las Buenas Acciones

heranlu

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Al cumplir mis dieciocho años, comencé a considerar seriamente la idea de ir a estudiar a una universidad en el extranjero al año siguiente. Fue en ese tiempo cuando mi madre, quien tenía treinta y ocho años en aquel entonces, decidió tener el segundo bebé que siempre deseó pero no pudo tener antes debido a su demandante carrera.

Luego, cuando llevaba ya cinco meses de embarazo, ocurrió: empecé a sentirme sexualmente atraído hacia mi propia madre por primera vez en mi vida. Su transformación se fue dando gradualmente ante mis ojos, ya que cada vez usaba menos ropa en la casa para tratar de escapar del asfixiante calor veraniego. Llegó el punto en que ya ni siquiera se molestó en seguir usando un corpiño. A medida que el tiempo pasó, no sólo su barriga creció, sino también sus pechos y sus caderas.

Hice mi mayor esfuerzo para combatir esos impulsos, pensé que se acabarían cuando diera a luz. Pero las cosas sólo empeoraron para mí. El poder ver por instantes sus pezones grandes y rosados mientras le daba de mamar a mi hermanita Lara, me condujo a tener que pajearme pensando en ella. Me sentí avergonzado la primera vez que lo hice, pero cada vez que veía sus pechos desnudos o notaba sus pezones duritos marcándose en su ropa, no podía resistirme. Después de un tiempo, no quería parar. Ella se volvió mi objeto favorito para fantasear. Y pronto, las cosas llegaron incluso más lejos.

***​

Mamá (una hermosa hembra alta, de cabello castaño rojizo largo, ojos almendrados y nariz ligeramente aguileña, casi con el mismo cuerpo de la actriz japonesa Yumi Kazama) y yo nos sentamos en la sala después de que ella pusiera a la bebé en la cuna para que durmiera la siesta. Era otro día caluroso, así que tomábamos limonada mientras descansábamos.

-Nunca te agradecí por todo esto –dijo ella antes de beber otro trago de su vaso.

-¿Por qué cosa?

Puso su trago en la mesa y miró a los ojos. Parecía tener algo importante para decir.

-Sabes a qué me refiero. Esto. Ayudarme con tu hermanita. Debiste pasar más tiempo saliendo con tus amigos y disfrutando de tus últimos meses aquí en lugar de hacer quehaceres por mí. Me siento egoísta por esto a veces.

-No digas eso, mamá. Realmente me gusta quedarme en casa contigo. Además, siempre quise una hermana. Y no podré volver a verla por un buen tiempo cuando me vaya.

-Muchas gracias. Y supongo que ayuda que éstas estén a la vista mientras me ayudas, ¿eh? –dijo ella con una sonrisa al tiempo que deslizó sus manos por la base de sus pesadas tetas.

-¿Soy tan obvio?

-Lo eres –respondió, aun sonriendo-. Te vi observándolas aquí y allá, echándole vistazos siempre que le doy de comer a tu hermana. Pero bueno, creo que es 100% normal que un adolescente como tú sienta curiosidad por las mujeres, sobre todo si las tienen grandes.

-Perdón. Es que… Ya sabes… Estabas embarazada y algunas cosas cambiaron. Sentía curiosidad, como dijiste, eso es todo.

Ella levantó una ceja.

-¿Curioso acerca de qué? ¿Mujeres maduras? ¿O pechos llenos de leche?

-Por Dios, ¿realmente tenemos que hablar de esto? Me atrapaste, ya lo admití. No necesitamos seguir tocándolas… Digo, tocando el tema –repliqué, desafiante, aunque sin perder la jocosidad.

La sonrisa de mamá dio lugar a una risita traviesa.

-No tienes que estar a la defensiva. Sólo trataba de entender el hecho de que mi propio hijo me está espiando.

-Te encanta ponerme entre la espada y la pared, ¿no?

