Las Chicas de mi Familia – Capítulos 01 al 04

heranlu

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Las Chicas de mi Familia – Capítulo 01


—¡Te amo muchísimo!

—¡Y yo a ti, mi amor!

—Lo sé… oh, lo sé, sigue follándome así, más fuerte, más…

—No puedo creer que estemos haciendo esto, Fran.

—Yo tampoco. Pero no me importa. No me limitaré nunca más, gritaré a los cuatro vientos cuán loca estoy por mi hermano. ¡Sí, fóllame más, Fel, más, m…!


Uuuuuuufff, me estoy adelantando a los hechos, lo siento. Primero hay que contar cómo llega uno a un punto así, ¿no? Las cosas comienzan por el principio. Ahora las cosas son distintas, yo soy muuuy distinto, pero de alguna manera hay que empezar. Que así sea, entonces.

Me llamo Felipe. Mi edad no es relevante, pero sí es necesario decir que soy el único hijo varón de una tradicional familia de cinco, que se convirtieron en cuatro cuando mi padre decidió irse a hacer su vida a otro lado. Y también es necesario precisar que “una familia de cuatro” es también impreciso. Mi familia es muy grande, pues se expande hacia muchas zonas divertidas que serán relatadas en estas historias.

Mi madre se llama Andrea, tiene cuarenta años y se dedica a vender frutas y verduras en el mercado. Tengo dos hermanas: la mayor tiene veintitrés años y se llama Francisca, mientras que la menor, Fernanda, tiene quince. Por otro lado, mi padre tiene una hermana melliza que tiene dos hijas de distinto padre: Paloma, de veinticinco años, y Rocío, de catorce. En otras palabras, mi abuela paterna tiene cinco nietos. ¿Se preguntan qué sucede con el lado materno? Las historias de familia de mi madre quedarán para más adelante.

Siempre fui muy tímido. Cuando niño, si bien me iba muy bien en la escuela, tartamudeaba con mis compañeros de curso y familiares, y no podía acercarme a la gente que acababa de conocer sin ocultarme detrás de las piernas de alguno de mis padres, cosa que mi padre no se cansaba de recalcar. Lo peor era, desde luego, cuando ellos peleaban entre sí y no sabía detrás de quién ocultarme… aunque la respuesta siempre era la misma: Francisca, mi amada hermana mayor. Todavía recuerdo cuánto me cuidaba, cómo me acariciaba la cabeza mientras nuestros padres discutían, y cómo trataba de aplacar los llantos de Fernanda. Todo el mundo decía que Francisca era "como" un ángel, pero para mí era literalmente mi ángel de la guardia. Pensaba en ella tal vez demasiado. Y quizás el tiempo pasado no es el adecuado aquí, para hablar de mis sentimientos hacia mi hermana mayor.

Todos los viernes y sábados era la misma historia. Llegaba la noche y mi padre decidía organizar una fiesta, siempre con su secretaria, Melissa, que llegaba con sus amigas, todas mujeres alérgicas al recato, por decirlo de alguna manera. Luego llegaban los vecinos y amigos de mi padre con sus botellas de licor, sus risas, más licor, su entretención, licor, y sus ganas de levantarles la falda a Melissa y sus amigas, más que dispuestas a ello. Y cuando eso ocurría, Francisca tomaba a Fernanda en brazos y a mí de la mano, y nos llevaba a la parte trasera de la casa, donde dormíamos juntos. Por un rato escuchábamos las risas, los gritos de furia de mi madre, el ocasional comentario de mi padre criticando mi inseguridad y debilidad, y luego los gemidos cuando comenzaba el evento principal, la orgía en el patio frontal de nuestra casa. Durante todos los fines de semana vivíamos la misma rutina, que terminaba con mi hermana durmiendo con nosotros en el cuarto de atrás…

Hasta que una noche, apenas entró la noche, mamá se hartó y se llevó a Fernanda a un hotel, dejando a Francisca a cargo de mí. Aquella noche sería mi primer encuentro con la lujuria y la pasión, de un muchacho demasiado tímido y suave para la edad que ya tenía, y que lo cambiaría para siempre. Sí, hablo de mí, claro. Y de ella, de Francisca, mi hermana mayor. Tenía el cabello rubio-castaño, los ojos color avellana, un cuerpo de bailarina y el rostro más hermoso que hubiera visto en mi vida. Su sonrisa me iluminaba la vida desde mi más tierna edad… pero en esa ocasión yo ya me fijaba en otras cosas que caracterizaba a las chicas…

—¡Eres un hijoputa! ¡Todo el tiempo es lo mismo, mírate!

—¡Lo que pasa es que tú estás frígida! Tengo que buscar entretención en otro lado, tienes que entender. Así como estoy seguro que piensas en el tarado de nuestro hijo.

—Ese cuerpo podría aprovecharlo más, señorita Andrea… ¿ve cómo me divierto yo con el mío?

El primer comentario venía de mi padre, el segundo de mi madre, y el tercero de la secretaria, Melissa. De más estaba decir que aquella noche de verano estaban todos en estado de ebriedad, y que Melissa estaba montándose a mi padre en el jardín mientras chupaba la polla de otro vecino, y mi madre no aguantó más, hasta que fue a nuestra habitación y se llevó a Fernanda. Antes de que Francisca y yo nos diéramos cuenta que estábamos solos, pudimos escuchar el ritmo de las embestidas de mi padre (y otros vecinos) contra las amigas de Melissa, así como las palabras de ésta:

—¡Sí! ¡Soy una puta, una maldita zorra calienta-penes! ¡Reviéntenme, cabrones, síiiii!

Cuando estas cosas ocurrían, me dejaba llevar por la sonrisa confortante de mi hermana hasta que me quedaba dormido. Sin embargo, esta vez fue distinto. Francisca estaba llorando junto a mí, en aquella enorme cama. Lo hacía en silencio, dándome la espalda, no quería que yo me diera cuenta, pero su temblor y sus serenos sollozos eran imposibles de ignorar.

—¿Estás triste, Fran? —Sí. Esa fue una de las preguntas más tontas que he hecho en mi vida.

—Mamá y papá siempre están peleando, estoy segura que ahora mamá terminará con él. Por eso se llevó a Fernanda, es definitivo.

—¿Crees que nos vamos a quedar con papá?

—No lo sé. —Francisca aún no se daba vuelta, pero permitió que me acercara a ella. Por primera vez, sería yo quien la abrazara a ella—. Papá está con esa puta, y yo no la quiero aquí.

—¿Con quien?

—Con la… No importa. Abrázame, Fel.

Me pegué a ella. Puse mis brazos alrededor de su cintura, y ella se acercó un poco más a mí. Estuvo llorando durante un rato más, pero pronto se le pasó. No sabía si seguía durmiendo o no, pero yo al menos no podía dormir. La razón era evidente.

Tenía mi abdomen pegado a su curvado trasero, cubierto por su short de pijama, por lo que estaba tocando un lugar prohibido con una zona de mi cuerpo que poco a poco empezaba a ganar vigor. A esas alturas de mi vida ya me hacía pajas a cada momento, lo estaba convirtiendo en un deporte olímpico, y apenas comencé a sentir el familiar cosquilleo de la sangre acumulándose en mi polla, tuve la tentación de llevarme la mano allí… cosa que, obviamente, ahora no podía hacer. No con mi hermana allí. “Maldita sea”, pensé. Luego, intenté pensar en otras cosas…

Pasaron los minutos, quizás una hora. No había podido detener la excitación y mi pene tocaba ahora el short de pijama de Francisca. Ella estaba silenciosa, tenía que estar durmiendo ya. Yo no podía aguantar más, así que intenté alejarme de ella para poder hacer una de dos cosas: o ir al baño y hacerme una paja, o quedarme en la cama… y hacerme una paja. Lamentablemente (o afortunadamente, según se vea) no pude hacer ninguna de las dos, pues Francisca se hizo hacia atrás, pegándose aún más a mí. Me puse rojo como tomate. El ruido de la orgía afuera desapareció completamente después de que escuché la respiración acelerada de mi hermana mayor, que tomó toda mi atención. Tras unos minutos de desesperada frustración, curiosidad, inocencia y deseo entremezclados, el movimiento comenzó.

—¿Fel?

—¿Fran?

—¿Puedes abrazarme más?

—...Sí.

Me pegué aún más a ella, y moví un par de veces mi pelvis, como si intentara acomodarme. En uno de esos torpes movimientos, mi mano izquierda terminó cerca de uno de sus senos, y cuando intenté retirarla, ella se movió para que volviera a tocarla allí. Yo estaba más que colorado, sudoroso, con una calentura de campeonato, típica de adolescente, pero que no estaba impulsada por una animadora de televisión, un escote en la calle, o una minifalda en el transporte público: esta vez estaba ocurriendo de verdad. Mi timidez estaba en el camino, pero era momento de acabar con ella… Solo necesitaba un impulso, cualquier cosa. Estaba desesperado, incapaz de hacer nada, inexperto, torpe, pero sin la capacidad racional para recordar que la que estaba junto a mí era mi propia hermana mayor, ¡compartíamos la misma sangre!

Súbitamente, ella me tomó la mano derecha y la llevó a su short de pijama, que se bajó un poco para darme vía libre. Ese era el momento. El Felipe de siempre se habría acobardado, puesto de pie e irse al baño hasta que todo pasara, deseando nunca volver a recordar que aquello había sucedido. Pero si no hacía algo ahora, no tendría otra oportunidad. Mi amada hermana mayor. Mi ángel de la guardia. A aquel ángel fue a quien le metí mano aquella noche.

