Largo y cálido verano (IV)

lalilulelo003

Pajillero
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Llegó agosto, y Marcos seguía sin ser capaz de eyacular. Sus testículos infantiles aún no producían semen. Yo no desesperaba por ello, pero lo cierto es que esperaba ansiosa el momento de poder saborear la esencia de mi hermano. Por otro lado, yo seguía con mis reticencias a perder la virginidad vaginal, así que en cierto modo, no me veía en posición de quejarme de nada. Seguíamos teniendo encuentros a diario, en cuanto estábamos solos, por lo que tenía dos o tres orgasmos al día. A veces, insaciable, me masturbaba yo sóla. La ninfómana que soy hoy en día ya empezaba a aparecer entonces. Me gustaba mi cuerpo y a menudo me observaba desnuda cuando me encerraba para ducharme. Me pasaba los ratos muertos poniendo poses ante el espejo, mirándome desde todos los ángulos. He de decir con honestidad que mi cuerpo era una delicia, sin un gramo de grasa, ni una imperfección; con líneas atléticas y firmes, glúteos y pechos duros e incipientes. Era pequeñita pero muy esbelta y armoniosa. El escaso vello púbico que adornaba mis genitales no ocultaba mis labios vaginales, que tersos y gordezuelos, contrastaban con mis muslos delgados y separados. A mis ojos, estaba más buena que muchas chicas mayores que veía en bikini por la playa. No sólo era una pequeña viciosa, sino que mi cuerpo era perfecto para hacer disfrutar a cualquiera. El sexo empezaba a ser el centro de mi vida.

Pensé que tenía que poner a prueba mis encantos. Marcos era un crío (yo me creía muy mayor a punto de cumplir los 12), y como tal, fácilmente impresionable. Necesitaba confirmar que podía seducir a cualquiera, y un día encontré la manera.

Habíamos tomado la costumbre de salir algunas noches a tomar un helado a un chiringuito cercano, y pensé que allí podría realizar mi experimento. El local, apenas un quiosco de madera en la arena, estaba decorado en plan chill-out hawaiano, con techados de paja, velas y luces indirectas, e incluso algunas camas balinesas para disfrutar del atardecer. La clientela era de lo más variopinta, y podías encontrarte con familias, grupos de jóvenes tomando cubatas o parejas de novios con sus gyn-tonics. Cuando un día mamá propuso que fuéramos por la tarde a tomar un helado, supe que había llegado el momento de seducir a alguien. Decidí no vestir ropa interior y solamente cubrí mi cuerpo con una camiseta interior de tirantes blanca que me estaba muy ceñida y una minifalda con volantes que me llegaba a medio muslo. Me arreglé el pelo con espuma para que tuviera aspecto ondulado y mojado, y me lo sujeté con un pañuelo al que le hice un nudo en la parte alta de la cabeza con lo que sus dos puntas caían a los lados como si fueran las orejas de un conejito. Cuando me miré al espejo me di cuenta de lo realmente arrebatadora que estaba, con mis pequitas, mi bronceado y mi aspecto de niña-puta. La cara de mi padre fue un poema al verme, ya que mis pezones, más que marcarse, casi eran totalmente visibles a través de la fina tela. Al pobre le daba más vergüenza que a mí decirme algo al respecto así que se cayó. “Si supieras que no llevo bragas” pensé. El gesto de mi madre también fue desaprobatorio, pero sorprendentemente, tampoco dijo nada. Marcos volvió a poner cara de bobalicón al verme.

Llegamos a la playa donde estaba el chiringuito dando un paseo por la orilla del mar. Marcos me dijo varias veces lo guapa que estaba cuando nuestros padres no nos oían, pero yo me hice un poco la dura: esa noche la cosa no iba con él, tenía que ligar con otra persona, a ser posible, mayor. Por suerte, pudimos acomodarnos en una cama balinesa: era enorme y cabíamos todos de sobra, pero yo debía andar con cuidado para que nadie se diese cuenta de que no llevaba bragas. Pedí un batido de fresa, como no podía ser de otra manera, y sentada en la cama escaneé el local en busca de alguien que me mirase. Pronto me percaté de que, en una mesa no muy lejana, un hombre me miraba. Estaba con la que debía ser su mujer tomando un cóctel, y junto a ellos una niña de unos 3 años se entretenía con un móvil. No era especialmente guapo, pero sí atractivo. Tenía un poquito de sobrepeso, pero no estaba gordo, era castaño y me pareció que tras sus gafas de pasta había unos bonitos ojos azules. La barba de tres días le daba un aspecto varonil. Me miraba de tanto en tanto, sin ser muy descarado, y nuestras miradas se cruzaron varias veces.
A mi empezaron a entrarme los calores, pues evidentemente ese hombre se estaba sintiendo atraído hacia mis encantos. El hecho de que una persona de esa edad (debía rondar los 40) se sintiese sexualmente interesado por mi era algo que encendía mi ego y mi líbido. El hombre no podía evitar mirarme recurrentemente, y en varias ocasiones me sostuvo la mirada. Incluso me pareció que me sonreía. Yo chupaba la pajita del batido de la manera más sexy que mi compañía me permitía. En varias ocasiones me repasó de arriba abajo, y yo cambiaba de postura esforzándome por que el perfil tenuemente abultado de mis pechos fuera evidente. Podía sentir su mirada en mi cuerpo incluso cuando no le estaba mirando. Mi familia permanecía totalmente al margen de todo aquello; no podían imaginar lo que estaba pasando a unos centímetros de ellos.

