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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 01
Arthur White encendió la televisión, pero pronto la apagó. Miró afuera por la ventana, pero se topó con la misma noche y los mismos mosquitos de siempre. Buscó algún libro que poder leer, pero sinceramente no tenía ganas de ello en vacaciones. Nunca había demasiado que hacer en la granja de los White. No mientras el regreso a clases tardara tanto. Era difícil no tener demasiados amigos a estas alturas de la vida. No le había interesado hasta ese punto. Una pareja ni siquiera estaba en consideración, con lo mal que había terminado su última relación
Por supuesto, tenía la opción de interactuar con su familia, pero no sabía qué tan bien resultaría. Sus padres habían salido a la inauguración del nuevo teatro del pueblo, y no iban a llegar hasta muy entrada la noche. Su hermana mayor, Alexandra, se había quedado donde su novio, cuyo nombre ni siquiera recordaba. ¡Qué mal le caía el hijo de puta! En tanto, su hermana menor, Alice, seguro estaría en su habitación, escuchando su música de pop, o jugando con el teléfono esos juegos de vestir personajes o cocinar. O ambas cosas. Pronto la oiría reírse por lo bajo con algunas de sus amiguitas, probablemente de alguna tontería adolescente en la que él no quería meterse por nada en el mundo
Solo le quedaba Ariadna. Su hermana gemela. O melliza, más bien. Ella era mayor que él tan solo por dos minutos y medio, pero aunque se habían gestionado en bolsas distintas, los óvulos y esperma que los crearon debían ser muy parecidos. Si no fuera por los anteojos de empollona, la cara de pocos amigos, y los libros que siempre llevaba encima, serían como dos gotas de agua. Bueno, o al menos lo eran cuando niños. Ahora las cosas habían cambiado, las diferencias eran más notorias, como el largo cabello castaño, los intentos de maquillaje y… bueno, las tetas y la falta de polla, cosas en las que un hermano no debería pensar. Claro. Esas cosas.
Y sin embargo, se encontró pensando en ello de nuevo. Lo mismo que el día anterior, y el anterior a ese, y así por una semana entera. Todo porque el viernes pasado había visto lo que había visto miles de veces, pero ahora en una etapa en que las hormonas (y la terrible falta de sexo) ejercían un efecto distinto. Se había metido al baño, desesperado por haber bebido demasiada agua durante su largo viaje en bicicleta. No tocó la puerta, ésta no estaba con seguro, y no se había quitado los audífonos que llevó durante el viaje. Ufff, qué placer había sido descargarse… el vapor que salió por la meada era abundante. Demasiado abundante. De pronto cayó en la cuenta de que el vapor venía de la ducha, y de que su hermana estaba allí, mirándola, roja de vergüenza. ¡Pero cómo estaba la chica! Sin los anteojos, y con el cabello lacio cayéndole por encima de las redondas y bien desarrolladas tetas, y con una mano en la entrepierna empapada… ¿Cómo no iba a tener una erección ahí mismo? Cuando Arthur se quitó los audífonos, Ariadna se había cansado de gritarle que se fuera. Sus ojos, azules como los suyos, estaban clavados en su polla. Arthur había crecido bien dotado, estaba orgulloso de ello, y bien le había resultado tanto en las relaciones duraderas como en las citas y aventuras de una noche con las chicas del pueblo.
—Y, ¿qué estabas haciendo, hermanita?
—¿¡Importa lo que estaba haciendo!?
—La respuesta sería ducharse.
—Sí, bueno, ¡eso hacía! —Ariadna dejó de mirar hacia abajo, y al fin volvió a apuntar a su cara—. ¡Ya largo de aquí, imbécil!
—Ok, ok, disculpa, de verdad no te sentí…
Y así las cosas estaban. No se habían hablado durante una semana, y cuando se miraban, ambos bajaban la cabeza. Claro, tal como un parcito de enamorados. Se notaba que a uno le faltaba coño, y la otra tenía la experiencia de una monja. De las de verdad, no las de una porno. Así que ahí estaba Arthur, cascándosela mientras imaginaba a su hermana gemela, vestida de monja por alguna razón, aburrido en el sofá de la sala. O tan aburrido como se puede estar mientras te masturbas. Lo suficiente como perderte en ello, y no notar, otra vez, cuando te están hablando.
—¿Podrías parar un rato, por favor?
—¡Ariadna! —exclamó Arthur, tapándose la polla con las manos, incapaz de meterla debajo del pantalón otra vez—. ¿Acaso no puedes tocar?
—No estás en tu habitación. —Su hermana estaba de pie. Lucìa un short muy corto de pijama, violeta, que hacía destacar sus increíbles curvas, con largas piernas, una cintura estrecha, y un trasero que, de no ser su hermano, Arthur hacía mucho que habría azotado. Curvas que, por alguna razón, se esforzaba en ocultar en la escuela con ropas abultadas y chaquetas largas. También llevaba una camiseta corta, del mismo color que los shorts, con tirantes que levantaban sus casi perfectamente redondos senos—. ¿Te presto mis anteojos o puedes mirar a tu alrededor solo?
—Oh, vaya, me atrapaste en plena paja. Supongo que estamos iguales ahora.
Ariadna iba a responderle, pero en su lugar calló. Bajó la cabeza, se ruborizó, y pareció a punto de llorar. Arthur se sintió como un cretino. Lo habitual, en verdad. Solo, sin amigos ni pareja, sin siquiera un perro… solo tenía a su familia.
—Oye, oye, lo siento. Ven acá, siéntate conmigo. Lo siento. Por favor. —Extendió la mano hacia ella. Ariadna le recibió, y se sentaron juntos en el sofá—. Lo siento, de verdad soy un imbécil.
—Sí, lo eres. Pero está bien, entiendo que estás aburrido. Yo también lo estoy. —Ariadna recostó la cabeza sobre el hombro de Arthur. Era algo que solían hacer cuando veían películas, pero esta vez había dos grandes diferencias: el televisor estaba apagado, y él estaba más que empalmado.
—¿Tú, aburrida? —preguntó él, intentando pensar en otra cosa—. Pero si te encanta pasarte las noches de los sábados leyendo y todas esas chorradas.
—Y sé que te parece aburrido, y es cierto. Hasta yo me puedo aburrir de eso.
—¿Y qué podemos hacer tú y yo? —preguntó Arthur, sonando mucho más sugerente de lo que deseaba. Su hermana se ajustó los anteojos por toda respuesta, como cada vez que estaba nerviosa—. Digo, ¿qué? ¿Jugar cartas? ¿Salir a cuidar los cerdos? ¿Ver televisión?
—Lo segundo, de hecho. —Su gemela sacó una videocámara de mano, no muy vieja, aún funcional, en la que había una cinta puesta—. Estaba en la cama de nuestros padres. ¡Me pica la curiosidad! ¿Nos habrán grabado? ¿O será una aburrida grabación de las estrellas?
—Pfff, ¿es eso? —Arthur bufó con una mueca de burla, y presionó al botón de play en la cámara—. Conociéndolos, de seguro es una grabación de los cerdos fol…
—¡Eso es, metelo más adentro, querido! —gritó su madre, en la grabación de la videocámara.