-No generalmente. Pero sí en este caso. Tu “curiosidad” hacia tu propia madre me hizo pensar en serio cómo llegaste a esta situación. Ahora empieza a hablar, señorito –dijo, medio en broma, medio en serio.

Exhalé un largo suspiro.

-Es difícil de explicar, pero cuando empezaron a crecer ciertas partes de tu cuerpo y empezaste a usar menos ropa por el calor, llamaste mi atención. No sé, creo que eso revivió una vieja fantasía mía. Listo, lo dije. ¿Ahora podemos hablar de otra cosa, por favor?

-Una fantasía, ¿eh? –respondió, lamiéndose los labios-. ¿Y puedo suponer que manejaste esta fantasía de la manera en que lo hacen la mayoría de los chicos de tu edad?

Admití, no sin reparos, que me masturbé pensando en ella susurrando “sí”. Agregué que siempre había sentido algo especial por las mujeres embarazadas. Me moría de vergüenza.

-Eso es algo de ti que jamás pensé que sabría. Te diré qué: ya que has sido tan útil durante estos meses y encima dentro de poco te vas a ir, te voy a mostrar mis tetas tanto como quieras. Y esto se queda entre tú y yo. Nadie más necesita saberlo.

No podía creer lo que acababa de escuchar. Mi propia madre ofrecía lo que había tratado de obtener por un buen tiempo: darle un buen vistazo a sus grandes pechos llenos de leche.

-¿En serio? Quiero decir, si no te pone incómoda hacer esto… -respondí, tratando de disimular mi emoción.

-Llegados a este punto, ¿por qué no? Te lo ganaste. Además, ya viste mis pezones. ¡Por Dios, tú bebiste leche de ellos! Y si es lo que te gusta, ¿quién soy yo para juzgarte? A tu padre le gustan, también. Las ama. Pensemos que esto es mi recompensa secreta de mí hacia ti.

-Me encantaría, mamá. Y confía en mí, será nuestro secreto. La última cosa que querría es que alguien se enterara de esto. Entonces, eeeeh… ¿Cómo vamos a hacerlo?

-No lo sé, no lo pensé en profundidad –respondió, con la despreocupación que siempre la caracterizó-. ¿Qué tal si ahora simplemente te las muestro y pensamos en lo demás más tarde? ¿Te parece bien?

-Suena genial.

Casi sin previo aviso, levantó la espalda del respaldo del sofá y se sacó su camiseta para revelar su estómago y sus pechos cubiertos por el corpiño. Su estómago, que antes estaba bien marcado, todavía mostraba algunas flojedades menores producto del embarazo, detalle que a mí me pareció muy sexy. El corpiño que usaba no era común y corriente: era uno de esos sostenes especiales para amamantar que permitían liberar una teta o el sólo el pezón por una ranura. Mi madre simplemente lo desabrochó y lo dejó caer a un lado.

Ver sus pechos fue hipnotizador. Colgaron apenas fueron liberados hasta donde empezaba su estómago. Eran muy grandes y tenían la forma de globos casi perfectos. Sus areolas rosadas alcanzaban los cuatro centímetros de diámetro. Y sus duros pezones se erguían orgullosos hasta llegar a medir un centímetro, por lo menos.

-¿Te gusta lo que ves?

-Oh, por Dios… Nunca pude ver tus pechos así antes… Y son más que perfectos. Me encanta el tamaño de tus pezones y la forma. Son increíbles.

-De pronto, no me siento tan mal por tenerte en casa para ayudarme. Eres un encanto –dijo ella, provocadora-. Ya que las tengo al aire, puedes tocarlas, si lo deseas.

No respondí, pero acepté su invitación deslizándome rápido hacia ella en el sofá y tomando con gentileza sus pechos, levantándolos un poquito. Eran suaves y pesados al mismo tiempo. Ver y tocar sus tetas estaba excitándome, desde luego, y endureciendo mi verga.

