Las Aventuras de la Familia White – Capítulos 016 al 020

heranlu

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 016

18 Gemelas

—Pero, Ari, ¿estás segura? —preguntó Arthur, mientras depositaba un gran montón de paja sobre una mesa en el granero.

—Sí, mi amor, por favor, estoy muy cachonda —dijo Ariadna, con las piernas muy juntas, frotándolas ansiosamente una con la otra, y con la mano entre sus muslos. Sudaba y parecía suplicarle con la sensual mirada detrás de las gafas que hiciera algo para satisfacer sus cada vez más recurrentes necesidades—. Me pone mucho cuando te veo trabajar…

—Está bien, está bien, jaja. Date vuelta y bájate el pantalón —ordenó Arthur, y su hermana le obedeció complaciente. Se bajó los pantalones hasta la altura de las rodillas y se volteó, mostrándole un culito y coñito completamente mojados.

Arthur se puso detrás de ella, comprobó que su hermana no necesitaba más lubricación, y cuando estaba a punto de penetrarla, un grito llegó desde la casa.

—¡Arthur, Ari, sus tíos están aquí!

—Mierda —dijeron ambos al unísono. Arthur se apartó de su hermana, y ambos se pusieron la ropa de vuelta, completamente ofuscados. Habían esperado que sus tíos Andrew y Elizabeth tardaran más, pero llegaron con un elegante adelanto, como era su costumbre.

Arthur se dirigía ya a la puerta del granero, cuando su hermana lo detuvo agarrándole el paquete.

—Oye.

—¿Ari?

—Más te vale que después me lo hagas. Hoy mismo, ¿entendido?

—A tus órdenes, querida hermana.

Arthur y Ariadna se besaron por última vez antes de salir y dirigirse a la casa. Un automóvil de último modelo ya se encontraba estacionado afuera, y no tardaron ni un segundo en ver a “los White de Inglaterra”, como les conocían. No los veían hacía tres o cuatro años. Los gemelos quedaron sorprendidos ante lo que vieron.

Primero estaba la tía Elizabeth, la hermana mayor de su madre. Según sus cálculos tenía cuarenta años, pero podía pasar perfectamente como una modelo veinteañera. Era muy alta, de piernas largas, que ni siquiera necesitaba tacos para superar en estatura a sus tres hermanas menores. Tenía largo y rizado cabello rojo ardiente, una nariz respingada, labios carmesí y brillantes ojos azules. Tenía unas curvas de impacto, para nada afectadas por la edad, con un culo levantado y un busto espectacular. Su cuerpo indicaba que iba al gimnasio regularmente, no tenía ni un poco de grasa innecesaria. Elizabeth Black era distinguida y grácil, luciendo un vestido negro de fiesta, elegantemente escotado, que se abría por un costado para mostrar al completo una de sus largas piernas. Tenía una mirada sensual, dominante, con completo control sobre todo.

Su esposo (y primo, como se habían enterado hacía poco) era Andrew Black, pues había tomado el apellido de su esposa. Eso ayudó a que ni Arthur, ni Ariadna ni sus hermanas supieran que su apellido original era White, y que era el hermano mayor de su padre. También ayudaba a conservar el secreto el hecho de que ambos hermanos eran como el cielo y la tierra. Era delgado, tímido y caballeroso, a diferencia del gordo, robusto y brusco de su hermano menor. Tenía corto cabello negro azabache, ojos café, y usaba las gafas más intelectuales posibles. Se había adaptado completamente a las costumbres británicas del país de su esposa/prima. Lucía corbata y pantalones de la tela más fina.

Luego estaban las gemelas. Las que Alice llama “Gatitas”. Tenían la misma edad de Alexandra, y después de tres años se habían convertido en unas espectaculares supermodelos. Ambas habían heredado el cabello negro de su padre, que lucían hasta la nuca. Una lucía flequillo y la otra no. Una llevaba unos pequeños shorts de mezclilla azules, y la otra una minifalda roja, pero ambas llevaban el mismo crop top blanco que dejaba al descubierto sus hombros y cintura. Para Ariadna era imposible saber cuál era cuál, eran idénticas en personalidad y físico. En cambio Arthur, que las había mirado con deseo por años, sabía distinguirlas: la de flequillo y shorts era Katrina, muy inteligente, coqueta y sensual, muy partidaria de llamar la atención de los hombres con su sexy elegancia. La que no llevaba flequillo, y lucía la falda roja que apenas cubría enteramente su gran culo, era Catherine, mucho más directa e impulsiva que su hermana. Ambas dirigieron al mismo tiempo a Arthur una mirada de deseo que lo puso aún más cachondo de lo que ya estaba.

Finalmente, Wellington era el engreído y pesado muchacho pelirrojo, pecoso y de ojos azules que la noche anterior se había metido por la ventana a la habitación donde estaban Alice y su amiga Cindy teniendo una pijamada, y que se fue una hora después, como atestiguaron Arthur y Ariadna desde la habitación del primero. Un muchacho absolutamente irritante y molesto.

—¡Hermana! —dijeron Elizabeth y Charlotte a la vez, mientras se fundían en un fraternal abrazo, y luego se daban un piquito en los labios.

—Hermano, ¿cuánto tiempo? —dijo Alexander, que le daba fuertes palmadas en la espalda a su hermano mayor.

—Así que ya no es necesario ocultarlo, ¿eh? —dijo Andrew, intentando apartarse y limitarse a estrechar la mano de Alexander.

—Jajajaja, claro que no. Ahora ese secreto está fuera, ¡todos nos divertimos en familia, jajaja!

—Alex, ¿tienes que gritar tan fuerte? —se ofuscó Andrew Black, ajustándose las gafas.

—Hermana, estás hecha un bombón, ¿cómo le haces? —preguntó Charlotte, mientras pasaba las manos por la cintura y culo de su hermana mayor.

—Ya sabes que uso las mejores cremas y lociones, y que voy al gimnasio todas las semanas —dijo Elizabeth, elegantemente, mientras se dejaba manosear por su hermana y entonaba el acento más británico que se hubiera oído—. Veo que tú también te mantienes bien.

—Bueno, tanto mi esposo como mis hijas e hijo me ayudan a mantenerme en forma, jaja.

—Sí, sé a lo que te refieres, encanto.

—Tía Charlotte —interrumpió Wellington—, ¿puedo subir a ver a mi primita Alice? Hace tres años que no nos vemos.

“Bastardo mentiroso”, pensaron Ariadna y Arthur, que finalmente llegaban con ellos a la puerta de la casa.

—Claro, está con una amiga, aunque creo que eso ya lo sabías, ¿no? —respondió Charlotte, sin tapujos, con una perfecta sonrisa, y Wellington retrocedió varios pasos hasta que se encontró con una piedrita que se puso a patear nerviosamente.

—Hola, primo y prima —dijeron las gemelas perfectamente al unísono, saludando a Arthur y Ariadna. El primero respondió con un nervioso gesto de la mano mientras devoraba a ambas con la mirada, mientras Ariadna intentaba ser cordial, dejándose poseer lentamente tanto por los celos como por la calentura. Había visto a su hermano gemelo mirar con lascivia a sus primas por años, pero ahora ese gemelo “era suyo”.

—Hola, chicas. Ejem, ¿cómo están?

—No tan bien como tú, cariño —respondió Katrina.

—Te pusiste muy guapo, Arthur —dijo Catherine—. Muy, muy guapo.

—¿Vienen a quedarse? —intervino Ariadna, tratando de mostrarse cordial y fallando en el intento. No tenía nada contra ellas, de hecho, cuado niña, admiraba lo lindas que eran.

—Unos cuantos días…, nos estuvimos quedando en un hotel en la ciudad, pero preferimos tomar un poco de aire —explicó Katrina.

—Además, dos de los mayordomos nos quisieron follar en el lobby durante la noche —dijo Catherine, sin un atisbo de vergüenza.

—O sea, sí se las chupamos —enfatizó Katrina, haciendo un gesto de sexo oral con una mano y la lengua contra su mejilla.

—Pero no dejamos que nos follaran, ¿qué pasa si alguien nos veía?

—En cambio, aquí no hay problema de que nadie nos vea.

Mientras Arthur y Ariadna se quedaban boquiabiertos ante el descaro de sus primas, éstas entraron a la casa con sus padres, y subieron a la habitación de Alexandra a dejar sus cosas, pues ésta se iba a ausentar unos días y les iba a dejar la cama.

El almuerzo familiar fue como se esperaba. Andrew intentaba sin éxito de aguantar las bromas de Alexander; Alice rechazaba constantemente cualquier intento de Wellington de conversación (en un momento, hasta le golpeó el estómago con tanta fuerza que el muchacho se dio de cara contra la ensalada, logrando que todos se rieran); Charlotte y Elizabeth conversaron mucho en dos tonos, susurros para hablar de cosas íntimas mientras miraban de reojo a sus parejas sexuales, y en tono alto para hablar del pasado y la familia. Entre tanto, las gemelas hablaban entre sí sobre ropa, Ariadna estaba sumergida en sus pensamientos, mientras que Arthur se ponía progresivamente más rojo mientras veía cómo sus primas le tocaban el bulto con los pies por debajo de la mesa.

—Puta madre… —musitó en un momento.

—Mamá, ¿podemos levantarnos de la mesa? —preguntaron las gemelas a la vez.

—¿Hm? ¿Ya se van, queridas hijas? —preguntó Elizabeth a su vez, y Charlotte quiso saber a qué se referían, por lo que preguntó a sus sobrinas. Éstas respondieron que querían ir a recoger frutas en el campo de los Waller, como hacían cuando niñas.

—En Inglaterra solo tenemos frutas sintéticas.

—Pero aquí están las de verdad, y nos morimos por su sabor.

—Además, tienen ricos cocos —explicó Katrina, logrando mantener una expresión inocente.

—Y bananas —dijo Catherine, apretujando con el pie el bulto en el pantalón de su primo.

—Está bien, pero no tarden, ¿sí?

—¡Claro! Arthur, ¿vienes con nosotras?

Ariadna iba a protestar, pero se calló. No tenía ninguna razón para interrumpir ni intervenir. Realmente se sentía estúpida de ponerse celosa, pero apenas podía evitarlo. Quedarse con su padre y madre, y sus tíos, le iba a ayudar mucho al respecto. Además, quizás Arthur no haría nada de todos modos.

Arthur caminó entre medio de sus dos primas. Ambas le tomaban de un brazo, y pegaban sus increíbles cuerpazos a él. Una tenía un trasero maravilloso, cuyo contorno se resaltaba por la curvatura de su short; la otra tenía una falda tan corta que cada vez que Arthur se moría porque cualquier brisa lo levantara, para ver lo que había debajo. Sus cinturas eran esculturales, sus pechos divinos. Eran como dos mujeres en un espejo eterno, con ojos azules como zafiros penetrantes. Avanzaron por el campo de grandes árboles, de todos los tipos y colores… pero Arthur solo podía pensar en dos cosas: sexo, y cómo caminar decentemente con una erección. Por supuesto, más temprano que tarde sus primas lo notaron.

—Dios mío, Arthur, ¿tan feliz estás de vernos? —preguntó Catherine, deteniéndose en medio del camino. Su minifalda se levantó cuando dio el giro, y Arthur se moría por ver más.

—Eh… y-yo…

—Vamos, hermana, déjalo en paz —dijo Katrina, risueña—. ¡Oh! Miren esas manzanas de allí, ¡ese sí es un color de verdad!

Mientras Katrina corría hacia los manzanos y su culito resaltaba gracias al mini-short que llevaba, Catherine se volteó hacia Arthur, y sin pudor le agarró el bulto del pantalón, que le comenzó a acariciar con intensidad.

—¡Cathy!

—¿Tanto te ponemos mi hermana y yo? Dioses, qué grande es… ¿y esto es lo que disfrutan mis primas a diario? ¡Qué envidia!

—Cathy, por favor, tu hermana está ahí…

—¿Oh? Por mí no se preocupen, empiecen mientras quito estas de la parte alta —dijo Katrina, estirándose para sacar unas frutas mientras su gemela bajaba a su primo el cierre de su pantalón.

—¿Empezar? ¿De qué estás…? Espera, ¡Cathy! —exclamó Arthur, cuando su verga salió al aire, tomada entre las cálidas manos de su prima.

—Buen provecho, Catherine —se dijo a sí misma la muchacha, antes de meterse aquel grueso pedazo de carne a la boca, que comenzó a saborear con glotonería.

—Cathy, ohhhhh… espera, ¿y si alguien viene…? Ohhhh —gimió Arthur.

—Ciertamente alguien se va a venir —dijo Catherine antes de volver a su trabajo oral.

Katrina se acercó con un canasto lleno de manzanas. Se quitó el flequillo de la cara sensualmente y le dedicó una mirada penetrante a su primo.

—¿Te gusta cómo te lo chupa mi hermana?

—S-sí… —contestó Arthur, apenas. Katrina dejó el canasto en la hierba y le tomó el rostro.

—¿Sabes? El otro día, en una fiesta en Liverpool, ambas tomamos turnos para chuparle la polla a unos chicos, y competimos para que nos dijeran quién lo hacía mejor. ¿Te apetece participar también del concurso?

Sin permitirle responder, Katrina se puso en puntillas y metió la lengua agresivamente al fondo de la garganta de Arthur, que ya estaba siendo acariciado en su verga por la lengua de la otra gemela. Por un breve instante, estuvo en el Paraíso.

Después de un rato, ambas hermanas se apartaron del muchacho, que estaba sudoroso y con la polla vigorosamente levantada. Las chicas se tomaron de la mano y miraron a su primo con traviesa calentura e inocente perversión.

—¿Te gustan nuestros cuerpos? —preguntaron al unísono. Las chicas comenzaron a sobarse los senos por encima del crop top, mientras dirigían miradas penetrantes a su primo.

—Sí, sí… muchísimo.

—¿Más que el de tus hermanas?

—Vamos, con eso no se juega, jaja…

—Te demostraremos que sí —dijo Katrina, segura de sí misma.

—Dinos qué quieres que hagamos —ofreció Catherine.

—¿Cómo?

—¿Qué quieres que hagamos? —repitieron—. Haremos lo que sea por disfrutar de esa verga, incluso aquí en público; no nos importa. Nos atrevemos a lo que sea, tú solo dilo.

—¿Seguras? —Arthur lo pensó. Era una oportunidad de oro. Dos gemelas se estaban ofreciendo a él, en un sitio a la vista de todo el mundo, entre los enormes árboles. Era momento de probar qué tan lejos podían llegar—. Si les pido que se morreen entre ustedes, ¿lo harían?

Las gemelas se largaron a reír. Luego se abrazaron, juntando las tetas entre sí, y miraron risueñas a su primo.

—¿Estás asumiendo que no lo hacemos desde que eramos chiquillas?

—Fuimos la primera de la otra.

—Hacemos esto casi todas las noches, jiji.

Las hermanas sacaron la lengua y comenzaron a acariciar una a la otra, casi con desesperación, con muchísima sensualidad, mientras miraban deliciosamente a Arthur, que se ponía más y más cachondo.

La saliva de las chicas comenzó a caer sobre su ropa, pero no les importó. Aumentaron la pasión y sus labios empezaron a chocar, mientras sus lenguas entraban y recorrían las gargantas de una y otra. Sus ojos indicaban que si bien lo disfrutaban, este era un espectáculo que ofrecían a su primo, un espectáculo que les encantaba hacer.