Francisca respiraba agitadamente, moviendo las caderas progresivamente más rápido mientras los dedos de mi mano derecha se empapaban en su jugo vaginal, sin saber dónde tocar exactamente, aunque en aquella ocasión no parecía importar mucho. Ella también parecía estar descubriendo cosas de sí misma, y aunque no podía verle el rostro, adivinaba que se estaba sintiendo bien. De hecho, me lo dijo. “Me gusta”, repitió un par de veces. Un tibio “sigue” se repitió todavía más. Por mi parte, mi inexperta hombría había cobrado máximo vigor, y me di cuenta algo tarde de que me estaba frotando repetidamente contra el trasero de mi hermana. Se sentía increíble, a sabiendas de lo mal que estaba moralmente. Intenté alejarme, pero Francisca se apegó mucho más a mí.

—¿No te duele?

—No. Sigue. Me gusta.

Francisca se volteó ligeramente y mi mundo se iluminó otra vez. La vi retorcerse, relamiéndose los labios cuando toqué cierto punto húmedo en su entrepierna. Lo volvió a tocar, mismo efecto. Esta vez lo hice un poco más rápido, y ella, llevada por el éxtasis y la lujuria movió rápidamente las nalgas contra mi bulto, masturbándome frenéticamente, haciéndome sentir en el cielo. Ni siquiera tenía la necesidad o tentación de llevarme una mano a mi polla, sencillamente estaba de más. Era increíble. Parecía un volcán a punto de hacer erupción, y ella un motor frenético y vibrante convertida en una máquina de combustión.

Ella me miró fijamente con aquellas avellanas preciosas y acercó su rostro al mío. Me besó en la mejilla, muy cerca de mis labios, a medida que retorcía su cuerpo entero como si le hubiera dado un shock eléctrico. Mi mano se envolvió en un súbito chorro de líquido, yo ya sabía hacía mucho que no era pipí. Me sentí feliz. Sin detenerse, Francisca llevó su mano hacia atrás y sin asco me agarró el miembro. Comenzó a frotarlo más fuertemente contra su entrepierna mientras curvaba su espalda más y más, para facilitar sus movimientos.

—¿Te gusta, Fel…? —me preguntó.

—Sí. Está rico —le dije. ¿Qué otra cosa iba a hacer? ¿Mentir? Nunca me había sentido mejor en toda mi puta vida.

Sentí el familiar gustazo a punto de llegar, y no sabía cómo reaccionaría ella, pero no me detuve. No podía, no con lo excitado que estaba. Ella no parecía dispuesta a parar tampoco, pues se volteó rápidamente, me tocó el rostro con la otra mano, y me besó en los labios. Luego, expulsé un montón de maravillas blancas sobre la mano de mi hermana. Me corrí con el primer jodido beso de mi vida, en medio de temblores y confusión sobrenatural, mientras mi hermana mayor pegaba sus labios a los míos. Sabía dulce. Eso sería lo único que recordaría de su sabor por su buen par de años.

Francisca se apartó de mí de un salto. Incluso en la oscuridad podía ver lo roja que estaba, así como la expresión de espanto en el rostro del ángel de mi vida.

—P-perd…

—¿Fran? ¿Francisca? —repetí, sin entender.

—¡No, no, no! —exclamó ella, cayendo sobre la cama, agotada. No me atreví a tocarla ni abrazarla. No sabía qué había sucedido, pero en ese tiempo estaba seguro de que había sido mi culpa, de que había hecho algo malo. Dormí a su lado, con los dedos aún húmedos con sus jugos, así como los de ella con mi semen.

El viernes siguiente, los mismos eventos no se repitieron. Mi madre decidió que Francisca debía estar lejos de su padre, y se fue a vivir con mi abuela. Me quedé solo con mi madre y mi hermana menor. Eventualmente, Francisca comenzó la universidad y se quedó a vivir allá, y cada vez que nos encontrábamos, los silencios y las miradas cabizbajas me rompían el corazón. Mi padre se largó. Fernanda comenzó a cambiar poco a poco a medida que entraba en la adolescencia, convirtiéndose en alguien muy distinto de su hermana mayor.


Continuará
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Las Chicas de mi Familia – Capítulo 02

Sentí una familiar sensación en mi ingle, la de la saliva haciendo contacto con mi hombría. Abrí los ojos después de una larga y maravillosa noche, y encontré el rostro y los ojos dorados de mi hermana mayor, con su boca rodeando mi polla. Como siempre, sonreía mientras me hacía sexo oral y se tocaba la entrepierna.

—¿Despertaste bien?

—¿Cómo no despertar bien así?

—Lo imaginaba, ja, ja… Por cierto, no he tomado desayuno. ¿Podrías darme mi lech...?

¡Momento, momento! Sí, ahora sería un buen momento para relatar lo que me sucede en el presente, después de aquel flashback relatando mi primera experiencia sexual con mi hermana mayor, hace varios años… pero aún no. Mi hermana mayor es especial, en el fondo sabía que era el premio mayor… pero para complacer a aquel premio mayor, necesitaba ganar toda la experiencia y sabiduría posible, y para eso tenía al resto de mi familia. Ahora que Francisca y yo disfrutamos tanto, sé que follármela fue un triunfo final, pero en aquel entonces pensaba que mi querida hermana estaba muy lejos de mi alcance, y el resto de mi familia me ayudó a entender que era todo lo contrario.

Aún falta relatar más cosas sobre el pasado, antes de encontrarnos en el presente; específicamente, les contaré algo ocurrido dos años atrás, cuando comencé mi proyecto de ganar la experiencia necesaria para mi objetivo.

Mi ángel de toda la vida, mi hermana mayor Francisca, vivía en la universidad, donde estudiaba para ser kinesióloga. Mamá y yo no la veíamos a menudo, y cuando venía de visita a casa, siempre había horribles silencios incómodos y momentos torpes. Ella me esquivaba continuamente. En aquel tiempo, yo estaba seguro de que había sido mi culpa. Yo había provocado que mi hermana me odiara, después de aquella noche de verano en que, por más cómico que suene, nos habíamos masturbado el uno al otro mientras se realizaba una orgía afuera organizada por nuestro padre. Francisca sí hablaba con mi otra hermana, Fernanda, pero ésta nunca me decía de qué hablaban. Fernanda era una muchacha muy complicada con la que yo no llevaba una relación muy amigable. Lucía casi idéntica a Francisca a su edad, con el mismo largo cabello castaño-dorado, la piel blanquecina, las curvas que ya comenzaban a destacarse, pero también tenía sus diferencias: sus ojos eran más oscuros, y su personalidad era impulsiva, rebelde, incluso molesta a ratos, muy distinta a su adorable hermana mayor.

Yo también había cambiado. Era cada vez menos tímido. Hasta tenía una novia, una compañera de la escuela con la que me gustaba pasar tiempo, con quien salía durante el día, y con quien hablaba por teléfono cada noche. Ni mi madre ni la suya eran lo suficientemente abiertas de mente como para permitirnos salir de noche juntos, o quedarnos en la casa del otro, pero teníamos nuestros momentos. Nos besábamos todos los días afuera de la escuela, así como en los descansos, y hasta habíamos comenzado a tocarnos mutuamente, a escondidas, presas de la lujuria juvenil. Me había venido en sus manos y ella en las mías, pero no había pasado demasiado más que eso.

Entonces fue que (recordatorio de nuevo, hace dos años) fui a ver a mi abuela paterna, que vivía a media hora de mi casa. Allí vivían 4 mujeres y una perrita llamada Dulce. Aparte de mi abuela, vivía allí mi tía Julia, que era la hermana melliza de mi padre. Con ellas también vivían las hijas de mi tía Julia, es decir mis primas: Paloma y Rocío. De vez en cuando me encontraba con mi padre allí, pero en esta ocasión, afortunadamente, él no estaba.

Con mi abuela era difícil hablar de cualquier cosa sin que la conversación inevitablemente se fuera al tema de la relación entre mis padres. Que mi madre debería disculparse con mi padre por no ser una buena esposa, que él era un increíble hombre proveedor, que se parecía muchísimo a su difunto esposo, que mis hermanas y yo debíamos llamarlo por teléfono más seguida, bla, bla, bla. Pronto me aburrí y salí al patio trasero con la excusa de ir a jugar con Dulce. En su lugar, afuera estaba mi tía Julia colgando ropa en el tendero, un bomboncete sacado de una peli porno de los ochenta, detrás de quienes estaba un sinnúmero de tipos, dos de los cuales habían conseguido tener una hija con ella, pero no una relación estable. Tenía curvas de infarto, enormes tetas y un redondeado trasero, labios gruesos y rojos, y cabello castaño y ondulado que alcanzaba su cintura. Llevaba un ajustado pantalón de jeans que remarcaba sus curvas, y una camiseta sin sujetador debajo, por lo que sus gigantescas tetas botaban como locas cada vez que colgaba una prenda, o cuando se inclinaba y su generoso escote revelaba sus preciados tesoros gemelos.

Aunque yo tenía una novia (y antes había estado en otra corta relación) y sin contar lo que había ocurrido con mi hermana hacía años, la verdad era que yo era casto y aún inexperto. Todavía tenía mis hormonas desesperadamente alborotadas, y aún estaba en una edad en que necesitaba tener sexo pronto. ¡Si mi novia no lo permitía pronto iba a estallar! En fin, que ver a mi tía así hizo que me pasaran cosas, en especial cuando me saludó de un efusivo beso en la mejilla y me dio uno de sus típicos y apasionados abrazos apretados.

—Ay sobrinito, qué grandote estás.

—S-sí, ja, ja, gracias.

—¿Has estado haciendo ejercicio? No me negaría a que me tocaras entera con esas manotas que te gastas, je, je.

—¡Tía, qué cosas!

Olvidaba decirlo. Mi tía Julia es una calienta-pollas profesional, de esas que seducen a todo lo que se mueve, y que es perfectamente consciente del efecto que produce. Bromeaba siempre, con todo y con todos, con el solo objetivo de poner a medio mundo incómodo y a la otra mitad cachonda, fueran familia o no. Era, para todos los efectos conocidos, una más que apetecible MILF de 45 años.

Al mirar atrás, vi a mi prima Paloma mirándome por la ventana, sonriendo pícaramente. Me sonrojé, y recuerdo lo mucho que se me paró en ese momento, a pesar de cuánto deseaba que se me pasara.

