Francisca estaría allí. Ya había confirmado que se tomaría un descanso de la universidad y nos acompañaría, lo que significaría que podría estar tres o cuatro días con mi hermana mayor, la mujer que había sido dueña de mis sueños por gran parte de mi vida adolescente y adulta.

Sí, sé lo que están pensando… ¿y todas las otras? Me había acostado con mi otra hermana (Fernanda), ambas primas (Paloma y Rocío) y mi tía. Con la presencia de los otros dos tipos ahí sería incómodo, y temía que alguien hiciera una broma al respecto. Además, me preocupaba lo que pensara Francisca, cuya opinión, o siquiera conocimiento de lo que yo estaba haciendo con las demás, yo ignoraba. En cualquier caso, decidí que lo mejor sería divertirme.

Tomé con mi hermana menor un taxi hacia la casa de mi abuela, desde donde partiríamos en dos automóviles (el del novio de mi tía Julia, y el del novio de Paloma… el primero creo que se llamaba Ramiro, y era un maestro de taekwondo; el segundo se llamaba Eliseo, que era una masa de músculos sin cerebro). Durante todo el camino, la putita de mierda me estuvo susurrando lo mucho que me iba a gustar su nuevo traje de baño, y que se moría de ganas de que se lo quitara apenas llegásemos, todo mientras me manoseaba el bulto por encima de mis shorts. No sé qué tanto escuchó el taxista, pero si noté que nos echó miradas sospechosas por el espejo.

En fin, cuando llegamos, ya casi todo el mundo estaba listo, con las maletas en las cajuelas de los automóviles… pero el ambiente estaba tenso. Mi tía Julia ladraba órdenes y solo parecía ser cariñosa con el tal Ramiro, de quien estoy seguro de que intentó romperme la mano cuando me la estrechó al saludarme; por otro lado, Paloma parecía ignorar a Eliseo cada vez que podía. Ambos hombres me trataron con frialdad… Empecé a sospechar de que quizás ellos sabían más de lo que debían.

Por su parte, Francisca llegó allí por su cuenta. Saludó a Fernanda y Rocío con afecto, pero, para mi sorpresa, a Paloma y Eliseo fingió ni verlos. En cuanto a mí… bueno, decidí que las cosas no podían seguir como iban. Abracé acaloradamente a mi hermana mayor y le besé la mejilla, cerca de los labios. Sin quererlo, me sonrojé, pero no iba a detenerme…; quería de verdad disculparme por lo que había sucedido en mi cama hace años, y este era el primer paso. Al apartarme de ella, Francisca tenía la mirada baja, no me dijo nada…, pero conservó sus manos sobre mis hombros un rato más largo que el normal.

Sería un buen momento para recordar y describir el look de nuestras protagonistas aquí, para que se imaginen un poco mejor lo que acontecería.

Mi tía Julia, una MILF de libro, cuarenta y tantos de edad, estatura media, curvas peligrosas, enormes tetas, un culo irresistible, cabello castaño en una permanente como actriz porno ochentera, y experimentados y insinuantes ojos café. Llevaba un largo y sensual vestido blanco y floreado, tremendamente escotado, partido abajo para revelar sus piernas perfectas, terminadas por zapatos de tacón.

Su hija mayor, Paloma, profesora de profesión, veinticinco de edad, piel morena, tenía el cabello negro y rojo, los ojos oscuros, una casi eterna sonrisa seductora, las piernas larguísimas y un culo absolutamente perfecto. Había optado por una minifalda de jeans muy ajustada, corredoras, y una camiseta blanca con mangas cortas que dejaba al descubierto tanto sus hombros como su torneada cintura, y que decía “Yes, I Suck… and Swallow too”.

Su hija menor, Rocío, catorce, de piel blanca como la leche, lucía un mini-short de jeans muy ajustado y pequeño, que resaltaba su precioso culito, y una camiseta de tirantes rosa en que podía notarse que no llevaba sujetador. Se había atado el cabello castaño en una cola de caballo, y sus dulces, tímidos, pero sensuales ojos esmeralda destellaban más que nunca, así como sus preciosas pecas.

Fernanda, un año mayor que Rocío, había optado por un conjunto que gritaba “soy una niñita adorable e inocente que no sabe que es sexy”, a pesar de que era una endiablada ninfómana en entrenamiento. Llevaba una minifalda plisada blanca, cortísima, que no cubría básicamente nada, y un crop top del mismo color, sin sujetador debajo, que resaltaba los increíbles senos que tenía para su edad. La hija de puta se había atado el cabello dorado en dos coletas y se había pintado los labios de rosa. Ok, sí, lo admito, lo que estaba haciendo era sumamente cachondo, ¡pero de igual manera era molesto!

Finalmente… Francisca no había sido tan atrevida con su atuendo como las demás, y aún así se las había ingeniado para lucir atractiva. Veintitrés años. Lucía pantalones de jeans negros súper ajustados y una camisa verde de seda, medio transparentada, que resaltaban sus impresionantes curvas. Sus ojos avellana eran preciosos, así como su lacio cabello castaño-rubio; era alta, esbelta, perfecta… con excepción de la falta de su sonrisa.

Mi tía Julia decidió quién iría con quién. En el automóvil del pesado del karateka (o lo que fuera) iban él, mi tía Julia, Rocío y Fernanda. En la camioneta, con Eliseo, íbamos Paloma, Francisca y yo, en lo que supuse que sería el viaje más incómodo de mi vida.

Y así lo estaba siendo. Yo iba en el asiento de atrás, junto al que se suponía que era el amor de mi vida; ella y yo en perfecta sincronía para ignorarnos mutuamente y mirar afuera de la ventana contraria. Adelante, Paloma y Eliseo solo cruzaban palabras para darse alguna que otra instrucción vial. Temía que el viaje sería así hasta que a algún idiota se le ocurriera abrir la boca. El idiota fui yo.

—¿Y cuál les parece una buena playa para visita hoy?

—No sé, tal vez Eliseo sabe. ¿En cuál playa están las tipas que querías ver, amor?

—Ay, mujer, no te pongas así… —dijo Eliseo, y yo quedé perplejo. ¿Paloma estaba celosa? ¿No que tenían una relación abierta?

—¿Que no me ponga “así”? ¿Así cómo? Te apuesto a que ni Felipe sería así conmigo.

—Y tú primito ¿qué carajos tiene que ver con esto? ¿Por qué siempre traes a colación al chiquillo este? ¿Te gusta, acaso?

Para ser honesto, yo me preguntaba lo mismo. Sin embargo, aunque me estaban involucrando, algo me decía que en realidad yo no tenía nada que ver, y por eso ni siquiera intenté responderle al cerdo ese. Habría sido absolutamente innecesario…

—Él es un poco más hombre que tú. Al menos él no rompe ciertas promesas.

—¿Promesas de qué, so puta? —Eliseo comenzó a aumentar la velocidad. Noté que, detrás de nosotros, el novio de mi tía hacía lo mismo para seguirnos el paso por la autopista. De paso, también noté que mi hermana mayor movía la pierna nerviosa y aceleradamente, aún mirando hacia el exterior.

—¡Famila no, bruto! ¡Eso fue todo lo que te dije, con mi familia no!

—¡Ya te dije que la muy puta fue la que se me insinuó!

—¡Es mentira, cabrón! —exclamó mi hermana, dejándome petrificado en mi asiento.

—¡Tú cállate, bien puerca que te veías de rodillas llevándote la polla de este cerdo a la boca!

—¡Hey, Paloma, no le hables así a Fran! —grité, y tras pensarlo un poco—… Momento, ¿qué?

Lo sucedido fue lo siguiente. Paloma había dado permiso a Eliseo de acostarse con quien quisiera, cada vez que quisiera, y ella haría lo mismo… pero la familia, en especial Francisca, estaba fuera de los límites para él.