Al mismo tiempo las chicas se llevaron las manos a la prenda de arriba de arriba, y solo soltándose por un instante, se lo quitaron la una a la otra, dejando sus tetas al aire, que pronto se encontraron. Sus pezones se acariciaron mutuamente al igual que sus lenguas traviesas y pervertidas. Ambas chicas se acariciaban la cintura con una delicadeza, elegancia y lascivia que indicaba que no era primera vez que hacían ese show.

—Dios mío… s-son increíbles.

—Como dijimos, puedes pedirnos lo que sea y lo haremos.

—Siempre lo disfrutamos muchísimo.

—Nos encanta jugar una con la otra.

—Y creo que a ti también te gusta vernos jugar, primo.

Arthur no se dio cuenta de que se estaba masturbando frente a ellas, y aunque se detuvo por un instante, luego continuó.

—¿Podrían…? Me gustaría… me gustaría ver quién tiene mejores tetas —dijo tras reunir algo de confianza en sí mismo. Estaba a punto de tener sexo con gemelas, no era momento de dejarse ganar por el nerviosismo.

—Con gusto —dijeron a la vez, acercándose a Arthur. De pie frente a él, pegaron sus cuatro senos juntos con sus manos, y con las manos libres, agarraron juntas el pene de su primo, que se sumió en la pervertida desesperación y lascivia.

Arthur se inclinó y comenzó a lamer los cuatro senos que tenía delante, deteniéndose especialmente en los erectos pezones idénticos que se le presentaban. Ambas tenían básicamente las mismas medidas y el mismo sabor, era algo increíble. En la escuela muchos dirían que él estaba en el cielo por meter la cara entre las tetas de unas gemelas, y así lo hizo, lamiendo desesperado todo lo que se podía encontrar.

—Ahora quiero ver quién lo chupa mejor.

—Por supuesto.

—¿Pero te parece si primero…?

—¿...nos quitamos la ropita?

Sin esperar respuesta, y siempre dedicándole miradas y sonrisas llenas de pasión y deseo a su primo, las hermanas gemelas comenzaron a quitarse las prendas que se faltaban, sin pudor por estar en medio de un bosque de manzanos. Primero, Catherine se arrodilló frente a su hermana, y con los dientes le bajó sensualmente el cierre del mini-short. Con las manos se lo fue bajando mientras la otra chica movía las largas piernas de adelante hacia atrás, y su enorme culo quedó al aire, pues no llevaba ropa interior. Luego, Catherine subió, metió la cabeza entre las piernas de su gemela, y le dio lujuriosos lametones a su entrepierna.

—¡Oh, hermana, eso es! ¡Sigue!

—Slurrrp, slurp, slurp.

—¿También hacen eso? —preguntó Arthur, masturbándose con más fuerza, sin poder creerlo.

—¿Qué mejor para conocerse a una misma íntimamente que con una doble perfecta? Ahora me toca a mí, querida. —Esta vez, Katrina ayudó a levantar a su hermana, la apoyó contra un árbol y la inclinó. Reveló así que su gemela no llevaba nada debajo de la minifalda, y que su conchita estaba empapada de jugos—. Ufff, no nay nada aquí que quitar tampoco. Arthur, ¿prefieres metérselo a mi hermana con o sin la faldita?

Arthur poco menos corrió hacia Catherine. Apuntó la polla en la entrada de su coñito y la metió sin miramientos, logrando que la muchacha sin el flequillo soltara su primer gemido de súper placer.

—Ohhhhhh, puta mierda, viejo… ¡qué rico! ¡Ah!

—Arthur, querido, ¿no querías que te chupáramos la verga? —preguntó Katrina, divertida, antes de ponerse a besar el cuello de su hermana.

—No pude evitarlo, ¡estás increíble adentro! —exclamó Arthur, levantando aun más la faldita de su prima para poder acariciar sus nalgas a la vez que la penetraba—. ¡Estás mojadísima!

—Ahh, ah, ah, ah, sí, síiiiii. Ohhhhh, ¡me vengo!

Después de un rato, y tras otra intensa venida, Catherine apartó a su primo. Katrina aprovechó, se puso de espaldas y mostró su depilado coñito a Arthur. Levantó las piernas, y Arthur se puso de rodillas para penetrarla, mientras ella ponía sus piernas sobre los hombros de él.

—A mi hermana le encanta que le den como a una perrita, pero en cambio, mi posición favorita es esta —explicó Katrina. Arthur se metió dentro de ella—. ¡¡¡¡Ahhhhhhh, hermana, tenías razón!!!! ¡Eres increíble, primo! ¡Ohhhhh, qué adentro estás!

—Te lo dije. Y a mí me encanta aprovechar esa posición que le gusta cuando estamos con un chico, jaja —dijo Catherine, que se sentó sobre el rostro de su gemela, y miró directamente a los ojos de su primo—. Arthur, ¿te apetece ver como me come el coño mi propia hermana? Ohhh, ¡eso es, Cathy! Lame ahí, ¡justo ahí como me gusta!

—¿Se conocen muy bien, eh? jaja —rio Arthur mientras penetraba a una de las hermanas y miraba atentamente las tetas de la otra botar hacia arriba y abajo.

—De memoria —dijo Catherine, acariciándose el cabello con las manos—. Ella sí que sabe cómo comerme el coño donde me gusta, sabe dónde lamer, hasta qué punto meter su lengüita, ohhhhh, síiiii. Es una putita perfecta.

—Ahhh, ahhhh, ahhhhhh —siguió gimiendo Katrina por un rato, hasta que inevitablemente se vino.

Arthur se puso de pie. Las gemelas se arrodillaron frente a él, una a cada lado de su polla erecta, y tras sonreírse, comenzaron a chupar el tallo de su hombría con los labios y la lengua, yendo de adelante hacia atrás, de arriba hacia abajo, a lo largo de la polla.

—Dios mío, hasta para esto están coordinadas, ahhhhh.

—Sí, esto es lo que más prefiere nuestro papi, jiji.

—A mamá también le gusta cuando nos coordinamos para comerle las tetas, jaja.

Arthur apenas se aguantaba. Dos mujeres idénticas le estaban realizando sexo oral, a la vez que le decían que practicaban el incesto con sus padres. Era mucho para cualquiera… Incluso si tenía la oportunidad de su vida, tal vez terminaría más temprano que tarde.

Y no le importaba demasiado. Estaba teniendo un gran momento. De hecho, pronto se fijó en que las gemelas estaban estimulándose mutuamente los coños de la otra, metiéndose los dedos por entre las piernas mientras usaban la otra mano y la boca para darle una chupada de campeonato.

—Me encanta sentir el sabor de tu coño en mi boca, hermana.

—Lo sé, querida.

—¿Te gusta cómo te la chupamos?

—¿Te apetecería venirte en nuestras caritas?

—¿O quizás en nuestras boquitas?

—¿O tal vez en nuestras tetitas?

—Chicas, ¡por favor! Si siguen diciendo esas cosas me voy a correr prontoooo.

—Jaja, nadie aguanta mucho con las dos a la vez, requiere práctica —dijeron las dos a la vez.

Las gemelas se tiraron a la hierba. Katrina de espaldas y Catherine sobre ella, en cuatro patas. Comenzaron a besarse, sin necesidad de darle indicaciones a su primo, quien se arrodilló entre las piernas de ellas.

—Elige bien, porque…

—…no aguantarás más de una vez cada una.

—Y vente con fuerza.

—Vente en nuestro cuerpo entero.

Arthur no dudó más y penetró a Catherine, subiéndole la faldita. No podía realmente diferenciarla de su hermana, no había llegado a conocerlas tanto, o quizás no estaba concentrado lo suficiente para fijarse en ello.

—Ahhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhh, ohhhhhhhhhhhhhh qué bueno, ¡qué me corro! ¡Me corro!

—Ahora tú —dijo Arthur, saliendo de Catherine, y penetrando a Katrina, aumentando la velocidad de la penetración.

—Hmmmmm, primo, qué rico, me encanta.

—¡Ahora de nuevo!

—¿Eh? —preguntaron las dos a la vez, sorprendidas.

Arthur estaba entrando y saliendo de las conchas de ambas, rápidamente, una y otra vez, con una precisión perfecta, digna de alguien que no quería desperdiciar para nada el poder follar con dos gemelas a la vez. Estaba riquísimo y quería aprovecharlo de la mejor manera.

—A-Arthur… ahhhhrthur….

—¿Cómo es que…?

—Ohhh, esto es riquísimo, hermana, ¡dame lengua!

—Dame tu lengua, hermanita, Arthur me está llevando al cieloooooohhhhh

—Me voy a correr, ¿cómo lo está haciendo? Ahhhhhh ahhhhhh

—No lo sé, pero yo también voy a… ahhhhhhhhh

—Hmmmmmm, hmmmmmmmm, nadie había sido capaz…

—Ahhhhh, ahora está dentro mío de nuevo…

—Ya ni siento la diferencia, es como si… ohhhhhhh

Arthur también lo sentía. Era como penetrar a las dos a la vez, sin saber cómo diablos era posible. Se aceleró hasta el límite, y pronto tuvo la corrida de su vida. Para ello, puso la polla entre las piernas de ambas, por lo que el larguísimo y potente chorro de lefa fue a parar a las tetas y cara de Katrina, que estaba en el suelo. Catherine, encima de ella, se desplomó sobre su hermana y comenzó a comer todo lo que podía, casi con devoción.

—¿Qué es lo que haces, tonta?

—¿Cómo que qué hago?

—Esa es mi leche, puta.

—Si la quieres, trata de tomarla.

Mientras Arthur se desplomaba de espaldas, las gemelas comenzaban una traviesa y sensual pelea en que ambas besaban el cuerpo de la otra, recogiendo los restos de corrida con las manos, con la lengua, saboreándola una de otra, incluso escupiéndola antes de tragarla. Un par de veces, incluso hicieron gárgaras, y pronto compartieron la leche.

—Qué rica está, ahhhh…

—Deliciosa.

—Creo que teníamos razón, este es el hombre para nosotros.

—No podemos permitir que Ariadna y las demás se lo queden solo para ellas.

—De ninguna manera —dijeron al unísono, mientras Arthur dejaba de escuchar.

Continuará

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 017

Mientras Arthur follaba con sus primas gemelas en el bosque de los manzanos, Alexander White, su hermano Andrew, su esposa Charlotte Black, y la hermana de ésta (y esposa… y prima de Andrew), Elizabeth, se pasaron la tarde animadamente conversando de toda clase de cosas. Antes de ausentarse por unos días, Alexandra compró para sus padres y tíos varios litros de cerveza “para que se divirtieran”. Elizabeth y Andrew habían traído sus propios víveres, y aún quedaba del licor que habían traído Amador y Gabrielle de su viñedo. En resumen, entre trago y trago, la conversación pronto comenzó a calentarse…

—¿Dónde están los chicos? —preguntó Charlotte, nerviosa y con el rostro rojo, mientras se inclinaba para encender la radio y ponía música bailable. Debajo de su cortísima falda podía verse su pequeña prenda blanca.

Wellington, Alice y su amiga Cindy se habían esfumado hacía mucho, y su madre estaba genuinamente preocupada por su hija.

—Oh, querida, ¿ya estás necesitando que tu pequeña te las mame? —preguntó Elizabeth, generalmente elegante y astuta, pero ahora deshinibida. Con un cigarro en la mano, y el humo cubriendo su rostro, se veía particularmente sensual.

—Solo quería saber sobre mi hija, puta boba —respondió Charlotte, entre medio de risas—. A-además, ella lo hace sensacional, como una bebita. Apuesto que mejor que tus gemelahhh.

—Siempre ha sido tan fácil que te, hip, que te emborraches —dijo Elizabeth, que sin ningún pudor (ni razón) comenzó a acariciarse las tetas por encima del vestido mientras miraba fijamente a su cuñado Alexander, el más ebrio de los cuatro.

—Ay, por favor, jajaja, mira quien habla… y oye, deja de mirar así a mi marido, furcia, jaja. ¡Es tu primo! —le reprendió Charlotte.

—Tu marido ES tu primo, querida —se defendió Elizabeth, quien se dirigió a Alexander—. Oye, Alexito, ¿te gusta lo que ves?

—M-mucho, sí, hip, hip, mucho —respondió Alexander, con una botella de ron en cada mano.

—Oh, dios mío —dijo Andrew, por lo bajo, que intentaba mantener la decencia entre trago y trago. Estaba avergonzado y ruborizado, especialmente por las miradas encendidas que Charlotte le dirigía de vez en cuando.

—¿Y quién te gusta más entre las dos? —Esta vez, Elizabeth se acarició la pierna a través del corte de su largo vestido.

—Oh, no, no sé, noooo —dijo apenas Alexander, antes de tomar otro largo trago, mientras Charlotte y Elizabeth reían.

—Parece que mi querido y viril esposo no es capaz de responder ahora. ¿Qué tal tú, Andrew?

—Oh, no me metas en esto, prima —dijo Andrew Black, el tímido, caballeroso y muy avergonzado líder de la familia Black, esquivando la mirada de su prima.

—Ay, no te hagas el santurrón conmigo, dulzura , que cuando joven lo más que bien que te escabullías… uff, me está subiendo la temperatura —dijo Charlotte, abanicándose con una mano mientras subía el volumen de la música y se ponía a bailar seductoramente delante de su familia—. Como decía, lo más bien que te escabullías de mi hermana para venir a follarme, o a Gabrielle. Y creo que una vez lograste hasta follarte a Isabella, ¿no?

—Eso sí sería un logro —dijo Elizabeth, sonriendo complacida.

—¡No es cierto! —se defendió el caballero inglés, ajustándose las gafas.

—Claro, claro, y yo soy una monja.

—Andrew se casó conmigo, Charlotte —dijo Elizabeth, tomando una bocanada de su cigarro con absoluta confianza, mientras su cascada de rizos rojos caía sobre uno de sus ojos hasta una de sus gigantescas tetas—, así que eso te indica quién lo hace mejor, ¿no?

—¿Acaso me estás retando, hermana mayor? —Mientras bailaba, se meneaba, se pasaba las manos por el cuerpo y sonreía lujuriosamente, Charlotte se fue acercado a Andrew. Antes de que éste pudiera reaccionar, Charlotte se puso de rodillas y le abrió el cierre del pantalón.

—Dios mío, Charlotte, ¿q-qué estás…? —tartamudeó Andrew, quitándose las gafas sin poder creer lo que veía.

—Hermana, ¿te molesta si ocupo a tu marido un rato? —preguntó Charlotte, tomando la polla de Andrew en su mano. La olió, y la golpeó contra su mejilla mientras sonreía satisfecha. Era venosa, más delgada y un poco más corta que la de Alexander, pero Charlotte había aprendido hacía mucho tiempo que el tamaño no importaba con tal de que se lo metieran.

—Por supuesto que no, adelante. Siempre y cuando me dejes llevar al tuyo arriba —dijo Elizabeth, poniéndose de pie y acercándose al borracho Alexander. Le tomó la mano y la guio hacia las escaleras—. ¿Le molestará a Ariadna el ruido?

—No creo —dijo Charlotte, mientras comenzaba a lamer el falo del hermano mayor de Alexander—. Cuando estudia se pone audífonos.

—Oh bueno… esperaba que se nos uniera. Ahora tú, cariño, ¿por qué no me acompañas al piso de arriba? Necesito ayuda con algo —dijo Elizabeth, indicando con su dedo a su entrepierna.

—¿Eh? Oh, claro, claro, sehehhhhh.

—Charlotte, por el amor de Dios, ¿qué cosas estás…?

—Ay, primito, ¿no quieres revivir viejos tiempos? —Charlotte, ebria pero consciente, pasó la lengua por el largo del tallo que tenía en su mano, de arriba hacia abajo y de vuelta, saboreando todo lo que podía, captando los maravillosos olores.