Arthur y Ariadna quedaron de piedra. El primero quedó paralizado con el aparato en la mano, y el “otro” aparato poniéndose en guardia otra vez debajo de su mano libre. La segunda se quedó con la boca y los ojos abiertos como platos.
—¿E-esa es mamá?
En la pantalla podían ver a su madre, Charlotte Black, desde abajo, completamente desnuda, saltando sobre algo o alguien. Probablemente alguien. Seguramente su padre. Tenía el cabello rojo empapado de sudor, e intercambiaba palabras deliciosas con una chupada a sus propios dedos, como si fueran una verga.
—¿Te gusta montarla, puta? —preguntó la voz de su padre, que sostenía la cámara. Esta vez apuntó a las gigantescas tetas, y las deliciosas curvas en la cintura de su madre, que estaba en perfecta forma, y lucía muchísimo más joven de lo que en verdad era.
—Me encanta, ¡me encanta tu polla! ¡Es tan gruesa, tan dura, tan larga!
—No creo que deberíamos ver esto —dijo Ariadna, mordiéndose el labio inferior, probablemente sin darse cuenta. Por un segundo, su rostro de empollona aburrida se convirtió en el de una chica muy sexy, con anteojos al estilo secretaria.
—Yo creo que sí. No sé tú, hermana, a mí ya no me me importa nada más que hacer algo. Con tu permiso. —Arthur quitó la mano, y dejó al descubierto su empalmado miembro, que procedió a agarrar con su mano derecha, y a pajear con celeridad—. ¡Oh, sí! ¡Sí, esto es lo que necesitaba!
—¡Arthur! ¿Cómo se te ocurre hacer eso? —preguntó Ariadna, sin una pizca de molestia en la voz. Todo era sorpresa… ¿y tal vez curiosidad? Arthur pudo ver cómo se le endurecían los pezones debajo de la delgada camiseta violeta—. ¡Nuestra hermanita está arriba! ¿Qué ocurre si te oye? ¿O si baja?
—¡Ya basta, hermana! Déjate llevar por una vez, sé que quieres hacer lo mismo. Te prometo que no voy a voltear a mirarte, y puedes sentarte en otro lado, pero estoy seguro que no quieres dejar de mirar. —Arthur dejó la videocámara sobre la mesita central, se acomodó en el sofá, y continuó observando la sex tape de sus padres. En esta ocasión, la cámara apuntaba al redondo y gran trasero de su madre, mientras su esposo le metía el gordo miembro en el coño, en posición de perrito.
—¡Prométeme que no vas a voltear el cuello, Arthur!
—Lo juro, pero ya calla, disfruta el momento.
—Oh, qué gusto, querida. Estás riquísima. —dijo el hombre de la cámara.
—¡No pares, querido! Dame nalgadas también, ¡lo necesito! Trátame como a tu puta barata. Pero por favor no vayas a parar.
Ariadna no se movió a otro lado. Se quedó allí, junto a él. Arthur no la miró directamente, él era alguien que cumplía sus promesas… No se volteó, pero no evitó mirarla por el reflejo del televisor apagado. Su hermana estaba mirando atentamente la cámara, y tenía ambas manos entre las piernas cerradas, que frotaba una contra la otra. Arthur pudo escuchar su respiración entrecortada, y de vez en cuando, algunos gemidos solitarios.
—N-no puedo creer que estés haciendo esto… —dijo Ariadna, que se giró a mirar cómo su hermano se masturbaba. Ella no había prometido nada.
—Tú estás haciendo lo mismo, ¿no? —preguntó él, concentrado tanto en el reflejo del televisor como en la escena que montaban sus padres. Papá había aumentado tanto la velocidad como la intensidad de sus nalgadas. Mamá gritaba como una poseída, le suplicaba que se viniera dentro.
—No seas tonto, ¿c-cómo voy a…? Ah… uf, ¿cómo haría…?
—Claro, claro. Ufff, n-no creo que vaya a… ah…
El escenario era demasiado prometedor, demasiado delicioso. Arthur se estaba masturbando mirando a sus padres, generalmente recatados y discretos, follar como perros en celo en una grabación que se habían hecho en la habitación. A su lado, su hermana gemela se tocaba también, ,tímidamente al principio, pero ahora ya tenía las piernas separadas. Arthur podía notar los movimientos de los brazos de su hermana, moviéndose frenéticamente.
Ahora estaban ambos en silencio. Solo podían escuchar su propia respiración, y los gemidos de deseo de sus padres. Arthur sabía que estaba cerca, se correría en cualquier momento. ¡Qué manera más épica de ganarle al aburrimiento!
Sin pensarlo, miró a su lado. Ariadna también le estaba mirando. Una de sus tetas estaba afuera de su camiseta. Una de sus manos estaba entre sus piernas abiertas, moviéndose sin parar, mojándose rápidamente. Su boca estaba abierta, con la lengua afuera, respirando con muchas dificultades. Tenían los mismos ojos, y el azul de los de su gemela resplandecía detrás de los anteojos. No había reprimenda en su mirada. Solo había deseo. Un deseo que llevaban una semana aguantando, sin parar. Un deseo que quizás venía desde antes, como si fuera un impulso incontrolable en su ADN.
Eran hermanos de sangre, y aún así se acercaron. Mientras se masturbaban frenéticamente, Arthur y Ariadna se acercaron, y sus labios hicieron contacto.
Sin embargo, esto no duró. Pronto sus lenguas reemplazaron a sus labios. Era animal, perverso, secreto… Ninguno de los dos buscaba detenerse. Sus lenguas comenzaron a jugar entre sí, buscando descubrir todas las esquinas de su garganta. Se apartaron para recuperar aire.
—Hermana, estoy a punto…
—¿Eh? ¿Q-qué?
—¡Me corro, querida! —gritó Alexander White, en la pantalla de la videocámara, que había quedado sobre la cama, grabándolos a ambos esposos, él tirado sobre la espalda de ella, follándola con desesperación.
—¡Adentro! ¡Lléname entera, por favor! ¡Llena a tu puta!
—Ya sabes. Voy a…
—¡Oh! —Ariadna miró al miembro erecto de su hermano, y el deseo de su mirada no se suprimió ni por un momento—. ¿Y qué tengo que…?
Arthur tomó con la mano libre a su hermana por la espalda, y la asió hacia sí. Sus lenguas se encontraron nuevamente, y se abrazaron con desesperación animal. Se pusieron de rodillas, pegados uno contra el otro, sobre el sofá. Ninguno de los dos dejó de pajearse. Él se cascaba la polla, cuya punta estaba pegada contra el vientre de ella; ella se metía los dedos debajo del short, moviéndolos sin parar. Y así, el momento cúlmine llegó.
Se vino entre convulsiones increíbles. Estuvo a punto de gritar, pero su hermana lo había callado con sus besos. La leche saltó sobre la camiseta de su hermana, y ésta estaba demasiado caliente como para reprocharle.