Al parecer, en una borrachera, una Francisca muy depresiva (y muy borracha) por algo que yo no llegué a saber hasta muchas horas después, se fue a llorar en el hombro de Eliseo. Éste aprovechó la situación, se la llevó detrás de un árbol, y le dijo que si se la chupaba “todo se arreglaría”. Mi hermana se negó, pero él la forzó, diciéndole que le diría a nuestra abuela de todas las guarradas que Francisca decía cuando estaba ebria, o que ella quería quedar embarazada de él a espaldas de Paloma. Daba igual lo que dijera, mi abuela, tan tradicional, le creía de todo a los hombres, incluso por sobre sus nietas, pues éstas estaban “alejadas de Dios” en estos días. En fin, que al parecer Eliseo quería follarse a mi hermana desde hacía mucho, a espaldas de Paloma, y ésta los atrapó en el acto. Yo no podía creerlo… ¡Estaba furioso y celoso! De un momento a otro le deseaba la muerte a ese hijo de puta.

A mi lado, Francisca comenzó a sollozar mientras Paloma y Eliseo discutían. Le tomé la mano a mi hermana. Ella la apartó… pero yo volví a tomársela. Esta vez, ella me devolvió el gesto, envolviendo mi mano con intensidad y calor.

Eliseo detuvo la camioneta en un terreno baldío que había cerca, junto a la carretera. Detrás de nosotros, el auto de Ramiro hizo lo mismo. Todos nos bajamos para estirar las piernas y darnos un merecido descanso. Rocío apareció a mi lado y me abrazó el brazo con una carita de inocencia, y Fernanda hizo lo propio con la misma cara, pero en versión falsa, cuidando de pegar bien sus tetas a mi cuerpo. De hecho, ambas sonreían, como si compartieran un secreto que no querían contarme. Mi tía Julia, sonriente y coqueta, besaba efusivamente el cuello de su novio, que le dijo algo al oído. Ella le contestó en seguida, en voz más alta:

—Hmmm, esperaba que me dijeras eso. Hagamos esa guarrada que querías hacer el otro día.

—¿Estás de broma, Julia? ¿Aquí?

—Sí, no sería una guarrada si no fuera en un lugar como éste, con mi familia viendo. Bájate los pantalones, cierra los ojos, y espera cinco minutos a que me quite la ropa aquí mismo. Si abres los ojos pierdes; si no se te para completamente también pierdes.

—¿Es en serio? ...Sí es en serio, madre mía.

—Sí, lo es. Me vas a follar aquí mismo en la calle.

—Ay, qué sexy… —musitó mi hermanita con una sonrisa perversa, mientras el tipo no tardaba en cerrar los ojos y comenzar a desnudarse.

—¿Sabes qué? Haremos lo mismo que mi mamá, amor —dijo Paloma, junto a la camioneta, dejando a Eliseo tan perplejo como todos nosotros—. Haz lo mismo y te demostraré que soy mejor que mi prima y cualquier otra puerca con quien te hayas acostado.

—¡A la mierda, está bien! —Eliseo cerró los ojos y se bajó la cremallera—. Más te vale que lo hagas bien, zorra, o te juro que me follaré a ti y a la santurrona de tu prima frente al chiquillo, quieran o no.

—Hmmm, ya me estoy poniendo cachonda. Si en cinco minutos no tienes tu polla lista, ni hablar.

Paloma terminó de decir eso, me hizo un gesto de silencio, me tomó la mano, me arrastró unos metros, y poco menos me arrojó adentro de la camioneta de su novio, en el asiento del copiloto. Mi hermana menor se sentó sobre mis piernas de un salto y cerró silenciosamente la puerta. Rocío y Fran se sentaron atrás, mientras, afuera, Paloma y mi tía Julia les seguían susurrando guarradas a sus parejas… al mismo tiempo que retrocedían hacia nosotros. Los dos tipos se bajaron los pantalones, completamente erectos. Mi tía Julia se sentó junto a su hija menor, mientras Paloma corría a tomar el volante.

Eliseo y Ramiro tardaron mucho en darse cuenta de lo que ocurría, y al intentar correr, tropezaron con sus pantalones y cayeron. Los seis estábamos en la camioneta de Eliseo. Paloma encendió el motor y nos marchamos a toda velocidad por la carretera, mientras los dos gritaban detrás.

—¿¡Pero qué acaban de hacer!? —les grité.

—¿Qué cosa, primo? ¿Preguntas por qué tomé el enorme vehículo del puerco de mierda de mi ex pareja? —preguntó Paloma, casualmente.

—¿O preguntas por qué nos vamos a quedar en la casa que me dejó ese tipo del que no me aprendí nunca ni el apellido?—secundó mi tía Julia.

—Pero… les dejamos el otro auto, nos van a…

—No harán nada. Tomamos sus teléfonos, llaves, carteras, todo… Y antes que digas algo, primito, se lo merecían. Eliseo intentó follarse a Fran a mis espaldas y casi abusa de ella. Y el karate kid puso una cámara oculta en la habitación de Rocío. Se lo merecían. Y ahora que saben que sabemos todo, no harán nada.

Una treta… todo había sido un plan para joderles la vida a esos dos miserables. Y, de paso, yo me estaba dirigiendo a la playa con cinco espectaculares, fogosas y sensuales mujeres. ¿Tenía que estar soñando, verdad? Habría pensado eso de no ser porque mi hermanita, en mis piernas, tenía planes para hacerme ver que todo era cierto.

—Uffff, me hubiera encantado verlas chupárselas a esos dos, qué decepción.

—¡Fernanda! —le reprendió Francisca, desde la parte de atrás—. ¿Qué cosas estás diciendo?

—Lo que oíste, hermana. A ti también, ¿no, hermanote? —me preguntó, comenzando a restregarse y dar pequeños saltitos sobre mis pantalones ya abultados con una erección—. ¿No te hubiera gustado ver cositas?

—Feña, para, por favor… —le rogué, con cierta satisfacción que no pude evitar dado lo que la chiquilla hacía, moviéndose de arriba hacia abajo y de adelante hacia atrás, cubriéndose con la mini faldita que nada cubría. Esa apariencia de niña pequeña e inocente estaba logrando su efecto conmigo.

—Siento algo durito aquí, hermanote… ¿Qué tienes? Se siente rico, ahh…

—Fernanda, deja de hacer esto en este instante, ¡es nuestro hermano! Paloma, ¿puedes detener la camioneta y…?

—No —fue la rotunda respuesta de la conductora, mitad pendiente del camino y mitad pendiente de nosotros a su lado—. Francisca, aún no te perdono por nada. Además, me está calentando lo que veo…

—Ay, sobrinita, ya acepta de una vez que tu hermanita es una putita, igual que yo —le dijo mi tía Julia a mi hermana, golpeándole suavemente la pierna, dejándola atónita—. Todas somos medio putas, la verdad.

—¿Para qué mentir? —intervino Paloma otra vez—. Todas vinimos aquí a deshacernos del par de pestes y para acostarnos toda una semana con Felipe, que nos ha tratado bien. Así que, prima, si quieres puedo dejarte en el camino también, o te callas y miras.

—Felipe, ¿qué opinas de esto? —la pregunta de Francisca iba cargada de confusión y duda, y para mí también lo era. Me pregunté desde hacía cuándo que no se dirigía directamente a mí. Quizás esperaba una respuesta negativa, pero no la que obtuvo. Mi líbido estaba por las nubes.

—Fran… yo ya he hecho esto con… Ay, Feña, cuidado, por favor…

—Es que está muy rico y durito, hermanote, ¿me dices qué es? —me preguntó, continuando la charada mientras se frotaba contra mi erección con una sonrisa cargada de lujuria.

—¡Para ya con eso, mierda! —le regañé, y entonces escuché un suave y erótico gemido viniendo desde atrás. Todos miramos a la puerta opuesta a la de Francisca, y pudimos ver por qué Rocío había estado tan silenciosa.

Mi primita tenía las manos bajo su camiseta, y estaba tocándose y pellizcándose los pezones sin parar. Frotaba lentamente sus piernas una contra la otra, al parecer gimiendo del roce con la textura entre su mini-short y su entrepierna.