Con el tiempo, y después follar con tantísimos hombres distintos, Charlotte Black había aprendido a memorizarse la forma, aroma, sabor, largo, ancho y dureza de cualquier pene con solo tenerlo en sus manos una vez. Conocía perfectamente el de Alexander, y también el de su hijo Arthur, pero los demás no se quedaban atrás, y el de su cuñado no lo había olvidado.

—Charlotte, esto no está bien, tenemos que controlarnos… —dijo Andrew, sudoroso, abanicándose mientras se quitaba las gafas para limpiarlas.

—Vamos, te conozco bien “primo mayor”. No pasará mucho hasta que pierdas ese control del que te enorgulleces tanto —dijo Charlotte, abriéndose la escotada camisa negra que llevaba. Debajo no llevaba sujetador, por lo que sus grandes tetas tuvieron camino libre para salir.

—¡Oh, Charlotte! —gimió Andrew cuando Charlotte tomó su verga entre sus tetas, y comenzó a hacerle una maravillosa rusa. Además, siempre le había encantado cuando Charlotte le llamaba “primo mayor”, como cuando eran más jóvenes y se enteraron de que compartían sangre.

—Ahora, “primo mayor”, déjate llevar un rato, te voy a convertir en un salvaje pase lo que pase. ¿Te gustan mis tetas, “primo mayor”?

—Sí…

—¿Te gustan cómo le hacen una paja a tu pene?

—Sí, sí…

—Pronto también admitirás que lo hago mejor que mi hermana. Solo dame un tiempo —le desafió Charlotte, antes de derramar un hilo de saliva sobre la cabeza del pene de su cuñado, mientras lo masturbaba frenéticamente.

Entre tanto, en el corredor del segundo piso, Elizabeth derribaba fácilmente a su cuñado/primo Alexander en el suelo. Luego, con el pie, pisó el magnífico bulto que se presentaba en los pantalones del rechoncho borracho que le excitaba desde la primera vez que lo vio, en aquel bar.

—Has sido un chico muy malo, Alex, no has llamado a tu pobre prima en mucho tiempo.

—¿Eh? ¿C-cual? —balbuceó Alexander, cuyos ojos estaban clavados en el cuerpo de sexy femme fatale que tenía la mayor de las Black—. ¿I-Isabella? ¡Hip!

—A mí, querido, y el que te olvides te hace merecedor de un castigo. —Con exquisita habilidad, Elizabeth abrió el cierre del pantalón de su cuñado, y pronto, una verga magnífica salió a la luz—. Dios, cómo extrañaba ese pedazo de carne.

—Oh… oh, Eli… ohhh… —gimió Alexander, mientras ella lo masturbaba con su pie desnudo.

—Te veo muy tenso, querido, ¿quieres que te ayude? ¿Hm?

—Sí… ¡sí! Chu… ¡hip!, ¡chúpamelo!

—¿Que te lo chupe? ¡Qué manera tan burda y grotesca de pedir eso —dijo Elizabeth, aplastando el pene erecto de Alexander contra su enorme barriga—. Te mereces muchos castigos. ¿Quieres que empiece con el primero?

—S-sí… Sí, Eli…

Elizabeth tomó a Alexander de la camisa, lo irguió hasta que éste quedó sentado, y luego metió su cabeza debajo de su vestido. Allí en la oscuridad, Alexander descubrió que su prima llevaba un delicado y sensual conjunto de lencería roja.

—Quiero que TÚ me lo chupes. Ohhh… —musitó Elizabeth cuando él empezó, corriendo sus bragas hacia un lado para pasarle la lengua salvajemente por el coño—. Sí, ese es el lugar, querido, sí, sí, cómemelo bien, Alex…

—Charlotte… v-voy a… —comenzó a anunciar Andrew, que apenas se había movido de su cómodo lugar en el sofá mientras su prima/cuñada le hacía una rápida y deliciosa rusa con sus grandes tetas, mirando sus jugosos pezones.

—¿Ah, sí? Pues, venga, córrete en mi cara, ¡hip!, báñame con tu lefa, “primo mayor”.

—Hhhhgnnnn… oh, ahhhhhhh.

Había dos cosas especiales por las que Charlotte definía y amaba la verga de Andrew Black-White. La primera se trataba de sus espectaculares eyaculaciones. No sabía cada cuánto lo hacía con Elizabeth, pero claramente siempre tenía las bolas llenas, y cuando se corría lo liberaba a chorros grandes y salvajes que caían por todos lados, ensuciándolo todo. Afortunadamente, las cuatro hermanas Black habían aprendido desde muy jóvenes que mientras más caótica, sucia y lechosa era la corrida, mientras más manchaba el cuerpo de la mujer, era mejor. Así que Charlotte disfrutó como una puta salida el que Andrew le cubriera el rostro y parte del cabello (y hasta permitió un chorro en el ojo) con su semen.

Lo segundo, y esto era lo mejor de Andrew, era su transformación. Podía no ser tan dotado como Alexander o Arthur, pero lo compensaba con su segundo aire, que lo convertía en una bestia cuyo único objetivo era penetrar a la hembra que tuviera cerca. Sus ojos se le hinchaban, rápidamente se quitaba las prendas que llevara puesta, y se lanzaba como un demonio sobre su presa apenas estaba libre de ropas.

Como siempre, así lo hizo. Charlotte estaba en el piso de la sala, debajo del cuerpo sudoroso y desinhibido de Andrew. La saliva de éste caía sobre el rostro de ella, lo que le encantaba, y cuando ella lo besó, el cachorro tímido, nervioso, puritano y gentil se convirtió en un animal hambriento de sexo, laborioso y carnal.

—¿No vas a esperar a que me quite las braguitas, “primo mayor”? —preguntó ella, seductora, a sabiendas de lo que se venía.

—¡No hay tiempo! —exclamó Andrew, mientras subía la minifalda de su cuñada, le rasgaba las bragas, y la penetraba abrupta y agresivamente con su reanimada polla—. Síiiii, síiiiii.

—¡¡¡¡Ohhhhhh, Andrew!!!! ¡Ohhhhh! ¡Cómo te extrañaba, cari! —Con cada embestida, un chorro de líquidos mezclados salía de la unión entre ambos y caía sobre la sala.

—Síiiii, ¡ahhhhhhhh! —gritó Andrew, mientras agarraba los muslos de su pareja y tiraba hacia sí, para hacer más profunda la penetración. No disminuyó la velocidad ni la potencia en ningún momento, estaba convertido enteramente en una bestia pasional.

—¡Fóllame, dame duro, fóllame! ¡¡¡Fóllame, Andrew, dame caña cómo me merezco!!! —Cuando estaba con el pasional Alexander, el sensual Amador, o el excitable Arthur, Charlotte podía darse el gusto de jugar un poco, de manejar la sensualidad. Por ejemplo, tocarse el clítoris o lamerse los pezones, o bailar un poco… pero cuando Andrew tenía su segundo aire era imposible. Solo le quedaba dejarse llevar, dejarse penetrar como si no fuera dueña de su cuerpo, y soltar todas las guarradas que los pulmones le permitieran mientras estaba en aquel caos de placer.

Entretanto, en el corredor del segundo piso, Elizabeth terminaba de correrse en la boca de Alexander, obligándole a tragarse todos los líquidos que salieron de su coño, a lo que él accedió con gusto. Luego volvió a lanzarlo al suelo, y se sentó sobre él, lista para follarlo.

—Voy a montarte ahora, Alex, y espero que lo disfrutes bien.

—Sí… sí, siéntate sobre mí, Eli.

—Pero te lo advierto, te voy a montar fuerte y duro. Si te corres antes de que te lo permita, lo vas a pagar muy caro, ¿entendido?

—Sí, fuerte y claro, ¡hip!

—Así me gusta, querido —dijo Elizabeth, antes de dejarse llevar por la gravedad. La gorda polla de Alexander se infiltró en los recónditos y rugosos interiores de su vagina, rozándola verticalmente mientras ella sucumbía al placer. La mujer se desató la parte superior del elegante vestido, se acarició las enormes tetas, y se relamió los labios mientras comenzaba a montar como su madre misma le había enseñado.

—AHHH, ahhhh, qué bueno estáaaahhhh

—¡Qué buena polla! ¡Qué grande, qué dura, qué venosa! Es una polla fenomenal, adivino por qué mi hermanita no se cansa de ella, ohhhh.

Una figura de cabello negro, largas piernas con calcetines, luciendo una camiseta celeste, y unas bragas blancas, apareció en el corredor.

—¿Eh? ¿Por qué tanto alboroto? ¡Ah! —exclamó Ariadna, que salió justo en ese momento de su habitación. Se quedó petrificada ante la escena que ocurría allí mismo en el corredor—. ¿Papá? ¿Tía Eli? ¿Qué…?

—Ay, querida, ya me preguntaba dónde andabas, ahhhhh —gimió Elizabeth, mirando a su sobrina y sin dejar de montar, como una vaquera a su toro—. No quería molestarte.

—N-no, es solo que… wow —se sorprendió Ariadna, al contemplar la habilidad de moverse y montar de la hermana mayor de su madre. Era dominante, elegante, sensual, controladora, poderosa, todo al mismo tiempo.

—¿Te gusta lo que ves, querida? —Elizabeth bajó un poco la mirada, y notó lo húmedos que estaban los calzones de su sobrina. Su mente, como era habitual en ella, trabajó fenomenalmente veloz—. Ya veo, por eso estabas así en el almuerzo. Ahhhhh, ahhhh, tú agárrame las tetas, Alex, eso, ¡sí! Querida, ¿te interrumpimos en algo cuando llegamos?

—¿E-eh? —se sorprendió la muchacha.

—Dime, ¿con quién follabas? ¿Arthur? Lo siento mucho, querida —dijo ella, sin esperar a la respuesta de Ariadna—. También me gustaría follármelo, y tu mamá dice que es increíble para su edad. Pero no te cortes, le permitiré a Alexander comerte el coño como compensación. ¿Te parecería eso, querida?

Ariadna ni siquiera lo pensó demasiado. Había estado demasiado cachonda todo el día después de que Arthur no pudiera penetrarla (y de imaginárselo follando con sus primas gemelas). Se quitó las bragas, corrió hacia su padre y se sentó en su rostro, manchándolo con sus jugos vaginales.

—Cómemelo, papá, cómeme el chumino, por favor.

—¿Eh? Hip, ¿hijaaahhh?

—Sí, papá, por favor, méteme la lengua.

—Ohhh, está bieeeh…

—Ahhhhhh, sí, ¡ahhh! Eso es, ¡métela bien, papá! ¡Chúpame bien el coño!

—Dios, esas palabras que usan ustedes… ¿Con esa boquita besas a tu tía? —preguntó Elizabeth, inclinándose hacia su sobrina. Sus labios no tardaron en conectarse.

—Ahhh, ahhhhh, ¡ahhhhhhhh!, ¡¡¡ahhhhhhhhh!!! —gritaba Charlotte, cada vez más muerte mientras Andrew la penetraba.

—Síiiii, síiiiii, qué bueno, hggggnnnnnnnn, grrrrrrr —pareció rugir el anteriormente dócil caballero inglés que era, devorando las tetas de Charlotte, que solo se dejaba llevar por oleadas y oleadas de placer. Antes de que pudiera percibirlo, la pelirroja se corrió por tercera vez.

—Ahhhhhhhh, esto es demasiado, ahhhhhhh, qué ricooooooo… Andrew, ¡primo mayor! Mira mi carita, está llena de tu leche, ¿la ves?

—Grrrr, hmmmmmmmmmm, ¡hgggnnnnn!

—Quiero que después me llenes otro agujero, quiero que te corras dentro mío, ¿sí, primo mayor? ¿Sí? ¿Vas a llenar completita a tu prima con tu leche caliente?

—Sí, ¡síiiii!

—¡Wow! ¡Tío Andrew, es increíble! —exclamó con asombro la muchacha que entró a la casa en ese momento, como si fuera cualquier cosa. Una dulce muchacha con una faldita corta de vuelitos, una camiseta corta, y el cabello amarrado en sus tradicionales coletas.

—¡Oh, hola Alice! Ahhhhhh ¿Dónde andabas, tesoro? —preguntó Charlotte, en medio de otro orgasmo. Andrew miró a su sobrinita pequeña como un demonio poseído.

—Fui a acompañar a Cindy a su casa, Wellington nos siguió, pero el hermano de Cindy se encargó de él, ¡fue muy chistoso, jiji! —rio Alice, mientras se sentaba en el sofá, se quitaba la faldita y las braguitas, y comenzaba a acariciarse el coñito—. ¿Mami?

—¿Síiiiiiii, ohhhhh, sí, tesoro? —preguntó su madre, en un caos de placer, con los ojos fuera de las órbitas, mientras Andrew le mordisqueaba los pezones sin dejar de observar a Alice.

—¿Me puedo tocar mientras te miro cogiendo con el tío Andrew?

—Por supuesto, ahhhhh, ¡claro que sí, hmmmmmm! ¡Ahhhh! ¡Mira todo lo que quieras, cielo!

—Ay… se ve muy rico lo que hacen… aaaaayyyy… —gimió Alice mientras comenzaba a acariciarse el clítoris con una mano, y los pequeños pechitos con la otra por debajo de la camiseta.

—Andrew, querido, quiero que les de un buen espectáculo a mi hijita, ¿sí? —Con algo de fuerza, Charlotte apartó a Andrew, y luego se dio vuelta, acostándose de estómago en el suelo. Luego se tomó las nalgas con las manos y las abrió, mostrando su agujero más secreto—. Primo mayor, ¿te gustaría follarme el c…?

Ni siquiera alcanzó a terminar la oración. Andrew se abalanzó sobre su cuñada, y sin siquiera apuntar, penetró a la pelirroja por el ano, entrando lo más que pudo, haciéndose paso a través de sus entrañas. Alice comenzó a masturbarse más rápido y frenéticamente, a juego con los gemidos progresivos de su madre.

—Ay, mami, el tío Andrew te está dando por atrás, hmmmmm —gimió Alice.

—Sí, tesoro, sí, y está riquísimo, ahhhhh, ahhhhhh —dijo Charlotte, en completo éxtasis mientras la polla de Andrew entraba en sus entrañas.

—Ohhhhh, hmmmmm. —Ante la mirada atónica de Andrew, Alice se reclinó hacia atrás en el sofá, levantó alta una pierna, y mientras no paraba de acariciarse la entrepierna, se metió el índice de la otra mano al interior de su culo—. Ahhhhh, ayyyy, sí, es muy ricoooooo.

—Oh, Alice, cielo, no me digas que también te quedó gustando eso, hmmmm —gimió Charlotte, recordando cómo Arthur estrenó el culo de su hermanita menor durante la orgía en la playa.

—Sí, sí, síiiiii, siempre que puedo lo hago, es muy ricoooooo, es muy rico, mami, hmmmmm.

—Bueno, eres una digna hija de…. oh, ohhh, ¡¡¡oh, Andrew!!! —exclamó Charlotte. Andrew, mirando a Alice, aumentó la potencia de sus embestidas—. Primo mayor, ahhhh, espera, estás siendo muy fuerte… ahhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhh, ¡me voy a volver loca, es demasiado! Ohhh! Hmmmm, ahhhhhhhh, sigue, sigue, más, voy a explotar, ahhhhhhhhhh.

—Grrrrrr, me voy a correr, hggggggnnnnnn —dijo Andrew, ahora poco menos una borrasca encima de su cuñada/prima/amante, babeando sobre la espalda de ella.