Justo en ese momento, la puerta de la casa se abrió, y los dos fueron demasiado lentos como para evitar cubrir cualquier cosa que estuvieran haciendo. Su hermana mayor, Alexandra, estaba de pie en la entrada, con las manos en la cintura y una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro.
—¡Uf, al fiiiiin! Bueno, no era lo que esperaba, pero como primera aproximación está aceptable. Así que… ¿qué opinan? Cuéntenme todo.
Por toda respuesta, Arthur y Ariadna subieron como corredores olímpicos las escaleras al segundo piso, y las puertas de sus respectivas habitaciones se cerraron a la vez, dejando adentro su extrema vergüenza, y esa recuperación de la racionalidad que viene después de liberar las tensiones.
Era solo cosa de tiempo, pensó Alexandra White, la hija mayor de Alexander White y Charlotte Black. Ver a sus hermanos casi desnudos salir corriendo escaleras arriba le trajo recuerdos. Algo así le ocurrió a ella la primera vez que descubrió lo… digamos, “especial” de su familia. Claro que ella no tuvo la ventaja de tener un hermano gemelo con quien experimentar. De todas formas fue una experiencia interesante.
En su caso, más o menos a la edad de sus hermanos, regresó a casa de la escuela más temprano de lo habitual. Lo típico, mal comportamiento. Se la había estado chupando a Reggie Wilson detrás del gimnasio, pero la mojigata de Rita Larenas los descubrió y denunció con el profesor de gimnasia. En un pueblo tan pequeño como el suyo, todo se sabía rápido, así que decidieron finalizarlo con un “vete a casa, Alexandra”, y ya fue. Sin notificaciones ni mayores castigos. Solo había quedado un problema en el tintero. Uno grande, de hecho. Estaba echando humos de lo caliente que estaba. No había conseguido que Reggie se viniera, y apenas se había tocado un rato el coño antes de que los atraparan. Miró los bultos de todos los hombres que se encontró en el camino, y aunque muchos rechazaron devolverle la mirada a una colegiala, algunos sí le devolvieron el gesto de lujuria, lo que solo la puso más a tope.
Cuando llegó a casa, a sabiendas de que sus hermanas y hermano estaban todavía en la escuela, que papá estaba en el trabajo, y que mamá debía estar en el granero, Alexandra entró y subió a su habitación. Estaba humeando, y necesitaba liberar tensiones, así que se quitó los calzones por debajo de la falda, descubriendo que la tela estaba empapada, y se abrió la camisa. Estaba lista para entrar a su habitación, cerrar con llave, poner una de las tantas porno que le había robado a papá, y masturbarse como nunca antes.
—Qué hermosa eres… ufff, qué hermosa eres, hija, ahh, ah, ahhhh…
—¿Mamá?
Con la ropa interior en la mano entró a su habitación, donde su madre estaba en plena faena. Recostada sobre la cama de su hija, completamente desnuda, con las piernas bien abiertas, acariciándose frenéticamente la entrepierna con la mano derecha, mientras con la izquierda sostenía la foto de graduación de Alexandra que ella tenía en la mesita de noche.
Dioses, qué escultura de mujer era, pero en ese preciso momento, no pensó igual. Se escandalizó y bajó corriendo las escaleras, a la inversa de sus hermanos. Esta vez, tendría que ser Alexandra quien educara un poco a sus hermanos, pero en esa ocasión, fue su madre la que bajó a explicarle las cosas, y enseñarle los secretos de la familia. … Sería útil recordar bien cómo lo había hecho su querida madre.
Mientras Alexandra estaba sentada en el sofá, abrazando sus propias piernas, ocultando la cabeza entre las rodillas, y todavía con el coño insoportablemente mojado, llegó su madre, vistiendo una bata de baño. Era de color rojo, como le gustaba, igual que a ella. Jamás se había fijado lo bien que le marcaba el contorno de la figura, cómo resaltaba sus senos en el escote, y lo corta que era la falda. Por eso era que su hermano siempre se ruborizaba cuando su mamá se inclinaba, pensó.
—Hija, no sabía que llegarías tan temprano.
—¿Es todo lo que tienes que decir?
—Vamos, no te pongas así. Mejor temprano que tarde, ¿no? De hecho, el plan era que nos encontraras juntos con tu padre, no a mí sola. —Así de directa había sido Charlotte Black. Era baja de estatura, con ojos azules que todos sus hijos habían heredado, un cuello largo, una figura que no aparentaba para nada la edad que tenía, sedoso y esponjoso cabello rojo que le alcanzaba un poco más allá del cuello, unas tetas gigantescas, y un culo respingado y redondeado. En su juventud había ganado todos los concursos de belleza del condado, y si hubiera competido ahora, sería probablemente el mismo resultado.
O sea, su madre era una verdadera diosa que nadie se explicaba cómo había conservado la figura después de cuatro niños, y que bien pudo haberse llevado a cualquier hombre del pueblo, pero había elegido a su rechoncho, barbudo, peludo pero calvo padre por alguna razón.
—¿A qué te refieres con “el plan”?
—Pues eso mismo. Se suponía que nos encontraras follando a los dos, y aquí en la sala, no en tu habitación. No me mires a mí, una mujer tiene necesidades, y con una belleza como tú mirándome desde todos los retratos es difícil controlarse.
—¿Estás drogada, mamá? ¿O borracha? ¿O ambas?
—Por supuesto que no. Las drogas son malas, ya te he dicho. Pero eso no quita que… Ay, está bien, supongo que hay que explicarte detalladamente. Pero primero, ¿por qué estás aquí?
—¡Me enviaron a casa por mal comportamiento!
—Sí, lo imagino, ¿pero por qué?
Alexandra quiso que un agujero negro la tragara allí mismo. Estaba con la camisa abierta, una falda a cuadros sin ropa interior debajo, el coño húmedo, y su madre semidesnuda al lado, a quien se suponía que debía contarle que la mandaron a casa por… por…
—¿A qué viene todo esto? Te estabas tocando en mi habitación, ¡con mi foto, mamá!
—Sí, sí, como sea, pero dime, con confianza. —Su madre se sentó más cerca de su hija, tanto que pudo sentir su respiración en la oreja, y le acarició el cabello suavemente. Le dio un escalofrío que no le había dado ningún chiquillo en la escuela—. ¿Por qué?
—Le estaba haciendo una mamada a alguien, ¿ok? —Esperaba sacarla de casillas con eso. Generalmente su descaro funcionaba con sus padres, y ambos se contentaban con mandarla a la habitación, castigada sin televisión por el día, o algo así.
Esta vez fue diferente.
—¿Ah sí? ¿Y quien fue el afortunado? —susurró su madre a su oído. Alexandra volteó el cuello hacia ella, y vio la sonrisa más perversa y lujuriosa que no veía desde… bueno, desde ella misma cuando practicaba en el espejo cómo seducir a los chicos.
—¿Mamá, qué estás…? —No pudo concluir la oración. Su madre le agarró de la camisa abierta y la jaló hacia sí, cuidando de no hacerle (demasiado) daño—. ¡Mamá!