—Usted se ve muy bien también, tía —me atreví a decir.

—Como siempre, tan galán. Un día espero que me faltes más el respeto, je, je.

Dicho eso, entré a la casa, a sabiendas de que mi prima tenía su pícara mirada puesta en mí, burlándose de mi vergüenza.

Paloma, mi prima mayor, tenía veintitrés años en ese entonces y estaba realizando su práctica profesional como profesora. Era bella, igual que Francisca o su madre, pero con una belleza más exótica. Su padre, un hombre dominicano que nadie sabía dónde andaba ahora, le había heredado una piel morena, cabello y ojos oscuros, y estaba dotada de un cuerpo delgado, alto y sensual. Tenía senos algo pequeños a diferencia de su madre, pero contaba con un maravilloso trasero para compensar, uno de los mejores que he visto (y tocado, y besado, y follado… pero ya llegaremos a eso) en mi vida. Paloma había tenido una juventud rebelde y alborotada, salió con todo hombre que se le puso por delante, hasta que conoció a un robusto futbolista llamado Eliseo con el que llevaban 3 años de relación, y que me sacaba al menos 2 cuerpos de anchura y altura. Paloma siempre había sido amorosa y dulce conmigo, era una mujer efusiva, idealista y alegre, pero cuando arqueaba sus labios en aquella sonrisa misteriosa, yo caía presa del pánico. Las últimas dos cosas que quedaban por decir de Paloma eran que a) parecía ser una excelente profesora, muy del estilo progresista y liberal; y b) se llevaba muy bien con Francisca.

En fin, que eventualmente mi abuela decidió echarse una siesta, mientras que mi tía Julia se iba con sus hijas a un salón de belleza al que le encantaba ir, me pasó las llaves de la casa, y como ya había pasado unas cuantas veces antes, quedé a cargo. Encendí el televisor y me puse a ver una película de acción que estaban pasando, una de esas ochenteras. Pasados quince minutos, la sexy actriz principal me empezó a recordar a mi tía Julia, me calenté, y pronto ya tenía mi mano derecha sobre mis pantalones. Como ya les dije, todavía estaba en aquella época en que me calentaba con cualquier cosa que tuviera tetas y culo. No pude controlarme.

Se suponía que nadie estaba en casa. Se suponía que estaba solo y podía hacer lo que quisiese hasta que mi tía y primas llegaran, o hasta que mi abuela despertara de su larga siesta. Era exquisito, era prohibido, y se suponía que tenía que salir impune. Estaba con la polla en mi mano cuando escuché una voz detrás mío, y al voltearme en el sofá, me encontré con mi prima allí, mirándome con sereno enfado.

—¿Está bueno, Felipe? —preguntó ella. Me quedé de piedra.

—¡Paloma! —Por supuesto que yo tenía que hacer una estupidez así. Vi a mi tía salir con mi prima menor, Rocío, y simplemente asumí que Paloma había ido con ellas al salón de belleza. Lo asumí por ninguna razón en particular, más allá de mi habitual torpeza.

—¿Masturbándote en la casa de tu abuela con una tipa de la TV que también podría ser tu abuela? ¡Típico de los pendejos de tu edad! Te pregunto de nuevo, primo, ¿está buena la paja?

—Perdón, Paloma, perdona, es que pensé… pensé… —Bajé la mirada a mi pene, que perdió fuerzas. Me sentía horrible, humillado, quizás hasta habría llorado si hubiera seguido viendo la mirada juiciosa y enfadada de Paloma, en lugar de aquella alegre y cariñosa que siempre me dedicaba. Decidí atreverme y mirarla otra vez.

En esta ocasión, Paloma sí me sonreía. Su sonrisa iba de oreja a oreja, y tenía sus ojos café brillantes, como quien acababa de hacer una maravilla. Una broma maravillosa, sin duda.

—¡Ay primo, no seas bobo, ja ja! ¿Cómo voy a regañarte por hacerte una paja? —preguntó ella con su picardía y efusividad de siempre, acariciándome el rostro para calmarme—. Es completamente normal, en especial a tu edad, tranquilo.

—¿No estás enfadada por hacer esto aquí? —Iba a guardarme la polla en mis pantalones otra vez, pero ella me detuvo agarrándome el brazo.

—¿A dónde vas con eso? Vamos, continúa con confianza. Pfff, si supieras en qué lugares me he hecho un dedo yo, no tendrías tanta vergüenza.

—¿Tú? ¿Tú también? —Me sonrojé. Solo la breve imagen en mi imaginación de mi sexy prima masturbándose en lugares prohibidos me encendió nuevamente. Sentí la sangre acumulándose otra vez allí abajo.

—¿Qué, te crees que solo los tíos lo hacen? Las chicas lo hacemos todo el tiempo, solo que en general no lo dicen. Yo sí, me da igual quién lo sepa. Y hasta le diré lo mismo a mis alumnos y alumnas, es una práctica sana.

Solo en ese momento puse más atención a Paloma. Llevaba puesta una faldita blanca de pliegues que cubría hasta un poco por arriba de las rodillas, y que combinaba muy bien con su piel morena. Llevaba zapatos de tacón que la elevaban varios centímetros y levantaban muy bien su torneado culo. Lucía una camiseta roja, muy sensual y escotada, con una camisa blanca abierta encima.

—¿Segura?

—¡Claro que sí! ¿No recuerdas cuando Fran lo hizo contigo? Y estoy segura de que hasta la noviecita esa que tienes también lo hace, aunque se muere de ganas de que tú la toquetees.

—Espera… ¿qué Fran qué?

¿Acababa de decirme que mi hermana le había contado lo de nosotros cuando éramos más jóvenes? Sí, eso acababa de decirme. Yo estaba confundido, inquieto y excitado. ¿Se lo habría confesado en alguna borrachera? ¿Y a mi prima no le molestaba que mi hermana y yo hubiéramos hecho esas cosas? Ninguna de esas preguntas las contestó, limitándose a tomarme de la mano.

—Pregunta: ¿has follado con tu novia o todavía no?

—¿Eh? No, pero ¿qué tiene eso que…?

—Ya veo, excelente. En fin, bájate los pantalones y sígueme a mi habitación, vamos.

Sin pensarlo, tras unos segundos, ya estaba en la amplia habitación de mi prima, sin pantalones ni calzoncillos, mostrándole mi duro pene erecto a Paloma, que estaba sentada sobre su cama sin dejar de observarme de arriba a abajo.

—Muy bien, muy bien… Me gusta.

—¿Qué está sucediendo? Paloma, si viniera mi abuela o…

—Nah, nada pasará. O más les vale que nadie se aparezca aquí.

—¿Pero y si viene Eliseo a buscarte?

—¿Qué más da? Tenemos una relación abierta, follamos con otros todo el tiempo. Mira, Felipe, quiero que te calles y pienses en esta oportunidad. No hay nadie aquí más que nosotros. Eres un adolescente cachondo a quien claramente no le dan lo que necesitan. Te pusiste caliente conmigo y con mi mamá. Tienes un gran pene, que debería usarse como corresponde. Y yo… —Paloma se puso de pie y se acercó a mí con sensualidad, contoneándose, enfatizando el movimiento de su fenomenal culito—, y yo tambien estoy cachondísima. Aprovecha. Soy una profesora que puede enseñarte muchísimo para que estés preparado para el futuro.

Sin decir nada más, Paloma me abrazó el cuello con los brazos y me plantó un efusivo beso en los labios. Fogoso, ardiente, casi me quemó de deseo en un instante, algo que no me había ocurrido ni una sola vez con mis dos novias anteriores. Introdujo su lengua en mi boca sin tardanza, jugueteando con la mía al interior de mi boca, masajeando su largo y su ancho mientras restregaba sus senos contra mi pecho.

—Vamos, puedes hacer más que eso. Muestra que me deseas, primo.

Decidí hacer justamente eso, y con algo de timidez al principio y más fuerza después, le agarré ese objeto maravilloso de mi deseo, su redondo, grande y apetitoso culo, cosa que ella me agradeció tomando mi pene con su mano, procediendo a hacerme una paja con una increíble destreza. No se comparaba ni siquiera con las pajas que yo mismo me hacía, menos con las que me había hecho mi novia.

—¿Te gusta, primo? —me susurró al oído.

—Sí, mucho —le contesté, con la respiración entrecortada. Paloma masajeaba mi polla con habilidad, agarrándola lo suficientemente fuerte para que no fuera incómodo, y para que yo me sintiera en el cielo, moviendo la piel de adelante hacia atrás a un ritmo vertiginoso y sensual.

—La primera lección fue el “Beso Francés”, y diría que pasaste con una buena calificación. Se nota que tienes algo de experiencia en ello, pero fue solo el comienzo. Yo, tu profesora sexy, procederé a enseñarte la segunda lección, que sé que será nueva para ti: la “Mamada de Polla”.

Paloma me atrajo nuevamente hacia la cama, se sentó al borde de ella, y sin esperar nada más se introdujo mi pene a su boca de una sola vez, en su enteridad. Por un par de segundos usó la lengua para masajear alrededor del tallo, a un lado y al otro. Y luego, lentamente, comenzó a sacar mi polla de su boca, derramando saliva sobre cada centímetro de mi miembro, con los labios rodeando mi hombría como si fuera un delicioso dulce.

—Ummm, sí, ¿te gusta, primo? Me encanta chuparlo, es lo mejor.

—¿Sí? —inquirí con los ojos semi-cerrados.

—Sí, me fascina lamer penes. En la escuela lo hago cada vez que puedo, con quien pueda. En particular me encantan los penes jóvenes, ya soy la profesora favorita de muchos a pesar de que todavía no me gradúo, ja, ja.

Paloma usó la mano derecha para masajearme los testículos mientras se quitaba la camisa y luego se llevaba la mano izquierda a su entrepierna, debajo de la faldita. Chupó todo el largo de mi pene, una sensación espectacular, nunca imaginé que sería tan así. Era una experta, y muy dedicada, se sacaba la polla de su boca solo para lamer el glande o mis bolas, o para decirme sus sensuales guarradas.