—AHHHHH, SÍ, VENTE, LLÉNAME COMPLETA, PRIMO MAYOR, ¡RÓMPEME! ¡¡¡ÁBREME EL CULO Y HAZME PEDAZOS!!!

—¡GRRRRRRRRRRRRRRR!

La explosión de semen fue vehemente y violenta. Charlotte se sintió llena, como si algo le hubiera faltado hasta ese punto. Como si ahora le hubieran puesto la pieza del rompecabezas que le faltaba. Para muchas mujeres eso sería rarísimo de escuchar, pues Charlotte tenía sexo a diario, a veces más de una vez al día.

Lo cierto era que así la habían educado. Era una ninfómana sin remedio, igual que sus hermanas, igual que su prima April, igual que su madre, y se enorgullecía de ello. Y quería enseñarle eso a sus hijas, que no había nada mejor que un buen orgasmo producto de una polla llenándole alguno de sus agujeros. O un coño corriéndose en su boca, cuando la salchicha faltaba.

—¿Mami? ¿Puedo…? —preguntó Alice, poniéndose de pie con un dedo metido en el coño y otro en el culo.

—Sí, mi cielo, ven. Limpia muy bien la polla de tu tío Andrew, ¿está bien?

—¡Sí, mami! —exclamó Alice, entusiasta, lanzándose a la polla agotada de un cansadísimo Andrew, lista para metérsela en la boca.

Elizabeth Black pensaba lo mismo mientras se corría abundantemente en la polla de Alexander, y veía a su sobrina Ariadna disfrutar tanto el montar la lengua de su padre. Recordó que, cuando era joven, competía mucho con sus hermanas sobre quien recibiría el pene y la lefa del hombre que estuvieran follando. Ella era la que más ganaba, pero la diferencia no era demasiada.

—Vaya, eres todo un macho, has aguantado más de lo que pensaba, querido, hmmmm —dijo Elizabeth, ocultando cuánto disfrutaba de la verga gorda de aquel hombre.

—M-mi papá es el mejor, e-es un dios, ah.. ahhhhh —gimió Ariadna, agarrándose las tetas mientras disfrutaba de la comida de coño.

—Oh, no digas eso cuando aún no has probado tanto, querida. Un día te voy a presentar a mis mayordomos personales, hmmmmm, cuatro penes de la mejor casta elegidos por mí misma.

—E-eso m-me gustaría… hmmmmmucho, tía Eli, ahhhhh.

—¿Hm? Siento la hinchazón, Alexander, no me puedes engañar. ¿Vas a correrte, querido? ¿Vas a llenarme la vagina de semen? —Elizabeth aumentó la velocidad y profundidad de las sentadas. Se había corrido ya varias veces, pero era perfectamente capaz de mantener la sangre fría e impedir que se notara..

—Oh, tía, tía, ¿puedo recibir la leche de papá?

—No, querida, lo siento… No puedes directamente.

—¿Eh?

Alexander, silencioso en su borrachera, disparó cinco potentes chorros de semen caliente al interior de la vagina de Elizabeth. Luego, la mayor de las hermanas Black se puso de pie y puso el coño húmedo a la altura de Ariadna, aún sentada sobre la boca de su padre.

—Si quieres el semen de Alex, vas a tener que tomarlo de esta fuente, querida —dijo Elizabeth, abriéndose los labios vaginales con los dedos.

Cuando Ariadna vio un líquido brumoso, caliente, espeso y blanquecino comenzar a caer y derramarse desde el interior de aquella vagina inclemente, sacó la lengua con desesperación y comenzó a recoger y tragar todo lo que podía. No lo pensó, ni siquiera lo esperó un segundo. Sentía que se moriría sin tragarse el semen de su padre.

Elizabeth le tomó el cabello con su mano libre, y pegó el rostro de su sobrina contra su vagina llena de lefa. La muchacha se lo bebió con gusto.

—Sí, semen… slurrrp, slurp, semen de papá, sí…

—Eso es, querida, bébetelo todo. ¿Está rico?

—Sí, mucho, es delicioso, hmmmm, slurp.

—Así es, es lo mismo que me decían mis hermanas cuando les ganaba la lechada. Dios, recordar esas cosas me está poniendo más caliente que nunca, hmmm… Alex, prepárate, que esta noche voy a dejarte seco, querido.

Así recordaban Elizabeth y Charlotte Black sus primeras folladas en familia. Al mismo tiempo, eso también pensaba Gabrielle Black en su viñedo, masturbándose en su cama mirando una vieja grabación en la televisión, que había grabado de sí misma y sus hermanas.
También imaginaba eso Isabella Black, encerrada con su esposa en el baño del avión. La otra mujer le comía el culo, mientras su hijo esperaba pacientemente en su asiento a que aterrizaran en el país. Las hermanas Black se reunirían al fin.

Continuará

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heranlu

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 018

Antes de Alexandra, antes de las gemelas, antes de Valentina, e incluso antes de que Amador Rojo, Alexander y Andrew White aparecieran en sus vidas, las cuatro hermanas Black ya habían comenzado su vida de desenfreno y lujuria desde muy, muy jóvenes. Las cuatro recordaban esto mientras miraban las fotos familiares y esperaban reunirse. Ya era hora de reavivar las llamas de la pasión que solo esta familia podía generar. Esas llamas eran Memorias.

La primera Memoria venía desde Inglaterra, hacía exactamente veinte años, unos meses antes de que las hermanas Black viajaran a Estados Unidos por primera vez, y conocieran a los White, sin saber que eran sus primos.

Elizabeth Black era la mayor. Dominante, bella y elegante desde muy joven, con largo cabello rojo, rizado y muy claro, y bellos ojos azules. Tenía unas curvas de espanto, que mostraba sutilmente con faldas largas y camisas escotadas, para mostrar el control que tenía sobre todo y todos en la ciudad. En aquel tiempo había encontrado un trabajo como vendedora de joyas, y el dueño pasaba todo el tiempo feliz viendo como las ventas subían más y más, pues la gente iba a comprar solo a verla.

Sus hermanas aún eran colegialas. Isabella tenía el cabello escarlata oscuro, lacio, con una melena que alcanzaba su cintura, y un flequillo sobre un ojo. Estos eran casi negros. Era seria y recatada, la más aplicada de su curso, y la consideraban la voz de la razón en la familia, a pesar de que no le gustaba salir a divertirse como a sus hermanas. Era la más alta de las cuatro, con unas tetas muy bien desarrolladas para su edad, y unas piernas de espanto.

Charlotte se había hecho una reputación en la escuela como la heredera de Elizabeth en el rol de la “puta oficial de la escuela”. Era lo que llamaban una “chica mala”, usando siempre ropa reveladora a pesar de los regaños de los profesores, y ausentándose cada cierto tiempo de clases para irse a los baños con los chicos. Tenía un carisma fabuloso, una sonrisa intrigante, y una mirada penetrante.

Gabrielle, la menor de las cuatro, tenía un humor increíble que llenaba de vida la casona en la que vivían. Siempre saltando, bailando y curioseando, comenzó a asistir a fiestas desde muy joven. Era habitual verla bebiendo entre los mayores, dejándose acariciar, o buscando “novios” entre ellos. En aquel tiempo era su madre quien le trenzaba el cabello rojo.

La madre de las cuatro, Audrey Black, preparaba el desayuno para recibir a su marido y sus niñas, que no tardarían en llegar desde sus habitaciones. Café, tostadas con mermelada, y barras de chocolates para todas, para que estuvieran bien despiertas antes de ir a la misa. David Bowie sonaba en la radio, reemplazando a los maravillosos Stones.

—¡Mamá! —gritó Charlotte, anunciando su llegada. La muchacha vestía solo unas braguitas negras y una remera de pijama gris. Antes de que entrara en la cocina, sin embargo, apareció la menor.

—¡¡Mami, protégeme de Charlie!! —dijo Gabrielle, con pantalones y camiseta de algodón rojo, muerta de la risa, y llevando un brasier de encajes en la mano.

—Dios mío, niñas, ¿qué les sucede? —preguntó la jovial Audrey, una mujer de largo cabello negro, ojos azules, y un cuerpo de impacto a pesar de haber sido madre de cuatro. Aún conservaba parte de su natural acento americano.

—Mamá, Gabi se robó mi brasier favorito. Dile que me lo devuelva, o sino... —amenazó Charlotte, tomando al mismo tiempo una tostada para comerla, sin dejar de mirar a su hermana menor.

—¡Solo se le pedí prestado para hoy! —se defendió Gabrielle, medio risueña, detrás de la larga falda de su madre.

—No es cierto, me lo robó. ¿Y para qué lo quieres tú? Tus tetas no son tan grandes como las mías, no podrías usarlo bien.

—¿Para qué quieres TÚ usarlo? Vamos a misa, no a un bar.

Audrey tomó dos de las barras de chocolate, y metió una a cada boca de sus hijas, para callarlas. Ambas chicas masticaron, se ruborizaron, y pronto se calmaron.

—¿Mejor? —Tras comprobar que así era, Audrey acarició el cabello de sus hijas—. Sean buenas hermanas y compartan, ¿ok, Charlotte?. Y Gabrielle, tu hermana puede vestir lo que quiera a donde quiera. ¿Estamos claros?

—Sí, mamá —respondieron ambas al unísono, más tranquilas.

—Bien. Si seguían así iban a despertar a toda la ciudad. Oh, ya escucho los pasos de su padre. Niñas, mientras termino de hacer el desayuno para todas, ¿pueden encargarse de su padre?

—¡Sí, mamá!

Sir Graham Black bajó desde su habitación en el tercer piso en ese instante. Un perfecto caballero inglés luciendo un pijama azul tradicional, bigote bien recortado, cabello corto y un cuerpo bien atlético debido a haber sido jugador de rugby en su juventud. Ahora entrenaba a su propio equipo.

—Buenos días —anunció Sir Graham.

—Buenos días, cariño —dijo Audrey, sonriente, bella y complaciente, entregándole su taza de café, preparada de antemano, a la cual él le dio un satisfactorio sorbo—. No te preocupes por mí, empieza a desayunar y las chicas van a atenderte, ¿sí?

Gabrielle recibió el periódico de uno de los mayordomos en el lobby, volvió corriendo a la cocina, y se lo pasó alegremente a su padre, que le agradeció con una sonrisa. Charlotte recibió la taza de café para que Sir Graham pudiera dar un mordisco a la tostada.

Luego, las dos chicas se prepararon para su parte favorita. Se pusieron una a cada lado de su padre, y se inclinaron para que él pudiera acariciarles el trasero. Entre ambas le bajaron el pantalón y comenzaron a palpar la grandiosa, venosa y durísima polla del patriarca de los Black.

—Dios mío, papá, estás muy grande hoy —dijo Gabrielle, devorando el pene de su padre con la mirada, toqueteando sus enormes bolas.

—Apuesto que tienes mucha leche para nosotras —dijo Charlotte, tirando hacia atrás y adelante la piel de la verga, masturbando a su padre lentamente.

—Madre mía, y eso que anoche me dio muchísima. No tienes remedio, ¿eh, cariño? —sonrió Audrey mientras comprobaba la cafetera y servía jugo para sus hijas. Generalmente las criadas se encargaban de ello, pero los domingos eran una excepción.

Charlotte y Gabrielle sacaron la lengua y comenzaron a lamer la punta del pene de su padre, mientras éste leía el periódico, les bajaba las braguitas y empezaba a palpar sus húmedos coñitos. A ellas les fascinaba empezar sus mañanas haciéndole mamadas a su padre. A pesar de su corta edad, ya habían probado muchas pollas, pero ninguna como la de él, a la que gustosas habían entregado su virginidad las cuatro. Su sabor era delicioso, su textura se sentía especialmente bien en su lengua, y cuando comenzaban a chuparla, se morían por dentro cada vez que la redonda y deliciosa cabeza golpeaba todos los rincones de su boca.

—Me toca a mí primero hoy —dijo Gabrielle, alegre.

—Lo sé, lo sé —asintió Charlotte, sin ganas de pelear.

La joven Gabrielle tomó la polla de su padre y se la metió al fondo de la garganta, hasta que tuvo arcadas. Aún no era tan capaz como sus hermanas para hacer un “garganta profunda”, pero Sir Graham notaba que había mejorado mucho. Mientras tanto, Charlotte se entretuvo lamiendo los testículos llenos de leche, y se estremeció cuando su padre le metió un dedo en el chumino.

—Están mojadísimas ambas, ohh… —gimió Sir Graham, ganándose una risilla complacida de sus dos hijas.

—Cualquiera se pone así chupando un pene como el tuyo, cariño —dijo Audrey, satisfecha al comprobar la habilidad de sus hijas. Se convertirían en excelentes mujeres, pensó.

—Está riquísimo. ¿Te gusta, papá? —preguntó Gabrielle luego de su enésimo garganta profundo, mucho mejor que los anteriores. Esperaba que su papá se viniese mientras estuviera cobijado por la garganta de la chica.

—Casi, casi, aún falta un poco, hija, ohhh...

—Muévete boba, yo también quiero —dijo Charlotte, empujando a su hermanita para tomar su lugar. Moviendo la cabeza rápidamente, comenzó a practicarle una maravillosa felación. Quería la leche de su padre, la necesitaba desesperadamente.

Gabrielle se quitó la camiseta de pijama, se subió a una silla, y le dio un húmedo y jugoso beso a su padre, metiéndole la lengua hasta la garganta, saboreando cada rincón de quien las cuatro hijas y su madre consideraban “su hombre perfecto”.

—Oh, oh, hijas, son increíbles…

—Vente. Vente en mi boca, papá —dijo Charlotte, con la polla en la punta de su lengua afuera, masturbándolo frenéticamente.

—Córrete en la boca de mi hermana, papá, que yo también quiero —le susurró Gabrielle en la oreja a su padre, lamiéndole el lóbulo ante la mirada orgullosa de su madre.

Éste así lo hizo. En medio de intensos espasmos, Sir Graham Black disparó varios litros y chorros de leche que cayeron sobre el cuerpo de su tercera hija, quien intentó complacida de recogerlos con la lengua. Gabrielle se bajó de la silla, y comenzó a lamer restos de leche que su hermana no había atrapado, y que habían caído en su cuello, mejillas, y algo en sus tetas.

—Oye —dijo Charlotte, recogiendo algo de semen con su dedo, y untándolo sobre su monte de venus—. Te faltó aquí, hermanita.

Gabrielle se lanzó como una hambrienta a saborear todo lo que pudiera, y pronto estaba de rodillas realizándole sexo oral a su hermana mientras Sir Graham seguía leyendo y terminaba su café.

—Ok, ok, niñas, vayan a ducharse y despierten a sus hermanas —ordenó Audrey Black (cuyo apellido de soltera, White, sus hijas aún desconocían)—. Ya tendrán tiempo para eso, o llegaremos tarde a misa.

—Sentí a Elizabeth en la mañana, salió muy temprano, hmmmm —informó Charlotte, gimiendo mientras su hermanita le daba los últimos lametones a su coño.

—¿Qué? Habráse visto, más le vale a esa chica asistir a misa. No por ser mayor se las puede dar de rebelde y escaparse.

—No creo que Duncan se lo tome muy bien —asintió su esposo.

Dos horas más tarde, en la iglesia, Sir Graham, Audrey, y tres de las hijas de ambos escuchaban las palabras del Padre Duncan Black, el hermano menor de Sir Graham, un hombre joven, calvo, pálido y delgaducho, que compensaba su físico con una increíble y potente voz de tenor que dirigía a Dios. Sin embargo, esta vez se le notaba nervioso detrás del atril donde se depositaba la Biblia. Tartamudeaba y estaba visiblemente ruborizado, muy diferente al confiado y seguro hombre de Dios que era.