-Puedes apretarlas más fuerte si quieres. No me molesta –dijo ella.

-Gracias –respondí-. ¿No te va a salir leche?

Mamá levantó una ceja.

-Tu hermana no bebió de mi teta izquierda hoy, así que está llena de leche. Si te da curiosidad ver cómo sale, siéntete libre de hacerlo. Sólo dale a mi pezón un pellizquito.

Llevé toda mi atención a su pecho izquierdo y comencé a acariciarlo, maravillado por su suavidad. Deslicé mis dedos en círculos antes de pellizcar su pezón. Quería ser muy cuidadoso para no provocarle dolor. Pero pronto estuvo claro para mí que, mientras veía a su propio hijo haciéndole caricias en las tetas, al menos una parte de ella podía estar disfrutando esto tanto como yo. Así que comencé a apretar más fuerte. Y eso hizo que la leche saltara de sus pechos casi de inmediato. Hice un enchastre, manchando nuestra ropa, el sofá y la alfombra, pero a ninguno nos importó llegado ese punto.

Después de ordeñar a mi madre por un rato, llevé mis labios a su pezón sin avisarle. Su mano acariciando mi nuca me dio el permiso que necesitaba para chupar su teta y probar su leche materna por primera vez en años. Ella dejó escapar unos gemiditos suaves, pero trató de contenerse. A medida que chupaba más fuerte, ella comenzó a respirar con fuerza y a apretar las piernas.

Al final, me dio una palmadita en la espalda y me dijo:

-Creo que es suficiente por hoy. Fuimos un poco más lejos de lo que anticipaba. Pero está bien.

Lamí los restos de su leche que quedaban en mis labios.

-¿Podemos hacer esto otra vez, más adelante? –pregunté.

-Seguro. No me parece que sea buena idea hacerlo todo el tiempo. Pero, como ya te dije, te lo ganaste. Así que vamos a repetirlo, definitivamente. Siempre y cuando recuerdas que quien pone las reglas soy yo.

Asentí de inmediato. Ya se había creado un compromiso tácito para que lo que acababa de ocurrir se repitiera. Por alguna misteriosa razón, en ese momento ambos sabíamos que las cosas iban a llegar mucho más lejos de lo que nos imaginábamos.

***​

Mamá actuó como si nada estuviera por fuera de lo normal el resto del día. Tuvimos nuestra cena con papá y mi hermana como cada día, y conversamos como cada noche. Pero, para mí, fue difícil verla y no sentirme excitado automáticamente.

El día siguiente pasó sin que siquiera hiciera referencia a lo que había pasado. Me sentía frustrado, pero al mismo tiempo no quería pasarme de rosca y molestarla de ninguna manera. Llegué a la conclusión de que cuando fuera el momento adecuado y ella deseara “recompensarme”, lo haría.

***​

¡Pasó toda una semana hasta que me volvió a obsequiar con sus pechos! Se dio la misma imagen que la primera vez: ella sentada en el sillón grande de la sala y yo a su lado, acariciando sus pechos, lamiéndolos y besándolos.

-¿Es idea mía o esta vez estás más excitado? –preguntó.

Saqué su pezón de mi boca en inmediatamente la reemplacé con mi mano.

-¿Qué quieres decir? –dije.

-¡Esto! –respondió, señalando el nada modesto bulto que se me había formado en mis pantalones cortos-. ¿Te pasó lo mismo la vez pasada?

-Eeeeeh… Sí. Supongo que no lo notaste porque estabas muy entretenida mirándome cómo te chupaba el pecho.

-¿Y cómo lo resolviste después? –preguntó.

-¿No es obvio? ¿De verdad tengo que decírtelo?

-Te sonará raro, pero me hace sentir halagada –dijo, y agregó después de dar una bocanada de aire-: Si lo deseas, estoy dispuesta a hacerme cargo de tu “problema” ahora, así después no tienes que hacerlo tú. Pero sólo si lo deseas.

-¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?

Ella colocó su mano sobre la mía y dijo:

-De verdad, no me desagradaría hacerlo. Me gusta mimarte y además me parece una buena manera de expresarte mi gratitud por todo la ayuda que me brindaste. Pero tengo una condición.

-¿Cuál?

-Quiero más detalles sobre este fetiche que tienes, y qué pensamientos cruzaban esa cabecita tuya cuando empezaste a fantasear, especialmente en la última semana.

De golpe me sentí nervioso. La posibilidad de que mi propia madre me masturbara estaba al alcance de mi mano, pero primero debía confesarle mis pensamientos más íntimos.

-Bien… -respondí-. Cuando empezaste a ir más ligera de ropa en casa, empecé a fijarme de verdad en tu cuerpo. Y después de que nació Lara, quise estar cerca de ti siempre que pudiera para echarle un vistazo a esas tetas tan grandes que cargas. En especial cuando le das de mamar a Lara. Te volviste mi materia prima para fantasear.

-Cuéntame qué pensaste después de lo que pasó la semana pasada.

-Recordé una y otra vez cada momento de lo que hicimos. Pensé en lo lindas que se ven tus tetas llenas de leche y cómo se siente tu pezón en mi boca. Dejó de importarme que seas mi mamá, empezó a sentirse… bien.

Me dedicó una mirada de sospecha, de esas que sólo las madres pueden dar.

-¿Eso es todo? –inquirió-. ¿Nunca pensaste en mi dándote una mamada o en nosotros cogiendo? Me niego a creer que pensar en mis pezones era suficiente para tus pajas.

-Me encanta que hables así, mamá…

-Es lo correcto en esta situación –dijo ella, haciendo un gesto para quitarle importancia a lo que acababa de mencionar-. ¿Y bien? ¿Cuál es tu respuesta?

-Está bien, está bien, lo confieso. Fantaseé contigo lamiendo mi verga y con nosotros teniendo sexo en tu cama. Perdí la cuenta de la cantidad de pajas que me hice pensando en eso desde la semana pasada. Por favor, ¿podríamos, ejem, empezar?

Sin decir ni una palabra, empezó a quitarme mis pantalones cortos y mi ropa interior a la vez con ambas manos. Me levanté un poco para facilitarle la tarea a mamá. Ella arrojó mi ropa a un costado. Yo quedé desnudo de la cintura para abajo.

Estaba expuesto. Mi verga, que no había perdido su dureza ni por un momento, se puso aún más rígida. Mi madre, sentada junto a mí, con sus pechos al aire y una sonrisa traviesa en su rostro, envolvió con sus largos dedos mi instrumento -que a esa altura casi me dolía de lo duro que estaba- y comenzó una lenta paja al tiempo que le hacía caricias a mis testículos. Mis palpitaciones aumentaban con cada segundo que pasaba.

-Tengo el presentimiento de que esto no va a durar mucho –dijo, soltando una risita al ser consciente de la excitación que me estaba provocando.

-Tengo el mismo presentimiento. Tus manos se sienten tan bien, mami…

-Me alegra saberlo. Si ayuda, no deberías pensar en mí como tu madre. Imagina que soy una mujer cualquiera que disfruta dándote placer.

-¡No! –exclamé-. No quiero eso. Quieres que sea honesto contigo, ¿no? Pues te aviso que me encanta que mi propia madre me esté haciendo una paja.

Aplicó un poco más de fuerza a su agarre y aumentó el ritmo de la puñeta.

-¿Así que te gusta que tu mamá te haga esto?

Nos miramos a los ojos mientras continuaba masturbándome. Su mano, ayudada por la gran cantidad de líquido pre seminal que segregaba mi verga, iba desde la base del tronco hasta la base del glande. Cada pocos segundos, frotaba la punta con su pulgar o con la palma de su otra mano, cosa que me volvía loco de placer. A todo esto, seguía dedicándome guarradas que yo rara había oído salir de su boca.

