Las Aventuras de la Familia White – Capítulos 05 al 010

heranlu

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 05

Ariadna White se puso un pequeño short negro, un brasier deportivo que le sacó a su hermana mayor, se ató el pelo en una cola de caballo y se colocó los audífonos y las zapatillas. Se miró en el espejo y se fijó en sus largas piernas, su cintura esbelta, sus atractivos labios, y por primera vez sintió que se veía sexy con los anteojos. Jamás se había dicho que estaba “buena”, pero no se sintió mal al respecto.

Así, salió muy temprano en la mañana a trotar. No estaba acostumbrada a ello, pero después de haber dormido con su hermana menor, y haberse besuqueado y masturbado con su gemelo… pues, no estaba tan aterrada como esperaba estar. Confundida sí, y mucho. Pero también se sentía algo liberada. Era como si pudiera hacer lo que quisiese cuando quisiese. Como si nada pudiera detenerla, y no hubiera algo de malo en ello. Claro, no se había atrevido a hacer algo, pero al menos sentía esa liberación. Y eso la llevó a salir a trotar. Porque sabía que en el fondo, había algo extraño en pensar en ello.

Se cansó a los quince minutos. Comía sano y apenas tenía grasa en el cuerpo, pero se cansó rápidamente. Iba a tener que hacerlo más a menudo. “Ejercicio”, se recordó. “Hacer ejercicio más a menudo”. Cuando pensó en ello, su cabeza le jugó una mala pasada, y vio a Alice, Arthur y su padre, completamente desnudos frente a ella: Alice de rodillas en el suelo, con las vergas de su hermano y padre en las manos, invitándole a unirse con la mirada…

Pensando en ello, pasó junto a la granja de los Wells, y vio detrás del granero a la hija mayor besándose con Reggie Wilson, un ex novio de Alexandra. Bueno, no se estaban besando en realidad. Él la estaba manoseando completa, metiéndole la mano debajo de la falda mientras ella se reía y le besaba el cuello. Él se estaba bajando el cierre del pantalón cuando Ariadna pasó corriendo, y el solo hecho de verlos la encendió. ¡Iban a hacerlo allí mismo, al aire libre! No supo si ellos la vieron, pero no le importó, pasó de largo, y corrió.

Ariadna tenía un lugar especial en el pueblo donde podía relajarse, así que fue allá con la intención de dejar de pensar tantas vulgaridades. Podía sentirse libre, ¿pero significaba eso ser una pervertida a cada momento? No estaba segura aún.

Se trataba de un pequeño monte con varios manzanos en lo alto. Se recostó apoyándose en su árbol favorito, puso una mano detrás de la cabeza, y se dedicó a escuchar música. Muy bien. Jazz, como le encantaba. Simple jazz para relajarse…

—Momento —se dijo—, ¿desde cuándo es tan sexy el jazz?

Se dejó llevar por la música. Música que ella misma había elegido, pero nunca se había percatado de lo sensuales que eran los saxofones y los pianos bien tocados. Le recordaba esas películas eróticas noventeras que de vez en cuando, siendo todavía una chiquilla, se escabullía para ver en el televisor de sus padres cuando no estaban.

Resultó que levantarse tan temprano tenía sus consecuencias. Le comenzó a entrar sueño, y mientras lo hacía, la música hizo lo suyo y la llevó al mundo de la fantasía. El cielo azul, los verdes prados, las granjas de los vecinos, todo comenzó a mezclarse con las imágenes que había revisado antes en su cabeza. Su hermano gemelo, listo para besarla apasionadamente con el pene erecto en su mano; su hermana menor, tocándole la entrepierna; su padre penetrando intensamente a su madre. Había soñado lo mismo la noche anterior, y cuando despertó, se encontró a Alice desnuda en su cama otra vez.

—Por todos los dioses, esto no puede estar pasando… —Ariadna se llevó la mano derecha al short y palpó por encima su coñito. Sintió que su corazón se le aceleraba, y que se le hacía agua la boca—. ¿Acaso estamos todos enfermos?

La música la llevó a lugares fantásticos mientras luchaba con quedarse dormida, o despertar e intentar trotar otra vez para no pensar. En su ensoñación, vio a su hermano de pie frente al manzano donde ella estaba recostada. Tenía el pene libre, y la miraba fijamente, pero ella no se atrevía a acercarse, aunque se moría por tocarlo. Tenía un pene… no, una verga, una verga larga y venosa, que hubiese deseado meterse en todos lados. O al menos tocarla, igual que hizo la hija de los Wells con Reggie. Igual que hizo Alexandra con Arthur.

De hecho, en la ensoñación fue justamente su hermana mayor quien apareció, subiendo por la colina. Se fue quitando la ropa hasta estar completamente desnuda, y poco menos burlándose de Ariadna, se abrazó con Arthur, y juntos se lanzaron sobre el césped para follar…

—Follar… f-follar con Arthur... —susurró Ariadna, presa de su fantasía—. Fóllame, fóllame...

—Ufff, prima, mira que cosa bella me encuentro —dijo una voz, que la hizo despertar de golpe—. Es como encontrarse con una obra de arte.

—¡Junior! —exclamó Ariadna, saltando de la sorpresa.

—Oye, oye, no pares… imagina que no estoy aquí. O mejor aún, imagina que sí.

Amador Rojo, más conocido como Junior, era hijo de Amador Rojo padre y la tía Gabrielle. Gabrielle Black era la loca hermana menor de su madre, Charlotte, que se había casado con el latino más apasionado, apetitoso, sensual y caribeño que se pudo encontrar. Un estereotipo andante, dirían algunos. Juntos, Amador con la tía Gabrielle habían tenido dos hijos, Valentina y Amador Junior.

Junior era dos años menor que Ariadna, pero definitivamente aparentaba ser bastante mayor. Sacando los mejores genes de ambos padres, era un Adonis mucho menor de lo que lucía, que solo se podría poner más atractivo cuando creciera. Tanto Ariadna como Alice (que era un año menor que él) habían bromeado varias veces sobre lo lindo que era su primo Junior.

Alto, musculoso, con piel bronceada, brazos como vigas de hierro, un mentón varonil, ojos café y largo cabello castaño, que dejaba caer en su espalda. Era enamoradizo, pasional, coqueto y bromista. Cada vez que venía de visita se iba a hacer deporte con Arthur, y tanto Ariadna como Alice se reían en secreto, avergonzadas por el cuerpo de su primo. Por supuesto, era todo en broma, un crush inofensivo… ¿pero y ahora?

Junior llevaba una camisa a cuadros abierta, su collar favorito, unos jeans gastados, y sandalias negras. Era sin duda un estereotipo con patas.

—¿Q-qué haces aquí? —preguntó Ariadna sacando apresuradamente la mano de su coño. Eso fue peor, pues se notaba perfectamente una gran cantidad de jugos en sus dedos.

—¿Qué? ¿No vas a saludar a tu primo como corresponde? No te preocupes, yo sí soy cortés. —Junior puso una rodilla en tierra, tomó la mano derecha de Ariadna, y la besó respetuosamente… solo por unos segundos. Luego olió sus dedos y les dio un segundo beso.

—¡¡Junior!! —gritó ella, lista para ponerse de pie e irse a casa. Sus piernas no le respondieron bien de lo cansada que estaba (o de lo excitada que estaba), y la sonrisa galante de su primo siempre le evitaba reaccionar como quería.

—Jajaja, vamos, vamos, no te pongas así, prima. Solo estoy bromeando. Aunque no puedes pedirme que me controle con semejante mujer delante mío, haciendo lo que estabas haciendo, ¿no?

—Yo no estaba…

—Nonononono —le dijo él, poniéndole un dedo en los labios que ella ni siquiera intentó evitar—. Tú eres la racional e inteligente de la familia, sabes que no me puedes mentir.

—¿Qué haces aquí tan temprano? —Sin saber por qué, Ariadna puso los ojos en el pecho semidescubierto de su primo, y bajó la mirada desde los pectorales, bajando por los entrenados abdominales, y llegando al bulto que podía percibirse en su pantalón.

—Venía de casa de Peggy Carlson… ¿la conoces? Ella me hace tutorías de matemáticas.

—La conozco. —Otra cerebrito de la escuela, aunque una mucho más alocada de lo que ella podría ser, y que siempre le había echado ojitos a su primo.

—Y bueno, ya me conoces, se me hizo tarde, me quedé con ella, y ahora iba de camino a casa. —Junior se sentó en la hierba, y la golpeó con la mano para que ella se sentara a su lado—. Y ahora quiero que mi prima me cuente cómo han estado las cosas. Verte aquí es muy anormal. ¿Ocurrió algo con la tía Charlotte? ¿O Alex? ¿Arthur?

—Nada de eso… o, bueno, casi nada.

Ariadna se sentó a su lado, como presa de un encanto. Ufff, vaya que olía bien, pensó. Sin saber muy bien por qué hacía las cosas que hacía, dejó caer la cabeza en el hombro de su primo. Siempre se había sentido cómoda con él, era un buen oyente. Quería llorar y relatarle todas las cosas que habían ocurrido en el último tiempo, pero las lágrimas sencillamente no salían. Y eso se debía a que no se sentía triste.

Así que, pues… le contó. El video de sus padres follando, la sesión de masturbación mutua con Arthur, las noches que pasó con Alice… Y, más que nada, le preguntó si era una enferma, una ninfómana desesperada, o un poco de ambas.

Junior no la interrumpió ni una sola vez, y luego se la quedó mirando un buen rato. Muy detenidamente, con esa mirada galán a la que nadie en la escuela se podía resistir.

—Entonces… ¿Arthur se está acostando con Alex?

—Sí.

—¿Y tú con Alice?

—Sí.

—¿Y crees que el tío Alexander también está en esto?

—Definitivamente. Junior, ¿es que estamos todos mal de la cabeza?

—Lo dudo. —Junior le pasó la mano por detrás de la espalda, y le acarició el hombro con suavidad. Dioses, qué bien olía, pensó Ariadna otra vez—. Si te soy honesto, todo el cuento me tiene muy interesado. Bueno, interesado no es la palabra.

Ariadna se preguntó a qué se refería, pero en la posición en la que estaba, no le fue difícil bajar la mirada y encontrar un gran bulto en los pantalones de su primo, que él no intentó ocultar. Cuando Ariadna miró hacia arriba, se encontró con la sonrisa galante de Junior, junto con las mejillas levemente sonrojadas.

—Oh, vamos, no seas bobo…

—No puedo evitarlo. Este tipo de cosas siempre me ponen tonto. —Junior le acarició la mejilla a su prima, y esta se apartó.

—Aún tengo sudor, Junior, estuve trotando…

—Entiendo. Y no me importa.

Junior volvió a tocarle la mejilla, y esta vez atrajo a su prima hacia sí. Sus labios hicieron contacto, y Ariadna sintió que se derretía. A pesar de la edad que tenía, se notaba que Junior tenía experiencia, y ya la tenía bajo su control. Su corazón latía rápidamente.

—¿Te molestó eso, primita? —le preguntó él, comenzando a acariciarle la espalda—. ¿Crees que está mal?

—N-no… no lo está.

Ariadna le puso una mano en el pecho, y tomó la iniciativa besándolo otra vez. Ambos se recostaron sobre el césped bajo el árbol, ella encima de él, y siguieron besándose. El calor de ambos comenzó a aumentar, y sus latidos se hicieron más rápidos y feroces.

Junior metió la lengua al interior de la garganta de Ariadna, y ésta se estremeció. Le abrió la camisa a su primo, y tocó sus bien entrenados pectorales. Junior, así como Arthur, eran prácticamente esculturas formadas por el trabajo duro del campo. Pensando en Arthur, Ariadna se estremeció y comenzó a jugar con la lengua de Junior usando la suya.

Ariadna se sentó en el bulto de Junior, y al contacto con su entrepierna, tuvo el deseo casi incontrolable de bajarse el short para que él pudiera tocarla más profundamente. Ambos se abrazaron y comenzaron a tocarse en otros lados. Las manos de Ariadna se decidieron por el pecho y los brazos de su primo, mientras que éste se concentró en el trasero de la muchacha.

—¡Junior! —exclamó ella.

—¿Qué pasa, prima? ¿Te vas a arrepentir ahora? Jajaja.

—Pero es que… ¡Estamos a la vista de todo el mundo! No puedo… No podemos…

—Nadie vendrá por acá a esta ahora. Además, en este pueblo todo el mundo hace lo que le entre en gana, y disfrutan por ello. ¿No quieres disfrutar también? —le preguntó Junior, antes de devorarle el cuello con besos y lametones que la hicieron gemir.

—Ahhhhh…. pero, no… ah, hmmmmm… Junior…

Junior acarició la curvatura del trasero de su prima con una mano, y con la otra le tocó uno de los senos. Los palpó, y pellizcó un poco su pezón erecto por encima de la camiseta.

Ariadna comenzó a frotarse contra el bulto de su primo. No podía detenerse, el placer que ese movimiento le traía era demasiado intenso. Nada parecido a tocarse con los dedos, o sentarse sobre una almohada o un peluche (como había hecho ya varias veces, en especial cuando estaba sola). Estaba durísimo, y sentía un deseo tremendo de que él pudiera llegar más allá. ¿De verdad se entregaría a su propio primo, esa mañana, al aire libre?

Cuando notó que él se había abierto el pantalón, y que lo que tocaba ahora su entrepierna era el miembro de Junior, Ariadna miró hacia abajo. Podía ver la punta de su pene asomándose entre sus piernas, por encima de sus abdominales.

—¿Te duele que esté encima?

—Para nada. Se siente genial, prima.

—Me alegro.

Sin que Junior le dijera nada, Ariadna se quitó los anteojos, y sus ojos azules brillaron de deseo. Tomó aquel miembro con las manos, y lo frotó torpe, pero enfocadamente. A Junior le gustaba mucho cómo lo hacía, además que la imagen que tenía era muy sexy. Una chica con brasier deportivo y un busto increíble, la larga cola de caballo negro cayendo sobre uno de sus senos, los ojos lujuriosos, la lengua remojando sus labios…

Ariadna lo sorprendió aún más, cuando se hizo un poco para atrás, y comprobó que no hubiera nadie cerca. Realmente estaba a punto de hacer lo que iba a hacer. Sonrió, y devoró el pene de Junior con la mirada. Y luego, doblando su cuerpo, lo hizo también con los labios.

—¡Ohhhhhh, prima!

No era primera vez que Ariadna realizaba sexo oral. Se lo había hecho a un par de compañeros en la escuela en distintas ocasiones. Chicos iguales de nerd que ella, tal vez aún más desesperados. Ella aprendió así algunas cosas, aunque no había mucho que ellos pudieran enseñarle. De todas formas, solo sabía una cosa: se sentía delicioso.

En cierta manera, se sentía llena con aquel rabo en la garganta. Subió y bajó la cabeza alrededor del tronco, e intentó mover la lengua para acariciarlo cada vez que el espacio se lo permitía. Junior estaba muy bien dotado, y la idea de tener eso en su interior, la aterraba y excitaba a partes iguales.

—¿Lo hago bien, Junior? —le preguntó mientras le besaba tiernamente la punta, mirándolo concentradamente a los ojos.

—Sí, muy bien…

—Me alegro mucho. Entonces, voy a seg… ¡Ahhhhh!

De pronto, Ariadna saltó del susto y se puso de pie. Rápidamente se ocultó detrás del árbol, y Junior se quedó allí, sobre el césped, sin entender.

Una mujer iba llevando un bote desde el río hasta el pueblo, abajo por la colina. La mujer no los vio ni se detuvo, pero Ariadna se había hecho ya toda una imagen en su cabeza. Llamaría al sheriff, le dirían a sus padres, y a la tía Gabrielle. La castigarían sin piedad por incesto. Y luego… luego…

—Tranquila —le dijo Junior, abrazándola sorpresivamente.

Ella se dejó abrazar y contener. Tenía la espalda contra el árbol, y su calentura no había hecho más que aumentar. El cuerpazo increíble y humedecido de su primo estaba contra el suyo, y pocas veces se había sentido tan pequeña y manejable. Sentía que podían hacerle cualquier cosa.

O más bien, quería que le hicieran cualquier cosa.

Junior le subió el brasier, le besó los pezones, y le metió la mano al interior del short. Ariadna sintió los dedos expertos de su primo, curioseando entre sus labios, y casi se corre del puro gusto. Era diferente a Alice; Junior era más agresivo y directo, como un animal desesperado por follar. Ella misma, llena de lujuria, se sacó poco después el short, dejando que cayera hacia uno de sus tobillos. Luego, se colgó al cuello de su primo, y le besó nuevamente. ¡Su coño echaba humos!

—Wow… tienes unas piernas sensacionales. Digo, ya lo sabía, pero verlas así es algo aún más…

—No digas nada, Junior —intervino ella, ruborizada, apoyando la cabeza en el pecho de él.

—Pero es que esas piernas… —Junior las acarició, empezando por los muslos, llegando a las pantorrillas, y de vuelta por la cara interna de los muslos, completamente mojados—. No puedo aguantarme más, ¿me permites, prima?

—Sí —contestó Ariadna, y se dejó manejar por su amante.

Junior le tomó de la cintura, y dio vuelta a su prima, que apoyó las manos en el tronco del árbol. Ella podría haberse sentido atacada, pero en su lugar, se sintió tremendamente sexy, como nunca. Hasta se dio el lujo de separar las piernas y levantar un poco el culito para facilitarle el trabajo. ¡Solo deseaba que lo hiciera pronto!

Junior se escupió en las manos y las pasó por fuera de sus labios, que en realidad no lo necesitaban. Él le tomó de las caderas, se acercó a ella, y apuntó a su entrada, a la que nadie había tenido acceso antes. Ella estaba tan desesperada que lo apuró con el culo. La punta de su pene rozó su clítoris.

Cuando Junior la penetró, en lugar de dolor, Ariadna sintió un placer que jamás había sentido. Era como si la llenaran, como si le devolvieran algo que le faltaba, y que frotaba todos los rincones mojados de su coño.

—¡Ahhhhhh!

—Por dios, qué apretada estás, prima. ¿Te duele?

—No, estoy bien. Sigue.

—¿Segura? Veo algo de sangre caer y…

—¡Sigue, te digo! ¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!

Alice le había preguntado a Ariadna, noches atrás, cómo sería estar con un hombre. Tendría que explicarle que, tener a un hombre detrás de una, montándola, dándole duro como un perro en celo, era como estar en el cielo. Su pene vigoroso le llenaba completamente, la dominaba como si fuera suya, y eso le encantaba. Le tendría que explicar que entregarse completamente a una polla era algo delicioso cuando estaba bien hecho, y que no se arrepentiría.

Su hermanita menor le había confiado que deseaba a Junior, pero que también quería follarse a Arthur, o a papá. Y si bien su trabajo tenía que ser convencerla de lo contrario, ahora que había probado lo que se perdía, sabía que tendría que decirle que lo hiciera pronto. Era una sensación difícil de describir. Cada golpe de los huevos de Junior entre sus piernas, cada embestida de su cuerpo contra su coño indefenso, desnudo y sumiso, era como una serie de pequeños choques eléctricos de placer. En ninguno de las decenas de libros que había leído en secreto sobre sexualidad salía una descripción tan detallada para comparar lo que sentía mientras Junior la follaba.

—¡Sigue, sigue, sigue!

—¿Te gusta, prima?

—¡Me encanta! Más, más, más, ¡más, más, más! Eso, ¡¡más, más, máaaaas!! —gritó ella, antes de torcer el cuello hacia atrás, dedicarle a su primo su mejor mirada de deseo, y lograr que ésta funcionara, pues Junior le besó apasionadamente, sin dejar de penetrarla.

—¿Más qué?

—Más rápido, ¡más fuerte!

Él así lo hizo, apurando e intensificando las embestidas. Estaba siendo demasiado rápido, y su respiración se hizo entrecortada. Ella, por puro instinto, sabía lo que se avecinaba, pero no trató ni por un segundo de detenerlo. También sentía que se vendría pronto.

—Prima, ya estoy… voy a…

—Sigue, sigue, sigue, no pares.

Él fue el primero en venirse, derramándose en su interior, llenándola de leche mientras su polla latía fuertemente. Mientras se venía, Junior siguió follándola, intentando que saliera hacia afuera hasta la última gota de su semen. Fue con esos últimos envites que ella se vino, y no pudo ni quiso controlar el grito que se cobijaba en su garganta.