En un momento dado, oí a la niña decir que tenía pipí, así que se fue con la madre al aseo. El hombre aprovechó esta nueva coyuntura para traspasarme con su mirada impunemente y con descaro para que yo lo notase. Sin pensar, empecé a mover mi pierna derecha, separando los muslos con aparente despreocupación. La mirada de aquel desconocido se desvió hacia esa zona, y abrí las piernas todo lo que el decoro me permitía. El sol ya había caído casi por completo, y estábamos rodeados de sombras y leves velas titilantes, por lo que posiblemente el hombre no fue capaz de ver lo que yo le ofrecía, pero mi gesto le confirmó que yo estaba jugando a lo mismo que él, y no tenía miedo. Yo notaba mis entrañas cada vez más lubricadas, y temí que de alguna manera, al no llevar yo bragas, pudiera dejar alguna mancha en las sábanas de la cama, así que justo cuando la mujer y la niña volvían del baño, anuncié que iba al aseo.

Un escueto pasillo hecho con listones de madera sobre la arena y mal iluminado por unas antorchas eléctricas (la mitad no funcionaba) llevaba hasta una zona algo apartada, fuera de la vista de los clientes, donde se apilaban cajas de botellines vacíos y unos cuantos cubos de basura. Justo detrás de una montaña de cajas, el pasillo de madera terminaba en un inodoro portátil, de esos que ponen en las obras y los festivales de música con un inequívoco letrero sobre la puerta: “WC”. La señal roja sobre el pestillo me anunció que estaba ocupado y me dispuse a esperar, cuando por el pasillo vi llegar al desconocido. Mi corazón se desbocó.

-Hola -me dijo amistosamente tras un breve y tenso silencio. Tenía cara de buena persona.

-Hola -respondí yo, mirando al suelo algo cortada. Me apoyé en unas cajas sin mirar a ningún sitio en concreto y un gato salió disparando maullando. Di un respingo asustada acompañado por un gritito. El hombre me sonreía amable.

-Jo vaya susto -dijo en tono comprensivo.

-Sí -respondí-. Casi me meo antes de entrar.

El hombre soltó una corta carcajada.

-Qué graciosa eres… ¿cómo te llamas?

-Miriam.

-Yo soy Nico -dijo, y me tendió la mano. Estaba hecha un flan cuando se la estreché.

Del cuarto de baño salió una chica que nos sonrió a los dos y se alejó. Nos quedamos parados, mirándonos. El dio un paso para entrar en la letrina, pero antes de hacerlo se giró y me dijo:

-¿Quieres entrar conmigo?, así podré protegerte de los gatos.

Temblando de miedo y de excitación, entré con él en el pequeño habitáculo. Cerró el pestillo y seguimos mirándonos. Una bombilla colgaba del techo, pero brillaba con tan poca intensidad que no se veía con claridad.

-Oye Miriam -dijo-. Antes no he podido ver lo que me enseñabas, y como eres tan bonita, pues he pensado que esa parte de ti también debe ser preciosa. ¿Me lo enseñas ahora?

Yo tragué saliva. Estaba atenazada por los nervios pero no pensaba parar ahora. Cuando una chica entra a un aseo con un hombre ya sabe a lo que va. Cogí mi falda por el borde y me la levanté. Él miró con interés.

-Vaya cariño… no llevas bragas… Efectivamente toda tú eres preciosa.

-¿Me enseñas tu polla? -las palabras se me escaparon. Nico no pudo evitar un gesto de asombro. Seguro que no se esperaba que una niñata que no le llegaba ni al pecho fuera tan atrevida, pero yo ansiaba ver una polla grande.

-Claro cielo -dijo. Usaba un tono muy dulce para dirigirse a mí. Eso, y su cara de no haber roto un plato en la vida me tranquilizaba. Como llevaba los faldones por fuera, hubo de subirse la camiseta para acceder a su cremallera. Tenía la barriga algo rechoncha y peluda. Metió la mano por la bragueta y se sacó el pene. Era mucho más grande que el de mi hermano, aunque aún lo tenía a medio gas.- ¿Nos acariciamos?

Acepté la invitación y se lo agarré. A duras penas podía rodearla con mis deditos. En el mismo momento que los notó sobre ella, su verga creció hasta solidificarse por completo. Seguramente mi inexperiencia me hacía verla mayor de lo que era, pero sin duda tenía un buen aparato. Despacio, empecé a masturbarle. Exhaló el aire de sus pulmones dejándose llevar por mis dulces caricias y preguntó:

-¿Eres virgen cielo?