—Ohh… Oh, Paloma.

—Ya me imagino con todos esos penes jóvenes a mi disposición, la profesora más cachonda de la escuela que tiene a todos sus estudiantes locos por ella. Duros, grandes penes ricos solo para mí, hmmmm, sí… —Paloma se estaba masturbando rápidamente, pero yo estaba más cerca.

—Paloma… ¡ya! —le avisé que iba a correrme, pero ella se detuvo bruscamente.

—¡No! Deseo tu leche, primo, pero para después. Ven. —Paloma se recostó sobre la cama, se quitó las bragas, y tras tirarlas al suelo se abrió de piernas—. Mira, primo, esto es una concha. Ahora tendrás tu lección número 3 —dijo, abriéndose los labios y apuntando con un dedo a su clítoris—: “Comida de Concha”. Adelante, primo, tienes que… ¡Ay, primo!

Yo ya sabía lo que tenía que hacer. Era la primera vez, sí, pero parecía que lo hacía bien. Sabía dónde tenía que enfocarme, y que el buen sexo oral dependía de hacer un buen servicio a la pareja, de hacerla sentir especial y dedicar tiempo para ella. Así que me lancé a comerle el coñito a mi prima, estaba riquísimo y sus jugos vaginales desbordaban. Usé mi lengua para lamer rápidamente su clítoris, haciendo círculos y alguna que otra figura más. Después de un rato, también introduje mis dedos, y dados los fuertes gemidos de Paloma, parecía que lo estaba haciendo bien.

Por un fugaz momento, tuve un deseo efímero: pronto, muy pronto, le haría lo mismo a Fran. Costara lo que costase, lo haría.

—¿Lo hago bien?

—¡Lo haces delicioooooooso, primo! ¡Qué rico, qué rico! ¡Ah! ¿Quién habría pensado esto de ti, tan dulce y tímido? Uffff, qué lengua más rica, tus dedos están muy adentro, qué delicia, más, más, más, cómete la concha de tu prima… Ahhhhhh, voy a correrme, primo, un poco más, esoo, esoooooo, ahhhhhhhhhhhh.

Por instinto, di un salto hacia adelante después de sentir el fuerte estremecimiento que recorrió el cuerpo de Paloma, me lancé encima de ella, y ubiqué mi pene cerca de su mojado coño. Sabía que esto ocurriría. Esto finalmente pasaría, por fin penetraría a una mujer, y jamás pensé que sería mi propia prima, mi adorada Paloma que tanto me estaba enseñando.

—¿P-puedo?

—¿Quieres metérmela, primo? —preguntó ella, con un rostro en éxtasis.

—Sí… —No duraría mucho, estaba seguro, pero quería hacerlo de todos modos. Mi primera vez sería con aquella mujer impresionante.

—¿Quieres que te enseñe esto y más cosas?

—Sí.

—¿Tal vez alguna vez usarás lo que te enseñe con ya-sabes-quién?

—¿Puedo? —repetí, intentando ignorar las implicancias de lo que Paloma estaba diciendo.

—Lección número 4, primo: “¡Follada de Coño!”

Introduje mi polla sin dificultad en el empapado chumino de mi prima, a la vez que agarraba sus tetas por encima de su camiseta. Había sido movido por un impulso invisible, y este impulso también me llevó a mover de atrás hacia adelante, una y otra vez, teniendo sexo por primera vez.

—¡Ah, sí! ¡Se siente bien!

—¡Se siente genial, primo, qué delicia! Ufff, parece que voy a tener que aprobarteeee. Eso es, masajea mis tetas, muévete más fuerte, más rápido, ¡más duro!

—¡No creo que…!

—Sigue, no pares, no te preocupes de nada… Ahhhh, sí, estás teniendo tu primera vez, así que hazlo rico y duro, primo. Daleeeee pene a tu profesora Paloma, a tu profesora le encanta tu peneee, mete, saca, mete, saca…

—¡Ahh…! Ya no…

—¿Vas a correrte? Está bien, apártate, córrete en mi boca.

No había estado ni cinco minutos, pero no me importaba. Solo quería correrme. Bombée con fuerza en el interior de Paloma, agarrándola de la cintura, y cuando realmente no pude más, me aparté de ella. Sería como en las porno, donde la chica se bebe con deleite el semen del tipo.

Sin embargo, el destino tenía otros planes para mi torpe, pero satisfactoria primera vez. No alcancé a llegar a su boca, eyaculé apenas me aparté de Paloma, y todo mi semen fue a parar al estómago de mi prima, que seguía gimiendo de gusto.

Paloma recogió algunos rastros y se los llevó a la boca, probando mi sabor. Sonrió, parecía haberme aprobado en eso también.

—Ufff, primo, sabe delicioso. Necesitas practicar más tu resistencia, y muchas otras técnicas más que por supuesto que te enseñaré, siempre y cuando me des a beber más de esto, hmmm.

—¿Lo hice bien? —¿Qué me miran? Era mi primera vez, es obvio que iba a preguntar algo así.

—Claro que sí, tu profesora te ha aprobado. Pero no cantes victoria, esto es solo el curso inicial.

Escuchamos unas llaves y supimos que la tía Julia estaba de regreso, así que ambos nos vestimos e hicimos como si nada hubiera pasado. Sin embargo, volví a la semana siguiente, y Paloma me dio otra lección. Y luego otra. Y otra. Paloma fue mi primera profesora sexual, y eventualmente se convertiría en una de mis parejas favoritas… Muchas de las cosas que me enseñó las utilizaría con otras, en la escalera que me llevaría a cumplir mi deseo: necesitaba estar con Francisca una vez más.

Continuará
 

heranlu

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Las Chicas de mi Familia – Capítulo 03


—Estoy muy cachonda, Fel.

—Lo sé…

—¡Aunque debería estar molesta contigo! ¡Te la follaste en casa!

—Sip.

—¡Y sin mi permiso! Tú sabes que me gusta participar y ver a nuestra hermanita enculada…

—¿Cuán cachonda estás, Fran?

—Lo suficiente para que me arrojes a ese callejón y me folles por todos lados, hermano.


¿Que si estamos en el presente ya? No, lo siento, aún falta que relate una experiencia más para llegar al tiempo de ahora, y empezar la ruta para contarles cosas como la que está ahí arriba, en cursiva. Tras comenzar mis lecciones sexuales con mi prima Paloma, dos años atrás, mejoré bastante en mis relaciones sexuales con mi novia, con quien follaba a menudo, hasta que terminamos, encontré a otra chica, y luego otra… Estaba teniendo suerte. Me sentía muy seguro de mí mismo, en especial después de cada vez que me acostaba con mi prima y me enseñaba algo nuevo.

Lo que les contaré ahora transcurrió hace algunos meses. En ese momento estaba soltero, pero bastante alegre. Seguro que ya adivinan cuál es mi posición ante el incesto, considerando que me estuve follando a mi prima, estuve fantaseando con mi tía… pero también deseaba a mi hermana mayor. Y aún quedaban cosas que aprender.

Era el cumpleaños número catorce de Rocío, mi prima, y la medio hermana de Paloma. Rocío era una chica adorable y pecosa de cabello castaño oscuro, delgada, que todavía gustaba de ver películas animadas o románticas, era dulce y soñadora. Tenía unos ojazos verdes y brillantes que había heredado de su padre. En esta ocasión, había invitado a todas sus compañeras de escuela, pues se llevaba bien con básicamente medio mundo. Desde luego, la fiesta se estaba haciendo en la casa de mi abuela, repleta de globos rosas y blancos por doquier. En mi caso, sin embargo, mi mirada solo estaba puesta en mi hermana mayor, Francisca, que se había dado un tiempo libre de la universidad para felicitar a su prima.

Me sentía más confiado en mí mismo, me atrevía más a menudo a flirtear con chicas y convencerlas de hacer cosas de adultos… pero no iba a hacer lo mismo con Francisca. Ella era especial, necesitaba un tipo mágico y único de dedicación. Mi hermana mayor no era simplemente “una chica”, era mi ángel. No iba simplemente a arrojarme sobre ella… Esto tenía una dificultad, claro: significaba que nuestros mutuos silencios incómodos, cruces de palabras inocuos e incapacidad para mirarnos por más de un segundo seguían permaneciendo allí, golpeando contra mi corazón, recordándome mi culpa por lo que había hecho con ella hacía años.

En la fiesta, además, estaban mi hermana Fernanda y mi prima Paloma, desde luego, así como mi tía Julia. Pero había una sorpresa que no esperaba allí: mi padre asistió al evento para felicitar a su sobrina… y no venía solo, si no que llegó con Melissa, su secretaria. La mujer que había provocado que mi madre se divorciara de mi padre, y quien organizaba locas orgías en mi casa mientras Francisca y yo nos ocultábamos. Era el estereotipo andante de la secretaria sexy, curvilínea, con cabello negro atado en un moño, gafas seductoras, una falda ajustada, pantis oscuras, una camisa blanca y escotada, y zapatos de tacón. Y eso que era domingo, no se suponía que trabajara…

En fin. El asunto es que yo estaba allí, rodeado de mujeres asombrosas y sensuales, en medio de una fiesta de canciones y juegos, a la vez que esquivaba la mirada de mi padre, que afortunadamente estaba demasiado ocupado en tratar de seducir a las mamás de las compañeras de Rocío. Melissa parecía más que bien con ello, sonriendo pícaramente con cada acercamiento de su amante a las otras mujeres.