—¡¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!

—Ufff, prima, ahhhh.

—Sí… sí, sí. Sí.

Sus piernas temblaban. Ariadna perdió todas las fuerzas y comenzó a caer. Junior la atrapó. Luego, como un televisor al que le cortan la energía, el cansancio acumulado y el placer intenso hicieron lo suyo, y ella se quedó dormida de golpe.

7 Integrando a Alice

—¿Alex? Vamos, date prisa, tengo que entrar —suplicó Arthur White, frente a la puerta del baño. Tenía mucha prisa para entrar, y no se esperó que su hermana mayor estuviera duchándose tan temprano en la mañana.

—¡No seas idiota! —respondió ella desde la ducha, a gritos, como correspondía—. ¡Entra y haz tus cosas, soy tu hermana!

—La puta que te parió, Alex. —En realidad, en otras circunstancias, lo habría hecho de todos modos desde el principio, pero esta mañana, había algo distinto. Tenía una erección de campeonato producto de todos los sueños húmedos que había tenido durante la noche. En su mundo onírico, habían pasado por su polla Ariadna, Alex, mamá y Alice, en ese orden, y luego habrían sido las cuatro a la vez de no ser porque se despertó con ganas de mear. Lamentablemente, su gemela era demasiado terca para entender cómo debían (o podían) ser las cosas.

Entró al baño intentando ocultar la erección, pues no quería que su hermana pensara que solo era un caliente de mierda que quería follar a cada momento. Claro, lo cierto era que generalmente era ella quien lo llevaba al granero, o a su habitación, o al sótano, o al motel del pueblo para echar un polvo, pero aún así no quería que ella pensara en él como un desesperado sexual.

Por supuesto, se equivocó rotundamente. Después de intentar apuntar bien la meada en el excusado, producto de la erección, su pelirroja hermana mayor corrió las persianas de la ducha y lo miró con su típica sonrisa de guarrilla sin control.

—Ufff, hermano, pero qué pedazo de polla te gastas esa mañana.

—No seas tonta, Alex, estoy meando ahora —le dijo él, algo divertido. Era obvio que su hermana no se había pasado ni por un segundo por la mente lo que él había pensado.

—Así puedo ver, estás como un caballo. Y, la verdad… —Alexandra descorrió completamente la persiana, y Arthur pudo verla desnuda en todo su esplendor. Enormes tetas, pelo rojo mojado, tanto sobre la cabeza como un poco en el monte de venus, unas caderas de impacto, y unos labios carnosos. Se llevó el dedo traviesamente a la boca mientras miraba el líquido dorado intentar entrar al retrete—. Y de hecho, se me ocurren algunas ideas para más adelante. Pero por ahora, ¿por qué no acabas pronto, te quitas la ropa y me acompañas de una vez?

—¿Estás segura?

—¿Existe mejor forma de empezar la mañana que con una gran polla en mi interior? Lo dudo.

Así que así lo hizo. Tras terminar, Arthur se quitó los harapos que le servían de pijama, y sin demora se metió a la ducha. Lo demás fue rápido e instantáneo.

Arthur le agarró fuertemente el culo y le besó el cuello, como sabía que le gustaba. Ella le acarició el miembro, y lo llevó a su entrepierna para que le frotara el clítoris. Después de un rato, Arthur se puso de rodillas para poder realizarle sexo oral a su hermana, y ésta lo recibió con gusto.

—Uffff, qué rico, Arthur, hmmmm —gimió ella, mientras levantaba una pierna para facilitarle el trabajo a su hermano, que pasaba la lengua por la apertura de su coño, y le acariciaba el clítoris hinchado—. Eso, eso es, fóllate a tu hermana con tu lengua…

—Como tú ordenes —asintió él, procediendo a introducir la lengua en el coño de su hermana. Ésta se estremeció del gusto.

—¡¡Ahhh!! Ahhhhhhhh…

Alexandra no tardó en correrse en la boca de su hermano. El joven quedó con la boca y la cara llena de jugos, y estaba a punto de lavarse con el agua de la regadera hasta que Alexandra le hizo levantarse. Le tomó la cara con las manos, y comenzó a lamerle el rostro entero, bebiéndose sus propios jugos vaginales.

—¿Te das cuenta lo guarra que eres, Alex?

—Bueno, así es como te gusta, ¿no? Además, tu polla está bastante contenta ante esto, ja, ja.

Era cierto. Arthur estaba excitadísimo. De puro cortés no había pedido a su hermana poder metérsela. Ahora tampoco tuvo que hacerlo, y Alex tuvo la cortesía de voltearse, levantar el culito, y abrirse los labios vaginales, invitando a su hermano a su interior.

—¿Vienes?

—¡Con gusto, puta!

Arthur estuvo a punto de correrse cuando penetró a su hermana, pero logró contenerse. ¡Pero qué gusto tenía! Estaba viviendo el sueño de follarse cómo y cuando quisiera a su hermana, un primor de campeonato, y no quería que nunca acabase.

—¡Me encanta! ¡Me encanta cómo me das caña, Arthur! —Alexandra se estremeció, sintió que tuvo una pequeña explosión, pero eso no la detuvo, y siguió dejándose follar fuertemente por Arthur.

—Estás muy apretada, putita, ¡qué buen coño tienes! —Arthur la observó detenidamente. Podía ver su culo en todo su esplendor, y Alexandra le regalaba una vista preciosa de su rostro, torciendo el cuello hacia atrás, con la lengua afuera y los ojos desorbitados a medida que la penetraba—. ¡Pero qué sexy te ves en esta posición, hija de puta!

—Sí, sí, soy una hija de puta, una hermana de dos putas y una puta sin remedio! ¡Ah, ah, ah, ahhh! Arthur, por favor, prométeme que cada vez que tengas ganas, me vas a quitar lo que lleve puesto y me la vas a meter! ¿Sí? ¿Sí, por favor?

—¿Estás segura, cabrona?

—¡Sí! Cada vez que quieras, me subes la falda, o me bajas el short, o lo que lleve, y me lo metes. Ni siquiera me preguntes. ¡Simplemente me lo tienes que meter!

La excitación estaba llegando a sus límites. Ambos estaban al borde del clímax. Arthur iba a llenar completamente a su hermana, y Alexandra iba a cubrir de jugos el enorme pene de su hermano. Arthur agarró fuertemente las nalgas de su hermana, aceleró y aumentó la intensidad de sus embestidas en el culo de su hermana. Alexandra se agarró sus propias tetas, y las acercó a su lengua para poder lamerlas. ¡Pero qué gusto era una buena polla!, pensó. Jamás podría vivir sin una.

En eso estaban, cerca de correrse, cuando escucharon un gemido detrás de ellos. Sin dejar de penetrar a Alexandra, Arthur se volteó hacia fuera de la ducha, y juntos encontraron una escena que los dejó de piedra.

Alice estaba allí, de pie, con sus coletitas, mirándolos. Masturbándose mientras miraba a sus hermanos follar, acariciándose la entrepierna con ambas manos. Tenía las bragas a la altura de las rodillas, se estaba sujetando la camiseta de pijama con la boca para que sus pequeñas tetas quedaran afuera, y los observaba con ojos llenos de lujuria y placer. Su lengua estaba afuera, frotaba sus piernas una contra la otra, y parecía a punto de estallar.

En esas circunstancias, se suponía que Arthur y Alex debían parar, pero ninguno de los dos estaba en condiciones para ello. Alexandra se irguió, pegó su espalda al pecho de su hermano, y le abrazó el cuello con los brazos, permitiéndole a Alice observar la penetración, y el cuerpazo de su hermana mayor, en todo su esplendor.

—Alex, Alex… voy a….

—Yo también, hermano, esto es demasiado para mí.

—Ahh… ahhhhhh… —gimió Alice, que movió los dedos con más rapidez al interior de su coñito.

—Arthur, lléname por favor. Lléname completa. Llena a tu puta de lefa.

—Me corro… ¡Me corrooooo!

Arthur se derramó al interior de la vagina de su hermana mayor, y ésta expulsó un grito que retumbó en toda la casa. Sin dejar de mirar a su hermana menor, Alexandra también se corrió de puro gusto, por tercera vez en la sesión.

Alexandra y Arthur cerraron los ojos, e intentaron recuperar el autocontrol y el aliento. Alex abrió el agua helada, y pudieron refrescarse, y aliviar un poco el calor que tenían. Cuando volvieron a mirar al baño, Alice había desaparecido.

—Oye… imaginé a nuestra hermanita angelical haciéndose la paja, ¿verdad?

—Creo que no, ja, ja, ja. Ya sabía que nuestra hermanita no era tan inocente como parecía.

—No sé, Alex… creo que hay un límite, ¿no? ¿No es muy joven?

—Puede ser. Ya veremos. Por ahora, bésame, hermanito.

Alice corrió a su habitación, se encerró, subió a la cama, y encendió el teléfono. Sin mediar un instante, le escribió a Cindy (con todas las faltas de ortografía que permitían los teléfonos), su amiga de toda la vida:

“No te imaginas lo ke acabo de ver.”

Cindy no tardó ni dos segundos en ver el mensaje y responderle.

“Cuéntame todo”, dijo, y agregó una carita acalorada.

“Twino y la Roja estaban haciéndolo jijiji”, escribió Alice, agregando unas cuantas caritas sonrojadas. Cindy le respondió con tres símbolos: un pepino, un durazno y un signo de pregunta. “Sí eso mismo jijiji.”

“Ufff Ali, no sabes lo mojada ke me pongo al leer eso. ¡Dos hermanos follando!”, exclamó Cindy en su texto. “¿Lo isiste con tu otra hermana anoche tanbién?”

“Síiiiiii”

“¿Y ke tal?”

“Su conchita es muy mojada y muy rika, Cini” escribió Alice, notando como le subía la temperatura otra vez. Sintió sus braguitas humedeciéndose, a pesar de que se acababa de venir mirando a Arthur y Alexandra.

“¿Le pasaste tu lenguita como t dije, cari?”

“Siiiii, y ella m lo hiso tanbien” escribió Alice, recordando cómo Ariadna y ella practicaron por primera vez un 69, una experiencia increíble.

Cindy le envió un pequeño gif a su amiga, donde aparecía ella, una chica de piel morena, cabello negro, ojos grises y curvas pronunciadas a pesar de su edad. Se estaba abanicando sobre los pechos, que mostró bajándose un poco la escotada camiseta de tirantes.

“Me está dando mucho calor, cari. Sigue”

“A mí tanbien” dijo Alice, que continuó escribiendo. “Y aora vi a Twino asiendoselo a la Roja en la ducha. La tenía inklinada contra la muralla, y era muy rapido y fuerte”.

Cindy le envió otro videíto desde su casa, donde se ponía en cuatro frente a la cámara, dejando ver sus tetitas debajo de la camiseta, y lamía y chupaba sensualmente su dedo índice. Añadió un texto que preguntaba “¿T dieron ganas de comersela?”

“Siiiiiiii, ase mucho ke kiero, es muy grande y larga”. Alice se quitó el shortcito y las braguitas, se abrió de piernas, se grabó abriéndose los labios vaginales, y su coñito chorreó sobre la cama. “Estoy así de umeda”, le escribió a Cindy. Luego, mientras esperaba la respuesta de su amiga, Alice comenzó a acariciarle el clítoris, notando lo excitada que le ponía hablar de esas cosas con ella.

Cindy le envió un nuevo video. En éste, ya sin su camiseta y con las tetitas al aire, Cindy miraba seductoramente a la cámara (o lo que era lo mismo, a Alice), y se ponía a lamer lujuriosamente la pantalla. También aprovechó de grabarle un mensaje hablado:

—Así te lo haría, Ali. Me dan muchas ganas de comerte esa cosita deliciosa.

Alice también le habló al micrófono, mientra se grababa masturbándose frenéticamente.

—Yo también quiero. Estoy muy caliente, Cini.

Decir esas cosas en un micrófono le puso a mil. Se sentía muy sexy. Sentía que había muchas cosas divertidas y deliciosas que quería hacer. Justo pensaba en eso cuando, tras más o menos un minuto, Cindy respondió con un video un poco más largo que los demás.

En el video, Cindy se quitaba los pantalones, y solo en bragas salía de su habitación mientras se grababa. Se dirigía a otra habitación, abría la puerta, y aparecía su hermano mayor en escena, un muchacho alto y morenazo, que la quedó mirando con los ojos como plato. El video terminaba con el rostro de Cindy y un riquísimo mensaje:

—No aguanto más, me voy a follar a mi hermano. Te sugiero lo mismo, Ali, jaja.

Alice White dejó el teléfono de lado. Era cierto, era una buena idea. ¿Por qué iba a seguir resistiéndose? Pero la verdad era que estaba a punto de correrse, y no alcanzaría ni siquiera a llegar a la puerta. Lo mejor era esperar a la tarde. Y no se contentaría solo con “su hermano”.

Durante el almuerzo, se le ocurrió un plan sensacional, basado en lo que Arthur había hablado con Alexandra. Que lo harían cada vez que el primero tuviera ganas. Por lo que Cindy le había dicho, los hombres no podían regularmente hacerlo una y otra vez sin parar, como las chicas, así que después de la agotadora sesión en la ducha, tendría que estimularlo activamente.

Para ello, comenzó con cambiarse de ropa. Se puso el conjunto completo que su tía Gabrielle le había regalado el verano pasado. Era su ropa más reveladora: un top blanco que dejaba su cintura completamente descubierta y marcaba muy bien sus tetitas; una falda azul con vuelitos, muy corta, que le llegaba apenas por debajo del culito; y unas braguitas blancas con algo de encaje que había ocultado de su madre. Se dejó suelto el cabello castaño en lugar de atarlo, se puso unas zapatillas deportivas que le gustaban, y lo primero que hizo cuando vio a su hermano mayor sentado en el sofá, viendo televisión, fue lanzarse a su cuello para besarle la mejilla.

—¡Ali! —se sobresaltó él, que estaba solo en ese momento.

—¡Hola, Twino! ¿Qué ves? —Alice separó las piernas y se sentó sobre una de las rodillas de su hermano, inclinándose levemente hacia adelante para que sus senos resaltaran más.

—B-bueno, ¿no lo ves? Veo tele —dijo éste, con los ojos pegados en lo que su hermana menor le mostraba. ¡Qué cuerpo tenía! Se preguntó si debía hablarle de lo que había pasado en el baño, pero lo cierto era que no se atrevía. Quería convencerse de que había sido una ensoñación.

—¿Y qué ves? —Alice giró la cabeza, y con el movimiento, su entrepierna rozó con el muslo de Arthur. Sintió un gran gustito allí, pero se controló, o perdería la oportunidad.

—Las peleas. Oye, ¿no tienes que estudiar o algo, Ali?

—Nah, ya terminé. Además, estoy muy cómoda aquí. Igual que estaba cómoda frente a ustedes.

—…Eh…

—¿Siempre son tan musculosos esos tipos?

—Vamos, boba, jajaja —rio Arthur, nerviosamente, apartando a su hermana con gentileza. Era la única de sus hermanas con la que no había tenido problemas nunca. Era su adoración—. ¿Por qué no sales a ver a tu amiga? No te quiero aburrir con esto.

—¿Hm? —Alice le dio la espalda a su hermano, miró la televisión, y se inclinó levemente, fingiendo que ponía mucha atención a la pantalla—. Tal vez tienes razón, Twino, no le veo lo divertido a esto.

—S-sí, cierto, cierto —dijo Arthur, titubeando. Alice pudo ver de reojo cómo Arthur intentaba con todas sus fuerzas no mirar la entrepierna de su hermana—. Vete ya, entonces.

—¡Ok! ¡Nos vemos! —dijo Alice, y salió de la sala caminando a saltitos, con lo que su faldita se elevaba constantemente.

Alexandra estaba en la cocina, hablando por teléfono con mamá, que estaba en ese momento en el pueblo comprando. Alex saludó a su hermanita con un gesto de la mano, y Alice se dirigió a la despensa. De allí sacó un lollipop redondo, sabor frutilla, rojo como los labios de su hermana. Alice se sentó en el mesón de la cocina de un salto, justo frente a su hermana mayor.

—Sí, mamá, yo me encargo del gallo después —dijo Alexandra, en el teléfono—. Sí, ¿podrías traer algunos más? Quizás uno… hm…

—¿Qué pasa, hija? —alcanzó a escucharse la voz de su madre en el altavoz.

Alexandra tenía los ojos clavados en su hermana menor. Alice le devolvía la mirada atentamente, con los labios medianamente abiertos (tal como Cindy le había enseñado), y llevándose muy lentamente el lollipop a la boca.

—Ah, n-nada, mamá, disculpa.

—¿Qué querías pedir?

—Un pepino o dos. Grandes —dijo Alexandra, sin pensar.

Alice se abrió de piernas, apenas mostrando a su hermana mayor parte de sus braguitas blancas y húmedas. Comenzó a darle pequeños lametones a su dulce, sin dejar nunca de mirar a Alexandra, pestañeando coquetamente de vez en cuando.

—Oh… ya veo, hija. Vaya que eres pícara, putita —dijo mamá, quizás pensando que solo la hija con la que había follado la estaba escuchando.

Alice, al oír las palabras de su madre, se estremeció y se llevó el lollipop a la boca. Alex se relamió los labios, apenas pestañeando. Alice se bajó del mesón, y salió otra vez de la casa.

—Sí, mamá. Sí que lo soy —dijo Alexandra.

La más joven de la familia se pasó varias veces caminando, moviendo el culito, frente a Alex, y especialmente Arthur. Ninguno de los dos pudo evitar mirar a su sensual hermana menor, incluso aunque lo intentaron. Alice lo tuvo que hacer durante poco menos de una hora. Comenzaba a perder la esperanza de que su plan funcionara, hasta que, oculta en la escalera, vio a Arthur ponerse de pie y salir de la casa. Alice pudo ver lo empalmado que estaba, se entusiasmó, y siguió a su hermano al granero, donde Alexandra estaba contando sus reservas.

Alice vio entrar a Arthur, y lo siguió por detrás. Luego, la chica se ocultó detrás de unas reservas de trigo, y pudo contemplar con todo detalle la escena que se armó. Arthur llegó hasta Alexandra y la abrazó por detrás. Alex se dio vuelta y besó a su hermano apasionadamente. Ambos comenzaron a tocarse debajo de la ropa, casi de inmediato.

—Quiero follar —dijo él.

—Ja, ja, lo sé, pero te dije que no tienes ni que pedirlo. Siempre estoy húmeda para ti.

—¡Qué puta que eres! —dijo Arthur, pellizcándole los pezones bajo la camisa.

—Ufff, Arthur, estás muy intenso ahora… ¡Ay, pero qué duro que estás! —exclamó Alex, cuando metió la mano bajo el pantalón de su hermano.

—Ya sé, ya sé, es Alice… no sé qué le pasó, pero estaba… —Arthur metió la mano también dentro del pantalón de su hermana—. Tú también estás súper mojada.

—Nuestra hermanita también me visitó varias veces. ¡Qué putita que está hecha! Me tuvo echando humos la muy puta.

—¡No digas eso! —reprochó su hermano, mientras empezaba a lamerle el cuello a Alexandra—. Quizás está imitando lo que haces, o mamá, no sé… ¿cómo puede actuar así siendo tan joven?

—Pfff, yo era igual o peor cuando tenía su edad. —Alex le abrió el pantalón a Arthur, se puso en cuclillas, le agarró la polla y comenzó a hacerle una deliciosa paja—. Pero sí, es súper sexy la putita. Ay, vamos, no me mires así, lo digo con cariño. Si se hubiera quedado un rato más mirándome así la última vez, me hubiera lanzado encima de ella.

—¿Y qué le hubieras hecho? —preguntó Arthur, perdiendo el control otra vez, dejándose llevar por la imaginación. Alexandra se llevó la mano a la entrepierna mientras pajeaba a su hermano, y se comenzó a masturbar también.

—Le hubiera quitado la ropita, la hubiera acariciado todita, le habría besado entera… ufff, es hermosa mi hermanita, ¡y cómo se veía hoy de sexy! —Alex se metió el pene de Arthur a la boca, y comenzó a chupárselo rápidamente, hasta el fondo, emitiendo gemidos lascivos cada vez que la punta de la polla de su hermano le bajaba por la garganta.