—¿Hm? ¿Tu hermano estará bien, cariño? —susurró Audrey, después de que el sacerdote repitiera por tercera vez una línea. Sir Graham no respondió, limitándose a acariciarse el bigote.

—Jijiji —rio Gabrielle, por lo bajo.

—¿Qué sucede? —le preguntó Isabella, algo molesta, en voz baja.

—Vaya que eres tonta, Isa —intervino Charlotte, en voz un poco menos sutil—. ¿No te preguntas donde está nuestra hermana mayor?

—¿Eh? ¿De qué estás hablando? —volvió a preguntar la segunda de las hermanas, con un susurro potente, mientras Gabrielle se tapaba la boca para reír, y comenzaba a hacerle ojitos a un muchacho mayor en la fila de al lado.

—Vamos, no te hagas la tonta, que sé que lo imaginas. Vaya, cómo no lo pensé yo antes —dijo Charlotte, imaginando lo que ocurría detrás del atril.

Efectivamente, escondida en el espacio hueco del atril, se encontraba la mayor de los Black. Elizabeth, vestida con un elegante y recatado vestido blanco, chupaba intensamente la polla del sacerdote debajo de la sotana. Podía haberse metido en muchos problemas si él reaccionaba mal, pero como esperaba, el pobre no se resistiría a probar el fruto prohibido.

—Y e-en nombre… en nombre de Dios… eh… —decía atropelladamente el sacerdote.

—Sigue, sigue, querido tío, sigue hablando del tal Dios mientras te vacías en mi boca, que sé que siempre lo has deseado —musitó Elizabeth, degustándose de lo que tenía en la mano y boca, llevándolo hasta el fondo de la garganta.

—Y entonces Satán le dijo a Dios… digo, Satán amenazó a… eh… oh…

—Oh, querido tío, parece que te estoy dando problemas. ¿No será mejor que vacíes tus bolas para concentrarte? ¿O necesitas un mejor incentivo tal vez?

—Dios… Dios, oh Dios…. eh, digo, eso dijo el profeta… eh… Dios…

—Esto es lo que haremos, querido tío Duncan —comenzó a ordenar Elizabeth, mientras movía la mano de adelante hacia atrás, y de vuelta, a lo largo del tallo erecto del hombre de dios—. Vas a anunciar un pequeño malestar de estómago. No, no me importa que eso te avergüence, y no te importará tampoco si quieres esto—. Elizabeth se inclinó hacia atrás, con increíble habilidad para doblarse en ese lugar tan estrecho, se levantó la falta, y le mostró a su tío que no llevaba bragas—. Si quieres esto, harás lo que te digo. Le pedirás a uno de tus acólitos que continúe, no sin antes apagar momentáneamente las luces para que yo pueda salir. Y cuando estemos en la parte de atrás, dejaré que me folles como gustes.

Ni siquiera se lo pensó más tiempo. Tras pedirle a un confundido acólito que apagara las luces “para comprobar que funcionaran bien el resto de la misa”, y continuara luego de que él fuera al baño, ante la perplejidad de los presentes, el Padre Duncan abrazó a su sobrina mayor y la estampó contra la muralla trasera de la iglesia. Le levantó la falda y ella, seductora, tomó con celeridad la erecta polla del sacerdote y la dirigió a su entrada, al mismo tiempo que abrazaba a su tío con las piernas. Cuando él la penetró, ella se sintió directamente en el cielo.

—Ohhhh, sí, sí, soy una puta pecadora, tío, penétrame.

—¿Eh, eh? Oh, no puedo creer que esté haciendo esto, ohhh.

—¡Dame muy fuerte! Soy una pecadora, ¿no es así?

—S-sí… ¡Sí! Y con mi pene te limpiaré todos esos pecados, ¡prostituta! —dijo él, captando el juego un poco tarde, mientras movía la cintura rápidamente al interior del empapado coño de su sobrina, que se acarició el cabello, gimió y movió la cabeza como si cada embiste fuera un pecado menos.

—¡Límpiame! ¡Límpiame la maldad, tío! Soy muy mala, quiero que me hagas buena con tu polla sagrada del cielo, ohhhh, hmmmmmm.

—Sí, eso haré, te dejaré completamente limpia de Satán, ahhhhh, ¡toma, toma, toma, toma!

Sabían que tenían que darse prisa para no levantar más sospechas. El Padre Duncan aceleró los movimientos de sus caderas, y Elizabeth, muy salida, comenzó a lamer el cuello de su tío, a quien tenía muy bien agarrado.

—Tío, tío, ¡tío, siento que estás muy cerca, ahhhh! Oh, tío querido, ¡quiero que me hagas esto cada vez que desees!

—Sí, te daré mi leche sagrada, con eso limpiaré muy bien tu alma.

—Eso, ponlo todo en el fondo de mi coño para que mi espíritu se limpie de todo pecado, hmmmm, hazme buena, tío, hmmmmm. Ohhhh, sí, sí. —Elizabeth sintió los espasmos del sacerdote en su interior, y pronto los primeros chorros golpearon el fondo de su coño—. Sí, ahhhhhh, ¡qué bueno, qué caliente está! Está hirviendo, tío.

—¿Hirviendo?

—Está destruyendo todos los demonios de mi interior. Sigue, tío, uffff, tenías mucho guardado… ¡Vacíalo todo en mi vagina, tío querido!

Cuando se separaron para tomar un respiro, Elizabeth se puso de rodillas y tomó la verga de Duncan, que comenzaba a tomar fuerza.

—No te he ordenado que puedes irte, tío.

—¿Eh? P-pero qué haces…

—Mi espíritu está limpio, pero no mi cuerpo, que aún es impuro. Tienes que ser convincente, ¿no? ¿Con lo de ir al baño?

—¿Estás hablando de…? N-no puede ser, estamos en…

—Si no lo haces le diré a mi padre lo que hiciste, tío. Vamos, quiero que me des tu líquido dorado, tu divino jugo de gloria, y me empapes completamente. —Lentamente, Elizabeth comenzó a pajear a su tío, mientras ponía la punta de su verga a la altura de su rostro—. Báñame en tu luz dorada, tío, que nos vamos a ir pronto a Estados Unidos y no sé cuánto tardaremos en volver.

—¿Estás… segura?

—Oh por todos los cielos, ¡sólo méame, tío! No volveré a ordenarlo.

El dorado y candente chorro cayó sobre su cabeza mientras ella se masturbaba, y gracias a ello se corrió por primera vez, aunque logró que apenas se notara. Se sentía sucia, y así como a sus hermanas, eso le encantaba. Se había perdido la leche dominical de su papá, pero esto era un buen reemplazo. Toda su familia iría con ella a Estados Unidos, pero su tío se quedaría en Inglaterra y quería llevarse un bello recuerdo. La orina de su tío bajando por su cuerpo era lo mejor que podía pedir, y ya encontraría con nuevos jueguetes al otro lado del Atlántico.

—¿Qué hiciste qué? —preguntó Isabella, después, mientras el resto de la familia reía en el auto, camino a casa.

—Dios mío, hermana, necesitas llegar a darte una buena ducha después —dijo Charlotte, muerta de la risa junto a Elizabeth, que había relatado todo con lujo de detalles—. Y por favor, Isa, cálmate, no es la gran cosa.

—¿Cómo que no es la gran cosa? Tuvo relaciones sexuales con un sacerdote, ¡que es nuestro tío! ¡¡En la iglesia!!

—Y me dio una lluvia dorada, no olvides eso, querida hermana —dijo Elizabeth, relamiéndose los labios ante la estupefacción de Isabella.

—Ay, cariño, no es algo tan malo, ya lo he hecho con su padre varias veces. En el momento indicado, es una buena experiencia —contó Audrey, en el asiento delantero junto a su marido, que conducía divertido, pero silencioso.

—¡No se trata de eso!

—¿No te gusta el sexo, Isa? —preguntó Gabrielle, acariciándose la entrepierna ante el relato erótico de Elizabeth—. Porque lo has hecho varias veces.

—Bueno, me gusta tener relaciones sexuales con papá, pero en casa, y hay límites. ¡No lo voy a hacer con cualquiera, en cualquier parte!

—Vaya, qué aburrida eres… —dijo Charlotte, ganándose una mirada de reproche que pudo haber terminado en pelea de no haber intervenido Sir Graham.

—Hijas, tranquilas, aquí todo el mundo puede hacer lo que desee, mientras así lo desee. Isabella, ¿qué tal si me acompañas y a tu madre al entrenamiento hoy? ¿Cómo lo hablamos la semana pasada? Tal vez hablar con los muchachos y salir al aire libre te ayude a alegrarte.

—La semana pasada dije que no quería ni me importaba, papá…

—Y eso fue la semana pasada. Está decidido.

Horas después, el entrenador Sir Graham corría algunas yardas junto a algunos de sus jugadores, para demostrarles cómo se hacía. Todos eran universitarios atléticos, organizados y responsables, pero no podían dejar de admirar la habilidad de su entrenador, y sabían que les iría muy bien en el campeonato gracias a su apoyo.

Sin embargo, había un problema. Se supone que tenía dos decenas de jugadores, y esos había al inicio, pero ahora solo contaba con la mitad. De alguna manera, misteriosamente todos iban desapareciendo uno por uno. Cuando alguien pedía ir al baño, Sir Graham les solicitaba que buscara a los demás, pero luego ni ese ni los demás regresaban. Solo los primeros tres regresaron, y en lugar de ofrecer explicaciones, se pusieron a correr, aunque se les notaba excesivamente cansados.

Cuando el número llegó a trece desaparecidos, Sir Graham lo consultó con su esposa, que miraba en las gradas.

—¿Quieres que los busque, cariño? No te preocupes, yo no desapareceré como ellos, jaja.

—Sí, por favor. ¿Y dónde está Isabella?

—Creo que se aburrió y finalmente se fue a casa, a pie. El estadio no es lo suyo, cariño.

—Está bien. Tráemelos por favor.

Audrey Black recorrió los alrededores del estadio mientras Sir Graham le prohibía a los demás retirarse. En ese momento, el cuarto y quinto que se habían ido también volvieron, y también se limitaron a decir que tardaron en el baño simplemente.

Audrey tomó eso como una pista y bajó a los vestidores, que estaban en el subterráneo. Las luces estaban apagadas, pero se oía claramente un gimoteo de fondo. Un ruido sordo de algo moviéndose. ¿Colchonetas quizás?

Al abrir la puerta de las duchas, se encontró con lo que buscaba. Efectivamente eran colchonetas. Sobre ella se encontraba Isabella Black, enteramente desnuda.

—¿Isa? Oh, por dios…

—M-mamá… —balbuceó Isabella, con dificultades, debido a lo que tenía en la garganta. La segunda hija de los Black estaba rodeada por una decena de pollas. Los jugadores de su marido, desnudos, complaciendo a su querida hija. ¡A su supuestamente recatada hija!

La mayoría de ellos se hacían la paja alrededor de ella, que estaba ya cubierta de varias manchas blancas y pegajosas en el cabello, cuello, tetas, muslos y rostro. Isabella estaba en la posición perfecta para el gangbang: una polla en la boca, dos a quienes hacía la paja con las manos, uno debajo de ella metiéndosela por el coño, y un quinto detrás que le daba por culo.

—¿Así que esto era lo que tramabas, jovencita? —preguntó Audrey. Los jugadores se asustaron, pero Isabella los calmó con un simple gesto de la mano, sonriendo, sin dejar de ser penetrada por todos sus agujeros.

La matriarca de los Black se acercó a la orgía. Era fabulosa. Tantos penes erectos, venosos y duros juntos, de todos los colores y tamaños posibles. Tantos maravillosos y esculturales cuerpos masculinos, concentrados solo en la muchacha a la que llenaban de lefa.

—¡Ahhh! —gritaron dos hombres, el que estaba realizándole sexo anal a Isabella, y al que se la mamaban. Ambos hombres se vinieron intensamente en el rostro y la espalda respectivamente de la muchacha pelirroja.

—Ufff, mamá, estos chicos son bastante buenos, y mi jugada funcionó muy bien… pero, honestamente creo que no es suficiente.

—¿No te has corrido, querida?

—Solo un par de veces, pero no es suficiente. ¡No, no paren chicos! ¡Vamos, que otro se meta por mi culo, venga! —Isabella se estremeció cuando volvió a tener dos pollas en las entrañas, y no dejó de hacer la paja a los que tenía a su lado—. Creo que es otra cosa la que necesito más ahora… pero para eso, por favor, no le digas nada de esto a nadie, ¿sí?

—¿Hm? ¿Quieres que no le cuente a tus hermanas que en verdad eres una putita sin remedio peor que ellas? ¿Y por qué lo haría?

—Porque, ¡ah! como te dije, ¡hmmm, sigan! ...lo que deseo es otra cosa, mamá. —Isabella extendió la mano y tomó la falda de su madre. La atrajo hacia sí, metió las manos por debajo y bajó las bragas húmedas de Audrey Black—. Creo que prefiero ocupar la boca en un coño en un lugar de una polla, ¡¡hmmmm, más rápido, chicos!!

—Si lo que prefieres es un coño antes que una polla, pues yo misma te ofreceré uno, tesoro. —Audrey tomó la cabeza de su hijita, y la atrajo hacia su entrepierna—. Ohhh, síiiiiiiii.

—Mamá, hueles muy rico. Déjame comerte, ¿sí?

—Hija, desde ahora puedes comerme todo lo que quieras, las veces que desees. Como dijo tu padre, eres libre para ello. Y si lo haces, protegeré tu secreto.

Pronto, madre e hija estaban tiradas en el suelo, besuqueándose sobre un mar de semen que los demás le arrojaban encima. Sus lenguas se habían encontrado muchas veces, especialmente cuando los hombres las penetraban por el culo o el coño. Pero ahora realizaban un perfecto 69, cubiertas de la viril leche de los rugbistas. Se hallaban en un morboso caos de sexo, semen, sudor y jugos vaginales. Si un hombre les daba por culo, entonces ella se tocaban y besaban las tetas; si les penetraban fuertemente el coño, entonces buscaban saborear las lenguas femeninas que el incesto ofrecía. Si se comían mutuamente el chumino, entonces un mar de semen les caía encima, bañándolas completamente, lo que ellas procedían a limpiar con la boca. No podían parar, y ante la maravillosa escena, muchos hombres volvían a ponerse en guardia después de correrse, y continuaban la increíble orgía.

Isabella descubrió así que los penes eran deliciosos complementos, pero que las mujeres ofrecían una sensualidad, una ternura, y una calentura únicos, e imposibles de describir en todo su esplendor. Amaba la lefa, pero tal vez aún más la corrida de una chica en su boca. Quería más, necesitaba más. Cien pollas, mil coños… Se lo ocultaría a todo el mundo, nadie debía saberlo, ni siquiera las salidas de sus hermanas.

—Mamá, me corro otra vez, me corrooooo.

—En mi boca, cielo, dale a tu madre la corrida que quieras.

—Sí, mamá, toma, me corrooooooooo ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh

—Te amo hija, las amo a todas.

—¡Y yo a ti, mamá! —exclamó Isabella, mientras madre e hija sacaban las lenguas, las unían en un delicioso beso lésbico, mientras tres hombres depositaban su semen sobre ellas. Esa sería su vida, y eso se convertiría en su Memoria. Así lo pensaron las cuatro hermanas Black mientras esperaban su viaje a Estados Unidos, aquel que cambiaría sus vidas para siempre.

Continuará

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heranlu

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 019


—Muy bien chicas, creo que todas pensamos lo mismo —dijo Elizabeth, sentada con sus hermanas sobre la hierba de su patio—. Lo diremos al mismo tiempo, ¿sí?