—¿A quién se la chupaste, hija? Vamos, respóndeme. —Mamá le sorprendió con un lametón en el cuello que le hizo retorcerse. Esto ya se estaba saliendo de control, era de locos. ¡Era su propia madre! ¿Era abusadora también? ¿Y lesbiana? ¿E incestuosa para peor?
Trató de apartarse, pero su madre la tenía bien sujeta de la camisa. Charlotte le besó el cuello de nuevo y repitió la pregunta.
—R-Reggie Wilson…
—Awww, ¿ese chiquitín? Y dime, ¿cómo lo tenía?
—¿Qué cosa?
—Pues su pene, hija. ¿Era largo? ¿Grueso? ¿Pudiste meterlo bien en tu boquita?
Mientras le hacía esas preguntas, iba dándole pequeños besitos en el cuello y el lóbulo de la oreja. Alexandra quería apartarse, pero cuando aplicó más fuerza, su madre volvió a vencerla, tomándole ambas muñecas con sus manos, y recostándola sobre el sofá. Ella se puso encima, y continuó con los lametones en la lengua mientras le abría la camisa.
—¡Oye! ¿No llevas brassier? Qué pervertida.
—¿Eh? —Como si estuviera en una ensoñación, recordó que se lo había quitado para que Reggie la manoseara como quisiera. Le encantaba que le tocaran las tetas, y solía perder el control fácilmente. Por eso, no fue de extrañar que enloqueciera cuando su madre le agarró uno de los pezones con los dientes, y le aplicó un delicioso lametón—. ¡Ah!
—Parece que te gusta, ¿eh, puta?
—¡Estás completamente loca! ¡Le diré a papá!
—No es necesario, ya le avisé yo por teléfono mientras bajabas las escaleras. De seguro viene corriendo hacia acá, cariño.
—¿Que QUÉ?
—Tienes un cuerpo maravilloso, hija. Tu padre se volverá loco cuando lo vea así. Me pregunto qué te va a hacer. —Su madre pasó ahora al otro seno, y sin miramientos le comenzó a besar, lamer y chupar los pezones.
—¡Estás completamente desquici…! ¡¡¡Ahhh!!! —exclamó Alexandra, cuando su madre le rozó el coño con los dedos. Jamás le había hecho eso una mujer antes, y menos aún esperaba que fuera su madre la primera.
—Asumo que no eres virgen, ¿verdad? —Charlotte dejó de encantarse con los senos de su hija, y pasó a entretenerse con lo que me había abajo. Trazó un camino hacia la parte más íntima de su hija con sus besos, y se detuvo en la zona más mojada que encontró.
—¡¡¡Mamáaaaaaaaaaaahhhhhh!!!
Definitivamente no era la primera vez de mamá con una mujer. Ella sabía dónde lamer, dónde besar, dónde devorar. Tomó el clítoris de Alexandra con la destreza y la experiencia de la mejor puta, tirando de él suavemente, e introduciendo a la vez la lengua de forma imposible en su hoyito. Se sentía increíble, no iba a negarlo a esas alturas. Alexandra no sabía cómo reaccionar, se estaba llevando la sorpresa de su vida.
—Tienes que entender esto —dijo Charlotte Black, mientras se entretenía con el coño de su hija. Cuando Alexandra miró hacia abajo, notó que su madre no necesitaba mover demasiado la cabeza; su lengua hacía todo el trabajo, y tenía el rostro lleno de apetitosos jugos—. Por muchas generaciones, nuestra familia siempre se ha dejado llevar por sus pasiones más secretas. Ambas familias, de hecho. Llegada cierta edad, lo único que deseamos es demostrar nuestro cariño, sin muchas complicaciones y tabúes.
—P-pero esto es… ohhhh, mamá, qué agresiva te pusiste ahora, me gustaaaa —dijo Alexandra, abrazándose de pronto al cuello de su madre, que estaba a su lado, acariciándole el cabello. Hasta que se dio cuenta, de que era imposible que eso ocurriera, por más hábil que fuera su madre—. ¿Q-qué…? ¿Qué?
—¿Qué te parece, querido? —preguntó su madre, mirando hacia abajo. Cuando Alexandra desvió allá la vista también, se encontró con un hombre que no solo le acariciaba el coño con una lengua agresiva y habilidosa, sino que también con una barba frondosa que le hacía maravillas.
—Exquisita, querida, la tiene muy parecida a la tuya —dijo Alexander White, que había entrado desesperado a la casa cuando vio a las dos mujeres por la ventana. En el pueblo no había mucha privacidad de todas formas, y por eso ni siquiera se molestó en dejar la puerta cerrada—. Por todos los dioses, ¡qué cosa más rica!
—No, no, no… NONONONO, ¡no puedes hacer esto, papá! —exclamó Alexandra, mirando a su padre, con sus pantalones de trabajo, su camisa sudada, y su larga barba, dándose un festín.
—¿Segura que quieres que pare, hija? —preguntó Alexander, con una sonrisa. Luego, agarró con los labios el clítoris de su hija, y metió el dedo corazón en su interior, que se empapó de inmediato.
—No, no… No… ¡¡No pares!!
—¿Qué cosa, hija? —preguntó Charlotte, limpiándole maternalmente el sudor de la frente a su hija mayor, y dándole besos en el cuello como antes—. No creo que tu padre te oyera bien.
—¡No pares! ¡No pares, por favor, papá!
Alexander aumentó la velocidad de su lengua y su mano, y metió un segundo dedo en el coño de su hija. La muchacha iba a explotar pronto, sabía que ocurriría, pero había algo especial. Algo diferente. Ningún chico le había comido el coño así.
—Vamos, querida, no te contengas, córrete en la boca de tu padre.
—Sí, mamá… ah, ah, ah… ¡Ah! ¡Ahhh! ¡Aaaahhhhhhh, me corroooo! —Por primera vez, Alexandra no solo liberó un poco de líquido, sino que sintió una sensación similar a mearse, y cuando miró hacia abajo, vio que salían chorros de su coño que fueron a parar a la cara de su padre. Asustada en medio de las oleadas de placer que estaba recibiendo, quiso disculparse, pero su madre le agarró la cara, y le dio un tierno pico en los labios para calmarla. En tanto, su padre se tragaba con voracidad todo lo que había salido de su hija…
—Bienvenida a nuestra vida, hija —dijeron Alexander y Charlotte a la vez, mientras el primero le besaba las piernas empapadas en jugos vaginales, y la segunda le besaba el cuello y los labios.
Esa había sido la primera vez que una mujer la besaba, y también la primera vez que tenía un squirt. Además, había sido la primera vez que una mujer le comía el coño, y la primera vez que tenía un trío. También había sido la primera vez que tenía sexo con sus familiares, y definitivamente no sería la última. Tantas primera veces, y apenas había rozado la superficie de lo que era tener sexo de verdad. Ya habría momento de recordar su primera follada con papá, por ejemplo, pero ahora ya tenía lo necesario para hablar con su hermana y hermano. Su mamá le había enseñado bien.