-Sí -respondí, con un poco de miedo, por si se le ocurría que eso debía cambiar. Como si pudiera leerme la mente dijo:

-Muy bien Miriam, ya llegará tu momento.

Su comentario me tranquilizó. Aquel Nico empezaba a caerme realmente bien, y me sentía cada vez mejor con su polla en la mano. Siguió preguntando:

-Lo haces muy bien, ¿a quién se la tocas, a papá?

-No, a mi hermano -. En ningún momento tuve dudas sobre si debía airear mi vida íntima. Tanta confianza me inspiraba aquel hombre.

-Cabrón con suerte -dijo entre dientes, y me arrancó una sonrisa.

-¿Te puedo acariciar yo a ti cariño? -dijo mientras pasaba la palma de la mano por mi pecho, haciendo tropezar sus dedos en mis pezones. Dije que sí, y se encorvó un poco para meter su mano bajo mi falta y pellizcar con suavidad mis labios vaginales. Repasó mi rajita con un dedo, haciéndolo tropezar con mi clítoris con maestría y comprobando su gustosa humedad. Los gemidos empezaban a escaparse por mis labios entreabiertos cuando me pidió que bajara el ritmo.

-Despacio siempre es mejor, Miriam -me aleccionó.

-Vale -exclamé con voz trémula por culpa del orgasmo que se avecinaba y que me hizo temblar las piernas. Yo no sabía hasta donde era conveniente llegar, pero no quería parecer una mojigata, y puesto que él no lo pedía, aunque evidentemente lo deseaba, pensé que sólo por esa muestra de respeto se lo merecía, así que la apunté hacia mi boca y me la introduje todo lo que pude, que no era más que el glande. Una vez dentro, la lamí con la punta de mi lengua, y la succioné mientras seguía pajeando el tronco. Nico gimió de placer y en menos de un minuto me avisó de que se corría.

Me la saqué de la boca y la agité con fuerza ansiosa por vivir una descarga de semen en directo y gracias a mí, pero él volvió a aleccionar:

-Despacio y suave Miriam.

Yo obedecí sin rechistar hasta el punto de que a penas se la rozaba, cuando de repente un gran chorro de sustancia salió despedido de la punta de su pene. Le siguieron unas cuantas gotas saltarinas más, estas ya sin mi ayuda pues aunque aún la tenía en mi mano, observaba aquel espectáculo tan maravillada que había dejado de masturbarle.

Cuando abrió los ojos me miró fijamente y exclamó relajado:

-Miriam, eres una chica muy especial.

-Gracias -susurré orgullosa.

-Nunca te olvidaré cariño- y se encorvó para besarme en la cabeza.- Ahora vete con tus padres.

Me abrió para que saliera y así lo hice. Afortunadamente, no había nadie esperando. En realidad aquello apenas había durado cinco minutos. Miré hacia atrás y vi cómo me sonreía antes de cerrar la puerta con él dentro.

Cuando volví junto a mi familia, Marcos me miró con ojos desconcertados. Creo que le daba miedo la indiferencia que estaba mostrando hacia él aquella noche. Pronto vi aparecer a Nico, quien se sentó junto a su familia, sonriente como siempre. No me miró. Besó a su mujer y siguió conversando con ella como si nada. De alguna manera pueril, aquello me molestó, así que volví a concentrarme en la conversación que tenían los demás sobre la cama balinesa. Pronto los vi levantarse, pero aquel hombre amable y simpático ni siquiera me miró antes de darme la espalda y alejarse. Nunca más volví a verle. Aunque mi plan se había cumplido a la perfección me sentí un poco decepcionada con su indiferencia, y mi ánimo tristón me impidió tener sexo aquella noche con Marcos, quien se iba preocupando por perder lo nuestro cada vez más.

Me gustaría decir, antes de seguir con mi historia, que aquel hombre siempre me trató con amabilidad y respeto, y en ningún momento me obligó a nada en la soledad de aquel sucio inodoro. La lacra social que cae sobre las personas que tienen este tipo de gustos me parece del todo injusta y exagerada. Seguro que habrá hijos de puta y desalmados, pero creo que la mayoría de ellos son personas perfectamente normales, que no quieren hacer daño a nadie. El tal Nico sólo respondió a mi provocación (fui yo la que abrió las piernas y la que entró por su propio pie en el váter), y tuvimos una transacción sexual de lo más satisfactoria para las dos partes. Sé que quizá puedo parecer demasiado incauta por hacer lo que hice, pero sinceramente, ¿qué podría pasar?, ¿iba a violarme con su familia y la mía esperandonos a escasos metros? Siempre recuerdo su promesa de no olvidarme nunca, porque yo nunca le he olvidado a él, y siempre recuerdo aquel encuentro con cariño y placer, lejos de cualquier trauma o neurosis. El sexo es algo que nos acompaña desde el mismo momento que nacemos. Sólo una sociedad enferma y contradictoria como la nuestra es capaz de sexualizar a niños cada vez más jóvenes al mismo tiempo que se los infantiliza y sobre protege.

Continuará.

 

rafvallone

Estrella Porno
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Impresionante,que bien esplica se las historias.excelente.
 
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