A su vez, mi tía Julia se divertía con los hombres, contando bromas subidas de tono mientras bebía con ellos en el jardín trasero de la casa, a pesar de las críticas de mi abuela (que no tenía en el mismo pedestal a su hija que a su hijo). La mesa junto a ellos estaba llena de whisky, ron, cervezas, un par de aguardientes y una tímida botella de vino que nadie se atrevía a tocar. Cada vez que se reía, los bucles de su cabello parecían bailar, su sonrisa de ampliaba, su nariz enrojecía, y si mi visión estaba correcta, tenía menos prendas de vestir encima que al principio de la fiesta. Ahora solo llevaba unos ajustados pantalones de jeans azules y una camiseta blanca sin tirantes que hacía resaltar sus enormes tetas, dignas de una actriz porno vintage. Pegado a ese atuendo estaba yo cuando mi tía Julia me pidió que fuera a la habitación de Rocío a preguntarle a ella y sus amigas si querían pastel…

En el camino a la habitación me crucé con una escena curiosa. En el comedor estaban mi padre y Francisca, conversando silenciosamente, cruzando miradas severas y manteniendo distancia entre ellos. Si alguien podía decirle sus verdades a ese idiota era mi hermana mayor… y quizás yo, de no ser porque cometí uno de los más idiotas errores de mi vida, que fue no intervenir y preguntar qué estaba sucediendo. Me habría acercado un poco más a mi hermana, pero en su lugar, tomé la acción de la que me arrepiento todavía: seguí mi camino de largo.

Pensando en Francisca abrí la puerta de la habitación de Rocío, donde ella, Fernanda y sus amigas formaban un círculo al centro de la habitación, sentadas en el suelo. Reían y cuchicheaban en silencio, compartiendo un secreto que casi me lanza al piso también. Al husmear un poco más, me di cuenta de que estaban leyendo unas revistas…. No simples revistas de moda o grupos de pop, sino que revistas eróticas donde aparecían hombres y mujeres desnudos en escenas softcore que incluían felaciones y sexo vaginal censurado.

Lo que más me impactó fue atrapar a mi hermana menor, Fernanda, tomándose una selfie con una de sus compañeras, con los rostros uno junto al otro, las lenguas afuera y muy cerca, simulando un beso francés lésbico que había en la revista.

—Ehhhhh… ¿chicas? —pregunté, y todas se voltearon a mirarme. Algunas, asustadas, intentaron esconder las revistas lo mejor que pudieron; otras soltaron un grito y se llevaron las manos a la boca, incluyendo a una roja de vergüenza Rocío; y un par, incluyendo a mi boba hermana menor, me miraron divertidas y pícaras.

—¿Sí, hermanote? ¿Quieres leer con nosotras? Ja, ja, ja.

—No, ¿pero quizás nuestra tía querría? ¿Te parece que le diga?

Fernanda me miró maliciosamente y dejó de sonreír.

—No.

—Me parece bien. En fin, ¿quieren pastel? —Algunas, tímidamente, levantaron la mano y otras no. Salí de la habitación pensando en lo que acababa de ver, y peor aún, con una erección creciente. ¿Qué diablos está mal conmigo?, pensé. Eras menores que yo, y dos de ellas eran mis familiares, pero después de verlas curioseando sobre su sexualidad… ¿Qué más podía hacer? No soy de piedra.

No encontré a mi tía Julia en el jardín trasero, y una de las visitas ahí me dijo que había ido con la secretaria de mi padre a repasar unas recetas a la habitación de mi tía. Estaban todos absolutamente ebrios, el tipo que me dio la información se había esforzado un montón para hilar sus palabras y formar una oración coherente, antes de que todos me dieran a entender que no les interesaba que mi tía y la secretaria estuvieran haciendo cosas “de mujeres”, y que preferían lo que vendría después, “cosas para hombres”.

Subí las escaleras en dirección a la habitación de mi tía Julia, y me topé con ella justo en medio. Lo primero en lo que me fijé fue en lo alborotado que tenía el cabello. No, fue en su rostro enrojecido. Ok, siendo sincero, fue en los pezones erectos que podían verse a través de la delgada tela de su camiseta blanca…

—¿Fuiste a la habitación de mi niña? —me preguntó, arrastrando las palabras.

—Sí. Las que quieren pastel son…

—¿Te gustó lo que viste?

—¿Cómo dice?

—Espero que estuvieran jugando… podrías haber jugado con ellas también —dijo mi tía, antes de retomar su ascenso por las escaleras hacia su habitación. ¿Había sido un comentario inocente o sabía lo que de verdad estaban haciendo?

—¿Tía?

—¿Nos ayudas con algo, sobrinito? Necesitamos tu fuerza. Hay algo sobre una mesa… o sobre una silla, y no alcanzamos, o algo así.

No. El “algo así” no fue un inserto mío sobre mi propia confusión, sino que ella realmente dijo eso. En fin, no me quedó otra que seguirla. Y cuando entré a su habitación, detrás de ella, me topé con algo que, por lo bajo, llamaría “sumamente sorprendente”, y por lo alto, “jodidamente cachondo”.

Melissa, la secretaria y amante de mi padre, me tenía abrazado contra ella, específicamente contra su coqueto sujetador negro, pues tenía la camisa abierta. Además, tenía su lengua profundamente metida al interior de mi boca. Cuando intenté apartarme, mi tía Julia me abrazó por la espalda, me dio un sensual lametón en el cuello, y me agarró el miembro sobre mis pantalones.

—¿Pero qué…?

—¿Te gustó ver a las chicas mirando porno? ¿Qué tal si mejor a verdaderas mujeres haciéndolo?

Mi tía me bajó la cremallera. Melissa sacó mi polla hacia afuera, que traicionando mi moral, estaba más que erecta, y comenzó a darle tibias y maravillosas acaricias. Y digo “traicionando” porque estaba tratando de que mi sangre estuviera en mi cabeza, y así entender qué carajos estaba ocurriendo. Sin embargo, la idea se me olvidó cuando Melissa dejó de besarme, me dio un lametón en el cuello, y luego se adelantó un poco más hacia atrás, sobre mi hombro.

Di un paso hacia un lado y vi a ambas mujeres entremezcladas en un delicioso beso de lengua, a la vez que se abrazan apasionadamente, acariciándose mutuamente las curvas mientras sus lenguas jugaban bruscamente una con la otra, como en un combate en que intentaban vencerse con la saliva más sensual que había visto, recorriendo el cuerpo de la otra como si no existiera nadie más, lamiéndose mutuamente los labios como si fuera su dulce favorito. La hermana de mi padre con la amante de mi padre. Dos verdaderas MILFs teniendo acción lésbica frente a mí. Tres pensamientos pasaron por mi mente en ese momento:

1. A pesar de todo el porno que había visto ya en mi vida, jamás había visto dos mujeres besarse así, frente a mí, en la vida real.

2. “Si son lesbianas, ¿cómo me estaban besando antes?”. Sí, un pensamiento idiota que demostraba que aún era algo inocente. Me di cuenta de mi error, y de cuán propensas a la bisexualidad podían ser algunas mujeres, poco después.

3. Quería follar. Quería follarlas a ambas, más que nunca, y no me importaba que una fuera mi propia tía, y la otra fuera una de las personas más odiadas por mi amada madre. De hecho, en parte, quería desquitarme con esa mujer follándola lo más duro que podía.

—¿Te gusta lo que ves, sobrino? —me dijo mi tía Julia mientras Melissa le lamía el cuello y el lóbulo de la oreja.

—Sí. —Sin darme cuenta, ya me estaba masturbando ante la escena.

—Sé que la putita de mi hija mayor te ha estado enseñando cositas —dijo mi tía, quitándole la camisa a Melissa y desatándole el sujetador, para que las tetas de la secretaria salieran al aire—, pero también sé que nunca has tenido un trío ni has visto dos mujeres haciéndolo, y desafié a tu profesorcita a que yo sería la primera que te lo enseñara, je, je, je.

—Sé que no te gusta verme, cari, pero te diré esto: puedes hacer lo que quieras conmigo, me entregaré a ti tal como me entrego siempre a tu papá, y dado como es ese hombre espero muchísimo de ti —dijo Melissa bajándole los jeans a mi tía y metiendo su mano al interior de sus seductoras bragas—. No me decepciones.

Las dos estaban ebrias, sí. Pero, por otro lado, las dos estaban cachondísimas y me estaban invitando a participar mientras se toqueteaban, besaban y masturbaban mutuamente, a la vez que se acercaban a la cama de mi tía. Ésta le quitó la falda a Melissa, que quedó usando solo sus anteojos, medias, sus bragas, y unos ligueros sexys que me volvieron loco. A la vez, Melissa le sacó a mi tía su camiseta, dejándola solo en ropa interior. Para terminar, ambas se sentaron en la cama con una pierna sobre la otra, sensuales, y Melissa se desató el cabello. Eran como diosas… Diosas dispuestas a hacer conmigo todo lo que yo quisiera.

Me acerqué con la polla erecta y la puse en medio de sus dos rostros. Ambas me la miraron como bestias hambrientas, y no tardaron en comenzar a lamerla juntas, una a cada lado, coordinándose a la perfección. Cuando Melissa subía por el tronco y jugueteaba con mi prepucio, mi tía bajaba lamiendo hacia la base. Cuando Melissa me comía las bolas, mi tía Julia me chupaba el glande.

—¿Te preguntas cómo estoy haciendo esto con ella? —preguntó mi tía.

—La v-verdad es que sí… T-tengo curiosidad, ahhh… oh…

—¿Crees este pivón solo se lo aprovecha el tonto de mi hermano? Las mejores fiestas de mi vida han sido con ella, je, je.

—Pero… oh… es que, mi mamá…

—Lamento lo de tu mamá, cari, pero es difícil resistirse a la polla de tu papá, y veo que tú heredaste lo mismo —dijo Melissa.

Por un momento las dos MILFs se descoordinaron, por lo que se encontraron juntas en mi glande hinchado. En lugar de corregir el error, ambas se besaron a la vez que me besaban la polla, lo cual fue uno de los momentos más excitantes de mi vida, ¡pensaba que solo ocurría en el porno! Pensé que quizás me había caído de las escaleras y estaba delirando.