Continuará
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Las Aventuras de la Familia White – Capítulo 01
Arthur White encendió la televisión, pero pronto la apagó. Miró afuera por la ventana, pero se topó con la misma noche y los mismos mosquitos de siempre. Buscó algún libro que poder leer, pero sinceramente no tenía ganas de ello en vacaciones. Nunca había demasiado que hacer en la granja de los White. No mientras el regreso a clases tardara tanto. Era difícil no tener demasiados amigos a estas alturas de la vida. No le había interesado hasta ese punto. Una pareja ni siquiera estaba en consideración, con lo mal que había terminado su última relación
Por supuesto, tenía la opción de interactuar con su familia, pero no sabía qué tan bien resultaría. Sus padres habían salido a la inauguración del nuevo teatro del pueblo, y no iban a llegar hasta muy entrada la noche. Su hermana mayor, Alexandra, se había quedado donde su novio, cuyo nombre ni siquiera recordaba. ¡Qué mal le caía el hijo de puta! En tanto, su hermana menor, Alice, seguro estaría en su habitación, escuchando su música de pop, o jugando con el teléfono esos juegos de vestir personajes o cocinar. O ambas cosas. Pronto la oiría reírse por lo bajo con algunas de sus amiguitas, probablemente de alguna tontería adolescente en la que él no quería meterse por nada en el mundo
Solo le quedaba Ariadna. Su hermana gemela. O melliza, más bien. Ella era mayor que él tan solo por dos minutos y medio, pero aunque se habían gestionado en bolsas distintas, los óvulos y esperma que los crearon debían ser muy parecidos. Si no fuera por los anteojos de empollona, la cara de pocos amigos, y los libros que siempre llevaba encima, serían como dos gotas de agua. Bueno, o al menos lo eran cuando niños. Ahora las cosas habían cambiado, las diferencias eran más notorias, como el largo cabello castaño, los intentos de maquillaje y… bueno, las tetas y la falta de polla, cosas en las que un hermano no debería pensar. Claro. Esas cosas.
Y sin embargo, se encontró pensando en ello de nuevo. Lo mismo que el día anterior, y el anterior a ese, y así por una semana entera. Todo porque el viernes pasado había visto lo que había visto miles de veces, pero ahora en una etapa en que las hormonas (y la terrible falta de sexo) ejercían un efecto distinto. Se había metido al baño, desesperado por haber bebido demasiada agua durante su largo viaje en bicicleta. No tocó la puerta, ésta no estaba con seguro, y no se había quitado los audífonos que llevó durante el viaje. Ufff, qué placer había sido descargarse… el vapor que salió por la meada era abundante. Demasiado abundante. De pronto cayó en la cuenta de que el vapor venía de la ducha, y de que su hermana estaba allí, mirándola, roja de vergüenza. ¡Pero cómo estaba la chica! Sin los anteojos, y con el cabello lacio cayéndole por encima de las redondas y bien desarrolladas tetas, y con una mano en la entrepierna empapada… ¿Cómo no iba a tener una erección ahí mismo? Cuando Arthur se quitó los audífonos, Ariadna se había cansado de gritarle que se fuera. Sus ojos, azules como los suyos, estaban clavados en su polla. Arthur había crecido bien dotado, estaba orgulloso de ello, y bien le había resultado tanto en las relaciones duraderas como en las citas y aventuras de una noche con las chicas del pueblo.
—Y, ¿qué estabas haciendo, hermanita?
—¿¡Importa lo que estaba haciendo!?
—La respuesta sería ducharse.
—Sí, bueno, ¡eso hacía! —Ariadna dejó de mirar hacia abajo, y al fin volvió a apuntar a su cara—. ¡Ya largo de aquí, imbécil!
—Ok, ok, disculpa, de verdad no te sentí…
Y así las cosas estaban. No se habían hablado durante una semana, y cuando se miraban, ambos bajaban la cabeza. Claro, tal como un parcito de enamorados. Se notaba que a uno le faltaba coño, y la otra tenía la experiencia de una monja. De las de verdad, no las de una porno. Así que ahí estaba Arthur, cascándosela mientras imaginaba a su hermana gemela, vestida de monja por alguna razón, aburrido en el sofá de la sala. O tan aburrido como se puede estar mientras te masturbas. Lo suficiente como perderte en ello, y no notar, otra vez, cuando te están hablando.
—¿Podrías parar un rato, por favor?
—¡Ariadna! —exclamó Arthur, tapándose la polla con las manos, incapaz de meterla debajo del pantalón otra vez—. ¿Acaso no puedes tocar?
—No estás en tu habitación. —Su hermana estaba de pie. Lucìa un short muy corto de pijama, violeta, que hacía destacar sus increíbles curvas, con largas piernas, una cintura estrecha, y un trasero que, de no ser su hermano, Arthur hacía mucho que habría azotado. Curvas que, por alguna razón, se esforzaba en ocultar en la escuela con ropas abultadas y chaquetas largas. También llevaba una camiseta corta, del mismo color que los shorts, con tirantes que levantaban sus casi perfectamente redondos senos—. ¿Te presto mis anteojos o puedes mirar a tu alrededor solo?
—Oh, vaya, me atrapaste en plena paja. Supongo que estamos iguales ahora.
Ariadna iba a responderle, pero en su lugar calló. Bajó la cabeza, se ruborizó, y pareció a punto de llorar. Arthur se sintió como un cretino. Lo habitual, en verdad. Solo, sin amigos ni pareja, sin siquiera un perro… solo tenía a su familia.
—Oye, oye, lo siento. Ven acá, siéntate conmigo. Lo siento. Por favor. —Extendió la mano hacia ella. Ariadna le recibió, y se sentaron juntos en el sofá—. Lo siento, de verdad soy un imbécil.
—Sí, lo eres. Pero está bien, entiendo que estás aburrido. Yo también lo estoy. —Ariadna recostó la cabeza sobre el hombro de Arthur. Era algo que solían hacer cuando veían películas, pero esta vez había dos grandes diferencias: el televisor estaba apagado, y él estaba más que empalmado.
—¿Tú, aburrida? —preguntó él, intentando pensar en otra cosa—. Pero si te encanta pasarte las noches de los sábados leyendo y todas esas chorradas.
—Y sé que te parece aburrido, y es cierto. Hasta yo me puedo aburrir de eso.
—¿Y qué podemos hacer tú y yo? —preguntó Arthur, sonando mucho más sugerente de lo que deseaba. Su hermana se ajustó los anteojos por toda respuesta, como cada vez que estaba nerviosa—. Digo, ¿qué? ¿Jugar cartas? ¿Salir a cuidar los cerdos? ¿Ver televisión?
—Lo segundo, de hecho. —Su gemela sacó una videocámara de mano, no muy vieja, aún funcional, en la que había una cinta puesta—. Estaba en la cama de nuestros padres. ¡Me pica la curiosidad! ¿Nos habrán grabado? ¿O será una aburrida grabación de las estrellas?