—¡Ohhhh, Alex! ¡Estás muy intensa hoy!

Alexandra pasó la lengua alrededor del tronco, y mientras se acariciaba el clítoris, masajeó las bolas de Arthur con su mano libre. Le encantaba hacerle sexo oral a su hermano. Le encantaba chupar pollas, no podía evitarlo.

Después de un rato, ambos estaban listos. Arthur recostó a su hermana mayor sobre la paja. Le levantó las piernas y las apoyó sobre sus hombros. Alex le suplicó que se lo metiera, y cerró los ojos mientras era penetrada de un solo tirón por su hermano.

—¡¡¡¡¡Ahhhhhhhh, sí!!!!! No me canso de eso. ¡Fóllame duro, no tengas piedad!

—¡Qué guarra eres, hermana! —Arthur comenzó a penetrar fuertemente a Alex. No tenía piedad ni contemplaciones. Sabía que a su hermana pelirroja le gustaba cuando la trataba duramente, cuando la follaba duro y como un perro en celo. Le agarró de la cintura, y la atrajo hacia él con los brazos al mismo tiempo que sus caderas hacían el movimiento contrario.

—¡Ohhh, eso es nuevo! ¡Dame duro, hermano, sí, sí!

—¡Está muy rico, Alex! Estoy muy caliente, te quiero follar a cada momento.

—Hazlo, soy toda tuyaaaaaaaaaaaa.

De pronto, Arthur tuvo un escalofrío en la espalda. Se quedó de piedra cuando comenzó a sentir lametones a lo largo de la espalda. Ni siquiera pudo voltearse.

—¿Pasa algo, hermanito? —Alexandra, sorprendida a que su hermano se detuviera, abrió los ojos, y encontró a Arthur abrazado por otra chica. Al mirar más detenidamente, notó a su hermanita menor, con su cabello suelto y la misma ropa seductora de antes, lamiendo silenciosamente la espalda de su hermano mientras se metía la mano debajo de la faldita—. Oh.

—A-Alice… e-espera, esto no… —Arthur iba a protestar, cuando su hermana mayor lo atrajo hacia ella, y le calló con un beso. Ya no había vuelta atrás.

Arthur se separó de Alexandra, y se volteó hacia atrás. Alice lo miró con tanta pasión como si fuera una experimentada lujuriosa, le cruzó los brazos alrededor del cuello, y le dio un tierno piquito de prueba a su hermano mayor. Sus labios sabían increíbles.

Alice volvió a intentarlo, y esta vez abrió la boca para invitar a Arthur a que le metiera la lengua. Él así lo hizo, y su lengua se metió hasta su garganta, con algo de agresividad que le dio mucho gusto. Era diferente en sus besos a Ariadna o Cindy.

Luego, Alice se apartó de su hermano, se puso delante de él, y se inclinó para que se le levantara la faldita nuevamente. Al mismo tiempo, se recostó sobre su hermana mayor, y sin decir una sola palabra, se acercó a su rostro. Alexandra, ni corta ni perezosa, abrió la boca y sacó la lengua. Alice la imitó. Sin tocarse los labios, ambas hermanas se dedicaron a juguetear con las lenguas, en el morreo más morboso que había tenido. En menos de un minuto, había aprendido dos nuevas maneras de besar.

Alexandra le sacó el top a su hermanita, y lo arrojó a un lado. Con las tetitas frente a ella, la pelirroja no se tardó un segundo en comenzar a masajearlas mientras su lengua hacía lo mismo con la de Alice. Arthur, detrás de ella, le bajó las braguitas sin quitarle la falda, se inclinó frente a su rajita, y comenzó a realizarle sexo oral.

—¡Ahhhhhhhhhh! —gritó Alice tiernamente, cuando sintió la lengua experta de su hermano no solo por encima de su clítoris, sino también al interior de su agujero virgen. ¡Qué gusto sentía! ¡Qué rico era! Al mismo tiempo, Alexandra se encargó de besarle los pezones erectos.

—¿Te gusta, hermanita querida?

—Sí, mucho —dijo Alice, apenas en un susurro.

—¿Puedo probarte?

—Sí.

Alexandra y Arthur cambiaron posiciones. Alexandra besó a su hermano fugazmente, para saborear los restos de los jugos vaginales de Alice, antes de hacerlo ella misma. Se arrodilló detrás de su hermana, le tomó las nalgas con las manos, y le comenzó a pasar la lengua por el coñito. ¡Qué rico sabe!, pensó. Podría saborear esos líquidos toda la vida.

En tanto, Arthur se colocó de rodillas frente a Alice, que estaba en cuatro patas. Por primera vez, Alice se enfrentó a una polla en vivo y en directo por primera vez. Larga, venosa, dura, había soñado tantas veces con algo así, que en lugar de sentirse intimidada, la tomó con una mano, y tal como había hecho con el dulce antes, comenzó a darle pequeños lametones en la punta. La visión de su hermanita haciendo algo tan dulce e inocente, y a la vez tan sexy y lascivo a pesar de su torpeza, lo puso a mil.

—Me encanta, ¡me encanta tu coñito, Alice! —exclamó Alexandra.

—Hmm, hmmmm —dijo Alice, comenzando lentamente a meterse la larga polla de Arthur en la boca. No iba a detenerse hasta poder lograr algo así.

—Sé que te quieres meter eso, pero tienes que acostumbrar esta cosita primero, ¿ok? ¿Confías en mí, cariño?

—Sí… —dijo Alice, antes de intentar abrir más la boca, y meterse completa la punta del pene de Arthur, a la vez que lo masajeaba con las manos.

Alexandra se colocó en posición, y mientras contentaba con su mano izquierda su “conejo travieso”, como le llamaba, usó la mano derecha para estrenar a su hermanita. Con el pulgar acarició su clítoris, y cuando notó que estaba hecha un grifo chorreado sus muslos, Alexandra le metió lentamente el dedo índice en su interior. Alice no protestó en ningún instante, y consiguió chupándosela a su hermano mayor.

—¿Te duele, Alice? —preguntó Alexandra.

—No… no, me gusta —respondió la hermana menor, sonriendo, y volviéndose a meter el rabo de Arthur a la boca, esta vez con más facilidad que antes.

—Dios, cómo me pone escucharte decir eso, Alice —dijo Arthur, dejándose llevar por el placer que le estaba dando su hermanita—. Voy a correrme pronto. Alex, te quiero follar…

—Pues, hazlo cariño. Fóllame. Alice, ¿quieres comerme el coño?

—¡Sí! Sí, por favor.

Alexandra se recostó en la paja, y le pidió a Alice que se sentara sobre su rostro. Sin darle ninguna indicación, la hermana menor se dobló hacia adelante, y comenzó a masajear el clítoris de la mayor, en un perfecto 69. Arthur le abrió entonces las piernas a Alexandra, y la penetró bruscamente, sin contemplaciones, mientras veía la cabecita de Alice darle lametones a su hermana.

—¡Ohhh! ¡Qué vista tengo! ¡Son increíbles!

—Slurp, slurp, slurp —eran los rápidos sonidos de Alice lamiendo el clítoris de Alexandra—. ¡Qué rico! Hmmmm…

—¡Ah, eso es, fóllame, hermano! —exclamó Alexandra, mientras masajeaba el clítoris de Alice con una mano, y le introducía un dedo de la otra al coñito—. ¡Alice, cariño! ¿Quién te enseñó a lamer así? Me haces volverme loca, ahhhhh.

—Twina —respondió simplemente Alice, y eso fue todo lo que Arthur necesitó escuchar.

Incrementó la fuerza y velocidad de los envites, imaginándose a sus tres hermanas follando entre sí, lo que hizo que Alexandra se corriera de gusto.

—¡Me corro! ¡Me corro!

—¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!! —Alice, por su parte, también se corrió, y sus jugos salieron como locos sobre la cara de Alex, que se los tragó gustosa.

Arthur se puso de pie, y les pidió a Alice y Alexandra que se arrodillaran frente a él. Si iba a tener una jornada tan sexy, lo haría hasta el final en sus términos. Ellas, obedientes, así lo hicieron, y comenzaron a lamer juntas la punta de la polla frente a ellas mientras él se hacía la paja. No pasó mucho rato hasta que él anunció su orgasmo.

—Alice, las buenas putitas se tragan toda la lechita, ¿ok?

—¡Sí, eso quiero!

—Así que abre la boca, y di “aahhh”.

—Aaaahhhh —exclamó Alice, desesperada por hacer lo que hace tanto había deseado, después de todas las cosas que Cindy le había contado. Se moría por probar el semen

Ambas hermanas abrieron la boca, sacaron la lengua, y Arthur allí apuntó los chorros de lefa caliente. Las chicas le sonrieron con la boca abierta, y recibieron gustosas el semen de su hermano. Alice, sin perder tiempo, se tragó todo lo que tenía de un solo sorbo, ante la sorpresa de sus hermanos. Luego, Alexandra le sonrió coquetamente, y para cerrar la sesión con broche de oro, le tomó el rostro con las manos, y la besó efusivamente, compartiendo su ración. Sus lenguas volvieron a juguetear apenas entraron en contacto. Arthur cayó de espaldas, convencido de que estaba en el mejor sueño del mundo. Alexandra le siguió.

En tanto, Alice sentía que su vida recién comenzaba a ponerse más interesante. Solo le faltaba un único elemento, un único lazo que atar, pero convencer a Ariadna y Arthur a dejar de lado sus tabúes iba a ser más complicado de lo que pensaba. Pero no imposible.







Continuará
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heranlu

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 06


La sobrina bailarina
—¿Listo, querido?

—Sí, querida, estoy más que listo.

—Entonces dame, y apunta bien, ¿sí?

Ante la petición de su esposa, Alexander White se corrió violentamente en la cara de Charlotte Black, manchándola completamente de blanco, sobre su nariz, párpados, labios, lengua afuera, su cabello rojo, y también un poco cayó en su delicioso cuello de cisne. Ufff, qué rico se sentía despertar así, con su esposa esperándolo de rodillas a la bajada de la cama, a sabiendas de lo erecto que estaba después de dormir, completamente desnuda. Solo tuvo que hacerle un poco la paja, y darle una corta chupada, para que él se viniera como loco encima de ella.

—¿Cómo está, querida?

—Sabroso, cariño, como siempre —respondió su esposa, complacida. Desde la primera vez que estuvieron juntos, ella se había vuelto completamente adicta al semen de su marido. Si bien era cierto que también le gustaba beber el de otros hombres, su predilección siempre estaba en lo que salía de esa gorda, larga y venosa polla—. Ufff, la tuya siempre es mi favorita, mi oso.

—Me encanta oír eso, jejeje.

—Y supongo que tendrás más, ¿no? Hay que aprovechar que están todos afuera hoy y que nosotros tenemos descanso. —Charlotte se puso de pie, se dio media vuelta seductoramente, y se inclinó para mostrarle su culito apetitoso—. Necesito que me lo hagas por todos lados hoy, ¿está bien? Nadie más que tú.

—Ufff, cómo me pones, cielo. —Alexander le dio una buena nalgada a su esposa que la hizo reír de gusto, y se dirigió a la ducha del baño matrimonial, mientras se iba quitando la ropa de pijama.

—Oye, cariño… —preguntó Charlotte, aún desnuda, detrás de la puerta del baño matrimonial. Se había pasado toda la noche pensando en algo, y era momento de sacarlo a relucir.

—¿Sí querida?

—Ayer encontré manchas de semen en la ropa de las chicas.

—¡Ja, ja, ja, ja! —rio Alexander, a gritos para oírse por sobre el clamor de la ducha—. Por supuesto que sí. Alex se folla a Arthur casi todas las noches, o a mí cuando tú no me dejas seco, jaja. Y estoy seguro que Ariadna algo está haciendo con alguien también.

—Me refiero a todas las chicas, querido —dijo ella, con una sonrisa de oreja a oreja, apartándose de la puerta, a sabiendas de que su esposo la abriría de golpe, lo cual hizo medio segundo después.

—¿Todas? ¿También Ali? —preguntó, saliendo a la habitación, desnudo, completamente empapado y empalmado a la vez. Su esposa no perdió ni un segundo en comenzar a masajearle la polla así como estaba, era una adicta a ella.

—Sí. En su camiseta, un poco en una de sus falditas, la que cree que me oculta… Diría que son las mismas que tenía Alex en su ropa interior.

—Madre mía… —suspiró Alexander, tanto por la paja que le estaba haciendo su esposa, como por los pensamientos que corrían en su imaginación—. ¿O sea que todas ellas…? Ufff, ¿no será el momento entonces de… ya sabes?

—Creo que sí, bebé, jaja. —Charlotte se comenzó a inclinar para dirigir sus labios nuevamente a ese miembro que le fascinaba, cuando escuchó que tocaban la puerta de la casa—. Oh, diablos.

—¿Hm? ¿Quién será?

—Debe ser alguna de nuestras hijas, o nuestro hijo, que olvidaron algo. Lo siento, cariño, sigue duchándote e iré a ver. Luego vendré a acompañarte, que necesito más…

Charlotte Black se lavó rápidamente la cara, se puso solo una bata de baño encima, y bajó las escaleras al primer piso. Al abrir la puerta y recriminarle a cualquiera de sus hijas o hijo, cualquier cosa, se llevó una sorpresa mayúscula que le obligó a sonreír de alegría.

¡Su hermana estaba de visita! Gabrielle, la menor de las cuatro, tenía el cabello rojo (en su caso era el más claro de las cuatro) atado en una larga trenza que caía por su espalda. Estaba mínimamente maquillada, como era usual, y así resaltaban sus atributos faciales naturales. Lucía una camiseta corta de tirantes color púrpura, y un pantalón de tela muy ajustado, de color blanco, que resaltaba su trasero. Llevaba zapatillas blancas, y estaba en mejor forma que nunca. Se arrojó al cuello de su hermana, y le plantó un delicioso piquito en los labios, que Charlotte respondió con alegría también, a pesar de que se habían visto tan solo dos semanas atrás.

Con ella venía su esposo, Amador Rojo, un costarricense candente, atractivo y bueno para bailar que bien podría haber posado para literalmente para cualquier cosa con esa sonrisa caribeña que tenía. Ariadna solía decir que tanto él como sus hijos eran estereotipos andantes… y quizás lo eran. Pero eso no quitaba que fuera tan ridículamente atractivo, con su piel bronceada, cabello castaño siempre limpio, su característica barba varonil de dos días, y unos ojos que parecían desnudarla con la mirada. A veces no solo con la mirada, claro, recordó Charlotte, mientras Amador le besaba en ambas mejillas. Lucía una camisa semiabierta, pantalones muy ajustados de color gris, y se había amarrado el cabello en una cola alta.

Detrás de ambos esperaba ver al joven Amador Junior, por el que tanto Ariadna como Alice deliraban, pero lamentablemente no había venido con ellos. Le explicaron que, de hecho, había salido con su prima Ariadna a quién sabía dónde. “Esa es mi hija”, pensó Charlotte, orgullosa de que al fin se estuviera liberando un poco esa muchacha.

Sin embargo, sí venía una tercera persona, y la vista lujuriosa de Charlotte también lo apreciaba. Era su hija mayor, Valentina Rojo, una criatura sacada directamente de una porno de latinas, muy lejana a los estereotipos corporales británicos que eran Charlotte y sus hermanas. Valentina tenía unas curvas de espanto, que volverían a cualquier hombre completamente loco, y de seguro hacía eso en la escuela. Tenía la misma edad que Arthur y Ariadna, pero claramente tenía más confianza en sí misma que el primero, y muchísima más experiencia sexual que la segunda. Tenía los ojos café y la piel morena de su padre, así como su cabello castaño, largo y sexy, que le alcanzaba hasta la cintura. Tenía senos redondos y perfectos, que resaltaba con su “bralette” negro; y un trasero digno del de su madre, que apenas cubría con un short de jeans celeste.

—Hola, tía Charlotte, ¿cómo está? —preguntó con su habitual cortesía su sobrina, a pesar de que todos sabían de que era una puta sin remedio ni respeto por nada. Le encantaba.

—Muy bien, querida, muchas gracias.

—¿Están Alex o Arthur? —preguntó Valentina, mientras Amador le acariciaba el trasero a su esposa con descaro, y ésta le sonreía de vuelta seductoramente.

—No, Alexandra está en el instituto y Arthur salió con unos amigos —le contestó, a lo que Valentina puso un puchero de decepción—. Alice está con su amiga Cindy, y Ariadna… bueno, con tu hermano, ¿no, querida?

—¿Y el tío Alexander? —preguntó Valentina, haciendo caso omiso a la pregunta. ¡Qué puta que era la maldita! No podía enojarse con ella. La muchacha hacía lo que quería, y obtenía lo que buscaba sin ningún tipo de tapujos. Admiraba que se hiciera valer desde tan joven.

—Bañándose, se acaba de levantar —respondió Charlotte, mientras recibía el pie de manzana que Gabrielle había traído.

—Ok. Voy a… Voy a esperarlo afuera de la habitación. —Y sin decir más, Valetina le dio un beso en la mejilla a su tía, y subió las escaleras, arqueando lo más posible el culito a medida que subía los escalones.

—Dijo que tenía que entrevistar a una persona que hubiera vivido aquí hace veinte años —se excusó Amador, dejando una botella de vino de su propia cosecha sobre la mesa, mientras se abanicaba. ¡Dios, qué atractivo se ve!, pensó Charlotte.

—Tú sabes que quiere ser periodista —dijo Gabrielle, abrazándose al brazo de su hermana.

—Sin duda, jaja.

—Así que aprovechamos de hacerles una visita y caerles a almorzar. Lo sentimos mucho si estaban ocupados o tenían planes ahora que estaban solos, Charlotte.

—Para nada, Amador, tenemos almuerzo más que de sobra. —Sí, sí tenía planes con Alexander, planes que incluían mucho sexo, pero lo cierto era que ahora solo habían mejorado—. ¿Qué tal si vamos afuera un rato y hablamos? ¿Qué noticias me traen del otro lado del condado?

Alexander esperó a su esposa un buen rato, antes de aburrirse y comenzar a masturbarse debajo de la regadera. Con la vida que llevaba, y con la mujer que tenía, se había acostumbrado a cierto ritmo, y podía venirse tres o cuatro veces por día de forma regular, y en su punto máximo podía terminar follando cerca de una decena de veces. Una sola en la mañana no era suficiente, necesitaba más.

Pensó en sus tres hijas, como era habitual. Alexandra, la mayor, le hacía las mejores rusas que alguien podía hacer. Así como su madre, estaba obsesionada con las pollas, y le encantaba que la montaran y le dijeran todo tipo de guarradas a cada rato. Con su cabello rojo igual que sus labios, su hija mayor era pura pasión. Se la imaginó frente a él, inclinándose sobre la mesa para que su padre pudiera penetrarla.

Ariada siempre había sido más recatada, y usaba ropas un poco más tradicionales cada vez que salía, con faldas largas y camisas. Sin embargo, en casa, no tenía ni un solo tapujo en andar casi desnuda, y Alexander estaba seguro de que le gustaba que la miraran. Cuando se ponía esos shorts diminutos, y caminaba por la casa con sus largas y esculpidas piernas como si fuera una pasarela, Alexander tenía pequeños ataques cardíacos. Y ahora que sabía que se había liberado, sus inhibiciones desatadas serían todo un placer. La imaginó junto a él, acariciándole el pecho, besándole el cuello y los labios, impulsándolo a penetrar más fuerte a su hermana mayor.

Alice era la chica de sus ojos. La más joven de toda la familia, era dulce, inocente, y tan absurdamente sensual al mismo tempo que siempre se preguntaba si no estaba jugando con todos ellos y era la más putita de todas. Lo más probable era que hubiera comenzado a hacer el amor con sus hermanas y hermano, era al fin y al cabo el lazo que mantenía a la familia junta. Se la imaginó sentada sobre la cara de Alexandra, descubriendo los placeres de una lengua en su coño.

Arthur se convertiría en un semental como él, no podía olvidarlo. Le recordaba mucho a cuando él mismo tenía su edad, follándose a medio mundo con su actitud rebelde y deshinibida. Se lo imaginó tomando a su hermana gemela por las caderas, para penetrarla con dureza. Alexander se preguntó si tal vez ya lo habían hecho, o eran demasiado orgullosos e idénticos ambos para ello. Y de ser así, ¿qué demonios esperaban?