—¡Hija! —exclamó su madre, a su lado, que parecía acabar de notar lo que estaba sucediendo. En lugar de enfadarse, mi tía sonrió.

—Mami… no lo puedo evitar, Fernanda saltando sobre Felipe… hmmm… los penes de… hmmm… el pene de Felipe debe estar, ayyy…

—Felipe… ¿Acaso también tú y Rocío…? —Francisca no culminó la pregunta. Ella ya debía saber la respuesta. Yo no podía imaginar lo que estaba pasando por la cabeza de mi hermana, pero mi culpa estaba siendo ampliamente derrotada por mi lujuria.

—Sí, hermana, nuestro hermano nos lo hizo a mí y a Rocío a la vez, de hecho le quitó la virginidad, ¡fue lo más rico del mundo! —explicó Fernanda.

—Ok, parece que no podemos parar esto ya. ¡No saben cuánto necesito pene! Veo un bosquecito más allá… creo que me detendré allí. Hasta mi dulce hermanita está cachonda.

—¿Es eso cierto, hijita? ¿Quieres compartir el pene de Felipe con tu mami, con tu hermana y con tu prima?

—S-sí… lo quierooo… ayyy… —musitó Rocío, frotándose las piernas más rápidamente, tocándose aún los pezones bajo la camiseta rosa, y girándose hacia su madre. Ésta la observó con pasión y comenzó a acercar su rostro al de ella. Él máximo tabú entre madre e hija estaba por romperse, y yo podía ver todo por el espejo retrovisor mientras mi hermana menor me hacía un lapdance. No podía creer lo que estaba sucediendo, y tampoco podía Francisca.

En el momento en que los labios de mi tía Julia y Rocío se tocaron, Paloma salió de la carretera, se orilló entre medio de unos árboles frondosos de hojas bajas, y el espectáculo comenzó.

Sí, yo había follado con varias de mi familia, pero esta era primera vez en mi vida que veía incesto ente madre e hija en vivo en frente de mí. ¡Incesto lésbico entre mi tía y Rocio! Es un recuerdo que quedará siempre en mi cabeza. Pocas veces había visto algo tan morboso y prohibido. Mi tía Julia se había abierto el vestido mientras le daba un sensual beso francés a su hijita, y ésta le masajeaba a su madre los enormes senos que tenía.

—¿Quieres comérmelos, hijita? ¿Cómo cuando eras chiquita?

—Sí…, sí quiero, mami.

Rocío se lanzó desesperada a los pechos de su madre, y después de mirarlos con curiosidad por un rato, se puso a besarlos y lamerlos.

—¿Cómo están? ¿Te gustan las tetas de mami, hijita?

—Sí, hmmmmm, muchooo, slurp, slurp, ¡son muy, muy grandes!

Mi tía le acarició a su hija el cabello con una evidente expresión de placer y cariño mezclados, y me puse a imaginar cómo sería si mi mamá hiciera algo así con Fernanda o Francisca. O con ambas. Asumí que de ocurrir eso yo explotaría con veinte orgasmos o algo así, sería demasiado para mí. Claramente el tema del incesto era mi debilidad, mi fetiche… pero lo estaba viviendo en la vida real, y no sabía si podría sobrevivir a eso.

Hablando de mis hermanas, Francisca salió del auto y se alejó a grandes zancadas hacia lo profundo del bosque. Me vi tentado a seguirla, pero Fernanda, montada encima mío, me detuvo con su habitual guarrería.

—Uffff, quiero saber qué tienes tan duro, hermanote… hmmm, me están pasando cosas, ¿sabes? Tengo todo mojadito allí abajo, ¿sabes qué puedes ser? Hmmm.

—Primita, siempre supe que serías una zorrita sin remedio —dijo Paloma, abriendo la puerta del copiloto, guiándonos para que nos pusiéramos de lado mirándola a ella. Paloma me hizo un pequeño show, contoneando su sensual figura frente a mí, especialmente su culito, a la vez que poco a poco iba desabrochándose la minifalda y luego se la iba bajando por sus larguísimas y sexys piernas, elevando mi temperatura y el tamaño de mi polla.

—Te ves súper sexy… —le dije.

—Eso me gusta escuchar, primo. Y tú… —Ya desnuda para abajo, Paloma se puso de rodillas frente a Fernanda—. Mira que actuar como una dulce princesita para poner cachondo a tu hermano. Ya sepáralas, guarrilla.

—¿Actuar? No sé de qué hablas, prima-profesora —dijo Fernanda, perversa y obediente, abriéndose de piernas—. ¿Qué me harás? ¿Me darás un besito? ¿Me enseñarás cositas?

—Ok, Fer, tengo que admitir que este jueguito me está poniendo súper cachonda… a ti también, ¿no, primo? —me preguntó Paloma, mirándome y notando que sí, yo estaba hirviendo ya, desesperado por que mi polla saliera de su prisión—. Sí, primita, te voy a dar un besito, espero que te guste. ¡Y mira qué putita eres, no llevas bragas!

—No, no me las puse… debió habérseme olvidado, ¿fui una niña malaaaaahhhhhhh? Hmmmm.

Paloma metió la cabeza bajo la minifalda de mi hermana y comenzó a hacer algo que yo no podía ver, pero debía sentirse espectacular, considerando lo mucho que se puso a gemir Fernanda. Yo no me aguanté y con algunas dificultades me abrí la cremallera y puse mi polla hinchada contra el culito de mi hermanita.

—Ahhh, sí, se siente ricooooo, prima-profesoraaaa, hmmmmm.

—Tu conchita está deliciosa, Fer, slurp, slurp, no soy muy asidua a hacerlo con otras mujeres pero contigo no me puedo aguantar, ¡qué rica concha, sluuurp, sluuuurp!

—¿Haces esto también con… tus alumnas? —me atreví a preguntar.

—Por ahora solo con los chicos, pero estoy segura de que no falta mucho para que alguna de las chicas termine seduciéndome… hmmmm, Felipe, tu profesora extrañaba tu buen pene, ¿por qué no lo metes en esta alumna putita mientras yo le chupo el clítoris rico que tiene?

Levanté a mi hermanita y ella empezó a mecer el culo buscando desesperada que la penetrara. Cuando lo hice, le agarré las tetas y mi prima siguió lamiéndole el clítoris, logrando que Fernanda se pusiera a babear y gemir como una perra en celo. Estaba muy apretada y caliente en su interior, como siempre.

—Síiiiii, síiiiii, eso, sigan, máaaaas, qué ricooooooooooooooo.

—¿Te gusta, putita?

—Sí, me encanta, ¡me fascina! Tu cosa está muy adentro mío, hermanote y siente muy rico.

—¿Y mi lengüita no te gusta, primita?

—Ahhhh, tú lengua en mi botoncito lindo también me… hmmmm, me gusta… ahhhh, parece que me viene algoooo… ¡¡¡ahhhhhhhhhhhhhhhhhh!!! —grito mi hermana cuando se corrió tanto en la boca de mi prima, como en mi pene en su interior. Pude sentir cómo las paredes del interior de Fernanda se retorcían de gusto mientras ella acababa.

—Mami, yo también quiero… —susurró Rocío, devorándose los enormes senos de su madre.

—¿También quieres juguito vaginal, hijita?

—Síiii, ¿puedo?

—¡Por supuesto! Deja que me abra más el vestido, acomodémonos un poco… —Mi tía Julia se recostó a lo largo del asiento de atrás mientras Rocío se ubicaba, doblada, entre sus piernas y se inclinaba para acercar los labios al coño de su madre—. Eso hijita, un poquito más… eso. Ahora, saca la lengüita y empieza a comerte el coñito de donde naciste, ¿sí?

—Ay, snif, snif, huele bien… —dijo la pequeña Rocío antes de sacar la lengua como le pedían, y comenzar a pasarla con lentos y deliciosos movimientos a lo largo de la rajita de mi tía. Por lo que yo sabía, Rocío solo había tenido sexo conmigo y con Fernanda, pero también era una rápida aprendiz, y un par de minutos después ya estaba haciendo gemir a su madre.