—Sí —asintieron las demás.

—Entonces… antes de irnos de Inglaterra nos despediremos con…

—¡UNA PIJAMADA HOT! —gritaron Elizabeth, Charlotte y Gabrielle a la vez, con las manos empuñadas al techo.

—¿Una película? —dijo insegura Isabella, al mismo tiempo que ellas, ganándose las risotadas de sus hermanas menores y de la mayor—. Está bien, está bien, pijamada “hot”.

—Usaremos nuestros pijamas más sensuales y nos encontraremos en mi habitación a las 9. Pueden encender sus motores como quieran antes —ordenó Elizabeth, mientras se ponía de pie.

—¿A dónde vas, Eli?

—Tengo mis propios métodos. Busquen los suyos. Solo recuerden estar muy bien preparadas para la noche, ¿está bien? Traigan cosas.

“Estar preparadas” significaba estar muy cachondas. “Traer cosas” significaba traer objetos sexuales que hicieran más interesante la velada.

Así lo recordaron Elizabeth, Isabella, Charlotte y Gabrielle Black mientras revivían la flama de sus Memorias. Lo mismo se dijeron por teléfono ahora que iban a encontrarse en la granja de los White. Esta vez, las Memorias eran de aquella noche antes de que partieran a Estados Unidos debido al trabajo de su padre. Ahora se preguntarán, ¿qué buscaron las hermanas Black para entretenerse? Pues es muy sencillo, o al menos lo fue para ellas. Elizabeth Black fue a la cocina y con descaro, sin importar que los otros cocineros la mirasen, tomó de la mano al chef, que en ese momento preparaba los postres para la cena. Lo llevó a un rincón de la cocina, se subió la falda, y lo obligó a realizarle sexo oral, permitiéndole masturbarse al mismo tiempo, ante la mirada atónita de los demás. El chef, desde luego, obedeció encantado.

—¿Cuál es mi sabor, querido? ¡Ah! Hmmmm. ¡Dímelo de nuevo! —exigió la mayor de las Black mientras se sobaba las tetas.

—Divino, señorita Elizabeth, es un manjar divino —dijo el chef, pajeándose mientras se degustaba con el interior de la pelirroja de rizos.

Cuando el buen hombre anunció su corrida, ella arrebató a una de las criadas uno de los postres, una torta de merengue con chocolate y frutillas, y lo tendió en el suelo frente a él, mientras frotaba su rostro contra su coño.

El cocinero se derramó sobre el pastel que había cocinado, después de que ella misma se vino en su boca, premiando la gran habilidad con la lengua que ella siempre buscaba cuando iba a la cocina. Luego, con una sonrisa, Elizabeth se inclinó para recoger el pastel, y con gusto le dio una cucharadita. Luego de comprobar lo rico que sabía, decidió ordenarle a los otros cocineros que hicieran lo mismo, a cambio de probar la corrida de la mayor de las Black. Isabella Black, fingiendo hacerlo a regañadientes, se dirigió a la habitación de una de las criadas, la francesa que siempre le había encantado. Ésta abrió la puerta, e Isabella le plantó un jugoso beso de lengua sin mediar más palabra. La criada no protestó más que durante unos diez segundos, hasta que los besos y la juguetona mano de la pelirroja en su entrepierna le hizo cambiar de opinión. Isabella le pidió a la muchacha que posara y bailara para ella, y ésta obedeció sumisa. Con su cortísima falda negra, sus ligueros, y su impresionante escote, la criada bailó ante Isabella, que se tocaba la concha mientras la miraba. Estaba chorreando al son de una música que solo ambas escuchaban en sus cabezas. La criada francesa se pasaba sensualmente las manos por las tetas, la cintura, el cuello, las larguísimas piernas, siempre cuidando de que nunca se mostrara demasiado. Así era el juego… Sin embargo, Isabella no pudo aguantar por demasiado tiempo. Las dos mujeres se abrazaron y se lanzaron a la cama.

—Quiero que me metas la lengua, hija de puta.

—Con gusto, mademoiselle. ¿Qué parte?

—Sorpréndeme, perra.

Sin dejar de bailar, la criada puso a Isabella en cuatro patas, y le introdujo la lengua en el culo sin ningún asco. La segunda de las Black se puso a chorrear como una poseída, y mientras gemía de gusto, le pidió que se quitara los ligueros y las bragas.

Cuando la criada se los entregó, y retomó su trabajo en el ano de Isabella, ésta se entretuvo lamiendo las prendas de la muchacha con una satisfacción infinita. Luego le preguntó si el conjunto de mucama venía con algún objeto extra…

Charlotte Black salió de la habitación de su madre con el objeto que tenía guardado en su cajón secreto, y cuyo contenido solo ambas conocían. Un maravilloso dildo de 33 centímetros que Charlotte llevó el dildo a la entrada de la mansión, donde tres de sus mayordomos, Hugh, Victor y Lou miraban por la ventana el jardín de la familia. Charlotte les sorprendió con un “oigan”, y cuando ellos la miraron, de inmediato comenzaron a babear ante la jovencita completamente desnuda que tenían enfrente. La chica dejó el dildo en el suelo y se sentó sobre él sin dificultades. Luego llamó a sus mayordomos lujuriosamente con un dedo, y les pidió que la usaran como quisiesen, pero que al terminar, se viniesen en su boca.

—¿En su boca, señorita Charlotte? —preguntó uno de ellos nerviosamente, mientras se quitaba el cinturón y se aseguraba de que ningún visitante llegase a la mansión.

—Sí, Lou, todo en mi boca. Y si un hombre llega ábrele la puerta y que haga lo mismo. Quiero que sea abundante, eso es todo. Ahora bien, tienen mi culo, mis manos y mi lengüita traviesa, pues mi coñito está ocupado. ¿Qué eligen?

Victor, más rápido que los demás, se ubicó detrás de Charlotte y comenzó a acariciarle el culo con un dedo previamente lubricado con saliva. Hugh tomó delicadamente la cabeza de la chica, y la acercó a su polla empalmada. Charlotte extendió la mano para agarrar la polla del nervioso Lou, para hacerle una paja.

Sería un buen entretenimiento, aunque no lo suficiente. Sus mayordomos eran demasiado respetuosos con ella, la conocían desde que había nacido. Iba a tener que aguantarse los primeros envites lentos, para tener el regalo que quería. Pensando en eso, Charlotte comenzó a montar intensamente el dildo entre sus muslos. Gabrielle Black, la menor de las hermanas, esperó a su padre en su escritorio. Cuando Graham entró, notó sobre un mueble la cámara de video recién salida al mercado que rápidamente habían comprado, con la luz roja encendido, que indicaba que estaba grabando.

Gabrielle estaba inclinada sobre el mesón, con sus pantalones y braguitas a la altura de las rodillas, mirando hacia atrás con deseo a su padre. Éste se ajustó el bigote y se desabrochó los pantalones, comprendiendo de inmediato las intenciones perversas de su hijita.

—¿Vas a jugar con ese video, bebita?

—Sí, papá. Dime, ¿me lo meterías por favor? Te prometo que nadie más que la familia lo verá —dijo Gabrielle, con su mejor expresión de lasciva inocencia, llevando una mano a sus labios mayores, separándolos con los dedos, permitiendo que sus lujuriosos jugos vaginales chorrearan al piso recién encerado.

—¿Quieres mi pene en tu conchita?

—Sí. Lo necesito. ¡Penétrame, papá!

El hombre se puso detrás de su hija, tocando su cintura con sus grandes manos. Poco a poco, con cierta facilidad, Sir Graham Black se introdujo al interior de Gabrielle, sacándole deliciosos gemidos de satisfacción y deseo descontrolados frente a la cámara. Para ella, y también para sus otras hermanas, el pene de su padre era un regalo del cielo. Algo de lo que no podían hartarse. Algo que les daba vida, y sin el cual no podían vivir. Eran las nueve de la noche. Las cuatro muchachas aparecieron en la habitación de Elizabeth Black luciendo los pijamas más sexys que tenían, además de algunos regalos para la fiesta de despedida de Inglaterra. Cuatro mujeres pelirrojas, que a pesar de su corta edad, habían experimentado el sexo más tabú de todos, y lo abrazaban como una parte íntegra de sus vidas. Para ellas no había límites. Sus padres les habían enseñado que mientras disfrutaran de algo, no tenía nada de malo.

Elizabeth lucía un vestido de pijama largo, tipo kimono, de color azul, muy escotado para destacar sus ya crecidas tetas. Isabella llevaba un camisón blanco que mostraba sus sensuales piernas. Charlotte lucía un babydoll rojo sumamente sexy que combinaba con su cabello y destacaba sus curvas. Gabrielle llevaba una polerita amarilla muy delgada, con shorts rojos.

—Eso es, así me gusta —dijo la mayor, mientras cerraba la puerta con llave. Para lo que iba a ocurrir esa noche solo se necesitaban entre sí, cuatro hermanas que se conocían mejor que nadie; ni siquiera sus padres serían permitidos esa noche—. ¿Qué tan encendidas están, del 1 al 10?

—¡Diez! —gritó Gabrielle.

—…¿Seis? —dijo Isabella, dubitativa. Una evidente mentira.

—Eso me parece bien. Yo comparto la opinión de Gabi. ¿Qué trajeron, queridas?

—Lo mío está en esa bolsa, mejor se los presento después —dijo Isabella, indicando a una bolsa negra que había dejado en el rincón.

—Lo que yo traje lo podemos ver de inmediato —dijo Gabrielle, que conectó la videocámara al televisor de último modelo en la habitación—. ¿Qué mejor que empezar una pijamada con una buena película casera? ¿Tú que trajiste, Eli?

—Algo delicioso que les va a encantar saborear toda la noche —dijo Elizabeth, presentándoles una gran torta de chocolate, merengue y frutillas, completamente bañada en un pegajoso y aun caliente líquido blanco. A las otras chicas se les hizo agua la boca.

—¿Charlotte? —preguntó Isabella, pero su hermana no respondía, solo se limitaba a sonreírles con agudeza y picardía.

De pronto, la tercera de las Black se puso de pie, y se acercó a la cama de Elizabeth, contorneando las increíbles curvas que tenía para su edad. Tomó a su hermana mayor del mentón, impulsándole a abrir la boca, y después derramó en su interior un brumoso líquido blanco que había guardado un buen rato. Casi un litro de deliciosa leche comenzó a correr por la garganta de la mayor.

Luego, sin detenerse, Charlotte gateó hacia Isabella, en la otra punta de la cama, y repitió el proceso. Isabella ni siquiera pestañeó cuando la leche caliente de los mayordomos, que Charlotte había reunido en su boca, tocó su lengua y corrió camino abajo.

Finalmente, cuando se volteó a su hermana menor, Charlotte vio con satisfacción que Gabrielle estaba de rodillas en el suelo, con las manos juntas, palmas arriba en actitud suplicante, y la lengua afuera. Charlotte se puso de rodillas y besó a su hermana para terminar de compartir aquel delicioso jugo de los dioses, que las cuatro tanta amaban.

—Un aperitivo —dijo Charlotte, sentándose en el suelo como si nada hubiese pasado, esperando a que su hermana menor le diera al “play” en la videocámara, pero la muchacha aún estaba tragando el regalito de su hermana.

—Ok, ok… ya voy, es que… ummmm, delicioso… ¿de quién es?

—Los mayordomos. Ah, y un par de jardineros también.

—Ufff, qué delicia, qué rico. Ahora sí, siéntense cómodas hermanas mayores, que el espectáculo va a comenzar —anunció Gabrielle mientras sus hermanas se acomodaban entre las almohadas, ya con las bragas lo suficientemente mojadas como para iniciar sus actividades con el menor estímulo. Cada una tenía un plato con un pedazo de la torta que Elizabeth había traído, y se que morían por saborear y tragar.

En el televisor apareció Gabrielle, reclinada sobre el escritorio de papá, moviendo el culo mientras lo esperaba ansiosamente. Cuando Sir Graham apareció, las chicas se estremecieron. La verga erecta de su padre las ponía a mil, no había ningún hombre como él, o al menos aún no lo conocían.

Elizabeth tomó un gran bocado de torta cuando su padre penetró a su hermanita en el video. La tomó de las caderas como solo él podía hacerlo. En todo el mundo, solo había una persona que podía dominar a Elizabeth así, y ese era él. Con él, ella se sentía sumisa, deseada, como una perra en celo a la que pueden hacer lo que gusten. El sabor del semen en la torta, junto a lo que veía en el televisor, le puso a mil, así que se abrió el vestido y comenzó a pellizcarse los ya duros pezones.

—Oh, Gabi querida, papá te dio muy, muy duro.

—Sí, y mira, ahí es cuando agarró mis tetas como un salvaje —dijo Gabrielle, tocándose la conchita por sobre el short de seda.

—Papá es un animal… ¡es un toro! —exclamó Charlotte mientras se introducía un dedo entre sus piernas, y otro en la boca, que lamió con devoción.

En el video, las embestidas de Sir Graham sonaban intensamente contra las nalgas de Gabrielle, cuyo rostro reflejaba un placer infinito. Luego, el caballero inglés daba vuelta a su hija, la recostaba sobre el escritorio, apoyaba sus delgadas y pequeñas piernas sobre sus hombros, y volvía a penetrarla. Era un experto, sabía cómo complacer a cualquier mujer. A la vez que la penetraba dura y vigorosamente, Sir Graham comenzó a pellizcar un pezón de su hijita con una mano y su clítoris con la otra. Pronto, Gabrielle se vino entre convulsiones, y un chorro de líquido transparente salió volando desde su coño, pero su padre no se detuvo.

Elizabeth miró a Isabella y le guiñó un ojo. Su hermana gateó por la cama hasta su hermana mayor, y le abrió el vestido completamente para admirar sus fabulosas tetas. Luego comenzó a lamerle y besarle los pezones, tal como había hecho desde hacía años.

—Oh, Isa querida, como siempre, tu lengua es sensacional.

—No te quedes ahí, hermana, voy a necesitar también un poco de atención.

Sobre la cama, Isabella se quitó el camisón y Elizabeth el vestido, después de un coqueto baile que ambas se brindaron entre sí, quedando solo en ropa interior. Elizabeth se recostó sobre la cama después de dar otra mordida al pastel cubierto de semen que ella misma había cocinado, mientras Isabella se ubicaba por encima de ella, con la cabeza entre las piernas de su hermana. Tal como acostumbraban, se corrieron las braguitas a un lado, y sin dejar de mirar la pantalla, comenzaron un perfecto 69 entre hermanas.

—¿Así te agarró papá las tetas, hermanita? —preguntó Charlotte, de rodillas detrás de Gabrielle, manoseándole los pechos como si fueran sus juguetes.

—Sí, pero sus manos son más grandes, me cubrían los senos completos, sin dejar nada de lado mientras me metía la lengua por la garganta… —Gabrielle se volteó hacia Charlotte con deseo, y ésta comprendió sus sentimientos. Charlotte abrió la boca, sacó la húmeda y lasciva lengua, y la mezcló con la de Gabrielle, compartiendo su saliva incestuosa en un baile sin igual.

Mientras veían a sus hermanas mayores devorándose mutuamente los coños, las menores se tiraron al suelo abrazadas, sin que sus lenguas se soltaran. En el caos de placer, Gabrielle buscó con curiosidad y agilidad las bragas de su hermana, las bajó un poco, y metió un dedo en su ya mojadísima conchita. Charlotte hizo lo propio, tocando con el pulgar el clítoris de su hermana menor, a la vez que metía el dedo corazón entre sus labios vaginales.