Así que en eso estaba el patriarca de la familia, haciéndose la paja mientras pensaba en sus hijas folladas por él y su hijo, cuando escuchó la puerta del baño abrirse. Ya era hora, pensó.

—Te demoraste mucho, querida. ¿Quién era?

Su mujer no le contestó. En lugar, la sintió quedarse allí de pie. Pudo sentir sus ojos sobre él, así que corrió un poco la persiana, para que pudiera ver cómo se hacía la paja. Había mucho vapor, pero estaba seguro de que su esposa podría ver al menos la parte que importaba. Alexander sabía que estaba pasado de peso, y no en su mejor forma, así que apreciaba esas pequeñas muestras de que su mujer aún lo consideraba atractivo. Así que se hizo la paja por ella…

—¿Te gusta cómo lo hago?

—Ajá…. —dijo ella apenas, en un gemido contenido.

—¿No quieres ayudarme, hermosa?

—Sí —respondió ella sencillamente. Cuando Charlotte pasó la mano al interior de la ducha, y le tocó la polla, Alexander cerró los ojos y se dejó llevar por el placer. ¿Qué podía ser más satisfactorio que dejar que una chica se encargara de ti, haciéndote una paja? Se sintió como rey.

De pronto, Alexander comenzó a centrarse en las pequeñas diferencias. Cómo le masajeaban las bolas, cómo acariciaban la punta de su polla con el pulgar, la forma de los dedos, cómo pasaban de arriba hasta abajo por la piel de su miembro… No solo se trataba de que conocía perfectamente a su mujer en la cama, sino porque había follado con demasiadas mujeres como para no percibir las diferencias entre ellas.

Así que corrió completamente la cortina, se quitó el champú que le caía por la cara y le escocía ya los ojos, y descubrió a su calenturienta pareja de la tarde.

—Hola tiíto, ¿cómo está? —preguntó su sobrina, mirándolo con una sonrisa y mirada de puta hambrienta que hace un buen rato no veía. Por supuesto, era la hija de la más loca de las hermanas de su esposa, y de un bailarín candente. ¿Podía esperar menos?

—Valentina, sobrinita, ¿qué haces por estos lares?

—¿Qué crees tú, tío? Divirtiéndome, pues. —Valentina no soltó ni por un momento el miembro de su tío favorito. Lo amaba, le enloquecía desde la primera vez que lo vio. Si bien era cierto que podía decir lo mismo de muchos penes que había visto durante su relativamente corta vida, la de su tío era una cosa fenomenal—. ¿Tío Alexander?

—¿Sí, querida?

—¿Te la puedo chupar? —preguntó la muy puta con voz de chiquilla inocente, mirándolo con pestañeos rápidos y seductores. Ni siquiera se había sacado la ropa que llevaba, con excepción de las zapatillas, y ya se estaba metiendo debajo de la regadera sin importarle nada.

—Por supuesto, adelante.

No era la primera vez que ambos tenían sexo. Ese era uno de los secretos que las hijas e hijo de Alexander no estaban muy al tanto. Gabrielle y Amador habían integrado a sus dos hijos a los “juegos familiares”, como les llamaban los White, mucho antes que Alexander y Charlotte.

Con sus shortcitos y esos sostenedores con nombre francés que no eran sostenedores, y que a Valentina le encantaba usar, ella se metió a la regadera, y sin esperar un segundo, dobló las rodillas y se metió el miembro de su tío a la boca. ¡Qué gustazo era! Ni siquiera fue de a poco, sino que intentó hacer un garganta profunda desde el principio. No estaba seguro de qué cosas le enseñaban a la muchacha al otro lado del condado en la escuela, pero era educación de calidad.

Valentina estaba terriblemente mojada. No solo por el agua, sino porque estaba sumamente excitada tras ver el gordo miembro de su tío. Su madre le había enseñado que una polla era algo que había que tratar con adoración, como un bello regalo de los dioses. Un coño también, claro, pero una polla tenía un encanto especial que la hacía a una sentirse dominada por otro, como si fuera un objeto para su diversión, y le fascinaba eso en la cama (o en donde fuese). Por ello, trataba al pene de su tío Alexander con especial atención, con caricias a lo largo del tallo, largos lametones en la punta y en los testículos, y jugueteos especiales cuando lo tenía en la garganta, como mamá y papá le habían enseñado a hacer. Sentía que su coño se había convertido en un grifo, y se moría de ganas porque su querido tío la follara como se merecía. Por eso trataba bien ese pene delicioso, y envidiaba a sus primas, que seguramente ya se lo habían llevado a sus agujeros.

—Espérame un segundo, tío, creo que tu cosa puede ganar aún más fuerza —dijo Valentina, poniéndose de pie y saliendo de la ducha después de darle un último lametón al vigoroso miembro de Alexander.

—¿Y cómo sería eso?

—Pues, verás… —Valentina pasó del baño a la habitación matrimonial, mojando todo el suelo (posiblemente solo para molestar a su tía Charlotte un poco, supuso Alexander), moviendo bien el culo con cada paso ante la vista de su tío, en la ducha. Encendió el estéreo, y puso una canción pegadiza, muy sexy y bailable, que encontró en su estación favorita de la radio. Luego, volvió al baño, y se quedó fuera de la ducha, admirada por su tío—. ¿Listo para el show?

No esperó que respondiera, sabía que le gustaría. Cada vez que se ponía a bailar, los hombres se lanzaban sobre ella para darle por todos sus agujeros como bestias cachondas. Primero comenzó con unos giros muy lentos, mientras se contoneaba, arqueando la cintura y la espalda, sin perder de vista a su tío. Sabía que eso le encantaría. Al son de la música, mientras giraba, fue pasándose las manos por encima de la ropa, sobre las tetas, la cintura, las caderas y los muslos.

—¿Te gusta lo que ves?

—Sí, por supuesto que sí. —Aun debajo de la ducha, Alexander White comenzó a hacerse la paja de nuevo, lentamente esta vez, siguiendo la música que su sobrina marcaba.

—Lo sé. Tu cosa deliciosa se ve muy contenta también —dijo la muchacha. Sus enormes tetas se movían al son de la música, y su culo increíble parecía invitarlo a que se comportara como un animal en celo—. Me pregunto qué sucederá si me empiezo a sacar mis ropitas… ¿Me das permiso, tiíto? Es que me está entrando mucho calor a pesar de que estoy toda mojada, ufff.

Primero comenzó sacándose el bralette. Lentamente, con mucha sensualidad, pero no tan lento como para que su tío se aburriera de su cuerpo. Se moriría si llegara a pasar algo así. Comenzó mostrándole los hombros, y luego se tapó los pechos cuando lanzó la pieza de lencería mojada al suelo. Sus senos quedaron al aire, redondos y con los pezones bien erectos para que su tío se los comiera si quisiera, con la aureola oscura y las puntas muy duras. La primera vez que realizó ese numerito con su hermano Junior, éste no se aguantó y se lanzó encima de sus tetas para comerlas sin parar. Pero su tío era distinto. Era maduro, experimentado, con autocontrol. Un verdadero macho, como su papá.

Valentina comenzó su cuarto giro, más rápido y sexy que los anteriores. Hizo sus mejores intentos para resaltar su culo debajo del mini short que llevaba, que poco dejaba a la imaginación. Le encantaba ir por la calle y que la miraran así, como su tío, con tanto deseo.

Se desabrochó el short, y se detuvo con el trasero en alto, inclinada hacia adelante de la manera más sugestiva posible, mientras dejaba que su cabello le cayera por el costado, y mirara a su tío volteando hacia atrás.

—¿Quieres que me quite esto también, tiíto?

—Sí, sí… —dijo el tío Alexander, todavía cascándola, esta vez más rápido que la música.

—Cuidado, tío, no querrás correrte antes de hacerme cariño, ¿no? ¿Quieres follarme, tío?

—¡Sí!

—Entonces, ¿me quito esto? —A la vez que iba diciendo eso, fue dejando caer su short por las piernas. Desde luego, no llevaba nada abajo, y notó que estaba sumamente húmeda.

Ese era el gesto final, que evaluaba cuánto aguantaban los hombres. Los shorts iban cayendo a la altura de sus rodillas cuando el tío Alexander, echando poco menos espuma, salió de la ducha con la bandera izada, tomó a Valentina de las muñecas, la estampó de frente contra un muro, y sin esperarse ni un poco más, la penetró con fuerza por el coñito, tal como a ella le gustaba.

—¡Puta de mierda!

—¡¡¡¡AAAAAAYYYYYY TIÍTOOOO!!! ¡Me estás follando, tío!

—Sí, ¡porque eres una puta zorra! ¡Qué manera de provocarme con tu bailecito, guarra!

—Sí, sí, soy todo eso, tío, soy una guarrilla que no puede vivir sin su ración de pene al día, una zorra a la que hasta el director se ha follado en la escuela. ¡Fóllame más, tío! ¡Fóllame más!

Alexander comenzó a darle de nalgadas. Fuertes, ruidosas, intensas. Seguramente podían oírse en toda la casa, pero no le importó.

—¡Qué puta eres! ¡Y qué apretada estás! Prométeme algo —le dijo Alexander, agarrándole las tetas por la espalda, y lamiéndole el lóbulo de la oreja—. Cada vez que vengas, me vas a dar un nuevo bailecito, ¿quieres?

—Por supuesto, tiíto, tengo muchos, y todos te volverán loco.

Para probar su punto, Valentina se despegó de su tío, y retrocedió, alejándose de él, mientras le lanzaba una de sus provocativas miradas de deseo. Luego, comenzó a mover las caderas, la cintura, a la vez que iba tocándose el cuerpo desnudo.

Dobló las rodillas, y se semi sentó en el suelo de la habitación matrimonial, agarrándose las grandes tetas con las manos, y procediendo a levantarlas para que pudiera lamer sus propios pezones con la lengua, a ritmo perfecto con la música.

Alexander le tomó de la cabeza, y reemplazó los pezones de la muchacha con su polla, más grande y gorda que nunca, que metió en la garganta de la chica. Ella ni siquiera se complicó, y comenzó a recibir los envites de su tío como una maestra, haciéndose la paja con una de las manos, y derramando sus abundantes jugos vaginales sobre el piso.

—Tío, sigue follándome, por favor.

—Si así lo quieres, puta de mierda.

Alexander tomó a su sobrina y de un solo movimiento la lanzó sobre la cama. Ella se entregó, separando y doblando las piernas para facilitar lo que fuera que le hiciesen, mostrando su mojado coñito. También estiró los brazos hacia atrás, y puso su mejor cara de putita para que su tío no tuviera ningún tipo de contemplación con ella. Y así lo hizo éste.

Sabiendo lo pesado que estaba, a Alexander no le importó. Se acostó sobre el cuerpo de su sobrina, la abrazó, apuntó su miembro a la entrada, y lo metió así nada más. Luego metió la lengua en la boca de Valentina, y ésta abrió la boca lo que más pudo para que su tío tuviera toda la facilidad del mundo. Le encantaba sentirse así, no solo llena, sino que completamente dominada por un hombre grande en todos los sentidos. Incluso aplastada si era necesario. Le gustaban los hombres que, cuando la follaban, parecían poseerla, hacerse dueños de su cuerpo, y que le hicieran lo que quisieran. Abrazó a su tío Alexander y lo empujó aún más hacia ella, y se preguntó, si es que sus primas no lo habían hecho con ese machote que era su tío, por qué no lo habrían hecho, ¡porque era una bestia sin control! A veces, cuando se lo hacían en esa posición, se corría de puro gusto en uno o dos minutos. Esta vez tardó treinta segundos.

—¡Ah! ¡¡Ahh!! ¡¡¡¡AAAAAAAAAHHHHHHHHH!!!!

—¿Te estás corriendo, puta?

—¡¡¡¡SÍIIIII!!!! Sí, tío, sí, ¡me encanta! ¡Hazme pedazos, rómpeme! ¡¡Tómame completa y hazme toda tuya!!

—¿Así? ¿Así te encanta? —Alexander comenzó a derramar saliva sobre el rostro de su sobrina, y ésta, presa de la lujuria, se lo bebió todo.

—¡Estás hecho un animal, tiíto! ¡Eres una bestia! ¡¡¡Ay!!! ¡¡¡Me corro de nuevo!!!

Alexander volvió a meterle la lengua en la boca, y además le agarró ambas tetas, moviéndose solo con la fuerza de sus piernas y los movimientos de su pelvis. Sentía que se venía, e iba a ser muchísimo. Iba a explotar dentro de su sobrina. Aceleró el ritmo, aplastó a la muchacha con su cuerpo, se volvió más agresivo a medida que ella se lo pedía.

—¡Ahhhh, me vengooooooo!

—Yo también, ¡me corro otra vez, tiíto! ¡Me corro! ¡Ahhhhhhhhhhhh!

Alexander lanzó todo lo que tenía dentro de su sobrina, y cuando se apartó y acostó en la cama, cansadísimo, notó que su lefa había desbordado, y estaba saliéndose del coño de Valentina.

—Ufff, disculpa, querida. ¿Usas pastillas?

—Por supuesto que sí, tiíto, especialmente si voy a acostarme con una bestia como tú, ¡qué manera de llenarme! —exclamó Valentina, que se recostó sobre su tío. Poco a poco, ambos, agotados, comenzaron a quedarse dormidos.

Charlotte Black, que por supuesto había oído todo, y estaba apostando con su hermana y cuñado cuánto duraría la follada, entró en silencio a la habitación y cobijó a su esposo y a su sobrina con una manta. Quizás ellos habían acabado, pero ella no estaba ni cerca de ello.



Continuará


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heranlu

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 07

Te eché de menos, hermana

Mientras Alexander White echaba una larga siesta después de haberse follado a su sobrina en la habitación familiar, la esposa del primero y los padres de la segunda conversaban animadamente en el jardín, mientras almorzaban con las mesas y sillas que había allí puestas. Ya se habían acabado, entre los tres, un six pack de cervezas como previa, y ahora estaban bebiendo del vino que trajeron los Rojo.

Hablaron de todo tipo de cosas, desde cómo estaban los asuntos en la granja de los White, en el viñedo de los Rojo, y los negocios en general. También discutieron temas como el clima, las escuelas de los muchachos, y cuándo se reuniría la familia entera. Gabrielle, en particular, tenía muchas ganas de volver a ver a sus otras dos hermanas, Elizabeth e Isabella, pero la primera estaba viviendo en su natal Inglaterra, y con la segunda habían perdido el contacto hacía poco, aunque Charlotte prometió hacer todos los intentos posibles.

Además, obviamente, hicieron parloteo sobre los dos que follaban arriba, y Charlotte le contó a su hermana y cuñado que tanto ella como Alexander ya se habían follado a su hija mayor, que la del medio se acostaba con la menor, que ésta probablemente también había cogido con Alexandra y Arthur a la vez, y que éstos dos habían sido los primeros que concretaron. Amador Rojo y Gabrielle Black aplaudieron los eventos, aunque tenían algunas dudas:

—Un momento, ¿eso significa que entre Arthur y Ariadna todavía no pasa nada? —preguntó Gabrielle, que se había estado acariciando sutilmente las piernas, que frotaba una contra otra, mientras le contaban las historias en la granja.

—No que yo sepa, y Alexandra también me lo dijo así. Son los únicos que faltan.

—¡Pero son gemelos!

—Creo que justamente por eso están tardando tanto, se conocen completa y literalmente desde la concepción, así que a ambos les ha costado dar el paso final después de esa primera vez…

—¿Cuál primera vez?

—Arthur y Ariadna estuvieron viendo unos videos que grabamos Alexander y yo para ellos. Al parecer se hicieron la paja viéndolos, y hasta se besaron, pero cuando estaban a punto de concretar, llegó Alexandra a destiempo, y desde allí no han intentado hacer nada.

—Ufff, qué pena… —A pesar de lo que dijo, Gabrielle llevó la mano un poco más cerca de su entrepierna, y su hermana notó lo duro que se le habían puesto los pezones.

—Pero dime algo, Charlotte, ¿tus hijos saben… bueno, lo de todos ustedes? —preguntó Amador, que hacía rato estaba empalmado, y miraba sin tapujos el culo de su cuñada cada vez que podía, pero ni lo uno ni lo otro le interesaba mostrar.

—Nosotros —le corrigió Charlotte—. Ya eres parte de la familia, querido. Pero bueno, Alex sí sabe de varias cosas y participa, desde luego, aunque no sabe todo; los demás solo sospechan algunas cosas, y estamos buscando el mejor momento para integrarlos a lo nuestro. ¿Y ustedes?

—Valentina sabe absolutamente todo, y compartimos la cama casi todas las noches. Junior solo sabe ciertas cosas, y todavía no se atreve a todo.

—Necesito que me digan cómo lo hicieron. Alexander y yo estamos buscando la mejor oportunidad, pero no sabemos cómo lo van a recibir, en especial Arthur y Ariadna. Cuéntenme todos los detalles, por favor.

—A mí se me ocurrió una idea mejor —intervino Gabrielle. Siempre había vivido de fiesta en fiesta, y aún así era la que peor manejaba el alcohol. Ya tenía las mejillas rojas, y comenzaba a acariciar con descaro la erección de su ardiente marido—. ¿Por qué no vamos a la laguna que está aquí cerca, como cuando éramos chicas? Así podemos hablar de todas las cosas, chapoteamos, disfrutamos de este hermoso sol y… bueno, podemos recordar viejos tiempos, hermana.

—¡Me parece genial! ¿Trajeron traje de baño?

—Siempre.

—¡Adelante, entonces! Amador, tú ve delante, cuñado. Hay cosas con las que las damas nos queremos entretener mientras caminamos hacia allá.

Y vaya que lo hicieron las dos hermanas inglesas. Tomadas del brazo como cuando eran jóvenes, Charlotte y Gabrielle cuchicheaban y se rieron por lo bajo mirando el trasero de Amador Rojo, que a pesar de sus cuarenta años, estaba en perfecta forma, era esbelto y varonil. Él sabía perfectamente lo que ellas hacían, pero eso solo le subía el ego, y le encantaba caminar por delante, mientras recogía fresas de los árboles, o hablaba con los vecinos. Y cuando se daba vuelta, su esposa y cuñada no perdían el tiempo en mirarle el paquete que se gastaba.

—Fue en lo primero que te fijaste, ¿eh, putita? —le preguntó Charlotte a su hermana. Sentía los pezones durísimos, y estaba sumamente mojada desde que se la chupó a Alexander aquella mañana. Esperaba que en la laguna no se notara tanto.

—Por supuesto que no… no solo eso, jajajaja —rio Gabrielle, que justo en ese momento le hizo ojitos a un muchacho que cortaba leños en el sendero, y hasta le hizo el gesto de chupársela mientras el chico se ponía nervioso—. ¿Le has visto los abdominales a mi marido?

—Bueno, debo decir que pone a cachonda a cualquiera, jaja.

—Y no me vengas con tonterías, el tuyo también. Alexander no tendrá el cuerpo de Amador, pero su polla, y su fuerza cuando folla, ufff, no tienen paragón…

—Bueno, no me fijé precisamente en su dinero, hermanita, jajaja.

Llegando a la laguna, se desvistieron rápidamente. Afortunadamente no había prácticamente nadie a esa hora, pues ellos habían almorzado mucho antes que las demás personas del pueblo, así que podían divertirse sin problemas.

Amador tenía puestos unos shorts cortos que abultaban su miembro más que sus pantalones ajustados habituales, y las mujeres no tenían idea cómo había sido eso posible. Con el cabello en una cola de caballo alta, la barba de dos días, los músculos, su piel morena… Cualquier mujer se hubiera muerto por devorarlo.

Charlotte se puso un bikini negro que hacía juego maravillosamente con su cabello rojo. La parte de arriba tenía un escote con forma de V, levantaba bien sus enormes senos, y ocultaba en parte la erección de sus pezones. La parte de abajo parecía hecha para levantarle el culito. Habría llamado la atención de cualquiera, y mientras se lo colocaba, imaginó a sus tres hijas y su hijo mirándola, desnudándola con la mirada.

Gabrielle llevaba un mini-bikini rojo, del mismo tono que su cabello, que poco dejaba a la imaginación. Sus curvas eran de espanto. La parte de arriba era un par de triángulos que cubría poco más allá que los pezones, y la de abajo era prácticamente un hilito. Los pocos hombres que pasaban por allí no pudieron evitar mirarla, y algunos hasta le silbaron; ella se murió de gusto. Fue la primera que se lanzó al agua, para poder refrescar un poco la calentura.