—Pfff, ¿es eso? —Arthur bufó con una mueca de burla, y presionó al botón de play en la cámara—. Conociéndolos, de seguro es una grabación de los cerdos fol…
—¡Eso es, metelo más adentro, querido! —gritó su madre, en la grabación de la videocámara.
Arthur y Ariadna quedaron de piedra. El primero quedó paralizado con el aparato en la mano, y el “otro” aparato poniéndose en guardia otra vez debajo de su mano libre. La segunda se quedó con la boca y los ojos abiertos como platos.
—¿E-esa es mamá?
En la pantalla podían ver a su madre, Charlotte Black, desde abajo, completamente desnuda, saltando sobre algo o alguien. Probablemente alguien. Seguramente su padre. Tenía el cabello rojo empapado de sudor, e intercambiaba palabras deliciosas con una chupada a sus propios dedos, como si fueran una verga.
—¿Te gusta montarla, puta? —preguntó la voz de su padre, que sostenía la cámara. Esta vez apuntó a las gigantescas tetas, y las deliciosas curvas en la cintura de su madre, que estaba en perfecta forma, y lucía muchísimo más joven de lo que en verdad era.
—Me encanta, ¡me encanta tu polla! ¡Es tan gruesa, tan dura, tan larga!
—No creo que deberíamos ver esto —dijo Ariadna, mordiéndose el labio inferior, probablemente sin darse cuenta. Por un segundo, su rostro de empollona aburrida se convirtió en el de una chica muy sexy, con anteojos al estilo secretaria.
—Yo creo que sí. No sé tú, hermana, a mí ya no me me importa nada más que hacer algo. Con tu permiso. —Arthur quitó la mano, y dejó al descubierto su empalmado miembro, que procedió a agarrar con su mano derecha, y a pajear con celeridad—. ¡Oh, sí! ¡Sí, esto es lo que necesitaba!
—¡Arthur! ¿Cómo se te ocurre hacer eso? —preguntó Ariadna, sin una pizca de molestia en la voz. Todo era sorpresa… ¿y tal vez curiosidad? Arthur pudo ver cómo se le endurecían los pezones debajo de la delgada camiseta violeta—. ¡Nuestra hermanita está arriba! ¿Qué ocurre si te oye? ¿O si baja?
—¡Ya basta, hermana! Déjate llevar por una vez, sé que quieres hacer lo mismo. Te prometo que no voy a voltear a mirarte, y puedes sentarte en otro lado, pero estoy seguro que no quieres dejar de mirar. —Arthur dejó la videocámara sobre la mesita central, se acomodó en el sofá, y continuó observando la sex tape de sus padres. En esta ocasión, la cámara apuntaba al redondo y gran trasero de su madre, mientras su esposo le metía el gordo miembro en el coño, en posición de perrito.
—¡Prométeme que no vas a voltear el cuello, Arthur!
—Lo juro, pero ya calla, disfruta el momento.
—Oh, qué gusto, querida. Estás riquísima. —dijo el hombre de la cámara.
—¡No pares, querido! Dame nalgadas también, ¡lo necesito! Trátame como a tu puta barata. Pero por favor no vayas a parar.
Ariadna no se movió a otro lado. Se quedó allí, junto a él. Arthur no la miró directamente, él era alguien que cumplía sus promesas… No se volteó, pero no evitó mirarla por el reflejo del televisor apagado. Su hermana estaba mirando atentamente la cámara, y tenía ambas manos entre las piernas cerradas, que frotaba una contra la otra. Arthur pudo escuchar su respiración entrecortada, y de vez en cuando, algunos gemidos solitarios.
—N-no puedo creer que estés haciendo esto… —dijo Ariadna, que se giró a mirar cómo su hermano se masturbaba. Ella no había prometido nada.
—Tú estás haciendo lo mismo, ¿no? —preguntó él, concentrado tanto en el reflejo del televisor como en la escena que montaban sus padres. Papá había aumentado tanto la velocidad como la intensidad de sus nalgadas. Mamá gritaba como una poseída, le suplicaba que se viniera dentro.
—No seas tonto, ¿c-cómo voy a…? Ah… uf, ¿cómo haría…?
—Claro, claro. Ufff, n-no creo que vaya a… ah…
El escenario era demasiado prometedor, demasiado delicioso. Arthur se estaba masturbando mirando a sus padres, generalmente recatados y discretos, follar como perros en celo en una grabación que se habían hecho en la habitación. A su lado, su hermana gemela se tocaba también, ,tímidamente al principio, pero ahora ya tenía las piernas separadas. Arthur podía notar los movimientos de los brazos de su hermana, moviéndose frenéticamente.
Ahora estaban ambos en silencio. Solo podían escuchar su propia respiración, y los gemidos de deseo de sus padres. Arthur sabía que estaba cerca, se correría en cualquier momento. ¡Qué manera más épica de ganarle al aburrimiento!
Sin pensarlo, miró a su lado. Ariadna también le estaba mirando. Una de sus tetas estaba afuera de su camiseta. Una de sus manos estaba entre sus piernas abiertas, moviéndose sin parar, mojándose rápidamente. Su boca estaba abierta, con la lengua afuera, respirando con muchas dificultades. Tenían los mismos ojos, y el azul de los de su gemela resplandecía detrás de los anteojos. No había reprimenda en su mirada. Solo había deseo. Un deseo que llevaban una semana aguantando, sin parar. Un deseo que quizás venía desde antes, como si fuera un impulso incontrolable en su ADN.
Eran hermanos de sangre, y aún así se acercaron. Mientras se masturbaban frenéticamente, Arthur y Ariadna se acercaron, y sus labios hicieron contacto.
Sin embargo, esto no duró. Pronto sus lenguas reemplazaron a sus labios. Era animal, perverso, secreto… Ninguno de los dos buscaba detenerse. Sus lenguas comenzaron a jugar entre sí, buscando descubrir todas las esquinas de su garganta. Se apartaron para recuperar aire.
—Hermana, estoy a punto…
—¿Eh? ¿Q-qué?
—¡Me corro, querida! —gritó Alexander White, en la pantalla de la videocámara, que había quedado sobre la cama, grabándolos a ambos esposos, él tirado sobre la espalda de ella, follándola con desesperación.
—¡Adentro! ¡Lléname entera, por favor! ¡Llena a tu puta!
—Ya sabes. Voy a…
—¡Oh! —Ariadna miró al miembro erecto de su hermano, y el deseo de su mirada no se suprimió ni por un momento—. ¿Y qué tengo que…?
Arthur tomó con la mano libre a su hermana por la espalda, y la asió hacia sí. Sus lenguas se encontraron nuevamente, y se abrazaron con desesperación animal. Se pusieron de rodillas, pegados uno contra el otro, sobre el sofá. Ninguno de los dos dejó de pajearse. Él se cascaba la polla, cuya punta estaba pegada contra el vientre de ella; ella se metía los dedos debajo del short, moviéndolos sin parar. Y así, el momento cúlmine llegó.
Se vino entre convulsiones increíbles. Estuvo a punto de gritar, pero su hermana lo había callado con sus besos. La leche saltó sobre la camiseta de su hermana, y ésta estaba demasiado caliente como para reprocharle.