-Eres un mocoso muy sucio. ¿Cómo puede gustarte que tu pobre madre te pajee luego de haberle confesado que fantaseas con ella? No sabía que tenía un hijo tan enfermo. ¡Y mira nada más! ¡Tienes la verga tiesa a más no poder! ¿Cuánto te mide la verga, hijo de puta? Porque está bastante larga. ¿Unos diecinueve centímetros? ¿Un poco más, un poco menos? Qué barbaridad.

-Mami… Ya casi… -anuncié entre gemidos.

Con una agilidad que me sorprendió, mamá se inclinó sobre mi entrepierna e introdujo mi glande en su boca. Se sintió increíble, no creí que semejante placer fuera posible. La visión de los labios de mi mamá cerrados alrededor de la cabeza de mi verga y sus mejillas hundidas levemente por la succión era surreal. No dejó de pajearme mientras su boca recibía un lechazo detrás de otro, lechazos que ella bebió sin ningún problema. No separó su boca hasta que no extrajo la última gota de mi esperma. Comenzó a darme tiernos besos en la verga, a medida que ésta perdía su dureza.

-Sabes rico –dijo, lamiendo sus labios e incorporándose-. Ahora, si me disculpas, necesito asearme un poco y ponerme a preparar la comida, cielo.

Le dio a la cabeza de mi verga un último beso cariñoso antes de ponerse su camiseta e irse.

***

Éste se volvió nuestro pequeño gran secreto. Cada tanto, mamá dejaba que acariciara y chupara sus tetas, y luego ella me devolvía el favor con una paja que casi siempre derivaba en una mamada. Si estaba especialmente cachonda, mamá me decía las obscenidades que tanto me gustaba oírle.

Lo único que estaba fuera de los límites era su entrepierna. Le pregunté un par de veces, mientras me recuperaba de una de sus mamadas, si no deseaba que le chupara la concha. Ella se negó con amabilidad. Consideraba que eso ya era demasiado íntimo y que su sexo sólo pertenecía a papá. No quería molestarla ni arriesgarme a perder lo que había conseguido, así que no volví a proponérselo.

***​

Pasaron cuatro meses desde que mamá dio a luz, y casi dos desde que nuestra relación empezó a volverse sexual. Ella había vuelto a trabajar recientemente, y además había contratado a una niñera que vivía cerca para que pudiera relajarme los últimos días antes de emprender mi viaje.

Un día, desperté y encontré una nota en el desayunador de la cocina que decía: “Haz lo que te plazca hoy, pero quiero que estés en casa a las seis de la tarde. Voy a volver temprano para darte una sorpresa. Vamos a estar solos. Te quiero mucho”.

Las horas pasaron y ella regresó a casa un rato antes de las seis, vestida con su ropa de oficinista y luciendo un maquillaje más bonito que de costumbre. Lo que la hacía especialmente sexy era que sus tetas y sus caderas estaban más grandes que antes, y esas curvas potenciadas mejoraban el atuendo.

-¿Querías verme? –pregunté al saludarla en la puerta.

-Sí, tengo algo para ti, algo especial –respondió, nerviosa, dejando su maletín en el suelo y sacándose sus zapatos de taco alto-. Quiero que en diez minutos vayas a mi dormitorio. Diez minutos, ni un segundo antes.

Me dio un beso un poco torpe en la frente antes de subir las escaleras.

Pasados los diez minutos, subí las escaleras hecho un manojo de nervios. Ver a mamá nerviosa me había puesto nervioso a mí también. Me llamó la atención que dijera que lo que quería darme era especial, porque nunca antes se había referido así a lo que hacíamos. Fuera lo que fuera, no podía esperar para descubrir de qué se trataba.