Los tres estuvieron un rato nadando. Hacía mucho que necesitaban refrescarse en la laguna, en especial Charlotte y Gabrielle que la visitaban constantemente cuando eran jóvenes, junto a sus dos hermanas, apenas llegaron de Inglaterra. De hecho, fue en las cercanías que Charlotte conoció a su esposo. Ella estaba recordando eso cuando su hermana menor se le acercó por atrás y le pellizcó el trasero juguetonamente.

—¡Oye! ¡Gabrielle!

—Jajaja, vamos, diviértete un poco.

Charlotte persiguió a su hermana, buscando pellizcarla también. Amador había salido y se bronceaba bajo el sol, mientras miraba a las hermanas jugando como chiquillas, encantado. Charlotte atrapó a Gabrielle, siendo mejor nadadora, y ésta se llevó las manos al culo para evitar que la pellizcara allí. Como respuesta, Charlotte le tomó ambos pezones por sobre el bikini y se los pellizcó. Con el movimiento, la tela se corrió, y las tetas de Gabrielle quedaron al aire.

—¡Eres una hija de puta, jajaja! —rio Gabrielle, que no intentó acomodarse el bikini. Se hizo hacia adelante, le agarró las nalgas a su hermana, y la atrajo hacia sí. Sus pechos se tocaron entre sí, y Charlotte apenas hizo intentos de apartarse.

—Y tú estás completamente loca, ya suéltame boba, jaja.

—No quiero. Hace mucho que nos abrazábamos así, ¿no? —Las dos hermanas estaban peligrosamente cerca una de otra, con el agua a la altura de las rodillas. Gabrielle era solo un poco más baja que Charlotte, así que tuvo que hacer esfuerzos para que su rostro estuviera a la altura de la de su hermana.

—Bueno, ya somos grandes para eso, ¿no?

—Hay cosas que sí tienes muy grande, sin duda —dijo Gabrielle, mirando las tetas de su hermana, que se masajeaban a medida que movían las piernas en el agua—. Y un par de cositas muy duras también, hermana.

—Hermanita, eres muy traviesa. ¿Quieres hacer esto aquí, frente a tu esposo? —Charlotte le mostró una sonrisa cómplice a su cuñado, y éste se la devolvió desde la hierba. Estaba listo para cualquier cosa. Gabrielle también miró a su esposo, y su mejilla se unió a la de su hermana.

—Sí. Eso quiero, hermana. —Gabrielle le comenzó a acariciar las nalgas delicadamente a Charlotte, y ésta hizo lo propio masajeando con las manos sobre las tetas desnudas de su hermanita, poniendo especial atención en sus duros pezones—. ¿Te acuerdas cuando las cuatro hacíamos estas cosas?

—Me está poniendo algo cachonda recordarlo… Elizabeth era la que siempre iniciaba las cosas, e Isabella siempre era reacia al principio, hasta que se dejaba llevar. Y nosotras dos siempre empezábamos de la misma manera.

Gabrielle se acercó a su hermana, y le dio un tierno piquito en los labios. Charlotte hizo lo propio después, pero abriendo un poco la boca. Pronto, ambas hermanas estaban morreándose lascivamente, acariciándose las tetas y el culo. Sus lenguas al interior de la boca de la otra, jugando entre sí, moviéndose de arriba a abajo.

—Hermanita, siempre has sido muy buena con tu lengua —dijo Charlotte, tomando aire.

—¿Quieres saber cuánto he mejorado? —Gabrielle le desató hábilmente el bikini a su hermana, y sus enormes pechos quedaron al aire. No tardó ni un segundo en ponerse a lamer sus pezones con delicadeza e intensidad a la vez.

—¡¡¡¡Ohhh, hermanita, sí!!!! Sigue, sigue, chúpamelos bien.

—El sabor de tus pezones me enloquece, Charlotte, me ponen muy mojada —dijo Gabrielle, entretenida intercambiando besos, lamidas y chupadas a los pezones de su hermana, pasando de uno al otro rápidamente, de tal forma que ninguno quedara descuidado.

—Quiero saber qué tan mojada. —Charlotte le metió una mano dentro de la parte de abajo del bikini a su hermana menor, abrió sus labios fácilmente, y comenzó a acariciar su clítoris, comprobando lo mojado que estaba—. Wow, hermanita, estás como un río.

Gabrielle le bajó la tanga, desesperada, y sin esperar un segundo le acarició el clítoris también. Era mucho más agresiva e intensa que los dedos sensuales y cariñosos de Charlotte.

—¿Haces esto también con tu hijita, Gabrielle?

—Síiii, y luego hago que me lo coma. Ufff, de solo recordarlo, ahhh… síii….

—A mí me encantaría que me comieran Alice o Ariadna, mientras se la chupo a mi hijo, ah… tus dedos, hermanita… hmmmm, sí…

Ambas volvieron a cruzar sus lenguas, pero esta vez, tenían las caras de lado hacia Amador, que se hacía la paja intensamente. Era una visión espectacularmente morbosa, las dos le sonreían al apuesto latino y lo invitaban a unirse al espectáculo mientras seguían masturbándose una a la otra.

—Aún no; quiero ver un poco más —dijo él, con su voz grave, mientras se acomodaba apoyando la espalda en un árbol, para tener la mejor vista.

—Ok, querido —dijeron ambas a la vez, se procedieron a desnudarse rápidamente, lanzando los bikinis hacia Amador, que los tomó y se hizo la paja con ellos.

Las dos se sumergieron y se besaron con pasión, antes de meter sus dedos al interior del coño una de otra. Cada una introdujo dos dedos, que con habilidad casi idéntica empezaron a moverse al interior de su hermana, y las dos se estaban muriendo de placer.

—Ahhhhh, hermanita, dame más, dame más, sí, hmmmm.

—¡Me encanta, hermana! Me gusta lo que haces, ¡sigue, síiiiii! ¡Máaaaas!

Había gente alrededor, muchos de ellos eran vecinos de los White, que miraban la escena atentamente. En un pueblo así de pequeño, todos sabían las guarradas que les gustaba hacer a los otros, incluyendo el incesto, así que decidieron descansar en la hierba mientras disfrutaban del espectáculo en directo. Pero eso no era suficiente. Tras un rato de masturbación mutua, las dos mujeres salieron del agua y se recostaron en la hierba, cerca de Amador.

—¿Me dejas comerte el coño, hermana?

—Solo si tú me dejas a mí lamerte el tuyo.

Gabrielle recostó a Charlotte, y ésta sacó la lengua hacia arriba. Luego, Gabrielle se sentó en la lengua de su hermana, que hábilmente la penetró, y la hermana menor se dobló para poder realizarle sexo oral a Charlotte, que abrió las piernas lo más que pudo para facilitarle el trabajo. Ambas estaban realizando un perfecto 69, y se morían de gusto con ello.

—Si yo fuera una de tus hijas, no podría aguantarme de cogerte con la boca todas las mañanas, Charlotte, no sé por qué tardan tanto —dijo Gabrielle, lamiendo el clítoris de su hermana, mientras invitaba silenciosamente con la mirada a su esposo a unirse.

Amador le sonrió, y comenzó a acercarse sigilosamente.

—Yo tampoco, me encantaría que lo hicieran, y le haría esto mismo a la puta de tu hija —dijo Charlotte, degustando los jugos que le caían a la cara desde el coño de su hermanita.

—¡Me encanta que la trates así, porque eso es lo que es! Una putita lujuriosa, y una hija de puta también. ¿Me dejas comerte un poco el culo, hermana?

—Sí, por favor, hace rato que no me lo hacen.

Mientras Gabrielle le abría las nalgas a Charlotte, y acercaba su lengua a su agujero, Amador se ubicó entre las piernas abiertas de su cuñada, y ante la señal de su esposa, penetró el coño de Charlotte sin ningún aviso.

—¡¡¡Ohhhhh, cuánto extrañaba esta concha!!! —exclamó Amador Rojo.

—¡Hijo de puta! ¿Te atreves a penetrarme así nada más, sin avisar?

—¿Me das a decir que no disfrutas de su largo miembro y mi lengüita en tu culito? —preguntó Gabrielle, que penetraba el ano de su hermana con la lengua.

—No seas tonta, ¡¡me fascina!! Métemelo más, cuñado, más adentro, ¡más adentro! Hmmmm.

Las cinco o seis personas de alrededor ya no pudieron seguir haciendo sus cosas regulares. Algunas parejas se abrazaron y comenzaron a tocarse entre sí mientras miraban el trío familiar. Otras se acercaron un poco y admiraron con detalle la habilidad del tipo penetrando a una de las pelirrojas mientras la otra se movía sensualmente sobre el rostro de la primera. El saber que eran hermanas podía encender a cualquiera.

Cambiaron de posición. Amador se recostó en la hierba, y Charlotte se sentó en su miembro largo, duro, venoso y húmedo. La sensación de meterse un miembro, fuera de quien fuese, era tal vez lo mejor que había, pensó la mujer, mientras bajaba las caderas y se dejaba caer lentamente.

—Y si yo fuera Alexander te lo metería todos los días, es una de las mejores conchas que he tenido.

—Ohhhhh, sí, ahora veo por qué elegiste a este hombre, hermanita, hmmmmmmmmm.

—Síiiii, es lo mejor que hay, en especial cuando se corre, es un semental. Charlotte, dame lengua mientras esperamos su corrida. ¡Querido, cómeme el coño! ¡Hermana hermosa, dame tu lengua!

Gabrielle se sentó en la boca de su marido, frente a su hermana. Ambas se tomaron de las manos, sus pechos se rozaron, y comenzaron a besarse apasionadamente ante la atenta mirada de los testigos, algunos de los cuales se estaban masturbando.

Las caderas de las dos hermanas se movían casi al mismo ritmo, de arriba hacia abajo, de adelante hacia atrás, sus pezones se rozaban unos con los otros como si se besaran, y sus lenguas salivaban sin parar, derramándose sobre sus tetas.

—Me corro, hermana, el pene de tu marido está haciendo que me corra, aaaahhhhhhhhh.

—Yo también… ¡Querido, tómate mis jugos! Síiiiiiiiii



Estuvieron así unos minutos que se hicieron eternos. Amador se apartó rápidamente de su esposa y cuñada, mientras éstas estaban de rodillas, abrazadas, descansando de su orgasmo. Amador se colocó esta vez detrás de Gabrielle, y mientras ésta seguía pegada a su hermana, la penetró. No por delante, sino por atrás, como más le gustaba.

—Ni siquiera me lubricaste jajaja, eres un hijo de puta, querido.

—¿Ese hombre malo te está penetrando el culito, hermanita?

—Síiiii, hermana, es un hombre malo que me está dando muy fuerte por mi culito…

—No te preocupes, yo te daré amor, hermanita pequeña. —Charlotte tomó los senos de su hermana y se los lamió con toda la sensualidad del mundo, a la vez que le acariciaba el clítoris con los dedos. Gabrielle estaba en el cielo.

—Ambas son unas guarras, y no voy a aguantar mucho en tu ano, Gabrielle —dijo su esposo, agarrándola de la cintura y dándole nalgadas de vez en cuando mientras le taladraba el culo a su esposa, deleitándose con la abierta que estaba para él.

—Córrete entonces, hombre malo, córrete sobre nosotras.

—¡Allí voy! ¡Me vengo!

Amador se puso de pie, y tanto su esposa como su cuñada se pusieron de rodillas, con las lenguas afuera y las palmas hacia arriba. Él se pajeó un poco, hasta que se vino entre medio de enormes espasmos, soltando varios litros de semen caliente que fueron a parar a las las bocas de las dos hermanas, que movían la cabeza para recibir todos los chorros y no perderse ni una gota.

Cuando Amador cayó rendido hacia atrás, Charlotte y Gabrielle se percataron de que su audiencia se estaba haciendo la paja animosamente. El día todavía no acababa, y con el semen de Amador todavía en la boca, las dos mujeres se abrazaron nuevamente, agarrándose las nalgas mutuamente.

—Quien quiera venirse, puede hacerlo sobre nosotras.

—Las hermanas Black estamos listas para ustedes.

Y todos se acercaron, con las pollas y coños listos. No pasó mucho tiempo hasta que varios litros de jugos cayeron sobre ellas, que se deleitaron. Recién ahí el día tuvo el clímax que Charlotte Black esperaba desde la mañana.

—Vaya que te eché de menos, hermana.

—Y yo a ti también.

—Entonces… ¿qué hago para atraer a mis hijas e hijo?

—Ah, cierto, jajaja. Escucha, esto es lo que tú y Alexander van a hacer.


Continuará
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heranlu

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 08

Podría haber sido un domingo normal en la casa de la familia White, de no ser porque la familia no era normal, y tanto Charlotte Black como Alexander White estaban dispuestos a demostrarlo. Después de conversar con Amador, Gabrielle y Valentina Rojo (que por supuesto incluyó mucha demostración práctica y apasionada), los jefes de la familia White decidieron que era momento de jugar con sus hijos, y no solo con Alexandra. Para eso, habían esperado hasta el domingo, cuando todo el mundo estaba en casa; además de que generalmente no hacían cosas a escondidas los sábados en la noche para que sus padres no los atraparan. Lo comenzarían de manera explosiva. Alexander y Charlotte follaron por treinta minutos en la cama y en la ducha, dándose todo el placer que podían… pero sin venirse. Gabrielle les había dicho que necesitaban estar absurdamente cachondos, lo suficiente como para no poder controlarse si es que tenían alguna duda de romper un tabú con sus hijos, y lo suficiente también como para que Alice, Ariadna y Arthur lo notaran.

Charlotte Black fue la primera en hacer su movida, y para eso se dirigió a la habitación de su hijo, solo luciendo su bata de baño. Estaba mojada, tanto su cuerpo por la ducha, como su coño por el pene de su marido que tan fuertemente la había penetrado. Esperaba generar una reacción positiva, o todo se arruinaría.

Arthur estaba durmiendo de espaldas, casi por encima de las sábanas, con un short y sin ropa arriba. Charlotte pudo comprobar por enésima vez lo apuesto que era su hijo, con su cabello negro revuelto en su bello rostro; su torso de deportista, delgado, pero bien marcado; sus brazos, duros y capaces de trabajar en el campo; y principalmente, el bulto debajo del short. Charlotte había visto a su hijo con una erección en las mañanas muchísimas veces, aunque él intentaba lo posible por ocultarlo. Esta vez. no conseguiría alcanzar a hacerlo.

La madre cerró la puerta con seguro, a sabiendas de que su esposo estaba ahora abajo, esperando a Alice. Al ver a su hijo, Charlotte tuvo sentimientos muy opuestos. Por un lado, estaba el lado maternal, era su único hijo, su bebé al que había dado a luz y criado… por otro, estaba cachonda perdida por él desde hacía años, mientras lo veía crecer y madurar. Gabrielle le había dicho que le había pasado lo mismo la vez que se atrevió a acostarse con Junior, y lo había resuelto de la siguiente manera: el amor de madre era querer que su hijo estuviera bien, y eso incluía TODAS sus formas. Así que Charlotte, pensando en ello, tomó una manta y cubrió a su hijo con ella, de la manera más maternal posible. Luego, se metió debajo de la manta, cuidando de que su culo quedara descubierto y bien levantado, le tomó la erección con una mano por encima del short, y se lo metió en la boca. Uffff, qué bien sabía, pensó Charlotte.

Arthur comenzó a gemir poco después, en su sueño. Quizás un maravilloso sueño erótico en que se imaginaba que ella era la protagonista. Charlotte quería amarlo y protegerlo, pero también quería pervertirlo y lo deseaba. Era un tipo de amor de madre que la gran mayoría no se atrevía a expresar, pero ella hacía tiempo que había dejado de lado los tabúes. El muchacho se despertó de a poco, y habló con voz adormecida y torpe.

—Ohhh, ¿pero qué…? ¿Alice? ¿Eres tú?

Como respuesta, Charlotte movió más el culo levantado, lo que hizo que su bata resbalara hacia su espalda. Ahora estaba desnuda y expuesta, y le encantaba.

—Sluuurp, hummm —le encantaba la sensación, y le encantaba lamer el pene de su hijo por encima de la tela. Le pasaba la lengua, y se entretuvo masajeando sus bolas con la mano.

—No… ¿Eres Alex? —Arthur no se atrevió a descubrir la manta, y quiso disfrutar de la fantasía de no ver a quien se la estaba chupando—. Ohhh, Alex, ¿qué pasa si papá y mamá…? Oh, qué bien lo haces hoy, y eso que ni siquiera…

—Hmmm, hmmmmm, hmmmmmmmmmmmm —dijo Charlotte cuando le bajó el short a su hijo y se metió el regalo que deseaba en la boca. Sabía un poco a líquido preseminal y pis. En lugar de darle asco, saboreó la punta de la polla con deleite, como si fuera un manjar.

—¡¡Ahhh!! Alex, no me he duchado aún, espera…

—Hummmm, sluuuurrrrrp, hummmm, hmmmm, aaaaaahhhh, sluuurp. —Charlotte chupaba, lamía, saboreaba, mamaba… no quería que esa sensación acabase nunca. Era maravilloso, y su coño estaba empapadísimo, no necesitaba nada de lubricación. Poco a poco, mientras aceleraba la paja y el blowjob, Charlotte fue sutilmente moviendo la manta hacia abajo...

Entretanto, Alexander White bajó a la cocina y se sirvió una buena taza de café. Necesitaba estar con todas sus energías, y conservar esa erección que tenía. Se sentó en una silla frente a la mesa de la cocina, y esperó. Alexandra tardaría un buen rato en despertar, y Ariadna iba a tardar un tanto, pues había llegado tarde de “casa de una amiga”, que según Valentina Rojo, era un motel al que había ido con su hermano Junior. Eso solo dejaba a su objetivo principal.

Alice bajó como un bólido, como siempre, usando su camiseta de tirantes celeste, y sus shorts floreados de pijama. Tenía el pelo suelto, lo que le daba un toque tan sexy que Alexander no supo si podría aguantarse mucho. Se lanzó al cuello de su padre, como siempre, y le dio un beso en la mejilla, pero esta vez, Alexander movió el rostro sutilmente hacia un lado, como quien no había escuchado a la muchacha bajar las escaleras.

—¡Buenos días, papi quer…! ¡Oh! —exclamó ella, cuando sus labios se toparon con los de su padre. No se apartó, sino que se quedó como petrificada tras hacerse unos centímetros hacia atrás, con sus brazos alrededor del cuello de Alexander.

—Oh, querida, no te escuché, qué tonto soy —dijo él, fingiendo una voz sumamente dolida y avergonzada. En su lugar, su polla comenzó a tomar aún más fuerza bajo el pantalón.

—N-no te preocupes, papi —dijo Alice nerviosamente, y Alexander pudo notar que ella se había ruborizado. Qué tierna y sensual era a la vez su hijita—. S-son cosas que pasan, ¿no?

—Uf, pero esas cosas se supone que no deben pasar, ¿no es así? Los papis no pueden besar a sus hijitas en los labios. Está mal, dicen.

—¿Mal? —cuestionó la ofendida Alice, tal como Alexander esperaba—. ¡No está mal! ¡Los besos nunca son malos! ¿Quién diría eso?

Alexander tomó a su hija y la sentó sobre su regazo. Era un gesto paternal que había hecho muchas veces, solo que esta vez había dos diferencias: uno, no la sentó sobre su rodilla, sino sobre ambas, con lo que ella estuvo obligada a abrir sus piernas; y dos, su polla estaba como palo de bandera.

—Gente que cree que besar a una hijita tiene mala intención y es malo. ¿Tú no piensas así?

—¡Claro que no! —dijo ella, acomodándose en las piernas de su padre. Se hizo un poco hacia adelante, y pronto notaría la erección. Su reacción a ella determinaría que las cosas salieran como estaba planificado o no—. Tú no tienes malas intenciones, ¿verdad, papi?

—No, claro que no. Un papi que ame a su hijita nunca es algo malo. ¿No sería más malo que un papi no le diera besos a su hijita?

—¡Exacto! —aprobó ella el razonamiento de su padre. Para sorpresa de él, le dio un pequeño, cortísimo, pero delicioso piquito en los labios—. ¿Ves? No pasa nada. Siempre dicen que los besos de labios son los de novios, ¿pero por qué no podemos besarnos con todos quienes queremos?