—Ohhhh, sí, hija, síiiiii. Cómeme más, mete la lengüita ahí, mi vidaaaa, síiiii… eso, más arribita, más arrib… ahíiiii, ahhhh, hmmmm, qué delicia, ¡qué buena hijita tengoooo!

—¿Te lo hace bien mi hermanita, mamá? —preguntó Paloma, sin dejar de lamer el clítoris y la cara interior de los muslos de Fernanda, que no cesaba de gritar mientras me montaba la verga.

—Ahhhhh, qué ricooooo, mi hermano me está metiendo su cosa grande y duuuuuura, no sé qué será pero le están dando mucho amor a mi florcitaaaaaa, hmmmmmmmm —seguía gimiendo Fernanda antes de correrse otra vez, momento en que mi tía le respondió a Paloma su duda.

—¡Tu hermana lo hace muy bien, hija! Es igualita a ti cuando me lo hacías a su edad.

Momento, momento, pensé, mientras mi lujuria alcanzaba niveles estratosféricos… ¿Paloma ya lo hacía con su madre desde hacía tiempo? ¿Qué tan putas eran las dos y por qué me venía a enterar ahora? Paloma, que parecía haber leído mi mente, se apresuró a comentar:

—Uff, mira la casa que puso mi primito, mamá, parece que no sabía. Sí, Felipe, de hecho mi mamá fue mi primera experiencia lésbica, ya te contaré un día cómo fue.

—Ahhhh, Rocío, mi niña hermosa, qué bien lo haces… ahora, acerca un dedito a mi rajita y no dejes de lamer… eso, mételo… hmmmmm, un poco más adentro, esooooooo.

—Está muy mojadito dentro tuyo, mami —susurró Rocío en plena faena.

—Lo sé, hija, ja, ja. Paloma, ¿qué tal si le das a Fernanda algo más de acción, como se lo merece la muy zorrita?

—Ohh, ¡claro! ¿Dónde tienes a Don Juan?

—En el bolso negro, hija, ahhhhh…

¿Don Juan? ¿Quién diablos era Don Juan? ¿Otro amante de mi tía Julia? Paloma se apartó de Fernanda y de mí, y le pidió a mi hermanita que se diera vuelta y me cabalgara como vaquerita a su caballo, que se pegara bien a mí y levantara bien el culito. Fernanda así lo hizo, sentándose de frente hacia mí sobre mi polla, cubriendo la penetración poniendo la mano sobre la faldita, sin dejar su performance de “niñita inocente”.

—¿Hm? ¿Qué me vas a enseñar, prima-profesora? —preguntó Fernanda mientras yo comenzaba a trabajar en su cuello, lamiéndolo de arriba y abajo.

—Esto —contestó Paloma, regresando con un arnés que se colocó alrededor de su cintura, adornada por un largo dildo negro y venoso que al parecer se llamaba “Don Juan”—. Levanta bien el culo, Fer.

—¿Eh? Pero… n-nunca lo he hecho por… —empezó a mascullar mi hermana. Para mí sorpresa, dada su expresión de curiosidad y miedo, parecía que no era parte del acto: Fernandita realmente era virgen por atrás.

—Bueno, ya que soy tu profesora también, ¿quién mejor que yo para enseñarte a que te den por culo, putita? Relájate y abre bien las nalgas, confía en mí. Felipe, no dejes de penetrarla, hazlo muy fuerte para que se lubrique mucho. ¿Lista, primita?

—S-sí, creo que… AHHHHHHHHHHH, mi culooooooooooo.

—Está entrando muy bien, primita, ya la cabeza está adentro.

—Ahhhhhhh, me están… me están follando el culitoooo, y mi coñitooooooo, ahhhhhhh, los dos penes son muy grandesssss, hmmmmmmmmmm, ahhh —Fernanda se quitó el crop top y sus tetas quedaron al fin a la vista, por lo que Paloma no tardó en cogerlas con ambas manos mientras la penetraba con el dildo de goma—. ¡Qué ricooooooooooooo, ahhhhhh, nunca me había sentido así! ¡¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhh!!!!!

Tras unos intentos más, Fernanda quedó doblemente enculada, por mí adelante y Paloma atrás. Yo nunca había follado a una mujer por el culo y ya estaba deseando hacerlo pronto. Sin planificarlo, Paloma ya me estaba enseñando cosas otra vez.

—Este es tu regalito por ser una niña buena, Fer.

—Síiiiiii, soy una niña buena, ¡me siento tan bieeeeeeen!

Fernanda me abrazó fuertemente y me devoró el cuello mientras Paloma y yo intentábamos acoplarnos al mismo ritmo para darle buen placer. No tardamos mucho en acostumbrarnos al ritmo del otro.

Mientras tanto, en el asiento de atrás, mi tía Julia y su hija menor habían cambiado de posición. Ahora Rocío ya se había quitado los mini-shorts y las empapadas braguitas, y estaba sentada sobre el rostro de su madre, que le lamía ruidosa y húmedamente el chumino. Rocío no cesaba de gemir, moviéndose de adelante hacia atrás sensualmente mientras se acariciaba la cola de caballo por sobre su hombro.

—Qué rico está tu conejito, hija, está delicioso, ¿te gusta como le paso la lengüita, bebé?

—Sí, mamiiiii, ayyyyy, está muy bueno, pero… —Rocío bajó la cabeza, nerviosa, sin dejar de montar la boca de su madre. Parecía más tímida de lo acostumbrado.

—¿Pero?

—Quiero… tengo que ir a hacer pipí —confesó Rocío, sonrojándose.

—Oh, bueno, hija, ¡qué importa! Esto solo quedará aquí. Hazlo ahí mismo, sobre mí.

—¿Qué? ¿Quieres que te haga pipí, mami? —preguntó Rocío. Yo quedé de piedra igual que ella.

—¡Sí, hija! Cuando los hombres me lo hacen me corro de puro gusto. Vamos, bebé…

—No puedo creer lo que voy a ver —dije, extremadamente excitado. No sabía cuánto más duraría si esto seguía así.

—Ahhhh, qué guarro, ¡qué morbo! —exclamó mi hermanita, meneándose más rápido en ambas pollas que tenía en su interior—. Nunca he hecho algo así, ¿podría hacértelo algún día, prima-profesora?

—Zorra de mierda, me estás poniendo a mil… ufff, ya me imagino haciendo algo así con mis alumnos cuando los acompañe al baño para que hagan sus necesidades… ahhhh, no voy a poder evitarlo, tendré que ser su bolsa de fluidos, que me usen como su propio baño pers… ahhhhhh, síiii, ahhhhhh —gritó Paloma, corriéndose a la vez que enculaba a mi hermana.

Rocío, roja de vergüenza y excitación, empezó a derramar su líquido dorado en la boca y el rostro de su madre, que no dejaba de masturbarse, y se corrió tal como prometió, al contacto con aquel chorro caliente en su cuerpo, bañándola.

—Ahhhhhhhhhhhh, eso es, bebé, ¡¡¡mea a la puta de tu madreeee!!!

Yo no pude seguir viendo sin actuar. Me aparté de Paloma y Fernanda, abrí la puerta lateral, me subí a la camioneta otra vez, ubicándome entre las piernas desnudas de mi tía, y le penetré bruscamente el coño al mismo tiempo que se corría de gusto. El vehículo se empezó a mover intensamente al ritmo de mi follada a mi tía.