—Me pregunto por qué mi hija no ha hecho esto contigo, sobrino…

—¿Tal vez no tiene una compañera como yo, Julia?

—¿Y mi sobrinita? Estoy segura de que Felipe se volvería loco si se folla a Paloma y a su hermana a la vez, ¿verdad? —Estaba ebria, y estaba diciendo cosas que no quizás no sentía y probablemente olvidaría después, pero mi imaginación estaba cobrando efecto y la sola idea de estar con Francisca y Paloma a la vez me excitó más que nunca.

Empujé al par de maduras guarras sobre la cama y ambas se abrieron de piernas. Rápidamente les quité la ropa interior y metí la cabeza entre las piernas de mi cachonda tía, a la vez que introducía los dedos en el coño empapado de Melissa. Comencé a realizar con ellas lo que había aprendido y en lo que, honestamente, me consideraba muy bueno.

—¿Y tal vez las otras dos? Hmmmm, quizás ya lo están haciendo, ohhhh, y se tocan y besan como nosotras, hmmmmmmmmmm.

—¿Tu dices Rocío y Fernanda? Je, je, je, para eso necesitan alguien que les…. ohhhhhh, sí, sigue lamiendo ahí, sobrinito…. hmmmm, necesitan alguien que les enseñe, ah, ahhh, ahh.

—Ahhhh, tus dedos se mueven como máquinas, cari, ufff, sí, las niñas deberían aprender de alguien como tú.

—¿Yo? —pregunté mientras ahora le hacía sexo oral a la secretaria y le metía los dedos a mí tía, mientras ella se tocaba el clítoris en círculos.

—Sí, ese será nuestro trato —fue la traducción de las palabras de mi ebria tía después de que hice todos los esfuerzos por entenderle—. Podrás follarnos a ambas ahora mismo si educas a mi hijita y mi sobrinita apenas estén listas, je, je.

—¿Uy, esos cuerpos jovencitos solo para este chico? ¿Crees que será capaz?

Yo ya no podía más de la excitación, y estaba dispuesto a demostrar mi capacidad.

Me erguí y coloqué la punta de mi polla en la entrada vaginal de Melissa. Ella me abrazó con las piernas y me impulsó hacia adentro. Ufff, qué bien se sentía, entró con toda comodidad gracias a su abundante lubricación natural, y pronto comencé a moverme de adelante hacia atrás, sintiéndome en el paraíso. Tal vez sea apropiado indicar que, a diferencia de mi primera vez con Paloma, ésta me había enseñado a resistir muchísimo más tiempo que mis iniciales cinco minutos, y podía follar sin parar por más de media hora ya, aunque no estaba seguro de si sería capaz de complacer a dos mujeres a la vez. Solo quedaba intentarlo, ¿no?

Mi tía Julia se abrió de piernas y se sentó sobre el rostro de Melissa. Ésta, ni corta ni perezosa, sacó la lengua y dadas las palabras de mi tía parecía haberla introducido completamente en el coño mojado de ésta.

—Ohhhhh síiiiii, sí, eso Meli, chupa toda mi concha, zorra de mierdaaaaa.

—¡Ahhh, ahhhh, peneeeee! —logré alcanzar a escuchar que decía Melissa, antes que los movimientos pélvicos de mi tía sobre ella la callaran.

—Hmm, ahhh, qué bien se sienteee —gemí, y mi tía se acercó a mí para besarme la frente, la nariz, y luego los labios. ¡Estaba besando a mi propia tía, y no me importaba!

—¿Te gusta follarte a la puta que se folla tu padre, sobrino? —Ni siquiera el pensamiento de ello me quitó ánimos; al contrario, creo que me excitó todavía más. Demostraría que era mejor que él. Esa era mi motivación.

—Síiii —dije, antes de involucrarme en un apasionado, largo y jugoso beso de lengua con mi tía que pareció durar horas, a la vez que le masajeaba los enormes senos y seguía penetrando rítmicamente a Melissa, que me abrazaba con fuerza con sus piernas.

—¿Quieres follarte a la guarra de tu tía también, sobrino? —inquirió mi tía después de un rato.

No necesitaba preguntarlo. Me salí del coño de Melissa y miré por un momento a mi tía. De verdad era deseable, tenía el cuerpo de una estrella porno a pesar de que había pasado los cuarenta, y nadie en su sano juicio se negaría a cogerse un pivón como ese.

Mi tía Julia se abrió de piernas y se recostó encima de Melissa, con lo que las tetas de ambas se encontraron, y poco después también sus desesperadas y hambrientas bocas. Luego, la tía miró hacia atrás y me invitó a penetrarla.

—Felipe, sobrinito querido, ¡cógeme en cuatro como a una perra en celo!

—Eso es, cari, cógete a tu tía, fóllala como una puta como ella se merece.

No me costó ni un poco penetrarla. Oficialmente me había follado a la hija y a la madre, y la pura idea me aceleró a mil. Le di una nalgada a mi tía mientras Melissa devoraba sus labios.

—¡Eso es, sí, sí, dame de nalgadas y fóllame fuerte, sobrino, que llegue hasta mi útero, sí, sí!

—¡Folla fuerte y rico a esta guarra, cariiiiiii! ¡Y tú, so puta, no descuides mi coño!

—Ay, perdón amiga, es que está tan ricooooo… toma, ahí tienes tres de mis dedos, disfruta como una zorra, ¡hija de puta!

—Ahhhhhhh, síiiiii, qué bien se siente, ahhhhhhhhhhhhh.

Abracé a mi tía por la cintura y me incliné sobre su espalda, utilizando todas mis fuerzas para acelerar el ritmo de mi cogida al interior de su vagina.

—¡Dame pene, pene, pene, pene, peneeeee!

—Voy a correrme, el chico no tiene nada que envidiar al padreeeee, ohhhhh.

—¡Más te vale educar bien a las chiquitas, sobrino, y que les des tu pene como se merecen!

No estaba seguro de si había complacido a ambas mujeres completamente o no, pero no podía más. Iba a correrme. Anuncié mi venida con unas nalgadas fuertes en el trasero de mi tía, y ella comprendió al instante.

Presa del éxtasis y la lujuria, hice que ambas se acostaran una al lado de la otra y yo me arrodillé sobre la cama. Comencé a hacerme la paja encima de sus rostros hambrientos, víctimas del deseo infinito. Una era un sex symbol de otra época que solo se había hecho más sexy con los años; la otra era una fantasía hecha realidad que me invitaba a correrme sobre ella con sus ojos lascivos detrás de los anteojos.

—¿Puedo… puedoooo…?

—Córrete sobre nosotras, sobrino.

—Dale de beber a este par de guarras.

—Te juramos bebernos todo lo que salga de tu polla.

—Eso es, mastúrbate más rápido, alimenta a tus putas, Felipe.

Apunté hacia sus bocas, pero la verdad es que mi eyaculación salió caóticamente disparada hacia todos lados. Ni siquiera llevaba tanto tiempo acumulado, pero la excitación había sido demasiado grande e intensa. Cayó un poco en sus mejillas, en su cuello, en el cabello de mi tía, sobre los anteojos de Melissa. Quizás había sido mi más grande eyaculación hasta la fecha.

Mi tía Julia recogió un poco de mi semen con los dedos y se dirigió a la puerta. La abrió y algo hizo… No vi qué sucedió, ni si habló con alguien o algo así. Lo único que supe es que, al regresar, mi tía tenía los dedos completamente limpios. ¿Acaso había tirado mi semen al suelo o algo así?

En cualquier caso, besé a ambas una última vez antes de vestirme y recostarme un rato en la cama de mi tía, presa del cansancio. Me quedé dormido un rato, no sé por cuánto. Al despertar, estaba solo, y la música era intensa abajo. Pop coreano, probablemente las compañeras de Rocío estaban teniendo una gran fiesta. Lo único malo era que mi ángel, Francisca, ya se había ido de regreso a los dormitorios de la universidad, y una vez más nos habíamos ignorado. En su lugar, había follado a otras dos mujeres mientras la imaginaba besándose con una de mis primas… Me sentí verdaderamente culpable.

Este es el último gran recuerdo que tengo hasta los eventos de ahora, muchos meses después, cuando ayudé a mi prima Rocío en más de una forma, lo que eventualmente llamaría también la atención de mi molesta hermanita menor.


Continuará
 

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Las Chicas de mi Familia – Capítulo 04

Finalmente llegamos a los eventos del presente año. ¿Resumen? Estaba completamente loco por mi hermana mayor, Francisca, que me evitaba lo más que podía. Me follaba a menudo a mi prima Paloma, una profesora que me había enseñado casi todo lo que sabía, y que ahora trabajaba en una escuela donde parecía divertirse demasiado con sus estudiantes. También había follado en un trío con mi tía Julia y Melissa, la secretaria de mi padre. Y, tal vez peor que todo lo anterior, había fantaseado con mi hermana menor y la hermana de Paloma después de verlas leyendo revistas porno, y que mi propia tía me incitara a “enseñarles cosas”. Ufff. Quince y catorce, respectivamente, y una ya era una putita en potencia, al parecer. ¿Era el tipo más suertudo de la Tierra o estaba a punto de ser condenado por un sinfín de deliciosos pero potenciales crímenes?

¿Por qué digo lo de que mi hermanita era una putita? Pues, verán, ella es muy distinta al ángel que es nuestra hermana mayor. Es una guarrilla, y a pesar de todo lo que intentó ocultarlo, fue difícil que no me diera cuenta. Ya tenía un cuerpo bien desarrollado, similar al de Francisca, con tetas grandes y redondeadas, un culito respingado, una cintura esbelta… El hecho de que siempre andaba con su ropa más reveladora en casa me impedía no darme cuenta. Por lo demás, a veces regresaba de la escuela sin sus bragas o con manchitas blancas en la minifalda. Nuestra mamá quizás no se dio cuenta, pues Fernanda lavaba su propia ropa, y quizás mamá no se fijaba así en su niñita… ¿pero yo? ¿Cómo no iba a darme cuenta? Considerando sus llamadas telefónicas nocturnas, deduje que ella había tenido sexo con al menos siete chicos de la escuela. ¿Ven? Una putita en potencia. Nuestra relación ya era menos antagónica y más amigable que cuando éramos niños, aunque sin llegar al punto en que mi hermanita me contaría libremente las cosas que hacía.