Ella se acomodó un poco más. Esta vez estaba ya sentada sobre el miembro erecto de su padre. Era el momento de la verdad, ver si se espantaba y salía corriendo, si se quedaba allí sin saber qué hacer, o si… Bueno, lo que hizo no lo esperó.

—Hm —gimió la chica, cuando con la cara rojísima, se rozó la entrepierna con la hombría de su padre. Alice miró lo que había debajo de su shortcito, y levantó la mirada hacia Alexander, con los hermosos ojos azules brillando como zafiros—. ¿Papi?

—¿Sí, hijita?

—Creo que se te puso duro el… la… allá abajo. —No lo dijo con miedo o repulsión. Su media sonrisa, y sus sutiles movimientos de cadera indicaban que no estaba incómoda.

—¿Oh? —fingió Alexander, mirando su propio short—. ¡Oh, por dios, hija mía! Lo siento mucho, no lo noté. No me odies, por favor, hijita.

—¿Cómo voy a odiarte, papi? —Alice abrazó con más fuerza a su padre, y cerró un poco las piernas, presionando sobre la erección de Alexander. Aún lo miraba y sonreía, y su rostro estaba peligrosamente cerca del suyo—. Además, sé que a todos los chicos les pasa eso en las mañanas.

—Sí, eso es, aunque es muy difícil que se detenga. ¿Sabes cómo?

—...Sí. Hay que besarlo también, ¿no?

—Sí. ¿Te incomoda estar sentada aquí, hija?

Ella tardó un poco en responder. Alexander temió que ella pensara que él era un pervertido sin remedio y llamara a mamá o algo. Amador le había dicho que con Valentina había pensado lo mismo, pero que había entendido que si su chica no se había movido, era por algo.

—No. Me gusta mucho.

En la habitación de Arthur, la manta terminó de moverse justo cuando estaba cerca de estallar en la boca de su madre. Él pudo ver su cabello rojo, más corto que el de su hermana mayor. Charlotte lo miró con la polla en la boca, para comprobar su reacción. Teniendo en cuenta que estaba al borde de correrse, fue la reacción esperada.

—No eres Alexa… ¿M-mamá? ¿Qué estás…? —Parecía que al fin despertaba completamente.

—Disculpa, hijo mío, es que tenías una erección —dijo Charlotte, antes de volverse a meter el rabo de su hijo a la garganta. Sabía delicioso, a pis, a líquido preseminal, a macho, pensó.

—Pero… eres mi madre y… ah… —Definitivamente no estaba pensando racionalmente, justo como ella deseaba. Tenía las mejillas rojas y sudaba apresuradamente.

—Bueno, es el deber de una madre hacerse cargo de los problemas de los hijos —explicó Charlotte, mientras movía la mano rápidamente, de arriba a abajo, alrededor del miembro de Arthur—. Y este es un problema grandote, ¿no, bebé?

—S-sí… sí lo es. Pero es que…

—¿Quieres venirte en la boca de mamá, hijo?

—Sí… ¡sí!

Fue justo después de que él dijo eso que se vino entre espasmos, mientras ella se metía su miembro al fondo de su garganta. Recogió todo el semen que su hijo le dio como recompensa por su buen trabajo, y se lo bebió todo con un gustazo que no esperaba tener. Su coño estaba echando humo.

—Ahhhh, qué buen desayuno, hmmmmm. Estuvo riquísimo, gracias, bebé —dijo ella, levantándose de rodillas en la cama de su hijo. Antes, cuidadosamente, se había abierto la bata, así que ahora él podía ver perfectamente sus tetas y su vagina completamente depilada.

—Mamá… ohhhh… —Su pene no había perdido fuerzas, sino que estaba volviendo rápidamente a tomar aires, contrario a lo que pasaría normalmente.

Gabrielle había tenido razón. Si un muchacho de la edad de Arthur veía a su madre bebiéndose su semen después de una chupada de campeonato, no iba a recuperar la razón tras venirse. Parte de su cerebro le iba a gritar que no podía desperdiciar esa oportunidad, que si era un sueño no iba a querer despertar hasta que probara toda la mercancía onírica.

—¿Pasa algo, bebé? —Charlotte se movió hacia adelante y se inclinó sobre su hijo, lo suficiente como para que la polla de Arthur quedara cerca de su mojado chumino. Lo deseaba, lo deseaba como nunca antes en muchos años a alguien, era su hijito querido, su sueño húmedo desde hacía tiempo. Su fantasía más pervertida. Debía ir con cuidado para que funcionara.

—Mamá, ¿esto es de verdad?

—¿Qué cosa, cariño? ¿Tienes fieb…? —Charlotte no pudo concluir la oración. Arthur le estampó un beso francés en la boca, penetrándole la garganta agresivamente con la lengua, y le agarró las nalgas con las manos, atrayéndolo hacia él—. Arthur, por dios, ¿pero qué haces?

—Mamá… ¡No sabes cuánto he deseado hacer esto, mamá!

Ella se resistió un poco, solo como juego, solo para dar la ilusión de que no se moría de ganas por tener el miembro de su hijo en sus entrañas. No tardó mucho en dejarse llevar, y montar la polla erecta, aún lubricada de Arthur.

—Ohhhhh, bebé, me penetraste. Me estás metiendo tu enorme pene, hijo mío.

—Sí, mamá, sí, ¡no sabes cuántas pajas me he hecho imaginando esto!

—¿De verdad? —Le encantó escuchar eso. Lo había visto masturbarse, era cierto, pero no sabía que estaba pensando en ella durante esas veces. Se sintió tan halagada que le devolvió el efusivo beso ella esta vez—. ¡Oh, Arthur! ¡Bebé! ¿Por qué no me lo habías dicho antes, cariño?

—No lo sé, mamá, pensé que estaba mal, pero ahora me da igual. —Arthur le tomó de la cintura y tiró de su madre hacia abajo, para profundizar más penetración.

—Bebé, siempre buscas a Alex, o miras a Alice… ¿por qué nunca me miras así, con deseo? Ahh, ahhhh, ahhhh, ahhhhhh. ¿Por qué no viniste a follarme como a tus hermanas?

—¿Sabías lo de Alex y Alice? —Eso parece que lo excitó más. Arthur se puso de rodillas, tomando a su madre, que abrazó a su hijo con las piernas. La penetró con una fuerza desmedida que casi hace a Charlotte desmayar.

—Sí bebé, sí, quiero que me ames también, ¡quiero que me des todo tu amor!

Abajo, en la cocina, Alice poco menos estaba devorando el rostro de su padre, pasándole la lengua por la barba, las orejas, las mejillas, hasta la nariz, pero principalmente la boca y la lengua. Al mismo tiempo, se movía frenéticamente de adelante hacia atrás sobre la erección imposible de su padre, que estaba prácticamente en el cielo con el ángel más sexy que podían crear.

—Papi, papi, dame besos, papi…

—Oh, hija, ¿qué cosas te están pasando, pequeña? —preguntó él, mientras le besaba el cuello.

—Ummmmm, sí, sí. Es que quiero mostrarte que te quiero mucho, papi, y quiero que tú me des mucho amor.

—Te daré todo el amor que quieras, cielo —dijo Alexander, atreviéndose a subirle la camiseta a su hija menor, revelando sus bellas, pequeñas pero apetitosas tetitas, que no tardó en empezar a acariciar. Ella no le puso ninguna traba, y hasta se puso a gemir más mientras chupaba la lengua de su padre como si fuera una paleta.

—¿Papi?

—¿Sí, cariño?

—Me estoy mojando mucho.

—¿En serio? A ver, muéstrame.

Alice se bajó de las piernas de su padre, y se quitó completamente la camiseta de pijama mientras se paraba delante de él. Luego se bajó el shortcito, y le mostró su coñito con apenas pelitos, rosado y con dos apetitosos labios que chorreaban jugos hacia el piso de la cocina. Era una diosa en miniatura, Alexader estaba completamente excitado por la visión de su hijita.

—Mira, estoy muy mojada —dijo ella, recogiendo sus jugos con los deditos de la forma más sexy e inocente que existiera.

—Así veo, hija.

—¿Puedes mostrarme tú como estás?

Alexander se quitó los shorts, y volvió a sentarse en la silla, mostrándola a su hija menor su enorme polla. Alice se relamió los labios mirando la hombría de su padre, se llevó un dedo a los labios, y se tocó nuevamente el coñito con la otra mano.

—Me gusta mucho, papi.

—Y a mí me gusta lo que tienes, hijita. ¿Quieres que le de unos besitos?

—Sí, por favor.

Alexander tomó a su hija fácilmente, y la recostó sobre la mesa de la cocina. Luego se inclinó, le separó las piernas, y le metió la cara en su entrepierna. No tardó en ponerse a comerle la conchita con un placer desmedido, con agresividad, como le gustaba hacerlo; ella comenzó a gritar.

—¡¡¡¡Ay papi!!!! ¡Cómo lo haces! ¡Ahhhh! ¡Me gusta mucho, papi, ohhhh! ¡Me gusta mucho como me comes mi chochito, papi!

—¿Te lo han comido antes, hija?

—Síiiii, Cini, Twina, Twino, y la Roja, en ese orden. Pero nunca asíiiiii...

—Ohhh, eres una putita angelical, ¡eres una diosa!

En la habitación de Arthur, Charlotte no tenía contemplaciones para montar a su hijo como a un semental, con toda su habilidad. Él la taladraba con fuerza, usando la fuerza de sus piernas y brazos para mantenerla casi en el aire, y ella lo ayudaba con sensuales movimientos de cintura. Lo percibía durísimo en su interior, se sentía como una puta morbosa cogiéndose así a su hijo, y le fascinaba.

—Por supuesto qué sé sobre Alice y Alex, bebé… Vamos, vamos, sigue, no pares de follarme.

—Pero mamá, ahhhh, ¿no te molesta que…?

—Claro que no, tú lo sabes. Hace rato que sabes lo que hago, ¿no?

—Alex me contó algunas cosas, sí.

—¡Entonces cómo va a molestarme! Eso es, bebé, sigue duro, penétrame fuerte, dale duro a tu mami, querido. Ufff, cómo me encantaría que también se lo hicieras a Ari…

—¿Ariadna? Pero mamá, ¡es mi gemela!

—Sí, y yo soy tu madre, y no por eso te veo menos ganoso de darme caña como me merezco. ¡Sigue, sigue y no pares!

Arthur lanzó a su madre a la cama, y esta vez él hizo todo el trabajo, follando a su madre como un desesperado, lamiendo las piernas de su mamá mientras movía la pelvis cada vez más rápido.

—No lo sé, mamá… Ariadna y yo…

—Se han echado ojitos toda la vida, cielo, y hasta fueron el primer beso uno de otro, ¿no te acuerdas? —preguntó Charlotte.

Claramente Arthur no lo recordaba, dada su cara de idiota. Tanto él como Ariadna eran muy niños todavía, y probablemente lo habían olvidado a propósito. Con todo lo bien que se conocían, sentían mucho miedo de hacerse daño mutuamente, o tal vez de fallar.

—Vas a intentarlo con ella otra vez, ¿ok? Es tu deber de gemelo, cuidar de ella para siempre. Y si lo haces, mami te dejará metérselo por donde quieras, todos los días. ¿Sí? ¿Lo harás por mami, cariño? —Era una pregunta retórica, desde luego. Charlotte Black había deseado a Arthur por demasiado tiempo. Si no se lo follaba cada día, iba a ser excepcional.

Ese era el verdadero amor de madre, un abismo sin paragón en el que no todas se dejaban caer completamente. Ella quería demostrarle a su hijo (y a las otras tres también) que haría lo que fuera por hacerles feliz. Absolutamente todo lo que desearan. Y si además ella era feliz cuando la penetraran o le lamieran el coño, pues todos ganaban.

—Sí, mamá —dijo al fin, y le agarró fuertemente las tetas, como un animal.

—¡Entonces termina de follarme! ¡Penetra a tu madre, cógeme con fuerza, hijo de puta!

—Me voy a venir de nuevo, mamá.

—Lléname completa, hijo, vente, ¡venteeeee!

Al mismo tiempo que Arthur se venía al interior de su madre, Alice se corría en un abundante orgasmo en la boca de su padre. Él siguió lamiéndola sin parar, bebiéndose todo lo que salía del chocho de su hija menor mientras se hacía fuertemente la paja. Alice, en lugar de querer descansar, abrió más las piernas, y miró con dulzura y lascivia a su padre, con una sonrisa pícara y ojos tiernos, como un ángel adorable, pero deseoso y sensual.

—¿Papi?

—¿Sí, cariño?

—¿Me lo quieres meter?

Estaba esperando que le preguntaran eso. No sabía si lo había hecho realmente con Arthur, o con alguien más. En caso de que no, iba a estrenarla como ella se merecía. Él mismo, como su padre, sería el encargado de llevar a su hijita al máximo punto de placer.

Alexander White guió su miembro a la entrada de Alice, abierta y mojada. Ella abrió los brazos y lo invitó a abrazarla sobre la mesa de la cocina. A la vez que él lo hacía, lentamente fue penetrando a su hijita, que le comenzó a susurrar en el oído los más deliciosos gemidos.

—Ay… ay, ahhhh… ah…

—¿Te duele, hija?

—Ay, ay, un poco, tienes una cosa muy grande y dura.

—¿Quieres que pare?

—¡No, papi! ¡Porfis! Sigue, sigue, papi, no pares… Ay, papiiii, me está gustando mucho, ahhh.

Alexander ahora estaba completamente dentro de su hija, rompiendo el máximo tabú por segunda vez después de Alexandra. Y le encantaba.

—Qué apretada estás, hijita.

—Muévete, papi, muévete.

—¿Segura, cariño?

—Sí, papi… así, eso, eso, así, así, hmmmm… sí, ay, así, así… ahhhhhh, hmmmmmm, ahhhhh, sí, así, papi, ¡dame más! ¡Eso, papi!

—Ohhhh, hija, estás riquísima, me encanta follarte, ¡qué rica estás! —gritó él, moviendo agresivamente la pelvis y el miembro dentro de su hija. La mesa comenzó a temblar, pero no se rompería. La había comprado justamente porque aguantaba una buena follada, como había comprobado con su esposa en la misma tienda.

—Sí, eso, papi, fóllame… Hmmm, fóllame. ¡Fóllame, fóllame, fóllame, fóllame, fóllameeeeee!

Alice se vino otra vez, empapando el pene de su padre con sus jugos. Estaba completamente en el cielo, amaba a su padre, y no quería nunca dejar de hacerlo. Pronto, él anunció su corrida, y Alice apartó entonces a Alexander.

—¡Hija! Voy a venirme, disculpa, tengo que…

—Lo sé, papi. —Alice, muy sonriente y satisfecha, se puso de rodillas en el piso—. Dame toda tu lechita. Aaaaaahhhhh —dijo, abriendo la boca y sacando la lengua.

—Ohhh, eres una putita, hijita.

Alexander se masturbó un poco, y eso le bastó para estallar. Su leche se extendió por todos lados. Manchó las tetitas, el estómago, el rostro, la lengua, y hasta el cabello de Alice, que en lugar de asqueada, todo lo contrario, parecía estar en completo éxtasis, con una gran sonrisa mientras era completamente bañada en leche.

Alexander tomó a su hijita, volvió a sentarse en la silla de antes, y sentó a Alice en su miembro una vez más, a medida que perdía fuerzas paulatinamente.

—¿Te gustó, cariño?

—Sí, papi, me encantó —dijo ella, acomodándose en la polla de su padre, que comenzó a montar lentamente, aprendiendo por sí misma poco a poco—. ¿Podemos volver a hacerlo?

—Claro, hija.

—¿Todos los días? ¡Quiero que todas las mañanas me folles así, papi!

—Así será, hija, pero como condición… ¿podrías hacerme un gran favor?

—¡Obvio que sí, papi, lo que sea!

—Necesito que hagas algo sobre Ariadna. Vamos a darle una gran sorpresa


Continuará

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heranlu

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 09

El extraño en el baño

—¿Cómo salió todo, mamá? —preguntó Alexandra, mientras le daba a su madre juguetones lametones en los pezones, y le penetraba con los dedos.

—Aahhh, sí… Salió muy bien, querida, hummm, síii… —dijo Charlotte, besando el cuello de su hija mayor, ,ambas recostadas en la cama matrimonial—. Pude meterme el miembro de tu hermano muy adentro, fue riquísimo.

—Ufff, ¿y Alice? —preguntó Alex, mientras su madre le metía dos dedos en el coño.

—Tuvo su primera vez con su papi, y aceptó ayudarnos, aaaahhh, sigue, sigueeee…

—Entonces Ariadna…

—Primero con Arthur, y eso le abrirá las puertas a nosotras. Y esas tremendas piernas que tiene.

—Mamá, eres tan puta, jajaja.

Ambas se besaron mientras se penetraban mutuamente con las manos. Ese era el amor de madre que Charlotte Black profesaba, y su hija se dejaba querer. También Arthur, y pronto Ariadna y Alice serían objetivos de ese tipo de amor, que solo podía existir en la familia White.

La madre abrió su mesa de noche y extrajo un dildo negro de veinte centímetros. Lo lamió sensualmente mientras su hija desnuda se relamía los labios.

—Ay, mamá, ¿vas a usar esa cosa conmigo? Jiji

—Sí, hija. Tu mamá lo compró solo para ti.

Alexandra se puso en cuatro patas. Su madre acercó su rostro y le lamió el coño por unos pocos segundos, cerciorándose de que estuviese bien mojada. Cuando lo comprobó, introdujo el dildo en su interior lentamente…

—Mamá, ya estoy mojada, hazlo más rápido, aaaaahhhhh

—Como digas, hija. —Charlotte soltó el dildo en el interior de su hija mayor, y tomó la parte de abajo con los labios.

Luego, comenzó a penetrar a Alexandra con su boca, a la vez que imaginaba que se tragaba el miembro de su hijo, o de su esposo, o de Amador, o del cantinero del pueblo, o del verdulero del mercado, o del profesor de Alice… Todos los que se había cogido y seguía cogiéndose.

Se le fueron los ojos hacia arriba, y su coño comenzó a desbordarse con jugos que cayeron a la cama mientras penetraba a su hija con la boca. Se llevó la mano al clítoris, y comenzó a golpearlo con rápidos movimientos de su propia mano.

—Mamá, eso está muy rico, aaaaahhhh, sí, sí, aaaahhh, mmmmm, me muero, ahhh —Alexandra también tenía la lengua afuera y los ojos fuera de las órbitas. Se agarró ambos pezones con los dedos y empezó a tirar de ellos, fuera de sí—. Mamá, eres fenomenaaaaaaahh, eres increíble, ¿dónde aprendiste a coger así?

—Con tus tías —respondió Charlotte, con el dildo en la boca. Recordó que su primer vibrador, de hecho, le había pertenecido a Elizabeth, su hermana mayor, y se lo robó junto a Gabrielle una bella noche de verano, en que ambas quedaron sudando sobre las sábanas.

Ariadna White escuchaba los gemidos de su madre y hermana mayor, paralizada frente a la puerta de la habitación matrimonial. Solo quería preguntarle algo a su mamá, no descubrir que ambas estaban teniendo algo juntas, igual que Alexandra y papá, y con Arthur… o ella misma con su primo, con su hermana menor… y, aunque no quisiese pensar en ello, también con Arthur. Con la mano en la puerta, incapacitada para tocar mientras oía los gritos de Alexandra y los gemidos de su mamá, Ariadna recordó aquella noche de películas con Arthur en que ambos se besaron mientras se masturbaban juntos. Lo cierto era, aunque probablemente Arthur no lo recordaba, que ellos se habían besado por primera vez muchos años antes. Ariadna sabía las cosas que estaban pasando en su familia, no podía simplemente ignorarlas, menos cuando, en el fondo, sabía que las deseaba.

¿Por qué sino habría bajado al primer piso aquella vez, con la película que claramente era una porno de sus padres en la mano? ¿Estaba desesperada? Ciertamente, ¿pero de ahí a buscar algo con su hermano gemelo? Eso solo lo hizo porque, en el fondo…

No. Se negó a terminar ese pensamiento. Ella no era así. ¡Era una buena persona! No estaba loca como todos los demás en su familia. Cometió un error al acostarse con la pequeña Alice tantas noches, o follar con su primo Junior en el motel del pueblo tantas veces, o imaginarse todas las noches la polla de Arthur corriéndose en su interior, en lugar de en su estómago, como había ocurrido aquella vez.

