Largo y cálido verano (III)

lalilulelo003

Pajillero
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Esa mañana desayunamos los cuatro entre risas y nos fuimos a la playa. Me embargaba una alegría difícilmente explicable. Me sentía afortunada y gozosa. Por primera vez en mi vida pensé que mi lugar en el mundo estaba junto a esas tres personas. Las cosas que siempre me habían molestado de mis padres se convirtieron en minucias que sólo una niñata tendría en cuenta, y yo aquella mañana no me sentía una niña, sino que creía haber madurado muchos años de golpe. Me sentía preciosa y poderosa. Mi hermano, que siempre había sido mi némesis, me parecía mucho más simpático y atractivo que nunca, y una mente perversa que nos observase impunemente de camino a la playa, se habría dado cuenta de que la profusión de caricias y abrazos que nos dimos era realmente sospechosa. En realidad lo que pasaba es que éramos dos volcanes preadolescentes en erupción y teníamos necesidad física de tocarnos. Pensé que podría volver a acariciársela debajo del agua, pero papá se bañó con nosotros, y estuvimos jugando un buen rato a conquistar la colchoneta hinchable. Yo desesperaba por que nos dejara a solas de una vez, pero el hombre no parecía tener nunca suficiente juego con sus hijos. Cuando por fin anunció que salía a tomar el sol tuve que ocultar mi expresión de júbilo y a penas se había alejado unos metros cuando, sin mediar palabra, busqué a tientas el bañador de Marcos. Introduje en él mi mano y una vez más allí me esperaba aquel pene incansable, que parecía haber logrado lo imposible: endurecerse aún más que antes. Él recibía mis caricias con una sonrisa de placer, lo que por algún motivo me satisfacía más que nada. Me enorgullecía que aquello se me diese aparentemente tan bien.

-¡Dios! Miriam, me encanta- acertó a decir al cabo de un rato. Que apelase a Dios para expresar su goce, y que me llamase por mi nombre, fue magia para mis oídos, y como estábamos agarrados al hinchable (yo con una sola mano), busqué su cuerpo con mis piernas y lo abracé en un intento de rozar mi clítoris, ardiente a esas alturas. Sólo con restregarme contra él unos segundos, una intensa punzada de placer me llevó a agitarme sin soltarlo, echando la cabeza hacia atrás y exhalando un gemido inequívoco. Afortunadamente no había nadie en menos de 20 metros. El orgasmo fue tremendo. Recuerdo el cielo azul y las nubes de algodón sobre nuestras cabezas.

Al cabo de un rato (yo había dejado de frotársela por efecto de mi orgasmo, pero aún la tenía entre mis dedos), Marcos exclamó:

-No voy a poder salir del agua, se me va a notar.

Como él no parecía que fuera a correrse nunca, pero su miembro tampoco desfallecía, decidimos que se taparía con la colchoneta al salir hasta que yo le acercase una toalla. Así lo hicimos, y nuestros padres volvieron a congratularse por el buen rollo que de repente había entre nosotros. Pasamos el resto de la mañana haciendo las cosas que los hermanos normales hacen en la playa: jugar a las palas, construir un castillo de arena, etcétera. Pero aquellos primeros lances volvían a mi mente una y otra vez. La semilla había sido sembrada, y yo necesitaba mucho más. Afortunadamente el verano acababa de empezar y a la mañana siguiente, cuando mis padres se fueron a andar, mi hermano lucía su tradicional erección y me miraba también ansioso.

Por supuesto, volví a jugar con ella. Esa mañana y las siguientes. Comenzamos un juego que durante las siguientes semanas se convirtió en una creciente espiral de sexo. Fue como descorchar una botella de champán agitada: aquello explotó y no parecía tener fin. Aunque los dos sabíamos que nuestro affair era algo muy grave, no podíamos evitarlo, y nuestras mentes infantiles eran incapaces de llegar a comprender porqué era eso algo tan tabú. Sólo éramos dos niños en nuestro “lago azul” particular, descubriendo el sexo de la manera más tranquila y confiada posible. Sinceramente creo que no hay mejor manera para una niña de 11 años para descubrir el sexo que con su hermano pequeño, si es que siente esa necesidad: todo es confianza y tranquilidad. Estoy segura que con cualquier otra persona o a cualquier otra edad, el pudor me habría hecho ser menos atrevida, y por tanto las sensaciones no habrían sido tan extremas. Éramos conscientes de que todos los componentes de nuestro idilio eran lascivos, y eso hacía que nuestras sensaciones placenteras redoblaran su intensidad. Todo en aquella historia añadía morbo al asunto: nuestra edad prematura, nuestro estrecho parentesco, el puritanismo de nuestros padres… Todo sumaba al placer, y nosotros lo sentíamos. Aquello era un caballo desbocado en manos de dos niños.