En ese momento, miré a la parte trasera de la camioneta… Francisca estaba allí, sin perder detalle de la orgía. Dejándome impactado, vi que mi hermana mayor tenía los jeans a la altura de sus rodillas, estaba con la camisa medio abierta, y tenía sus dos manos ocupadas: una en uno de sus senos, sobre el brasier; y la otra en su entrepierna, acariciándose su intimidad. ¡Francisca se estaba masturbando, tal como lo recordaba! Por un momento, cuando cruzamos miradas, el tiempo se congeló, mi anhelo se convirtió en pasión… Mi hermana me sonrió dulcemente y yo le devolví el gesto. Desde ese momento, creo que ambos supimos que finalmente algo más ocurriría entre nosotros muy pronto. Por ahora, ella parecía solo querer ver, pero su mirada de placer me indicaba que habíamos roto la primera barrera que habíamos puesto entre nosotros.

—¿Me comerías el coño, mamá? —preguntó Paloma, ocupando sin esperar respuesta el lugar que había ocupado antes Rocío, sentándose sobre el rostro de su madre.

—¡No faltaba nada más, hijaaaaahhhhhh, ahhhhhhhhh! Deja que te devore tu conejo mientras Felipe me folla. Ohhh, Paloma, slurp, slurp, tienes el mejor conejo del mundo, slurp, slurp —le dijo mi tía mientras empezaba a lamerle.

—Ahhhh, ahhhhhhh, ja, ja, lo heredé de ti, mamáaaaahhhhhhhh.

—Me están volviendo loco ustedes dos —confesé, aumentando la velocidad de mis embestidas al interior de mi tía.

En tanto, Fernanda llevó a Rocío afuera de la camioneta y comenzaron a jugar con Don Juan, después de lavarlo con una botella de agua. La primera solo llevaba su minifalda y la segunda solo el top, pero a ninguna parecía molestarle estar casi desnuda al aire libre. Ambas besaron, lamieron e hicieron una paja al largo dildo negro como si fuera una verdadera verga, a la vez que veían el trío de Paloma, mi tía y yo.

—Chio, méteme tus deditos en mi coñito, porfaaaa.

—¿Hm? Está bien, Feña… ay, ay… tú también me los estás metiendo a mí, aaayyyy, síiiii —gimió Rocío, apoyada contra la camioneta mientras Fernanda y ella se masturbaban mutuamente, sin dejar de lamer el juguete de goma.

—¿Te gusta, Chio?

—Muuuuuuucho, se siente muy bieeeeeeen…

—Estás súper mojada. ¿Crees que podrás correrte para mí?

—¡Sí! Me voy a… me voy a…

—Eso, prima. Báñame los dedos… hmmmmmm, creo que yo también me correré en los tuyos, Chio… lo haces muy bien, más rápido, ¡rápido!, ¡¡¡RÁPIDO!!!

Y entonces… llegó el momento del final.

—¡SÍ, CHIO, QUÉ RICO! ¡¡¡AHHHHHHH, PUTA, CÓRRAMONOS JUNTAAAAAS!!

—¡AY, AY, ACABO, FEÑA, ACABO!, ¡¡¡ACABOOOOOOOOOOO, AAAAAAAAY!!!

Paloma y mi tía Julia estaban en las mismas condiciones que las chicas, y no tardaron en anunciar su orgasmo.

—¡MAMÁ, ME VOY A CORRER EN TU BOCA, TÓMATELO TODO!

—¡SÍ, DAME TODA TU CORRIDA, HIJA! ¡¡¡FELIPE, ME VAS A HACER ACABAR!!!

—¡Y LUEGO NOS TIENES QUE DAR TU LECHITA, PRIMO! ¡¡¡AHHH, ESTAREMOS LLENAS DE SEMEN CALIENTE!!!

—De solo imaginarme tanta leche para tanta puta me… me… ¡SOBRINO, ME CORRO, ME CORROOOO, HIJO DE PUTAAAAAH!

—¡¡¡BEBÉTE TODOS MIS JUGOS MAMÁ, ME CORROOOOOH!!!

Me aparté de Julia y comencé a masturbarme frente a Francisca, semidesnuda, que también se estaba haciendo dedo junto a la caja de la camioneta mientras observaba toda la escena. Las otras cuatro llegaron y se pusieron de rodillas frente a mis piernas, mientras yo me hacía frenéticamente la paja. Fernanda y Rocío al medio, mi tía y Paloma a los extremos, todas con las bocas abiertas y los rostros de ruego.

—¿Quieren? —pregunté, sin dejar de mirar a los ojos de Francisca.

—Sí, porfis… —respondió Rocío, observando mi polla con sus ojazos verdes.

—Dános toda la leche que tengas, hermanote, ¡empápanos de leche! —gritó Fernanda.

—No te guardes nada, somos tus bolsas de fluidos, márcanos como tus perras —dijo mi tía.

—¡Dale tu leche a estas putas hambrientas, primo! —exclamó Paloma.

Mi eyaculación se convirtió en interminables chorros de líquido blanquecino, espeso, caliente y pegajoso que se derramó por todos lados, cayendo en las bocas y lenguas de Rocío y Fernanda, en las tetas de mi tía Julia, y en el rostro sonriente de Paloma. También cayó un poco en el cabello y las mejillas de todas. Rocío y Fernanda compartieron su ración con un beso, tal como cuando hicimos el trío. Paloma lamió el semen en las tetas de su madre con pasión, mientras ésta le acariciaba el cabello a su hija mayor. Fue un orgasmo épico del que me costaría tanto recuperarme como olvidarme…

—¡Ah, Fel! —alcancé a oír que dijo Francisca, que parecía también vivir su orgasmo, a la distancia. Yo sonreí, estaba más cerca que nunca de mi objetivo, y lo hice mientras bañaba de leche a otras cuatro mujeres que iban a pasar casi una semana conmigo.

Subimos todos nuevamente a la camioneta, sin molestarse en ponerse la ropa de vuelta. El viaje a la cabaña fue relativamente silencioso, pero no incómodo. No dejábamos de sonreír como idiotas, incluso Francisca, que intentaba disfrazarlo, mirando por la ventana. Sencillamente estábamos más que satisfechos… al menos mientras durara el viaje a la cabaña.

Continuará
-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,327
Likes Recibidos
2,367
Puntos
113
 
 
 
-
Las Chicas de mi Familia – Capítulo 08

En esta ocasión, Leona desafió a Cleo a quitarse las bragas cuando nadie estuviese mirando y que las guardara en su bolso. Luego debía ir donde el profesor de historia, el señor Hernández, sin bragas, pedirle un boli, y masturbarse con este por diez minutos, antes de devolverlo al profesor con sus juguitos vaginales. Uff, yo ya estaba bien caliente, no solo por imaginar lo que mi amiga, con su bello cabello negro, sus maravillosos ojos verdes, sus senos bien grandes, y su culito bien empinado haría… sino porque ese profesor era del que mi mamá estaba enamorada aquel mes, ja, ja. Sí, siempre los iba cambiando, como teléfonos celulares.

En fin, el caso es que Cleo se negó una o dos veces, pero luego le ganó la lujuria, y un desafío era un desafío.

Se quitó las bragas poco a poco, para que nadie más que nosotras lo notara. Leona y yo estábamos muy excitadas ante la situación. Cleo se puso de pie con su faldita corta (era cosa de inclinarse un poco para que se le viera todo, uffff) y se dirigió al profesor que mi mamá deseaba antes de regresar con un boli azul, una sonrisa de oreja a oreja, y la sonrisa pervertida del profesor Hernández, que la seguía con la mirada puesta en el culo.

Cleo nos miró a cada una, sonriendo y sonrojada, y con sutileza bajó la mano. Pronto ya se estaba metiendo el boli en el coñito, haciendo todos los esfuerzos posibles para no gemir como la putita que era. ¿Qué tan adentro estaría?, me pregunté. Necesitaba una polla pronto… Casi me meto yo misma un dedo cuando vi a Cleo mostrarnos los líquidos semitransparentes en el boli con una sonrisa pícara, antes de devolvérselo al profesor, que lo primero que hizo fue olerlo…

Era mi turno. Nos juntamos las tres en el gimnasio, y yo quería hacer algo más entretenido. Desafié a Leona a que eligiera a tres chicos que estuvieran jugando baloncesto allí, y que los invitara al baño del gimnasio con la promesa de que iban a recibir “un premio por jugar tan bien”. Mi rubia y salvaje amiga no titubeó ni medio segundo, se atrevía literalmente a cualquier cosa. Corrió hacia tres muchachos apuestos, y aunque no pudimos oír lo que hablaron, las sonrisas tontas de los tres chicos nos indicaron a Cleo y a mí que íbamos en buen camino. El desafío a Leona era simplemente invitarlos… lo que sucediera después era un premio para las tres, y vaya que yo lo necesitaba. Se lo dije así a Cleo: “vamos a tener polla hoy, ¡prepara la boca!”.