Ruborizada, Ariada bajó al primer piso, salió de la casa y se dirigió al pueblo a pie. Necesitaba dejar de pensar. Pero, sin saberlo, un par de sombras la estaban siguiendo…

Ariadna se compró y comió una hamburguesa. Le dio algunas migas a las aves en la plaza pública, y luego se dedicó a recorrer las estanterías de libros. Hace tiempo quería comprar unas novelas que le habían llamado la atención sobre ciencia ficción. Había una también del género histórico que le interesaba. Sin embargo, cuando salió de la tienda, se vio con una novela erótica en la mano. Título: La Travesura de Candice, una historia sobre cómo una colegiala llamada Candice se deja follar por su hermano gemelo en la escuela. Definitivamente estaba perdiendo la razón.

Trató de ocultar lo que llevaba. ¿Tan difícil había sido aceptar una bolsa para la novela? No iba a tirarla tampoco, no había sido barata… y quizás iba a leerla alguna vez. Sentía que todos los ojos estaban puestos sobre ella, y no sabía cómo salir de esa situación. Todos sabrían las cosas que hacía con su primo y hermana, y las cosas que deseaba hacer con el resto de familia. Con ambas manos no lograba cubrir del todo la cubierta del libro… !Se estaba volviendo loca!

—¡Twina!

—¿Eh? —Alguien había tirado de su muñeca, y cuando se volteó, era su pequeña hermanita Alice, que estaba también allí en el pueblo. Llevaba una minifalda de mezclilla azul, un pequeño top bandeau amarillo, zapatillas deportivas y el pelo castaño amarrado en una cola de caballo. Se veía adorable—. Alice, ¿qué haces aquí?

—¡Sígueme, porfa! —exclamó la chica, y corrió con Ariadna de la mano hacia el callejón detrás de un comedor libre.

—¡Alice!

—¡Cállate y sígueme! —ordenó Alice, en medio de una de sus características risitas.

Entraron por una puerta trasera al interior del callejón. Ariadna no tenía idea a dónde la estaba llevando su hermanita, pero de alguna manera le emocionaba. Incluso podía decir que le excitaba. Quería enfrentar sus deseos, pero lo cierto era que le costaba mucho, pensó mientras su hermana menor la llevaba por varios pasillos y pasajes poco iluminados.

Resultó terminar en un baño. El baño de empleados del comedor público, vacío en eso momento. El baño de hombres, más precisamente. Ariadna se preguntó qué clase de broma le estaba jugando su hermanita, cuando ésta la empujó al interior de un cubículo, y luego se metió con ella. Cuando jugaba así, tenía una fuerza que no se correspondía con su cuerpecito.

—Aquí está bien, jijiji.

—¿Alice? ¿Qué juego estás…? —Ariadna no pudo terminar la pregunta, cuando Alice se puso de puntillas y le plantó un jugoso y húmedo beso en los labios mientras le sujetaba ambos brazos con las manos para que no se resistiera. La novela cayó en el suelo.

Alice pegó su cuerpo, sus pequeñas tetitas a las de su hermana. Ésta se sorprendió y la apartó con algo de fuerza extra, y la miró extrañada y sumamente ruborizada.

—¿En serio quieres que pare, Twina? —preguntó ella, también con el rostro enrojecido, los labios medianamente abiertos, las piernas frotándose una con la otra, y un dedo travieso en la boca, lo que casi vuelve loca a Ariadna.

—¿Qué estás haciendo? —susurró Ariadna, para que nadie oyera, aunque nadie más se encontraba en el baño en ese momento—. Una cosa es hacer esto en casa, pero otra…

—A veces ayudo al dueño con algunas ventas, jiji —explicó Alice, mostrándole a su hermana la llave de la puerta del callejón que tenía en la falda de mezclilla—. A esta hora los empleados se van a almorzar, así que tenemos tiempo.

—Alice… —Ariadna iba a protestar, pero el dedo juguetón de Alice le tocó uno de los pezones por sobre su camiseta blanca, debajo de la camisa a cuadros—. Dioses, estás realmente loca.

Ariadna tomó a su hermanita de la cintura y la atrajo hacia sí. Alice cruzó los brazos alrededor del cuello de su hermana, y metió una pierna entre las de Ariadna, para que su muslo frotara contra su entrepierna. Ariadna buscó sus labios y la besó apasionadamente, metiéndole la lengua a su hermanita, deseándola como tantas otras ocasiones.

Los pezones de ambas estaban erectos, y sus chochos chorreaban a medida que se frotaban. Alice le abrió el cierre del pantalón a Ariadna, y metió sus dedos debajo de las bragas que llevaba. Ariadna respondió metiendo su dedo corazón debajo de la falda de su hermanita, moviendo sus braguitas a un lado para penetrarla.

—Ahhhhhhh, síiiii…

—Sí, tus dedos, ahhh, hmmm…

—Hmmmmm, qué rico, Alice…

—Me encantas, Twina.

Ambas se estaban penetrando mutuamente ahora, pero mientras Arianda estaba completamente concentrada en Alice, la menor de los White tenía su mente dividida en complacer a su hermana y buscar con su mano libre, ahora lejos del cuello de Ariadna, algo en los muros de ese cubículo. Ese muy especial cubículo con un agujero.

Alguien había estado esperándolas en el cubículo de al lado. Alguien que se ponía tímido solo con Ariadna, y que ahora introducía nerviosamente su polla erecta, larga y dura a través del agujero en el cubículo del baño. Allí se había ido toda su sangre, mientras su sentido de razón se apagaba.

Alice tomó aquel miembro mientras devoraba la boca de su hermana y la penetraba con su dedo, y se estremeció al frotar su piel rugosa.

—Pene… pene… —dijo ella, como una ensoñación. Desde que Arthur y su padre le presentaron sus pollas, se había obsesionado con ellas, y podía pasarse horas mirando fotos de éstas que compartía con su amiga Cindy—. Sí…

—Hmmm, slurp, slurp —lamió Ariadna la lengua de su hermanita, cuando se percató en que ella no estaba completamente concentrada—. ¿Alice? ¿Qué haces, put…? ¡Alice!

Ariadna abrió los ojos, y se encontró con que Alice le estaba haciendo la paja a la verga que se había metido por el agujero. ¡Era un gloryhole! Sabía de ellos por lo que hablaban sus compañeras en la escuela, pero jamás pensó que vería uno en vivo y en directo. Por un momento se sintió asqueada: un hombre, quizás un imbécil desesperado, se estaba excitando mientras escuchaba a dos chicas teniendo sexo. ¡Era lo último!

Lo que no comprendía era por qué Alice lo estaba masturbando. Ariadna se fijó por una fracción de segundo en aquella verga palpitante y venosa que se les había presentado, mientras preparaba qué insulto gritaría primero al pervertido del otro lado… pero, de alguna forma, no dijo nada. No golpeó la pared que los separaba, no le dio un puñetazo a la punta de esa verga, ni insultó a la madre de nadie, como tenía pensando.

Ese breve momento de duda lo aprovechó Alice para bajarle los pantalones a Ariadna, así como sus mojadas bragas. La menor de los White soltó el miembro del desconocido y se dobló para darle un beso al coño húmedo de su hermana. Eso hizo a Ariadna recuperar un poco la voz.

—¡Alice! ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué tocaste el pene de ese tipo? ¡Y tú…! —No podía decirle nada al hombre del otro lado, cuya polla no había perdido ni un poco de vigor. Estaba allí, palpitante y expectante, y Ariadna no podía dejar de mirarla—. Tú, ¿cómo te…?

—Déjate llevar, Twina, porfa —pidió Alice, mientras repartía pequeños lametones en el clítoris de su hermana, o en su monte de venus, deleitándose en los pelitos—. ¿No crees que sería divertido?

—Pero, Alice, ¡no sabemos quién es este tipo! —exclamó Ariadna, con los ojos clavos en la punta rosada del pene que se ofrecía, que poco a poco fue haciéndose hacia atrás, tal vez atemorizado—. ¿Cómo entró, siquiera?

—¡Eso es lo entretenido! —dijo Alice, tomándole las nalgas a su hermanas, atrayendo su pelvis hacia su boca. Estaba lista para meterle la lengua, le fascinaba el coño de Ariadna desde el primer día que compartieron las sábanas—. Es morboso, ¿no? No sabemos quién es, y no me importa. Eso lo hace tan rico. Señor, ¡no se vaya, porfis! ¡Queremos su pene!

El miembro comenzó a alejarse, y Ariadna lo atrapó con sus dedos. Se sentía completamente dominada por ese pedazo de carne tan largo y grueso, y ya hasta se le habían empañado las gafas de lo caliente que estaba. No era un pene normal, había algo mágico en él. Se preguntó cómo sabría.

Alice dirigió la cabeza esta vez a la verga que se les presentaba, y Ariadna dobló las rodillas para quedar a esa altura también. La hija del medio de los White miró fascinada lo que tenía delante, cuya piel tiraba hacia atrás y hacia adelante con la mano, y su boca se le hizo agua.

—Es muy lindo, ¿no?

—Sí, lo es.

—¿Quieres probarlo conmigo?

—Sí.

Ambas comenzaron a lamer aquella punta rosada que se les ofrecía al mismo tiempo. Estaban increíblemente calientes, y podían notar que eso también entusiasmaba al hombre misterioso del otro lado.

Alice se acarició la conchita por debajo de la falda con una mano, y acompañó a Ariadna en sus caricias al tronco de la polla, que palpitaba cada vez más fuerte. Ariadna se había olvidado de su propio placer, estaba completamente ensimismada en lo que estaba haciendo con esa polla. Era como si le perteneciera, como si fuera su destino complacerla. Sabía que se estaba volviendo totalmente loca, pero no le importaba.

Se metió la verga a la boca, y cuando la punta tocó su campanilla en la garganta, casi se corre de gusto. ¿Por qué el pene de un desconocido le producía tanta satisfacción? Alice le levantó la camiseta y masajeó sus tetas, ahora dedicando sus labios a chupar y mordisquear los pezones de su hermana como sabía que le gustaba.

Ariadna aceleró los movimientos de su cuello y cabeza. Adelante y atrás, adelante y atrás, saboreando el líquido preseminal que el hombre del otro lado estaba liberando. Olía delicioso, le parecía un manjar del que nunca se iba a hartar. Era como si ya lo conociera, y le perteneciera.

Ariadna White se puso de pie y colocó el pene del desconocido en su entrepierna, mientras su hermanita aún le devoraba los senos. La cabeza de esa verga tan rica le rozó el clítoris, y ella se llevó un dedo a la lengua para lamerlo, mientras masturbaba a aquel hombre entre sus piernas, poniéndolo en la entrada de su vagina deseosa. No era como estar con Junior, era algo mucho más intenso y especial. Apoyó la cabeza en el muro del cubículo, y como por arte de magia, supo que el hombre al otro lado hizo lo mismo.

—Twina, déjate llevar por tu deseo… —musitó Alice.

—Pero no puedo… esto no es normal —dijo Ariadna con la respiración entrecortada. Estaba moviendo su pelvis rápidamente para frotarse con aquel miembro, no aguantaba más la tensión y la calentura—. Esto no está bien.

—Si se siente rico está bien. ¿Recuerdas cuando te lo dije?

—Pero…

—Estoy segura que él se siente bien también, sluurp, sluuuurp. Y hace mucho lo deseas, ¿no? Slurp, hmmmm. Dejen de ser estúpidos y déjense llevar, slurp, slurp, slurp.

Era cierto. Tenía que dejar de mentirse a sí misma. Estaba desesperada por liberarse, ya no podía controlarse. No cuando había estado lidiando tantos años, después de aquel primer beso, por terminar lo que empezaron esa noche, en el sofá de la sala.

—Aaaaahhhh, ahhhhhh, ¿Arthur? —preguntó, tímidamente, mientras se corría sobre la verga de su hermano, que jamás podría olvidar.

—¿Ari? —respondió éste al otro lado. Eran gemelos. Se conocían enteramente.

—Tómame de una buena vez, hijo de puta.

Ariadna soltó la polla, se volteó, y se apoyó esta vez en el retrete, inclinándose mientras le mostraba el culo levantado y sus enormes y bellas piernas, a quien fuese que entrase. Alice le abrió la puerta a su hermano, que entró como un perro en celo con la polla levantada.

—Eres increíble, Ari.

—Sí, y por eso vas a hacerme tuya, hermanote.

Ariadna se corrió por segunda vez, apenas el pene de su hermano se introdujo en su coño. Lo que sintió fue único, como si ahora sí estuviese completa. Como si esa fuese la respuesta a todas las preguntas que tuviese. Alice (que ahora se estaba masturbando frenéticamente ante la escena) la había convencido que estaba bien follar con uno que otro muchas veces durante las noches que durmieron juntas, y ahora sí que Ariadna lo haría… pero nadie sería nunca como su hermano gemelo. Nadie le daría jamás tanto placer como él le estaba dando… Pensando en eso, Ariadna se corrió por tercera vez, y Arthur tuvo que retirar su pene para que el squirt saliera disparado, manchando sus piernas, mientras le dedicaba una mirada cómplice a su hermanita.

—Alice.

—¡Voy! —gritó la hermana menor, poniéndose de rodillas para meter la lengua en el coño de su hermana, cuyas perfectas piernas comenzaron a temblar, y poder limpiarla bien.

—Hermanote…, me estás volviendo loca.

—Nunca pensé que sería así… ¿Cómo fui tan imbécil?

—Ambos lo fueron —dijo Alice, mientras se apartaba de su hermana, y apuntaba la espada de su hermano de vuelta a su funda, como le gustó imaginar.

Arthur tomó a su hermana de las caderas, y sin dejar de penetrarla la volteó para que se vieran de frente. Arthur le quitó a su hermana los anteojos, y pudo ver su rostro angelical, hermoso, dulce y completamente bajo el hechizo de Arthur White. Se deseaban mutuamente, y mientras unieron sus labios y sus lenguas apasionadamente, supieron que no necesitaban decírselo.

Arthur levantó a su hermana, y ésta lo abrazó con las piernas. Como un animal, Arthur la estampó contra el muro y comenzó a embestirla vigorosamente, con dureza y pasión, descontrolado. Ariadna se vino de nuevo, pero esta vez no pudo hacer más que gemir, pues su boca estaba atada con la de su hermano. Alice, entre tanto, al fin hizo algo que hacía mucho deseaba hacer.

Se colocó en cuchillas detrás de Ariadna, y le abrió las nalgas con las manos. Arthur, que pudo adivinar lo que su hermanita iba a hacer, realizó embestidas menos rápidas, pero sí mucho más profundas, para facilitarle a Alice el trabajo.

La más joven de los White comenzó a lamer el ano de su hermana, y se sorprendió de lo rica que era la experiencia. Cindy le había dicho que no había nada más rico que un beso negro, y dados los gritos explosivos de Ariadna, así era.

—¡Ohhhhh! Sigan, sigan por favooooor.

—¿Te gusta, Ari?

—¡Me encanta! Denme más, dame más, Arthur, estoy cachonda perdida, ¡me voy a correr otra vez!

—Eres increíble, estás deliciosa, Ari… Ahhhhhh, ahhhhhh.

—Twina, ¿podemos hacer esto más seguido?

—¡Te comeré el culo cada vez que follemos, hermanita! —gritó Ariadna, fuera de sí, diciendo cosas que jamás se atrevería a decir en voz alta. Se convertía en otra persona cuando follaba—. Ahhhh, me corro, hmmmmmm, ahhhhhh.

—Ari, voy a venirme también, estoy a punto…

—Gracias por avisarme, hermano. —Ari presionó fuertemente sus piernas alrededor de Arthur, aprisionándolo. Era su primera vez juntos, no iba a perder la oportunidad de ir con todo.

Arthur se estremeció, soltó un intenso grito, y se derramó al interior del coño de su hermana, liberando no solo su semilla, sino que también toda su tensión acumulada. ¡Qué mujeraza era su gemela! No podría volver a estar apartado de ella.

Los tres hermanos se limpiaron, agotados, aprovechando que estaban en un baño. Luego salieron por la misma puerta por donde entraron, y con Alice de la mano de sus hermanos mayores, tomaron rumbo de nuevo a la casa de los White, a las afueras del pueblo.

Continuará


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heranlu

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 010

12Una salida matrimonial

Alexander White y Charlotte Black escucharon dos puertas cerrarse en el segundo piso. Una, la chirriante puerta de la habitación de Arthur, indicaba que estaba allí, encerrado con su hermana gemela, para una nueva sesión de lujuria incestuosa, tal como habían hecho cada noche durante la última semana, desde su primera vez juntos.

La otra puerta le correspondía a la habitación de Alexandra, donde seguramente estaba Alice ahora, visitando a su hermana mayor para entretenerse también, con algo de jugueteo lésbico incestuoso, como tanto les gustaba a ambas.

Los dos esposos sonrieron como cómplices. Era una locura que casi nadie en el mundo aceptaría mejor que ellos. Hermanos y hermanas follando entre sí. Pero ahora, necesitaban algo de tiempo para sí mismos, como marido y mujer. Follar con sus hijas e hijo había sido delicioso, pero había una razón por la cual se habían casado en primer lugar. Una razón que buscaban exprimir todavía más. Salieron a hurtadillas de la casa, como un par de adolescentes, y se dirigieron al bar ochentero que se había inaugurado recientemente en el pueblo. Él vestía su casaca de cuero de la juventud (que no le quedaba tan bien como deseaba, debido a la barriga), un pantalón azul de mezclilla, una camiseta blanca, y la barba bien recortada. Ella también llevaba pantalones de mezclilla, en su caso celestes, que le levantaban deliciosamente el trasero; un suéter rosa con cuello, grandes aros, y el cabello bien revuelto.

Más o menos así iban vestidos cuando tuvieron su primera vez juntos. También habían ido a bailar a un pub, y era la época correcta. No necesitaban revivir la flama de la pasión… solo querían hacerla arder aún más. Mientras Alexander conducía la vieja camioneta familiar en la que había llevado a su pareja, y Charlotte miraba el escenario nocturno a su lado, ambos recordaron.

Lo cierto era que Alexander había llevado a otra persona a bailar. Una compañera de la escuela llamada Tanya con la que había estado saliendo desde hacía un tiempo. En la pista de baile, Alexander (mucho más ágil y atrevido que ahora) demostró sus mejores pasos, y llamó la atención de varias señoritas. Por su parte, Tanya siempre había sido coqueta, y después de unos tragos se llevó a un par de muchachos a los baños. Ya había hecho cosas así antes, y generalmente le guiñaba el ojo a Alexander para que éste la acompañase, pero esta vez no lo hizo.

Tenía sus ojos puestos en otra mujer, una a la que se le había hecho agua la boca viéndole bailar. Era más o menos de su edad, escultural, de cabello rojo ardiente, labios fogosos y ojos azules como zafiros. Si bien era una colegiala, la ropa que llevaba le hacía ver varios más años mayor. Más experimentada. Más audaz y sensual.

Fue ella la que se le acercó. Ella iba acompañada por sus hermanas, Elizabeth y Gabrielle. Los cuatro se fueron a tomar a una esquina del bar, y Gabrielle le dijo que habían llegado hacía solo un par de semanas de Inglaterra, y que querían saber cómo se divertían los norteamericanos. El acento que tenían enloquecía a Alexander, en especial el de Charlotte Black, que lo observaba con una sensualidad difícil de describir. Elizabeth, la mayor, le explicó que tenían otra hermana, Isabella, pero que era aburrida y no le gustaba tanto salir. A ellas, en cambio, les encantaba, en especial cuando veían hombres tan atractivos, bailando tan bien. Alexander sacó unos cigarrillos y se los entregó. A pesar de ser solo un hombre con tres mujeres, sabía que tenía el control. O creía que lo tenía, más bien. Sabía que podía elegir con quien irse a dormir esa misma noche; se olvidó completamente de Tanya aquella noche, y cada uno siguió su camino después.