Quedé boquiabierto apenas entré a la habitación de mis padres. Mamá estaba de pie junto a la cama, completamente desnuda, con el codo apoyado sobre uno de los postes de la cama. Se veía nerviosa, sí. Pero al mismo tiempo orgullosa, luciendo su tan apetecible cuerpo postparto.

Mis ojos la devoraron tanto como era posible. La hembra que era mi mamá tenía el cuerpo de una escultura antigua. Sus muslos y sus caderas, rellenos hasta el punto perfecto en el que no llegaban a estar gordos. Su estómago, un poquito flojo, que por alguna razón se veía más sexy así. Los abundantes pelos negros de su entrepierna prolijamente recortados. Y sus tetas, sus gloriosas tetas que tan enamorado me traían. Había recogido su cabello en una coleta y me dio la impresión de que había retocado su maquillaje.

-¿Te gusta lo que ves? –preguntó, con voz firme.

-Ay, Dios, mamá… No sabes cómo me estoy sintiendo ahora mismo. Eres perfecta, una diosa.

-Muchas gracias, cielo. Tus piropos significan mucho para mí, siempre –dijo-. Tengo una confesión que hacerte. Pero primero acércate y siéntate conmigo.

Le hice caso, aunque me costó un poco. Sentía las piernas como fideos húmedos.

-Creo que no te das una idea de cuánto he disfrutado estos juegos eróticos que venimos disfrutando. Incluso he empezado a masturbarme en el baño de mi oficina, deseando con mucha fuerza que hagamos de las nuestras en ese preciso momento –dijo, acariciando mi pierna -. Pero lo que vuelve todo esto más excitante es que tu papá está al tanto de lo que estamos haciendo. Eso es lo que tenía que confesarte. Se lo dije unos días después de nuestro primer encuentro. Ama que le cuente lo que hacemos mientras cogemos. Me pide que le cuente con lujo de detalles lo que hacemos. Y la verdad, me encanta.

-¿Papá no está molesto? ¿En serio? Pensaba que iba a volverse loco de furia si nos descubría.

-Pensaba lo mismo. No se lo dije de golpe. Se lo fui insinuando de a poco, a ver cómo reaccionaba, y resulta que esto lo puso como un perro en celo. Es más, es justo lo que necesitábamos para avivar nuestra vida sexual después de todos los años que llevamos casados. Supongo que te habrás dado cuenta de que últimamente tu papá se sentía amargado, aburrido.

-Sí, es cierto. Y también noté que, antes de que naciera Lara, ustedes estaban… No sé cómo decirlo. ¿Distanciados?

-Sí. Lara ayudó a que volviera a ser el hombre cariñoso del que me enamoré. Y tú ayudaste a que volviera a ser el toro que siempre me hace ver las estrellas.

-Me alegra haber sido de ayuda, mamá.

-Volviendo a lo que nos trae aquí hoy, tú te vas a ir pronto, así que con tu padre pensamos que sería lindo darte un regalo de despedida, uno que no vas a olvidar. Es algo que los tres disfrutaremos de una forma u otra –dijo, dejando escapar una risita pícara. Llevó su mano a mi mentón y levantó mi cabeza con suavidad. Hasta ese momento, la tenía baja, con los ojos clavados en sus tetas.

-Mamá…

-¿Qué te parecería coger con tu madre aquí mismo, ahora mismo?

Me quedé sin aliento.

-¡Ja, qué pregunta! –alcancé a preguntar-. ¡Por supuesto que me parecería bien! ¡Por Dios, nunca pensé que se me cumpliría el sueño! El incesto total contigo es lo más erótico que alcanzo a imaginar.

-Incesto… Qué palabra más fuerte –dijo mamá, dedicándome una mirada entre perversa y traviesa-. Tienes razón. Todo esto es tan erótico, tan… Tabú. Sería espantoso si alguien nos descubriera, no podría volver a dejarme ver en público si se supiera lo indecente e inmoral que hemos sido desde la primera vez que te mostré mis tetas. Pero justamente ahí está el encanto de todo esto. Dentro de estas paredes, y sólo dentro de estas paredes, somos los mayores depravados.