Los tres muchachos se excusaron del entrenamiento por distintas razones y se encontraron con nosotras en las duchas del gimnasio. Teníamos unos veinte minutos hasta que volvieran los demás, pero para nosotras no iba a ser problema.

A mí me tocó un pene corto, pero súper grueso y duro, que me metí gustosa a la boca apenas me senté en el banquillo que tenía más cerca. Ufff, qué cosa más rica, no había nada como comer polla cada día, que la punta te golpee la campanilla mientras la llenas de saliva y poder sentir la textura de sus venas en tus dedos. Le dije al chico que me tomara la cabeza y tratara mi boca como un coño hasta que se corriera dentro, sin pena.

En el banquillo a mi derecha, Cleo devoraba una verga larguísima de un moreno muy alto y musculoso, aunque dos o tres años menor que nosotras, y lo estaba pasando de maravillas. Caía muchísima saliva en la camisa de Cleo, demostrando cuánto le encantaba hacer sexo oral, metiendo las vergas completas en su garganta.

En tanto, a mi izquierda, Leona no pudo aguantarse más, sacó una preservativo del bolsillo de su falda, se lo puso al chico que le tocó a ella (el más guapo de todos, que eligió personalmente), se puso en posición de perrito y permitió que éste lo penetrara. Ufff, aún recuerdo cómo gemía mi amiga, ¡qué golfa que era!

Al final hicimos que los tres penes se corrieran como en diez minutos… Leona recogió semen en el preservativo, Cleo se tragó completamente el suyo, y yo dejé el mío en mi cara para que el muchacho me admirara, como una medalla de honor. A mis dieciséis años ya era una fanática completa y obsesa del olor, el sabor y la textura del semen que salía de un buen pene…

Pero seguía excitada. Y ahora se venía mi desafío. Lamentablemente tuve que esperar cachonda el resto del día, pues Cleo recién me desafió al final de la jornada.

—Paloma, el desafío es que tendrás que tomarte una foto guarra con una pareja sexual…

—Pfff, ¿eso es todo? Es cosa de que agarre a cualquier chico aquí, me lo llevo a un baño y…

—No tan deprisa, Palomita, que no he terminado. La foto tiene que ser con una tía.

—¿Qué? Cleo, yo no soy lesbiana, ¿qué te crees?

—¿Vas a rechazar el desafío, amiga? —preguntó Leona, muy interesada.

—Pero…

—Serás fan de las tortillas por un día, Paloma, nada más. Tienes desde esta tarde hasta la mañana del lunes para sacarte una foto de esas bien guarras que nos gustan, con una chica. ¡Y ni siquiera intentes seducirnos a una de nosotras, que no cuenta!

—Pero…

—¡Pero nada! Un desafío es un desafío, amiga. Esperamos la foto el lunes, ji, ji.

¿Qué iba a hacer? La verdad era que sí, se me había ocurrido robarle un beso o un agarrón a una de las dos, tomarme una foto y ya, antes de que me detuvieran. Tenía algunas otras amigas, ¿pero qué iba a hacer? ¿Ir directamente a su casa y pedirles un revolcón rápido por una apuesta? Las chicas no somos tan fáciles como piensan los chicos, además… yo no tenía experiencia alguna en ello. Con los tíos soy directa cuando estoy ligando y cuando quiero polla, sin sutilezas. Voy, les pido follar, y si quieren, pues me quito las bragas y que empiece la fiesta; y si no quieren… bueno, no es algo muy común que digamos. Pero con tías solo había tenido experiencia con besos tontos jugando a la botella, nada más. No le hacía asco a la idea, las mujeres tienen un cuerpo precioso, pero eso no me hacía lesbiana o bi. Desconocía cómo seducir a una mujer. ¿Qué otra opción tenía? ¿Ir donde mi prima Francisca y pedirle que me comiera el coño mientras le tomaba una foto? ¡Ella era aún más inexperta que yo!

Así que llegué a casa y me puse a pensar en qué hacer… pero no se me ocurrió nada. Esperaría al día siguiente. Le dije a mi mamá que saldría al centro comercial, y que volvería a la tarde. Mi mamá parecía muy feliz al respecto y me deseó suerte.

El problema fue que no alcancé a llegar. No sabía qué hacer realmente allí. Podía ser puta, pero los hombres y las mujeres eran distintos. Incluso si llegaba a resultar que si le preguntara a una chica si era lesbiana, no necesariemente iba a querer tener un revolcón con una extraña. E incluso si me dijera que sí a eso, no sabía exactamente qué hacer, nadie me había enseñado. En palabras simples, no tenía la menor idea de comerme un coño…

Así que me devolví a casa y entré en silencio, decaída. Y entonces fue cuando escuché cosas…

—Oh, señor Fernández…

—Soy Hernández, señora Julia.

—Como sea, tienes una polla descomunal, ¿te lo habían dicho?

Me acerqué a la sala y encontré a ambos en el sofá. El profesor Hernández estaba sentado cómodamente mientras mi querida madre estaba de rodillas a su lado, usando un sexy conjunto de lencería blanco, con el cuerpo doblado para poder chuparle la polla. Ambos me estaban dando la espalda, pero desde mi posición podía ver lo hinchada que tenía la polla mi profesor de historia.

—¿Te gusta, zorrita?

—Me gusta muchísimo. ¿Puedo comerla entera?

—¡Claro que sí, adelante!

No pude evitar excitarme ante la escena. Me desabroché el mini short de jeans que llevaba y comencé a tocarme por encima de las bragas, descubriendo lo húmeda que estaba la zona ya. ¿Preguntan que si me daba asco ver a mi madre teniendo relaciones sexuales? No era primera vez, la verdad, mi madre era una mujer muy abierta, ya la había escuchado follando en su habitación, y era asidua a relatar sus experiencias cuando se embriagaba. Siempre me había enseñado a ser muy liberal en relación al tema, así que me excitaba ver a un hombre como mi profesor metiéndole la verga a mi madre hasta el fondo de su garganta… pero debo admitir que, esta vez, mi cabeza estaba en otra parte, y me estaba dando gustillo también ver a mi mamá mover su cabeza de arriba a abajo mientras lucía ese corpiño y esas bragas con encaje… Hmm.

Noté que mi mamá movía su brazo y hombro, por lo que probablemente le estaba haciendo una paja. En silencio, yo me bajé un poquito las bragas y también empecé a hacerme dedo. Ufff, estaba súper mojada, podría fácilmente haberme metido tres dedos de haber estado en mi cama, por ejemplo, o en cualquier posición más cómoda en lugar de estar de pie, escondida tras un muro conectado a la sala.

—Lo haces como una profesional, eres muy buena en esto.

—Hmmmmm… sí, lo sé, slurp, slurp.

—Sigue, sigue, no pares de chupar.

—Oiga, señor Henríquez…

—Hernández.

—Si lo hago bien, le va a seguir subiendo las calificaciones a mi hija, ¿no?

—Oh, sí, sí, claro que sí… Le está dando un futuro espectacular a su niña, señora Julia.

Había muchas cosas que yo no permitía, y esa era una de las cosas. Valoraba mucho la educación ya en esos tiempos, y si bien nunca había sido mala en la escuela, sí me sorprendía que desde hacía un mes o algo así, mis calificaciones habían subido bastante. ¿Ahora resultaba que se debía a la zorra de mi madre que me estuviera yendo bien? ¿Qué, quería que le agradeciera que estaba cambiando mis calificaciones por su coño? ¡Ni hablar!