En tanto, mi prima Rocío nunca había tenido novio. Y la verdad era una sorpresa. Era preciosa, tenía el aire angelical de una muñeca tallada a mano por expertos, y se había desarrollado a su manera. No tenía mucho busto, pero al igual que Paloma, lucía un maravilloso culito redondo y respingado para su edad. Sus ojos verdes, un par de esmeraldas que volverían loco a cualquier hombre (y algunas mujeres), eran atractivos y llamativos, muy sensuales a su manera. Era una chiquilla alegre y sumamente dulce y cariñosa, pero nunca cruzábamos demasiadas palabras en una conversación normal.

Entonces ocurrió un día que mi tía Julia me pidió que fuera a buscar a Rocío a la escuela porque últimamente había sospechas de un violador en los alrededores, y ella no alcanzaría a recoger a su hijita, pues trabajaría hasta tarde. La escuela de Rocío estaba más cerca de mi casa que la de mi abuela así que no sería problema, llegaría en un santiamén. Sabía que su jornada terminaba a las siete, así que pasada la media hora salí para no llegar tarde y vigilar si había alguien malo cerca. Me sentía como un primo protector, una suerte de guardián, y debo admitirlo, la verdad me gustó la sensación.

El caso es que diez minutos después de salir de casa tuve que regresar, pues se me había quedado el dinero en casa y quería invitar a Rocío a comer algo antes de llevarla a casa. Sería un buen gesto. Al entrar de vuelta en casa, subí las escaleras a mi habitación y escuché un ruido que llamó mi atención. Se suponía que no había nadie más, pues Fernanda estaba en su escuela y mamá trabajaba. Había sido como un gritito, o un suave gemido. Venía de la habitación de al lado, es decir, de la habitación de mi hermanita. ¿Había un gato allí? Toqué a la puerta, pero como nadie contestó con más que otro gemido, simplemente la abrí.

No hay forma más directa de describir lo que vi que de esta manera:

Fernanda estaba allí, acostada sobre la cama, utilizando su ropa de colegiala. El atuendo consistía de una camisa blanca, una corbata a rayas rojas y blancas, unos calcetines blancos muy cortos, y una minifalda a cuadros rojos y burdeos cortísima, muy lejos de las rodillas, que mamá había consentido en comprarle solo si llevaba shorts debajo. Esta vez definitivamente no los llevaba… de hecho, sus bragas blancas colgaban de una de sus rodillas. Tenía las piernas abiertas ante mí, y continuaba tocándose la entrepierna a pesar de que yo la estaba mirando. ¡Mi hermana menor se estaba masturbando frente a mí!

—Hola, Felipe… ¡ah! —dijo casualmente, con un gemido.

—Hola, Feña… ehmmm… ¿no deberías estar en la escuela? —Fue la única pregunta que se me ocurrió hacer en ese momento.

—Debería. Pero no estoy aaaaahhhhh... allí…., ¿verdad? —El movimiento de sus dedos bajo su falda levantada se hizo más rápido. Los ojitos siniestros y pícaros de mi hermanita brillaron, su rostro estaba enrojecido, no paraba de sonreírme con esa sonrisa que solo ella podía hacer—. No t-te preocupes… hmmmm…

—Ok. No le.. ejem. No le diré a mamá. Disculpa por interrumpirte.

—Tranquilo. De hecho, ¿por qué no vienes y me ayudas con esto? Me gustaría comer algo rico, y sé que mi hermanote tiene lo que quiero. —Para mi sorpresa (o tal vez no tanta, conociendo a Fernanda toda su vida), la putita se llevó un dedo con sus jugos vaginales a la boca y sensualmente lo empezó a chupar y lamer.

La muy hija de puta estaba intentando provocarme. No le iba a dar en el gusto, a pesar de la erección que estaba sufriendo. No iba a dejar que se riera así de mí, como si la enana estuviera por encima mío.

—No puedo, Feña, tengo que ir a buscar a nuestra prima, ¿no sabías? —Di un paso hacia atrás, saliendo de la habitación, mientras ella se masturbaba más lentamente; ya no podía ver su rostro detrás de sus piernas—. Quedas a cargo de la casa, tal vez vuelva algo tarde.

—O-ok… —dijo, antes de que yo cerrara la puerta.

Con una terrible erección fue que llegué a la escuela de Rocío, con bastante tiempo de sobra. La esperé en el parque que había al frente mientras vigilaba si aparecía alguien sospechoso. En ese momento me pregunté qué carajos iba a hacer si era el caso. ¿Probar mi suerte a puñetazos? ¿Aguantar un cuchillazo en el estómago? ¿Pelea de piedrazos? Jamás había practicado defensa personal ni nada parecido… Por oooooootro lado, si defendía a mi prima frente a sus compañeros de algún violador en potencia, sería visto como un héroe. Solo necesitaba imaginar la situación y apagar de mi cerebro todas las otras posibles eventualidades.

Pensando en ello fue que vi salir a mi prima. A diferencia de Fernanda, el uniforme escolar de la escuela de Rocío consistía de faldas azul marino, exigían medias largas, y la corbata era negra. Y a pesar de los tonos tan apagados, Rocío brillaba por sí misma, rodeada por sus amigas y amigos. Sus ojos verdes destacaban a la distancia, así como su sonrisa rosada, su cabello castaño atado en una trenza, sus adorables pecas, su cuerpo de princesita… “Ok”, pensé. “¿Qué diablos está pasando conmigo?”

Rocío iba de la mano de un chico, y no parecían ser la única pareja. Había otros tomados de la mano. En eso, el chico la atrajo hacia sí, la abrazó y le plantó un gran beso en los labios en medio de los demás, que se rieron, aplaudieron y aullaron, como si celebraran. Yo no sonreí, no sé por qué, pero fue todavía menos cuando me di cuenta que Rocío estaba intentando apartarse de él. Forcejeaba para soltarse del abrazo, aparentemente avergonzada de que todos la estuvieran mirando. El muchacho le tomó de la nuca para que ella no pudiera dejar de besarlo, pero mi primita le golpeó en el hombro, y solo ahí él le soltó. De hecho, fue en ese momento que me di cuenta de que yo ya estaba cruzando el parque en dirección a la escuela.

—¡Nos vamos a divertir, no seas boba! ¡Anda! —exclamó el muchacho.

—No quiero. Ya les dije que no…

—¿Por qué siempre eres así, Rocío? —le espetó una de sus amigas—. Siempre lo pasamos muy bien con los chicos. Nadie va a saber, vamos a estar nosotros solamente, no le diremos a nadie. ¡Ya tienes que hacerte mujer, amiga!

—Pero así no… —susurró ella. Yo poco menos leí los labios de mi tímida prima.

—¡Dios, eres difícil! —dijo el muchacho, tomándole del brazo. Ella volvió a golpearle en el hombro, y él la arrojó al suelo. Un segundo después, él también estaba en el suelo después del empujón que le di. Para ser honesto, no me di cuenta cuándo llegué allí, ni cuándo levanté la mano… pero se sintió bien.

Yo era solo 4 años mayor que Rocío y esos chicos, pero al parecer esa diferencia de edad se notaba bien. El muchacho se puso de pie y me increpó cosas, y las chicas me dijeron que no me metiera, pero cuando les dije que era el primo de Rocío, las voces callaron. Lo siguiente lo relataré rápidamente, porque a pesar de cuán bien me sentí, no sería nada en comparación con todo lo que ocurriría después con mi primita: tomé de la mano a Rocío y crucé el parque con ella, pasando entre los grandes árboles. El muchacho nos persiguió. Detrás de un árbol le di un manotazo en la cabeza con tanta fuerza que me quedó doliendo la mano, y el chico no quiso levantarse del piso. Rocío rio. Seguimos caminando y, como tenía previsto, la invité a comer algo. Unos helados estarían bien.

—Gracias —dijo ella, tímidamente después de un rato, mientras se comía su helado de fresa y menta junto a mí, en una tienda cercana a la escuela.

—No hay de qué. ¿Cuál es el problema del niño ese?

—Je, je, nada —contestó, riéndose. Solo en ese momento me di cuenta de lo preciosa que era Rocío. Bueno, yo ya sabía que se había puesto muy linda a su edad, hermosa incluso… pero solo ahora notaba cuánto. A diferencia de su hermana o de su madre, su belleza era angelical, pura, virginal, como si fuera una muñeca de porcelana. “¿Acaso pensé en la palabra ‘virginal’?”, me dije.

—No me sirve eso. Dime —exigí.

—Quería llevarme a alguna parte… mis amigas siempre van a esa parte con los chicos. Pero yo nunca quiero ir —me explicó, ruborizándose intensamente, arrastrando cada una de sus palabras.

—¿Y qué parte es esa?

—Es una cabaña deshabitada o algo así. Todos van allí a… ummm… a divertirse y cositas así.

—Divertirse.

—Sí. Cosas… cositas que hacen. En grupo.

—Ajá. Disculpa que lo diga, pero no parece un buen muchacho…

—Je, je, sí. Es un bobo y un idiota —terminó, dedicando el resto del tiempo a comerse su helado, cabizbaja, sin decir ni una palabra más hasta que salimos de allí.

De camino a tomar el bus para ir a dejarla a casa de mi abuela, Rocío se quejó un par de veces, y con razón. Tenía el uniforme sucio después de haber caído al piso después del empujón del susodicho bobo e idiota. Además, tenía el brazo rojo tras el golpe que se dio, con algunas marquitas de raspadura. Creo que lo que más le importó a Rocío fue lo primero, porque definitivamente no le gustaba estar sucia.