-Claro, mama, lo entiendo completamente. Créeme, no hay nada que quiera menos que alguien sepa esto. Estoy tan, pero tan feliz con nuestra vida ahora.

Mamá me dio un abrazo y un beso en los labios, un beso de madre, pero también de amante. Luego, se puso de pie y se colocó delante de mí.

-Primero, una aclaración importante, cielo. No vamos a coger de la manera tradicional. Tu padre aún conserva esa exclusividad.

Se dio vuelta y me presentó su redondo y carnoso culo, dando un par de saltitos que sacudieron seductoramente sus glúteos.

-¿Probaste el sexo anal? –quiso saber.

-Una vez –respondí.

-Magnífico. Ponte de pie, te ayudaré a desvestirte.

Mamá me ayudó a quitarme la camiseta. Sin dejar de sonreír como una gata a punto de lanzarse sobre una presa, se arrodilló y me sacó el pantalón corto y la ropa interior. Se puso de pie y se dio vuelta otra vez, sin apartar su mirada seductora de mí.

Ambos quedamos completamente desnudos.

-Hay lubricante en el cajón de mi mesa de noche. Espero que uses mucho, o me vas a romper con esa herramienta que cargas –dijo, medio en broma, medio en serio.

No aguanté más. Aferré su cintura con fuerza, acerqué su cuerpo al mío y giré su cabeza con una mano para besarla, mientras que con la otra magreaba sus tetas. Presioné mi boca contra la de ella con fuerza. Mamá respondió abriendo su boca bien grande e introduciendo en la mía su lengua sedosa. Fue mi primer beso de hombre. Lo supe porque no se pareció en nada a los besos que había dado hasta ese momento, tímidos besos de adolescente. No. Estaba haciéndole el amor a la boca de la hembra que a partir de ese día sería mi amante. Y, encima, esa hembra era mi madre. Fue uno de los momentos más eróticos de mi vida.

-Quería hacer eso desde hace mucho –le confesé, después de los varios minutos que duró nuestro beso.

Ella sonrió.

-Bien, ahora que ya te sacaste ese pendiente de encima, ¡empecemos!

Rápido como un colibrí, fui hasta la mesa de noche a buscar el frasco de lubricante mientras mamá se ponía en cuatro patas sobre la cama. Me coloqué tras ella y entonces contemplé maravillado la vista privilegiada que me ofrecía: su pequeño orificio anal amarronado, sus gruesos labios vaginales de color rosa oscuro rodeados de oscuro vello y sus tetas que colgaban casi hasta rozar la cama. Desde mi posición, incluso pude alcanzar a ver un poquito del interior de la cueva de mamá. Brillaba de lo húmeda que estaba, señal inequívoca de que estaba tan excitada como yo. El corazón casi se me sale por la boca. En cuanto a su culo, se veía increíblemente apretado. Tanto, que llegué a dudar de que pudiera meter siquiera un dedo ahí, ni hablar de mi verga. Pero no iba a rendirme sin intentarlo.

Eché una generosa cantidad de lubricante en mis dedos índice y medio izquierdos y los llevé al culo de mamá. Antes de introducirlos, me entretuve un rato acariciando sus suaves nalgas y sintiendo los diminutos pliegues que había alrededor del ano. Dejó escapar un largo suspiro en el momento en que metí mis dedos hasta la primera falange, y comenzó a gemir a medida que iba introduciendo mis dedos y los movía contra el interior caliente y rugoso de su recto. A juzgar por el notable aumento de su humedad vaginal, ella lo estaba disfrutando tanto como yo.

Ya estaba lista. Su orificio anal estaba lo suficientemente dilatado y lubricado para penetrarla, así que coloqué la cabeza de mi verga, de la que colgaba una gruesa gota de líquido pre seminal, en su gloriosa entrepierna y di un pequeño empujón.