Justo en ese momento, la puerta de la casa se abrió, y los dos fueron demasiado lentos como para evitar cubrir cualquier cosa que estuvieran haciendo. Su hermana mayor, Alexandra, estaba de pie en la entrada, con las manos en la cintura y una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro.
—¡Uf, al fiiiiin! Bueno, no era lo que esperaba, pero como primera aproximación está aceptable. Así que… ¿qué opinan? Cuéntenme todo.
Por toda respuesta, Arthur y Ariadna subieron como corredores olímpicos las escaleras al segundo piso, y las puertas de sus respectivas habitaciones se cerraron a la vez, dejando adentro su extrema vergüenza, y esa recuperación de la racionalidad que viene después de liberar las tensiones.
Era solo cosa de tiempo, pensó Alexandra White, la hija mayor de Alexander White y Charlotte Black. Ver a sus hermanos casi desnudos salir corriendo escaleras arriba le trajo recuerdos. Algo así le ocurrió a ella la primera vez que descubrió lo… digamos, “especial” de su familia. Claro que ella no tuvo la ventaja de tener un hermano gemelo con quien experimentar. De todas formas fue una experiencia interesante.
En su caso, más o menos a la edad de sus hermanos, regresó a casa de la escuela más temprano de lo habitual. Lo típico, mal comportamiento. Se la había estado chupando a Reggie Wilson detrás del gimnasio, pero la mojigata de Rita Larenas los descubrió y denunció con el profesor de gimnasia. En un pueblo tan pequeño como el suyo, todo se sabía rápido, así que decidieron finalizarlo con un “vete a casa, Alexandra”, y ya fue. Sin notificaciones ni mayores castigos. Solo había quedado un problema en el tintero. Uno grande, de hecho. Estaba echando humos de lo caliente que estaba. No había conseguido que Reggie se viniera, y apenas se había tocado un rato el coño antes de que los atraparan. Miró los bultos de todos los hombres que se encontró en el camino, y aunque muchos rechazaron devolverle la mirada a una colegiala, algunos sí le devolvieron el gesto de lujuria, lo que solo la puso más a tope.
Cuando llegó a casa, a sabiendas de que sus hermanas y hermano estaban todavía en la escuela, que papá estaba en el trabajo, y que mamá debía estar en el granero, Alexandra entró y subió a su habitación. Estaba humeando, y necesitaba liberar tensiones, así que se quitó los calzones por debajo de la falda, descubriendo que la tela estaba empapada, y se abrió la camisa. Estaba lista para entrar a su habitación, cerrar con llave, poner una de las tantas porno que le había robado a papá, y masturbarse como nunca antes.
—Qué hermosa eres… ufff, qué hermosa eres, hija, ahh, ah, ahhhh…
—¿Mamá?
Con la ropa interior en la mano entró a su habitación, donde su madre estaba en plena faena. Recostada sobre la cama de su hija, completamente desnuda, con las piernas bien abiertas, acariciándose frenéticamente la entrepierna con la mano derecha, mientras con la izquierda sostenía la foto de graduación de Alexandra que ella tenía en la mesita de noche.
Dioses, qué escultura de mujer era, pero en ese preciso momento, no pensó igual. Se escandalizó y bajó corriendo las escaleras, a la inversa de sus hermanos. Esta vez, tendría que ser Alexandra quien educara un poco a sus hermanos, pero en esa ocasión, fue su madre la que bajó a explicarle las cosas, y enseñarle los secretos de la familia. … Sería útil recordar bien cómo lo había hecho su querida madre.
Mientras Alexandra estaba sentada en el sofá, abrazando sus propias piernas, ocultando la cabeza entre las rodillas, y todavía con el coño insoportablemente mojado, llegó su madre, vistiendo una bata de baño. Era de color rojo, como le gustaba, igual que a ella. Jamás se había fijado lo bien que le marcaba el contorno de la figura, cómo resaltaba sus senos en el escote, y lo corta que era la falda. Por eso era que su hermano siempre se ruborizaba cuando su mamá se inclinaba, pensó.
—Hija, no sabía que llegarías tan temprano.
—¿Es todo lo que tienes que decir?
—Vamos, no te pongas así. Mejor temprano que tarde, ¿no? De hecho, el plan era que nos encontraras juntos con tu padre, no a mí sola. —Así de directa había sido Charlotte Black. Era baja de estatura, con ojos azules que todos sus hijos habían heredado, un cuello largo, una figura que no aparentaba para nada la edad que tenía, sedoso y esponjoso cabello rojo que le alcanzaba un poco más allá del cuello, unas tetas gigantescas, y un culo respingado y redondeado. En su juventud había ganado todos los concursos de belleza del condado, y si hubiera competido ahora, sería probablemente el mismo resultado.
O sea, su madre era una verdadera diosa que nadie se explicaba cómo había conservado la figura después de cuatro niños, y que bien pudo haberse llevado a cualquier hombre del pueblo, pero había elegido a su rechoncho, barbudo, peludo pero calvo padre por alguna razón.
—¿A qué te refieres con “el plan”?
—Pues eso mismo. Se suponía que nos encontraras follando a los dos, y aquí en la sala, no en tu habitación. No me mires a mí, una mujer tiene necesidades, y con una belleza como tú mirándome desde todos los retratos es difícil controlarse.
—¿Estás drogada, mamá? ¿O borracha? ¿O ambas?
—Por supuesto que no. Las drogas son malas, ya te he dicho. Pero eso no quita que… Ay, está bien, supongo que hay que explicarte detalladamente. Pero primero, ¿por qué estás aquí?
—¡Me enviaron a casa por mal comportamiento!
—Sí, lo imagino, ¿pero por qué?
Alexandra quiso que un agujero negro la tragara allí mismo. Estaba con la camisa abierta, una falda a cuadros sin ropa interior debajo, el coño húmedo, y su madre semidesnuda al lado, a quien se suponía que debía contarle que la mandaron a casa por… por…
—¿A qué viene todo esto? Te estabas tocando en mi habitación, ¡con mi foto, mamá!
—Sí, sí, como sea, pero dime, con confianza. —Su madre se sentó más cerca de su hija, tanto que pudo sentir su respiración en la oreja, y le acarició el cabello suavemente. Le dio un escalofrío que no le había dado ningún chiquillo en la escuela—. ¿Por qué?
—Le estaba haciendo una mamada a alguien, ¿ok? —Esperaba sacarla de casillas con eso. Generalmente su descaro funcionaba con sus padres, y ambos se contentaban con mandarla a la habitación, castigada sin televisión por el día, o algo así.
Esta vez fue diferente.
—¿Ah sí? ¿Y quien fue el afortunado? —susurró su madre a su oído. Alexandra volteó el cuello hacia ella, y vio la sonrisa más perversa y lujuriosa que no veía desde… bueno, desde ella misma cuando practicaba en el espejo cómo seducir a los chicos.
—¿Mamá, qué estás…? —No pudo concluir la oración. Su madre le agarró de la camisa abierta y la jaló hacia sí, cuidando de no hacerle (demasiado) daño—. ¡Mamá!