Salí de mi escondite con los shorts y las bragas a la altura de las rodillas para gener un mejor efecto. Me puse los puños en la cintura e intenté mi mejor expresión severa:

—¡Madre!

—¡Hija! —exclamó mi mamá, apartándose del profesor con cara de terror.

—Oh, hola Palomita —preguntó mi profesor, que no se molestó en cubrirse la hombría. Al contrario, estaba absorto en seguirse masturbando mientras me miraba de arriba a abajo.

—Qué puta que eres, mamá… Así que ¿por eso subieron mis calificaciones? ¿Porque se la estabas mamando al señor Hernández?

—Hija, no es lo que piensas… —dijo mi madre, poniéndose de pie. Todavía recuerdo lo sexy que se veía con ese conjunto, a pesar de que intentaba cubrirse. Eso que les dice Felipe de que mi madre parece una actriz porno, yo también lo creo. No tiene nada que envidiarle a ninguna.

—¡Eres una prostituta, mamá! Me preguntó qué pensará mi abuela.

—Vamos, hija, no me hables así… mira, no haré más esto, y…

—¡Y usted, profesor Hernández! Dígame, ¿es mi mamá buena en lo que hace?

—Bastante buena para una madurita…, pequeña —dijo el profesor, y noté cómo me follaba con la mirada. Mi chumino estaba echando humo, yo no tenía remedio.

—Mamá, ¿tiene el profesor Hernández una buena polla?

—Hija, deja de decir esas cosas, vamos…

—Ya no eres tan liberal y moderna, ¿eh, mamá? No como me enseñaste. Creo que ahora yo te daré a ti una lección, mamá. Profesor Hernández, ¿es bueno usted en la cama?

—Nunca se han quejado conmigo —contestó él, seguro de sí mismo, masajeándose la enorme y venosa polla.

—Por lo que noté mi mamá tampoco tenía quejas, ¿no mamá? Profesor, ¿le importaría seguirme a mi cuarto? —Me acerqué a ellos y me puse de rodillas frente al sofá, con mi rostro muy cerca de la verga del profesor—. Necesito clases particulares, ¿me puede ayudar?

—Claro que sí, Palomita, claro que sí.

—¡Paloma! Hija, ¿a dónde van? ¡¡¡Paloma!!!

Lo llevé a mi cuarto, y no me molesté en cerrar la puerta. Quería darle a mi madre una lección y sabía que iba, o a escucharme, o a verme follar. Además, mi abuela estaba donde unos familiares y Rocío se había quedado donde una amiga por el fin de semana. Ella pensaba estar libre para follar todo lo que quisiese, pero en realidad era yo quien tenía esa libertad.

Me quité la ropa, y le chupé la polla por cinco minutos solamente, pues ni él ni yo necesitábamos más lubricación que esa. Me acosté en mi cama, me abrí de piernas, y él entró en mi sin esperarse un instante más. Ufff, qué duro que estaba, ¡ufffff, qué grande que era! Me masajeó y lamió mis tetas mientras me penetraba con pasión.

—Qué buena verga… siga, señor profesor… ahhhhhh, fólleme más, más, tal como se folla a mi mamá —le decía, cachonda perdida.

—Tienes el mismo coño que tu madre, Palomita, ¡te voy a subir mucho las calificaciones!

—¡Nada de eso, profe! Mamá, ¿estás viendo, verdaaaaahhhhhh? —pregunté, a sabiendas de que estaba al otro lado del muro de mi habitación, escuchando, o quizás mirándome a escondidas—. ¿Oyes cómo me folla también el profesor Hernández? Él no va a subirme ahhhhh, las calificaciones porque ahhhhhh, yo puedo obtenerlas solaaaahhhhhh, hmmmmm, esto es por placer puroohhhhh, así que siga follándome, profe.

Me gustaban mis senos, sí, pero no eran tan grandes como los de mi prima, o los de Leona, o los de mi mamá. Sin embargo, había algo de lo que me enorgullecía mucho, pues estaba segura que era mejor que el de la mayoría, y era mi culo. Redondo, grande, curvo, súper sexy, todo el mundo me lo miraba. Era una experta moviéndome mientras me lo follaban, y siempre enloquecían de pasión pronto. No le daba mi culo a cualquiera, pero para darle una buena lección a mi mamá, valía la pena.

Saqué un preservativo de mi mesita de noche y le dije al profesor que se lo pusiera. Luego, me puse en cuatro, apoyando mi rostro sobre la almohada, abriéndome las nalgas con las manos. Él, ni tonto ni perezoso, entendió en seguida, se lo colocó, y apoyó su verga en mi entradita.

—¡Paloma! —escuché que exclamó mi madre, más cerca. Debía estar en la puerta ya, aunque yo no podía verla. No importaba, quería que me escuchara. Imaginar que estaba allí, mi propia madre viéndome follar por culo mientras usaba ese espectacular conjunto de lencería…

Hmmmm, tal vez estaba tocándose. Tal vez se había bajado las bragas de encaje para meterse los dedos, y luego, llenos de jugos, llevárselos a la boca para chuparlos. Yo estaba muy cachonda y estaba pensando sin racionalidad. Me imaginé que luego mi mamá me daba un beso a mí, directo en la entrepierna.

—¡Deme por culo, señor profesor! ¡Enséñeme lo que sabe hacer!

—¡Como tú digas, Palomita! ¡Ohhh, alumnita querida, qué apretada que estás, hija de perra!

—Ahhhhhhhh, métalo todo, profesor Hernández, puedo aguantarlo, ahhhhhhhhhhhhh. —La verdad era que el profesor había sido bastante cuidadoso conmigo. Me penetró lenta, pero duramente. Mi ano estaba completamente lleno con su polla, y sentía que estaba tocando todo mi interior. Le pedí a gritos que me partiera en dos mientras me daba pene como a una perra en celo que no pensaba nada más que en follar… follar… follar… follar con… mamá.

El profesor acabó al interior de mi culo tras diez minutos. Fue fantástico, sensacional, pero yo todavía estaba súper cachonda. El señor Hernández cayó rendido y dormido en la cama, junto a mí, pero yo todavía necesitaba más. Ahí fue cuando vi a mi madre, de pie al borde de la cama, con un dedo metido en el coño tras haberse quitado las bragas. Su brasier de encaje hacía destacar muchísimo sus enormes tetas. Habría sido una visión perfecta de no ser porque tenía los ojos lacrimosos.

—Ay, mamá…

—Perdóname, hija, no lo pude evitar. Solo quería lo mejor para ti.

—Lo sé, mamá, pero no lo necesito. —Me senté en la cama y la invité a hacer lo mismo—. Puedo valerme por mí misma, así que si quieres hacer estas cosas, que sea solo por placer, ¿sí?

—Hija, eres muy buena conmigo.

—Es porque te amo, mamá —le dije, y la abracé como una buena hija. Ella me devolvió el abrazo, acariciando la curvatura de mi espalda y mi cintura. Ufff, su calor, qué bien se sentía su calor contra mi cuerpo desnudo.

—Y yo a ti, mi niña. Por cierto… mmm, qué bien hueles, ¿eh?

—Y tú tienes un cuerpo increíble. Ja, ja, creo que envidio un poco tus tetas.

—Con ese trasero que desarrollaste, hija, no tienes nada que envidiar.

—Gracias, mamá…, el profesor me hizo un riquísimo sexo anal.

—Sí, hija, lo sé.

—Pero todavía estoy muy, muy cachonda.

—También estoy al tanto de ello, mi niña.

Mamá y yo nos miramos la una a la otra, en silencio. Pronto, ella se acercó a mí, pero casi un segundo después se apartó y me tomó la mano, maternalmente.