Mamá soltó una pequeña exclamación cuando entré en su cuerpo. Sus manos aferraron el edredón que cubría la cama y sus piernas y pies se pusieron rígidos. A medida que introduje más centímetros de verga en su culo, abriéndome paso en su recto, sus gemidos y exhalaciones se volvieron más fuertes y agarró con más fuerza el edredón. Cuando por fin le metí los últimos centímetros, fui testigo de uno de los cuadros más espectaculares que un hombre puede contemplar: mi verga siendo completamente devorada por el orificio de mi madre.

-Hazme el amor… No, no, no. Móntame. ¡Quiero que me montes como la perra en celo que soy! –pidió mi mamá, con la voz cargada de desesperación, impaciencia y lujuria.

Le de lo que quería (lo que ambos queríamos) con mi mayor esfuerzo. Al principio con lentitud, ya que, a pesar de estar bien lubricado, su recto estaba tan apretado que se sentía como el agarre de un puño. A medida que se fue aflojando, pude cogérmela con más fuerza, a mayor velocidad. La habitación se llenó de nuestros gemidos y del ruido de mi entrepierna chocando con su culo.

Mi mamá se volvió completamente sumisa a mí, estaba a mi merced. Amé cada segundo. Nunca había sentido tanto placer. Mientras la enculaba sin piedad, estiré uno de mis brazos para sobar sus tetas, sus bellas y grandes tetas llenas de leche. Pasados unos minutos, en los que mamá comenzó a proferir obscenidades dignas de la puta más guarra mientras yo le contestaba que la amaba a pesar de ser una zorra, me animé a llevar mi mano de sus pechos a su concha, lo que causó que dejara escapar un gritito. Me encantó sentir su clítoris y sus labios con mis dedos. Me sentí como el hombre más digno del mundo al saber que estaba a punto de obtener un potente orgasmo gracias a mí.

Y chorro de fluido empapó la mano que tenía sobre su vagina. Mamá arqueó su espalda mientras soltaba un alarido de placer. Mamá se dio el lujo de desinhibirse por completo al correrse, gritando y escupiendo barbaridades, sabiendo que estábamos solos y que sólo los oídos de su amante, su propio hijo, podían oírla.

Era mi turno.

Aferré sus caderas como un halcón aferrando a su presa. Aumenté el ritmo de mi enculada. Gotas de sudor caían sobre el culo de mamá. Sentí en mis testículos ese cosquilleo tan agradable que antecede al orgasmo. Y entonces ocurrió. Apreté el cuerpo de mi mamá contra el mío muy, muy fuerte. Uno tras otro, mi verga escupía generosos lechazos en el recto de la hembra que me trajo al mundo. Con cada descarga, le dedicaba a mi madre tanto insultos como palabras dulces colmadas de amor.

La llené. Hasta el día de hoy, creo que esa fue una de las veces que más semen produjeron mis huevos.

Los dos caímos exhaustos sobre la cama, yo encima de ella. Le daba besos en su espalda y nuca, mientras ella recuperaba el aliento.

-Estuviste increíble –dijo, aún agitada-. Fue el mejor sexo anal que tuve en toda mi vida.

Se dio vuelta y me dio un profundo beso de lengua, el segundo del día. Esta vez, fue mucho más pasional y romántico, ya que nos habíamos sacado de encima la desesperación por aparearnos como animales.

-Dime que lo repetiremos –dije, entre besos.

-Claro que lo repetiremos –respondió ella, lamiendo mis labios y acariciando mi pene.

-¿Cada vez que vuelva de visita?

-Seguramente, mi amor. Quién sabe. En un tiempo, hasta puede ser que tu padre te permita llenarme el útero de leche.

Volví a besarla. Se sintió glorioso. Mi verga empezaba a recuperar su dureza. Saber que estaba a punto de penetrar analmente a mi madre una vez más me hacía sentir una dicha incomparable.
 
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