—¿A quién se la chupaste, hija? Vamos, respóndeme. —Mamá le sorprendió con un lametón en el cuello que le hizo retorcerse. Esto ya se estaba saliendo de control, era de locos. ¡Era su propia madre! ¿Era abusadora también? ¿Y lesbiana? ¿E incestuosa para peor?
Trató de apartarse, pero su madre la tenía bien sujeta de la camisa. Charlotte le besó el cuello de nuevo y repitió la pregunta.
—R-Reggie Wilson…
—Awww, ¿ese chiquitín? Y dime, ¿cómo lo tenía?
—¿Qué cosa?
—Pues su pene, hija. ¿Era largo? ¿Grueso? ¿Pudiste meterlo bien en tu boquita?
Mientras le hacía esas preguntas, iba dándole pequeños besitos en el cuello y el lóbulo de la oreja. Alexandra quería apartarse, pero cuando aplicó más fuerza, su madre volvió a vencerla, tomándole ambas muñecas con sus manos, y recostándola sobre el sofá. Ella se puso encima, y continuó con los lametones en la lengua mientras le abría la camisa.
—¡Oye! ¿No llevas brassier? Qué pervertida.
—¿Eh? —Como si estuviera en una ensoñación, recordó que se lo había quitado para que Reggie la manoseara como quisiera. Le encantaba que le tocaran las tetas, y solía perder el control fácilmente. Por eso, no fue de extrañar que enloqueciera cuando su madre le agarró uno de los pezones con los dientes, y le aplicó un delicioso lametón—. ¡Ah!
—Parece que te gusta, ¿eh, puta?
—¡Estás completamente loca! ¡Le diré a papá!
—No es necesario, ya le avisé yo por teléfono mientras bajabas las escaleras. De seguro viene corriendo hacia acá, cariño.
—¿Que QUÉ?
—Tienes un cuerpo maravilloso, hija. Tu padre se volverá loco cuando lo vea así. Me pregunto qué te va a hacer. —Su madre pasó ahora al otro seno, y sin miramientos le comenzó a besar, lamer y chupar los pezones.
—¡Estás completamente desquici…! ¡¡¡Ahhh!!! —exclamó Alexandra, cuando su madre le rozó el coño con los dedos. Jamás le había hecho eso una mujer antes, y menos aún esperaba que fuera su madre la primera.
—Asumo que no eres virgen, ¿verdad? —Charlotte dejó de encantarse con los senos de su hija, y pasó a entretenerse con lo que me había abajo. Trazó un camino hacia la parte más íntima de su hija con sus besos, y se detuvo en la zona más mojada que encontró.
—¡¡¡Mamáaaaaaaaaaaahhhhhh!!!
Definitivamente no era la primera vez de mamá con una mujer. Ella sabía dónde lamer, dónde besar, dónde devorar. Tomó el clítoris de Alexandra con la destreza y la experiencia de la mejor puta, tirando de él suavemente, e introduciendo a la vez la lengua de forma imposible en su hoyito. Se sentía increíble, no iba a negarlo a esas alturas. Alexandra no sabía cómo reaccionar, se estaba llevando la sorpresa de su vida.
—Tienes que entender esto —dijo Charlotte Black, mientras se entretenía con el coño de su hija. Cuando Alexandra miró hacia abajo, notó que su madre no necesitaba mover demasiado la cabeza; su lengua hacía todo el trabajo, y tenía el rostro lleno de apetitosos jugos—. Por muchas generaciones, nuestra familia siempre se ha dejado llevar por sus pasiones más secretas. Ambas familias, de hecho. Llegada cierta edad, lo único que deseamos es demostrar nuestro cariño, sin muchas complicaciones y tabúes.
—P-pero esto es… ohhhh, mamá, qué agresiva te pusiste ahora, me gustaaaa —dijo Alexandra, abrazándose de pronto al cuello de su madre, que estaba a su lado, acariciándole el cabello. Hasta que se dio cuenta, de que era imposible que eso ocurriera, por más hábil que fuera su madre—. ¿Q-qué…? ¿Qué?
—¿Qué te parece, querido? —preguntó su madre, mirando hacia abajo. Cuando Alexandra desvió allá la vista también, se encontró con un hombre que no solo le acariciaba el coño con una lengua agresiva y habilidosa, sino que también con una barba frondosa que le hacía maravillas.
—Exquisita, querida, la tiene muy parecida a la tuya —dijo Alexander White, que había entrado desesperado a la casa cuando vio a las dos mujeres por la ventana. En el pueblo no había mucha privacidad de todas formas, y por eso ni siquiera se molestó en dejar la puerta cerrada—. Por todos los dioses, ¡qué cosa más rica!
—No, no, no… NONONONO, ¡no puedes hacer esto, papá! —exclamó Alexandra, mirando a su padre, con sus pantalones de trabajo, su camisa sudada, y su larga barba, dándose un festín.
—¿Segura que quieres que pare, hija? —preguntó Alexander, con una sonrisa. Luego, agarró con los labios el clítoris de su hija, y metió el dedo corazón en su interior, que se empapó de inmediato.
—No, no… No… ¡¡No pares!!
—¿Qué cosa, hija? —preguntó Charlotte, limpiándole maternalmente el sudor de la frente a su hija mayor, y dándole besos en el cuello como antes—. No creo que tu padre te oyera bien.
—¡No pares! ¡No pares, por favor, papá!
Alexander aumentó la velocidad de su lengua y su mano, y metió un segundo dedo en el coño de su hija. La muchacha iba a explotar pronto, sabía que ocurriría, pero había algo especial. Algo diferente. Ningún chico le había comido el coño así.
—Vamos, querida, no te contengas, córrete en la boca de tu padre.
—Sí, mamá… ah, ah, ah… ¡Ah! ¡Ahhh! ¡Aaaahhhhhhh, me corroooo! —Por primera vez, Alexandra no solo liberó un poco de líquido, sino que sintió una sensación similar a mearse, y cuando miró hacia abajo, vio que salían chorros de su coño que fueron a parar a la cara de su padre. Asustada en medio de las oleadas de placer que estaba recibiendo, quiso disculparse, pero su madre le agarró la cara, y le dio un tierno pico en los labios para calmarla. En tanto, su padre se tragaba con voracidad todo lo que había salido de su hija…
—Bienvenida a nuestra vida, hija —dijeron Alexander y Charlotte a la vez, mientras el primero le besaba las piernas empapadas en jugos vaginales, y la segunda le besaba el cuello y los labios.
Esa había sido la primera vez que una mujer la besaba, y también la primera vez que tenía un squirt. Además, había sido la primera vez que una mujer le comía el coño, y la primera vez que tenía un trío. También había sido la primera vez que tenía sexo con sus familiares, y definitivamente no sería la última. Tantas primera veces, y apenas había rozado la superficie de lo que era tener sexo de verdad. Ya habría momento de recordar su primera follada con papá, por ejemplo, pero ahora ya tenía lo necesario para hablar con su hermana y hermano. Su mamá le había enseñado bien.
Continuará
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