Elizabeth era elegante, sagaz, seductora, y tan curvilínea que bien podría haber sido actriz porno, si no cumpliera más bien los requisitos para ser una femme fatale. Gabrielle, la menor de las hermanas, con su coqueta trenza pelirroja, sus ojos traviesos y sus constantes movimientos y posturas sensuales, sí cumplía más con la idea de la actriz xxx… pero Charlotte fue quien más le llamó la atención. No supo por qué en ese entonces, siendo que las tres (y también Isabella, a quien conoció más adelante) eran perfectas, hermosas y maravillosas esculturas hechas mujeres… pero aquella noche, Alexander no pudo quitarle la mirada de encima. Charlotte apenas decía palabra. Solo lo miraba. Le sonreía sutilmente, le atraía lentamente, mirándolo detrás del humo del cigarrillo. Era como una araña que ya había tejido su red alrededor suyo, sin que éste se diese cuenta, dándole la ilusión de que era él quien tenía el domino de la situación.

En algún momento, Gabrielle se puso a hablar con un par de muchachos, y Elizabeth le cuchicheó algo al oído a Charlotte, y pronto la dejó a solas con él. Las palabras que le dijo cambiaron el resto de su vida:

—¿Sabías que las cuatro cogemos?

Él soltó la bebida, que manchó sus pantalones, y casi tira el cigarrillo también. Quedó completamente boquiabierto.

—Oh. Me imagino, jaja… —rio, nerviosamente, hablando como un estúpido inexperto mientras se limpiaba con un pañuelo que ella le dio—. ¿C-con quién? ¿Alguien de aquí?

—Entre nosotras —explicó ella, tomando una bocanada. Lo penetraba con la mirada. Lo invitaba a un mundo oscuro y peligroso. Básicamente lo estudió, entregándole un cebo.

Y él lo tomó.

—Ohhh… bueno… eso es genial. Amor de hermanas, jaja. Ja.

—No te veo asqueado.

—No lo estoy. —Alexander hizo su jugada. Tomó la mano de Charlotte y la llevó a su hombría, que ella palpó por encima del pantalón—. Me parece muy cachondo, la verdad.

—¿Te gustaría vernos hacerlo algún día?

—Sí. Oh, sí.

—Como quieras. —Charlotte le había bajado la cremallera del pantalón, protegida por la oscuridad del bar, y se inclinó con una sonrisa lasciva para devorar el pedazo de carne que se le presentaba—. Pero vinimos porque lo que necesitamos, más que nada, es un hombre. Entre nosotras está bien entreternos de vez en cuando, pero nunca es lo mismo que con una buena polla metida entre nuestras piernas. Como esta.

Poco después estaban follando en el asiento trasero de la camioneta. Ambos se vinieron dos veces durante esa noche. Una semana después se convirtieron en novios, y tras el nacimiento de Alexandra se casaron, a pesar de ser tan jóvenes. Y ni un solo día se arrepintieron; menos aún después de enterarse del secreto familiar que los conectaba…

En esa misma camioneta estaban ahora, más de veinte años después, estacionados en una zona desolada del pueblo durmiente y nocturno. Habían bailado y comido por dos horas, mientras recordaban sus primeras y fogosas citas. Charlotte había bailado con tanta sensualidad y soltura que poco menos todos en el pub se voltearon a mirarla con deseo. Era una mujer en la plenitud de su vida, su físico no había mermado en lo absoluto ni tras tres embarazos, y no evitaba coquetearle a nadie, ni hombre ni mujer, solo para desafiar y retar a su marido. Éste le invitó a los mejores platos, y bailó como no hacía hace años, toqueteando, besando y frotándose con su mujer, como un adolescente cachondo. Y ella no pudo evitar calentarse tampoco… se le encendían los motores cuando su hombre, su macho, le daba de nalgadas mientras bailaban, o le rozaba los pechos sobre la ropa, o le respiraba fuertemente en el cuello. Eran sus puntos débiles, y se mojó solo de saber lo que se avecinaba. Incluso, mientras comían, le había acariciado la polla por sobre el pantalón con su pie derecho, debajo de la mesa. Al mismo tiempo, le dedicó sus más atrevidas miradas, esas en las que siempre había sido experta, y que habían logrado conquistarlo.

Cuando se sentaron en la camioneta, Alexander encendió el motor para dirigirse al motel del pueblo, pero ella le bajó la cremallera y le hizo una paja mientras conducía, impidiéndole llegar a su objetivo, y deteniéndose en el callejón en el que estaban ahora. Estaban junto a unos departamentos, y si a los vecinos se les ocurría mirar por la ventana, los habrían visto devorarse a besos, lametones y toqueteos. Y no les importaba.

—Mi amor, estás hecho un animal —le dijo Charlotte, al oído, mientras usaba las dos manos para hacerle una paja a su marido—. Me haces sentir igual de deseada que cuando nos conocimos.

—Es porque eres muy sexy, cariño —respondió él al piropo, besándole el cuello, pasándole la lengua desde casi el hombro hasta cerca de la nuca y debajo de la oreja—. Me vuelves loco, tienes el mismo cuerpazo de hace veinte años.

—No seas bobo, mi amor, mejor mírate. Esta polla solo se ha puesto más grande, vigorosa y dura con los años —dijo Charlotte, mientras se inclinaba y se metía la verga de su esposo al interior de la garganta—. Hmmmm, qué delicia —dijo con la boca llena.

—Ohhhh sí… ¿Pero de qué hablas? ¡Eres una diosa! —Alexander miró el culo levantado de su esposa, pegado a la ventana. Su pantalón de mezclilla se había bajado un poco y podía admirar el pequeño hilo negro que Charlotte llevaba por ropa interior.

—Veo que te gusta —dijo la pelirroja, sonriéndole, mirándole hacia arriba con la verga de lado hinchándole una mejilla por dentro—. ¿Por qué no me metes mano, entonces?

Alexander obedeció, y metió una mano debajo del pantalón de su mujer, doblada como una puta para él, a la vez que le realizaba una deliciosa chupada de pene. Alexander movió la delgada tanga hacia un lado y palpó el coño de su mujer, tremendamente mojado. Ella gimió de placer cuando él empezó a acariciarla, y se quitó la verga de la boca para darle instrucciones.

—Ahí no, querido. Recuerda que eras un chico malo, y me hiciste cosas muy malas y sucias. Quiero que lo hagas otra vez, chico sucio.

Alexander recordó, sonrió, y metió el dedo corazón en el otro orificio de la mujer, el cual ella se había limpiado muy bien previamente con un enema.

—Eres una verdadera puta… ¿quieres que lo meta más adentro?

—Sí… ¡Sí, sí, sí!

Él así lo hizo, y ella movió el culo de un lado a otro de gusto, sin descuidar el sexo oral que le realizaba a su marido. Era una experta, al igual que sus hermanas, al igual que sus tres hijas serían pronto también. Él estaba cerca de venirse, y no deseaba hacerlo todavía. Se había guardado para ese día, estaba muy acumulado para darle un baño de lefa como se merecía a su mujer… pero no quería ensuciar la camioneta tampoco.

—Querida, vamos al motel, quiero hacerte mía.

Ella se irguió, se quitó la prenda que llevaba encima, y besó a su marido, mientras seguía teniendo el dedo de él metido en su culo, acariciando sus entrañas. Sus tetas quedaron descubiertas, a la vista, solo protegidas por un sexy brasier negro que Charlotte había comprado para la ocasión, con bellos encajes florales y muy escotado para resaltar la curvatura de sus senos.

—Mi amor, estoy muy cachonda, no creo que alcance… Quiero tu polla.

—Pero, cariño, aquí adentro no sé…

—¡Vamos afuera entonces! Por favor, Alexander, ya no me aguanto, ¡dame tu polla!

Y él, como siempre, obedeció las órdenes de la diosa que era su mujer. La puta más increíble que se pudiera conocer, con la que había probado todos los fetiches posibles, y con la que aún seguía descubriendo cosas nuevas.

Tras salir, bajo las estrellas, Charlotte Black se desabrochó el pantalón, se lo bajó hasta las rodillas junto con sus empapadas bragas, y se inclinó hacia adelante, apoyando las manos sobre el cofre de la camioneta. Con su mirada más sexy (los ojos entrecerrados, el flequillo sobre uno de ellos, y mordiéndose los labios), le ofreció el culo a su esposo, que se quitó los pantalones y los calzoncillos, y los arrojó a la caja de la camioneta, donde tenían maquinaria y paja de la granja bajo unas telas oscuras. Lo importante era la tela, que planeaban usar para meterse a follar debajo, en caso de problemas con policías cercanos.

—Hmmmm… hmmmmmmmmmm —gimió alguien, mientras Alexander penetraba el culo estrecho y lubricado de su mujer. Ella también había gemido, pero había sido distinto, pues ella se entregaba por completo, y no le interesaba que la escucharan.

—¿Cariño?

—Sigue, sigue, tómame, mi amor, hazme tuya.

—Pero… ¿escuchaste lo que...?

—¡Calla y dame por culo! —ordenó ella, y él la tomó de las nalgas, las separó, y la penetró fuertemente, adentro y afuera, rápida, vigorosa y agresivamente, como sabía que a ella le encantaba. De fondo, seguía escuchando aquel gemido medio silencioso, dejado, susurrante…

—Hmmmmmmmm, hmmmmmmmmmmmm…

—¿Qué es eso…?

—Mi amor, tómame más fuerte, como cuando éramos chiquillos, ¡fóllame mi culo de puta! —Charlotte se irguió, torció el cuello y miró con deseo y lujuria a su marido antes de besarlo. Pero él conocía perfectamente las miradas de su mujer… sabía que había un ingrediente extra. Conspiración. Suspicacia. Por sobre todo, ¡complicidad! ¡Ella también escuchaba el otro gemido!

Y de pronto, él comprendió. Al hacerlo, sonrió y embistió con más fuerza a su mujer, con la misma ferocidad y agilidad de su juventud, y ella chilló de gusto al sentirse llena. Gritó como una loca, y comenzó a derramar sus jugos sobre el pavimento, mientras se frotaba rápidamente su propio coño.

Algunas luces del pueblo se encendieron, lo que Charlotte buscaba. Era la excusa perfecta para cambiar de escenario y posición. Sin decirse nada, Alexander y Charlotte subieron a la caja de la camioneta, y se metieron bajo las amplias telas negras, ya levantadas por las herramientas y aparatos que allí habían dejado. Ni por un momento él dejó de penetrarla. Charlotte estaba en cuatro patas, con las rodillas y las manos en la camioneta; Alexander estaba detrás de él, embistiendo el culo de su mujer como un animal desesperado. Delante de ella, otra mujer detenía bruscamente su frenética masturbación, completamente desnuda, con las tetitas al aire, las piernas muy separadas, dos dedos de su mano derecha metidos y paralizados al fondo de su chochito.

—Hola, hija, ¿disfrutando del espectáculo? —preguntó Charlotte, frente a frente con su hija menor, dedicándole su sonrisa más traviesa.

—M-m-m-mami… —tartamudeó ella, aterrada al verse descubierta.

—Eres una niña muy mala, Alice, siguiendo a tus padres cuando quieren una noche solos para darse placer —dijo Alexander, fingiendo indignación, sin dejar de penetrar a la mujer de su vida.

—P-papi, ¡l-lo siento! —se disculpó ella, buscando su ropa en la oscuridad debajo de la manta.

—¿Por qué nos seguiste, hijita? —preguntó Charlotte, deleitándose en la vista de su hija más joven desnuda frente a ella. ¿Cuántas pajas se había hecho mirando sus fotos, al igual que las de sus otras hijas e hijo? Ya no podría contarlas—. Y tú no te atrevas a parar, hijo de puta, dame duro, soy tu perra en celo, ¡eso, eso, eso, sigue!

—Quería saber donde iban… no sabía que iban a… a…

—Ah, ah, ¡ah, ah, ah, ah! F-follar, cielo, se dice follar —le ayudó su madre, maternalmente. Alice ya le había dicho que había visto follar a sus padres en las noches, sin ningún tapujo, usando esa palabra precisamente. Ahora estaba visiblemente nerviosa, y Charlotte no quería que fuera así—. ¿No lo habíamos hablado? Oh, qué bien, cariño, sigue, dame más fuerte por el culo.

—No está bien que espíes a tus padres, angelito, estuvo muy mal. Vamos a tener que castigarte —dijo Alexander, aún fingiendo molestia, mientras aumentaba la velocidad de sus envites en el culo de su esposa. La verdad, toda la situación lo estaba encendiendo mucho, estaba muy cerca de explotar—. ¡Eres muy mala!

—¡No, papi, no! Por favor no me castigues, ¡seré buena!

—Eso no es suficiente. Harás lo que digamos, ¿entendido? O voy a enojarme mucho.

—¡Sí, papi, lo que tú digas! —exclamó Alice, entre asustada y muy curiosa por lo que sucedía. La curiosidad era básicamente su característica principal. Poco a poco comenzó a acariciarse nuevamente el clítoris, como antes, mientras los espiaba.

—Primero, ya no somos papi y mami, nos dirás Alexander y Charlotte, ¿entendido?

—Oh, querido, eres muy sucio —musitó Charlotte, comprendiendo la intención del juego de su esposo de inmediato.

—¿Eh? S-sí, pa… digo, Alexander —dijo Alice.

—Segundo, quiero que te abras bien de piernas. Charlotte, mi amor, cómele el chochito a esta putita, ¿quieres?

No necesitaba que se lo dijera. Era primera vez que tenía sexo con su hija menor, y se moría de ganas desde hacía meses. Después de eso, solo le faltaría follarse a Ariadna. Pero, por ahora, era solo Alice, una inocente chica del pueblo con un cuerpo espectacular.

Le apartó las manos a la chica, le abrió un poco más los labios vaginales, y le sopló al interior del chochito. Alice se estremeció del gusto, gimiendo sensualmente.

—Ahhhh, ay, ahhh, hummmm…

—¿De dónde sacaste a tu putita, bebé? —preguntó Alexander, montando la espalda de su mujer como un perro en celo, casi encima completamente de ella.

—Es una amiga, cari, ¿ves lo mojada que está? —Charlotte le dio una larga y profunda lamida a Alice, tragándose todos los fluidos que salían—. Ufff, y sabe delicioso, slurrp, slurp.

—Hmmmm, hmmm, sí, sí…

—Ohhh, quiero llevarlas a tu casa a ambas, las voy a penetrar a las dos, ¡y luego a tus putas hermanas también!

—¡Pero mi amor, no podemos! Si papá me descubre teniendo relaciones contigo, ¡y también con otras chicas, quedará la grande! Ahhh, ahhhh, sí, hmmm, sí, sí, ah, ah, ah, ¡ah!

—Vamos, hay que hacerlo, tu papá no va a saber, lleva esta putita a dormir a tu casa, en plan pijamada, y yo las visito en la noche. —Tanto Alexander como su mujer se olvidaron de su historia y edad. Estaban completamente metidos en la fantasía que habían creado a partir de sus propios recuerdos, y les fascinaba.

—Mañana tenemos escuela, no podemos dormir hasta tarde, ahhhhh.

—Entonces las voy a follar en la escuela, voy a saltar la reja, y me las voy a follar en el gimnasio, ¿qué les parece?

Charlotte, imaginando la situación, no tardó en correrse.

—¡Ahhhhhh, ahhhhhh, sí, hijo de puta, me corro! —Al mismo tiempo, mientras lamía el clítoris de la joven Alice, metió dos dedos al interior de su coño, con lo que la inocente y dulce chiquilla también se corrió poco después.

—Ahhhh, ahhhh, hummm, hmmmmm

—Eres toda una zorra, ¿no, Alice? —Charlotte se tragó con gusto el orgasmo de la muchacha que, fuera de la fantasía, era su hijita menor—. ¿También deseas la verga de Alexander?

—Síiiiii. —Por toda respuesta, Alice se separó de Charlotte, se recostó de espaldas, e invitó a su padre con un dedo insinuante—. Alexo, fóllame el conejito. Char, siéntate en mi boca, amiga.

Alexander y Charlotte, sorprendidos y sumamente excitados por la reacción de su hija, le siguieron el juego y tomaron sus posiciones. Charlotte, dándole la espalda a Alexander, se sentó sobre la lengua afuera de Alice, que penetró el lugar de donde había nacido tantos años atrás. Al mismo tiempo, se metió dos dedos en el culo, y disfrutó de la doble penetración.

Alexander, en tanto, se posicionó entre las piernas de la muchacha y la taladró abruptamente, sin contemplaciones, mientras se inclinaba hacia adelante para lamer la espalda de su “novia”.

—Ahhhhhhh, ahhhhhhhh, ¡qué pene, me encanta! —exclamó Alice, penetrando a su madre con la lengua, explorando su interior con rápidos y jugosos movimientos.

—Ohhhhh, amiga, me corro otra vez, voy a correrme en tu boca, zorra de mierdaaaaaahhhhh, ¡ahh, ahhhhhh, ahhhhhhhhhh!

—Char, el pene de tu chico está increíble, ¡quiero que me lo prestes todos los días!

—Vas a tener que ponerte a la fila, amigaaaaahhhh, porque también están mis hermanas y la hermana de él, ahhhhhh, ahhhhhhhhh.

—Par de furcias, ¡hijas de putas! Alice, estás super apretada, me vas a dejar seco.

Alice, con la boca completamente ocupada, no pudo decir nada, pero sí lo hizo en tu mente. “Sigue cogiéndome, papi, sigue follándote a tu hijita, mientras le como a mami el lugar por donde nací con la lengüita”.

Pensando en ello, la menor de los White se vino. Se corrió con tanta fuerza, y expulsando tantos fluidos, que su padre fue prácticamente expulsado de su coñito, del cual salieron tres largos chorros, frutos del poderoso orgasmo.

Alexander, a ciegas, buscó penetrar a la chica nuevamente, y al hacerse adelante, se topó otra vez con el ano de su mujer, que retiró los dedos, y se hizo hacia atrás para que su hombre pudiera hacerla suya otra vez. Él la llenó completamente, metiéndose muy profundo en sus entrañas, hasta que sus bolas quedaron colgando sobre la barbilla de Alice, que no tardó en lamerlas junto con el chocho de Charlotte. Alexander le agarró las enormes tetas a su “chica”, y aumentó la fuerza de sus embestidas hasta el límite.

Cinco minutos después, ya estaba listo. Siempre había sido el chico malo, el que no anunciaba cuando se corría, y ahora tampoco lo hizo. Entre espasmos, se derramó al interior del recto de su mujer, que tuvo otro orgasmo también, al sentir el semen de Alexander en sus entrañas.

—Ahhhhhhhh, síiiiiiiiiiiiiiiiiii, tu leche, bebé, ¡me estás llenando el culo con tu leche caliente!

—Sí, eso es lo que mereces, puta, una buena lechada, ahhhhhhh.

Era demasiado y muy abundante. Se estuvo viniendo por segundos que se hicieron eternos, y era tanto semen que pronto comenzó a desbordar, resbalando hacia los labios de Alice, aún debajo de Charlotte. La joven sacó la lengua y comenzó a recoger todo lo que salía del culo de su madre, saboreando cada milímetro, pasando sin asco la lengua por el culo de Charlotte.

—¿Mami? —preguntó Alice con dificultades, irguiéndose. Tenía la boca llena, y el semen se salía por la comisura de sus labios.

—¿Sí, cielo? —preguntó Charlotte, a su vez, cubierta de sudor, volviendo a su rol de madre, único e irrepetible en el mundo… con excepción de sus hermanas.

—¿Gustas? —inquirió Alice, apuntando a su boca con su dedo, expresando una traviesa sonrisa.

—Por supuesto, hija, déjame darte un besito.

Madre e hija cruzaron las lenguas y compartieron la abundante leche de Alexander, que estaba casi desmayado en la camioneta. Ambas mujeres jugaron un poco con sus lenguas, y poco a poco se fueron tragando los restos de la corrida. Estaban en el cielo.

—¿Te gustó la lefa caliente de papi?

—Sí, mucho. Te amo, mami.

—Y yo te amo a ti, hijita, no sabes cuánto te adoro.

—¡Y también te amo a ti, papi!

Riendo, Charlotte pensó que ya no era una adolescente cachonda que se metía a escondidas con su novio, sino que era una madre, con responsabilidades. Una madre muchísimo más cachonda, sexy y lujuriosa que antes. Una madre con la responsabilidad de educar correctamente a sus hijas e hijo, y que eso no era para nada malo, sino todo lo contrario. Iba a divertirse muchísimo.

Continuará

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