—Estás empapada, hermana, uffff…

—Es que me encanta hacerlo contigo, Gabi, por más que peleemos.

—Tus dedos… hmmmmm… es increíble, Charlotte, ahhhhh… es casi como el pene de papá…

—Y tengo algo mucho mejor, pues no solo traje la leche en mi boca, ¿sabías? —Charlotte extrajo el dildo que le había sacado a su mamá y que había usado mientras la cubrían de semen. Aún estaba mojado con sus propios jugos, e hizo que Gabrielle lo lamiera un poco antes de introducirlo en el coño de su hermanita menor.

—Hmmmmm, mmmmm, slurrrrp, aún tiene tu sabor, hermana, está riquísimo.

—¿Lo quieres ahora allá abajo, Gabi?

—Sí, por favor. Eso… Ahhhhh… ¡ahhhhhhhhhhh! —dijo la chica, cuya trenza pelirroja se movía a todos lados a medida que Gabrielle se estremecía de placer.

Un dildo en el chumino de Gabrielle, y los dedos traviesos de ésta en el interior de Charlotte. Isabella y Elizabeth seguían devorándose los coños mutuamente, escupiendo entre sus labios, lamiendo sus clítoris, deleitándose con sus olores, suspirando de placer gracias a sus bocas y lenguas habilidosas.

Debido a que Elizabeth había dejado ya la escuela, las cuatro no podían tener sexo todas juntas en los salones o en el patio, pero todavía lo recordaban. Para despedir a su hermana mayor, sus tres hermanas, vestidas con sus coquetos uniformes escolares, la metieron en un cuarto de aseo (cuyas llaves había obtenido Charlotte tras comerle la polla al encargado), y le devoraron la vagina. Ahora, un año después, lo que despedían con sus fluidos corporales era su natal Inglaterra, para partir más allá del mar a conocer los famosos Estados Unidos, y sus costumbres mucho más liberales que les facilitarían mucho más la vida. Se decía incluso que había estados reconocidos por sus costumbres incestuosas, así que les venía como anillo al dedo el ir y seguir follando con sus padres.

—Ti-tienes tres dedos ahora, Charlotte, hmmmmm, ahhhhh, ¿s-se siente bien?

—Sí, tus dedos son fabulosos, hermanita, ahhhhh, ¿pero qué tal se siente este dildo en tu coñito? Ahhhhh, ahhhhhh, ahhhhhhh.

—M-muy bien… m-me… me corro…

De pronto, Elizabeth e Isabella bajaron de la cama. La mayor se ubicó detrás de Charlotte, y comenzó a darle lujuriosos lametones en el culo mientras Gabrielle le penetraba el coño. Isabella, en tanto, sacó sus herramientas de su bolsa, la que la criada francesa le había prestado, y besó deliciosamente los labios de la menor de sus hermanas.

Elizabeth se recostó de espalda, y puso a Charlotte entre sus piernas. Ésta apuntó el dildo y penetró a su hermana mayor, mientras le daba tiernos lametones en su clítoris, sacándole increíbles suspiros de placer.

—Oh, querida, tienes una lengua fabulosa, hmmmmmm, de verdad que extrañaba eso, y el dildo de mamá es siempre increíble hmmmmm.

—¿Ah? Pensé que solo yo sabía dónde estaba oculto.

—No seas boba, querida, fui la primera con la que mamá lo uso, hmmmm, vamos, no dejes de lamerme mientras me penetras…

—Está bien, pero quiero que después me des por culo, ¿sí?

Isabella arrojó a Gabrielle a la cama, y sin darle tiempo de reaccionar, le amarró las muñecas a la cama con un par de esposas. Luego, la segunda de las Black se ató un dildo a su cintura, uno largo y de color amarillo con pequeñas motas que aumentaban el placer.

—¿Vas a penetrarme, Isa?

—Sí, pequeñita, y no podrás hacer nada para evitarlo. ¿Estás lista, o crees que no seré tan capaz como papá?

—Me da igual quien sea, solo necesito un gran pene en mi chumino. ¡Métemelo, Isa!

Isabella se metió en el cuerpo de su hermana menor, sintiéndose como un hombre al hacerlo, lo cual estaba desesperada por intentar. ¡Le encantaba la experiencia!

Pronto, las cuatro hermanas gemían como bestias lujuriosas, como hembras en celo que eran a pesar de su juventud.

—Hmmmmm, hmmmmmmmm, sigue, Charlotte, querida, hmmm, mételo más adentro, sí…

—Sluuurp, slurp, tus jugos me están mojando la cara, Eli, me los voy a tragar todos, sluuurp.

—Ahhhh, ahhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhh, me voy a correr de nuevo, sigue follándome Isa, ahhhhh.

—Hmmmmm, sí, sí, sí, ¿se siente bien? ¿Te gusta cómo te lo meto, Gabi? Hmmmmm.

En la película casera, ahora, Sir Graham Black arrojaba a Gabrielle al suelo, le abría las nalgas y, como reveló la chiquilla mientras compartía una corrida con Isabella, su padre le estrenaba el culo con su gigantesca verga. Todas habían pasado por el proceso a la misma edad, y ninguna se había arrepentido en lo más mínimo. Las cuatro habían sido estrenadas por todos sus agujeros por su maravilloso padre, y estaban desesperadas por conocer más hombres como él al otro lado del océano Atlántico.

Las cuatro chicas subieron a la cama, pegaron las caras una junto a la otra formando un cuadrado, y comenzaron a jugar con sus lenguas en el centro. Compartieron así los fluidos de la otra mientras se preparaban para la última etapa. Las cuatro hermanas se terminaron de desnudar, y tres de ellas amarraron las muñecas de Charlotte entre sí con las esposas, poniendo sus brazos detrás de la espalda. Luego, Isabella se acostó en la cama, y las chicas sentaron a Charlotte sobre su dildo erecto. Luego, Elizabeth se puso detrás de Charlotte, le abrió las nalgas, y comenzó a penetrarle el culo con los dedos, al mismo tiempo que se metía el dildo restante en su propio culo. Finalmente, Gabrielle se sentó en los labios de Isabelle, y se inclinó para devorar los pechos de Charlotte.

—Ohhh, qué rico se siente un pene al fin en mi coño, ahhhhhh, ahhhhhhh, se parece mucho al de papá, aaaaahhhhh y Eli, tus dedos están haciendo maravillas en mi ano, aahhhhhhhhhhhhh —gimió Charlotte, mientras montaba el dildo y los dedos lubricados de sus hermanas mayores. Elizabeth tiraba de sus brazos gracias a las esposas, lo que le era muy sexy.

—Lo sé, no hay nada como una buena polla en el culo, querida —dijo Elizabeth, masturbándose analmente con el juguete de su madre—. No puedo creer que mi mamá se lleve este placer todas las noches que papá no está, ¡me fascina! HMMMMM.

—Tus pechos son grandiosos, Charlotte, espero tenerlos como tú más adelante —dijo Gabrielle, lamiendo el espacio entre los senos de su hermana mientras le pellizcaba los pezones—. Ahhhh, ahhhhhh, tu lengua está muy adentro de mi coñito, y ahora me está lamiendo el culito también, Isa, ahhhhh, eso, cómeme ambas cosas… aaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhh.

Isabella, con la boca ocupada, no dijo nada, pero estaba deseosa de los juguitos de su hermanita en la boca, y también que Charlotte se corriera con su falso pene. Era una verdadera locura.

Las cuatro muchachas anunciaron su mayor orgasmo casi al mismo tiempo. Un caos de distintos fluidos, creados del amor incestuoso y lésbico, corrieron bajo los muslos, o sobre los rostros y tetas de las chicas, que con los ojos fuera de las órbitas y las lenguas afuera, no podían concebir tanto placer. Se conocían desde siempre, sabían lo que le gustaba a la otra, y la fiesta no podía terminar de otra manera que con un orgasmo general. Una corrida maravillosa, donde Elizabeth se bebía su propio orgasmo anal de la fuente en forma de dildo; Isabella se tragaba los jugos de sus hermanas, restregándolos por su cuerpo juvenil mientras se masturbaba; Charlotte se derrumaba sobre el dildo que había montado, liberando chorros de líquido transparente sobre los dedos de Elizabeth; y Gabrielle caía rendida en un mar de placer, antes de degustarse con los últimos trozos de torta de lefa que habían dejado…

Años después...

—No, no, no, estoy segura que fui yo la que se corrió en la boca de Isabella —dijo Charlotte Black, esposa de Alexander White, años después, sentada en el granero mientras Gabrielle Rojo le lamía el cuello y acariciaba sus tetas. Ésta también quiso intervenir con su propia memoria.

—De hecho, me parece que Isabella me había comido el culo, mientras Elizabeth me tenía atada con las esposas.

—Yo no siquiera recuerdo haberte atado, querida… aunque sí estoy segura que Charlotte se corrió en mis dedos más de una vez —intervino Elizabeth Black, la mujer que había heredado gran parte de la fortuna familiar, masturbándose elegantemente delante de sus hermanas—. Uffff, no sé si aguante más, queridas.

—Tenemos que esperar, hermanas… hmmmmm, oh, Gabi, tu lengua sigue siendo increíble. Tenemos que esperar hasta que Isa llegue… ufffff…

—Costó mucho contactarla. Dijo que traía una sorpresa… hmmmm, Eli, ¿por qué no vienes y me lames un poco el coño, porfa?

—Gabi, querida, iba a pedirte justo eso. Pero soy la mayor, así que…

—Esperen. ¿Escucharon esas pisadas? Creo que llegaron.

—Uff, apenas vea a nuestra hermana les juro que le arranco todo y le devoro la concha, ¡ni siquiera sabemos en qué país anduvo durante estos años!

—Bueno, vamos a averiguarlo —dijo Charlotte, abriendo la puerta del granero para recibir a su pérdida, antiguamente recatada hermana—. ¡Oh, aquí estás, Isa! ¿Dónde habías…? ¡Oh!

—Hm… no se si correrme del gusto ante las posibilidades, o curiosear en la trama —dijo Gabrielle.

—Isabella, ¿nos presentas a tu compañera? —preguntó Elizabeth, sabiendo la respuesta apenas vio el anillo en el dedo anular de su hermana.

Isabella Black estaba ante ellas acompañada por un chico asiático muy tímido, y una mujer de edad similar a ellas, imposiblemente sexy (tal vez una de las más sensuales chicas que hubieran visto en sus vidas), con una sonrisa radiante y unas curvas de infarto. Era obviamente la madre del chico, que debía rondar la edad de Ariadna y Arthur.

—Hola, hermanas… les presento a mi esposa, Li Meilin. Este es nuestro hijo, Shao. Y díganme, ¿acaso estaban recordando nuestras Memorias sin mí?

Continuará
 

heranlu

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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 020

22 El salto que dio la vieja camioneta de Alexander White apenas fue sentida por los pasajeros de atrás, Alexandra y Arthur, la primera montada encima del segundo. La muchacha pelirroja daba intensos saltos sobre la polla hinchada de su hermano, mientras su padre los miraba de vez en cuando por el espejo retrovisor.

—Arthur, hijo mío, no seas tan brusco con tu hermana, o no tendrá ganas de que se lo haga yo.

—Qué puerco eres, hermano, estás hablando de tu propia hija —le regañó Andrew White, esposo de Elizabeth, que junto a sus hijas había decidido acompañar a su hermano y sobrinos. Catherine y Katrina Black iban en la parte de atrás de la camioneta, y justo en ese momento le mostraban las tetas a unos automóviles cercanos.

—No te preocupes, papá, siempre tengo ganas para ti, ahhh, ahhhh, ahhhhh. Y para ti también, tío Andrew, ahhhh, ahhhhhhhhhhhh —gimió Alexandra, mientras aumentaba la velocidad e intensidad de su montada encima de su hermano.

—Ohhhh, Alexandra, si seguimos así me vas a dejar secooo —dijo Arthur, debajo de ella. La camioneta golpeó otro bache, y nuevamente Arthur no lo sintió.

—¿Qué? ¿Acaso quieres darle de tu rica leche también a mi prima Ariel, pervertido? ¿¡O a la tía April!? —preguntó Alexandra, entre divertida y algo celosa, mientras se agarraba las tetas por encima de la camisa.

—No seas tonta, Alex, hm, hmmm, ufff, yo no veo así a Ariel o… ohhh… a la tía April.

—Cuando te vean, ahhhh, hmmmmmmm, estoy segura que no van a pensar así, hermanito, ahhhh, ahhhh —gimió Alexandra, hasta que se le ocurrió una pregunta y se volteó para hablarle a su padre y tío—. ¡Un momento! Entiendo que la familia de mamá está llena de… ahhhhh, de pervertidas lujuriosas, y que ustedes dos se casaron con sus propias primas… hmmmmm, ¿pero qué hay de la tía April? Si recuerdo bien, es una hippie que se quedó en los 70s, aunque nunca los vivió.

—Nuestra hermana… sí, es peculiar —admitió Andrew.

—O sea está loca. ¡MUY loca!

—Cállate, Alexander. Pero no te preocupes, Alexandra, no está casada con alguna otra hermana de Elizabeth o Charlotte.

—Pero no entiendo, ¿quién es entonces el papá de…? hmmmmmm… esperen un segundo, ¿te vas a venir, Arthur?

—C-creo que sí…

—Bien, hazlo en mi interior, cariño. Eso, eso, eso… hmmmmmmmmmmm, síiiiiiiiiii, ¡sí, mi amor, córrete adentro mío!

Mientras Arthur se derramaba en el interior de su hermana mayor, Alexander y Andrew White se miraron entre sí frente a la carretera. Sabían cuál iba a ser la siguiente pregunta de Alexandra, y todavía no sabían cómo responderle.

Los White eran tres hermanos: el mayor, Andrew (esposo de Elizabeth, padre de Wellington y las gemelas); luego el del medio, Alexander (padre de nuestros protagonistas); y la menor era April White, una mujer que vivía en una cabaña muy al sur del país, que se dedicaba a vender “hierbas medicinales”, y que vivía solo con su hija, Ariel White. Ariel tenía la misma edad que Alexandra, Catherine y Katrina, y las cuatro primas se habían llevado siempre muy bien, siendo las mayores de la generación. Por ello, las cuatro ahora se iban a reunir por un día, y Arthur le comunicaría a April sobre la “súper reunión familiar” (como la había denominado Alice) que tendría lugar pronto, ahora que Isabella había regresado. Ahora, ¿por qué Arthur se les había unido en el viaje? Pues simplemente porque Alexandra necesitaba una polla en el camino.

Cuando a April White le preguntaban (entre cerveza y cerveza) quién era el padre de Ariel, generalmente respondía con un “ufff, cómo saberlo entre tantísimas opciones” y una risa chistosa. Cuando le preguntaban a Ariel, en cambio, aducía saber quién era su padre, solo que no quería decirlo a nadie.

—¿Les decimos? —le susurró Andrew White a su hermano, con complicidad.

—Nop, dejemos que lo descubran ellos mismos —respondió Alexander, golpeando un bache por enésima vez—. Ahora tendrán una mirada distinta cuando vean a su prima Ariel, y probablemente se den cuenta.

Los hermanos White tuvieron su propio recuerdo, mientras se acercaban a la cabaña de April. Una Memoria de la granja de los White, días después de que conocieran a las cuatro hermanas Black, que acababan de llegar de Inglaterra, y tenían a Andrew y Alexander completamente revolucionados (aunque Andrew no fuese a admitirlo).

—Oye, ¿cuidas el fuerte mientras salgo, hermanote? —preguntó el joven Alexander, en ese tiempo desprovisto de su barriga y su calva, un joven galán, apuesto y candente.