Decidí llevarla primero a mi casa, que quedaba más cerca. Le dije que podía tomar una ducha allí, y se podía cambiar de ropa. A Fernanda no le importaría prestarle ropa a su prima y tenían casi la misma talla. Rocío aceptó, feliz.

Al entrar a casa llamé para saber si Fernanda estaba. Sin que me sorprendiera, mi hermanita ya no estaba. Le había dicho que quedaba a cargo de la casa, así que obviamente hizo lo opuesto y se largó. En fin, que hiciera lo que quisiera. Entré a su habitación (me pareció percibir un aroma algo intenso, hasta atractivo, pero no entendí qué), saqué una camiseta y unos pantalones y se los llevé a mi primita al baño. Toqué la puerta.

—Pasa.

—Ok.

Al abrir la puerta, me encontré a Rocío delante de mí, con las manos detrás de la espalda, las piernas juntas, la cabeza gacha, su mirada esmeralda pegada a mi cuerpo. Se movía lentamente un poco a la derecha, un poco a la izquierda, mientras su rostro se ruborizaba más y más y más.

—¿Rocío? ¿Pasa algo?

—Feña me dijo… um… cuando un chico hace algo bueno por uno… ummm… —Rocío dio un paso hacia adelante. Luego otro.

—¿Qué te dijo exactamente mi hermana?

—Que les diera un premio si quería… Y quiero. —Rocío se detuvo frente a mí, tímidamente levantó los brazos, lento como si fuera un sueño, los apoyó en mis hombros, se puso de puntillas, y me dio un rápido pico en los labios. Un beso súbito, veloz, efímero, pero honestamente maravilloso. Luego bajó al suelo, retrocedió rápidamente, y recuperó su posición inicial con los pies juntos y las manos atrás.

—¿Qué estás…?

—¿E-estuvo bien? —preguntó tímidamente, roja como un tomate.

—Bueno, sí, pero… —Ella sonrió ante mi confirmación, y luego miró la ducha—. No es necesario hacer esas cosas si no q…

—Es que sí quería. Me ayudaste, fuiste mi héroe hoy.

—¡Oh! —dije, y se me hinchó el pecho de orgullo como si fuera un niñato inexperto de 8 años que sueña con usar una capa—. Oh… bueno. ¿Vas a…? ¿Vas a meterte a la ducha?

—Sí. —Rocío no esperó a que yo saliera. Aún delante mío, con toda la casualidad del mundo, mi primita se quitó la corbata y comenzó a desabrocharse la blanca, pero sucia camisa. ¿Era que era demasiado inocente aún, era que confiaba plenamente en que su propio primo no tendría malos pensamientos con ella, o era que…? No. Eso no podía ser.

Debajo de la camisa llevaba un corpiño rosa para cubrir sus tetitas en crecimiento. Luego comenzó a desabrocharse la falda, que poco después cayó sobre sus pies descalzos. Sus braguitas de algodón combinaban con su corpiño. En ese preciso instante, mi primita no aparentaba la edad que tenía, sino que lucía como toda una mujer. Yo me estaba volviendo loco y se notaba en mis pantalones. Intenté cubrirme demasiado tarde, pues Rocío ya me estaba mirando allí.

—Eh… Rocío, no mires a…

—¿Tienes una…? Ummm…

Decidí ser sincero, aunque seguramente se debía a mi lujuria creciente.

—Disculpa, Rocío, tengo una erección.

—¡Oh! ¿Puedo ver?

Tras un breve asomo de razón, desestimé la idea y me dirigí a la ducha. Abrí el agua, dejé la ropa de mi hermana en una mesita y dejé que terminara de desvestirse para poder ducharse. Sin mirar atrás, salí del baño, cerré la puerta y me dirigí a mi habitación.

Escuché el agua correr. Apoyado contra la puerta de mi cuarto, con la respiración entrecortada, noté mi enorme erección, que seguramente no podía ser satisfecha ni siquiera con una buena paja. Pensé en lo fácil que sería ir con la hermana de Rocío, o con su madre, follármelas y que se me quitara, pero el solo pensamiento me excitó todavía más. Literalmente tenía a la otra integrante de esa familia a unos metros de mí, desnuda, duchándose después de que había fantaseado con ella. La nena de la familia que me había besado y mirado con deseo.

Escuché algo. Un llamado muy difuso debido al ruido del agua en el baño. Se repitió el llamado y entendí una palabra: “toalla”. No le había dejado una toalla para cuando terminara de ducharse. “Maldita sea mi suerte”, pensé. Reemplacé en mi cabeza la palabra “maldita” con “bendita” mientras salía de la habitación con una toalla limpia y entraba al baño.

Las cortinas de la ducha no estaban corridas. Aquel ángel maravilloso estaba desnuda frente a mí, con un cuerpo increíblemente deseable, mientras el agua acariciaba a chorros su piel suave, su espectacular culito, sus largas piernas, su cabello oscuro, sus senos apetecibles. Estaba roja aún, pero no aparentaba miedo ni preocupación, aunque sí mucho nerviosismo y ansiedad. Sus ojos verdes apuntaban a mí, sus labios de rubí estaban semiabiertos como una invitación, a pesar de lo nerviosa que estaba.

Lo que fuera que quedara de razón y lógica en mí desapareció en un instante. Me quité la camiseta y me metí bajo el agua. Tomé el rostro de mi pequeña primita y le besé en los labios de una sola vez. Ella tembló frente a mí, pero no me rechazó. La miré y volví a besarla. Esta vez, sus labios me lo devolvieron. Era claramente inexperta, pero no besaba nada mal.

—¿Quieres que te ayude a lavarte? —le pregunté, con toda la mentira en mi voz, esperando que ella lo entendiera. Estoy seguro de que lo hizo.

—Sí.

Tomé el jabón y comencé a pasarlo por su juvenil piel. Primero sus hombros, acariciados por su cabello castaño. Después de cada pasada, me inclinaba para darle un beso en cada zona. Ella temblaba, suspiraba intensamente. Acaricié sus brazos y los lavé, cuidando de no tocar demasiado la zona donde se había golpeado. Luego le di un beso entre medio de sus senos.

—Eres un ángel —susurré, y ella cerró las piernas repentinamente. Un segundo después, volvió a abrirlas a su posición anterior. Con una mano temblorosa me acarició el cabello empapado. Pasé el jabón por uno de sus senos y ella sufrió un escalofrío.

—Hmmm —gimió.

—¿Rocío? ¿Te habían...? Antes, digo...

—No.

—¿...Sigo?

—Sí.

Besé uno de sus pezones. Ella emitió un gritito agudo de placer. Besé el otro y abrió instintivamente sus piernas. Me puse de rodillas y, mientras el agua caía sobre mí y resbalaba por la cintura maravillosa de mi primita adorada, olí su entrepierna. Dulce y maravilloso, casi me pongo a delirar. Con ambas manos comencé a acariciar dulcemente sus labios vaginales. Abrió un centímetro más las piernas y yo abrí sus labios, lenta y suavemente para que no se asustara, y toqué con mi dedo índice su orificio más apetecible.

—Hmmmmmmmmmmmmmm. Ah.

—Oh, dios… —musité cuando noté un líquido diferente al agua en su entrepierna. Resbaladizo. Sabroso, como comprobé después.

Me puse de pie, sus ojos esmeralda se encontraron con los míos y caí como en trance; volví a besarla, esta vez introduciendo mi lengua en su boca. Ella no supo bien cómo responder a ello, pero era una rápida aprendiz y pronto estaba intentando abrir más la boca y mover la lengua para responder a mi beso francés. A medida que la besaba, acaricié con mi mano uno de sus muslos, y sin advertirle, levanté una de sus piernas.

Volví a ponerme de rodillas y sin perder tiempo comencé a lamer su entrepierna, especialmente aquel botoncito especial que le hizo delirar, gimiendo aún más fuerte.

—Ahhh, ahhhhhh, ayyyyyyyyyyy, hmm.

—¿Te gusta? —Cada vez liberaba más jugos vaginales que yo me estaba tragando con gusto.

—Síi, ahhhhh.

Rocío comenzó a retorcerse y me tomó la cabeza con ambas manos, jalando hacia sí misma. Devoré su entrepierna como loco, pasando mi lengua por cada rincón, olvidándome de respirar. Me daba igual. Incluso introduje mi lengua en su coñito, solo por un instante, y ella dijo mi nombre. Mi polla estaba empinadísima, pero lo más cortés… lo más de “héroe”, sería enfocarme en ella por ahora. Y, la verdad, yo lo estaba disfrutando un montón también.

Para el final, lamí sus labios internos y la entrada de su coñito a la vez que acariciaba su clítoris con dos de mis dedos. Ella gritó y no tardó en correrse en mi boca. Al igual que su hermana mayor (que me había enseñado a hacer sexo oral así, por cierto), Rocío se corrió con un “squirt”. Un largo y solitario chorro fue a parar a mi lengua, y luego le siguieron unos cuantos más que se mezclaron con la lluvia de la ducha.

Las piernas de Rocío temblaron y pronto cayó de rodillas. Me abrazó cálidamente… incluso con algo de inusual pasión, aferrándose a mi espalda con sus uñas. Sacó la lengua y, sorprendiéndome completamente, me lamió todo el largo de mi cuello, fuera de sí.

Se apartó un poco de mí, respirando fuertemente, con el rostro acalorado, sudoroso, y notó mi erección dentro de mis pantalones. Luego, clavó sus esmeraldas en mí.

—Perdón… ¿estás…?

—Nah, está bien. Quería que te sintieras bien tú, angelita.

—Oh. Bueno… Quiero ayudarte ahora.

—No, no es necesario que…

—Vamos. ¡Por favor, vamos!

Se arrojó a mi cuello y volvió a besarme. Esta vez, ella introdujo su lengua en mi boca. Estaba entregándose a mí. Por un momento pensé que me había dado un golpe en la cabeza en algún momento, no podía ser real. Pensando en ello, la llevé a mi habitación

Continuará
 
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