¡Pero yo no estaba para cosas maternas! ¡¡¡Estaba cachonda por mi madre!!! Le tomé el rostro y le planté mi beso más efusivo, el más de golfa, buscando su lengua con la mía al instante. Ella no se molestó en resistirse y pronto madre e hija estaban en el más intenso, sexy, cachondo y morboso morreo que se hubiera visto en esa casa. Yo no tenía idea de que haría eso con mi propia madre, y no sabía muy bien cómo complacer a una dama como ella, pero decidí apagar el cerebro y dejar que mi cuerpo se llevara por la pasión y el instinto más animal.

Jugamos un buen rato con nuestras respectivas lenguas. En eso sí que no importaba demasiado si era un chico o una chica, y yo era muy buena en ello. Siempre he encontrado cierto atractivo en el morreo húmedo, y hasta juzgo si acostarme con un hombre o no en base a ello. Si no sabe besar, incluso si es un bombón, no voy a darle mi coño… bueno, quizás sí, un rato, y mi boca, ¡pero nada más! Las tías tenemos que poner límites…

Mi mamá me comenzó a lamer el cuello, qué rico se sentía. Con algo de timidez, yo me puse a acariciar sus pechos, los primeros que tocaba aparte de los míos. Se veían muy sexys bajo aquel corpiño blanco, pero sentía la necesidad imperiosa de quitárselos pronto. La lengua de mi madre en mi cuello y mi oreja estaba haciendo estragos en mi chumino, sentía que hervía.

—Mamá, ¿qué puedo…?

—Recuéstate, hija, yo te voy a enseñar.

Mi madre siempre ha sido una de mis mejores profesoras, y ella me dio las primeras lecciones teóricas sobre educación sexual y de género desde que tuve mi primera menstruación, pero nunca esperé que se convirtiera en mi instructora, en la práctica. Me recosté junto al profesor, que seguía como un leño, y ella se inclinó sobre mi entrepierna… Ahhhhhh, me excito de solo recordarlo, hmmmm. Su lengua se movió rápidamente en contacto con mi clítoris, al mismo tiempo que me acariciaba los muslos con sus expertas manos. Así fue como comprendí que, incluso en prácticas sexuales que podían hacer tanto los hombres como las mujeres, ellos eran distintos.

—¿Te gusta cómo te toco, hija? —me susurró, antes de soplar en la cara interna de mis piernas. Me volví loca.

—¡Sí! ¡Sí, mamá, me encanta! Es como… como si mi cuerpo entero…

—Tu cuerpo entero es una zona erógena, hija, no solo estos —dijo mi mamá, acariciándome lenta, sensualmente los senos—, o esto…

Esta vez, mi mamá me metió un dedo maravilloso en la vagina, pero en lugar de meterlo y sacarlo rápidamente como hace un pene, comenzó a acariciar, a recorrer y a explorar sobre los rincones de mi feminidad. Hmmmm… qué rico se sentía.

—¡Mamá, me encantaaaaaahhhhhhh! ¡Enséñame más, por favor!

—Claro que sí, hija, así podrás hacer esto con tus amigas.

—¡Me encantaría!

—Esa es mi niña. Ahora, ¿por qué no usas lo que has aprendido, y le comes el chumino a tu madre? —Mi mamá se abrió de piernas, y yo me lancé como una perra hambrienta a devorarlo. Nunca había hecho algo así, pero traté de imitar lo que ella me hizo, metiéndole un par de dedos a la vez que lamía su clítoris.

—Slurrrp, slurp, slurp, hmmmmm, mamá, qué bien hueles, hmmmmmm.

—Hija, qué ricooooo, no puedo creer que esté haciendo con mi propia hijaaaahhhh.

—¿Lo hago bien, mamá? Slurp, slurp, ahhhhhh.

—Muy bien, hija… un poco más lento allí, eso. Eso es, cariño. ¡Ohhh, qué rápido aprendes!

—Vaya, vaya, cual madre cual hija, ¿eh? —dijo el profesor, despertando de su letargo. Noté que su polla estaba empalmada y comenzó a meneársela, pero mamá y yo nos miramos y supimos qué debíamos hacer. ¡Era nuestro momento!

—Fuera —ordenó mi mamá, abrazándome.

—Oh, vamos, no sean así…

—Profesor, ¿me dejaría este momento para mamá y yo? Le prometo que se lo recompensaré en la escuela, y mi mamá hará lo mismo cada vez que pueda. ¿Verdad, mamá?

—Sí, supongo…

—Ok, ok, pero el lunes mismo me lo chupas en el descanso, ¿ok? Diviértanse, par de golfillas.

Y claro que íbamos a divertirnos. Cuando el profesor se fue con toda su ropa, mi mamá abrió el cajón de su mesita de noche y sacó un enorme dildo, negro y venoso, conectado a un arnés. Sí, ya lo conocen, queridos alumnitos y lectores, se llama “Don Juan”. Aquella noche fue la primera vez que mamá me penetró con Don Juan, en cuatro patas como me gustaba, adecuándonos a una follada más similar a las que yo estaba acostumbrada, aunque aún así era distinto. Más sensual que agresiva, supongo.

—Ahhhhh, ahhhh, ahhhhhhh, mamáaaaahhhhhh.

—¡Toma hija, duro, córrete en mi polla, mi amor!

—¡Sí, mamá, dame duro, dame muy fuerte en mi coño!

—¿Me prometes que te correrás?

—Sí, ya estoy muy cerca… —le dije mientras mi madre me nalgueaba, y era la verdad. Su polla de goma estaba muy adentro de mi vagina, y jamás perdía fuerzas o resistencia. Solo seguía follando, seguía, seguía, follaba, follaba, follaba sin parar. Y junto con las nalgadas que me estaba dando mi mamá, ¿cómo no iba a correrme? ¡Me sentía súper puta!

—¡Espera, mamá, olvidaba algo!

—¿Hm? ¿Qué sucede, hija?

—Tengo que mostrarles una foto de esto a Leona y Cleoooohhhh, hmmmmm, síiiii. Es primera vez que follo con una tíaaaahhhhh, ah, ah, ahhhh.

—Hm, ok, hija, tómate una foto así, en cuatro, dominada por tu perra madre… pero que no salga mi rostro. De mis tetas para abajo, o nos podremos meter en problemas.

—¡Está bien, mamá, eso haré… ahhhhh! ¡¡¡¡AHHHHH, ME CORRO!!!! —grité, y con mi teléfono tomé una foto (lo que un par de años después la gente se empeñaría en llamar “selfie”) de mí, teniendo un orgasmo, follada intensamente por una mujer de tetas espectaculares. Luego me tomé otra, en la cama con ella, lamiéndole las tetas.

Cleo y Leona no se lo podían creer… Se calentaron tanto las dos perras que hicimos un trío en el baño después de gimnasia. Pero eso es cuento para otro día. Y bueno, eso es básicamente lo que les quería contar. Follar con mi madre, como hicimos en la camioneta del tarado de Eliseo, no es cosa inusual para mí desde que tenía dieciséis años, y es una de las mejores mujeres con las que me he acostado. Es de las mejores instructoras que he tenido, y en parte me inspiró también para dedicarme a la enseñanza… de historia, y de la anatomía humana, en mis ratos libres, ja, ja.

No se equivoquen, sigo prefiriendo a los hombres, como a Felipe, por ejemplo… pero comerse un coño de vez en cuando nunca está mal. De hecho, ya obtuve el sabor del conejo apretado de mi primita Fernanda, y ya le eché el ojo a mi inocente hermanita, que parece que no es tan inocente ahora, ja, ja. Digo, si ya me he acostado con mi madre, ¿qué más da hacerlo también con mi propia hermana, con lo sensual que es para su edad? ¿Y quién sabe? Francisca también podría ser, si hacemos las paces, o hasta mi tía Andrea. Hmmm… se me está empapando el chumino de solo pensar en ello. ¡No tengo remedio!. En fin. Los dejo ahora con Felipe, para qué él continue su historia. Intentaré no interrumpirlo tantas veces para contar mis experiencias más sexys, pero si sigue acercando ese pollón que tiene a mí, no sé cuánto podré evitarlo.

Continuará
-
 
Arriba Pie