—¿Qué? ¿Otra vez? —se escandalizó Andrew, que en aquel tiempo era solo una versión más joven del mismo sujeto que era ahora.

—Vamos, ya conociste a esas cuatro, me volverán loco si no las veo de nuevo.

—¡Pero las viste ayer! ¡Y el día anterior…! ¡¡¡Y el anterior!!!

—¿Qué puedo decir? Necesito dedicar tiempo a cada una para saber cuál es la indicada… —dijo Alexander, poniéndose la chaqueta—. Vamos, no pongas esa cara, hermanote, no te hagas el tonto, que yo sé que te fijaste en al menos una o dos de ellas también.

—No digas tonterías, me debo dedicar a estudiar.

—Claro, vamos a fingir que no te acostaste ya con la mayor… ¿o era la menor?

—¡Ese es mi hijo, jajajaja! —gritó Aaron White desde su silla mecedora, en la puerta de la casa, mirando a la nada—. ¡Vamos! Vayan ambos a cortejar a esas chiquillas, ¡tráiganlas a casa!

El patriarca (en ese entonces) de la familia White, un hombre rechoncho, peludo, con largo cabello negro (y algunas canas) destacaba mucho en ese momento como símbolo de hombre sureño. En su boca tenía su décimo cigarro, en la mano izquierda una escopeta por ninguna razón, en los pies una cerveza, y en la derecha el coño de su esposa, que acariciaba con grandiosa habilidad.

Melissa White (cuyo apellido de soltera era Green) se levantaba la falda sin pudor para que su esposo pudiera masturbarla como solo él sabía hacerlo. Era una dama increíble y coqueta, de increíbles curvas, cabello negro y unos ojos verdes preciosos, esmeraldas que solo su única hija, April, había heredado.

—Oh, cielos, hmmmmm, estoy rodeada de tres hombres maravillosos, hmmmmm, mis hombres increíbles —gimió Melissa, la matriarca de los White, mientras abría bien las piernas para que su esposo pudiera meterle los dedos muy adentro.

—Meli, tírate a la hierba y ábrete bien de piernas, que voy a follarte como corresponde, mira cómo me pusiste —dijo Aaron, abriéndose el cierre del pantalón y mostrando una buena verga erecta. Ni siquiera así soltó la escopeta en su otra mano.

—Oh, querido, me haces ruborizar. ¿Me quieres de perrito o de espalda?

—Sorpréndeme.

—Perrito entonces. Vamos, entrale —indicó Melissa, en cuatro patas a las afueras de su casa, mientras su marido se ponía de rodillas detrás de ella, y fácilmente le penetraba el coño—. OHhhhhhhh, sí, muy adentro, monta a tu perra, querido, hmmmmm.

—Ma, pa, me voy —dijo Alexander, mirando a sus padres follar, saliendo de la casa y ajustándose la chaqueta. Subió a la camioneta (en ese tiempo de último modelo, ganada en una apuesta a unos escoceses) y encendió el motor, sin saber lo que tramaba alguien aun en la casa.

—¿Andrew?

—¿Sí?

—¿Me acompañas a seguirlo? —Era la voz de April White, una muchacha de la misma edad de Elizabeth Black, casi idéntica a su madre. Tenía largo cabello negro, protegido siempre por una bandana floreada; ojos verdes como gemas de jade, y era increíblemente voluptuosa, sin estar pasada de peso. Tenía los senos más grandes de la familia, así como un enorme culo que cubría con pantalones de pata elefante.

—¿Qué? ¿No puedo estudiar en paz? —preguntó Andrew ajustándose los anteojos—. ¿Por qué tengo que hacer eso?

—Porque si lo haces, dejaré que me lo hagas por detrás esta noche —contestó April con descaro—. Vamos, Andrew, sabes lo importantes que son ambos para mí, no quiero perderlos… Una flor en el verano necesita afecto y palabras hermosas. Y haré lo que sea por poner contenta a aquella hermosa y roja flor.

—Pero si tienes como veinte otros am…

—¿Quieres perderte la “analortunidad” que te ofrecí?

—Sí que estás demente inventándote palabras así. Ok, vamos.

Historia corta. Las cosas se sucedieron como debían sucederse. April y Andrew siguieron a su hermano en la motocicleta de un vecino al que April le prometió una felación. Encontraron a Alexander en un bar acompañado por Charlotte y Gabrielle Black, y otras chicas, todas impecablemente ebrias y cachondas, tocando el paquete de Alexander por sobre sus pantalones, o coqueteándole con la mirada y las palabras.

April corrió hacia Alexander y lo abrazó por la espalda antes de plantarle un jugoso beso en los labios. Charlotte y Gabrielle se sorprendieron, pero cuando captaron la mirada de Andrew, comprendieron de inmediato que se trataba de la loca hermana de ambos, sobre la cual ya le habían hablado. Alexander se apartó de su hermana, y se puso a gritar, enfadado. “¿Nunca me vas a dejar encontrar alguien?”, dijo. “¿Por qué tú si puedes meterte con quien quieras, chiquilla?”, dijo también, en voz muy alta.

Esa noche, Charlotte y Gabrielle se fueron a un hotel con un trío de hombres en el bar, así como con el barman. Alexander se fue con Andrew y April a la parte trasera del bar, entre unos contenedores de basura, y tras orinar lo que había bebido, comenzó a tranquilizarse.

—Ay hermanita, hermanita, ¿por qué nunca me dejas follar como corresponde?

—Te dejo follar con mamá…

—¡Sí, pero nadie más de afuera!

—Bueno, bueno, una que otra vez está bien —dijo ella, muy sonriente—, pero una flor también necesita que la rieguen, y no has regado la flor correcta con nada desde hace muchísimo tiempo.

—¡Te follé hace dos días! —exclamó Alexander, que volvió a bajarse los pantalones para mear. La borrachera le estaba afectando mucho.

—Muchísimo tiempo, como dije. No te enojes conmigo, hermano, por favooooor —suplicó April, haciendo un puchero—. Es solo que te quiero para mí principalmente. Y a Andrew también. Que se jodan los demás chicos, nadie es como ustedes… y haré LO QUE SEA para probarlo.

—Hermanita, a mí no me metas en esto que… oh… ohhhh….

April se había arrodillado, y tenía la polla de Alexander en la mano. Con soltura y confianza, apuntó el chorro de líquido dorado hacia sus gigantescos y redondos pechos, luego de abrirse aún más el escotado vestido floreado. En tanto, con la otra mano le bajó el cierre del pantalón a Andrew, tomó su delgada pero venosa polla, y se la metió rápidamente en la boca.

—April… hermana, ¿qué haces? —se horrorizó a medias Andrew White mientras le realizaban un fantástico y experto sexo oral.

—Los amo muchísimo a ambos, eso hago. Les doy amor. ¿Acaso creen que hay algo más grande que el amor? ¡No, no es la camioneta de papá!

—¡A todos les das amor últimamente! —refunfuñó Alexander, que veía su orina caer hasta los muslos de su hermana menor.

—Sí, el amor universal es bellísimo, pero nada se ama más que la familia.

—P-pero estamos al aire libre… n-nos pueden ver aquí y…

—Ya cállate, hermanote, disfruta del amor de nuestra hermana, será mejor —dijo Alexander, rindiéndose, y poniendo las manos detrás de la cabeza.

Cuando terminó de ordeñar la orina de Alexander, se llevó su verga también a la boca, y comenzó a dar efusivos y profundos bocados a una y otra verga. Su habilidad con la boca no tenía parangón. Era capaz de dar gargantas profundas con mucha facilidad, su larga lengua se movía como una anguila, había realizado chupadas desde muy tempranamente, y cuando usaba sus tetas…

—Oh, no, va a hacernos una rusa. Contrólate, hermanote.

—¿Qué? ¿Por qué habría de…? Hmmmmmmmmm —gruñó Andrew cuando April puso su polla entre sus senos enormes, y comenzó a masturbarlo con ellos, sin dejar de saborear la enorme, venosa e increíble verga de su otro hermano.

Habían estado en una posición similar años atrás, cuando aún estaban en la escuela y tuvieron un trío por primera vez. Lo hicieron en los baños de hombres, ella dejó secos a sus hermanos mayores después de una chupada de campeonato, y ahora solo se había vuelto más experta. Pocos minutos después, Andrew y Alexander White se corrieron en medio de fuertes espasmos, el primero liberando un largo chorro de lefa sobre las tetas de su hermana, y el segundo derramando su semilla sobre el rostro feliz de la muchacha.

April se puso de pie y comenzó a manosearse los pechos, jugando con el semen de sus hermanos, extendiéndolo por su cuello, rostro y reuniendo unos montones en sus pezones. Luego, y porque no tenía ninguna intención de terminar la fiesta, decidió darles un mini-espectáculo a sus hermanos mayores, y se puso a lamer y tragar el semen que había reunido habilidosamente en sus pezones duros, rojos y grandotes.

—Qué rica, rica, rica lefa. No puedo hartarme de ella, es el jugo de amor que todos merecemos, ¿sabían? Lefa, ¡leeeefa! Suena genial decirlo, ¿no? —April se puso de pie y se puso en medio de sus dos hermanos, mirándolos fijamente—. Vamos, ¿me van a decir que no se les puso…? Ohhh, eso es, hermano mayor, de eso es lo que habloooooo.

Como siempre que se venía, Andrew White se transformaba en una persona diferente. Un animal salvaje sin decencia, completamente desprovisto de razón, con el solo objetivo de follar a cualquier hembra que estuviera cerca. Andrew se puso detrás de April, la abrazó agarrándole fuertemente las tetas, y le trató de rasgar desesperado la falda.

Alexander, entre tanto, comenzó a besar el cuello de su hermana, y le metió un dedo en el empapadísimo coño mientras le susurraba al oído:

—¿Qué quieres lograr, hermana?

—Que me hagas tuya para siempre. Ambos.

Alexander metió su dedo colmado de jugos vaginales en la boca de April, que los chupó con glotonería, lamiendo cada centímetro de líquido transparente sacado recién de su fuente. Al mismo tiempo, la chica se levantó la falda del vestido, y saltó sobre el cuerpo de Alexander, abrazándolo con las piernas. Satisfecha, notó que él estaba completamente erecto otra vez, listo para el segundo round. Detrás, Andrew comenzó a golpear las nalgas de su hermana con su verga, buscando el agujero que necesitaba desesperadamente.

—Uhhh, chicos traviesos, ¿qué quieren hacerme?

—Vamos a convertirte en un emparedado de carne en público, hermanita —dijo Alexander.

—¡Pero soy vegetariana! —exclamó la muchacha, antes de que ambos hermanos la penetraran a la vez—. OHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH SÍIIIIIIIII.

El mete-saca comenzó de inmediato. Un hombre experto en sexo por delante, y una bestia cachonda por detrás. April White estaba en el paraíso, veía colores que no podían existir (aunque las “hierbas medicinales” que había probado antes tal vez tenían mucho que ver), y no le importaba gritar tanto que todo el pueblo lo supiera.

Una polla se deslizaba al interior de su coño mientras la otra salía de sus entrañas. Luego, esa se introducía al fondo de su recto, mientras la primera jugueteaba con su punto G, gracias a su curvatura natural. Alexander le besaba las tetas y Andrew el cuello, tirando su cabello para atrás, lo que a ella le fascinaba.

—Ohhh, ahhh, ah, ah, ah, Andrew, ufff, eres todo un animaaaaaal…

—¡Grrrr, grrrrrrrr!

—Te dije que iba a permitir que me dieras por culo. Y tú, Andrew… hmmmmm, hmmmmmmm, espera, espera, se vienen las estrellitas…

—¿Te estás corriendo hermanita?

—Síiiiii, sí, sí, están saltando las estrellitas, qué ricoooooo. ¡¡Denme duro, más que papá, más que nadie en el mundo!!

—Ahhhh, tus caderas se mueven muy rápido, no me voy a poder mover en semanas, ahhhh.

—Ggrrrrrrr, ahhhhh, grrr, hmmmmmmm.

—Sí, sí, denme duro, AHHHH, sí, otra estrellitaaaa, más, más, cójanme fuerte hermanos míos, mis hermanotes, con sus largas y grandes OHHHH, poooooollas, síiiii. —April cruzó sus fuertes piernas alrededor del cuerpo de Alexander, mientras su culo era intensamente sodomizado por el animal que era ahora Andrew—. Ahora sí que te tengo, Alex, no vas a poder escapar de míiiii.

—¿Y por qué lo haría?

—Porque estoy en mis días peligrosos, bobo, jajaja. —Alexander se quedó atónito, pero cuando su hermana le devoró el cuello, él descubrió que no podía parar. La vagina de su hermana lo tenía dominado, lo estaba absorbiendo.

—¿Qué? Ohhhh, oh, me voy a…

—Sí, sí, déjame preñada, hermano, ¡quiero una cría tuya, preña a tu hembra, Alex!

—Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr, hmmmmmmmmmmmmmmmmmmm

—Y tú vacíate en mi ano, hermano mayor, échalo todo ahí, venga, ¡con fuerza, Andrew! —exclamó April, sudorosa, acariciándose sensualmente el cabello, lamiendo los restos de semen que había restregado antes por su cuerpo—. Vamos, mis machos, mis perros en celo, préñenme, ¡¡¡denme más fuerte, mierdaaaa!!!

El grito de ambos hermanos bajo la luz de la luna, cuando se vaciaron al interior de su hermana menor, se convirtió casi en una leyenda urbana del pueblo, del que incluso Alexandra y Arthur White habían escuchado. Ahora, los dos, además de las gemelas, saludaban a su voluptuosa tía April con tiernos besos en las mejillas. Los esperaba a las afueras de su cabaña, vestida aún como una hippie tradicional, y luciendo diez años menor de lo que era, con senos y un culo con quien solo algunas podrían competir.

—Alex, Andrew, mis hermanos, ¿cómo están, queridos?

—Bien, querida hermana, me alegra ver como tus… eh… hierbas crecen tan fuerte.

—Desde luego, desde luego, todo el condado me compra. ¿Gustas?

—Más tarde —dijo Andrew, nervioso.

—¿Recibiste mi entrega mensual, hermana? —preguntó Alexander.

—¡Por supuesto! Ariel siempre está bien… eh… ¿podemos hablar de esto?

—Sí, ya unimos a los chicos a la tradició familiar.

—¡Excelente! —exclamó Ariel White, saliendo de la cabaña para saludar a sus primos. Era una muchacha cool y relajada, y la más sexy que conocían. Tenía los mismos ojos esmeraldas de su madre y abuela, cabello negro teñido de verde en las puntas, varios tatuajes en los brazos, ropa muy reveladora, negra y de estilo gótico, y una cruz invertida en el cuello—. ¡Mis gemelas favoritas, vengan acá!

Catherine y Katrina besaron cada una una mejilla de su prima, y ésta les dio sendas nalgadas a ambas, que rieron alegres. Alexandra, en cambio, le plantó un jugoso beso en los labios, solo para poner nervioso a Arthur y Ariel se lo devolvió con gusto.

—De verdad las extrañaba a ustedes tres. Vamos a subir a mi habitación luego, ¿ok? Y con el juguetito que trae mi primo, jiji. Oh —dijo de pronto, dirigiéndose con algo más de frialdad a Alexander White—. Hola, pa.

—Hola hija.

No solo Arthur estaba nervioso ahora. En shock también se encontraba Alexandra. Un grito de espanto salió de las gargantas de las gemelas en perfecta sincronía. El muchacho fue el primero que habló, con un gallito indiscutible.

—¿Pa? Tú eres nuestra… QUÉEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE

Continuará
 
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