Marcos no tardó en confesarme que siempre había tenido erecciones indomables, sobre todo por las mañanas. También me dijo que llevaba ya un tiempo buscando su primer orgasmo, como algunos compañeros del cole, pero no había manera. Yo fui cariñosa y comprensiva con él. En realidad me agradaba proporcionarle placer, y claro que quería que se corriera, pero de alguna manera me parecía adorable y admirable que pudiera estar durante horas recibiendo mis caricias en su pene sin desfallecer. Además, jugar con su polla resultó ser mi afición más estimada, y lo intentábamos en cualquier situación y a cualquier hora del día.

Sólo unos pocos días después de iniciar nuestra aventura, papá propuso salir una noche a la feria cercana, y así lo hicimos. Mi hermano iba muy guapo con sus jeans recortados y su camiseta marinera de rayas. Yo Lucía un minúsculo mono de color amarillo que realzaba el bronceado de mis brazos y mis muslos, y casi transparentaba mis pezones, siempre erizados a esa edad. Lo pasamos genial en los coches de choque y otras atracciones y tómbolas. Cuando ya era tarde, Marcos se empeñó en que los dos montáramos en una noria bastante grande que había. Me pareció una idea excelente, pues ambos sabíamos que si montábamos solos, algo erótico sucedería, y como ya he explicado, nos pasábamos el día buscando la ocasión para esos maravillosos encuentros. Nuestros padres estaban encantados con el repentino brote de amistad que reinaba ahora entre sus dos hijos, así que no objetaron nada a que subiéramos solos a la atracción mientras nos esperaban con rostro somnoliento en tierra firme. Por supuesto no tardé mucho en acariciar su dureza sobre los jeans mientras la noria se movía lentamente. Marcos me echó el brazo sobre los hombros, pero metió sus dedos por detrás de mi axila hasta que con la punta de los mismos acarició mi pezón izquierdo. Por primera vez se atrevía a meterme mano y yo estaba encantada. En un momento dado, la atracción nos paró en su punto más alto, y quedamos suspendidos en la noche, con las luces de colores a nuestros pies, y la luz de la luna reflejada en el Mediterráneo a lo lejos. La brisa acariciaba nuestros cabellos mientras nos mirábamos a los ojos. Marcos puso su mano entre mis muslos, y torpemente acarició mi entrepierna. Recibí dichosa sus tiernas caricias y sin pensarlo acerqué mi rostro al suyo y le di un largo beso sin lengua en los labios. El primer beso de nuestra vida. Notar sus labios acariciando los míos fue para mí más excitante que las caricias de sus dedos. Fue torpe y sin lengua, pero aún hoy me excito al recordarlo. Seguimos besándonos tiernamente acunados por el oscilante cacharro metálico mientras nos tocábamos mutuamente.
Cuando la noria volvió a moverse nos sacó del maravilloso ensueño donde estábamos y nos separamos buscando relajarnos un poco antes de bajar. Marcos tenía las mejillas encendidas cuando echamos pie a tierra, y tanto papá como mamá advirtieron perplejos mis pezones infantiles, más abultados que nunca tras la fina tela. No me importó.

En el camino de vuelta al apartamento, flotando en una nube, pensé si no estaba empezando a sentir cosas mayores por mi hermano. En la soledad de mi cama no podía dormir, y mi corazón palpitaba fuerte. En cuanto escuché los ronquidos de papá fui al catre de Marcos, quien me esperaba despierto y con los brazos abiertos. Por primera vez, nos desnudamos completamente y me tumbé sobre él, notando su pene tieso a lo largo de mi rajita. Volvimos a besarnos, con la misma torpeza que en la noria, pero ahora con la boca abierta, y rozando nuestras lenguas con vicio. Algo había cambiado en él. Por fin se atrevía a tocarme, y lo hizo muy bien, estimulando mis pezones y amasando mi culo. Gradualmente, nuestros labios sintonizaron sus movimientos hasta conseguir unos morreos más que decentes. Guiados por una especie de intuición animal, movíamos nuestras caderas para frotar nuestros sexos, aunque la punta de su pene solía quedar alojada con mayor facilidad en la entrada de mi ano que en ninguna otra parte. Afortunadamente nuestros padres debían dormir, porque esa vez sí hubo gemidos, sobre todo cuando, en repetidas ocasiones, y sin ni siquiera buscarlo, su glande se insertaba con facilidad en mi estrecho recto.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Nunca había sentido un grado de calentura como el que tenía aquella noche, y a pesar de mi total inexperiencia, me moví con decisión y acierto en cada momento. Parecía que la diosa femenina del sexo me asesoraba. Repté sobre él hacia abajo buscando su pene con mis manos. Acaricié aquella palanca, pequeña alcayata protuberante, apéndice endiablado y caliente; ese falo ejercía poder incontestable sobre mí, y me ordenaba inflexible que lo introdujera en mi boca. Sin pensar, lamí su rugoso escroto, con la lengua fuera de la boca mientras le pajeaba con la punta de los dedos (el pequeño tamaño impedía usar toda la mano). Su ano también me llamaba pero la jerarquía de su pene se impuso, y lo introduje por completo en mi boca. Lo lamía en espiral dentro de la misma, y lo succionaba con fuerza. Sabía a él, a mí y a otros escatológicos fluidos, lo que me llenó de vicio. Él me cogía la cabeza con las manos para ayudarla en su rítmico movimiento mientras bufaba y resoplaba experimentando goces nunca imaginados.
Una vez más, soy incapaz de precisar cuánto tiempo estuve con mi cabeza entre sus piernas, pero fue mucho. Por suerte para él, yo era insaciable e incansable. Mi rajita drenaba jugos sin cesar y sentía que de una manera u otra, debía ser penetrada. No obstante, y a pesar de mi educación mojigata, yo sabía que la ruptura del himen es un trance doloroso, y sentía algo de miedo hacia ese momento así que pensé, con lógica aplastante, que mi ano podía funcionar como perfecto receptáculo. Di por terminada la felación y colocando mi cuerpo de nuevo en la vertical de su falo, busqué conectarlo con mi agujerito trasero. Me senté un poquito hacia atrás hasta que sentí al pequeño intruso abrirse camino por esa gruta nunca antes violada. Por un momento pensé que me haría caca encima, pero pude reprimir ese impulso e inicié un errático movimiento mientras cogía la mano de mi hermano y la llevaba hasta mi clítoris, indicándole con ello que me acariciase ahí también. Arrodillada sobre él, con el cuerpo echado hacia atrás y las manos apoyadas en sus rodillas, buscaba mis más oscuras profundidades con el pene de Marcos, pues aquello me proporcionaba un placer no esperado que se sumaba a sus nerviosas cosquillas sobre mi clítoris, ya protuberante entre mis labios vaginales. Nuestros estrechos cuerpecitos temblaban de placer y transpiraban ese sudor de fuerte olor que la piel parece reservar para esos momentos.

Tuve tres orgasmos seguidos, aprovechando su potencia infinita. Desconecté su pene de mi cuerpo y me tumbé a su lado. En la penumbra, busqué nuevamente con mi mano y se la toqué. Él reaccionó con una especie de escalofrío que lo sacudió por completo al más mínimo roce. Parecía hinchada, y las palpitaciones incontrolables e incesantes. Pensé que le estaba llevando al pobre al límite, y aunque no eyaculaba, debía tenerla a flor de piel.

-Marcos…-susurré-. Te quiero.

-Y yo a ti- respondió. Sus palabras me hicieron tan feliz como su polla.

Continuará


 

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Virgen
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Excitante continuacion de las anteriores, llena de esa pasion por ese sexo prohibido, oculto y fraternal. Muchos querrian tener ese hermano o hermana con los cuales compartir esos momentos privados de descubrimierntos carnales.
 
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